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Revista de Folklore número

309



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Andanzas y desandanzas de Gonzalo Martín Encinas, preclaro hijo de Las Hurdes

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 2006 en la Revista de Folklore número 309 - sumario >



Esperar agradecimientos de la generalidad de los hurdanos es como pedir a un olmo que dé peras. Pero no porque no sepan ser agradecidos (lo son a su manera), sino porque, en su subconsciente, siguen pensando que es España entera la que debe desagraviarles primero y, luego, tiempo habrá para agradecer lo que fuere menester.

Debido al ñoño paternalismo con que los poderes públicos, tanto civiles como eclesiásticos, han venido cobijando a los hurdanos, se ha generado toda una legión de individuos que siempre acostumbran a estar a la defensiva, exigiendo muchos derechos y prestaciones, como si toda la vida hubieran sido unos pobrecitos parias y la sociedad debiera resarcirles de los supuestos sufrimientos de antaño. Lógicamente, esta mentalidad tan interesada va perdiendo fuelle a medida que los tiempos avanzan y que la gente sale fuera de la comarca y se embadurna con otros aires. No obstante, hay que reconocer que el sociocentrismo, la secular desconfianza, cierto carácter huraño, el sonsonete quejumbroso y el arrogarse muchos derechos pero pocos deberes sigue siendo una constante en gran parte de las alquerías de la comarca y en no pocos habitantes de las cabezas de concejo.

Hay que compartir mucho pan y mucho vino con los hurdanos para que, como contraprestación a la ayuda aportada por Pedro o por Juan, reciban éstos una botellita de vino casero, una bolsa con cerezas, unos puñados de castañas u otros productos que los habitantes de las serranías hurdanas obtienen de sus huertos. Muchas veces hemos oído exclamar a este maestro, a ese practicante, a aquel secretario de ayuntamiento o aquel otro guardia civil o funcionario cualquiera de la Administración, ejercientes en Hurdes, cosas como éstas:

–“Les preparas docenas de papeles, les franqueas ésta o aquella puerta, les acompañas a tales o cuales sitios…, todo con mil amores y, al cabo y a la postre, no te agradecen nada. Y lo que es peor: hasta hay algunos que te dan la puñalada trapera por la espalda”.

No es extraño, por ello, que la mayor parte de los funcionarios, en cuanto han tenido la mínima oportunidad, han ahuecado alas y han escapado de la comarca hurdana. Bastantes de ellos se han marchado apesadumbrados y cariacontecidos, azuzados incluso por latentes violencias, por gente que verbalizaba agresividades y que pensaba que esos funcionarios “venían a comerse el pan de los hurdanos”.

Están faltos muchos hurdanos de las habilidades inherentes al agradecimiento. Y no sólo no son agradecidos con el forastero, sino que, si cabe, aún son menos generosos con sus iguales, con aquellos hurdanos que, a lo largo de su trayectoria vital, se volcaron en altruista lucha por su tierra, sin pedir nada a cambio. Es más: pagados fueron muchas veces esos quijotes con denuestos y con malsanas venganzas.

Contadas son las calles, plazuelas o instituciones que, en Las Hurdes, están rotuladas con gente de a pie, de carne y hueso, que quemaron energías y derramaron sudores por sacar a esa tierra del marasmo que la atenazaba. Abundan, por el contrario, las placas con nombres de civiles y eclesiásticos que, atiborrados de malsanos prejuicios, intentaron redimir la comarca cual misioneros llegados a las selvas africanas, aplicando un pazguato paternalismo que lo único que consiguió fue que los hurdanos aprendieran a poner el cazo, a que supieran comerse el pez pero no a pescarlo. Y, lamentablemente, todavía abundan también los rótulos que hacen mención a siniestros personajes, represores de la clase obrera y destacados miembros de la dictadura franquista.

BAJO EL SIGNO DE LEO

Vistas las pinceladas sociológicas vertidas más arriba, a nadie le puede extrañar que Gonzalo Martín Encinas, hijo de Tío Antonio “El Tureles” y de tía Avelina Encinas Japón, no tenga dedicada una calle en su comarca, por muy insignificante que fuese. Y no es que le falten méritos a este hurdano para ello. Ni mucho menos.

Gonzalo vio la luz en la alquería de Aceitunilla, concejo de Nuñomoral, en agosto de 1953. Nació bajo el signo de Leo, al igual que el que firma este trabajo. Pero tres pitos nos importa (al menos a mí) haber nacido bajo Leo o bajo Sagitario, pues esos asuntos de la astrología no se acomodan en nuestras coordenadas agnósticas y racionalistas. Algunos creen que hemos nacido bajo Escorpio, dado el aguijón que nos gastamos.

El caso es que Gonzalo fue creciendo en el seno de una prole muy numerosa, tal que el resto de las familias hurdanas de aquella época. Los progenitores se cargaban de hijos y no estaban los tiempos para tirar nada por la ventana. Hoy, con las necesidades básicas cubiertas, como mucho, se modela la parejita y se cumple con la patria. Ayer, con tantos hijos, el que no corría volaba; pero, en nuestros días, se amuerman los muchachos, padecen de obesidades precoces y sus únicos afanes son los ordenadores, los teléfonos móviles y otros jueguecitos cibernéticos.

