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Se trata de una pieza literaria corta. Está publicada en cuarto e ilustrada con dibujos a pluma de Luis de Horna. Con letra de cuerpo 12, el relato del autor, tras la presentación de Corral Castanedo, incluidas las ilustraciones ocupa solamente 50 páginas.
1. ESQUEMA DE LA NOVELA
No enumera el autor las secciones de su relato, pero las separa con espacios. En toda ella habla en primera persona, se dice Delibes. Cronológicamente coinciden las fechas del relato con los años que va cumpliendo el autor a partir de su nacimiento en 1920.
El esquema es claro. En el primer capítulo o sección nos cuenta el autor sus recuerdos con la bicicleta con la que empezó a pedalear a los siete años. En el segundo y tercero es un adolescente y cuenta sus peripecias ciclistas con doce a catorce años. En el cuarto ya tiene 18 años, la bicicleta ya no es para él un deporte sino un medio de locomoción. Le resulta un vehículo eficaz en el quinto, pues le sirve para hacer hasta un centenar de kilómetros que le separan de la novia. Recién casado, en el sexto, incorpora a su mujer al mundo de la bicicleta. El séptimo y último capítulo expone algunas de las habituales complicaciones mecánicas con la bicicleta y, enseguida, la incorporación de las nuevas generaciones familiares al mundillo de las carreras locales de bicicleta y la magnífica de Juan, el tercero de los hijos, que humilla con su victoria a los federados de un club ciclista de Burgos, en el circuito Sedano–Covanera –Sedano.
2. PRESENTACIÓN DE ANTONIO CORRAL CASTANEDO, MARZO DE 1988
La obra es corta, pero valiosa. La presentación también es breve. En ella acierta el presentador a señalar de forma precisa el valor literario y humano de Mi querida bicicleta.
– Es una obra que tiene la claridad que se supone que es propia de la infancia.
Delibes posee la virtud envidiable de ver las cosas, de contar las cosas, con esa profunda claridad de la infancia. Conservar dentro la infancia, como él la conserva, es el único modo de que le comprendan a uno todos: los adultos y los niños.
– En su bicicleta nos lleva al autor a lugares entrañables, como el amor y la estima del esfuerzo.
Una bicicleta puede llevarnos a muchas partes. No sólo a una excursión con merienda, sino también hacia el amor, hacia la valoración del esfuerzo.
– También a la generosidad. A continuación del texto anterior escribe: Hacia ese triunfo consistente, no en llegar el primero a la meta ni en derrotar a los demás, sino en sentirnos abrazados por nuestra propia estimación.
– Nos regala su relato con humor.
Y lo hace pedaleando con su humor, que es posiblemente la manera más seria de profundizar en los acontecimientos.
– Del conjunto de la obrilla brota una lección personal que deja el autor a sus lectores: el difícil equilibrio y el amor a la verdad.
(…) un canto a algo que ha presidido siempre la manera de ser y de actuar de Miguel Delibes: la decisión, el no arredrarse ante ningún Tourmalet, el mantener con firme naturalidad, en todo momento, la verdad desnuda, sus convicciones sin cambio de piñón y el difícil equilibrio.
3. VOCABULARIO DEL CAMPO
p. 8
El campo está presente en la ciudad con butacas de mimbre y paja para los cojines.
…mi padre, arrellenado en su butaca de mimbre con cojines de paja… p. 11 A Delibes no le asalta el desasosiego que ni irrumpe ni se apodera de él, sino que anida en su corazón como las perdices, ha observado lo que puede pasarle a la tierra mojada del campo y, para decirnos que el horizonte se le rompe, echará mano de la imagen de lo que ocurre en los cielos nublados.
…en mi corazón ya había anidado el desasosiego. Las ruedas siseaban en el sendero y dejaban su huella en la tierra recién regada, pero la incertidumbre ponía nubes sombrías en el horizonte.
p. 12
Vuelven las nubes.
Las nubes sombrías nublaron mi vista.
En el campo castellano uno se siente solo entre el cielo y la tierra. Unamuno hizo filosofía sobre el castellano cielo monoteísta y sobre la palma de la mano que es la inmensa meseta. Delibes apunta solamente.
Y allí me dejó solo, entre el cielo y la tierra.
p. 14
No dejará de oírse en los libros de Delibes el canto de las aves del campo. A cada canto le da su nombre preciso.
