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I.– INTRODUCCIÓN
Que una Revista como la que dirige Joaquín
Díaz y patrocina Caja España desde sus inicios,
llegue al número 300, puede considerarse un milagro
que, naturalmente tiene nombres propios,
Joaquín a la cabeza, y el número de colaboradores
que han creado, un corpus importante en el
estudio del folklore, hoy conocido en un gran número
de Universidades y, naturalmente, en el
mundo especifico antropológico, social y cultural.
Porque la Revista, como puede comprobarse en la
lectura de sus índices es omnicomprensiva, tanto
por la elección de los temas, desde la manifestación
más sencilla y pequeña hasta la de mayor
transcendencia y complejidad, como por la visión
plural de los colaboradores. No existe una sola línea
científica, ni tampoco una sumisión a determinados
intereses. Es un testimonio abierto de la
comunicación de los usos del pasado, en Castilla
y León, en España y fuera de ella, con el presente
y su proyección al futuro. Recuperar canciones,
danzas, leyendas, consejas y un largo etc. equivale
a recoger trozos de realidad, y a la vez sendas
de fantasía. Lo cotidiano y lo mágico, en tiempos
más o menos remotos o en su adecuación a los actuales.
Desde los Pliegos de Cordel o las tradiciones
orales, a la tecnología más sofisticada, Y sobre
todo desde la integración entre lo popular y lo
culto, constante en la historia. La imaginación
colectiva se plasma después en los artistas de toda
índole, los creadores que utilizan el caudal de
ese material hecho de concreciones y leyendas.
Mario Vargas Llosa en uno de sus mejores libros,
hoy repudiado absurdamente, dedicado a Gabriel
García Márquez, escribía sobre los demonios que
influían en la escritura, “su propia realidad, los
ecos del pasado, las lecturas, las personas reales
o imaginarias….” El sustrato de la vida humana
está compuesto de todo ello.
Por esta razón desde la humilde copla que todavía
canta con voz rota una anciana en un pueblo
más o menos perdido, hasta la ópera o la epopeya
de mayor duración y complejidad, no son
más que parte de un entramado vital que también
podría definirse como cultural, entendido este
concepto en su recto sentido. Cultura como sinceridad,
cultura como trabajo de creación, dos polos
de la misma sustancia vital que nace de la tierra,
de la creatividad de los hombres, de la capacidad
para incorporarse a ese sustrato espiritual
del pensamiento, de la capacidad de ser “persona”
que en el testimonio de muchos desastres colectivos
de ayer y de hoy, muchas veces es sometida
a una castración total o parcial.
El folklore, la leyenda, voces que surgen del
fondo de los tiempos, que tienen orígenes sencillos,
la tradición oral, por ejemplo y que pueden
convertirse en muy sofisticadas obras. Todos forman
parte del tronco de la humanidad, con peculiaridades
geográficas pero también con similitudes
sorprendentes como han demostrado los libros
de Claude Levi–Strauss y otros ilustres antropólogos.
Un material inmenso que esta Revista
en sus 300 números ha ido dando a conocer. La
historia es a veces nítida, otras, las más, oscura y
contradictoria por lo que recuperar el pasado
constituye una aportación indispensable. El folklore,
desde todos los puntos de vista constituye
una riquísima pulsión de la memoria, esa que a
veces nos quieren arrebatar con el contrapunto
del olvido, tan beneficioso para unos, tan triste
para otros. Una de las cuestiones fundamentales
del mundo en que vivimos.
Me he tropezado con unas frases del precioso
libro de Eduardo Haro Tecglen “El niño republicano”
que podría definir esta situación de fluidez
entre lo popular y lo transformado. “La biblioteca”
interior es la cultura: lo retenido, lo aprendido,
lo contrastado, las nociones de ética y estética,
de gusto, de comportamiento, de sociedad, de
usos y costumbres, de relación con los otros: un
concepto de vida”.
El polémico escritor, periodista y crítico teatral,
recientemente fallecido acierta de pleno en
esta definición, como antes lo hiciera Vargas Llosa.
“Lo retenido” “los usos y costumbres” ligados
de forma indisoluble a la ética y estética, a la vida
total, en resumen a la recuperación de la memoria
y su contraste con la realidad de cada momento
histórico.
