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LA TENSIÓN
A nivel general el corazón es el motor del cuerpo y su función consiste en impulsar la sangre para que ésta llegue a todos los puntos del organismo. Sin embargo, tal cometido no siempre se desarrolla felizmente, ya sea por problemas del propio corazón, ya porque las anomalías se presenten a lo largo del circuito que ha de seguir el líquido sanguíneo. Entre estas últimas tenemos la hipertensión o presión arterial alta y la hipotensión o presión arterial baja, lo que en etnomedicina se conocen por tensión alta y tensión baja.
La regularización de la presión arterial de una forma genérica se consigue mediante los fáciles recursos de comer ajos crudos o cocidos, de tomar infusiones de achicoria y sanguinaria y de hacer boca de cocimientos de hojas de olivo y de hojas de flores de digital. Pero cuidado se ha de tener con el último de los aguates, del que mejor será abstenerse, puesto que cuentan y no se cansan por estas tierras que la toma de una cantidad superior a un dedal o más enriquecida de lo permitido hizo cruzar los umbrales de esta vida a más de uno. A escala más reducida constatamos que la pimpinela tonifica la tensión en el Valle del Jerte (1) y la tisana de flores de galapero hace lo propio en la Tierra de Granadilla. Olvidar no se deben las infusiones de té de campo, que cumple con tal cometido en Fuentes de León (2), ni la de poleo, que con sus preferencias cuenta entre los vecinos de Alburquerque, donde también es factible su aprovechamiento en forma de vapores (3).
Pero vayamos a aquellas curativas que se tienen por válidas para rebajar la tensión arterial. Al ya indicado cocimiento de hojas de olivo, que ha de tomarse frío y en ayunas, se une por tierras pacenses su hermano silvestre el acebuche. Se sigue la lista con la infusión de sanguinaria o zaragatiña, que por los pueblos de la antigua diócesis de San Marcos de León se ingiere, siempre ligeramente azucarada y con el estómago vacío, durante tres o cuatro mañanas (4). Con la sanguinaria cocida y, la infusión de cinco o nueve hojas de olivo y la hiel de tierra elaboran un brebaje antihiperténsico en Madroñera, que en los casos más complicados se sustituye por una simple infusión de sanguinaria y por los correspondientes masajes cardiacos (5). Óptimas para estos menesteres son las infusiones de marrullo (Tejeda de Tiétar), de hojas de fresno (Hervás, Aldeanueva del Camino), de melisa, de menta, de salvia, de flor de madroña, de hierba mora, de ortiga y de árnica (6). No hay que echar en saco roto los cocimientos de cebolla y de muérdago de frutal (Megabril, Castañar de Ibor), la tintura de ajo, de la que se toma una cucharada en cada una de las principales comidas, y el aceite de ruda (Badajoz).
Popularmente se cree en Extremadura que la tensión alta se origina por causa de la excesiva cantidad de sangre que corre por las venas y por la dificultad que encuentra en su fluir a causa del estrechamiento que éstas sufren con el paso del tiempo. Los informantes dan por sentado que en el paulatino deterioro de los vasos sanguíneos influyen de una manera determinante el tabaco y la sal. “El que morir se quiera, que coma salmuera”, dicen en La Garrovilla, Mérida y Cristina. Al mismo tiempo se da por sentado que la obesidad trae consigo una mayor producción de sangre, sin que el diámetro de las venas aumente de forma proporcional, sino todo lo contrario.
Hasta cierto punto las teorías tradicionales participan, aunque ignorando la nomenclatura, de conceptos médicos del tipo de la arteriosclerosis o del colesterol. Sabido es, en este sentido, que los supuestos o reales hipertensos, siempre que las posibilidades económicas se lo permitan, tienden a dejar de lado determinados alimentos grasos, consejo en el que bien incide el viejo refranero: “Del guarrapo, ni el rabo” (Torrejoncillo), “Ni cerdo ni jabalí los quiero pa mi” (Salvaleón), “De animal cazao, ni bocao” (Valle de Matamoros)… Otras comidas que actualmente tienen prohibido su abuso ya eran para nuestros abuelos asunto vedado: “De huevos, los de uno, y sobran”.
No sólo basta con evitar el engorde, sino que también hay que eliminar el peso. Todo ello es posible mediante una dieta adecuada y, cuando la ocasión lo requiere, el recurso a los lengüejos diuréticos, proporcionadores del consiguiente adelgazamiento. Y todo esto sin olvidar los ejercicios físicos, que las mujeres del mundo rural extremeño convierten en paseos que en cada amanecer constituyen una típica estampa en caminos y carreteras. Aunque de gran efectividad sea todo lo dicho, no lo es menos el procurar la elasticidad de las venas mediante la ingestión de infusión de ruda (Jarandilla), de tomate (Casillas de Coria, Villalba de los Barros) y de zumo de limón (Cilleros, La Cumbre, Usagre). En la Sierra de Gata, en lugar de inges tos, prefieren ablandar los vasos mediante masajes con aceite de oliva.
SANGRÍAS Y SANGUIJUELAS Por lo que respecta al exceso de sangre, ésta puede ser combatida con el fácil recurso de la sangría, aunque abundan los lugares en los que se decantan por las soluciones botánicas. Así ocurre con la utilización de la ya mencionada zaragatiña, una planta que, al decir del corresponsal de Tomás López, se cría a dos leguas de Alburquerque, en la misma raya de Portugal:
“(…) la cual cocida adelgaza tanto la sangre bebiendo su agua que quanto más se puede usar por dos veces, pues, el orín que se expele es casi sangre y assí, en vez de sangría, usan de ella sus habitantes” (7).
Mayor interés en el campo etnomédico nos ofrece la sangría por medio de sanguijuelas, ese anélido que desde inmemorables tiempos cuenta en su haber con la recuperación de hipertensos y de afectados de apoplejía o hemorragias cerebrales, compartiendo su campo en el último supuesto con la aplicación de nieve o hielo en la cabeza, con las purgas y con los cocimientos o jarabes de peonía. Documentalmente sabemos que los postreros remedios gozaron de gran estimación en Santiago del Campo (8).
Deteniéndonos en las sanguijuelas y especialmente en su relación con la congestión cerebral, debemos advertir que este chupóstero cumple con su misión colocado en las sienes o detrás de las orejas. Tras la evacuación de la sangre, se la desprende y se la pone sobre una capa de cenizas para que se purgue y se conserve en óptimo estado con vistas a nuevas utilizaciones. En el campo científico el empleo de la sanguijuela ha tenido importantes propagandistas. Tal es el caso de Francisco Javier Víctor Broussais, quien en 1816 publica la obra Examen de la doctrina médica adoptada y de los modernos sistemas de nosología… Aboga el científico por el uso de las sangrías con sanguijuelas como una eficiente solución para debilitar el organismo disminuyendo la irritación excesiva. Este método de realizar la sangría alcanza un gran éxito a partir de los escritos del galo, hasta el punto de que algún país, como es el caso de Francia, ha de proceder a la importación de anélidos desde el territorio español. La masiva salida de sanguijuelas cerca estuvo de suponer un problema serio para la práctica del ejercicio médico, como se desprende del artículo que Mesonero Romano se ve obligado a insertar, en el mes de abril de 1836, en El Seminario Pintoresco Español:
“La celebridad que desde el año 1815 adquirió el sistema Broussais, y la grandísima importancia que tuvo, aumentó en Francia el consumo de sanguijuelas hasta el punto (…) que es un deber cuidar de que su exportación fuera del reino de España, no produzca el resultado de que falten las necesarias para el consumo interior (…) o que suba el precio de tal forma que se vean imposibilitados los pobres a aplicar este remedio a sus dolencias y los establecimientos de beneficencia tengan que economizar su uso en daño de los enfermos”.