En las enramadas se oían los gorjeos de los gorriones y los silbidos de los mirlos.
p. 16:
tiempo lo mide el sol.
Seguí (…) hasta que el sol se puso (…).
p. 17
La costumbre del campo hace distinguir lo que en la ciudad se desconoce. Es una sabiduría. Por el contrario, en el campo se magnifica lo civilizado que llega de fuera con algún prestigio, como la educación francesa, que desconocen.
Ellos decían que esa era la educación francesa y que la educación francesa estaba muy bien. Que ellos no sabían (…) ni distinguir un cuco de un arrendajo porque no habían recibido educación francesa y que era un atraso.
p. 19
Expresiones de sosiego propias de la vida del campo.
No todo iba a ser coser y cantar.
p. 28
Acobardarse será, como en el caso del milano, amilanarse.
Yo no me amilanaba.
p. 33, 34 y 36
Uno de los bienes que le trae la bicicleta es precisamente el de acercarle a la caza y al campo.
Entre otras cosas, gracias a la bicicleta pude cazar un poco.
A la bicicleta debo gratas horas de esparcimiento en el campo.
Nos bañábamos en la pesquera, en cuanto apretaba el calor.
Este placer de bañarnos en agua corriente.
Empezó la modesta industrialización (…) se emporcó aquella zona del río.
p. 41
Elogia la comida rural con solo nombrarla.
Refrigerio (…) me servían un par de huevos fritos con chorizo, pan y un vaso de vino, por una peseta diez.
p. 43
Varga: parte más pendiente de una cuesta.
Lenguaje expeditivo del castellano que va derecho a lo que quiere decir y abrevia y es conciso, si lo aguanta el sentido. Debería decir me di cuenta de que… Dice me di cuenta que… Al bajar la varga, me di cuenta que aquello de la Vélox no era una hipérbole.
p. 52
La vida rural tiene sus limitaciones, las costumbres se resisten al cambio: fascina la técnica de la civilización, bicicletas de aluminio, y fastidia el que se abra el vuelo y haya que hacer sitio a un horizonte más allá del del propio campanario y que no todo quede entre los hijos del pueblo y veraneantes, como siempre.
Llegaron en bicicleta, custodiados por media docena de fans, y hasta que la prueba empezó no cesaron de dar vueltas a la plaza para no quedarse fríos. En el pueblo les miraban entre irritados y perplejos. No entraba en su cabeza que aquella prueba organizada desde siempre para aficionados locales cobrase de repente tan altos vuelos, pero, por otra parte se condolían de que la copa del triunfador no fuese a quedar en casa.
Esta carrera siempre ha sido para veraneantes y para los hijos del pueblo.
p. 56 y 58
Los ciclistas forasteros, organizados, técnicos, equipados, para los del pueblo serán muchachos de culotes y mocasines. Su técnica poco valdrá ante el dominio de terreno tan sabido.
Se hallaban en la última curva antes de la meta y, entonces, los muchachos de los culotes y los mocasines parearon sus bicicletas — 214 — cerrando el paso, pero, mi hijo, que conocía la carretera como su casa…
¿Sabes? ¡Juan ha ganado a los federados! ¡Les ha dejado con un palmo de narices! 4.
EXPLICACIONES DE FONDO
Aprendizaje de la cultura popular situacional
Se da un aprendizaje de la cultura popular individual situacional. La persona aprende, entonces, por su propia experiencia. Evitará el fuego porque comprueba que quema. El padre de Delibes quiere transmitir a su hijo la fuente de conocimiento que él llama educación francesa, que consiste en que el individuo se las arregle solo, sin que le den las cosas hechas o resueltas. En el capítulo primero el padre deja a su hijo de siete años dando vueltas con la bicicleta, no se atreve a bajarse, pide inútilmente ayuda. El padre no se la da, ni para comer. Puesto el sol, el chavalín arremete contra un seto y así para la bicicleta y puede bajarse y marchar a comer.
De adolescente, cuando me lamentaba ante mis amigos de los procedimientos didácticos de mi padre, ellos decían que esa era la educación francesa y que la educación francesa estaba muy bien. Que ellos no sabían nadar, ni montar en bicicleta, ni distinguir un cuco de un arrendajo porque no habían recibido educación francesa. Que criar un niño entre algodones era arriesgado porque luego, cada vez que la vida le pasa factura no sabe qué actitud tomar (p. 17).
