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Revista de Folklore número

301



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Instrumentos musicales en la Navidad madrileña (1)

FRAILE GIL, José Manuel

Publicado en el año 2006 en la Revista de Folklore número 301 - sumario >



Sorprenderá al joven de hoy –cuya vida acaso se rija por el calendario escolar y por las campañas publicitarias de los grandes almacenes– la gran extensión que tuvo antaño la Pascua de Navidad y los muchísimos cantos e instrumentos propios o improvisados con que se celebraba el solsticio de invierno.

Decían algunos que: Un mes antes y un mes después, Nochebuena es, y otros afirmaban que: Hasta San Antón (17 de enero), Pascuas son;desde luego las coplas reflejan el ansia con que las gentes anhelaban su llegada:

Nochebuena, nochebuena,
¡cuánto tardas en venir!,
que te estamos aguardando
como a las rosas de abril.

(Guadalix de la Sierra) (2).

Nochebuena, nochebuena,
¡cuánto tardas en venir!,
que te estamos esperando
como el agua al mes de abril.

(Valdemanco) (3)

Lo cierto es que a partir del 1 de noviembre (festividad de los Difuntos) era lícito ya menear los panderos y cantar las coplas y villancicos, que iban desde lo más sacro y lírico hasta lo más profano y bullanguero. García Matos comentaba ya al mediar el Siglo XX que en la tierra de Madrid: “La Nochebuena […] se festeja a base de las solemnidades y esparcimientos, que son como de rúbrica en todas partes: misa del gallo con cantos y villancicos, banquetes y regocijos familiares, rondas callejeras, en las que al compás de zambombas y almireces se entonan los romancillos, los nacimientos, pastorelas […], tarantanes o talandares, coplillas y aguinaldos. No faltan tampoco los cantares amorosos, y sobre todo los que podemos llamar cantos corridos y de relación, que sin embargo, de servir principalmente a las costumbres de mayo y otras, salen también a plaza en estas rondas tradicionales, pues que la Nochebuena arranca de los labios cuantas tonadas rondadoras (religiosas o profanas) guarda la memoria de los aldeanos” (4).

Vamos a tratar ahora de saber cuáles fueron los instrumentos con que chicos y grandes acompañaron –y excepciolnanmente acompañan hoy– los cánticos navideños profanos y religiosos que comentaba Matos, que tanto se usaron en la Villa y Corte y en los doscientos lugares que la rodean, y que hoy han sucumbido bajo el voraz avance del ande, ande y los peces en el río¸ que repiten machacones en versiones más o menos edulcoradas los altavoces de las grandes superficies comerciales (5). En muchos pueblos –en casi todos los que desparraman su caserío por las estribaciones serranas– tocaron también los guitarreros las melodías navideñas locales; pero en los esparcimientos familiares y en las breves rondas que desafiando al frío iban de una casa a la del pariente, eran siempre instrumentos más caseros los encargados de acompañar el canto y de animar la broma. A esta sencilla, pero acompasada orquesta, que fue común a toda la piel de toro y a los dos archipiélagos que la complementan, vamos a dedicar los siguientes párrafos haciendo hincapié en las menudencias y particularidades con que se revistieron en la antigua provincia madrileña, para intentar salvaguardar algo la variante local tan característica de la cultura tradicional y tan perdida hoy en pro de un folk que todo lo unifica.

Entonces como ahora, la llegada de diciembre marcaba el momento de fabricar, comprar o empezar a utilizar el menaje de cocina para improvisar la completa organología casera. Dada la precaria economía que manejaba el común de los mortales, eran bien pocos los instrumentos que podían mercarse al intento. En Madrid capital hubo siempre un mercadillo donde feriar todo lo relacionado con las Pascuas navideñas. Amén de los rebaños de aves –que las paveras guiaban diestramente con una vara por las entonces más despejadas calles de la Villa (Fig. 1)–, compraban los padres, abuelos y tíos los materiales para construir el belén, que entonces se denominaba el nacimiento. Este mercado temporal está hoy ubicado en el centro de la Plaza Mayor (6), en cuatro manzanas de casetas construidas por el ayuntamiento y dedicadas a estos menesteres hasta el día de Nochebuena, pues desde entonces y hasta la fiesta de Reyes venden allí los llamados artículos de broma con que los madrileños del Siglo XXI podemos ensordecer al vecindario y perpetrar más de un atentado contra el buen gusto.

Cada vez son menos allí las paradas que alinean en sus estantes las zambombas y panderetas que antes eran su principal mercancía (Fig. 2). Pero hasta no hace muchos años algunas familias comenzaban a fabricar meses antes las zambombas para la venta, que se hacían en unos botes de conserva bien lavados y rematados para dejar muy romos los bordes y evitar así accidentes inoportunos. Colocaban y ataban luego el pedazo de piel que sostiene la caña, y todo ello se cubría con papeles multicolores. Con papel de seda se hacía el gallardete y los flecos que remataban el extremo de la cañita. Las panderetas colgaban de las cornisas en escala decreciente y no faltaban tampoco enormes panderos: la presa más codiciada por los grupos de madrileños que aún celebraban como antaño las navidades (Fig. 3).

Pero como el aspecto de nuestra gran Plaza no fue siempre el que hoy presenta, –pues hubo en su centro incluso jardines hasta que fue solada con los agudos adoquines, que hoy destrozan los pies y el calzado de quien intenta pasearla–, se celebraba este mercadillo en la inmediata plazuela de Santa Cruz; allí lo conocieron y describieron todos los costumbristas madrileños que trabajaron en el Siglo XIX y hasta mediados del XX. En 1849 Antonio Flores comentaba: “El corregidor constitucional no duerme tranquilo hasta dejar firmada una copia del bando […]; por él se permite colocar los nacimientos y los pastores de barro en la plazuela de Santa Cruz el día 9 de diciembre, y los dulces en la Plaza Mayor el día 18”. Para indicarnos más adelante que los padres de familia: “[…] se lanza[n] y compra[n] un nacimiento para los niños pequeños, y panderetas, tambores, chicharras, rabeles y otros agradables instrumentos por el estilo”. Y Pedro de Répide nos lo pintaba así en los años veinte del pasado siglo: “Esta plaza [la de Santa Cruz], una de las tradicionales de Madrid, conserva todos los años por Navidad su pintoresco aspecto de mercado de figurillas de barro, para componer los «Nacimientos», y de panderos, tambores, rabeles y zambombas con que dar ruidoso acompañamiento al cántico de los villancicos” (8).

