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Tanto Aristóteles como Horacio en sus obras sobre la poética (1) hacen referencia a los distintos modos de hablar. Esta diferenciación ha conllevado también el hecho de que en no pocas ocasiones los elementos más populares, más vulgares (en el sentido etimológico del término), no han trascendido a los testimonios escritos.
Ciertamente resulta obvio que existió y todavía persiste cierta selección en el lenguaje, de modo y manera que o bien se silencian determinadas expresiones, o se emplean eufemismos, en función de los diferentes ámbitos y contextos. Según el Diccionario de la Real Academia Española un eufemismo es “Manifestación suave y decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” (2). Y durante siglos se ha insistido en su uso, como lo demuestran textos de diversas épocas y lugares (3).
Pero igualmente cierto es que las mentalidades cambian con el paso del tiempo, y que lo que resulta inadecuado y malsonante en ciertos momentos y en determinados ámbitos, acaba siendo considerado normal; esta evolución de las mentalidades es similar a la del lenguaje, pues como escribió acertadamente el emperador Marco Aurelio en el siglo II de nuestra era: “Palabras habituales en otro tiempo son ahora términos raros” (4).
Y casos no faltan en los que, habiendo un término considerado inadecuado, se sustituye eufemísticamente, acabando por coexistir los dos, como sucede, por citar un ejemplo bien conocido, en el “Lunes de Aguas” salmantino, con origen en el siglo XVI por lo que se alcanza a conocer, con el personaje llamado “Padre Putas”, transformado eufemísticamente en “Padre Lucas”.
Entrando directamente en materia, no es exagerado decir que en la actualidad no sería fácil que, como en el siglo XV sucedía en la ciudad de León, existiese una calle con el poco común y nada eufemístico nombre de “Apalpacoños”, cuyo recuerdo se conserva, exclusivamente, en la documentación escrita, como la catedralicia de la segunda mitad de la citada centuria (5) (no siendo la única calle con nombre referido a una parte del cuerpo humano en la historia de la ciudad de León, como se atestigua, por ejemplo, con la calle Narices, documentada en el siglo XVII en la zona de la parroquia de Santa Marina (6)), y para la que no se empleó, por lo que sabemos, ningún eufemismo. Precisamente el eufemismo es lo que hace que el uso escrito de la palabra en la que nos centramos en el presente trabajo sea relativamente poco común (algo claramente expresado en un texto del escritor y académico Luis Goytisolo que citamos en nota (7)), excepción hecha de aquellos textos de marcado carácter popular, como se observa, por ejemplo, en grafitos de época romana conservados en Pompeya y otros lugares (8), donde su presencia es más abundante.
En verdad la mentalidad del bajo medievo debía ser distinta a la del siglo XX en no pocos aspectos, pero lo cierto es que también en éste el término popular para el genital femenino vuelve a aparecer para denominar edificios, no calles, al menos en dos ciudades: Oviedo y León.
No es raro que se repitan los nombres de calles en lugares distintos. Así, verbigracia, es casi asombroso el numero de ciudades y pueblos españoles en los que nos encontramos con calles Cantarranas (9). Pero el caso que estudiamos en este artículo es menos usado. En Oviedo existe la llamada casa “El Coño”, obra del arquitecto Julio Galán Gómez, del año 1947, siendo el origen de su popular denominación su forma exterior (10). Y en León existe otra casa de vecinos (11) con igual denominación popular que la ovetense, si bien cada vez menos conocida con ese nombre, careciendo éste de la vitalidad del caso asturiano anteriormente citado por lo que se refiere a su empleo, situada en la Glorieta de Guzmán, edificada en la posguerra con diseño del arquitecto Javier Sanz (12). En cuanto al edificio leonés, el origen del nombre parece derivar de la exclamación que originaba la contemplación de un edificio de dimensiones nada pequeñas, especialmente para la época.
Como hemos dicho, el nombre popular de la casa leonesa indicada está cayendo en desuso y, al igual que sucedió con la mencionada calle bajomedieval y en otros muchos otros elementos de la cultura tradicional, la conservación de la información perteneciente a la oralidad (13) se realizará, paradójicamente, gracias a la escritura donde la palabra que nos ocupa en el presente trabajo ha sido tantas veces omitida.
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NOTAS (
1) Perì poietikês y la Epístola a los Pisones, respectivamente.
(2) REAL ACADEMIA ESPAÑOLA: Diccionario de la lengua española.
Vigésima segunda edición, Madrid, 2001, p. 684.
