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A principios de la década de los 80 del pasado siglo, recién terminada mi carrera, fui a ejercer tareas educativas en la comarca cacereña de Las Hurdes. Mucho me chocó, al confraternizar con el paisanaje, sabedores de que yo era nativo de la localidad de Santibáñez el Bajo (dentro también, de la misma provincia), que, en plan irónico y amistoso, me saltasen con dichos tales como:
– “Hombre, de Santibáñi, poh d’allí dicin aquellu de: «Santibáñi, puebru de criminálih, que nacin ya con cuchílluh pol la crica de su madri»”.
– “Con que érih de Santibáñi. Ehcucha: «Santibáñi, el puebru de Loh Mucháchuh: a la vuelta d’una ehquina, te dan un carabinazu»”.
– “¡De Santibáñi teníah que sé! Poh el refrán dici que: «En Santibáñih, toh loh máh son bandíduh; tamién el señó arcardi»”.
Otra serie de luctuosas referencias escuché, haciendo todas ellas mención al carácter pendenciero de mis paisanos, sin que se libraran las féminas (“Santibáñi, pueblo de muchah quimerah/Lah mózah llevan navájah/metíah en la faldiquera”).
Picado por la curiosidad, intenté averiguar a qué eran debido aquellos denuestos, convertidos ya, con el paso de los años, en puros dictados tópicos. Algún que otro eco lejano, escuchado en mis infancias y adolescencias, me traía borrosos recuerdos de ciertos aconteceres, pero envuelto todo ello en espesa maraña y en clichés demasiado negros.
Pregunté a mi abuela materna (Rosalía Barroso Jiménez), que, no hace mucho, murió a los 97 años de edad. Y pregunté igualmente a su hermana Daniela, que aún vive, a punto de cumplir los 107 años. Pero ambas me aconsejaron que no anduviera con tal tipo de encuestas y que de “ésah cósah” era mejor no hablar. El mismo resultado obtuve con otros vecinos y vecinas. Me dió la impresión que una horrible y pesada losa se cernía, cual taxativo tabú, sobre las memorias de los habitantes de Santibáñez el Bajo. Algo tremendo debió acontecer en un pasado no muy lejano que generó profunda psicosis colectiva y que había logrado enmudecer a varias generaciones.
HERMENEGILDO MARTÍN
Dispuesto a desenmarañar aquella madeja, coincidí cierta tarde de unas vacaciones navideñas con el vecino Hermenegildo Martín González, más conocido por “Ti Meregildu el Mancu”. Era éste un paisano manco de nacimiento, de viva inteligencia y fumador empedernido. Sentados alrededor de una mesa del bar “El Teide” (llamado así porque se encuentra en lo más alto del pueblo), viendo como la lluvia resbalaba por los cristales, establecimos una amena conversación. Hermenegildo, que ya ostentaba el título de “Ti”, equivalente al “Tío” de otros lugares y aldeas (lo que denota que la persona ya ha entrado en la vejez o tercera edad), sería la primera persona que me daría unos someros apuntes sobre la cuadrilla de “Los Muchachos”.
Mi paisano me narró, no sin cierto recelo, que “Los Muchachos” eran unos comunistas que pretendían que se repartieran las tierras de los ricos entre los jornaleros y que a su capitán lo llamaban “Caletrión”. Después de andar varios años por los montes, fueron aniquilados por las tropas del rey, siendo ajusticiados a garrote varios de ellos en la ciudad de Plasencia, entre ellos una mujer, vecina de Santibáñez, llamada Florentina “La Tanquilla”. Hubo más de 100 vecinos condenados a penas de cárcel y destierro, escapando el principal instigador de la banda, José Montero Montero, apodado “El Cura Moro”, a Portugal y, más tarde, a Brasil.
Hermenegildo Martín me tarareó unas coplillas que había aprendido de uno de sus abuelos, el cual le había insistido muy seriamente que nunca las cantase en público. Estas coplillas son realmente muy significativas:
Anda, Boquique,
si tienes reaños,
y mete en cintura
a tos “Los Muchachos”.
A los servilones,
darles trabucazos;
y a los señorones,
quitarles los cuartos.
Traiga el “Cura Moro”
la Constitución,
y le dé en los morros
al vil servilón.
Por mucho que manden
guardias y soldaos,
a los servilones
se las han jurao.
Ya viene en su jaca
el Caletrión.
¡Muera el rey Fernando,
que muera el león!
Posteriormente, concretamente en el verano de 1995, inmersos en una colecta del cancionero del territorio de Las Hurdes, tuvimos la oportunidad de encuestar al ex-alguacil del Ayuntamiento de la villa de El Casar de Palomero: Ezequiel Hernández Talaván. Este cojo y viejo tamborilero nos sorprendió con otra versión de aquellas coplillas que nos había tarareado Hermenegildo Martín González.
Por tierras de Coria,
bien se la han jugao
los mozos que manda
el Miguel Dosao.
Anda, Boquique,
si tienes reaños,
y mete en cintura
a tos “Los Muchachos”.
Por mucho que manden
guardias y soldaos,
a los servilones
se las han jurao.
Anda, Boquique…
Boquique, Boquique,
junto a Los Carazos
se encuentra Corrales
con Paco Lebrato.
Anda, Boquique…
Anda, Boquique,
que te parta un rayo.
Mira el resultao
del “Cojo” y del “Manco”.
Anda, Boquique…
A los servilones,
darles trabucazos;
y a los señorones,
quitarles los cuartos.
Anda, Boquique…
¡Vivan “Los Muchachos”!
¡Vivan “Los Migueles”!:
Caletrío y Dosado
y Miguel Gutiérrez.
Anda, Boquique…
Y Miguel “Picholo”
y Manuel Gutiérrez,
Francisco Corrales
y Julián Jiménez.
Anda, Boquique…
Traiga “El Cura Moro”
la Constitución
y le dé en los morros
al vil servilón.
Anda, Boquique…
Nuestro paisano Hermenegildo Martín nos habló sobre la emboscada que “Los Muchachos” tendieron a los franceses en las inmediaciones de la villa cacereña de Cañaveral, conocida popularmente como “Cañaveral de las limas”. El encuentro ocurrió en las sierras que rodean al pueblo, al sitio de “El Cancho de la Silleta”, camino de la pedanía de El Arco (“El Arquillo de los limones”).
Por estos hechos de armas y otros, tal que la refriega que hubo en el paraje de “La Morisca” y “La Puente de piedra”, en términos de Montehermoso, donde también los gabachos hincaron el pico, fueron condecorados estos mozos guerrilleros, a los que también se les prometió la entrega de algunas fincas, de los bienes llamados de “manos muertas”, tierras que eran de titularidad señorial o de la Iglesia.
Con cierto temor, pero orgulloso de ello, Hermenegildo nos dijo que un bisabuelo o tatarabuelo suyo, llamado Antonio, había estado encuadrado en la banda de “Los Muchachos” y que estuvo preso en un penal de las posesiones españolas en el norte de África.
FERNANDO FLORES
A principios de la última década del pasado siglo entré en contacto con el catedrático Fernando Flores del Manzano, profesor en la ciudad de Plasencia e insigne investigador sobre la historia y cultura tradicional de algunas comarcas del septentrión extremeño. Fernando Flores publica, en 1992, el libro: El Bandolerismo en Extremadura. Y en 1993, en la revista “Alcántara”, aparece el trabajo: “Los Muchachos de Santibáñez” y otras cuadrillas facinerosas en la Extremadura contemporánea.