Mucho debieron tocar el tambor los niños gatos en las nevadas y frías navidades de aquellos años; la novela costumbrista está henchida de referencias al escándalo que los pequeños tamborileros organizaban en las calles y escaleras de vecindad. Pero desapareció pronto el marcial instrumento de las Pascuas Navideñas en la gran urbe, y su uso quedó relegado a pueblos como Navalcarnero (9), Casarrubuelos (10), Cubas de la Sagra –donde sirvió de apoyo rítmico a las corroblas (11)–, en los aguinaldos del Niño que los mozos entonaban en ambas márgenes de la Somosierra (12), y en esta copla de El Atazar:

La noche de Nochebuena
se consumen muchas nueces,
se tocan muchos tambores,
panderetas y almireces (13).

La mayor parte de los tambores que subsistían en los pueblos madrileños, eran viejas cajas traídas del ejército o compradas en puestos del Rastro, donde aún conocí yo la venta de objetos militares en desuso, tales como: uniformes gastados, sábanas de retor, fundas de lienzo para colchonetas, cornetas abolladas, y algún que otro tambor de aro metálico herrumbroso y parche rasgado. Amén de lo mucho y fuerte que debió tocarse el tambor madrileño en otras épocas del año –sobre todo durante el subversivo carnaval, tiempo para trastocar lo establecido, arrinconar la guitarra y templar de nuevo los viejos parches–, recogí también en San Martín de Valdeiglesias referencias a una tambora, que los muchachos hacíamos en Nochebuena; al parecer semejaba un gran tambor construido en un recipiente, generalmente un latón, con la piel de un animal que solía ser de oveja, conejo y, sobre todo, de perro. Una vez finalizada la Novena de los Santos (1 de noviembre) se sacaban a la calle estas tamboras y a base de golpes –con las manos o con dos palillos– se hacía todo el ruido posible para anunciar que el tiempo de Navidad estaba ya cercano (14).

Otro instrumento que podía feriarse en puestos o almacenes eran las castañuelas, que se usaron fundamentalmente para acompañar los villancicos en Montejo de la Sierra. En aquel pueblo serrano se llevaron, bien abrigadas en bolsillos y faltriqueras, a la misa del gallo, restallando allí a más y mejor entre el metálico sonido de las panderetas. Las llamaban pitos, o pitinos cuando eran pequeñas, y eran las mismas que –como acaecía en toda tierra de garbanzos– sonaban al compás de la jota o las seguidillas que se oían a lo largo de todo el año.

A los rabeles que mencionó ya Répide (15) dedicaremos unos cuantos párrafos por lo enredada que anda su nomenclatura y tipología. El rabel es un instrumento de cuerda (16) –una, dos o tres según sus diferentes áreas de supervivencia– que se frotan con un arco encordado con crines de caballo impregnadas con resina. A simple vista parece la edición rústica del lujosamente encuadernado violín, y así lo veía Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, ambientado en 1854: “[…] pero los vecinos se quejaban del ruido que hacía, porque el violín que tengo canta como un grillo y en los graves parece un rabel de los que tocan los chicos en Navidad. –Pues nada, cuenta con un violín bueno de aprendizaje–” (17). Esos rabeles primitivos que se vendieron en la Plaza de Santa Cruz por Navidad fueron los antepasados de otros que a duras penas han sobrevivido en la campiña madrileña. El único pueblo donde le oímos aún chirriar acompañado de las sonajas, zambombas y panderetas fue en Anchuelo (Fig. 4), donde lo apodaban arrabel. Los dos ejemplares que allí admiré, muy parejos en su hechura, se habían construido en una gruesa caña de unos ochenta centímetros de largo, cuyo extemo inferior tenía un clavillo donde asegurar una cuerda entorchada de guitarra (Como entonces había guitarreros, cuerdas de esas no faltaban), tensada al extremo superior de la caña por una bien labrada clavija de madera que atravesaba aquel mástil. Como caja de resonancia se coloca, entre la caña y la cuerda que la aprisiona, una vejiga de cerdo hinchada que tiene aproximadamente el tamaño de un melón pequeño. Para afinar el instrumento se sube o baja la vejiga, teniendo en cuenta que el arco ha de pasar y repasar siempre por el segmento de cuerda que queda entre el globo y la clavija. El arco para tocarlo se hace con un tallo de los muchos que por el pie echan los olivos, y que dicen allí pertujo, curvándole, al tiempo que atan la propia crin de caballo a los dos extremos de la varita de olivo (18). En el confín alcarreño de la Provincia, la prodigiosa memoria de Segundo recordaba cómo en su mocedad aún no se utilizaban cuerdas de guitarra para la única del rabel, que se fabricaba con varias crines caballares, que daban al instrumento un sonido más delicado: El arrabel se hacía con una caña gorda y la vejiga del cerdo, y se ponía un manojito de crines; y luego con un arco que se hacía con un ramón de olivo, que se doma divinamente, y también con crines de caballo, y se tocaba como si fuera un violín (19).

En otros rincones de Madrid el recuerdo del rabel se desdibuja ya por momentos en la memoria de los mayores; así en Serranillos del Valle: Aquí lo principal para la Nochebuena era la zambomba y el rabel, pero zambombas ha habido hasta hace poco, rabeles no. Los rabeles se hacían cuando yo era un chico, entonces sí; se hacía con la vejiga, con la misma con la que se hace la zambomba pero sin romperla, hinchándola como un globo, y luego se ponían un palo; hacían ñam, ñam, pero casi no me acuerdo (20).

La costumbre de hinchar la vejiga del cerdo es muy antigua y se hacía tanto para construir estos rabeles como para endurecer, golpeándola, las paredes de aquel globo, obteniendo con ello un balón para jugar y una grotesca herramienta de defensa. Son muchos los zamarrones y diablos que en danzas y paloteos despejan la concurrencia armados con una vara de la que penden dos o tres vejigas hinchadas. Por no ser largo voy a citar dos ejemplos al respecto ubicados en los madriles. Cuando en el Siglo XVIII la Procesión del Corpus tenía en Madrid toda la parafernalia teatral propia de esa celebración, el zamarrón o mojigón blandía ese arma defensiva. Una descripción antañona nos retrata así al personaje y su atributo: “La víspera del día del Señor salía un hombre vestido grotéscamente al que llamaban el mojigón, el cual llevaba en la mano una vara con dos vejigas de carnero infladas colgando. Con este botarga iban una porción de hombres y mujeres vestidos, ellos de moros y ellas de ángeles, con alas y toneletes blancos, guardadas por San Miguel, que era un joven de gallarda presencia con cabellos rubios, éste llevaba en la mano una espada desnuda y en la otra un escudo ovalado. A esta comparsa seguía el tamboril y la gaita de la villa, músicos que tenía el Concejo para las fiestas públicas, y de los que existen hoy descendientes en el mismo oficio, si bien no en la Corte, y por no estar dotados por la Villa, tocan en las romerías de los pueblos de la Provincia” (21).

