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"Con la rueca y el huso
anda tu madre
buscando quien te quiera
y no encuentra a nadie."
No llegan coches al pueblo de Ceferina y Adela. Salieron hace dos horas de Ovidi. Y Estefanía de Valdorria. Traen madreñas tarniegas "del puerto de Tarna, Boñar arriba". Pero ya no hay quien las fabrique. La queja de que todo se pierde, como las reuniones del filandón, teje que te teje, que ya apenas si se hacen. Ellas prefieren que no desaparezcan. Pero saben que son las últimas personas, junto con María Alonso, que sostienen a duras penas en la memoria y en el corazón cuanto de dijes, cantes, bailes, historias y ocurrencias hubieran por estos pagos.
"El pastor en el monte
dijo a la cacha,
ojalá te volvieras
una muchacha."
Aflojó el lobo. Ahora hay menos. De todo hay menos. Me dicen que en Valdepiélagos se guarda un Libro de Cuentas desde 1598. Y un sello de Felipe II. Vengo por Otero. Estefanía ensalza la ermita de San Froilán, de quien corre la noticia de que una loba le mató la mula y tras domar a la fiera le colocó las alforjas y siguió su camino. La Vecilla. Nocedo de Curueño. El río lo cruza. Ha nevado. Me han puesto en la fonda sopa y carne, y un gran vaso de leche ordeñada hace un rato.
"Amigos, ya no hay amigos,
que el más amigo la pega,
no hay más amigo que Dios
y un duro en la faltriquera."
Nocedo tiene un reloj de sol de mil setecientos y pico. Aquí vive María Alonso, las manos en los bolsillos del delantal, que fue maestra en el pueblo. Ahora guarda cuadernos amarillentos con canciones, trajes, rodaos, pañoletas, medias, zapatillas, escarpines, abalorios. Dice que las medias las hicieron pastores de su familia de un tejido al que llamaban "de cuello" porque allí se colgaban la lana para ir tejiendo mientras se iba de un valle a otro.
"La pandereta anda loca,
la que la toca también
porque no le dan de aquello
que chuchurra en la sartén."
Aquí se bailan titos, menudos y jotas. María dice que son "cosas airosas". La pandereta cambia según la mano que la toque. Estefanía:
"Del vuelo de tu saya
me enamoré yo
de la que la llevaba
que del vuelo no."
Adela:
Cómo se jalea la trucha en el agua
cómo se jalea tu cuerpo salada
cómo se jalea la trucha en el río
cómo se jalean tu cuerpo y el mío.
María:
En teniendo a Dios contento
y un duro en la faltriquera
y un muchacho que ande iluso
diga el mundo lo que quiera.
María hace café y yo les pregunto. Fuera, el corralón blanco con gallinas que picotean la nieve. Dentro hemos encendido fuego. Dice Ceferina que en las aldeas hay ancianas que saben cientos de canciones, pero que ya la memoria les falla. Hago una breve cuenta de años y observo que asisto a una transmisión oral de al menos ciento cincuenta.
"Para empezar saludo
al concurrencial
ya la Virgen del Carmen
pido licencia,
morena si, morena no.
Algún día ignoraba
lo que ahora veo,
las vueltas que da el mundo
válgame el cielo,
morena si, morena no.
Para ponerme a cantar
pido a la Virgen María
que me ayude con su gracia
que no puedo con la mía.
(Cómo se jalea...)
De la montaña he venido
a la montaña me vuelvo,
porque en la montaña
se cría todo lo bueno.
(Cómo se jalea...)
Este pandero que toco
es de la piel de un carnero,
la piel que yo le quité
pa las bragas de mi abuelo."
Ceferina, serena y delgada como una llama sin viento, quiso contar cantando la historia de Faustinita, que la aprendió hace muchos años en un filandón de boca de la mujer más vieja que había en la aldea.
"Faustinita tenía un novio
que Redondo se llamaba,
sus padres no eran gustosos
y la niña cayó mala.
Redondo que se ha enterado
que la niña cayó mala,
no le han dejado entrar
y le habló por la ventana.
Ya sé que estás en tu cama
con las ansias de la muerte
y yo estoy en la ventana
deseando entrar a verte.
Padre mío, madre mía,
Redondo quiere aquí entrar
y yo me voy a morir
y con él quería hablar.
Aquí no entra Redondo
aunque mueras y remueras,
aquí no entra Redondo
ni a despedirse siquiera.
Ay, qué padres tan ingratos
y qué familia tan baja,
antes de morir su hija
ya le preparan la caja.
Redondo que se sa enterado
que le preparan la caja
él ha mandado hacer otra
con los encajes de plata.
Ya se murió Faustinita
la del corazón tan bueno
la que ha quitado a Redondo
varias horitas de sueño.
Ya se murió Faustinita
ya la llevan a enterrar,
su padre iba delante
con cara de criminal.
Su padre iba delante
su madre iba en el medio,
su novio la acompañaba
hasta el mismo cementerio.
Al echar la caja al hoyo
el pañuelo le tiré,
no quiero que coma tierra
boquita que yo besé.
Ya no quiero más chavalas
ya las perdí la Ilusión,
el luto de Faustinita
le llevo en el corazón."
Tras una interrupción breve en la que el hilo argumental se enredó con no sé qué en la memoria, concluyó Ceferina:
"Las que os tengáis por guapas
venid aquí al cementerio
que aquí se termina todo,
la hermosura y el dinero.
Nos quedamos mucho tiempo callados, viendo arder un madero.