Este investigador extremeño exhuma documentos del Archivo Municipal de Plasencia (secciones de “Correspondencia” y “Negocios de Ayuntamiento”), donde se da una sectaria visión de la realidad sociohistórica, ya que tales documentos están redactados por los vencedores, o sea, por los encargados de acosar y perseguir a la cuadrilla de “Los Muchachos”, que son catalogados como facinerosos e incluso algunos de ellos como “los hombres más inhumanos que ha tenido la Península”. De los trabajos investigadores de Fernando Flores, podemos reseñar lo siguiente:
1º.- Que la cuadrilla de “Los Muchachos” tiene su mayor periodo de actividad entre los años 1810–1816.
2º.- Las correrías de esta banda no sólo se limitan a suelo extremeño, sino que afectan también a la provincia salmantina, de modo especial a las villas de Béjar y Cepeda.
3º.- La cuadrilla cuenta con una importante red de cooperadores, lo que dificulta la persecución y captura de sus miembros. Incluso hay alcaldes, como los de los pueblos de Palomero y Santibáñez el Bajo, que tienen grandes implicaciones con la banda.
4º.- Las principales partidas de soldados y gente armada encargadas de perseguir a “Los Muchachos”, están capitaneadas por Mariano Ceferino del Pozo, alias “Boquique”, y por otros dos comandantes apodados “El Cojo” y “El Manco”. Todos ellos eran furibundos absolutistas.
5º.- Las penas que se imponen a los integrantes de la cuadrilla que fueron apresados vivos, son las siguientes: – Arrastrados por las calles.
– Sufrir garrote vil.
– Exponer las cabezas, metidas en jaulas, en las plazas de sus lugares de nacimiento.
– Esparcir los cuartos por los sitios donde actuaron.
– Condenados a presidios en África.
– Condenados a prisión (entre ellos, varias mujeres) en cárceles de Badajoz, Plasencia, Coria, Granadilla y Galisteo.
– Destierro a más de ocho leguas de sus lugares de origen.
– Penas que oscilan entre 300 y 50 ducados, o, en su defecto, prisión sustitutiva.
Se significa que fueron desenterrados los cuerpos de los componentes de la banda que habían muerto en combate, exponiendo sus cabezas en las plazas de sus pueblos.
MARÍA JESÚS MERINERO
En 1991, la jurista María Jesús Merinero Martín publica el opúsculo: La Audiencia de Extremadura y el sistema penitenciario. En sus páginas, se da cuenta de “Informe sobre la representación dirigida a S.M. sobre Los Muchachos de Santibáñez” (A.H.P., Sec. Real Audiencia, Leg. 699, Ext. 20). Los párrafos del citado Informe no tienen desperdicio alguno. El Corregidor de la ciudad de Plasencia, que es quien firma el Informe, con fecha 14 de enero de 1815, dice, entre otras cosas:
“…dispersos varios soldados de las Batallas que se dieron en esta provincia (Guerra de la Independencia), e inclinados por naturaleza a la iniquidad y a la infamia, se reunieron hasta el número de 14 individuos de los pueblos de Santibáñez, Valdeobispo, Montehermoso, Ahigal y Guijo y con el título de la “Quadrilla de Muchachos de Santibáñez”, dieron principio a sus horrorosos crímes y delitos (…)”.
“No hay robo ni empresa alguna malévola que se escape del alcance de ellos, y si es ardua por sus circunstancias, de los mismos pueblos que frecuentan diariamente sacan auxilios que les ayudan, y acabada la acción les premian sus trabajos, y se retiran aquéllos a sus casas, y en los mismos lugares asisten los “Muchachos de Santibáñez” a los bailes, juegos de barra, tabernas y demás regocijos con los otros jóvenes, a vista cierta y conocimiento de las Justicias que también alternan con ellos en sus borracheras y comidas (…)”.
“…no hay delito que se les resista y ni aún la Sacra Real Persona de V.M. está libre de sus perversas y viperinas lenguas, como así resulta de la última Sumaria practicada ante este Caballero Comandante de las Armas (…)”.
“Por último, Señor, resta sólo manifestar a V.M. el grande peligro en que queda mi vida, porque, al ser tantas y tan grandes las autoridades de los “Muchachos de Santibáñez” y ellos llegan a entender y a cerciorarse del autor de esta Súplica, puedo muy bien ser víctima de su ferocidad por grande que sea la cautela, reserva y precaución con que yo viva (…)”.
En este Informe, como observamos, se pone de manifiesto que los miembros de la cuadrilla de “Los Muchachos” son tachados de criminales y asesinos, que cuentan con gran apoyo popular y que ni el propio Corregidor de Plasencia se siente a salvo de ellos.
Otro investigador que ha profundizado en el estudio de este bandolerismo antiabsolutista y de cuño social del siglo XIX, es Manuel Pecellín Lancharro. En el tomo VII (editado en 1992) de la Gran Enciclopedia Extremeña, al referirse a la banda de “Los Muchachos de Santibáñez”, sintetiza con las siguientes líneas:
“Aquí se encuentran todos los rasgos de ese bandolerismo, típico en las zonas rurales, bien estudiado por Marx y Bakunin, como fenómeno de protesta social primitiva ante unas estructuras económicas precapitalistas, radicalmente injustas; para combatir a las cuales aún no existen organizaciones colectivas como los partidos políticos y sindicatos obreros”.
PROBLEMÁTICA AGRARIA
Dejando a un lado la parcial historiografía oficial de la época, cuyo maniqueísmo es patente, tenemos que admitir que, en la primera mitad del siglo XIX, se produce una empecinada lucha de clases en torno a la propiedad de la tierra. Hasta esta época, el régimen feudal había impuesto sus leyes sobre la tierra, como medio de producción básico. Pero será a partir de ahora cuando se produzcan motines y algaradas del campesinado contra los señores feudales, siendo ahogados en sangre la mayoría de las veces.
La tierra venía siendo poseída y usufructada por los campesinos, mientras que los señores tenían derecho a percibir una renta de la misma por el hecho de ser “dominus”, o sea, por tener jurisdicción sobre esa tierra. No estaba clara la propiedad de la tierra, pues ambos grupos sociales –señores y campesinos– vivían de la misma y con diferentes derechos.
Es cierto que las tierras señoriales se vieron afectadas por el decreto del 6 de agosto de 1811, promulgado por las Cortes de Cádiz. Por este decreto, la facultad de administrar justicia –la jurisdicción, nudo jurídico de la coerción extraeconómica feudal– que tenían los señores, pasaba a la nación soberana, cuyos tribunales serían los únicos con poder de ejercer la justicia. A su vez, las autoridades ya no serían nombradas por los señores, al perder tales derechos jurisdiccionales. Más tarde, en fecha 4 de enero de 1813, las mismas cortes sacaron un nuevo decreto, que autorizaba el reparto de tierras baldías comunales y de las tierras de propios en plena propiedad: la mitad de cada pueblo se vendería al mejor postor y la otra mitad se daría en reparto gratuito a los soldados que habían luchado contra el francés, como recompensa. Este decreto, junto con el de abolición de señoríos, suscitó las esperanzas del campesinado, lo que explicaría su apoyo al régimen constitucional, así como su posterior frustración cuando ambos decretos sólo sirvieron para desposeerlos de sus milenarios medios de subsistencia, tanto al privatizar los comunales como al usurparles sus derechos sobre las tierras señoriales.
