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Lo que verdaderamente distingue a un museo del siglo XXI de uno del siglo XIX es que la filosofía que lo inspira trasciende el objeto y puede ser abordada y estudiada desde múltiples y enriquecedoras perspectivas, incluso la del museo-mercado, excluyendo de esa denominación cualquier aspecto peyorativo. Es evidente que el museo-templo que emanó de las tendencias estéticas del siglo XVIII dio paso al museo-escuela del siglo XIX que, a su vez, ha sido sustituido por el museo-lugar de encuentro y comunicación del siglo XX. Las posibilidades que ofrece una estructura compleja capaz de cumplir funciones de almacenaje, estudio, contemplación y creación a partir de los objetos, nos dirá qué podemos esperar del museo del siglo XXI. Sin embargo, sería impropio separar los resultados científicos de ese museo de los resultados sociales. Es decir, dado que las exposiciones no lo son si carecen de público visitante y dado que éste tiene un diferente comportamiento según el mensaje presentado y el grado de satisfacción que esa presentación deja en su contemplación, habremos de convenir que las opiniones de ese espectador tienen suficiente importancia para ser consideradas como una ayuda y no como una carga. Manifestamos un claro escepticismo hacia las encuestas, particularmente las escritas que además se entregan a última hora al visitante y que éste debe cumplimentar deprisa y corriendo y sin posibilidad de haber madurado sus reacciones. Otras encuestas orales dejan ver su poca fiabilidad cuando incluyen preguntas como edad o preparación: recordemos aquellas encuestas realizadas por bellas azafatas que tenían que aceptar constantes mentiras de los hombres maduros entrevistados quienes simulaban tener menos edad de la que en realidad tenían o se inventaban títulos o profesiones universitarias que no poseían. Son, sin embargo, muy ilustrativas las conversaciones breves –no superiores a los dos o tres minutos– en las que los propios visitantes, sin preguntas previas y habitualmente inductoras, expresan su interés, su opinión sobre la visita, su grado de satisfacción por la misma y, finalmente su deseo de volver para detenerse más en determinadas secciones o su pretensión de hacer de embajadores de la colección ante amigos o conocidos a los que invitarán a acercarse hasta el museo. Todas estas opiniones suelen emanar de forma natural o espontánea y constituir un termómetro fiable que muestra el verdadero estado de ánimo del visitante al salir del recinto museístico.