El escritor no duda en solicitar el que se tomen medidas urgentes para evitar que “se prive a los españoles de uno de los recursos más preciosos de la medicina”. Hay que advertir que la demanda no sólo viene del extranjero. Muchas sanguijuelas parten de Extremadura para abastecer las expendedurías de la capital, compitiendo con las que llegan de otras regiones. A ello se refiere el citado periodista cuando inserta un anuncio que se exhibe en uno de los lugares mercantiles: “Aquí se venden sanguijuelas de superior calidad…, son extremeñas” (9). Hasta tal punto son prolíferos los ríos de las cuencas del Tajo y del Guadiana que algunos destacan como una rareza aquéllos en los que no se crían sanguijuelas. Así sucede, por ejemplo, con el pacense Matanchel, del que Madoz nos informa de la opuesta virtud de sus aguas, cual es la de hacer que se desprendan los anélidos de las bocas de los animales que en él beben. Para la recolección de estos gusanos basta con echar en el agua una piel recién desollada para que, al reclamo de la sangre, queden adheridos. En Serradilla antes de sacar el pellejo con una caña se hace una cruz en la superficie del agua y se recita un conjuro que atrae a las mejores sanguijuelas:
Sanguijuela,
que te llama tu agüela,
que vengas con ella,
del derecho y del revés.
Chupa, chupa las manos;
chupa, chupa los pies.
Por Cristo, su Madre y Dios,
vente con nos.
Una cazuela de barro ligeramente porosa se convierte en el nuevo hábitat del sanguinolento bichejo a la espera de la humana aplicación dérmica, que no siempre se ejecuta con la asepsia que requieren los “manuales” que llegan al dominio del gran público:
“Se pondrán las que hayan de aplicarse dentro de una vaso con medio dedo de agua, en donde se tendrán por espacio de una hora. Se lava la parte enferma con agua tibia azucarada; entre tanto se colocan las sanguijuelas en un lienzo limpio, y, cubiertas con él, se pondrán sobre la parte en que hayan de agarrar, procurando comprimirlas, sujetando el paño para que no piquen por otro lado. Si son muchas, se ponen de dos o más veces. El método más breve y mejor es meter en un vaso o tubo de vidrio roto, las sanguijuelas y aplicándole a la parte por el otro lado, se van comprimiendo en un lienzo” (10).
Los sabios consejos de los no menos sabios hacedores de sangrías recomiendan que éstas no se realicen los miércoles, puesto que en tal día las sanguijuelas, al menos las extremeñas, cumplen con un riguroso ayuno. Y añaden que buena fecha para sangrarse es el día de San Juan, antes de la salida del sol, ya que el solsticio tutelado por el Bautista impide que quede la mínima señal de la operación. Aunque las huellas también desaparecen con prontitud si éstas se cubren con pasta de garbanzos cocidos.
EL SÍNCOPE
El patatús o patatún es una de las afecciones que viene condicionada por la circulación de la sangre. Suele suceder cuando ésta no riega suficientemente el cerebro, bien sea por una disminución de la presión sanguínea, por una ateromatosis o por una baja frecuencia cardíaca. Contra tales desvanecimientos el primero de los pasos consiste en corregir la hipotensión. En Extremadura se consigue a base de infusiones de hojas de encina, de manzanilla y de zarzamora. También elevan la alicaída tensión el tomar un huevo disuelto en un vaso de vino (11), una copa de coñac, una taza de café solo o con un chorro de aguardiente y unos buenos platos de cardos borriqueros cocidos o en ensalada y a los que previamente se les han pelado las pencas y quitado los espinos.
Pero hay otros métodos que, aunque no ortodoxos, gozan de una amplia difusión para prevenir el síncope por estas tierras. No será víctima de patatús quien tenga la precaución de llevar un grano de azafrán y una hoja seca de salvia metida en una bolsita que se cose a la manga de la camisa a la altura de la sobaquera. Esta costumbre del norte de Cáceres siempre será menos molesta que la práctica, más común por los Baldíos de Alburquerque, de andar llevando dentro del zapato un garbanzo o, en su defecto, como igualmente es propio de Valencia de Alcántara, una piedrecita de cuarzo recogida durante los oficios del Viernes Santo. En Navalmoral de la Mata se alejan los mismos síntomas del desvanecimiento por el simple hecho de sujetar a la faja una taleguilla conteniendo un puñadito de sal. Por su parte, en Tornavacas y Piornal optan por mantener en el bolsillo algunas semillas de laurel.
El simple hecho de vestirse las medias del revés se convierte en talismán profiláctico en buena parte de las comarcas de La Campiña y Sierra de Jerez. Este último comportamiento cobra igualmente su efectividad para recuperar al paciente en el preciso momento de sufrir el síncope.
Llegado al patatús, el desvanecido es objeto de rápidas y dispares atenciones. El ponerlo tendido boca arriba y levantarle los pies, con el fin de que la sangre fluya con mayor facilidad hacia la cabeza, es método de gran aplicación en ambas provincias, aunque tampoco le va a la zaga la fórmula de sentarlo en una silla con los brazos caídos y con el cuerpo inclinado hacia abajo. El echarle aire con un abanico y el darle alguna que otra bofetada cumplen idénticas funciones recuperadoras. Otros elementos animadores del sincopado son el vinagre, la colonia o el alcohol, bien sea acercando los líquidos a la nariz o frotando con ellos las sienes. El verterle un jarro de agua fría en la cara obra el milagro reanimador, aunque es opinión común que el prodigio es mayor si con el líquido, lo más fresco posible, se les mojan los perendengues a los hombres y el ombligo a las mujeres.
CARDIOPATÍAS
Gran temor supone para los habitantes de esta región la simple citación de afecciones de tipo cardíaco, cuales son la angina de pecho y el infarto de miocardio o ataque de corazón. No importan tanto las causas que el pueblo atribuye a estos males, sino las formas que se utilizan para prevenirlos o sacudírselos una vez que empiezan a sufrirse.
En líneas generales son de aplicación en tales situaciones las singanas o boticas que se recomendaron para los casos de hipertensión, como pueden ser el ajo y la tisana sanguinaria. La infusión de flores de retama es recurso muy extendido, compartiendo un lugar destacado junto a la manzanilla. Por el Valle del Ambroz y Tierras de Granadilla prefieren como tónico cardíaco las decocciones e infusiones de flores de galapero. El perejil tiene mayor número de adeptos en Fregenal de la Sierra (12) y en los pueblos de su partido. Pero advierten los entendidos que con ninguno de estos elementos se logra la efectividad esperada si no se acompañan de unas buenas dosis de tranquilidad. Nada objetan, por el contrario, en Deleitosa, donde a los cardíacos los hartan de terrones de azúcar o de vasos de agua endulzada hasta el punto de que “la cuchara se tenga de pie”. Curiosa receta, mas no tanto como la localizada en Las Hurdes y que pretende eliminar el dolor de corazón comiendo piojos en tortillas (13).
El oler esencia de lirio (Torrejoncillo), el poner paños calientes al lado del corazón (Manchita, Trasierra), el aplicar sobre el pecho una tórtola abierta en canal (Zahinos, Peloche) y el beber agua de la fuente de La Doradilla (Garganta la Olla) constituyen otros tantos remedios para cuando arrecian los dolores sintomáticos de la angina de pecho. Y, puesto que más vale prevenir que curar, no faltan comportamientos que eliminan la posibilidad de las enfermedades coronarias. Libres de ellas se verán los que en los dos primeros años de vida fueron obligados a dormir recostándose en el lado derecho. No obstante, si se olvidaron medidas tan tempraneras, el mal cardíaco puede eludirse con posterioridad con sólo llevar puesto en el dedo índice un anillo de hierro forjado en Jueves Santo o al cuello colgado un amuleto con la forma de corazón.