JOSÉ MONTERO Y MONTERO
Dentro del contexto social y político que hemos expuesto más arriba, vemos emerger la figura de José Montero y Montero, que ha pasado a ser conocido en el lugar de Santibáñez el Bajo como “El Cura Moro”. Este apodo procede al parecer, de que fue clérigo arrepentido, pues por esta zona se moteja con el término “moro/a” a todo aquello que no lleva la impronta de un catolicismo más o menos ortodoxo, a quien cuelga los hábitos o cae en herejía. Corriente es aquel refrán de: “el que tieni padrínuh, se bautiza, y el que no, moru se queda”.
Sabemos de don José Montero, aparte de lo que sobre él cuenta el imaginario popular, por unos papeles hallados en el domicilio de Vicente Corrales Jiménez, que fue hijo de Santibáñez y secretario de su ayuntamiento. Rebuscando en un viejo arcón, en compañía de Jaime Montero Corrales, amigo mío y nieto del secretario, a quien conocían en el lugar como “Ti Vicentinu”, dada su escasa estatura y su escuchimizado cuerpo, dimos con unos amarillentos legajos, medio apolillados, en los que José Montero y Montero plasmaba su visión de la historia y sus ideas filosóficas y políticas. Estos papeles los pusimos en manos de Fausto Sánchez Dosado, sacerdote e hijo también de Santibáñez, muy aficionado a bucear en la historia local. No hace muchos años, falleció Fausto Sánchez, y suponemos que tales legajos estarán en manos de sus herederos.
Todo apunta a que José Montero y Montero estuvo muy cerca del sector más progresista que formó parte de las Cortes de Cádiz. Pero posteriormente se desencanta de las posturas liberales, por muy progresistas que estas fuesen, y parece derivar a lo que hoy podíamos llamar comunismo libertario. Prácticamente, sus postulados políticos, a tenor de unos pliegos que él firma con fecha de 17 de mayo de 1813, colocando debajo: “Festividad de San Pascual Bailón”, coinciden con los que el investigador Félix Rodrigo Mora expone en su elaborado artículo “El pueblo y el carlismo: un ensayo de interpretación”, aparecido en la revista Haria, de diciembre de 2005. Especial hincapié hace José Montero y Montero en la defensa de los concejos abiertos, como virtuosa manera de practicar la democracia popular de corte tradicional. Defiende a capa y a espada el patrimonio comunal de los pueblos y ataca furibundamente a quienes se aprovechan, con mil y una artimañas, para engrandecer sus propiedades particulares. Aboga por cierto estoicismo de la existencia, radicalmente opuesto al productivismo y consumismo de cuño liberal. Predica la posesión por el pueblo mancomunado de las extensas posesiones de la Iglesia y de los grandes señores. Se opone a las quintas y levas que se hacían en los pueblos, para surtir soldados a los ejércitos. Propone la creación de una gran hermandad de labradores, ganaderos y artesanos, donde brille la solidaridad y se deseche la desigualdad, el individualismo y la competitividad. Aspira a poner en marcha una República Gremial, de carácter asambleario (o de juntas naturales, como él dice), donde la voz del pueblo no sea usurpada y usufructada por una minoría parlamentaria, como ocurre con el régimen liberal, a quien José Montero ve como una arbitraria e interesada conjunción entre las clases altas y el ejército, encargada de sangrar al pueblo hasta dejarlo extenuado, con el beneplácito, cuando no con su colaboración, de la propia Iglesia.
José Montero creó al modo de una escuela de adultos en Santibáñez el Bajo, a la que asistían, aunque fuera de forma esporádica, alumnos de pueblos cercanos, a los que él les buscaba el pupilaje en las casas de algunos vecinos. Ni qué decir tiene que aquella escuela sirvió para adoctrinar a los educandos. En otro de sus papeles, aparecen citados diversos nombres, varios de ellos coincidentes con miembros de la cuadrilla de “Los Muchachos”. Al margen, se anotan determinados comentarios sobre tales alumnos. Así, acerca de Miguel Caletrío, que fue una de las principales cabezas de la banda, se lee:
“Audaz, valiente y estimadas dotes de estratega, aunque en ocasiones muéstrase muy impulsivo”.
Sobre Miguel Dosado, que también capitaneó la cuadrilla, anota lo siguiente:
“Muy arrojado y con despierta inteligencia, pero es de hechura bíblica, la de ojo por ojo y diente por diente”.
También encontramos una cita acerca de una alumna, Basilisa García, que aparece con el sobrenombre de “La Galopa”:
“Luchó contra la francesada, bien proporcionada y de lindas facciones; muy despierta y viva. Ganada para la causa”.
Otros de los que aparecen citados es un tal Blas “Paleto”, del que dice:
“Oriundo de La Higal (actual pueblo de Ahigal), con residencia en el pueblo del Bronco. Es el mejor dotado para dirigir a los juramentados, sin embargo el faltarle una pierna y estar tuerto de un ojo, le impiden la movilidad que requiere su cargo. Queda en la retaguardia con su segundo, Pablo Esteban, también tuerto y mutilado de la pierna izquierda, todo ello como consecuencia de los encuentros con la francesada”.
Tenemos, pues, a un mentor de la cuadrilla de “Los Muchachos”, José Montero y Montero, personaje comprometido, del que –tal y como dijimos más arriba– se ha guardado memoria legendaria por estos septentriones extremeños. Todavía se conserva la que, al parecer, fue su vivienda, y que los vecinos de Santibáñez el Bajo conocen como “La Casa del Cura Moro”. Se encuentra en el barrio de “La Cuesta”, que es el núcleo más primitivo de todo el casco urbano. Tiene sus jambas y dinteles labrados en granito, sobre el que se han insculpido varios motivos florales. Actualmente, esta vivienda es propiedad de los herederos de un tal Anastasio, apodado “El Gato”, ya fallecido, que estuvo casado con una mujer natural del cercano pueblo de El Cerezo, llamada Elisa. Este matrimonio no tuvo hijos. Se dice de José Montero y Montero que, al ponerse su cabeza a precio, huyó al reino de Portugal, y de aquí, a Brasil. Y se cuenta, igualmente, que tuvo relaciones con una prima hermana suya, de las que nació un varón, que llevaba el mismo nombre y los mismos apellidos que su padre. Todo apunta a que la herencia paterna, que era bastante cuantiosa, fruto de los empréstitos que José Montero y Montero había hecho al ejército que combatía a los franceses, que, luego, les fueron devueltos con creces. Otras versiones hablan de que José Montero se arrepintió, al final de sus días, de sus ideas y ordenó que todos sus bienes fueran entregados a diferentes cofradías de la parroquia de Santibáñez el Bajo. Curiosamente, en otros legajos que encontramos en el arcón del domicilio del ya citado Vicente Corrales Jiménez y que principian así: “Compañía de Santibáñez el Bajo. Año de 1859”., aparece un tal José Montero y Montero, el cual debía ser una persona acaudalada, pues, con el número 1, encabeza el listado de accionistas que se disponen a adquirir algunas fincas de las que quedaron sujetas a la ley de Desamortización de aquellos años. Este vecino de Santibáñez el Bajo, junto con otros 159, integró la mencionada Compañía. Solamente él y otro vecino (Félix Montero) figuran con 25 acciones cada uno. Luego, continúan los que cuentan con 6 acciones, con 4, con 3, con 2 y con 1. Las hipotecas de este José Montero y Montero quedan reflejadas en los legajos:
“Yo, José Montero, por veinte y cinco acciones hipoteco un cercado a Las Berroquillas, cabida de catorce fanegas de segunda calidad, que linda con camino de Montehermoso; otro al Corral de Inés, de once fanegas de segunda, linda con cercado de Juan García”.