(3) Por citar sólo uno, escribe Audoeno de Ruán en su Vita S. Eligii: “Dondequiera que os encontréis, en casa o fuera o reunidos, no salgan de vuestra boca palabras torpes y obscenas” (GIORDANO, Oronzo: Religiosidad popular en la Alta Edad Media, Madrid, 1995, p. 192).
(4) MARCO AURELIO, Meditaciones (Selección), Madrid, 1996, p. 28.
(5) Referencias a la misma aparecen en las siguientes obras:
– FERNÁNDEZ FLÓREZ, José Antonio: El patrimonio del Cabildo Catedralicio de León en la segunda mitad del siglo XV, Valladolid, 1985.
– GARCÍA, Mª. Teresa – NICOLÁS, Mª. Isabel – BAUTISTA, Mateo: La propiedad urbana del Cabildo Catedral de León en el siglo XV, León, 1990.
(6) En el libro de difuntos de la parroquia de Santa Marina la Real se consigna lo siguiente: “En tres de mayo de 1642 enterré a Juan de Lugones, mi feligrés, recibió todos los sacramentos, hombre que andaba a comisiones murió pobre, hizo testamento… mandó a la iglesia y fábrica de Santa Marina unas casas que el sobre dicho tiene en esta parroquia, a Cal de Narices…” (BURÓN CASTRO, Taurino: La parroquia de Santa Marina la Real de León, León, 2003, p. 123).
(7) GOYTISOLO, Luis: C mayúscula, en Al pie de la letra. Geografía fantástica del alfabeto español que escriben los miembros de la Real Academia Española inspirándose en la letra del sillón que en ella ocupan, Salamanca, 2001, pp. 35–37, concretamente p. 36: “Tal vez por ello sea la c la letra de las palabras fuertes. De las palabras que, en virtud de su propia enjundia, merecerían ser escritas con mayúscula. Palabras como Carajo, Culo, Cojones, Coño, Clítoris. Palabras que a muchos escritores les da un no se qué escribir. Se recurre entonces a diminutivos que suavicen las palabras […] O a su omisión…”.
(8) CABALLO, Cuglielmo: Los graffiti antiguos: entre escritura y lectura, en «Los muros tienen la palabra». Materiales para una historia de los graffiti, València, 1997, pp. 61–71, concretamente pp. 66–67. Interesantes también las reflexiones que realiza en la p. 69.
(9) Hágase la prueba de insertar las palabras “Calle Cantarranas” en un buscador de Internet y podrá comprobar el lector interesado hasta qué punto es cierto lo que decimos.
(10) AA. VV., Guía de arquitectura y urbanismo de la ciudad de Oviedo, Valladolid 1998, p. 193: “El grandilocuente subrayado de volumen emergente en la esquina de las calles Toreno y Marqués de Pidal, sobre la séptima planta del edificio, que tan bien plasma anecdóticamente su extendido apelativo vulgar…”.
(11) Agradecemos a Dª. Luisa Ángel Rodríguez (madre de quien esto escribe) la información referida al nombre popular de la casa leonesa a la que hacemos mención.
(12) Puede verse fotografiada en HERNANDO CARRASCO, Javier y SERRANO LASO, Manuel: “Arquitectura contemporánea. Del neoclasicismo a la postmodernidad”, en Historia del Arte en León, León, 1990, pp. 257–280, concretamente p. 275, lám. 22. Respecto al estilo de esta y otras casas de la misma época, escriben los citados autores (loc. cit.): “En cuanto a las casas de vecindad se mantiene en clasicismo de la arquitectura oficial, al menos en los bloques más representativos, que recurren a elementos como los órdenes gigantes, cornisas, entablamentos, portales suntuosos, etcétera”.
(13) La cual, guste o no, es la fuente básica de los escritos, lo que ha sido magníficamente expresado por autores como, por ejemplo, Fray Luis de León: “No tenía otros vocablos con qué romanzar ocula, ubera, amica mea, fermosa mea y lo semejante, sino diciendo «besos», y «pechos«, y «mi amada» y «mi hermosa» y otras cosas así, porque no sé otro romance del que me enseñaron mis amas, que es el que ordinariamente hablamos”. (El proceso inquisitorial de fray Luis de León, ed. Ángel Alcalá, Salamanca, 1991, p. 257, citado en LEÓN, Fray Luis de: Pensamientos y reflexiones. Selección y edición a cargo de Javier San José Lera, Salamanca, 2002, p. 87, nº. 257).