Con relativa frecuencia el ritmo cardíaco se acelera por encima de los valores normales, lo que en muchas ocasiones supone un serio peligro, máxime cuando la taquicardia tiende a evolucionar hacia una fibrilación mortal. Ante este problema, ¿qué extremeño dijo miedo? Basta con que durante una semana se tomen un par de cucharadas diarias de zumo o jugo de ajo, la ajá, para que las excesivas palpitaciones desaparezcan como por ensalmo. A falta de paciencia para destripar ajos, queda la alternativa de comer lechugas, como sucede por las Vegas del Alagón y Penillanura del Salor. Nadie podrá quitar la razón a estos paisanos, y menos aún cuando los botánicos nos señalan que la planta hortense contiene lactucarium, una sustancia a la que se le atribuye una particular eficacia contra las taquicardias.
Aun sin conocer su funcionamiento, el pueblo es sabedor de la relación existente entre el bazo y el sistema circulatorio y de su papel filtrador de la sangre, a la que libera del material infeccioso. Su inflamación o aumento de tamaño supone una respuesta ante determinadas morbosidades. En este sentido no es difícil descubrir cómo el refrán aquí se labra camino: “Cuando el bazo crece, el cuerpo enmagrece”. Tal dicho, que alude al engrandecimiento del órgano en los afectados por el paludismo, se complementa con otra más popular sentencia paramiológica: “Cuando engorda la moza, al cuerpo el bazo y al rey la bolsa, mal anda la cosa”. Pero para estas inflamaciones también la medicina popular tiene la solución. En Villarreal de San Carlos la curación se logra mediante baños en las aguas del río Tajo (14). Los que viven alejados de esta corriente procuran otros líquidos que no mojan el cuerpo por fuera, sino por dentro. Así nos topamos con que beber tres mañanas seguidas en ayunas del pozo Cinojal sirve para solucionar tales problemas entre los vecinos de Ahigal. En Cilleros la inflamación desaparece tomando un vaso de vino en el que se ha disuelto un número impar de cagalutas de cabra, que deben ser extraídas de la tripa del culo después de muerto el animal (15).
Si los anteriores elementos ayudan al bazo a recuperar su equilibrio y su funcionalidad, tampoco faltan otras series de sustancias capaces por sí mismas de desencadenar una purificación o depuración de la sangre. Ahí están, a modo de ejemplo, las infusiones de hojas de abedul (Jaraiz de la Vera, Miajadas), de hojas de ortiga o jortiga bollunera (Las Hurdes), de raíces de achicoria, de flores secas de sanguinaria blanca o quebrantapiedras (16), de acedera, de pimpinela y de manzanilla (17). Tienen igualmente aquí su importancia el beber cocimiento de raíz de zarzaparrilla y de su fruto y el ingerir, siempre en número impar, cabezas de ajo de secano (Acehuchal).
No se debe olvidar en este capítulo a los afectados por los problemas de la diabetes. La medicina popular, siguiendo los pasos de la científica, recomienda una dieta carente de hidratos de carbonos refinados, puesto que conocido es que los azúcares, los pasteles y el pan elevan el contenido de glucosa en la sangre por encima de los niveles aceptados como normales, lo que podría desembocar en un patatús o coma hiperglucémico. Mas conviene tener presente que la caída por esmorecimiento llega por la razón contraria, es decir, a causa de una hipoglucemia o escasez de azúcar en la sangre. En ambos casos el régimen alimentario no lo es todo o, al menos, así lo piensan los extremeños, puesto que recurren a todo un conjunto de sustancias complementarias que facilitan el metabolismo del azúcar contenido en el líquido sanguíneo. En Plasencia y en los pueblos de su entorno lo consiguen bebiendo agua de la fuente de Valdelazura. El vino medicinal de hojas frescas de salvia es más propio de Logrosán y Trujillo. La posología aclara que la dosis a tomar debe ser un pequeño vaso después de las comidas. Menos cantidad, en este caso de decocción de hojas de eucaliptos, se le exige a los diabéticos de Villasbuenas de Gata y Torre de Don Miguel, ya que nunca sobrepasarán las dos cucharadas por día, la misma dosificación que de la también decocción de raíz de achicoria se llevan a la boca los afectados de Zarza de Alange, Torremayor y Mérida. Y, según la opinión de los informantes, los efectos no se hacen esperar acudiendo a la infusión de ramas secas de zarza (Casas del Monte, Jarilla, Cabezabellosa), al zumo de cebolla (Higuera la Real, Huertas de Animas), a la ensalada de ortigas (Casar de Cáceres, Berrocalejo) y a la hiel de tierra (18).
LA ANEMIA
Cuando una madre observa que su hijo ha perdido el apetito, que presenta palidez en el rostro, que siente mareos y que la fiebre hace mella en él, no es extraño que afirme categórica que el muchacho es víctima de la dichosa anemia. Para confirmar su impresión seguro que le levanta los párpados y visualmente analiza la sanguinolencia que bajo ellos se esconde. La escasa coloración es el punto que le falta a la i del anterior diagnóstico. Estos mismos síntomas son los que definen el síndrome anémico en las personas adultas, especialmente cuando se manifiestan como un producto desencadenante de alguna hemorragia o, en el caso de las mujeres, a causa de una regla larga y abundante, de la lactancia y del embarazo.
“El estado mórbido caracterizado por una disminución de la cantidad total de la hemoglobina de la sangre”, como en términos lingüísticos se define a la anemia, tiene los días contados ante la avalancha de boticas dispuestas a restituir el orden orgánico. Los huevos constituyen el meollo del amplio recetario, lo mismo se tomen sorbidos que cocidos con leche y vino o batidos con leche y azúcar. Las yemas endulzadas y disueltas en vino moscatel responden al mismo cometido. Otras veces los huevos se conforman como el ingrediente básico de la pócima antianémica con la que algún que otro lugareño de Alburquerque trata de meter hierro en el cuerpo siguiendo los dictados del curandero de rigor:
“(…) le dijo que hiciera un cocimiento, un vino, con tres litros de vino, una docena de huevos, cascarones y todo… un medio kilo de carne de ternera, un kilo o medio kilo de azúcar, y dos cucharadas de acero, de fragua, lo que se dice raspado en la máquina y echárselo todo al vino, y llenar una garrafa de cuatro litros, y taparlo… y dejarlo 48 horas ó 24 horas… yo ya no me acuerdo… y luego empezó a tomar un vasito pequeño… antes de comer, otro antes del almuerzo, otro antes de la merienda, y otro antes de la cena y con aquello se le quitó, porque ella lo que tenía era una anemia…” (19).
Hasta cierto punto el vino es un símil de la sangre y su utilización en estos casos de trastornos hematológicos podría responder a una interpretación del espíritu de la magia hemopática basada en la curación mediante elementos semejantes. Perfectamente se constata lo apuntado en la costumbre cacereña de tomar vino blanco, mas sólo después de haberse enrojecido por medio del orín que se ha formado luego de tener largo tiempo metidos en la vasija un puñado de clavos de herradura. Clavos y llaves calentados al rojo vivo van a parar en La Vera y Campo Arañuelo a un puchero de agua el día antes de que el anémico dé buena cuenta de ella. También vino, aunque ahora se trate de vino medicinal de semillas de hinojo, intentan aumentar la hemoglobina por la práctica totalidad de las poblaciones ribereñas del Tajo. La coincidencia es absoluta en lo referente a la posología: basta con un vaso antes de las comidas.
Y del vino, remedo del líquido sanguíneo, a la sangre sólo hay un paso. Tiempo atrás fue de uso común en las grandes ciudades extremeñas el que los aquejados de anemia acudieran a los mataderos para beber la sangre que chorreaba aún caliente de las reses acabadas de degollar, compartiendo el ágape con los tísicos, que también veían en el rojo líquido la curación de su mal. Raro será el rincón de Extremadura en el que no se prediquen las virtudes de tal medicina y en el que no se explique cómo bueyes y carneros prestaban la aorta con este fin sanitario. Y todavía no se ha perdido de la memoria la vieja costumbre de hacer a los anémicos catadores de la sangre vertida por los toros muertos en las capeas pueblerinas. A falta de sangre de otro animal mayor y cornudo, buena será la de insecto. Así parece confirmarlo la práctica hurdana de engullir en ayunas piojos que hayan llenado su panza chupando en cabeza ajena.