Después de asistir a la escuela unitaria en los años de la autarquía, del queso y la leche en polvo, Gonzalo empezó a luchar por la vida, poniendo en juego su despejada inteligencia y su aguzado ingenio. Emigró, como tantos, y llegó hasta las montañas de Suiza. Vuelto a la Península, metióse en negocios de albañilerías, que abandonó cuando la salud le jugó una mala pasada. Fue transplantado de riñón y regresó a su alquería. Recuperado de sus dolencias, se embarcó en policulturas que siempre giraron en torno a su tierra, barrenando los pizarrosos terruños para arrancar las más profundas y prístinas raíces.

Se pateó de punta a punta la globalidad del territorio hurdano. En los foros ecológicos era conocido como “El Correcaminos de Las Hurdes”. Despejó y levantó cartografía sobre los antiguos caminos de la comarca, enmendando estudios realizados por geógrafos y otros estudiosos. Compaginando la teoría (era todo un devorador de libros) con la práctica, se “diplomó” en la “Universidad de Las Hurdes”, la que tiene por lema: “La experiencia es la madre de la ciencia”, en materias arqueológicas. Gracias a él, variopintos arqueólogos e historiadores han vertebrado sus memorias de licenciatura y otras tesis. Descubrió infinidad de petroglifos, covachas con industrias prehistóricas, asentamientos calcolíticos y del Bronce, antiquísimas labores mineras, restos romanos… Atesoraba, en su alquería de Aceitunilla, una importante colección de utillaje lítico y cerámico, destinada a los fondos del tantas veces prometido y nunca ejecutado “Museo de Las Hurdes”. Esta colección, expuesta docenas de veces públicamente y que contaba con el beneplácito de antiguos responsables de la consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, fue intervenida y trasladada sibilinamente al museo provincial de “Las Veletas”, en Cáceres. Gonzalo y algún otro compañero, que figuraban como mantenedores de la citada colección, fueron humillados, llevados al cuartel de la Guardia Civil de Nuñomoral y tratados como delincuentes, acusados de traficar con piezas arqueológicas, cuando lo único que estaban haciendo era salvaguardar y defender con uñas y dientes el patrimonio cultural del territorio hurdano. Fuerzas vivas de la comarca, en conciábulo con investigadores sin entrañas y con gente perteneciente al aparato administrativo de la región, fueron los responsables de tal felonía. Se abrieron diligencias, pero, cuando llegó el día del juicio oral, la parte querellante no dio la cara, huyó con el rabo entre las patas. Ya llegará el día en que se descubra tan envenenado pastel y se ponga a cada cual en su sitio. Mientras, muchas de las piezas encautadas, entre las que se encontraban reliquias etnográficas (amuletos, dijes, “piedras del rayo”…), pasadas de padres a hijos, duermen el sueño del polvo en los sótanos del museo de “Las Veletas”, sin que hayan sido devueltas a sus dueños.

Hizo sus pinitos Gonzalo como artesano, fabricando castañuelas y singulares bastones. Esmeróse en mimar su huertezuela del pago de “La Llaná”, donde, por cierto, se ven huellas muy patentes de la presencia de Roma. Cuidaba sus olivos y sus parras, retomando también la tradición de macerar madroños y fabricar un suave aguardiente, cosa que, en tiempos, fue muy común a lo largo y ancho de Las Hurdes.

Pero donde realmente volcó Gonzalo sus sudores fue en dar vida, en avivar los rescoldos de una riquísima cultura oral y tradicional que se escondía bajo las azulencas pedrizas de su tierra. Si había servido de introductor y de guía por las retorcidas callejuelas de las aldeas y por las zigzagueantes sendas de la montaña a gente interesada en la arquitectura tradicional o en las improntas de la Prehistoria, no lo fue menos a la hora de encaminar los pies tras los bailes y las danzas, las rondas y las fiestas. Aupó con su tesón y entusiasmo los ancestrales ritos del “Robu de la Albehaca”, manifestación festiva, celebrada a mediados de agosto, que venía agonizando. Se involucró en la resurrección del “Carnaval Jurdano” y en la recuperación de los rituales de la “Carvochá”, los que, al llegar el día 1º de noviembre, conmemoran de modo peculiar y antañón a las ánimas. Se deshizo para llevar a buen puerto muchos “seránuh”, donde, al amor de la lumbre, entre las tinieblas de la noche, hurdanos y hurdanas de los diferentes concejos de la comarca desgranaban, ante las grabadoras y cámaras de los estudiosos, el arcaico romance, el cuento maravilloso, los mitos legendarios… y tantos y tantos textos etnográficos.

Gonzalo estuvo encuadrado en la Corrobla Folklórica “Estampas Jurdanas”. Sin lugar a dudas, era el mejor danzarín del grupo. Su arte trenzando y picando los pies al compás de las castañuelas y bajo los sones de la gaita y el tamboril, será recordado por mucho tiempo en todos y cada uno de los pueblos de Las Hurdes. Y es que, con toda seguridad, no quedará una sola aldea de la comarca, por minúscula que sea, en donde Gonzalo no se haya marcado un “picau”, una “jaba”, un “perantón” o una jota. Gonzalo, después de afincarse en su pueblo, libre de ataduras laborales y familiares, vivió la vida a tope, visitando periódicamente todas y cada una de las alquerías y cabezas de concejo de su comarca. Algo le daba al acordeón y al tamboril, pero su destreza salía a relucir percutiendo los platillos del café, las cucharas, el badil u otros instrumentos al uso. En muchos puntos de la geografía española y portuguesa demostró, ya fuere en el tablado o junto a la barra de una tasca, sus dotes y sus artes para interiorizar y expresar el bagaje etnomusicológico de su tierra.