RETAZOS LEGENDARIOS Y FOLKLÓRICOS
Aunque es muy cierto que la represión que cayó sobre el lugar de Santibáñez el Bajo en los años 20 del siglo XIX fue oprobiosa losa que amordazó lenguas y silenció conciencias, no obstante (como no podía ser por menos) aquellos acontecimientos generarían motivos suficientes para que el imaginario popular los tradujese en diferentes discursos de cultura oral. Así, hoy en día todavía se señalan las ruinas de un viejo y macizo caserón, levantado en el paraje de “La Encina de la Patá”, como el principal refugio de la cuadrilla de “Los Muchachos”. Es conocido tal edificio como “El Fortín de los Moros”. El topónimo, claro está, nos remonta a tiempos mucho más anteriores que los sucesos que venimos comentando. Es de sobra conocido que, en muchas zonas, se achaca a “los moros” cualquier vestigio arqueológico, aunque tales restos no tengan nada que ver con la visión que, hoy en día, se tiene por estos pueblos de la etnia mora, coincidente con los magrebíes norteafricanos. Posiblemente, el término “moro/a” significó, siglos atrás, algo así como “antiguo morador”, del que se desconoce su origen, y que vivió en los términos municipales, dejando restos materiales de su paso”.
Concretamente, estaríamos por afirmar que el llamado “Fortín de los Moros” fue primitivamente un templo romano –o romanizado–, a juzgar por su estructura y por los fragmentos de tégulas y otras cerámicas que se han encontrado tanto en su interior, en una covacha cercana y en zonas aledañas. A ello también contribuye el que pase, inmediato, el viejo camino que enlazaba los enclaves romanos de Cáparra y Caurium (actual ciudad de Coria). Esta edificación fue aprovechada, según la tradición y a juzgar por una inscripción en su interior (se lee la fecha de 1880), por un vecino del lugar, ganadero, que parece ser que trató de transformarla en una casa de campo, pero acabó deviniendo en tenada para el ganado.
No descartamos que la cuadrilla de “Los Muchachos” se refugiara alguna que otra vez en este ciclópeo edificio, estratégicamente situado, rodeado de añosas encinas y rechonchos batolitos graníticos y apartado de las frecuentes vías de comunicación de aquella época. Y fuera refugio o no para tales bandoleros, el caso es que el sitio es que ni pintaparado para convertirlo en centro de operaciones de “Los Muchachos”, contribuyendo así a ensalzar su aureola mágica y legendaria.
También se habla de otro lugar de refugio de estos antiguos guerrilleros: los serrejones denominados “Los Castillejos”, en términos de la villa de Santacruz de Paniagua, donde se encuentra la legendaria cueva del “Drago”. Todavía se señala el sitio donde perdió la vida un valiente mozo de la cuadrilla. Refiere la tradición que, puesto que los perseguidores no eran capaces de acabar con la partida, decidieron disfrazarse de pastores. La idea fue del astuto –y también legendario– Mariano Ceferino del Pozo, alias “Boquiqui”, que capitaneaba uno de los escuadrones encargados de dar caza a “Los Muchachos”.
Ataviados, pues, de pastores, varios soldados se infiltraron por los arcabucos de “Los Castillejos” y, cuando la cuadrilla hizo acto de presencia, sin sospechar nada, abrieron fuego, abatiendo a uno de sus miembros. Años más tarde, después de nuestra Guerra Civil (hecho real e histórico), en estos mismos parajes fueron eliminados varios maquis o guerrilleros antifranquistas, traicionados por un sujeto que, siendo guardia civil, se había hecho pasar por un militante del Partido Comunista de España.
Y hablando de pastores (esta vez de verdad), en la llamada “Dehesa del Jocino”, en términos de Valdeobispo, cuentan que había una cruz, erigida en memoria de dos pastores que fueron ejecutados por “Los Muchachos”. Y llevaron tal merecido porque, según decían, eran confidentes del absolutista Mariano Ceferino del Pozo.
Por otro lado, si los informes que hablan sobre “Los Muchachos” los tachan incluso de violadores, vecinos de los pueblos de Guijo de Galisteo y de Cadalso de Gata les dan la vuelta a la tortilla y refieren que fueron “Los Muchachos” los que libraron a dos mozas de ser vilipendiadas por soldados pertenecientes a las partidas que les perseguían. Y dan el hecho por cierto, señalando en cada pueblo el paraje correspondiente donde se iba a cometer la villanía.
Pero el recuerdo de “Los Muchachos” ha quedado la huella más honda en la tradición etnomusicológica. Diferentes textos recogidos de la tradición oral nos ponen de manifiesto la dualidad o el anverso y reverso que suscitaban las andanzas de la cuadrilla de bandoleros. Todo dependía de si el autor de los pliegos era afín al poder establecido o, por el contrario, era firme partidario de la banda y de quienes la apoyaban.
El mencionado catedrático e investigador Fernando Flores del Manzano, en su artículo Algunos romances de cordel de la Alta Extremadura: Textos y comentarios, analiza el texto que le hicimos llegar, recogido al señor Vicente Martín Iglesias, octogenario, natural y residente en el pueblo de Cambroncino. “Tío Vicente”, que así lo conocían sus vecinos, era un hombre de ingenio muy despejado, conocedor de muchas “coplas” e inventor de otras tantas. Incuso se permitía –tal y como nos relataba– mejorar las versiones que conocía, a fin de que no quedaran cojas o las entendiera mejor la gente. Tío Vicente tenía ideas muy propias y rocambolescas. Era un pelín iconoclasta y un furibundo republicano. A él fue la primera persona que le oímos cantar un tema relacionado con la banda de “Los Muchachos”, sorprendiéndonos sobremanera, ya que pensábamos, a tenor de nuestras pesquisas en otras demarcaciones, que la memoria popular no conservaba pliegos relacionados con estos bandoleros. Cierto es que Tío Vicente nos reconoció que había hecho unos arreglos con el romance, pero ello no quita para restarle validez, en tanto y cuanto narra unos acontecimientos de los que ya da cuenta Pascual Madoz en su voluminoso Diccionario Geográfico. Reconocía Vicente Martín que aprendió el romance de un señor mayor de su pueblo, al que le decían “El Ciego de Cambroncino”. Nuestro amigo interpretaba aquellas coplas a su manera, achacando los hechos que se narran a la “Carlistada” y creyendo que la banda de “Los Muchachos” tenía que ver con las andanzas del bandolero Simón “Jarero”, asuntos todos ellos varios años posteriores a los procesos seguidos contra aquellos ex–guerrilleros que lucharon contra los ejércitos de Napoleón Bonaparte. El romance en cuestión, que Tío Vicente conocía como el de “Los Bandoleros de Jiganzales”, es como sigue:
Ya viene por esos montes,
ya viene Miguel Dosado,
con el trabuco a la espalda,
a las grupas del caballo.
Ha dejado a Florentina
pa que la cuide Serrano.
Él se abaja con Corrales
por la montaña p’abajo.
Se ha encontrado a un labrador
en un paredón arando:
–¿Quién vive en el caserío
que se divisa allá abajo?
–Unos cuantos pastores
que viven de sus rebaños,
de lo que dan sus jaciendas,
de lo que dan sus ganados.