A las aguas tampoco les falta qué hacer a la hora de procurar la satisfacción de los anémicos. Bueno resulta el sorber las de la ya citada fuente placentina de Valdelazura y no desmerece de ninguna de las maneras la que fluye del manantial de las Herencias (Salvaleón), especialmente indicada para enfermedades infantiles. Ambas se usarán indistintamente en baños o por vía oral. Pero si la afección responde a una clorosis o cloroanemia y se vive cerca de Ahigal, Hervás o Brozas no hay nada mejor que abrevar en sus respectivas fontanas de Santa Marina la Vieja, del Salugral y de San Gregorio (20).
Si usted es de Valdetorres o de Reina debe saber que para librarse del empobrecimiento de la sangre sólo es necesario alimentarse de vez en cuando con ensalada de berros. Más estimado por los anémicos extremeños, seguramente guiándose por el color rojizo de sus ramas que ampararán la teoría de las signaturas, es el guiso de verdolaga, que en ocasiones se hace acompañar de algunas hojas encarnadas de rosal silvestre. No hay que olvidar en este sentido que ya el folklorista Antonio Machado apuntaba que el pueblo atribuye la curación de ciertos desórdenes sanguíneos a determinadas flores que muestran este color (21). En el cromatismo de la raíz de zanahoria quizás esté el origen de su utilización para solventar casos de anemia. Por lo general se consume rallada y aderezada con un chorro de limón y otro de aceite. Si con esto no hay suficiente para recuperar la sangre, aún quedan en el recetario los bocadillos de pan con flores de romero. Y, si como dijimos, los huevos son buenos para eliminar la desgana y la palidez y vencer la fatiga, otro tanto puede decirse de la creadora de tan popular alimento: la gallina. Su caldo es una pura panacea.
PROBLEMAS DE EXTREMIDADES
Entre los trastornos de tipo vascular el entumecimiento es uno de los más característicos. Sin embargo, no siempre el pueblo achaca el que una de las extremidades s'entuma o se duerma a un problema de tipo circulatorio. Pero sí hay unanimidad en lo que atañe a la forma de suprimir instantáneamente las sorpresivas molestias. Con sólo trazar tres cruces con el dedo pulgar untado en saliva se logra la esperada movilidad de la parte afectada por el jormiguillo. Sirve para lo mismo el crucearla con un clavo, una moneda o algún otro pequeño instrumento metálico. En Medellín aseguran los máximos resultados si las cruces se hacen con el dedo o con cualquier otro metal acabado en punta untado en la sangre de un reptil o de un ave nocturna. Si el afectado no quisiera descalzarse, en el supuesto de que el achaque correspondiera a la planta de los pies, basta con ejecutar el rito sobre el mismo zapato. No faltan quienes rizan el rizo al preconizar que las cruces se hagan con el dedo gordo de un pie en la planta del contrario.
Mayores son las molestias que se sufren por los ataques de calambres, ese otro trastorno vascular del que los extremeños se libran a base de friegas con aguardiente y alcohol de romero principalmente. Muchos hay que recurren a frotarse con un paño caliente o simplemente con las manos impregnadas con manteca, con aceite de candil o con sangre de gallo. Lubricarse la parte afectada con tocino es práctica usual en Santa Cruz de Paniagua y Torremocha, mientras que en Perales del Puerto lo es el hacerlo con el pastoso tuétano de un toro o de otra res cornuda. Por la comarca de Las Villuercas los propensos a sufrir calambres nocturnos se previenen de ellos metiendo en la cama al acostarse la pezuña de una cabra montesa, en lo que otra vez constatamos el inseparable sentido mágico. El dolor del calambre remite si se pisa algún objeto frío (Moraleja), si se camina pegando saltos hacia atrás (Talaván), si de acostado, siempre que el problema surja durante el sueño, se ponen los pies sobre el catre y se presiona con fuerza (Torre de Santa María) y, por último, si se echa mano de los recursos empleados contra el jormiguillo.
La hinchazón de los tobillos suele presentarse como una consecuencia de las varices, enfermedad que también se caracteriza por la visión desagradable y exterior de las venas, el picor y la tensión. Estas afecciones responden a un tratamiento popular, al menos en Carcaboso, consistente en introducirse en las medias el pico y las garras de un milano, lo que hasta cierto punto recuerda el hacer salmantino de ajustarse a las ligas las patas traseras de un topo (22). Las personas varicosas encuentran cierto alivio procediendo a un vendaje compresivo o a vestirse una media de goma. Buenos resultados se le achacan a la cataplasma de castañas de Indias (Baños de Montemayor) y de hojas de achicoria (Garrovillas). La aplicación de hojas machacadas y maceradas de col es de uso corriente en Jerez de los Caballeros y Calamonte, donde las compresas de bolsas de pastor también se apetecen para idénticos menesteres. Como tratamiento interno destacamos la infusión de hojas de malva, que en Malpartida de la Serena se dosifica en una taza en ayunas o antes de la comida principal.
Cuando las varices se complican y se resuelven en flebitis nos volvemos a encontrar con una medicación a base de castañas de Indias, que ahora es tomada en cocimiento o en tintura. De esta última basta una cucharada por día. En Valverde de Leganés prefieren las cataplasmas de hiedra, que se consiguen después de hervir un puñado de ramas y hojas en abundante agua a la que se le añade un vasito de vinagre. También cataplasmas, en este caso de harina de lino, van a parar a las piernas de los flebíticos del norte cacereño.
Puede suceder que las varices y la flebitis se manifiesten ulcerosas. Para estos supuestos se reservan los baños con agua tibia a la que se le ha añadido una hoja de laurel (Arroyomolinos de Montánchez), aunque no son escasas las poblaciones, como sucede por Tierra de Barros, donde a estos afectados se les manda pasear por caminos de tierra para que sus piernas se cubran del polvo que consideran salutífero.
Poco tiene que ver con lo anterior la afección conocida como cabras o cabrillas, que surgen a causa del excesivo calor que sufren las piernas al permanecer durante largo tiempo al lado de la lumbre o del brasero. Para evitar la coloración rojiza proveniente de la reverberación sanguínea nada hay más razonable que alejarse en su justa medida del foco ígneo o no mantener éste en su total viveza. “El bullir el brasero trae renguero”, sentencia un viejo refrán extremeño. Los cartones o las hojas de periódicos cubriendo las pantorrillas de las mujeres sentadas al calor del fuego son algo peculiar en los pueblos extremeños para prevenirlas de las citadas cabrillas, que casi nunca van más allá de una simple cuestión estética. Pero otras veces estas afecciones vienen acompañadas de los correspondientes picores y escozores. Un simple lavado con vino de pitarra (Almendralejo, Hoyos) y con unas suaves friegas con ceniza fina (Almoharín), con polvo de carbón (Aldea de Trujillo) o con yeso (Ahigal, Villadelcampo) se convierten en incuestionables curativas.
Por manos santas se conocen en Extremadura las de aquellas personas que, mediante masajes, logran la eliminación de los coágulos que se forman en las venas y arterias de las piernas. En realidad su acción consiste en fricciones deslizantes capaces de llevar los trombos hasta la punta de los dedos, donde desaparecen mágicamente. Pero como las manos santas cada vez escasean más, no queda otro remedio que eliminar la trombosis procediendo a un elevado consumo de cebolla, producto al que se le atribuye una gran fuerza anticoagulante, sin olvidar tampoco las virtudes del castaño de Indias, del que se aprovecha tanto en forma de decocción de la corteza como en la maceración de su fruto (23). Si el estómago no se halla preparado para estos trotes, los cálculos y los coágulos sanguíneos llegan a esfumarse con sólo aplicar algunas compresas de ortigas frescas.