Ciertamente, Gonzalo era un hombre progresista. Era un rebelde por naturaleza, un auténtico libertario. En cierta ocasión, formó parte de una candidatura municipal de Izquierda Unida, pero pidió que le colocaran en los puestos de atrás, ya que sus intenciones no eran el ser revestido con el birrete de concejal. Tampoco habría valido para ello, ya que no admitía el mínimo enjuague ni la mínima treta caciquil. Al igual que se fue haciendo un autodidacta, se fue forjando en la lucha diaria, rompiendo su lanza infinidad de ocasiones contra los monstruosos molinos de viento que, cual fantasmones, se cernían sobre las cordilleras hurdanas. Como legítimo hurdano, a veces le salía la vena de la tierra y se mostraba suspicaz, receloso, aguerrido y acerbamente crítico contra los aires que venían de fuera del ámbito comarcal.

Su quijotesca figura que, a veces, cuando se soltaba al aire su plateada melena, tomaba el aspecto de un viejo rockero venido a menos, fue atrapada por la cámara del afamado cineasta holandés Ramón Gieling, ocupando un papel relevante en la película “Prisioneros de Buñuel”, rodada en Las Hurdes el año 2000.

MUERTE QUE RONDAS MI OLVIDADA CALLE

El día 23 de abril de 2005, sagrada fecha para todos los que rendimos culto al libro, vimos a Gonzalo como siempre, en alegre francachela, rebosando vitalidad por todos los poros de su mala salud de hierro. Nos juntamos en la finca de “Las Hojas de Durán”, donde nuestros amigos Luis Pérez Pescador y Victoriana Montero Sánchez se afanan, como encargados, de administrar las ruralidades de un terrateniente absentista. ¡Ojalá llegue pronto el día en que la tierra sea para quien la trabaja! Comimos, bebimos y rematamos el día por los pueblos de Santacruz de Paniagua y Palomero. Gonzalo estaba en vísperas de que le extirparan un carcinoma basocelular que tenía en la aleta de la nariz. No hacía mucho, le habían sajado el pómulo izquierdo para cauterizarle otro.

La víspera de San Antonio de Padua, el día 12 de junio, varios compañeros y compañeras, encuadrados en la Corrobla Folklórica “Valdelagares”, de la comarca cacereña de Tierras de Granadilla, nos acercamos a la alquería de Aceitunilla, que estaba en fiestas. Gonzalo, alma y motor de tales fiestas, quería que sus vecinos vieran el buen hacer del grupo “Valdelagares”. En la “bajera” de su vivienda, nos ofreció una suculenta cena. Cuando le preguntamos quién corría con los gastos de todo aquello, nos respondió que él, en pago al buen trato que había recibido en la localidad de Santibáñez el Bajo, de donde eran la mayoría de los componentes de la agrupación folklórica “Valdelagares”. Y apuntilló sus explicaciones con un horrible presagio: “Lo hago porque quiero y porque puede ser que, con esta fiesta, cerremos la temporada”.

Pasó San Antonio y todo sucedió vertiginosamente. Operaron a Gonzalo y los dermatólogos le descubrieron algo peor que un carcinoma basocelular. Un nevus que tenía en el antebrazo había malingrado. La biopsia de unos ganglios aportó fatal diagnóstico. Gonzalo tenía un melanoma maligno, con metástasis por diferentes partes del cuerpo. Su orgullo y amor propio, incapaz de soportar que la gente le mirara compasivamente, echaron siete candados sobre la enfermedad y él, sólo él, en la soledad de su vivienda de Aceitunilla, se tragó aquel apestoso y caquéxico sapo.

Con la cicatriz en el antebrazo, pero desconociendo aún el resultado de la biopsia, todavía acudió con su paisano Luis Iglesias Crespo, “El Boni”, a una fiesta más en la finca de “Las Hojas de Durán”. Fue el 18 de junio. Gonzalo doblaba el codo, pero se mantenía reservado y taciturno. Algo intuía, alguna mala corazonada bullía entre sus sangres.

El vino y otras bebidas espirituosas enhebraron las viejas cantatas. Mucho le costó esta vez arrancar a Gonzalo, cuando siempre era el primero que echaba mano de los platillos del café o de cualquier otro utillaje y se acompañaba diestramente mientras desgranaba antañonas coplas. Por lo bajo, nos advirtió que, en recuerdo de su padre, iba a salir con el romance de “La Pastora”.

Antonio Martín Martín, alias “El Tureles”, padre de Gonzalo, había fallecido en el verano de 2004. Antes de su muerte, había garabateado en unos papeles letras de viejas coplas, de cuentecillos, refranes, adivinanzas y otros dimes y diretes. Los papeles se los entregó a Gonzalo, y éste había recordado textos que estaban difusos y mutilados en su memoria. Tío Antonio, “El Tureles”, fue alguacil en Aceitunilla y tocaba con un cuerno de vaca para convocar a los vecinos a concejo abierto. Durante muchos años desempeñó el papel de “La Mona” en los antruejos de la alquería, haciendo miles de cabriolas, embutido en resecas pellicas, por las callejuelas pizarrosas. También se encargó de pasear “La Gallareta”, un curioso pelele de los carnavales, cuyo recuerdo es ya, lamentablemente, agua pasada.

Aquel 18 de junio Gonzalo me confesó que veía, últimamente, muchas veces a su padre, en sueños, y que parecía que le llamaba, indicándole que fuera tras él. Bajo el sopor de la siesta, con voz más tristona que de costumbre, Gonzalo se metió en danza y nos entretuvo con unos romancillos, de los que sólo habíamos escuchado algunos fragmentos.

