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Para quienes estén familiarizados con las matemáticas o la geometría el asunto del número áureo les resultará muy conocido. Desde la civilización egipcia hasta nuestros días la proporción del llamado número phi aparece por doquier y llega a adoptarse como un marco predilecto en materia de gustos: en un rectángulo, por ejemplo, a un lado que mida 1 corresponde otro lado de 1,6. Si nos damos cuenta, esa proporción podemos encontrarla todavía hoy en una tarjeta de crédito, en el carnet de identidad, en la bandera de nuestro país o en una cajetilla de tabaco, pero ya Fidias, Vitrubio, Leonardo da Vinci o el propio Gutenberg se preocuparon de usarla para crear un sentido estético en sus producciones. De hecho, entre los impresores españoles de pliegos de cordel no era en absoluto ajena la proporción y, por ejemplo, si nos fijamos en un modelo de pliego que se puso de moda en el siglo XIX difundido por imprentas como las de Marés en Madrid, el Abanico en Barcelona o Santarén en Valladolid, observaremos que la caja tipográfica responde a un rectángulo formado con la divina proporción y adecuado a la medida de la página, que generalmente se presenta en cuarto pero en rectángulo normalizado debido al tamaño total del papel que se usaba. Es decir que por la relación lógica entre el papel de marca y el tamaño cuarto –o sea el obtenido tras dar dos dobleces – las dimensiones del cuaderno venían a ser de 22 x 16, esto es de relación 1,4 a 1, mientras que la caja solía observar, como hemos dicho, la de 1,6 a 1. No vamos a tratar de adentrarnos ahora en el complicado entramado del número phi, el llamado número enigmático, que está constantemente presente en la naturaleza, ni sacar conclusiones acerca de su frecuente uso (no sólo se refleja en el rectángulo sino en las proporciones de la diagonal y el lado del pentágono regular, lo que se traduciría también en aquellos textos que observan la forma trapezoidal invertida), pero sí interesa hacer notar que la frecuencia de tales proporciones –sean en la forma que sean, incluyendo una línea y una sección de la misma–, revelan una tendencia en el ser humano a usar de ellas tanto por un impulso “natural” como por el placer sensorial que aparentemente producen.