Estrecha relación con el sistema circulatorio y sus anomalías tiene la adenitis del cuello, más popularmente conocida por escrófula, que se caracteriza por el abultamiento de los ganglios linfáticos. Tal morbosidad fue llamada en algún tiempo enfermedad del rey, ya que los monarcas galos e ingleses gozaban del milagroso poder de sanarla por la simple imposición de sus manos. Tal costumbre pervivió hasta 1772, cuando para evitar que las regias extremidades se ensuciaran por la mugre de sus pacientes o por librarse de la muchedumbre que acudía a la sanatoria cita monárquica, se cambió la modalidad curanderil. La mano del monarca se vio suplantada por una simple moneda que tuviera su imagen. Ya no era necesario viajar en busca de la sanación, puesto que ésta podía lograrse in situ con sólo tener un centavo con el que tocar la tumefacción gánglica.
Aquí parece tener su origen la costumbre extremeña de eliminar la escrófula colocando sobre ella un petacón moruno sujetado con un pañuelo que se ata al cuello. El tiempo de la imposición varía de unos puntos a otros, siendo lo más normal el mantenerlo fijo entre los dos toques de misa. En Trujillo la duración se guía por lo que tardan las campanas de San Martín en dar los tañidos del ángelus.
Fuera de esta peculiar medida, en la provincia de Badajoz encontramos muy generalizada como practica antiademítica el lavarse el cuello cada mañana con orina de niño, aspecto que nada menos que Plinio ya destacaba en su tiempo (24), o de felino casero. Respecto a este último, especifican en Orellana la Vieja, que ha de ser de gato virgen. Los brocenses baños de San Gregorio cumplen idéntica función, y otro tanto ocurre con la aplicación de infusiones de flores de margarita, que descubrimos en los pueblos del entorno de Guadalupe (25). Y para que no falte el toque mágico–religioso hay que recordar que la noche de San Juan sirve para poner fin a las dichosas escrófulas. Basta con tocarlas con una cáscara de nuez para que éstas pasen a mejor vida (26).
“LAS ALMORROIDES”
La medicina popular presenta un amplio muestrario de remedios relacionados con una de las afecciones más comunes, cual es el caso de las hemorroides o almorranas, también conocidas en el habla de la tierra por el nombre de almorroides. Mas no sólo curaciones hallamos al respecto, sino también toda una serie de procedimientos preventivos o profilácticos que impiden que las almorranas se conviertan en un suplicio para las personas propensas a contraerlas.
No tendrán que temer la aparición de este mal quienes se tomen la molestia de llevar en el bolsillo, en la faltriquera, en el dobladillo del vestido o en una bolsa colgada al cuello alguno de los siguientes elementos: raíz de arzolla (Fregenal de la Sierra, Fuentes de León, Madroñera), raíz de viborera (27), raíz de lirio (Peraleda de San Román), una cebolla almorrana (28), unas hierbas de las almorrranas (Llerena), una castaña de Indias o común (29), unas bolas de alcanfor (Mérida, Los Santos de Maimona), un cardo macho (Torre de Miguel Sesmero) y un pipo de aceituna (Ahigal). Fuera de los elementos de origen vegetal nos quedamos con la nómina y con el cagajón desecado de mulo, que se usa en Galisteo. Al decir de nuestros informantes, tales restos excrementicios tienen su razón de ser en que “han salío por el culo d’un animal que no tiene almorranas y por eso hace que no las tengan los que lo tienen con ellos”. Significativo y nuevo ejemplo de concepción mágica aplicada a la etnomedicina.
Y mágicos son también otros procedimientos que se inscriben tanto como mecanismos profilácticos como, posteriormente, sanatorios. Entre éstos citamos el que se sigue en Aldeacentenera y Zorita, consistente en meter una lagartija en un alfiletero. Su muerte y desecación constituyen un freno para las posteriores hemorroides y una desaparición en el supuesto de que ya se estuvieran sufriendo. Con idéntica finalidad se entierra una rana en las proximidades de una corriente de agua con la seguridad de que el ejecutante nunca se verá aquejado de la molestia anal. Para quienes gusten de concreciones geográficas diremos que la costumbre es usual entre los lugareños de la comarca de Los Ibores. Nada sanguinaria se presenta otra actuación que se lleva a cabo en buena parte de la provincia de Badajoz coincidiendo con la madrugada de San Juan. Sólo con rozarse las entrenalgas con una piedra, que seguidamente se lanza al río, el problema almorránico dejará de ir con uno.
Uno de los amuletos mencionados más arriba, la cebolla almorrana o cebolla albarrana, es capaz de curar la afección por el simple contacto, aunque en Fregenal de la Sierra prefieran un lavatorio con el aceite que queda en la sartén luego de freír esta planta (30). Por esta misma zona sirve para solventar indisposiciones hemorroidales el empaparlas con decocción de hojas de algarrobo. De gran efectividad se consideran los lavados o baños de asiento en infusiones de hoja de saúco (Madroñera), de cogollos de hojas de zarza (Pescueza, Casillas de Coria), de malva (Valencia de Alcántara, Alburquerque), de malvavisco (Valdemorales, Aldea del Cano, Casas de Don Antonio), de álamo negro y de hierba mora.
Si de las infusiones pasamos al campo de la decocción, nos encontramos un completo recetario orientado hacia la zona tumefacta que se ubica a la vera de donde la espalda pierde su nombre. Tres veces al día se mojan las almorranas por los pueblos del Valle del Ambroz con un cocimiento de flores de gordolobo o, en su defecto, de cola de caballo. Esto mismo se hace mediante baños de sentadilla con el agua de hervir la escrofularia en buena parte de Extremadura. Esta última costumbre, en certera opinión de algunos investigadores, tiene su razón de ser en la forma de las raíces del vegetal, que en cierto sentido se asemeja a la de las almorranas (31). Quienes han sufrido del anal impedimento es casi seguro que habrán calmado los dolores después de haberse aplicado compresas empapadas en el agua de hervir brotes tiernos y secos de zarzal, viborera y corteza de encina (32), tres elementos que en la comunidad se consideran portadores de esencias analgésicas, emolientes y vasoconstrictoras. Si resultados inmediatos son los que se trata de conseguir, nada mejor que sentarse en una palangana con cocimiento, lo más caliente que el cuerpo aguante, de varias nueces de ciprés de cementerio. Queda por saber si la mayor efectividad está en la planta o en la relación de ésta con los muertos, máxime cuando en Cáceres no faltan quienes para vencer las almorroides se las espolvorean con tierra removida de alguna tumba.
Las compresas de maceración de bolsas de pastor gozan de gran estimación en Navezuelas y Roturas, y un poco más al oeste, cual ocurre en los pueblos de Retamosa, Torrecillas de la Tiesa y Aldeacentenera, se las ingenian para combatir las molestias rectales aplicando hojas de hierba de San Pedro cocidas. Pero si las almorranas sangraran, estas mismas hojas convertidas en polvo se encargarían de cortar la hemorragia. La parietaria machacada no escapa a estas aplicaciones, ya que tiene fama de desecar las venas, sobre todo si se le añade una pizca de sal, fórmula que mantiene su importancia en San Vicente de Alcántara. El sentarse sobre una raja de tomate es remedio de uso corriente en Alcántara y Navalmoral de la Mata y el hacerlo sobre una capa de cebolla trae consigo el cese de los dolores y escozores en Salvatierra de los Barros, Magacela y Monesterio. Ambos artículos hortícolas, además de solos y en crudo, como en los casos anteriores, también se utilizan fritos con grasa de cerdo. Sedantes son igualmente las hojas de verbasco cocidas con leche (Ahigal), el ungüento de yemas de álamo (Guadalupe, Talarrubias) o de semilla de laurel (Salvaleón, Aldea de Trujillo), las cataplasmas de pan y leche (Magabril, La Haba) o patata y leche (Pasarón de la Vera, Riolobos), la picadura del tabaco (Garganta la Olla) y el ajo crudo o cocido con vinagre y sal (Madroñera). Nada que objetar, puesto que la materia prima abunda, a la costumbre de Robledillo de Gata de llevarse al trasero un trozo de muletón impregnado en posos de vino calentados al baño maría. Y hay que tener muy en cuenta lo que de bueno hace al encogimiento hemorroidal la aplicación de compresas de agua mezclada con pimentón. Manda la experiencia no mantenerla más de diez minutos, ya que la piel se irrita y, en consecuencia, sería peor el remedio que la enfermedad.