Por su parte don Ramón de la Cruz en un sainete emparentado con las comedias de magia, tan usuales en el Siglo XVIII, acota al hablar de los adláteres de un mágico:

VIZCONDE: –¿Qué quieres tú, vida mía?

EUROSIA: –¿Qué quieres tú, dueño amado, de mi corazón?

“MAGICO: –Sacar ahora al zapatero desde su cama aquí fuera; (Lo sacan y lo dejan en el suelo) ponerle en aquese suelo, y por almohada la piedra.

PEREGRINOS: –Señores, queden con Dios, y perdonen la molestia (Vanse).

MATACHÍN 1: –Apagad la luz.

MATACHÍN 2: –Ya está.

Como se dice en tinieblas.

MATACHÍN 1: Ahora zurra, y escapar mientras el pobre despierta, y hasta que llegue la hora…

LOS TRES: –Que nos sepulte la tierra.

(Le pegan con las vejigas, y se hunden)” (22).

Pero zambomba se llamó en muchos lugares a la propia vejiga del de la vista baja; y así en Pedrezuela o Guadalix de la Sierra, donde: El día de la matanza enseguida los chicos estábamos pidiendo la zambomba, la inflábamos y dábamos con ella en la pared, para que se pusiera dura (23). En actitud de inflar una a dos carrillos aparece un niño que pintó Goya en sus escenas infantiles (Fig. 5) hacia 1775 (24).

Pero el asunto del rabel genera además en nuestra Provincia una cuestión bastante confusa, pues el vocablo tiene una fuerte polisemia en las cuatro esquinas de esta tierra; y es que seguramente el rabel de cuerda, que debió estar muy generalizado dejó, al ir desapareciendo, un indeleble recuerdo en la memoria colectiva, que acabó asignando este nombre a otros instrumentos navideños de fabricación y uso más cómodo, que por ello siguieron tocándose durante mucho más tiempo. Y así en Fuentidueña de Tajo llaman rabel a las sonajas, en San Agustín de Guadalix y en Valdetorres del Jarama llamaban errabel y rabel respectivamente a la zambomba, mientras que en El Bóalo, Gargantilla de Lozoya y Colmenar de Oreja arrabel es la palabra que designa a la huesera, compañera indispensable del barril o zambomba en los cantos navideños que entonan los colmenaretes.

Y ya que de hueseras andamos hablando, conviene reseñar que la antigüedad de este sencillo instrumento debe de ser mucha, pues en El diablo cojuelo (1641) encontramos una referencia a esta sarta de huesos colocada entre otros muchos instrumentos que ya por entonces merecían el adjetivo de rústicos o pastoriles: “Con esto salieron del (soñado al parecer), edificio, y enfrente dél descubrieron otro, cuya portada estaba pintada de sonajas, guitarras, gaitas zamoranas, cencerros, cascabeles, ginebras, caracoles, castrapuercos, pandorga prodigiosa de la vida, y preguntó don Cleofás a su amigo qué casa era aquella que mostraba en la portada tanta variedad de instrumentos vulgares, “que tampoco la he visto en la Corte, y me parece que hay dentro regocijo y entretenimiento” –Ésta es la casa de los locos– Respondió el Cojuelo, que ha poco que se instituyó en la Corte, entre unas obras pías que dejó un hombre muy rico y muy cuerdo, donde se castiga y curan locuras, que hasta agora no lo habían parecido” (25). Solamente en la rica memoria de un cantor de Santorcaz quedaba recuerdo de aquella denominación que debió ser corriente en el Siglo XVII: En Navidá se tocaban mucho los panderos, unos panderos grandes con palillos y castañuelas, la zambomba y la ginebra. La ginebra se hacía con huesos de oveja, que se enfilaban así; y quedaba como una escalerita, y eso se rascaba con una castañuela; eso era la ginebra (26).

Estas hueseras o ginebras fueron también patrimonio de toda la geografía madrileña. Acompañaron al baile de pastores que se hacía en Rascafría, a los villancicos que se cantaban en El Berrueco –donde se las rascaba con una cuchara de palo y se llamaban carrañuelas–, alcanzando un papel protagonista en los pueblos del Sur y del Este madrileños, conservando su preminencia hasta el día de hoy en Colmenar de Oreja (Fig. 6). Esos arrabeles se construyen con los huesos de las manos, que no de las patas, de las ovejas adultas, que en número de doce o catorce se enfilan con un alambre de punta incandescente que los va atravesando por los dos vértices formando una U mayúscula en su extremo inferior, que sirve como asidero para la mano izquierda. La dureza del alambre hace que el instrumento no quede articulado sino rígido y medianamente ladeado, a fin de buscar la postura natural para tañerlo mejor. Hoy se descarnan los huesos hirviéndolos o limpiándolos con sosa, pero antaño se recogían en los muladares, donde el sol, las inclemencias del tiempo y los animales carroñeros los habían mondado a la perfección, a más de que el aire libre les brindaba la característica blancura de los huesos curados a la intemperie. En la parte superior se colocaba una correílla amarrada a los dos extremos redondeados del alambre, con la que se afirmaba la huesera en el hombro o antebrazo. La mano derecha sujeta una castañuela de madera que aprisionan la yema del dedo pulgar –en cuya primera falange se enrolla la correílla de la castañuela– y el dedo índice, dejando entreabiertas las dos valvas para que repiquen con más facilidad al pasar y repasar de arriba abajo la castañuela por el arrabel.

La compañera inseparable de la ginebra o huesera era –y es– la zambomba: instrumento de fricción que se construye en botes de lata, orzas o pucheros de barro, cantarillas metálicas para contener aceite o leche, e incluso en pequeños barriles de madera (Colmenar de Oreja), que al parecer antaño contuvieron el bicarbonato. Ya en 1763 el madrileñísimo don Ramón de la Cruz nos describe el instrumento en un sainete de ambiente navideño en el que un prócer extravagante decide formar una orquestina que acompañe el villancico que ha escrito y en la que acaba interviniendo un niño muy malcriado.

SEÑORITO: –¡Ay, padre del alma mía!, ¡el paje me ha regañado, Y no me ha querido hacer una cosa que he mandado.

VIZCONDE: –¿Qué quieres tú, vida mía?

EUROSIA: –¿Qué quieres tú, dueño amado, de mi corazón?

SEÑORITO: –Quería una cosa que con un palo, que mete un horror de ruido en dándola con la mano.

EUROSIA: –¿Será un tambor?

SEÑORITO: –Que no es eso, por vida del diablo malo; que lo nombró el cocinero y ya a mi se me ha olvidado.

VIZCONDE: –Da otras señas.

SEÑORITO: –Mire usted.Ello se hace en un cacharro, y se le pone un pellejo en toda la boca atado; tiene una cañita en medio y pasando y repasando la mano por ella suena, que da gusto el escucharlo.

VIZCONDE: –Hombre, eso es una zambomba.

SEÑORITO: –Sí, padre, zambombo.

EUROSIA: –A Pablo, el mozo, que te la haga. Anda, di que yo se lo mando.

SEÑORITO: –Al instante que se acabe, verá usted cómo la traigo– (27).

Respecto a la nomenclatura que denomina a este curioso instrumento, hay que señalar cómo el término zambomba se ha ido generalizando en toda la geografía madrileña; pero ya vimos que en San Agustín de Guadalix adoptó el confuso nombre de errabel:

Dale a la zambomba,
dale al errabel,
dale a la zambomba,
que hace buen papel (28).

Y rabel se la llamó en Valdetorres del Jarama. Otros lugares la llamaban con nombres muy cercanos a la onomatopeya de su sonido, y así en Canencia de la Sierra se la nombró tucu–tucu, en Colmenar del Arroyo le decían puto, y en Navas del Rey el pocomucho.

Sólo en Colmenar de Oreja encontré zambombas construidas a conciencia para durar no una, sino muchas navidades. Para ello no se ata directamente la caña, el carrizo, cardo, o chupón de olivo al pellejo en cuestión, sino que se amarra a él una pieza de madera de unos cuatro centímetros de largo, que tiene aproximadamente la forma de un corto cilindro rematado por un largo y agudo cono. La pieza se hace siempre en madera dura, generalmente membrillo, y la llaman en Colmenar el palillo. La parte cilíndrica tiene una acanaladura en todo su derredor para que ajuste en ella sin moverse el bramante que la fijará a la piel o pellica de cordero o conejo con que allí fabrican las zambombas. Al dar la vuelta a la piel, tras de esa última operación del atado, y después de haberla asegurado bien tirante con clavos al borde del barril, queda bien firme y derecho el cono del palillo, en el centro exacto de la boca del recipiente, dispuesto para insertar en él las cañas secas que van desechándose a medida que se abren por el uso. Estas zambombas se construían con esmero, decorándolas a veces con tachuelas doradas, y llevaban una correa o soguilla que permite colgarlas en bandolera para tocar de pie con ellas.

En otros rincones de la geografía madrileña se utilizó la vejiga del cerdo para construir la zambomba. En Guadalix de la Sierra se la llamaba incluso zambomba, como ya vimos, y en Humanes de Madrid o Cenicientos la decían milicina. En los pueblos que limitan con Ávila lavaban bien la bolsa de la orina y la dejaban en agua durante dos o tres días, e incluso en algunos lugares como Pelayos de la Presa le añadían un chorro de vinagre: Para que se limpiase bien y quedase más fuerte; mientras que en Cenicientos restregaban la vejiga en la ceniza del hogar antes de soplarla y endurecerla, para que se pusiera más fuerte. Una vez curada la vejiga (29), se cortaba en trozos suficientemente amplios como para cubrir con holgura la boca de las cantarillas, sujetando en su centro la caña o vara de olivo que allí tocaban no con la mano, sino con un estropajo de esparto humedecido (Cadalso de los Vidrios, Fig. 7; Cenicientos, Pelayos de la Presa).

El secreto para que la zambomba retumbe está en no dejar nunca pliegues de la piel o la vejiga en el borde del recipiente; por ello, y antes de reatar el gollete con tomizas o bramantes, es menester que dos o más operarios repartan bien la membrana y estiren con fuerza hasta que el palillo (Colmenar de Oreja), la caña, la vareta de olivo (Cenicientos), la varalisa de sabuco (sambucus nigra) o retama (sphaerocarpa) (Navas del Rey), el carrizo (Villanueva de Perales), el cardo santo (cnicus benedictus) (Camarma de Esteruelas), el cardo borriquero (onopordon sp.) (30) (Pedrezuela) queden enhiestos y verticales. Para que la zambomba no pierda, mientras se la está tocando, el sonido profundo que la caracteriza, es menester que el parche esté siempre seco, y para ello suele colocarse inclinada a fin de que el agua sobrante que se desliza por la caña, no caiga en el parche, sino que gotee en el suelo (31). Ya vimos que, aparte de la vejiga del cerdo, las pieles más usadas en la fabricación de zambombas fueron siempre las de cordero, conejo y liebre, pero eran también muy estimadas al efecto las de gato, y especialmente, la de ardilla, que en Cenicientos llaman jardas (32).

Con piel se hacían también los enormes panderos que se tocaron dentro y fuera de la Villa y Corte. Aquellos enormes que vi yo aún cuando era pequeño en manos de los remendones zapateros de Lavapiés, se mercaban ya hechos por las fábricas de panderetas que vendían sus productos en la Plaza Mayor, como ya apuntamos en suso. Allí aparecían colgados con el mazo metido en el agujero que tradicionalmente tienen panderetas y panderos en el aro entre dos pares de sonajas. Pero en los pueblos aprovecharon siempre los aros de las grandes cribas que para garbanzos y granzas había en las casas de labor. La piel de estos útiles pertenecía a las caballerías viejas que se vendían para el sacrificio a los gitanos, expertos en tal menester. Pero cuando aquellas cribas, cansadas y hartas del uso, se rajaban y rompían, servían los aros de nuevo para construir el pandero navideño con la piel de una oveja, y aún mejor si era de cabra: Por Nochebuena mataban una cabra, una cabra vieja que valiera poco, que era de las pocas veces que comíamos carne. Mataban la cabra por la mañana, la clavaban bien estirada en el aro, y por la noche ya estaban tocando (Estremera de Tajo) (33). Para mantener bien tensa la piel así colocada y evitar que la maltrecha criba se combara por la presión, se cruzaban unas guías de alambre en el hueco del pandero, las mismas que a veces servían para sujetarle mientras se tocaba (Fig. 8).

En muchos lugares colocaban unas sonajas, previamente recortadas en la hojalata de los botes, de trecho en trecho por todo el aro de la vieja criba. En Estremera se llamaban rodajas y las sujetaban con trozos de alambre, que horadaban el borde exterior del pandero. Iban bastante holgadas a fin de que entrechocaran bien cuando se golpeaba la piel con el mazo y se entreveraban con pequeñas campanillas que, pasada la Pascua, volvían a ponerse en las colleras de las mulas (Fig. 9).

Pero en otros pueblos situados en el Camino de Aragón (hoy carretera de Barcelona) los panderos se exornaban con adminículos de madera. Eran racimos de palillos –generalmente hechos en tamujo de olivo (Los Santos de la Humosa, Santorcaz, Anchuelo, Corpa)– y castañuelas (Anchuelo, Fig. 10) los que pendían de un cordelillo que se ataba en la parte externa, y de un lado a otro del pandero, a fin de que aquéllos y ésta repicasen al golpe seco del mazo, pues estos grandes instrumentos se golpeaban siempre con un palo a cuyo extremo se ataba un trozo bien piloso –siempre con el pelo hacia dentro– de la misma piel que había servido para fabricar el pandero. Conseguían con ello un sonido rotundo y un tableteo de maderas secas muy característico que sólo de tarde en tarde interrumpía el tintineo de algún cascabel colgado también de aquel cordelillo.

En esos pueblos del Campo Alcalaíno tocaban también en Navidad una caña gruesa de unos sesenta o setenta centímetros de largo que rajaban en varias secciones dejando sólo sin abrir el último espacio entre nudo y nudo, que servía de empuñadura, y para que las varillas así formadas sonasen más y no se cerrasen, metían un palillo de madera entre ellas. La caña se hacía sonar empuñándola con la mano diestra y golpeándola rítmicamente sobre la palma de la izquierda (Fig. 11).

Las sonajas forman parte también de la orquesta navideña. Fueron desde antaño patrimonio de rústicos y labradores. Ya vimos que ornamentaban la fachada del manicomio que pintó Vélez de Guevara en su Diablo cojuelo; y las encontramos también en una composición profana que nos habla del pueblecito madrileño que siglos después vio invadido su término municipal por el aeropuerto de esta Villa:

¡Oh, qué bien que baila Gil
con las mozas de Barajas,
la chacona a las sonajas
y el villano al tamboril!
Fue a Barajas Gil llamado
de las mozas del lugar,
porque dicen que en bailar
es hombre muy afamado.
Gran contento ha dado Gil
a las mozas de Barajas (34).

Hasta nosotros han llegado dos estilos de sonajas en los pueblos madrileños. Al primero pertenecen las que llaman en Fuentidueña de Tajo rabeles, y se construyen en un palo de unos treinta a cuarenta centímetros de largo con sección cuadrada, que acaso antaño fuera redonda. En dos de sus caras enfrentadas se hincan hasta su mitad largos clavos que ensartan unas chapas redondas de metal fabricadas casi siempre con los botes de conservas, y más recientemente de bebidas, aunque a veces se procuran con las chapas aplastadas que cierran las botellas de cristal que contienen refrescos o cerveza. Suelen colocarse tres o cuatro parejas de clavos contrapeados, pero en uno de los lados siempre se coloca uno menos a fin de golpear sobre la mano izquierda con el espacio libre. Al segundo grupo pertenecen las típicas sonajas que encontré en Villaconejos (Fig. 12), con forma de “Y”, construidas en un palo ahorquillado. Entre los brazos de aquella “Y” se tienden unos alambres que encierran las consabidas chapas de metal, que suenan al vaivén del impulso que imprime la mano derecha en el mango del instrumento.

Otro artilugio que se construía sólo en época navideña eran las tablillas que usaban en Rascafría para acompañar el canto, cuando bailaban ante el Niño durante la Misa del Gallo. No he conseguido recuperar su nombre local, pero sí conozco bien la forma que tuvo, merced a varias descripciones que resultan coincidentes: Había otro [músico] que tocaba un palo lleno de rodajas de hojalata; y con otro palo lleno de picos los restregaba y sonaba: charraschás, charraschás.

Otro grupo de instrumentos navideños estaba formado por los útiles de cocina, que en aquellas fechas sonaban de forma especial y más alegre. Pero no se tomaba de los basares o la espetera cualquier cacharro para golpearlo sin concierto; arrancar del almirez, del calderillo o de las cucharas un compás bien ordenado no dejaba de tener su aquel, pues incluso las tapaderas de porcelana –llenas de esconchones negros– se agarraban y tocaban como los platillos de una orquesta. En cabeza de la fanfarria doméstica figuraba el almirez, que en la Somosierra tuvo género femenino. Se tañía siempre invirtiendo la mano del mismo para golpear con su parte más fina el interior de la copa. La única excepción que conozco es la de Guadalix de la Sierra, donde en la base del almirez se liaba un cordel o hiladillo que, atado al dedo pulgar de la mano izquierda, le dejaba pegado a la palma de esa mano y en posición vertical, dispuesto para repicar en su interior con la mano que sujeta la diestra (Fig. 13). Con esta técnica se consigue mucha mayor sonoridad, pues la taza no está aprisionada por la mano izquierda, sino que pende libre del dedo. No todos los almireces se tenían por aptos para acompañar el canto; debían ser ligeros, manejables y no tener ninguna grieta ni estañadura que apagara su metálico sonido.

El calderillo fue el instrumento doméstico más usado por los pastores, especialmente en los pueblos que limitan con la provincia de Ávila, donde fue muy generalizado su uso. Tanto en Cenicientos como en Cadalso de los Vidrios se usaron calderillos de hierro con un diámetro que oscila entre los veinte y veinticinco centímetros. Tienen un asa semicircular y diametral que encaja en dos goznes circulares sujetos ambos al caldero por unos remaches metálicos. La holgura de estos goznes y la de los remates circulares del asa, permiten repicarla en un vaivén rápido que el tocador hace con la mano derecha mientras que con la izquierda sujeta horizontalmente el fondo del cacharro, procurando abrazarlo poco con los dedos para no apagar su característico sonido (Fig. 14). Solamente en Miraflores de la Sierra vi tañer el calderillo con otra técnica, pues el tocador agarraba el asa por su centro con la mano derecha, dejando suspendido en el aire el caldero, mientras que con la mano izquierda golpeaba los nudillos de su mano diestra, provocando así un movimiento vertical de arriba abajo que conseguía el mismo acompasado repique en las charnelas metálicas. En estos calderillos guisaban sus migas y sopas los pastores y fueron muchas veces llevados a la iglesia para ambientar con su presencia la quintería que los rústicos figuraban en el templo la noche de Nochebuena.

Por último, y supongo que ya cuando las cucharas de metal –sacadas o compradas de saldo en los cuarteles– irrumpieron en el ámbito rural desplazando a las de cuerno y palo, comenzaron a usarse también para acompañar el son de los villancicos y aguinaldos. Dos de ellas, enfrentadas por su parte convexa, se empuñaban con la mano izquierda, mientras la mano derecha agarraba el hondón de otra para hacer entrar y salir rítmicamente el mango por entre la pareja enfrentada (Cubas de la Sagra). Con cucharas de metal se golpearon también las rabudas sartenes donde se freía, guisaba e incluso se hervía la leche. En Estremera de Tajo la colocaban boca abajo para golpear al compás sobre la base a contrapunto de los enormes y rotundos panderos; mientras que en Cenicientos repicaban con la cuchara, ya entre las paredes y el hondón, ya en el ángulo que forma el mango con el borde de la sartén. Los mismos cubiertos metálicos se usaron a última hora para rascar esas botellas de anís con cuadritos de cristal, que lucían contra los espejos en los anaqueles de tabernas y cantinas.

Todo este arsenal de ingenio y primores fue una de las respuestas al reto que la pobreza marcó en la vida de los que hoy son ancianos, de esa inmensa mayoría de españoles que no tuvo más juguetes que los hechos en casa, ni más instrumentos para alegrar las Pascuas que los fabricados o heredados.

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NOTAS

(1) Este artículo es un avance de lo que en su día recogerá el Vol. II. del Cancionero Tradicional de la Provincia de Madrid. Ciclo Festivo Anual, Ed. Consejería de Cultura y Deportes – Comunidad de Madrid, Col. Biblioteca Básica Madrileña, Madrid, 2006.

(2) Cantó Pablo Revilla Esteban, Marchena, de 89 años de edad. Grabada el mes de agosto de 2004 por J. M. Fraile Gil.

(3) Cantó Mercedes Serrano San José, de 80 años de edad. Grabada durante el verano de 1984 por J. M. Fraile Gil.

(4) GARCÍA MATOS, Manuel: Cancionero Popular de la Provincia de Madrid. Vol. I, Ed. C.S.I.C. – Instituto de Musicología. Edición crítica por Marius Schneider y José Romeu Figueras, Barcelona – Madrid, 1951, Apdo. Introducción, p. XIII.

(5) La maltrecha organología tradicional de mi Provincia apenas ha sido atendida por los investigadores. Como nadie por estos lares hace aquí con método y respeto el trabajo de campo, tan urgente y necesario en este tipo de labores, he de volver a citar mis publicaciones y las del profesor García Matos. Respecto a la gaita pastoril madrileña véase: FRAILE GIL, José Manuel: “Más notas sobre la gaita serrana de Madrid y sus relaciones con otros instrumentos tradicionales en España”, Actas de las Primeras Jornadas sobre Madrid Tradicional, Celebradas en San Sebastián de los Reyes (Madrid) en 1984, Ed. Centro de Estudios Tradicionales de la Comunidad de Madrid, Madrid, 1985, pp. 91–102; y GARCÍA MATOS, Manuel: “Instrumentos musicales folklóricos de España. II. La gaita de la Sierra de Madrid. III. La alboka vasca”, Anuario Musical, Ed. Instituto Español de Musicología, C.S.I.C. Barcelona, 1956, XI, pp. 123–163. Al antañón pandero cuadrado como instrumento de percusión para el baile en la Capital dediqué mi artículo: “El pandero cuadrado en la Villa y Corte”, Revista de Folklore, Obra Social y Cultural de Caja España, Valladolid, 2003, Nº 269, pp. 155–161. Y respecto a los instrumentos navideños que ahora tratamos, publicó también el profesor García Matos alguna nota suelta en su introducción al Cancionero Popular de la Provincia de Madrid. Op. Cit. Vol. I, pp. XXXIX–XLI. Los instrumentos de cuerda: guitarras, bandurria, laúd, violín…, protagonistas del baile tradicional en Madrid y su cinturón rural, serán objeto de un estudio detenido y minucioso en el Vol. III del Cancionero Tradicional de la Provincia de Madrid, que preparo con M. León Fernández y que de ver la luz, llevará por título Las danzas, bailes y esparcimientos. Algo adelantó al respecto DÍAZ GONZÁLEZ, Joaquín en su opúsculo “La guitarra en Madrid de los Siglos XVII a XIX” en Actas de las Segundas y Terceras Jornadas sobre Madrid Tradicional, celebradas en San Sebastián de los Reyes (Madrid) en 1985–1986, Ed. Centro de Estudios Tradicionales de la Comunidad de Madrid, Madrid, 1988, pp. 7–11.

(6) Hasta el ajardinamiento de la Plaza Mayor hubo allí mercado de comestibles, mercado que en época navideña se convertía en una verdadera feria de los productos asociados desde antaño con esas Pascuas. Una vez más fue don Ramón de la Cruz quien pintó como nadie aquel ambiente en una tarde de Nochebuena en su sainete La Plaza Mayor (1765). Cito por la colección preparada por Emilio Cotarelo y Mori, CRUZ CANO Y OLMEDILLA, Ramón de la: Sainetes en su mayoría inéditos, Casa editorial Bailly Bailliere, Madrid, 1915, Tomo I, pp. 234 y ss.

(7) FLORES, Antonio: Usos y costumbres españolas, Francisco Álvarez y Cª, Editores, Sevilla, 1877, Apdo. Un año en Madrid (1849) – Diciembre, pp. 177 y ss.

(8) RÉPIDE, Pedro de: Las calles de Madrid, Ed. La Librería, Madrid, 1995, p. 681, Ref.: SANTA CRUZ (Plaza de).

(9) Cuando llegaba la nochebuena se cantaba mucho, mucho. Y entonces no había panderetas para comprar como ahora, se tocaba el almirez y unas tapaderas y un tambor, que había tambor, eso sí. Informes dictados por Desideria Arribas Sánchez, de 88 años de edad. Grabados el día 31 de mayo de 2005 por J. M. Fraile Gil, M. León Fernández, A. Rodríguez Rodríguez, J. Rodríguez Huetos y M. L. Huetos Molina.

(10) La relación que cantaban la noche víspera del primero de enero lo indica bien a las claras: Los casados esta noche, / al toque de su tambor, / vamos a cantar coplillas, / de dios la circuncisión. Los últimos vestigios del tambor, que tanto tocaron casados y mozos en Casarrubuelos, nos fueron descritos de este modo: Había aquí un hombre mayor que en cuanto llegaba el tiempo de la Nochebuena salía con un tambor muy viejo que tenía, de chapa, y salía tocando con dos orejeros (piezas laterales del arado)¸ y hasta que no le calaba de lao a lao, no paraba. Sabía mucho aquel hombre. Informes dictados por Patricia Vara Gamboa, de 88 años de edad. Grabados el día 2 de febrero de 1994 por J. M. Fraile Gil, M. León Fernández y S. Weich–Shahak.

(11) Mozos y casados en días navideños alternos salían pidiendo donativos, que luego invertían –tras de un complejo ritual y posterior rifa– en sufragar la cera que alumbraba el Monumento de Semana Santa. Sobre la tal fiesta véase el trabajo de: HUERTAS VICIANA, María Isabel & MAICAS RAMOS, Ruth: “Las corroblas de Cubas” en Actas de las Segundas y Terceras Jornadas sobre Madrid Tradicional. 1985–1986, Ed. Centro de Estudios Tradicionales –Ayto. San Sebastián de los Reyes–Comunidad de Madrid, Madrid, 1988, pp. 45–50.

(12) Aunque cantado por mujeres, puede escucharse un interesantísimo texto de estos aguinaldos del Niño –recogido en Cervera de Buitrago y acompañado del tambor en 1997– en el C.D. Madrid Tradicional. Antología. Vol. 11. Ed. SAGA, S. A. (WKPD–10/2022). Madrid, 1997. Corte 2.

(13) Cantada por Pedro Martín Herranz, de 74 años de edad. Fue grabada el día 12 de octubre de 1994 por J. M. Fraile Gil, M. León Fernández y S. Alonso de Martín.

(14) Estos informes me fueron facilitados por algunos componentes del Grupo de Jotas “María de la Nueva” en 1984.

(15) Curiosamente Répide, al referirse en su libro a la Calle de la Ventanilla dice: “[…] toma su nombre de una casita que había en su parte más alta, aislada y pequeña, con sólo una ventanilla sobre la puerta, casa que perteneció a Catalina González, la celebrada panderetera, inventora de los rabeles […]”. En RÉPIDE, Pedro de: Las calles de Madrid, Op. Cit, p. 763. Ref.: VENTANILLA (Plaza de).

(16) Asociado generalmente a la cultura pastoril, es para algunos el descendiente del rebab o rebec árabe, aunque para otros primea con instrumentos centroeuropeos semejantes. Lope nos informa en su Fuenteovejuna (1619) de que algunos se construían en maderas duras y valiosas: “FRONDOSO: –¿En aquesta diferencia / andas Barrildo importuno? / BARRILDO: –A lo menos aquí está / quien nos dirá lo más cierto. / MENGO: –Pues hagamos un concierto / antes que llegéis allá / y es que si juzgan por mi, / me dé cada cual la prenda, / precio de aquesta contienda. / BARRILDO: –Desde aquí digo que sí, / mas si pierdes, ¿qué darás? / MENGO: –Daré mi rabel de boj, / que vale más que un atroj / porque yo lo estimo en más”. En LOPE DE VEGA, Félix: Fuenteovejuna. Dos comedias de Lope de Vega y de Cristóbal de Monroy, Ed. Castalia, Col. Clásicos Castalia, 2ª ed. Madrid, 1973, Acto I, Escena IV, Edición, introducción y notas de Francisco López Estrada.

(17) PÉREZ GALDÓS, Benito: La revolución de julio. Episodios Nacionales. 4ª Serie. Obras completas, Ed. Aguilar S.A., 1ª Reimpr. de la 1ª edición, Madrid, 1974, Tomo III, Cap. 19. El diálogo se desarrolla en el entonces pueblo de Vicálvaro, incorporado al municipio de Madrid el día 13 de diciembre de 1950; y el músico en ciernes se llama Rodrigo Ansúrez.

(18) Informes dictados por Guillermo Sanz Corral, de unos 55 años de edad. Grabados el día 8 de diciembre de 1994 por J. M. Fraile Gil, M. León Fernández, J. M. Calle Ontoso y A. Sánchez Barés.

(19) Informes dictados por Segundo Doncel Doncel, de 88 años de edad. Grabados el día 16 de abril de 1994 por J. M. Fraile Gil, J. M. Calle Ontoso, M. León Fernández y S. Weich–Shahak. Segundo fue informante del músico alemán Kurt Schindler, quien comenzó su tercera campaña de recogida (agosto de 1932 – enero de 1933) en la península Ibérica por este pueblecito de la Alcarria madrileña. Llegó a Santorcaz en el verano del 32 en compañía de Enrique Gutiérrez Roig, que había sido “médico de la casa rial”, en palabras de Segundo –hombre de excelente memoria–, que además recordaba a Schindler como “un hombre maduro, con el pelo tordo (entrecano), que era el director del Orfeón de Nueva York”. Véase SCHINDLER, K. (Recop.): Música y Poesía Popular de España y Portugal, Ed. Centro de Cultura Tradicional de la Diputación de Salamanca, Salamanca, 1991. Facsímil del original publicado en Nueva York en 1941, con prólogo a cargo de I. J. Katz y M. Manzano Alonso y con la colaboración de S. G. Armistead. Las entradas correspondientes a Santorcaz comprenden los números 473–485.

(20) Informes dictados por Domingo Martín Fernández, de 83 años de edad. Grabados el día 4 de abril de 2005 por J. M. Fraile Gil y A. Rodríguez Rodríguez.

(21) Del mismo texto entresaco algún que otro párrafo para más ahondar en el tema de la organología madrileña: “[…] en estos años pasados oímos cantar a los carabancheleros una seguidilla que trae la tradición de la tarasca de Madrid, y por lo mismo tuvimos el gusto de escribir, y dice así: «Si vas a los madriles / Día del Señor, / tráeme de la tarasca / la moda mejor, / y no te embobes, / que dan en la cara / los mojigones // El mojigón del Corpus / me dijo, madre: / –Si quieres tener hijos, / seré su padre.– / Y yo enfadada / me aparté de la danza / desconsolada». […] A las diez de la mañana, hora en que ya estaba colgada vistosamente la carrera, y encendidos los altares que las iglesias o la devoción de los fieles había colocado en ella, salía la profesión de la Parroquia de Santa María. Precedía a ella el mojigón con la danza de los moros, éstos bailando y aquél dando a diestro y siniestro vejigazos al que se descuidaba […]”. Véase en SEBASTIÁN DE CASTELLANOS, Basilio: “Costumbres españolas de la procesión del Corpus en Madrid, Sevilla, Toledo y Valencia, y de las galanterías usadas en esta solemnidad”, en Museo de las Familias. Cuarto, Madrid, 1846. pp. 110–111. Formaban parte de la estrafalaria indumentaria que vestía el mojigón, unos enormes botones a cuya semejanza fabricaban los confiteros madrileños unas bolas del mojigón; aún en la década de los 60 del pasado Siglo XX vendían los pasteleros unas enormes madalenas que llamábamos mojicones.

(22) CRUZ CANO Y OLMEDILLA, Ramón de la: La soberbia castigada o La Baronesa. En Teatro Selecto. Colección completa de sus mejores sainetes, Editor José María Faquineto, Madrid, 1882, p. 635.

(23) Informes dictados por Valeriana Gil Rubio, de 77 años de edad. Grabados en Madrid el día 4 de julio de 2005 por J. M. Fraile Gil.

(24) Se trata de un cartón para el tapiz, que debe pender en una sobrepuerta del comedor de los entonces Príncipes de Asturias (Carlos IV y María Luisa de Parma) de El Escorial. El cartón puede contemplarse hoy en la sala 85 del madrileño Museo del Prado y lleva en el catálogo el número 776, donde figura bajo el epígrafe “Niños inflando una vejiga”.

(25) VÉLEZ DE GUEVARA, Luis: El diablo cojuelo. En La Novela picaresca española, Ed. Círculo de Lectores – Nauta. Barcelona, 1969, Tranco III, p. 561. Gaita zamorana era entonces la gaita de fuelle, que a duras penas ha sobrevivido en Zamora por las tierras de Aliste y de Sanabria, donde se la llama de fole. Cascabeles, los que se ponían en los pies muchos integrantes de las danzas que ya entonces se consideraban rústicas; los bailes de cascabel eran los populares, frente a los de cuenta, que eran por entonces los de aire cortesano. El caracol es el bígaro o caracola, que en muchos lugares se tocaba para comenzar o acabar con su son las tareas agrícolas. Y el castrapuerco debió de ser el silbato con que se anunciaban esos cirujanos cuando hacían su entrada en un lugar, de ahí ha quedado la frase: El que más pita, capador, dando a entender que alcanza su finalidad el que más escándalo forma al solicitarla. En Val de San Lorenzo (Maragatería. León) Antonia Fernández Geijo me cantó las coplas que cuentan la historia de una zagala que cortó a su fallido violador las armas que preparaba: Capadores de Xixón, / ya podéis guardar chiflato, / que hay una moza en Xixón / que capa y no lleva un cuarto.

(26) Informes dictados por Segundo Doncel Doncel, de 88 años de edad. Grabados el día 16 de abril de 1994 por J. M. Fraile Gil, J. M. Calle Ontoso, M. León Fernández y S. Weich–Shahak.

(27) CRUZ CANO Y OLMEDILLA, Ramón de la: Sainetes en su mayoría inéditos, Op. Cit, Tomo I, El hambriento de Nochebuena. p. 103.

(28) Me cantó este estribillo aguinaldero Evaristo Ramírez Sanz, Pichi, de 74 años de edad, el día 19 de noviembre de 2005.

(29) En mis manos tengo una zambomba eslovena construida también con una vejiga de cerdo colocada en un recipiente de barro que, curiosamente, no tiene el fondo taladrado ni roto, aunque resuena de lo lindo. En la etiqueta que la acompaña leemos en inglés: “Tambor cerámico (también llamado hombre gordo, y con otros muchos términos tradicionales). Es un antiguo instrumento nacional esloveno. En otras épocas ningún acontecimiento tenía lugar sin él. Es un instrumento rítmico. La vejiga del cerdo cubre el cuenco de barro. En su centro se sitúa un palo. Es una pieza de artesanía popular tan bien realizada que puede durar durante varios años. Cómo tocar un tambor cerámico. Sostenga el instrumento horizontalmente. Sumerga la palma de la mano o los dedos en agua o vino (no así el palo), y con la palma humedecida o los dedos mojados y repase de arriba abajo el palo. El palo debe permanecer en su lugar. No estire hacia fuera ni apriete hacia dentro”.

(30) En gran parte de La Mancha se utilizó un cardo para fabricar zambombas al que denominan por ello cardo zambombero (carthamus lanatus). La polisemia propia de la etnobotánica y los desdibujados recuerdos pueden provocar cierta confusión a la hora de poner nombre a estas especies vegetales. Debo estos valiosos informes a la amistad de Emilio Blanco.

(31) Al contrario sucede con las grandes zambombas gaditanas que se construyen también con una pieza de madera, equivalente al palillo colmenarete, que llaman en Tarifa, bitoque. Pero esas zambombas no se hacen con piel ni vejiga, sino con una tela que llaman morcelina, y que ha de estar siempre empapada para que retumbe. La caja de resonancia de aquellas curiosas zambombas, que también he visto en algunas zonas de Granada, se construye en el tubérculo ahuecado de los cactus o pitas, que llaman pitaco.

(32) Jarda debe ser sin duda un localismo emparentado con el jardo que utilizan en muchas zonas del habla leonesa para denominar al color rojo. Y así los bueyes rojizos, que en Madrid llamaban retintos, son allí jardos. La palabra debe ser corrupción de jalde, que significa amarillo subido, y que deriva del latín galb_nus, que quiere decir de color verde claro. La piel de estos simpáticos animalitos se utiliza hoy solamente cuando alguno de ellos perece bajo las ruedas de un automóvil. Debo las referencias al pueblo de Cenicientos a Antonio Montero Pérez, de 45 años de edad al escribir estas líneas, experto conecedor y amante de las tradiciones coruchas.

(33) Informes dictados por Isidra Camacho Horcajo, de 65 años de edad. Grabados el día 1 de enero de 1993 por J. M. Fraile Gil, J. L. Rodríguez Pérez, A. Fernández Buendía y M. León Fernández.

(34) De Tonos Castellanos (S. XVII). Cito por ALÍN, José María: Cancionero Tradicional, Ed. Castalia, Madrid, 1991, Nº 777, pp. 409–410. El mismo Alín trae en nota a pie de página la versión a lo divino que publicó Francisco de Ávila en sus Villancicos y coplas curiosas al Nacimiento (1606): “¡Oh, qué bien que baila Gil / viendo el niño entre las pajas; / Bras repica las sonajas / y Antón toca el tamboril”



Instrumentos musicales en la Navidad madrileña (1)

FRAILE GIL, José Manuel

Publicado en el año 2006 en la Revista de Folklore número 301.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz