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En muchas ocasiones al “botarga”, le decimos “la botarga”. Yo creo que es algo muy común ya que, generalmente, suelen denominarse por el común según le parece a éste, tanto en masculino, muy pocas veces, como en femenino, las más, e incluso se recoge así las diversas cancioncillas infantiles alusivas a este personaje carnavalesco:
“Botarga la larga,
la cascarulera,
más vale mi culo
que todas tus tetas”.
Se llama “la botarga”, en Retiendas y también en Tortuero recibe esa denominación, aunque después, cuando recorre las calles en petición de limosnas, los chiquillos la reciben con la siguiente coplilla:
“El botarga caritativo
este año ya ha salido.
Botarga, botargaaa…”
en masculino.
Cobra sentido femenino en Montarrón, al igual que en Robledillo de Mohernando; Jócar (ya desaparecida con el propio pueblo); Valdenuño Fernández, donde acompaña a un grupo de “paloteistas”, en la fiesta del “Niño Perdido”; Málaga del Fresno; Albalate de Zorita, donde “las botargas” son numerosas y al mismo tiempo son danzantes de San Blas; Majaelrrayo, donde hay dos “botargas”, que también cambiaron su fecha primitiva de salir, invernal, por el mes de septiembre y donde, al parecer, una es “la botarga” y otro “el botarga”, según se desprende de las canciones insultantes que, respectivamente, se les cantan:
“Botarga la larga,
cascaruleta,
mata las pulgas
con una escopeta”.
y “Cuando tiene un traje,
rayau, rayau;
cuando tiene otro,
remendón, remendón.”
Lo propio sucede con las “botargas” de Almiruete y sucedía con las ya desaparecidas de Taracena e Iriepal, Valdepeñas de la Sierra y La Mierla, etc., por no pecar de prolijos.
Sin embargo, sobre “la botarga” de Beleña de Sorbe, Sinforiano García Sanz, quizá uno de los mayores y mejores conocedores de las fiestas carnavalescas de la provincia de Guadalajara: botargas incluidas, en su trabajo “Botargas y enmascarados alcarreños (Notas de Etnología y Folklore)”, publicado en su primera parte, (precisamente hasta “La “botarga” de Beleña de Sorbe”), en la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, Tomo IX, 3er. cuaderno, (Madrid, 1953) y, mucho más completo, en Cuadernos de Etnología de Guadalajara, n.º 1 (Guadalajara, 1987), se refiere constantemente a “la botarga”, tanto en el texto descriptivo, como en los pies de las fotografías que publica y que son las siguientes:
“Fig. 8. La “botarga” de Beleña con la máscara de madera”.
“Fig. 9. La “botarga” de Beleña con la cara sin tapar”.
“Fig. 10. Máscara, porra y castañuela de la “botarga” de Beleña” y “Fig. 11. La “botarga” de Beleña dibujada de espalda”.
Pues bien, a pesar de todos estos antecedentes, José Luis Boyarizo, me informó, personalmente, que en Beleña se dice “el botarga”.
Y yo, obediente, así lo hago constar.
En realidad, estamos ante un personaje que en poco, se diferencia de otros y otras botargas alcarreñas.
Su vestimenta es muy parecida a la del resto de los enmascarados de este tipo: su traje es de colores. Rojo y verde a grandes trozos contrapeados. Llama la atención el que en su vestimenta tenga cosidas unas estrellas de ocho puntas y un monigote, que quizá sea una representación de sí mismo, que lleva tanto en el pecho como en la espalda como símbolos protectores. En realidad no son más recuerdos de una vieja tradición medieval en que los astros tenían que ver en la suerte y el porvenir de los humanos. (Y algo más, pero ya perteneciente al mundo del simbolismo ocultista, no sólo a través de los colores del traje, sino al de sus añadidos: –estrellas, número de puntas de cada una, colores, etc.–, a modo de aprovechamiento mágico, que se ha ido retransmitiendo desde los tiempos antecristianos hasta la actualidad, aunque haya quien no quiera aceptarlo).
Calza abarcas sobre peales, sencillos, de lona.
Es llamativo que en el trasero lleve un apéndice que recibe el nombre de “higa”, al igual que sucede con la “botarga” de Montarrón, que se solía rellenar de alfileres para que los chiquillos traviesos que intentasen arrancársela se pinchasen. Lo que al fin y al cabo no deja de ser una sencilla inocentada.
Pero sigamos: De la cintura le cuelgan numerosas campanillas con las que hace un ruido singular y atrayente que sirve para ahuyentar a los espíritus malignos. A los demonios de la casa, dado que, además de tratarse de un diosecillo antecristiano que protege el fuego del hogar y el “fuego humano” y el animal, que hace que crezcan sanos los ganados y las personas, así como que florezca el campo y las cosechas vengan buenas y granadas, para que la despensa se llene y sirva de sustento para todos los que constituyen y forman el sistema social celular.
Lleva una careta de madera, pintada de rojo, blanco y negro, con una lengua roja de cuero que sobresale insultante y bigote y perilla a juego con las cejas. También una cachiporra, a modo de caduceo, especie de vara mágica, con la que va golpeando a todos aquellos que se crucen en su camino, con el fin de traspasarles por magia simpatética sus poderes fecundantes. De ahí que se haga acompañar al mismo tiempo por unas castañuelas que más que otra cosa sirven de receptáculo para las limosnas que le dan y una naranja que, como el sol, representa el calor y la vida, con la que golpea ciertas partes del cuerpo femenino, pero que en el caso del masculino, suele consistir en un golpe en la frente.
(En realidad el “Mere” también conocido por el alias de “Mereja” hizo dos máscaras; pero, ¡eso sí!, siempre marcadas en hojalata recortada con sus siglas iniciales: “H.A.”, que equivale a tanto como decir “Hermenegildo Alonso”).
También por eso entra impunemente en las casas que encuentra abiertas y sabe que viven muchachas jóvenes, a veces saltando por los balcones, para llegar a su alcoba e incluso la propia cama…
Y los mozos se esconden.
Precisamente, por llevar careta y cachiporra, Caro Baroja denominaba a este tipo de personajes carnavalescos “máscaras fustigantes” (como lo son casi todas las que pertenecen al ciclo de invierno, aunque en el caso del “botarga” de Beleña de Sorbe y otros, como las ya mencionados de Majaelrrayo, cambiasen sus fecha de salida, invernales, por otras veraniegas, con el fin de que quienes tuvieron que abandonar el pueblo por culpa de la emigración, puedan participar de la fiesta durante sus vacaciones).
Antiguamente, según apunta García Sanz, este “botarga” (para él “esta”): “… aparece la “botarga” el día 2 de febrero, fiesta de la Candelaria, a las tres de la madrugada, recorriendo el poblado y haciendo sonar las campanillas, que lleva en la cintura, para que le oigan los que tranquilamente duermen. Va solo y corre desde su casa a la villa (parte alta del poblado y a los pies de la arruinada fortaleza) y luego a la parte baja; esto durante varias veces, para terminar en casa del mayordomo primero, en cuya compañía y la del mayordomo –un recuerdo para Francisco Palancar – segundo recorre el pueblo, pidiendo en casa, muy de mañana, procurando, en las casas que hay mozas, entrar a despertarlas”.
Hoy, ya no es igual, pero, antiguamente, las limosnas que recogía a lo largo de su cuestación a lo largo de las calles y casas de pueblo, solían servir para el pago de los gastos que ocasionaba la fiesta. Para ello esperaba a las gentes de fuera.
Después reunía a las autoridades, al cura y a los mayordomos y acudía y aún acude a misa, pero sin campanillas ni máscara y, curiosa y llamativamente –como ser cristianizado– ofrece la adoración del crucifijo.
Luego, dice nuevamente García Sanz: “Durante el resto de la mañana, y después de comer hasta la hora de la procesión, sigue buscando forasteros y vecinos para continuar recogiendo dinero, siempre con saltos y alegres bailes, al compás del son de las campanillas que lleva a la cintura y algún grito que otro. Luego, en la procesión va muy formal y no lleva careta. Mientras la subasta de las ofrendas y de los brazos de las andas de la Virgen está quieto y ayuda al subastador; roba una naranja de las regaladas a la Virgen de las Candelas y la da a oler, golpeando con la misma la nariz de los incautos”.
Todo tal y como se dijo.
Dejaba de actuar a la hora de la cena, quitándose el traje que habría de ponerse al día siguiente: San Blas.
Curiosamente, dice García Sanz, el papel de “botarga” lo solía desempeñar un joven, generalmente por promesa.
Pero así lo creo yo, el botarga, la botarga, como quiera que se quiera denominar o que los denominen, no deja de ser un diosecillo menor, antecristiano, de la agricultura y la ganadería, del propio hombre, que necesita de su ayuda, ya que con sus saltos y cabriolas hace que crezca más alta la cosecha, –cuantos más altos sean sus saltos, al igual que los gigantes y cabezudos, mejor será la cosecha–. Se trata de un mundo propiamente ascensional más emparentado con lo gótico que con lo terráceo, ctónico y románico.
A PESAR DE 1978…
Pero es una gran lástima, que, a pesar de los pesares y de las causas que se aducen, “el botarga” de Beleña de Sorbe actúe hoy, a comienzos del siglo XXI, en el mes de agosto, olvidando sus siglos de tradición, su pasado, su trayectoria universal, el color ya desvaído de su traje, de tantas y tantas lluvias y fríos, que no de tantos soles agosteños del segundo domingo.
Hoy ya no es como antes, que quienes se fueron ya tienen su segunda vivienda heredada de los padres, tíos o abuelos, que viven a no demasiada distancia, y que los medios de comunicación –las carreteras, en este caso– son buenos, que se maneja algo más de dinero que antaño…
Hoy, pienso que estas personas deberían darse cuanta de que “el botarga” de su pueblo, de Beleña de Sorbe, no está a su servicio, sino que ellos, los de fuera, los que se fueron y vuelven, deben estar, –al revés–, al servicio de “el botarga” que, al fin y al cabo, es quien los representa en su esencia, es su raíz ancestral y la huella viva de su pasado celtibérico que, al mismo tiempo, es su actual forma de ser y de ver la vida.
Por eso pienso que “el botarga” de Beleña de Sorbe, con todos mis respetos, debería volver a salir en su fecha inicial, en la fecha para la que fue pensado, creado, y vivido…
El día 2 de febrero, día de la Candelaria.
Como colofón quisiera agradecer a la Asociación Socio–Cultural “Amigos de Beleña de Sorbe” el empeño constante que ha venido manteniendo en conservar esta tradición en toda su pureza original, así como por dejar huella y constancia de la misma a través de una sencilla y generosa grabación: la “Historia del «botarga»”.