Los anteriores preparados vegetales se complementan con otros dispares tratamientos en su lucha contra las almorranas. Quizás el más simple consiste en sentarse sobra una corriente de agua para que ésta “se lleve el mal”. Ríos predilectos de los extremeños, en atención al supuesto carácter salutífero de sus aguas para este tipo de andancios, son el Almonte y el Guadamez. Los que no desean alejarse del entorno en el que se vive, sobre todos los lugareños de la comarca de La Campiña, tienen más que suficiente con sentarse en un cubo para humedecerse el ano con agua sacada de siete pozos. A decir de los habitantes de Azuaga los mejores resultados se logran si el líquido se recoge en la noche de San Juan y si el baño de asiento se realiza en la mañana del Bautista antes de salir el sol.
Ideales son para estos menesteres las friegas con tocino rancio, mezclado o no con ajos, con hiel de cerdo, muy general en Madroñera (33), o con grasa de lobo, que en Acehuchal se aplican luego de tenerla durante tres noches al sereno (34).
Puesto que andamos por el reino animal, traigamos a colación el papel que en este campo juegan las sanguijuelas o lameoris, que en Torrejoncillo se encargan de vaciar las tumefacciones anales, sin olvidar el buen papel que cumplen como medicina antihemorroidal la baba de caracol (Almendralejo), la saliva de perro (Valencia del Ventoso), la leche de murciélago (Castañar de Ibor) y la piel de rana empapada en aceite, de gran utilización por toda la geografía regional. Y que conste que esta cuestión batracia no es nueva ni exclusiva de Extremadura, como nos ilustrará el tratamiento rimado que entresacamos de Las Quatrocientas Respuestas, de Fray Luis de Escobar, obra publicada en los mediados del siglo XVI en Valladolid (35):
Echando quatro o cinco ranas
en olla que no sea nueva
porque el olio no se enbeva
para vuestras almorranas.
Y de aceyte de comer
avéys allí de poner
medio azumbre bien tasado
y en fuego que sea templado
las dexaréys descozer.
Y allí conviene mecellas
hasta ser desechas ellas
y untad con aquel liquor
las almorranas, señor,
y así podréys sanar dellas.
La medicina tradicional extremeña da por hecho que las hemorroides tienen los días contados si se las ataca con vahos y sahumerios. Entre los primeros destacan los de cocimiento de salvado de trigo. El afectado se sienta sobre un cubo o bacinilla en el que se ha vertido este agua aún hirviendo, permaneciendo de esta guisa hasta que los vapores desaparecen. Así se hace en buena parte de la provincia de Cáceres, área en la que para tal curativa también se usa los vahos de orina, preferentemente de mujer. Por lo que respecta a las fumigaciones, mencionar debemos las que provienen de la incineración de quebrantapiedras o sanguinaria blanca.
Y, por supuesto, nada varían los mecanismos del sahumerio que se practica en Extremadura de los que siglos atrás leíanse en Tesoro de Pobres:
“Para las almorranas que duelen mucho, que son las que no purgan, toma un poco de hierba llamada sanguinaria, y pon un poco de rescoldo en el servicio, y echa una poca de hierba, y recibe el humo por un buen rato, añadiendo una poca de hierba; y los has de hacer una vez al día, y luego hallarás alivio, y de dos o tres veces quedarás sano” (36).
A la efectividad curativa de estos calores no le va a la zaga la que se desprende de sentarse en un cancho calentado por el sol. Tampoco hay extremeño que desconozca lo que de positivo significa el espolvorearlas con peos de lobo, lo que los botánicos traducen por lycoperdon.
Son muchas las personas que, sin abandonar los mencionados tópicos, confían en el poder de los medicamentos administrados por vía oral. Lo mismo la semilla que la pulpa de la calabaza y del calabacín poseen tal acción sedante que lleva a aconsejar la comida de grandes cantidades a los que ven las estrellas por causa de las anales tumefacciones. Así obran por las Vegas del Alagón. En las zonas vinícolas pacenses saben muy bien que para este particular sirven perfectamente las uvas frescas y el mosto. He aquí el refrán que al respecto se escucha por Villalba de los Barros: “En el tiempo de la vendimia, la mano al culo poco se arrima”. Otro tanto cabe decirse de los cardos borriqueros, que comidos en ensalada, en la sabia opinión de quienes viven por la comarca de Las Villuercas, contienen propiedades de reducir las almorroides a su mínima expresión.
De malvavisco fabrican por los pueblos de la Sierra de Montánchez una infusión que, endulzada moderadamente, alegra el paladar y al tiempo, puesto que es laxante, emoliente y antiinflamatoria, reconforta el cuerpo cuando se sufren las enunciadas molestias. Varios vasos al día son más que suficiente. Menos dosis exige la posología cuando el tratamiento se hace a cuenta de las vasoconstrictoras castañas de India: un vaso diario para la tisana y sólo una cucharada para la maceración en alcohol. Las ortigas (Cañamero), las hojas de roble (Santa Cruz de la Sierra, Hernán Pérez) y las hojas de nogal y de nueces (Las Hurdes) constituyen otras tantas materias primas para la confección de infusiones muy tenidas en cuenta por los sufridos pacientes, algunos de los cuales, como constatamos en Valverde del Fresno y Talaveruela, no dejan atrás la toma de avellanas tostadas o la maceración de sus hojas y corteza. Tampoco se resisten las hemorroides al paso por el gaznate de alguna infusión de hojas de olivo (La Granja, Zarza de Granadilla, Villar de Plasencia), de algún jarabe de ortiga (Arroyo de la Luz, Nava del Rey) y de alguna decocción de hojas de gordolobo, algo habitual en Salorino y La Codosera. Dos tazas al día de estos preparados bastan para conseguir los objetivos propuestos.
Pero, ¡atención!, si nada de lo anterior diera resultado, aún queda un postrero recurso por estas tierras extremeñas. Consiste el mismo en ir corriendo muy de mañana y en ayunas hasta una tomillera, orinar sobre ella, saltarla tres veces y regresar a casa a marchas forzadas. Y aunque esta práctica tampoco eliminase las almorranas, al menos serviría para vaciar la vejiga y para hacer un poco de ejercicio, que bien valdrá para abrir el apetito al comienzo del nuevo día.
EPISTAXIS
Pongámonos ante una nariz que mana sangre a borbollones, y que es necesario cortar. Los remedios, aunque no sean muchos, se encuentran generalizados y apenas muestran variación entre los diferentes puntos de la geografía extremeña. Primera actuación: apretarse las partes blandas de la nariz contra el tabique central durante algunos minutos, al tiempo que la cabeza permanece levantada. En el supuesto de que la hemorragia persista hay que proceder a verter agua, lo más fría posible, en la nuca o colodrillo, aunque también vale el aplicar un paño empapado en tan líquido elemento. El toque mágico o religioso toma aquí carta de naturaleza en forma de cruz (con dos palillos basta) sobre el cogote después de haber sido mojado. Otra cruz, en este caso trazada sobre la frente con el dedo untado en la sangre que mana es suficiente para que la hemorragia desaparezca.