La cultura popular somete a la naturaleza
En ocasiones se impone la cultura a la naturaleza. El individuo, tras un esfuerzo, se cansa. Es natural que así ocurra. Pero el esfuerzo lujoso que el individuo se impone a sí mismo, y el esfuerzo sin cansancio que terminan imponiéndole los demás a quienes no puede defraudar porque creen que efectivamente no se cansa, se impone a la naturaleza. El resultado es que actúa Delibes como si efectivamente no se cansara.
Recuerdo que en aquellos años, adquirí, entre mis amigos, cierta fama de escalador. Y, ¿es que poseía yo, en realidad, algún don para escalar mejor que ellos? (…)
– Claro, es que a Delibes no le cuesta– comentaban ellos.
Yo mantenía la superchería. Sonreía. Tácitamente les daba la razón, porque esa era la carta que me convenía jugar: fingir que no me cansaba (pp. 28-29).
La cultura popular es un sistema articulado de integraciones La cultura popular no es una colección fija de costumbres y de creencias, sino un sistema pautado integrado. Costumbres, maneras, resortes, valores, etc. se relacionan entre sí. Si uno cambia, si cambia, por ejemplo, la edad del protagonista de Mi querida bicicleta, cambian los demás. Se dan, no obstante, siempre unos valores centrales, claves, básicos, que integran el resto. Estas claves centrales permanecen o se mantienen por mucho más tiempo en el individuo o en el grupo.
La bicicleta de los siete años de nuestro protagonista no es la misma que la de los 12-14, ni la de los 18…
A los siete es una ilusión que empieza por un pedalear incansable, sin poder bajarse durante cien o doscientas vueltas y terminar aterrizando contra un seto de boj.
Yo salí pedaleando, como si hubiera nacido con una bicicleta entre las piernas (p. 10).
A los 12-14 años la bicicleta le sirve al ciclista para presumir, sentirse un Fausto Coppi y escapar del guardia de la porra.
Por aquel tiempo yo era ya una especie de Fausto Coppi, un ciclista consumado (p. 17).
A los 18 ya no es un deporte sino un medio de locomoción. Recién casado, un precioso regalo para la novia.
A partir de los dieciocho años la bicicleta dejó de ser para mí un deporte y se convirtió en un medio de locomoción (p. 33).
Pero cuando la bicicleta se me reveló como un vehículo eficaz, de amplias posibilidades, cuya autonomía dependía de la energía de mis piernas, fue el día que me enamoré (p. 37).
Más tarde, cuando me casé, intenté incorporar a mi mujer a mis veleidades ciclistas y en la pedida, además de la pulsera, le regalé una bicicleta francesa amarilla de nombre Velox (p. 43).
En medio de todas esas variaciones que va imponiendo la edad y la maduración al ciclista, permanece, entre otros valores, el del esfuerzo, como uno de los ejes centrales que integran las variantes sucesivas.
Los individuos utilizan la cultura popular creativamente
Aunque las reglas de la cultura popular dicen lo que suele hacerse y está convenido que se haga o resulta para determinada cultura una obligación, dentro del grupo, no siempre los individuos siguen sus dictados. Las personas aprenden por sí mismas a escapar de momentos enojosos o aprenden de los demás, en nuestro caso el Delibes ciclista aprende de su padre que es “enemigo de las tasas arbitrarias”. Usan entonces, creativamente la cultura popular en la que viven inmersos y no la siguen ciegamente. De este modo los individuos influyen en la cultura popular del grupo y la modifican o afianzan. A veces la excepción lleva las de ganar y se impone, como en el caso de la tasas arbitrarias.
Mi padre era enemigo de las tasas arbitrarias aunque fuesen menores. Esto formaba parte de la educación francesa de mi padre. La arbitrariedad de la tasa la determinaba él, naturalmente. Así, por poner unos ejemplos, mi padre nunca pagó un real del fielato, ni un billete de andén en la estación de ferrocarril (p. 19).
También se demostró con los años que los fielatos y los billetes de andén y las matriculas de las bicis infantiles eran tasas arbitrarias, de acuerdo con las teorías de mi padre, porque unos y otras desaparecieron al poco tiempo (p. 32).
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NOTA Edición empleada: Editorial Miñón, colección Las campanas. Valladolid, 1988.