Es pequeño el caserío,
Jiganzales es llamado,
que en todo orden depende
de donde está el juzgado,
que es el pueblo de Granadilla,
que desde antiguo es mentado.
Miguel Dosado dio órdenes
a todos los sus muchachos
que se echaran cuerpo a tierra,
se abajaran arrastrando,
y al pobre del labrador,
pa que estuviera callado,
le arrebanaron el cuello
con un puñal acerado,
que si le daban un tiro,
se oirían los trabucazos.
Al igual que van las águilas
en busca de los gazapos,
cayeron en Jiganzales
la banda de Los Muchachos.
Serrano, como era tuno,
al alcalde lo ha apresado,
y lo lleva a la taberna
con los brazos maniatados.
–Echa vino, tabernero,
que te lo manda Serrano,
que este que viene conmigo
me ha traído convidado.
Y vete haciendo la lumbre,
y vete haciendo un guisado
con el mejor chivarrillo
que pasta por estos prados.
Como son pocos vecinos,
a todos los encerraron
en un corral de colmenas
que estaba junto a un regato,
pusiendo por vigilancia
a cuatro de Los Muchachos.
Estando en tales contiendas,
un arriero albercano
bajaba por el camino
con sus dos machos cargados.
Se ha acercado a la taberna
y al tabernero ha llamado.
Y cuál fue la su sorpresa
que se ha encontrado a Serrano
haciendo de mesonero,
con una jarra en la mano.
–Beba, beba el arriero
el vinillo de este jarro,
que es posible que no vuelvas
a beber un solo trago.
Ya se puson a comer
la carne de aquel chivarro.
Vaciaron un pellejo,
vaciaron otros cuatro.
Se comieron los turrones
del arriero albercano.
Después de haberlos comido,
le hicieron fregar los platos.
Luego, juegaron con él
y lo quedaron corato,
le echaron mano a su partes,
de una viga lo colgaron.
Cogieron el aguardiente,
cuando el vino terminaron.
A eso de ponerse el sol,
todos estaban borrachos.
Un mozo de Jiganzales,
llamado Manuel “El Chato”,
aprovechó la ocasión
y la pared ha escalado.
Salió aprisa del corral,
pa Granadilla ha marchado,
a dar cuenta a la justicia
de los hechos que han pasado.
Se juntan gente de armas,
la batida ha comenzado.
Al pasar la media noche,
a Jiganzales llegaron
y tomaron posiciones
pa abatir a Los Muchachos.
Estando en tales contiendas,
unos perros que han ladrado.
Se ha despertado del sueño,
se ha despertado Serrano,
y mando a Polo el de Ahigal
pa que avisara a Dosado.
Y Miguel se levantó
con el trabuco cargado.
–Coge, Polo, a dos muchachos,
irvos hasta aquel cercano,
que cuando ladran los perros,
algo se está barruntando.
No les dio tiempo a llegar
hasta el muro del cercado.
Cayeron como conejos
de tres certeros disparos.
Al percatarse muy pronto
de que estaban rodeados
mandó Miguel al momento
que el pueblo fuese incendiado.
Serrano, como era un cruel,
cogió unos jaces de pasto
y prendiéndolos de fuego,
al corral los ha arrojado.
De resultas de los jumos,
perecieron dos ancianos,
y otro grupo de vecinos
con quemaduras quedaron.
Por lo oscuro de la noche
y el incendio de los campos,
todavía se escaparon
gran parte de Los Muchachos.
Se metieron pa Las Jurdes,
entre jaras y chaguarzos,
pero quiso Dios del cielo
que fueran acorralados
y al cabo de pocos meses,
las cabezas les cortaron.
En el corral de colmenas
del pueblo de Jiganzales
hay una piedra grabada
con un letrero de sangre,
que dice de esta manera
a todos los caminantes:
“Este pueblo fue víctima
de un montón de criminales,
que por nombre ellos se llamaban
Muchachos de Santibáñez”.
Decíamos más arriba que los episodios que se narran en el romance parecen confirmarse con las significaciones que realiza Pascual de Madoz cuando habla, en su Diccionario geográfico–estadístico–histórico de España (1845), del despoblado de Diganzales. Lógicamente, hay que tener las cautelas y reservas correspondientes ante las venturas y desventuras que se narran, al igual que ocurre con cualquier otro pliego de cordel. No obstante, Fernando Flores del Manzano coincide en señalar que los nombres propios que se citan en el romance se corresponden con los de auténticos miembros de la cuadrilla de “Los Muchachos”. Anota, igualmente, que la Florentina que aparece como amante de Miguel Dosado hace referencia a Florentina Jiménez, que fue condenada a diez años de cárcel en un presidio de Badajoz. Como dato curioso, apuntamos que el apellido “Dosado”, otrora bastante abundante en la localidad de Santibáñez el Bajo, está a punto de desaparecer. Tan sólo lo conservan, por línea paterna, Florentino Dosado Gómez, que se encuentra de capellán en la marina, por lo que es difícil que tenga descendencia, y Miguel Dosado Barroso (tiene el mismo nombre que el famoso bandolero), casado con Mª Ángeles Barroso Montero, que ejerce como policía nacional en Cáceres; su hijo Álvaro es el único eslabón para que el apellido se conserve.
Flores del Manzano advierte que este romance se aparta un poco de la estructura convencional de los pliegos de cordel. Tal vez sea debido a esos “arreglos” que vinieron de la mano de Vicente Martín Iglesias. Como buen iconoclasta y republicano, seguro que suprimió adrede las invocaciones de tipo religioso que suelen encabezar este tipo de coplas, amén de mutilar o retocar lo que le vino en gana. De hecho, el verso “Pero quiso Dios del cielo” lo canto primeramente como “Pero quiso la República”. Al llamarle la atención sobre ello, se corrigió y admitió que la segunda versión era la verdadera.
En lo que se refiere al pueblo de Diganzales o Jiganzales, que ya era despoblado en tiempos de Madoz, tenemos que decir que su verdadero nombre era el de Diego González, y así aparece en antiguos legajos. Actualmente, los parajes en donde estuvo esta aldea son conocidos como “Coto Jiganzales”, pertenecientes a la reserva de caza de Granadilla, despoblado también este último y que, antes de que fuera abandonado en la década de los 50 del pasado siglo a causa de la construcción del embalse de Gabriel y Galán, fue cabeza de concejo de la comarca de Tierras de Granadilla. Esta villa, llamada antiguamente Granada, tuvo gran importancia histórica. Se encuentra totalmente amurallada, con imponente castillo y muchas casas nobiliarias.
Pascual de Madoz nos hace, en su Diccionario geográfico, la siguiente descripción del que él denomina “Despoblado de Diganzales”:
“Despoblado, en la provincia de Cáceres, partido judicial y término de Granadilla. Situado en la falda sur de la primera cordillera de Las Hurdes y margen izquierda del río Alagón; era alquería aneja al ayuntamiento de Granadilla, y se despobló hace unos 20 años por efecto de lo frecuentada que era de la cuadrilla de ladrones llamados “Los Muchachos”, que dieron muerte a una mujer; tuvo 9 ó 10 casas, de las que sólo existen los solares. Confina: al norte, con término de Martinebrón; por el este, con el de Lagunilla; por el sur, con el de Granadilla; y por el oeste, con los de Arroyo–Lobos y Riomalo de Abajo; su suelo es fructífero, y se conserva un pago de olivos muy superiores”.