Muy popular en la capital cacereña y en los pueblos de su partido es el taparse el conducto sangrante mientras se mantiene levantado el brazo contrario. Más complicado, y por ello considerado más efectivo para lograr la coagulación, resulta el agarrarse la oreja del lado sangrante con la mano opuesta llevando el brazo por detrás de la cabeza, al tiempo que con los dedos de la otra mano se pinza la fosa afectada. A su lado pervive la costumbre de dejar caer algunas gotas sangrantes sobre la lancha de la lumbre. La desecación del líquido provoca la rápida formación de una costra que impide la emanación del líquido sanguíneo. A idénticos logros se llega atándose un hilo rojo al dedo moñicli de la mano coincidente con el sangrante orificio. El resultado de estas últimas actuaciones se nos antojan tan sorprendentes como los que devienen de pasar una pluma de gallina rozando el labio superior para que la sonrisa que se exhala con el roce, al decir de los habitantes de la comarca de La Serena, produzca una inmediata acción hemostática.
Poco clásicos resultan los tapones nasales en Extremadura, si bien en ocasiones llegan a emplearse mechas de algodón empapadas en jugo de zurrón de pastor o en cocimiento de cola de caballo, así como una pasta de ambas plantas machacadas. El carácter vulnerario de la corteza de encina hace que al aspirar los polvos sacados de ella produzca la cicatrización de la herida. Otro tanto sucede si los polvos proceden del total desmenuzamiento de las hojas de parra o de saúco negro y de la cáscara de higuera. Ni qué decir tiene que la materia prima ha de estar seca completamente, si bien en el caso de la higuera se aprovecha la pulpa fresca para la confección de emplastos con el mismo fin. La solución hemostática es un hecho si se vierten en las fosas nasales algunas gotas de maceración de ortiga y se pinzan acto seguido para que el líquido no salga al exterior. Los polvos extraídos de esta planta seca también producen el cese de la hemorragia. Y, por supuesto, nada de dejar en el olvido la exhalación del jugo de cebolla, que, al tiempo de abrir los conductos lacrimales, cierra las fisuras sangrantes, como bien explican en Segura de León, Bodonal de la Sierra y Cabeza de Vaca. Sin embargo, en la primera de estas tres localidades prefieren colocar sobre el punto hemorrágico una pizca de perejil machacado (37), mientras que en la vecina población de Fregenal de la Sierra optan por el polvo de iglesia, es decir, el extraído de lijar el ara de un altar.
HERIDAS SUPERFICIALES
Ocasiones tuvimos al estudiar la etnomedicina en relación con las lesiones dérmicas de recrearnos con las formas sanatorias de las heridas sanguinolentas. Sin embargo, en aquel momento pasamos por alto los mecanismos que se siguen para detener las hemorragias que afloran a través de la piel. Vamos a ellos.
Estamos ante un corte, sin importar qué afilado instrumento lo produzca. Sentir el dolor de la sajadura y acercar los labios hasta ella para succionar la sangre, que seguidamente se escupe, es la primera de las medidas antihemorrágicas. Si la propia boca no llega a la herida, la del vecino se hace necesaria. En Cristina y Oliva de Mérida el primitivo efecto aumenta algunos grados si el sanguinolento líquido ya ensalivado se escupe en el fogón. En el supuesto de que el malogrado sea dueño de un perro, la norma dicta que en él tiene su auxilio. Unos lambetazos son suficientes para que a la sangre le cueste aflorar por la estrenada abertura cutánea. A falta de la hemostática sustancia salival mano ha de echarse del vino, elemento del que el proverbio no deja la mínima duda: “Mala es la sajaúra que el vino no cura”. Y si en el vino se cuecen algunos cogollos de romero se consigue una tisana que en cuestiones de lavatorios no tiene parangón. Para lo mismo sirve la decocción de esta planta (“Mala es la llaga que el romero no sana”) que la infusión de perejil. Aunque como panacea se tiene en Fuente de Cantos una sencilla combinación: lavar la herida con infusión de romero y, acto seguido, taparla con perejil machacado. Si el primero detiene la sangre y desinfecta la jarretá, el perejil ejerce como vulnerario y cicatrizador. Por la Sierra de Gata aumentan la virtud hemostática de la herbácea condimentadora añadiéndole una pizca de azafrán.
Pero hay más cocimientos a añadir a los anteriores con idénticos fines detenedores de hemorragias y vulnerarios, dando lo mismo su empleo en forma de lavado, inmersión o aplicación de compresas empapadas en el líquido. He aquí las decocciones de corteza de avellano (Orellana la Vieja, Herrera del Duque) o de encina (Oliva de Plasencia, Jarilla, Casatejada), de trozos de corcho (San Vicente de Alcántara), de hojas de roble (Aceituna, Montehermoso) o de sauce (El Torno, Gargantilla) y de cogollo de jara, muy popular entre los pastores de toda Extremadura. Distintas infusiones se inscriben en el mismo campo de aplicación. Son éstas las elaboradas de hojas secas de llantén (Valle del Jerte), de espliego (Las Hurdes), de cantueso (Sierra de Gata), de nogal (Santa Cruz de Paniagua), de violeta (Sierra de Fuentes, Zarza de Montánchez) y de ortiga o jortiguilla. De la última también se utiliza el jugo fresco, una sustancia a la que en cuestiones hemostáticas sólo superan el zumo de limón y el aguardiente. Aquí debe tener un hueco el aceite de pericón (hipérico), cuyo uso no encuentra límites por estas latitudes.
En Magacela y Campanario optan para los menesteres que nos ocupan por una pomada conseguida a base de cocer manteca de cerdo y resina de álamo negro. En Higuera la Real fían la solución de la sajadura a un ungüento de jugo de acedera y aceite de oliva, que también admite como ingrediente alguna fibra de azafrán. Si en emplastos y cataplasmas nos detenemos, mencionar se deben los de hojas frescas y machacadas de tilo (Plasencia), los de higos (Santibáñez el Bajo, Ahigal, Guijo de Granadilla), los de raíces y hojas de verbena lubricados con vino (Zahinos, Olivenza) y, por supuesto, los de sanguinaria, planta a la que no en vano se la bautizó en la Edad Media como sanguinalis herba. Parentesco con lo anterior guarda la general aplicación sobre la herida de una capa de cebolla asada y untada en aceite o de una hoja de sanalotodo, de uso corriente en las proximidades de Badajoz (38). Se considera igualmente apropiado para la formación de coágulos externos que impidan la salida de sangre por la brecha el pegar sobre ésta una lámina dérmica de hoja de higuera chumba, corriente en Coria y pueblos del entorno. En Calamonte utilizan la membrana interna de un huevo, al igual que sucede en Navaconcejo y Perales del Puerto. Y una excepción será el pueblo en el que no se haga lo propio con el papel de fumar o con la tela de araña.
El extremeño cuenta con otras sustancias que asumen una calidad hemostática al conseguir disolverse con la sangre y facilitar la formación de costras. Los polvos destacan sobre cualquier otro producto: de peo de lobo, de madera apolillada y de cal. Añadamos a éstos el serrín, la sal fina y el azúcar, productos que adquieren especial significación en el caso de piteras o cortes en el cuero cabelludo. Gran valor antihemorrágico, desinfectante y cicatrizante se le concede en todo el área norteña de Cáceres al pan mohoso rallado (39). Mas si la sangre no cesa con los apuntados tratamientos, quizás convenga, como hacen en Herrera del Duque, Villarta de los Montes y Bohonal, cubrir la sajadura con un chorro de miel o, siguiendo las pautas que se marcan en Descargamaría, Hoyos, Casar de Cáceres y Atalaya, pegar una pasta conseguida de amasar con los dedos un trozo de corteza de queso, lógicamente sin que el moho ni otras jorruras se les hayan limpiado con antelación.
Por supuesto que en este apartado no faltan los recursos mágicos y religiosos. De los primeros nos topamos el hecho de detener la hemorragia con sólo coger entre las manos un coral, algo que se piensa a pies juntillas en Llerena. En Torrejón el Rubio y Malpartida de Plasencia creen que eso se logra con mayor efectividad atándose a la cintura o al cuello una camisa de culebra. Menos difícil lo ponen en Puebla de Alcocer, donde el remedio se hace inminente si se beben tres gotas de la propia sangre disuelta en un vaso de agua. En la religiosidad popular también se ha buscado la solución a los problemas hemorrágicos. Una pequeña jaculatoria, tal vez un fragmento de una oración mayor, recita en Belvis de Monroy cualquier persona trazando cruces con el dedo pulgar sobre la herida:
Cristo por aquí pasó
y la sangre se cortó.