Cuando aquella tarde brindamos por la salud en las anónimas tabernas de Palomero, Gonzalo, olisqueando un verano de luto y llanto, repitió varias veces unos versos de José María Gabriel y Galán:

“…muerte que rondas mi olvidada calle…
¡qué pequeños sois todos, qué pequeños,
y mi dolor que grande!”.

Luego, la vorágine vino con sus hospitales y sus quimioterapias. Pero no hubo nada que hacer. El día 4 de agosto de 2005 fallecía Gonzalo en el Hospital Clínico de Salamanca. Y el día 5 le dimos tierra en el diminuto y semiabandonado camposanto de Aceitunilla, bajo un calor asfixiante y bajo unas montañas hoscas y feroces.

Pasó el resto del verano, el otoño y entramos en un nuevo año. Gonzalo es ya memoria. Seguro que nunca tendrá un callejón rotulado con su nombre en esa tierra a la que tanto amaba y por la que tanto luchó y se partió el pecho. No es que la tierra, que cobija ahora cálidamente sus despojos, sea desagradecida. Son los que pisan sobre ella los que carecen –tal y como decíamos más arriba– de habilidades sociales capaces de generar agradecimientos. A lo mejor un día saltan los resortes que constriñen ciertas mentes y alguien se acuerda de inmortalizar, en una calle o plazoleta, la memoria de este preclaro hijo de Las Hurdes. Por de pronto, sus familiares y amigos le rendiremos el homenaje que se merece el próximo 15 de abril, festividad de Sábado Santo. Nos juntaremos en el paraje de “La Llaná”, en términos de Aceitunilla, donde él tenía su singular y bucólico retiro, y recordaremos, entre sones de flauta y tamboril, su estampa de viejo rockero.

POSTRIMERÍAS

Queremos aprovechar las páginas de LA REVISTA DE FOLKLORE para insertar los últimos cánticos y otras pinceladas etnográficas y etnomusicológicas con los que nos brindó Gonzalo Martín Encinas, alanceado ya por el mal, antes de retirarse para siempre al útero de la madre tierra. Prácticamente, venía a ser un compendio de los papeles que le entregara su padre, Ti Antonio “El Tureles”, unos días antes de irse, también, al reino de las tinieblas.

COPLA DE “LA NICANORA”

(Cantábala Gonzalo acompañándose de un par de platillos de los del café)

“No te acuerdas, Nicanora,
cuando debajo del puente
me decías suspirando:
– Tápame, que viene gente.

Debajo del puente
hay una morena,
que aguardaba al su marido
que venía de la taberna
borracho y perdido
por andar de juerga.

No lo “quedrá” Dios del cielo
ni la virgen del Pilar
que tu ropita y la mía
vayan juntas a lavar.

Debajo del puente…

Nicanora, Nicanora,
ya te lo decía yo,
que los mozos de este pueblo
van a ser tu perdición.

Debajo del puente…

Nicanora se ha “marchao”
al valle “La Rocasquero”.
Iba buscando a algún mozo
que le tocara el pandero.

Debajo del puente…

A Nicanora en el baile
le gusta dar revoleras,
y por eso enseña el culo
y también la cremallera.

Debajo del puente…

NANA

“Duérmete, el mi niño,
que tengo que hacer:
lavar los pañales
y ponerme a coser.

La rorró,
duérmete ya,
la rorró,
duérmete ya,
que viene el Jáncano
y te comerá.

Duérmete, el mi niño,
que viene el Coco
a por los niños
que duermen poco.

La rorró…

Duérmete, el mi niño,
no llores más,
que a mí me “afrigi”
el verte llorar.

La rorró…

La Virgen María,
la madre de Dios,
también al su hijo,
también lo arrolló.

La rorró…

Duérmete, el mi niño,
que viene tío Paco,
y a todos los niños
los mete pa un saco.

La rorró…”.

LA MELUCA

(Cancioncilla infantil)
“Estaba la meluca
metía en el chapallu.
Se salió pa fuera,
se la comió el gallo.

Al día siguiente,
se fue al Mesegal,
y echó la meluca
cuando fue a cagar.

La tuna la meluca
comenzó a cavar
y cavó una cueva
a Martilandrán.

De allí a Los Casares
y, luego, a Monsagro,
y así se libró
del maldito gallo”.

NOTA:

“Meluca” es un término dialectal, equivalente a: lombriz.

“Chapallu” es lo mismo que barrizal.

Mesegal, Martilandrán y Los Casares son nombres de pueblos de la comarca de Las Hurdes. Monsagro pertenece ya a la provincia de Salamanca, con la frontera con la demarcación Hurdana.