OTROS CANTARES
Siguiendo en la misma línea del romance de ciegos anteriormente expuesto, que se orientan a censurar los horrorosos crímenes de la cuadrilla de “Los Muchachos”, tuvimos la fortuna, en nuestros trabajos de campo por la comarca de Las Hurdes, de encontrar otras versiones , parecidas, tal y como la que nos cantó Teófilo García Hernández, de la alquería de Cambrón, concejo de Caminomorisco, y que plasmamos a continuación:
COPLA DE “LOS MUCHACHOS”
Virgen Santa de la Peña,
consuelo de los cristianos
dame fuerzas y valor
para referir el caso
de la cuadrilla bandidos
que los nombran “Los Muchachos”.
Se ajuntan en el mesón
de Santibáñez el Bajo,
y han echao las boletas,
y al punto han boleteao,
y ha salido capitán
el feroz Miguel Rosado;
cien muertes tiene en su haber,
entre moros y cristianos.
Y dice Miguel Rosado:
–Vamos, vamos, compañeros,
a Jiganzales marchando,
que allí hay muchos reales,
porque hacen buenos tratos.
Veinticinco iban a pie,
y sólo tres a caballo:
Miguel Rosado el primero;
detrás, Corral y Serrano.
Van a casa del alcalde,
y al punto le preguntaron:
–¿Ánde guardáis la moneda
que sacáis de vuestros tratos?
Y el alcarde le contesta
con la verdad en la mano:
–La moneda es muy escasa,
que este es un pueblo malato,
que al yugo de sus faenas
anda el vecino ocupado,
que sólo en tiempos de siega
se ganan algunos cuartos,
y con éste ya van cinco
los años que no segamos,
que por guerras y enfortunios,
no lo podemos ganarlo.
Al oir tales palabras,
de una viga lo colgaron.
Vivo le sacan los ojos.
Vivo le cortan las manos.
Vivo le arrancan la piel
y a una hoguera lo tiraron,
y allí murió el pobre arcarde,
entre gritos y quebrantos.
Pero quiso Dios del cielo
que, al cabo de los tres años,
dieran con el escondiche
de la banda “Los Muchachos”,
y los hizon picadillo
pa comida de un alano.
Han cogido las cabezas
de los tres más afamados,
las llevan al consistorio
de Santibáñez el Bajo;
las clavan en el balcón,
con la sangre chorreando.
Si llegas a Santibáñez,
nunca puedes olvidarlo,
que allí le dieron bautizo
al feroz Miguel Rosado
y a otros cincuenta o sesenta
de la banda “Los Muchachos”.
Mira bien por las esquinas,
por lo bajo y por lo alto,
que puede ser que algún día
te de un carabinazo.
Sin lugar a dudas, estamos ante otro pliego que recoge los ecos macabros y truculentos que se le achacaban a los miembros de la cuadrilla de “Los Muchachos”. Los nombres de los bandoleros Miguel Rosado, Corral y Serrano, que aparecen en el romance, deben referirse a: Miguel Dosado, Francisco Corrales y Antonio Serrano, los dos primeros de Santibáñez, y el tercero de la localidad de Valdeobispo.
Finalmente, dentro de este apartado de pliegos que se ceban con “Los muchachos”, tachándolos de infames y asesinos, traemos dos romances más, recogidos el primero de ellos al vecino de la alquería de Asegur (concejo de Nuñomoral), Antonio Velaz, más conocido como Tío Antonio “Foreles”. Se le realizó la correspondiente grabación fonográfica el día 8 de julio de 1991.
“LOS MUCHACHOS”
Virgen amada y consuelo
de todos los cristianos,
dame luz para explicá
este referido caso,
que era capitán de los bandidos
el feroz Miguel Dosado,
que por ayudantes tiene
a Corrales y Serrano.
Al día abajaron los tres
con Florentina del brazo.
Le preguntan a un labradó
que una tierra estaba arando:
–¿Pa ónde queda Jiganzales,
si no es molestia el preguntarlo?
–Media legua un poco larga,
subiendo y abajando altos.
Como premio ellos le dieron
tres pinchás en el costado,
y de la pinchá mayor,
lo dejaron expirando.
Llegaron a Jiganzales,
un pueblo humilde y honrado,
y se van en cá la arcarde
y lo traen amaniatado.
Ya se marchan a la taberna:
–Echa vinillo del jarro,
que te lo manda Serrano,
que el arcarde es muy cumprido
y nos tiene convidaos.
Ellos que estaban en eso,
y un arridero ha llegado,
que venía de La Alberca
con los dos machos cargaos.
–Ponle vino al arridero,
que es un amigo estimao,
que es posibre que sea hoy
cuando dé el último trago.
–Yo no bebo de ese vino,
me lo dais envenenao,
que se lo beba, si quiere,
la cuadrilla “Los Muchachos”.
Escuchando estas palabras,
al cuello le echaron mano,
le rajan las vestimentas
y lo dejan en corapatos;
los ojos de las sus cuencas
damblos los dos se los sacaron,
y aluego lo queman vivo
entre gritos y quebrantos.
Pero quiso Dios del cielo
y también todos los santos
que un mozo de Jiganzales,
por nombre Manuel “El Chato”,
se marchara a Granadilla
a pedir favor y amparo.
A eso de la medianoche,
el pueblo lo tien tomao.
Serrano, que oyó a unos perros,
muy pronto se ha levantao.
Al poné los pies en tierra,
lo tumbó un carabinazo.
–Anda, anda, Florentina,
límipiame con tu refajo,
que una fuentita de sangre
de mi pecho está manando.
Aquel infame traidor,
llamado Miguel Dosado,
ha tocado retirada
y manda quemar el pueblo,
muriendo siete vecinos
entre las llamas quemaos.
Apresan a tres bandidos
y a otros tres afusilaron;
entodavía otros catorce
de aquel cerco se escaparon:
siete van para Las Jurdes
y otros siete pa Los Baños.
No han pasado los tres meses
y Dios dispuso apresarlos;
les cortaron la cabeza,
también las piernas y brazos,
que es el castigo que tienen
los criminales malvados.
Este pliego, con gran parecido al que cantara Vicente Martín Iglesias, rezuma, en algunas de sus estrofas, clara influencia del romance “El mozo arriero”. De nuevo, aparecen los tres bandoleros de marras: Miguel Dosado, Francisco Corrales y Antonio Serrano. Según el investigador Fernando Flores del Manzano, Miguel Dosado fue el auténtico líder de la cuadrilla. Al caer en combate en 1816, le sucedió Miguel Caletrío, apodado “Caletrión”, pues era un mozo fornido y de gran arrojo.
El segundo romance que exponemos fue recogido a la vecina de Nuñomoral: Cristina Iglesias Velaz, una excelente informante, octogenaria, que atesoraba –tal y como ella decía– “mucha cóprah, máh vieja que lóh áñuh de la nana”.
“COPLA DE LOS LADRONES”
Virgen Santa de la Peña,
consuelo de los cristianos,
dame fuerzas y valor
para referí el caso
de una partía de ladrones
que los llaman “Los Muchachos”.
Estos nombran capitán
al mozo Miguel Rosado,
que por ayudantes tiene
a Corrales y Serrano.
Han marchado a Jiganzales,
que es un pueblo muy honrado,
donde viven los labriegos
cultivando en paz sus campos.
Van a casa del alcalde,
muy pronto le preguntaron:
–¿Dónde guardáis la moneda
que sacáis en vuestros tratos?