II.– DE LAS LEYENDAS UNIVERSALES Y SUS
TRANSFORMACIONES
En los artículos publicados por mí en esta Revista,
he intentado, desde la actualidad, estudiar
cómo las leyendas universales, desde sus propios
orígenes míticos, se hacen presentes en cada época
mediante transformaciones o visiones plurales
de los artistas y creadores. Los grandes libros de
la Humanidad no nacen porque sí. Aún desde la
presencia de lo imaginario tienen detrás un amplio
sustrato de tradiciones orales, leyendas más
o menos lejanas, incluso de pequeños textos que
han caído en el olvido. La Biblia, el Mahabarahta,
el Ramayana, la Galigo, “Popol Uuh”… y un
largo etc. intentan explicar el mundo desde una
dualidad, para no hablar de la Tragedia griega o
de “La Iliada” y “La Odisea” desde las que nace
una visión de la humanidad polimorfa, Dioses y
humanos, que forman a la vez parte de la historia
y de la imaginación. Algún autor ha escrito,
con evidente exageración, que todo el contexto
cultural del mundo occidental se encuentra allí.
Nada, dice, se ha inventado después. Las fuentes
orientales, americanas y africanas son otras y el
testimonio oral sigue de actualidad, incluso el
pintoresquismo de los contadores de cuentos de
la Plaza Jemaa El–Fna de Marrakech, a pesar el
abundante turismo.
Leyendas, pues, mitos también aunque estos
conceptos no sean sinónimos, todas o casi todas
ellas uniendo la fantasía a la historia, incluida la
Biblia en su Antiguo Testamento. Ese sentido de
lo maravilloso, en todas y cada una de estas epopeyas
básicas resulta significativo. La irrupción
de lo sobrenatural en los orígenes del hombre es
propiciado por la visión de un Dios –llámese como
se llame– que está en el origen del mundo.
Las leyendas no lo explican desde lo exclusivamente
racional, sino desde la inventiva, con puntos
de partida que tienen curiosas coincidencias
en casi todas las civilizaciones.
Y estas leyendas se expanden en el tiempo y
en el espacio. Pensemos en los Atridas, en todos
los personajes procedentes de la Guerra de Troya,
de las Tragedias de Esquilo, Sófocles y Eurípides.
A “La Orestiada” siguió entre otras la visión
de Eugene O’Neil titulada “A Electra le sienta bien el luto” ¿Y qué decir de “La Odisea”? Dos
ejemplos hispanos “la Tejedora de Sueños” de
Antonio Buero Vallejo y la recientísima novela
“El mar en ruinas” de David Torres, una visión
en la que el destino toma el casi absoluto protagonismo,
según manifiesta el propio autor, en
una visión muy personal de los destinos de Ulises
y Penélope.
También la tragedia griega origina unas traslaciones
mucho menos directas. Por ejemplo, en
el cine, la Trilogía de Coppola sobre los Corleone
tiene claras influencias de esas tramas familiares,
de oscuros crímenes que envenenan el tejido
social, aunque el concepto de familia sea diferente.
El Padrino no sacrificaría a Ifigenia para ganar
una guerra, pero su monstruosa visión del
clan es, desde luego tan inmoral como los juegos
de los Dioses en sus antecedentes griegos. Las leyendas
nórdicas y germanas servirán a Wagner
para escribir y componer “El Anillo del Nibelungo”,
contradictoria pulsión política, social y ética
de un momento histórico concreto. El mundo artúrico
–pasemos de la historia que quería recuperar
con poco acierto un film reciente a la leyenda– es
asimismo fuente de obras muy diversas desde la
Trilogía operística de Albeniz, de la que sólo se ha
representado recientemente la primera obra “Merlín”,
siendo difícil la recuperación de las otras dos,
a las famosas “Lohengrin” y “Parsifal” de Wagner,
para no hablar de los cientos de textos, incluido el
comic “El Príncipe Valiente”, que hablan de Arturo,
los Caballeros de la Tabla Redonda, el adulterio
de Ginebra con el Paladín Lancelot y la traición
de Morgana y otros pérfidos Caballeros. Son
mitos que han traspasado el mundo anglosajón y
se han convertido en universales.