EL JUDÍO AVARO

(Romance)

“Me ajusté con un buen amo,
bueno pa quien lo quisiera,
que era más malo que Judas
y una peste de las negras.
Nochecita, nochecita
del día de Nochebuena,
me mandó aviar la compra,
me mandó aviar la cena,
y como judío avaro,
me dijo de esta manera:
–Echa pocas sopas, mozo,
que esta noche hay rica cena:
el pescuezo de una cabra
que murió de una diarrera,
los pellejos del chorizo
que colgaba de la alacena,
y de postre, un mondadientes
para escarbarse las muelas,
y para beber, el agua
que caía de las tejas–.
Como mozo diligente,
fui a encender la candela,
que bien no me parecía,
en tal noche como ésta,
cenar con tanta tiniebla.
Pescó un palo el tal judío
y me apagó la candela.
–Con la luz que da la luna,
que por la claraboya entra,
nos sobra para cenar,
y no hace falta candela–.
–¡Maldito que sea el mi amo
y toda su parentela,
que rebosando de aceite
tiene toda la bodega!–.
A la mañana siguiente,
me dijo que iba de feria.
En abajando a la cuadra,
dio voces como una fiera:
–¡Ay, mozo, gran reladrón,
la pulmunía te comiera,
que me has perdido la cincha
y el cabezón de la yegua!–.
Le llamé falso judío,
le dije que no mintiera:
–¿Desde cuándo tié aparejos
la su yegua rucia y seca?–.
Como estaba enrubinado,
muy pronto me echó la cuenta:
–Toma un ochavito, mozo;
vete, con Dios, pa tu tierra–.
Pero yo, que no era tonto,
le salté de esta manera:
–Por servir a amos cornudos,
me pagan con tal moneda.
Cien reales de vellón
me ha de pagar por las buenas.
Quédese, con Dios, mi amo,
que el ama preñada queda.
Dios le dé tanta salud
como a la mi burra negra:
siete años tuvo muermo
y murió de cagalera”.

COPLA DE LA NOCHEBUENA

(Romance)

Nochebuena, Nochebuena,
cuánto tardas en venir,
para ver a los borrachos
de la taberna salir.
De fiesta andaba la gente,
hasta que amanezca el día,
que por eso es Nochebuena
y es la fiesta de la villa.
Todos iban a la fiesta,
pero el sargento no iba.
Allá van las dos hermanas,
las dos hermanas mellizas.
Un soldado que las vió,
con el recado se iba:
–Por la rambra, mi sargento,
abajan las dos mellizas–.
–Me diga a mí, el soldado,
de las dos, la más bonita–.
–Si muy bonita es la grande,
en estatura crecida;
más guapa aún me parece
la que es rebajetita–.
Al vuelo del su caballo,
a las grupas la subía.
Los vestidos le quitó
a la carrera tendida.
Al subir un robledal,
al bajar la Fuente Fría,
vino la tropa que armó
el conde de Lozanía.
–¡Armas, armas, caballero,
armarla por vuesta vida,
que bien soléis armar,
si vos lo son requeridas!–
Y el sargento, como estuto,
los safiaba a porfía:
–¡Alto, alto, caballeros!,
que no se llama María,
que se llama Moratina,
hija del moro Morán
y de la mora Martina.
Si quieren saber sus señas:
ella vive en Algeciras”.

“LA VIEJA DE LA ALMENARA” (Cuento) “En la sierra de Gata, como tú sabes, está la torre de La Almenara, que, según cuentan, fue un castillo de los moros. A la caía de la sierra está el pueblo de Gata. Pues te voy a contá lo que le ocurrió a una vieja de ese pueblo, de Gata. Dicin que estaba ya en las últimas, en la agonía. Tós los familiares estaban al lao de la cama, a despedirse, a acompañarla en las horas postreras. Va y dicin que fue y, estando ya en las últimas, se incorporó en la cama y empezó a dar voces:

–¡Ay, Dios mío, ay, ay, ay…! ¡Ay que me acobija la muerte y allí queda el tesoro, allí, en La Almenara! ¡Ay el mi tesorito, el mi tesoro!

Claro, los familiares, al oir aquello, pues se hicieron cruces. Claro, no era para menos. Y van y le dicen:

–A ver, abuelita, a ver, ¿qué dice usté del tesoro, del tesoro que se dejó en La Almenara?

Dici ella:

–Ay, sí, hijos, sí, que allí me quedé yo el tesorito.

¡Con lo que valía aquel tesoro…!

–Pos habrá que ir a buscarlo, abuela, que allí no puede quedal. La llevaremos a usté como podamos, y ya va y nos indica ánde está el tesoro. Usté no se preocupi, que la llevaremos en unas andas, en unas parigüelas.

Pues dicho y hecho. La cogieron, la echaron en las parigüelas y, a ratos unos y a ratos otros, totá que la puson en aquellos caminos y, echando fatigas, la encaramaron hasta la misma torri. Dici ella, al llegá:

– A vé, a vé, llevalme al patio de la torre, a mitá del patio.

Van y la ponen en mitá del patio. Va ella, la vieja, se esparrancha allí, en mitá, y dice:

– ¡Ay, ay, ay…, aquí dejé yo el mi tesoro, aquí mismo, en esti mismo sitio, aquí, aquí, aquí…!

Y va uno, que traía un pico, y dici:

– A vé, abuela, se aparti, que voy a picá.

Dice la abuela:

– ¡Qué picá ni qué ocho cuartos, que pa encontrá el mi tesoro no hace falta picá! El mi tesoro lo tenía aquí, aquí y aquí, en la gajá, entre la patas, que aquí fue ande el vuestro padre y el vuestro abuelo me la esbiriguiñó por primera vez. ¡Ay, ay, si vieráis el tesorito que me dejé aquí…! Claro, tós se quedaron de piedra, como las estatuas, que les cayó más que bien por tanta avaricia”.

ENSALMO

(Para quitar los males de ojos y los embrujos)

ENSALMO

(Para quitar los males de ojos y los embrujos)

“Abajó Cristo con mando,
abajaba de los cielos
y el ángel le está aguardando
con la su espada de fuego.
Santa Ana parió a María,
María parió a Dios;
Santa Isabel, que era prima,
también a San Juan parió.
Si a ti te echaron “maldoju”
y en hora mala lo echaron,
que caiga en tierra de herejes,
donde caen piedras y rayos.
Gloria al Padre y al Hijo,
gloria al Espíritu Santo,
que se retire el embrujo,
el maldoju y el espanto”.