– Este es un publo muy pobre
(el alcarde ha contestado),
y sólo en tiempos de siega
se ganan algunos cuartos.
Ahora, pol ser ivierno,
no tenemos ni un ochavo.
Escuchando estas palabras,
de una viga lo colgaron.
Vivo le sacaron los ojos
y sus partes le cortaron,
y luego lo queman vivo,
entre gritos y quebrantos.
¡Pobre señó arcarde!
¡Vaya muerte que le han dado!
Pero quiso Dios del cielo
y también todos los santos
que los crímenes horriendos
de la banda “Los Muchachos”,
al cabo de poco tiempo,
fueran todos expiados.
Les cortaron la cabeza,
les arrancan pies y brazos,
los hicieron picadillo
pa comida de un alano.
¡Viva Dios el Padre Eterno
y vivan todos los Santos,
los buenos irán al cielo
y los malos al infierno!
Tocante a pliegos que muestren el anverso de la moneda, que canten las hazañas de la cuadrilla de “Los Muchachos”, como defensores del pueblo llano y furibundos antiabsolutistas, e incluso también antiliberales, nos hemos encontrado con dos versiones, aparte de los cantorcillos recogidos a Hermenegildo Martín González y Ezequiel Hernández Talaván, que ya reflejamos al principio de este trabajo. De estas dos versiones, una de ellas debió gozar de cierta tradicionalización, aunque nos ha llegado –creemos– mutilada. Nos fue entregada por un nieto de Ramón Bravo Bejarano, que fue un afamado tamborilero de Las Hurdes, oriundo de la alquería de El Cabezo, en el concejo de Ladrillar. Es como sigue:
“LOS MUCHACHOS”
Por tierras de Granadilla,
Granada en pasados años,
traen en jaque a la Justicia
la banda de “Los Muchachos”;
el que no gasta trabuco,
gasta fusil boquiancho.
Todos nombran capitán
al mocito más gallardo;
de nombre firma: Miguel,
y de apellido: Dosado.
Fue el terror de los franceses
por estos froridos campos,
y harto de matar franceses,
se ha metido a bandolero
con Corrales y Serrano.
Un día fuendo a caballo,
a un alcalde se ha encontrado:
– ¿De dónde es usté alcalde,
si no es malo el preguntarlo?
– Del pueblo de Jiganzales,
que es un pueblo muy honrado,
donde viven los vecinos
labrando sus pobres campos.
– Por ser un pueblo tan pobre
(le dice Miguel Dosado),
no tengan ustés cuidado;
iremos a Granadilla
en busca del escribano,
que es un faccioso muy grande
y se la hemos jurado.
¡Viva la Constitución
y muera el rey don Fernando!
En este pliego se habla del escribano de Granadilla, quien, al parecer, era un conocido absolutista. Fernando Flores del Manzano ya lo menciona al incluirlo entre las víctimas de “Los Muchachos”, afirmando que fue colgado por los genitales, hasta alcanzar la muerte. Los versos de este romance nos describen el estereotipo propio del bandolero andaluz del siglo XIX, tal y como ha llegado hasta nosotros, haciendo buena aquella coplilla popular:
Ya viene Diego Corrientes,
el ladrón de Andalucía,
el que a los ricos robaba
y a los pobres socorría.
La otra versión que guardamos, nos fue dictada por Blas González Pascual, maestro de escuela, natural de La Oliva de Plasencia. Nos comentó que la aprendió de mozalbete, de oírsela a unos inquilinos que vivían en el llamado “Palacio de La Oliva”. Nos da la impresión que esta versión tiene un trasfondo culto, adobada por alguna persona ilustrada; escribano, clérigo, maestro o de profesión similar.
Por Tierras de Granadilla
y otras villas y poblados,
muy gallarda se pasea
la banda de “Los Muchachos”.
Todos llevan carabina,
todos montan a caballo,
todos son gente curtida
de luchar contra el gabacho.
Treinta son de Santibáñez,
y cuatro son de otro lado.
Siempre que daban los naipes,
siempre pintaban en bastos.
Muchos honores alcanzan
contra el francés peleando,
pero sólo con mentiras
les paga el rey don Fernando.
–¡Al monte, al monte, valientes,
(gritaba Miguel Dosado),
que no quede un servilón
para que pueda contarlo!
–¡Al monte nos echaremos
(respondían Los Muchachos),
que no queremos cadenas
ni yerros en pies y manos!
Entre los montes de Cáparra,
se juntan los treinta y cuatro
y eligen por capitán
al bravo Miguel Dosado.
Seis años tienen en jaque
a un batallón de soldados,
de la raya portuguesa
a Miranda y su condado.
–¡Vamos, Miguel Caletrío,
dispara un carabinazo,
que has de matar más facciosos
que yerbas tienen los campos!
Por defender sus derechos,
también los del pueblo llano,
están en busca y captura,
como si fuesen penados.
Ellos robaban al rico,
y al pobre van remediando.
Los bienes de manos muertas,
ellos los van reclamando.
La gente humilde y sencilla
de los pueblos comarcanos
los apoya y los defiende
y los tiene como hermanos.
Por Tierras de Granadilla,
muchas voces van sonando,
que dicen a grandes gritos:
“¡Vivan, vivan Los Muchachos!”.
Queremos, finalmente, traer una relación de dictados
tópicos, de la que tenemos varias versiones. Por ser la
más completa y porque en ella se reflejan unas pinceladas
sobre la cuadrilla de “Los Muchachos”, plasmamos
la versión de Fausto Sánchez García, vecino de Guijo de
Granadilla:
En El Bronco, La Malena,
que de puta pasó a honrá.
Santiago Matamoros
lo aclaman en Marchagaz.
San Miguel, en Palomero,
bien lo pueden alumbral,
que las cántaras de aceite
se encuentran a rebosal.
El Cristo de los Remedios
lo celebran en Ahigal,
que no es que remedie mucho,
si decimos la verdá;
que si agua pide el pueblo,
vienen cierzos y marzás.
San Roque el del palitroque
tiene muy buena hermandá
en el pueblo de El Cerezo,
y en Valdeobispo, además,
que los libró de la peste
un año de mortandá.
Y a aquel san Pedro de Alcántara,
más seco que año sin pan,
Santacruz de las Cebollas
le hace la judiá.
En La Oliva ofrecen ramo
al santo patrón san Blas.
Y en el pueblo de Aceituna,
borrachos vienen y van
en torno a santa Marina,
que es la fiesta principal.
Mucho tamboril y flauta
y ganas de rejinchal.
San Ramón le toca a Mohedas,
que es patrón de las preñás,
y Zarza de Granadilla
tampoco se queda atrás,
que a San Ramón le tributa
la novena y la “Velá”.
Los Mártires son en La Granja
una fiesta señalá,
que a aquel que no se remúa,
lo meten en un pilal.
Y el día de la Cruz Bendita
es fiesta de antigüedá,
celebrada por lo alto
en la villa del Casal,
donde viven diez judíos
de las chambras colorás.
En Santibáñez festejan
al gran Cristo de la Paz,
y al que llega forastero,
con el bálago le dan.
Andan p’allí “Los Muchachos”,
con la escopeta terciá,
que de buen se libró
en El Guijo el capellán,
y los ricos de Plasencia
no dejan de rejilal.
En Guijo de Granadila,
Santa Ana es muy nombrá;
la sacan en procesión
con una saya encarná,
que, con tanto polvorín,
está toda chamuscá.