Leyendas que se multiplican, se transforman,
se banalizan también, sirven de hilos conductores
a interpretaciones de la realidad, deformándola
a veces desde interpretaciones sesgadas. Es
el otro folklore, el mítico que nutre el arte en todas
sus manifestaciones plásticas, musicales, escénicas,
fílmicas. Un mundo inmenso, difícil de
aprehender, sobre todo si se quiere partir de sus
raíces primigenias. Peter Brook creó uno de los
grandes espectáculos teatrales de estos tiempos
con la adaptación de “Mahabarahta” realizada
por Jean Claude Carrile. A pesar de los viajes a
la India de todo el conjunto de actores y de los diversos
orígenes étnicos de estos, nunca pretendió
mostrar en su pureza el gran libro sino dar la visión
occidental del mismo, eso sí, con un gran trabajo
sobre todos los signos del montaje desde el
propio texto, sus metáforas y su peculiar magia.
El teatro es precisamente el arte más propicio
para que estas puestas al día funcionen en toda
su pluralidad, dada la capacidad de transformación
que en sus diversos géneros propicia. De un
texto novelesco, por ejemplo las “Memorias de la
Casa de los Muertos” de Dostoievsky surge una
ópera, magistral en su brevedad y esencialidad,
como es “De la Casa de los Muertos” de Leos Janacek,
representada en Madrid, en el Teatro Real,
con un bello montaje de Klaus Michel Grüber,
que con la colaboración inestimable del pintor
Eduardo Arroyo en la escenografía, y con una sobria
belleza en los colores pálidos en el árbol–tótem,
mostraba el horror de la prisión, la falta de
libertad como negación de la cualidad de hombre,
reflexión que unía todo el transcurso de la historia
al presente, tan lleno de Gulags y de lugares
cerrados. El teatro puede, desde su efimeridad,
ahora paliada por la posibilidad de grabación
imagénica en DVD o antes en Video, ofrecer un
abanico de posibilidades para encuadrar y mostrar
todo tipo de leyendas y mitos, en transformación
de géneros, del drama a la ópera o el ballet,
y en las opciones de la puesta en escena. Una
obra maestra como “Don Giovanni” (¿existe alguna
leyenda más universal que la del Burlador?)
puede hoy verse en el material videográfico en
más de 10 montajes diferentes, que la actualizan
día a día. Desde Tirso de Molina, Vicente Molina
Foix o José Luís Alonso de Santos, pasando por
Moliere, Da Ponte, Zorrilla y tantos otros, esta
historia del Burlador permite todas las alternativas
artísticas.
Lo tradicional se convierte en moderno y los
hallazgos lingüísticos y filosóficos se utilizan para
ver las obras del pasado de forma diferente, en
un proceso que no tiene parones ni fisuras. Todo
el pasado es susceptible, desde el punto de vista
artístico de transformarse e incluso cuando se
nos devuelve de la propia tradición, la visión resultará
inequívocamente diferente de la que hubiera
sido en el tiempo del estreno. Hoy podemos
interpretar la “Griselda” de Vivaldi, estrenada en
Valladolid hace pocos días con arreglo a criterios
y sustratos culturales y técnicos del Siglo XXI.
Las leyendas no mueren, como tampoco el corpus
folklórico de cada país o región; evolucionan, son
transformados y, en el peor de los casos, si permanecen
dormidos pueden en cualquier momento
resucitar.
Por todo ello, las leyendas, los mitos son algo
tangible y al mismo tiempo susceptible de evolución
o de cambio. El patrimonio folklórico de tantos
pueblos forma parte de su idiosincrasia particular
y es susceptible de ser anexionado a una visión
del presente. En esta Revista se han recopilado
refranes, consejas, tradiciones con minuciosidad
y con alto nivel etnológico. Por mi parte, y
modestamente, he procurado incidir en el “otro
folklore” el que me es más propio, el que surge de
la transformación de lo preexistente, de la evolución
desde las raíces, en las diversas formas, desde
la música hasta el comic o el cine, en las que el
arte se comunica. El mayor o menor acierto de
mis trabajos lo juzgará el lector, pero desde la
constancia de que considero el folklore, el mito, la
leyenda, no simplemente desde una postura historicista
y técnica, sino desde una incisión en la realidad
cultural de cada momento. Así se vivifica, se
hace maleable, polimorfo, evolucionable y en ello
tiene, en mi opinión personal, su mayor riqueza.
III.– EL FOLKLORE IMAGINARIO
El folklore originario se reinventa, se interpreta,
se profundiza. Lo hemos escrito en varias
ocasiones. Falla y las canciones populares. Bartok
y Kodaly en la utilización del inmenso caudal
folklórico que han recogido, pero también nace,
desde la imaginación. Mundos inexistentes
que la literatura, por ejemplo, concreta, idealiza
y los convierte en iconos. García Márquez,
Faulkner, Onetti, Juan Benet y tantos otros.
Mundos que no existen en la realidad. Tolkien y
su Tierra Media. Lewis y Narnia. Un ejemplo
cercano Luis Mateo Diez, el magnifico escritor
leonés, y su Celama que el apasionado Fernando
Urdiales, Premio de la A.D.E. a la mejor adaptación
del año, convierte en la memoria escénica de
la muerte. “Celama” es la representación teatral
de unos textos nacidos de la creatividad de Luis
Mateo y su imbricación en la raíces del pasado,
en la muerte como final de un periplo y como testimonio
de unos personajes que así, en un espacio
determinado y en las incorporaciones de los
actores del Teatro Corsario recobran paradójicamente
vida.
El por qué de la existencia de estos mundos creados,
desde lo fantástico o el realismo, se explica
por la necesidad de inventar algo propio, ser Dios
en alguna manera y también por recuperar aunque
sea de forma diversa raíces imaginarias, en tiempo
en el que la memoria de las propias se va diluyendo.
Por eso la labor de una Revista como ésta, en
su doble bifurcación local–universal es tan importante
para definir la procedencia del hombre y todo
lo que significa su desarrollo vital y cultural.
Cada momento histórico trae componentes del
pasado de la índole más diversa. Pensemos de
nuevo en la inmensa labor recopiladora de Bartok
o Kodaly. Cuando escuchamos obras de estos
compositores, sobre todo del primero parece difícil
averiguar la cédula inicial folklórica de la que
parten. Está ahí, no obstante, más allá de su referencia
inmediata. Muchos de los grandes compositores
han utilizado temas populares. Mozart
y sus Turcherias, por ejemplo, Beethoven y
Brahms en sus temas húngaros, Dvorak y todos
los nacionalistas. Bartok mismo es más directo
en las danzas rumanas, y Falla en las canciones
populares. No han creado un folklore imaginario
pero han hecho suyo el existente que a lo mejor
se hubiera perdido sin su trabajo.
Por lo demás, el mundo cultural crea sus nuevos
mitos. Harry Potter y la Escuela de Brujería,
como antes lo fueron Guillermo Brown y los héroes
que estudió Fernando Savater en “La Infancia recuperada”
libro desde el que muchos descubrieron
a Tolkien, y otros recuperaron a Tarzán, Sandokán
o el Corsario Negro. Es una constante, el
autor inventa un mito, una leyenda, un mundo,
luego puede ser difícil lograr la permanencia. Nadie
es dueño del subconsciente colectivo que la
proclama. De todas formas, los personajes, reales
o imaginarios, se convierten en algo diferente
¿los Beatles? ¿los Rolling Stones?… El folklore
del Siglo XXI está todavía muy lejos de una concreción
del futuro. Ahora sólo se observan síntomas,
pero el apabullante y peligroso, si no se utiliza
adecuadamente, proceso tecnológico puede
ser el gran indicador de la mitología del futuro.
IV.– A MODO DE RESUMEN
Dos sucesos recientísimos me permiten poner
fin a estas reflexiones sobre la mitología, las leyendas
de antaño y hogaño. Por una parte el comentario
de Serge Tisseron sobre el film “Harry
Potter y el cáliz de fuego” por otra el estreno en
España de la Ópera de Hoffmansthal y Richard
Strauss “Helena Egipciaca” en el Teatro Real en
un magnifica versión de concierto. El mito de hoy
y el desenvolvimiento del mito de los mitos, Helena
de Troya. Tisseron señala acertadamente la
crueldad de los representantes del bien que condenan
a Harry a una muerte casi segura, en una
prueba siniestra sometida a unos cánones rituales
que llegan a lo abominable. Todo muy representativo
de estos momentos históricos concretos.
Por otra Hoffmanthal utiliza el perdón y la reconciliación
como motores de la relación de Helena
con su esposo Menelao, al que abandonó originando
la Guerra más famosa del tejido de leyendas
procedentes de Grecia. Resulta curioso el éxito
inconcebible de la obra de Rowling (muy interesante
como literatura) y la falta de mirada critica
sobre su deformada ética, así como la escasa
atención prestada a una ópera, texto y música,
que intenta poner fin al odio de esa contienda
que tantos muertos causó y cuyo origen externo
fue tan frágil como el adulterio de una bella mujer.
Son cosas de la leyenda que puede ser vista
de forma diferente para encontrar una lógica que
no repita los errores de antaño.
El hermoso texto de Hoffmansthal es complejo
y difícil en el trazo de los personajes, pero de una
gran altura poética. La música de Strauss y su
lujuriosa orquesta, también capaz de grandes sutilidades,
obliga a los intérpretes cantantes a un
esfuerzo excepcional desde unas tesituras inclementes.
Deborah Voight, John Treleaven, Lyubova
Petrova y el resto del reparto los vencieron y
nos hicieron participes de esa historia imaginaria
del amor y el odio conyugal, de la fidelidad y el
perdón, que, desde la tradición de la cultura griega,
nos hablaba de nuestro propia cultura.
La mirada al pasado, a sus costumbres, a sus
ritos, tiene una doble exigencia, por una parte el
respeto a la verdad de sus formas y exteriorizaciones.
Por otra la posibilidad de intercambio, del
enriquecimiento con otros procedentes de etnias
diversas. La multiculturalidad parte de la ampliación
del conocimiento en la búsqueda de lo
más auténtico del hombre y de la sociedad. En
veintiún siglos se han acumulado muchísimos
signos culturales en todo el mundo. La aldea más
remota tiene algo que la significa desde el pasado
y que está en riesgo de perderse. Por ello las investigaciones
antropológicas son necesarias y la
labor de todas estas sacrificadas gentes digna de
loa. Conocer el pasado desde las pequeñas cosas
es fundamental para dirigir el futuro, siempre
tan problemático en sus propias contradicciones.
¿Qué dejará este tiempo que vivimos como iconos
míticos y folklore para las generaciones venideras?
El revisionismo de los de antaño, incluso alguno
tan reciente como el “King–Kong” en la versión
respetuosa y espectacular de Peter Jackson, es la
norma general. Juegos de ordenador con nombres
propios tienen una vida efímera, enseguida sustituidos
por otros y nunca serán iconos o mitos de esta
época. Los actores tienen que morir jóvenes como
James Dean o Marilyn para constituirse como tales
y los futbolistas dejan poca huella, con excepciones
como en el caso de George Best ya erigido en figura
mítica –50.000 personas en su entierro en Belfast–
quizá porque su vida se extinguió en circunstancias
extraordinarias y su pasado como gran jugador del
Manchester United pesó decisivamente. Los toreros
en nuestro país sólo pueden acercarse a esta condición
extraordinaria cuando mueren en la plaza como
Joselito, Manolete o Paquirri o se suicidan por
penas de amor como Belmonte.
Pero dejémonos de elucubrar. Este modesto artículo
ha querido simplemente servir de nexo entre
los conceptos de folklore local, su conexión con
los de otros lugares del mundo y mostrar su capacidad
de evolución, enriquecimiento y transformación
en todas las épocas. La antropología, la etnología,
son base imprescindible para el desarrollo
de las artes y las ciencias. La tremenda oleada de
información en Internet es a la vez una gran vía
de acceso a la cultura y también un peligro de
ahondar en las diferencias sociales y económicas
y en el de la uniformidad del conocimiento que
origine idénticas formulaciones en los especialistas.
Hoy “los artículos Internet“ campan por sus
respetos con incidencia negativa en la creatividad
necesaria en todos los ámbitos del arte.
Rastrear desde los orígenes del folklore o de la
leyenda significa comprender al hombre, su evolución,
el enriquecimiento de sus vivencias. D. Ramón
Menéndez Pidal nos acerca los romances de
antaño, labor tan valiosa como la que emprendieron
García Lorca y sus compañeros en las misiones
pedagógicas por los pueblos de España, verdadera
conexión de la cultura y lo popular. Empeños
como esta Revista que llega a los 300 números
pueden en cierta forma homologarse a estos ilustres
y valiosísimos trabajos.