Gonzalo no creía mucho en las brujas, pero, tal vez, se encontrara entre aquellos que hacían suyo el dicho gallego de “no creo en las brujas, pero haberlas, haylas”. Todavía están muy arraigadas las creencias sobre el mundo brujeril en la comarca hurdana. Rara es la aldea donde no se significa la existencia de alguna bruja, denominada también con el término “menga”, lo que la emparenta, semánticamente, con la “meiga” de tierras de Galicia. La madre de Gonzalo, Avelina Encinas Japón, que fue profundo venero de romances, cuentos, leyendas y otros relatos etnográficos, pese a no visitar la escuela, también era toda una “entendía”, o sea, la antítesis a los poderes brujeriles; de aquí que conociera remedios, oraciones y ensalmos para combatir el mal de ojo y los embrujos.

Nos contaba Gonzalo que conforme se iba recitando el ensalmo expuesto, había que trazar varias cruces con la mano derecha sobre un plato lleno de agua. Luego, se mojaba el dedo corazón en aceite y se dejaban caer unas gotas sobre el agua. En el momento de caer las gotas, se decía: “amén”. Según las figuras que formara el aceite en el agua o dependiendo de que se desparramara o no, la “entendía” sacaba sus conclusiones, deduciendo si había embrujo, mal de ojo o espanto.

Narraba, igualmente, Gonzalo que todavía se le hacen a los cerdos, cuando se compran y se meten de nuevos en el corral, una cruz en la cabeza o en los lomos. Se dibuja la cruz cortándoles con unas tijeras un puñado de cerdas. Del mismo modo, se coloca, al lado mismo de donde comen los puercos, un cuenco de madera con aceite, vinagre y ajo machacado, en la creencia de que estas prácticas alejan a las brujas y les impiden desgraciar a los animales.

“ACERTAÍJUH”

(Adivinanzas)
1.- “Panza con panza,
barriga con barriga
le meten tres cuartas
de carne viva”.

2.- “No es carne,
ni es de hueso,
y cuando llega a su cama,
se pone tieso”.

3.- “Pelusa por dentro,
pelusa por fuera;
alza la pata,
que te lo meta”.

4.- “En lo alto de la sierra
está un hombre meando;
se le ensecan las gandumbas
y se le endereza el mango”.
(“gandumbas” = testículos)

5.- “Por un gusto y otro gusto,
por el gusto de una mujé,
por un abujero tan justo
entra carne sin cocé”.

6.- “Detrás de la puerta,
ya no se puede jodé,
porque se cae la leche
y no se puede recogé”.

7.- “Largo lo quieren las mozas,
largo lo debe de ser,
con unos buenos pelitos,
¡adivina lo que es!”.

8.- “Encima de tí me subo;
si te meneas, me meneo;
la sustancia te la quito
y la lechi te la quedo”.

9.- “Largo lo quieren las mozas,
gordo lo que pueda ser;
tieni unos pelos colgando,
¡adivina lo que es!”.

10.- “No me la metas,
que me la entrizas,
que me haces sangre
y soy primeriza”.

RESPUESTAS

1.- La tinaja de vino o de aceite, cuando una persona mete el brazo para extraer su contenido.
2.- El arado.
3.- El calcetín.
4.- El gamón (planta).
5.- El anillo.
6.- La cal.
7.- El cepillo.
8.- La higuera.
9.- La mazaroca (mazorca).
10.- El pendiente.

DICHOS – “El que come garbanzos crudos, le jiedi (hiede) la boca a culo”.

– “¿De cuántas partes se compone un peo? –De cinco: infla, desinfla, bellaflor, música y olor”.

– “¿Cuál es la altura máxima a la que puedi llegá un peo? –La altura máxima es hasta la narí”.

– “¿De cuántas vecis caga un perro? –Primero, caga un zorrutu y, después, zorrutu y medio”.

– “No hay sábado sin sol ni puta sin gabardón”.

– “Todas las putas se casan con Juan de los Juanes y, como están regalonas, a los cuatro meses paren”.

– “Eres cumu un jogazu: la cara chupá y caíos los brazos”.

– “Pedro Botero, entró por la puerta y salió por el lumbrero”.

– “Pedros y burros negros y pucheros sin asa, pocos en casa”.

DICTADOS TÓPICOS

1.- “De las cuatro villas vengo,
de las más nobles de España,
el que no es cucharero,
anda detrás de las argañas”.

“De las cuatro villas vengo
de las más nobles de España:
Rubiaco, Valdelazor,
Batuequilla y La Horcajada”.

– Las alquerías de El Rubiaco, Valdelazor (despoblado), La Batuequilla y La Horcajada siempre tuvieron poca entidad poblacional y se encontraban aisladas entre imponentes sierras. Había, en ellas, muchos mendigos de oficio.

– Varios vecinos de estas aldeas eran “cuchareros”, que se dedicaban a fabricar cucharas con palos de madroñera. También les decían “argañeros”, o sea, aficionados a capturar toda clase de peces, valiéndose de mil artimañas, en los ríos y gargantas de la zona. Con el término “argaña” se designa a la espina del pescado.

2.- “Pergueros, arpergateros,
que pescáis con las arbarcas
y vos llaman los ñisqueros”.