Éste, señores, es mi pueblo,
que no lo puedo negal.
Aquí nací y me crié,
al pie del río Alagón,
donde hay mucho canchal,
guardando unas ovejitas,
con un cuscurro de pan.
San Gregorio, en El Pozuelo,
es la fiesta consagrá,
y llegando a Villa el Campo,
la romería es soná
que a esa Virgen de Gracia
bien la suelen paseal.
Los hombres, tiran cohetes;
las mujeres, a cantal.
Villanueva de la Sierra,
bien te puedes alegral,
que celebras a Dios Padre,
que es el santo principal,
y en lo alto de la sierra
se arrejunta el personal
en alegre romería,
que nunca se vio otra igual.
En El Guijito Quemao,
tenemos que recordal
que tienen Los Antolines
como una fiesta especial.
Unos bailan los “Tres Sones”,
otros “La Charramangá”,
y otros “La Zajarrona”,
que es baile de antigüedá.
Y en Montehermoso, señores,
San Bartolo y nada más,
que, si no quiere llovel,
le dan una remojá.
Amigos, en este pueblo,
no hagáis alarde de na;
no me seáis fanfarrones
ni gallitos de corral,
que pude sel que vos den
una mala puñalá.
Allá va Ana “La Gota”,
jaquetona arrabalá,
con Petronila “La Polla”
y Martina Señorán;
todas llenas de “pingayos”
y “escravinas afrisás”
que la banda “Los Muchachos”
bien las suelen cortejal,
y las llevan de paseo
en las sus jacas montás.
Y esta relación, señores,
va alcanzando su final.
Queden “ustéis” con Dios,
y no les parezca mal
si se rascan los bolsillos
y me dan algún real;
a “ustéis” les está sobrando
y a mí faltándome está”.
Seguro que la relación expuesta debió formar parte del repertorio de algún ciego o lisiado, de los que recorrían ferias y tabernas, entreteniendo al personal con sus gracias y sus chistes. Queda bien patente la referencia a la cuadrilla de “Los Muchachos”, tanto al hablar de Santibáñez el Bajo como de Montehermoso, donde todavía se cuenta que las mozas más guapas de este pueblo eran las novias de los principales cabecillas de la banda, a las que agasajaban con ricos donativos.
HACIA UN CENTRO DE INTERPRETACIÓN
Con las mimbres que hemos ido tejiendo en este trabajo, bien se podría construir un magnífico cesto, o lo que es lo mismo: guardar y proyectar la memoria histórica y legendaria de la cuadrilla de “Los Muchachos” a través de lo que podría ser el “Centro de Interpretación del Bandolerismo Extremeño”.
Nosotros, que nos consideramos internacionalistas, pasamos de chauvinismos y políticas de campanario. No obstante, pensamos que la localidad más emblemática de toda la comunidad extremeña para la ubicación de un centro de tales características es la de Santibáñez el Bajo, dado el importante papel que jugó, en el siglo XIX, en lo referente al bandolerismo de cuño social. Ya hemos oído voces que han aclamado porque tal Centro de Interpretación se levantara en la ciudad de Plasencia, echando mano de un anacrónico centralismo comarcal. Reconocemos que Plasencia es el referente ciudadano con mayor peso en el norte de Extremadura, aunque realmente sea, más bien, la cabecera de la comarca de El Valle del Jerte. Santibáñez el Bajo, por ejemplo, pertenece a la comarca de Tierras de Granadilla, y fue la villa de Granadilla siempre su referente histórico (antes de su despoblación en los años 60 del pasado siglo, al quedar rodeada por las aguas del embalse de Gabriel y Galán). Ni siquiera perteneció el lugar de Santibáñez al obispado de Plasencia, sino al de Coria.
Gente hay –y con cierto peso a nivel de instituciones – que desean arramplar con el Centro de Interpretación y llevárselo a Plasencia. Y la única justificación para ello es el peso de la ciudad del Jerte, como entidad demográfica y de servicios, dentro de los septentriones extremeños. Injustas nos parecen tales reclamaciones, como injusto sería el montar un centro de interpretación basándose únicamente en los documentos históricos que, sobre la cuadrilla de “Los Muchachos”, se guardan en este o en aquel archivo, máxime cuando tales documentos suelen pecar de un atroz sectarismo, redactados e inflados escandalosamente por quienes eran declarados enemigos de aquellos bandoleros. No se puede pecar de un exclusivo sentido historicista a la hora de montar un centro de interpretación. Hay que echar mano, igualmente, de esa aureola legendaria que rodea a hechos y a personajes. Es preciso digitalizar las voces del pueblo, de esos últimos informantes que atesoran cuentos y leyendas, ensalmos y oraciones, romances y coplas de ciego, dictados tópicos y trovas locales…, infinidad de etnotextos que nos sirven para reconstruir formas de vida antiguas y para afianzar la entidad y la identidad de nuestras villas y lugares.
Un centro de interpretación como el del “Bandolerismo extremeño de cuño social” no debe erigirse fuera de su contexto. Además, hay que tomar partido por los núcleos rurales, tan necesitados de un eficaz desarrollo integral, de un despegue que les llene de vida y colorido, de unas redes, en definitiva, que sepan encauzar activamente sus posibilidades de incardinarse en las sendas del turismo rural y ecológico. Así que a “Dios lo que es de Dios, y al César lo que es del César”.
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NOTAS
(1) Las entrevistas realizadas a las hermanas Daniela y Rosalía Barroso Jiménez, se han ido sucediendo repetidas veces, sobre todo en la década de los 80 del pasado siglo.
(2) Ezequiel Hernández Talaván, mutilado de guerra, era hermano de Jesús, que también era tamborilero y que fue, sin lugar a dudas, el mejor informante de la villa de El Casar de Palomero.
(3) Fernando Flores, nacido en el pueblo cacereño de Cabezuela del Valle, del que me honra su amistad, tiene en su haber diversas publicaciones, la mayoría de ellas referidas a la historia y cultura oral de la provincia cacereña, y de modo especial a la comarca del Valle del Jerte, de la que es oriundo.
(4) Manuel Pecellín Lancharro es conocido crítico literario, bibliófilo, investigador en diversos campos…, sobre diferentes aspectos de la cultura extremeña.
(5) Entre otros vecinos de Guijo de Calisteo y Cadalso de Gata que nos narraron legendarios episodios relacionados con “Los Muchachos”, destacamos a Felicísimo López Olivera y José Calvo Rodríguez, que guardaban en su haber anécdotas muy pintorescas sobre la mentada banda.
(6) Vicente Martín Iglesias, hurdano de la alquería de Cambrocino, fue entrevistado en varias ocasiones, aportándonos otro sinfín de romances y cantares de diversa estirpe, amén de interesantes datos sobre aspectos arqueológicos y etnográficos de su comarca.
(7) Tanto a Teófilo García Hernández, como a su mujer: Flora Martín Montero, los tuvimos a nuestra vera en diversos acontecimientos. Constituyen un matrimonio de hurdanos de primer orden en cuanto al bagaje de viejos romances que conservan en sus memorias. El pasado día 4 de noviembre, con motivo de los rituales de “La Chiquitía”, nos deleitaron, ante la mucha concurrencia y el grupo folklórico “El Chamariz”, de Fuenteguinaldo (Salamanca), con otras versiones romancísticas muy raras, y el día 8 de diciembre de 2006, festividad de La Pura, les recogimos, en su casa de Cambrón, una preciosa versión del romance de “La Asturiana”.