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Por más que parezcan trillados, los caminos de la etnografía, resultan a veces sorprendentes. Tal es el caso de los bolos de Migueláñez; nos encontramos, una vez más, con un desplazamiento del juego tradicional tal como se concebía, usado ahora como rito rememorativo de una cultura que atraviesa por momentos agónicos pero que, sin embargo, se resiste a morir.
Migueláñez es un pueblo situado en el centro este de la provincia de Segovia, en la zona de Santa María de Nieva; cuenta en la actualidad con 160 habitantes. Un recorrido por sus calles nos lleva a pensar que ha sufrido un éxodo masivo, pues el pueblo, tanto por su estructura urbana como por el empaque de sus casas, vivió sin duda momentos de cierto esplendor. Algunos de los edificios están construidos con pizarra, extraída de las canteras de la zona, lo que le da un toque muy peculiar a su arquitectura. Migueláñez tiene connotaciones míticas para muchos niños de la provincia porque en este pueblo se fabricaba el célebre chocolate Herranz que fue socorrida merienda en las décadas de los cincuenta-sesenta del pasado siglo.
De manera inveterada a los bolos se jugaba durante la cuaresma y lo hacían siempre las mujeres que, agrupadas por calles, plazas o plazuelas formaban equipos de tres jugadoras. El equipo perdedor pechaba con una pequeña cantidad de dinero que se iba acumulando y con la cantidad finalmente obtenida se hacía una merienda entre todas las participantes. Algo semejante ocurría en la provincia de León, tal como ha dejado escrito Olegario Rodríguez Cascos: Pueblos alfareros como son Santa Elena de Jamuz, Jiménez de Jamuz y Villanueva de Jamuz, tuvieron como fuerte entretenimiento el juego del bolo «cuerno», por regla general practicado durante las siete semanas de la Cuaresma. El aliciente e interés de tan rara modalidad era jugarse la merienda (1).
Con la emigración masiva esta práctica cayó en desuso pero, como las lagunas de Ruidera, reapareció más tarde incorporada al programa de las fiestas locales que se celebran el 15 de agosto. De modo que ahora ya no se desarrolla en las calles sino que es la plaza mayor el marco que acoge este juego que cumple, como hemos dejado dicho, un papel rememorativo de un viejo rito de confraternización. Esta costumbre de jugar durante los días de la cuaresma aún sigue vigente en el pueblo de Bernardos, situado a algo más de un kilómetro de distancia de Migueláñez. Pero lo que nos ha llamado la atención no es tanto la costumbre en sí, como la singularidad del juego que practican las mujeres de Migueláñez, del que no conocíamos paralelo.
Esta singularidad viene determinada por la existencia del “castillo” formado por 11 bolos de unos 30 centímetros de altura, con un diámetro de 3 centímetros en su parte media, que se colocan tumbados en paralelo de dos en dos, de tal forma que, sobre los dos primeros se colocan otros dos en perpendicular a aquellos y así hasta formar un “castillo” de 10 bolos; y sobre los dos últimos se coloca uno solo a modo de remate.
El “Vichi” es un bolo algo más grueso que se coloca pinado a unos 8 metros del “castillo”. El juego propiamente dicho consiste en tirar con una bola de tal modo que el primer impacto golpee sobre el castillo tratando de desplazar los bolos que lo conforman más allá del “vichi”, al que, si fuera posible, debe derribar también la bola. Una vez ejecutada la primera tirada, la jugadora tira de nuevo, ahora desde la raya del “vichi” hacia el “castillo” con la bola y con los bolos que rebasaron la raya o que quedaron montados sobre ella. Para ello se monta de nuevo el “castillo” con aquellos bolos que no rebasaron la raya. El objetivo es simplemente tocar el “Castillo”, es decir que no es preciso derribarlo. Primero se tira con los bolos y por último con la bola. Además, los bolos, una vez tirados, se incorporan al “castillo”.
La tabla de puntuación es la siguiente:
Por bola pasada 5 puntos
Por tirar el castillo aunque sólo sea un bolo 5 puntos
Por cada bolo pasado 10 puntos
Por cada bolo en raya sin pasar y se tira de vuelta 5 puntos.
Por tirar el “vichi” 15 puntos.
Por dar con el bolo o la bola de vuelta, aunque no se derribe el castillo 10 puntos.
En la actualidad se forman dos juegos en la plaza mayor que discurren en paralelo y el equipo ganador en cada uno de los juegos, formado por tres mujeres, compite entre ellos para determinar cuál es el campeón. Los premios son regalos comprados por la comisión de fiestas. De esta manera se rememora durante una de las tardes de la fiesta un juego que tuvo ocupadas durante generaciones a lo largo de la cuaresma a todas las mujeres de Migueláñez.
Es curioso observar que a la par que las mujeres practican los bolos, los hombres juegan entre ellos al juego de la calva en un espacio que está situado a las afueras del pueblo, al lado de la plaza de toros; y así como no vimos hombres observando los bolos en la plaza, tampoco había mujeres en los corros de la calva masculina, como si, de manera inconsciente, se reprodujera también la diferenciación que marcaba los roles de género en la antigua sociedad tradicional.
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NOTAS
(1) RODRÍGUEZ CASCOS, Olegario: El juego de bolos en tierras leonesas, Editorial Nebrija, León, 1978.
Mi agradecimiento a Priscila de Frutos que me informó de la existencia del juego y me asesoró de sus reglas. Y mi reconocimiento a Laura Benito, alumna de la escuela de Artes Aplicadas “La Casa de los Picos”, de Segovia, autora del dibujo que ilustra este artículo.