Al parecer, el actual pueblo de LA PESGA, enclavado dentro de la comarca natural de Las Hurdes pero, inexplicablemente, adscrito a la mancomunidad de Trasierra–Tierras de Granadilla, se denominó, antiguamente, LA PERGA. De hecho, es muy difícil pronunciar para los lugareños de esta zona la palabra PESGA. Posiblemente, la raíz del topónimo haya que emparentarla con “pergal”: recorte de las pieles de que se hacen las túrdigas para abarcas. Por ello, no es de extrañar que a los habitantes de La Pesga los motojen, desde antiguo, como “pergueros” y “alpergateros”. También se oye decir frecuentemente: “A los de La Perga (o la Peja, aspirando la “j”), se les conoce por la punta de la oreja”.

REFRANERO

– “El que regala, bien vende; si el que lo recibe, lo comprende”.

– “Domingo de Ramos: el que no estrena ná, o no tiene pies o no tiene manos”.

– “Para pasar por el agua y dar dinero, nunca seas el primero”.

– “El que fue a Payo, ni llevó ni trajo”. (El Payo es un pueblo de la provincia de Salamanca, en la comarca de El Rebollar).

– “El que va a leña verde, entre más anda, más pierde”.

– “Con una misa y un lichón, hay para todo un año; si puede ser, la misa corta y el lichón largo”.

– “Para ser puta y no ganar ná, más vale ser mujé honrá”.

– “Poco gana la que jila (hila), pero menos la que mira”.

– “El que parte y reparte, se lleva la mejó parte, si en el partir tiene arte”.

– “El que canta, sus males espanta, menos el mal postrero, que no lo espanta ni el campanero”.

– “En casa del jerrero (herrero), cuchillo mangarrero”.

– “Por la flor de la escoba, pare la loba”.

– “El pidiol (mendigo) de La Jorcajá (La Horcajada, alquería), una mano delante y otra detrás”.

ANIMALES / PLANTAS

– “No se puede llevar ni aprovechar la madera de un árbol quemado por un rayo, ya que aparte de producir sólo humo, traerá desgracias si se destina al hogar”.

– “Hay una clase de plantas que tienen dos nombres: reciben el nombre de “ponimeriendas” cuando empiezan a echar flores, que coincide con finales de febrero o principios de marzo, que es el tiempo de comenzar a echar la merienda para la gente que se va a trabajar en el campo, fuera de casa. Luego, al secarse las flores, que viene a ser a últimos de septiembre o primeros de octubre, reciben el nombre de “quitameriendas”, porque ya se deja de echar la merienda para llevarla al campo”.

– “Las cebollas montesinas o «aciburrinchas» (cebollas albarranas) se parten en trozos y se echan en los caños donde se siembran los garbanzos, a fin de espantar los ratones”.

– “Antiguamente, se empleaba como abono natural unas plantas que se llaman «garbanceras». Se utilizaban fundamentalmente para «arropá» las patatas cuando se sembraban. Se enterraban las garbanceras para que se pudriesen y estercolasen bien el terreno”.

– “La leña de castaño, chisporrotea pero no hace daño”. “La leña de madroño, espotrica y quema el moño”.

– “Cuando a una cabra se le rompía una pata, cogíamos tiras de los pellejos del vino, de los que ya no servían, las calentábamos un poco y se las colocábamos sobre la pata rota, al modo de escayolas”.

– “Cuando una cabra comía “ambúe” (cicuta), no había mejor remedio que obligarla a beber en un recipiente con agua en la que se había desleído un puñado de tierra negra”.

– “Los meses sin “r” no valen las pieles de las zorras”.

– “También se le quitaba la ponzoña del “embúe” a las cabras echándole el aliento de una persona en la misma boca del animal. Entonces, la res se “ehcorrumpía” (le entraba descompostura) y echaba todo el veneno”.

– “Los “cormílluh” de los “alicránih” (escorpiones), que son muy chiquininos, se guardan en un estuchino, en el bolsillo, y así nunca duelen las muelas”.

– “Cuando éramos chicos, cogíamos las mariquitas del campo, las poníamos sobre la mano y decíamos: “Mariposita de Dios, cuéntami los dedus y vaiti con Dios”.

– “Si la culebra ciega viera y el escurrupión oyera, no habría bichito que en el mundo habiera”.

El “ehcurrupión” – aclara Gonzalo– es: “una coca grande y verde, muy verde, que lleva como una caspina casponosa en el lomo. Pica y echa veneno; su picadura es muy mala”.

OTRAS CREENCIAS

– “En mi pueblo, y en otros vecinos, quitaban antiguamente los ataques epilépticos colocando un anillo de acero en el dedo corazón de la mano izquierda del paciente. El anillo tenía que fabricarse por el herrero el día de Jueves Santo, a la hora de los oficios sagrados y había que llevarlo puesto un año y un día. A mi padre se le quitaron los ataques de esta forma”.

– “A los gagos se les quita la gaguera si se les extirpa el frenillo de la lengua con un alfiler (el frenillo es como una telaraña que va desde abajo la punta de la lengua). La tía Anastasia extirpaba los frenillos, que a mi hermana la Toña se lo quitó ella”.

– “Si le corta una María a un niño las uñas detrás de una puerta, el niño saldrá un buen cantaor”.

– “Si el humo de la lumbre te molesta en los ojos, se le dice lo siguiente:

“Jumu jumerio,
vaiti pal cielo,
que allí está el mi agüelo
contando dinero,
con jarra de vinu,
con un carvochero.
Le estiras del rabu,
le jacis bailá
y aína ensiguía
dará la espantá”.

CERROJAZO

Aquel 18 de junio de 2005 fue la última vez que, personalmente, vi a Gonzalo con vida, con malos presentimientos encima, pero con vida. A nadie comentó nada sobre lo que se le vino encima. Tenía demasiado orgullo como para permitir que la gente se compadeciera por su suerte. A escondidas, marchó al hospital “Virgen del Puerto”, en Plasencia, para las correspondientes sesiones de quimioterapia. Más tarde, cuando los familiares tuvieron conocimiento de su estado y lo trasladaron al Hospital Clínico de Salamanca, hubo médicos que comentaron que en qué cabeza cabía el que le hubieran inyectado la “quimio” por las venas a una persona transplantada de riñón. Y vinieron a insinuar que Gonzalo podría vivir hoy, si las cosas se hubiesen hecho de otro modo.

Cuando dábamos el chirriante cerrojazo a aquella última jornada en su compañía, todavía Gonzalo tuvo valor para tararear otras cancioncillas, más por nuestra insistencia que por su disposición. Pero no las terminó, ni quiso terminarlas por más que forzamos su voluntad. A vuela pluma, tomamos estos apuntes:

COPLA DE TÍA MARÍA

“Tía María, con las cabras,
pa la sierra se subía.
Iba en busca de Jacó,
pa casarlo con su hija.
Y Jacó está en la sierra,
huyendo de la justicia,
que preñadas dejó a tres,
y a otras dos, si se descuidan (…)”.

COPLA DEL CURA

“El cura ya no da misa,
le dice el ama: –¿Por qué?
–Porque no tengo camisa.
–Camisa yo le daré.
La camisa, larga y lisa;
los zapatos, culitracos,
con hebilla y taconatos.

Allá, en Mirabel,
por no trabajar,
ni muelen el trigo
ni amasan el pan.

Yo tenía un cascabel,
que me lo tiró mi abuela.
No puede un hombre de bien
tener una cosa buena.
Allá, en Mirabel (…)”.

COPLA DE LA RAPAZA

“Era una rapaza,
era una jurdana,
cantaba en la tarde,
también de mañana,
a orillas del río,
a orillas del agua.
Y vino don Lope
y le preguntaba:
– ¿Qué canta la niña,
qué canta la dama,
qué canta la bella
a orillas del agua,
a orillas del río,
cuando ella se lava?

(Va ella y le dice, cantando):

– Tengo, retengo, tengo
tres pelitos en el culo
y otros tres que me están naciendo.

(Y le dice don Lope, también cantando):

– ¡Cochina! ¡Marrana!,
que yo tengo cien
y no he dicho nada (…)”.


Curiosa y tristemente, Gonzalo, antes de que emprendiera camino hacia sus tierras, en compañía de su inseparable Luis Iglesias Crespo, “El Boni”, nos dijo, al lanzarle la invitación para celebrar la fiesta de “La Chiquitía” (día de Todos los Santos), en la dehesa boyal de Santibáñez el Bajo:

– Por si no puedo está ese día en la fiesta, os voy a cantá la canción de las ánimas, que nunca os la he cantao. Es que nunca me ha dao pol cantá esas coplas, qué sé yo por qué…


“LAS ÁNIMAS”

“Las ánimas a tu puerta
llaman con gran devoción.
Dadle limosna, si puedes,
para alcanzar el perdón.

Hacedle bien,
que si vos las compadece,
ánima seréis también.

Y si sois caritativos,
les habréis de dar limosna,
centeno, aceite o castañas,
o también cualquier cosa.

Hacedle bien, (…)

A los viudos les pedimos
limosna por caridá,
pa que tenga su esposita
una santa eternidá.

Hacedle bien (…)

A las viudas les pedimos
que nos den el indultorio,
pa sacar a su esposito
del fuego del purgatorio.

Hacedle bien (…)

INDULTORIO:

Gonzalo nos decía que el “indultorio” era el modo de un “guinaldu”, consistente en unos bollos que se hacían con harina fina y se untaban de miel.

Cayó la noche sobre la inmensa soledad de aquel acampo de “Las Hojas de Durán”, en las cercanías del caserío de El Bronco, y mientras Vito, el pastor, garganteaba por aires flamencos, Gonzalo Martín y Luis Iglesias se perdieron entre la oscuridad de las encinas, en dirección a las legendarias montañas de Las Hurdes. La jornada de aquel 18 de junio había sido completa, pero en el ambiente quedaba un poso de incertidumbre y de tristeza. Luego, cuando los hermanos Rafael y Luis Pérez Pescador, Victoriana Montero Sánchez, Ángel Clemente Martín, Mª del Carmen Azabal Iglesias y un servidor comentamos las incidencias del día, un cierto escalofrío recorrió nuestras espaldas. Mala espina nos daba que Gonzalo hubiera abandonado el “seranu” (alegre tertulia, celebrada de noche alrededor del fuego, en la que se canta, se bebe, se come y se renuevan cíclicamente los vínculos de la buena amistad y vecindad) tan pronto. Los presagios no tardarían, desgraciadamente, en cumplirse. Al cabo de seis semanas, Gonzalo dormía el sueño eterno en un diminuto y apartado cementerio de una olvidada alquería de Las Hurdes.



Andanzas y desandanzas de Gonzalo Martín Encinas, preclaro hijo de Las Hurdes

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 2006 en la Revista de Folklore número 309.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz