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En alguna ocasión anterior nos hemos ocupado en esta misma Revista de Folklore de los conceptos de oralidad y escritura (1), considerando sus interrelaciones. Continuando en esa vía de análisis, comenzaremos reflexionando sobre la influencia de la guerra en las mentalidades tanto individual como colectiva.
En verdad pocas cosas dejan más huella en las memorias individual y colectiva como las guerras. Prueba de ello es, por ejemplo, la constante asignación a los “moros” de tantos y tantos elementos históricos, lo cual no puede explicarse sin tener en cuenta el profundo impacto que tanto la conquista musulmana de la Península Ibérica como la multisecular reconquista tuvieron en las mentalidades, lo cual fue prolongado en el tiempo de diversas maneras, algunas tan interesantes como la de una parte de los romances.
Pero este caso no es excepción. Así, tanto en la zona del Atlas (Marruecos) como en el Sahara Occidental se conservan cuevas y diversos restos a los que se les aplica popularmente un origen portugués, cuando sin duda son de cronología anterior (2). ¿Por qué esta adscripción a los portugueses? Probablemente por el impacto que debió suponer para los magrebíes que en los siglos XV–XVI se instalasen en diversos puntos de sus costas (3). El proceso, aunque de cronología diferente, tiene gran similitud con lo que hemos indicado en la Península Ibérica.
La influencia de la guerra sin duda ha sido enorme en las mentalidades, reflejándose esto también en la literatura. La Ilíada o el Cantar de Mío Cid son ejemplos fácilmente aducibles.
Pero la guerra como trauma que influye en las mentalidades y la cultura oral no es algo exclusivo de hace cientos de años. La Guerra Civil española también dejó una profundísima huella en este sentido. Por ejemplo, el autor de estas líneas ha podido escuchar en diversas poblaciones de Toledo historias de cómo personas que participaron en la destrucción de imágenes religiosas después sufrieron amputaciones accidentales, atribuidas por algunos a un cierto “castigo divino”. La creación de leyendas, como puede verse, no cesó en el siglo XX.
Pero no son estos casos los que queremos comentar, sino otro, en directa relación con una situación bélica, donde la relación entre oralidad y escritura adquiere unos tintes que no dudamos en calificar de curiosos e interesantes.
En un pueblo de la montaña leonesa llamado Colle (4), durante los tiempos de la Guerra Civil, un hombre huyó al monte, y visitaba su casa a escondidas, de noche. Su mujer, para que su pequeña hija no pudiese descubrir esto, “rebautizó” al marido y padre como “Nadie”. Así, por ejemplo, no le decía a su pequeña hija: “¡Dale un beso a papá!” sino “¡Dale un beso a nadie!”.
La pequeña niña se acostumbró a llamar a su padre “Nadie” con toda naturalidad, sin fingimiento. Y, en cierta ocasión, cuando la Guardia Civil, buscando al progenitor de la niña y esperando de la inocencia de ésta, que dijese la verdad, la preguntó “¿con quién duerme tu madre?” la respuesta fue totalmente convincente y sincera: “con Nadie”.
Esta anécdota histórica se ha conservado en la oralidad, como ha sucedido con muchos sucesos relacionados con la Guerra Civil y años subsiguientes. Pero el análisis no puede quedar ahí.
A nadie se le escapa que esta estratagema no es original, sino que recuerda el ardid que empleó el “muy astuto” (5) Ulises para escapar de la venganza de Polifemo y de los otros cíclopes, diciendo que su nombre era Nadie (6), pasaje homérico sobradamente conocido.
Pero, ¿cuál puede ser el vínculo entre la obra de Homero y el caso que nos ocupa?
La respuesta hay que buscarla, probablemente, en el ámbito escolar. No porque a las niñas de la montaña leonesa en la primera mitad del siglo XX se les enseñase la lengua helénica, sino porque en las escuelas (al menos en algunas) se leían algunos pasajes de los relatos homéricos, lo cual explicaría que fuesen transmitidos oralmente, por lo que llegaban a ser conocidos incluso por personas cuya relación con el ámbito escolar fuese escasa o nula.
Esto no debió ser algo exclusivamente propio de nuestro país. Podemos recordar, por ejemplo, el personaje que interpretó el actor Richard Gere en la película “Sommersby” (7) de un maestro que, tras la Guerra Civil norteamericana, suplantaba las personalidad de un terrateniente y que leía una traducción de la Ilíada a un niño pequeño.
El caso que analizamos no sólo resulta interesante per se sino también por la curiosa relación entre oralidad y escritura –enlaza con otros ejemplos en los que la literatura se integra en la tradición oral (recuérdense al respecto letrillas como “ándeme yo caliente y ríase la gente” de Góngora o “poderoso caballero es don Dinero” de Quevedo) –, a la par que manifiesta cómo un ingenuo artificio narrado hace más de dos milenios y medio tuvo, sorprendentemente, efectividad hace unas décadas en un marco condicionado por la Guerra Civil en las montañas de León.
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NOTAS
(1) Conceptos tradicionales que en la actualidad habría que completar con lo audiovisual, incluso en campos como la historia; así, por ejemplo, puede citarse la gran cantidad de testimonios grabados por la Shoah Visual History Foundation.
(2) TOPPER, Uwe: “Acerca de algunas tradiciones orales de los amaziges del alto Altas marroquí”, Al Andalus-Magrib, 6, 1998, pp. 197-207, concretamente pp. 200-201.
(3) Esta presencia provocó efectos como los siguientes: “Antes del siglo XVII varias tribus amaziges en todo Marruecos profesaban la fe cristiana. […] La erradicación del cristianismo en el país amazige se terminó en el siglo XVI, cuando portugueses y españoles ocupaban las costas marroquíes y, por ende, fueron declarados enemigos por parte de fanáticos musulmanes de la montaña” (ÍD., ibíd., p. 199).
(4) El autor del presente trabajo debe (y agradece) esta información a su madre, Luisa Ángel Rodríguez, quien vivió en la mencionada localidad.
(5) Epíteto “πολυπητις” (en Odisea, IX, 1, por ejemplo).
(6) Odisea, IX, 366: “ουτις εμοι γ'ονομα”, traducible por “Mi nombre es Nadie” o, más literalmente, “Mi nombre, de cierto, es Nadie”.
(7) Producción norteamericana del año 1993, dirigida por Jon Amiel.