Cristo volverá a pasar
y el corte se curará.
Al tiempo se cuentan con determinadas advocaciones a las que el pueblo acude en demanda de remedios hemostáticos. Exvotos no faltan en ermitas, iglesias y santuarios que rememoran el milagro, como el que se cuelga en el Cristo del Humilladero de Azuaga. Explicando una sencilla ilustración puede leerse:
“(…) Juan Gómez de la villa de Alconchel tenía rota una vena del pecho, echaba incesantemente sangre, visitó este lugar y quedó sano” (40).
En otras ocasiones el simple contacto con una reliquia es capaz de detener la hemorragia y de restañar la herida por muy aparatosa que ésta parezca. Elocuente es en este sentido el poder que emana de la Cruz Bendita de Casar de Palomero, como, a modo de ejemplo, nos refiere este prodigio de los muchos que se conservan documentalmente:
“(…) y en su casa propia cayó de una escalera y dio con la cabeza en un escalon de piedra e la cayda fue tan grande que se hiço en la cabeza esta testigo una gran herida de la qual le salio mucha sangre y fue tanto que esta testigo entendio que no vibiera fue tanto su gran herida que le dieron a esta testigo el santo sacramento y la unçion e con todos los rremedios posibles y naturales que el çirujano hiço no basto para que la sangre de la herida se tuviese y çesase de salir visto que en esto no avia rremedio ninguno fueron a tocar un paño de lienço en la Bendita Cruz que esta en esta Villa (…) y el dicho paño de lienço aviendole tocado en la Bendita Cruz se lo pusieron a esta testigo en la cabeza y acabado de poner casi luego yncontinente çeso la sangre y no salio mas…” (41).
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NOTAS
(1) FLORES DEL MANZANO, Fernando: La vida tradicional en el Valle del Jerte, Asamblea de Extremadura, Mérida, 1992, p. 317.
(2) FERNÁNDEZ SALGUERO, Luis, RODRÍGUEZ PASTOR, Juan y RUIZ DE LA CONCHA, J. Ignacio: “Notas sobre algunas plantas de Fregenal y sus cercanías”, Saber Popular, Federación Extremeña de Grupos Folklóricos, Fregenal de la Sierra, 1990, 5, p. 46.
(3) LÓPEZ CANO, Eugenio: “Supersticiones y creencias populares”, Alminar, Institución Cultural “Pedro de Valencia” y Diario HOY, Badajoz, 1984, 51, p. 4.
(4) FERNÁNDEZ SALGUERO, Luis y otros: Op. cit., p. 44.
(5) MONTERO CURIEL, Pilar: Medicina Popular en Extremadura (Encuesta en Madroñera), Real Academia de Extremadura y Ayuntamiento de Madroñera, Cáceres, 1992, p. 75.
(6) GUÍO CEREZO, Yolanda: Naturaleza y salud en Extremadura: Los Remedios, Ed. Asamblea de Extremadura, Mérida, 1992, p. 28.
(7) LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, Tomás: La provincia de Extremadura al final del siglo XVIII, Ed. Asamblea de Extremadura, Mérida, 1991, p. 47.
(8) LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, Tomás: Op. cit., p. 388.
(9) Cit. CHAMORRO, Víctor: Historia de Extremadura, III, Ediciones Cuasimodo, Madrid, 1981, p. 283.
(10) Cit. CARRIL, Ángel: Etnomedicina. Acercamiento a la terapéutica popular, Castilla Ediciones, Valladolid, 1991, p. 65.
(11) GUÍO CEREZO, Yolanda: Naturaleza…, p. 44.
(12) FERNANDEZ SALGUERO, Luis y otros: Op. cit., p. 46.
(13) CHÁMORRO, Víctor: Tierra sin tierra, Barcelona, 1968, p. 176.
(14) LÓPEZ DE VARGAS MACHUCA, Tomás: Op. cit., p. 482.
(15) Plinio (NH. XXVIII, 64 y 57) escribe acerca de su curación por medio del excremento de asno extraído tras su nacimiento.
(16) PIZARRO CALLES, Alonso: Plantas medicinales en Extremadura, Gráficas Boysu, S.L. Mérida, 1988, p. 219.
(17) GUÍO CEREZO, Yolanda: Op. cit., p. 31 ss.
(18) GUÍO CEREZO, Yolanda: Op. cit., p. 29.
(19) GUIO CEREZO, Yolanda: Op. cit., p. 42.
(20) VEGAS FERNÁNDEZ, Juan de la: Balnearios y fuentes minero–medicinales de Extremadura, Gráficas Sol, (No cita lugar de impresión) 1990, p. 45.
(21) MACHADO Y ÁLVAREZ, Antonio: “El folklore de los colores”, El Folklore Frexnense y Bético Extremeño, Imprenta de El Eco, Fregenal de la Sierra, 1883–1884 (Reedición, 1988), p. 308.
(22) MORÓN BARDÓN, César: “Creencias sobre curaciones supersticiosas recogidas en la provincia de Salamanca”, Memorias de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria, Museo Antropológico Nacional, Madrid, 1927, tomo IV. Reeditado en Obra Etnográfica y otros escritos, I, Centro de Cultura Tradicional, Diputación de Salamanca. Salamanca, 1990, p. 164.
(23) PIZARRO CALLES, Alonso: Op. cit., p. 33.
(24) NH., XXIV, 39.
(25) PÉREZ DE LA HIZ. María del Carmen: “Plantas medicinales en Guadalupe”, Guadalupe. Revista de Santa María de Guadalupe, Sevilla, 1986, 628, p. 134.
(26) HURTADO, Publio: Supersticiones Extremeñas, Cáceres, 1902 (Reedición por Arsgraphica. Huelva, 1989), 180.
(27) HURTADO, Publio: Op. cit., p. 137.
(28) NOGALES, José: “Apuntes para el folklore Bético–Extremeño. Prácticas y creencias populares en el S.O. de España”, Revista de Extremadura, Cáceres, 1907, vol. IX, p. 166.
(29) En ocasiones suelen llevarse engarzadas en plata.
(30) FERNÁNDEZ SALGUERO, Luis y otros: Op. cit., p. 43.
(31) FONT QUER, P.: Plantas medicinales, Ed. Labor, Barcelona, 1988, p. 609.
(32) PIZARRO CALLES, Alonso: Op. cit., p. 233.
(33) MONTERO CURIEL, Pilar: Op. cit., p. 76.
(34) DOMÍNGUEZ MORENO, José María: “Virtudes mágicas y curativas del lobo en Extremadura”, Revista de Folklore, Caja España, Valladolid, 1992, 142, p. (Ver página).
(35) Cit. CARRIL, Angel: Op. cit., p. 68.
(36) Cit. FONT QUER, P.: Op. cit., p. 168.
(37) FERNÁNDEZ SALGUERO, Luis y otros: Op. cit., p. 46.
(38) LÓPEZ CANO, Eugenio: Op. cit., p. 5.
(39) La curación mediante este método es práctica habitual por toda la geografía europea. Estamos ante la utilización “médica” de los hongos del moho antes del descubrimiento de la penicilina. LIS QUIBEN, Víctor: La medicina popular en Galicia, Akal Edit. Madrid, 1980, pp. 16–17.
(40) RODRÍGUEZ BECERRA, Salvador: “Exvotos del Cristo del Humilladero de Azuaga (Badajoz)”, Antropología Cultural en Extremadura, Asamblea de Extremadura, Mérida, 1989, p. 129.
(41) PALOMO IGLESIAS, Crescencio: “Milagros de la Bendita Cruz de la villa de Casar de Palomero”, Antropología Cultural en Extremadura, Asamblea de Extremadura, Mérida, 1989, p. 202.