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A propósito del origen de los cuentos de animales, Vladimir Propp los relacionó con el totemismo, «sistema de creencias de los cazadores primitivos, en virtud del cual se consideraba que algunos animales eran sagrados e incluso tenían un vínculo sobrenatural con la tribu» (1). Ahora bien, Aurelio Espinosa matizó la distinción entre cuentos de animales totémicos y fabulísticos:
«Los cuentos de animales se dividen en dos grupos generales, los cuentos totémicos que documentan tradiciones y mitos relacionados con los orígenes animales del hombre, y los cuentos esópicos, o apólogos, en los cuales los animales sienten, piensan, hablan y obran como seres humanos y racionales. Los primeros pertenecen a una época cuando el hombre salvaje y primitivo empieza a pensar en su origen y trata de explicar los fenómenos de la naturaleza que le rodea, y los segundos pertenecen a una sociedad ya civilizada y organizada, con sus leyes de conducta personal y social ya bastante desarrolladas […]. En Oriente y en Europa la mayoría de los cuentos de animales son cuentos esópicos, o apólogos. En ellos los animales obran como hombres de una sociedad organizada, llevan las virtudes y vicios de los hombres y, en general, podemos sustituir en ellos hombres por animales y el cuento queda igual que antes en su significado moral» (2).
Conviene por tanto distinguir entre fábula o apólogo y cuento de animales propiamente dicho. Según Thompson, «cuando el cuento animal se relata con un reconocido propósito moral, se convierte en fábula […]. El propósito moral es la cualidad esencial que distingue a la fábula de los otros cuentos de animales» (3). Un poco antes había dicho que los cuentos de animales «están concebidos usualmente para demostrar la viveza de un animal y la estupidez de otro, y el interés descansa por lo general en la índole de los engaños […]» (4).
Lo fundamental en los cuentos de animales es la lucha elemental y despiadada por la supervivencia: comer a otro o evitar ser comido por otro. Para ello los animales desarrollan el sentido de la astucia y el engaño, que en el animal más débil suelen triunfar frente a la mayor torpeza intelectual del fuerte. En realidad, este mecanismo compensatorio de la naturaleza permite a los débiles escapar o burlarse de sus depredadores (excepto en algunos casos en que el más desfavorecido se comporta de forma estúpida o arrogante). Así, la zorra vence al lobo, pero pierde habitualmente cuando quiere devorar a un animal más pequeño.
No obstante, hay una relación evidente entre la fábula y el cuento de animales, y a menudo comprobamos que determinadas fábulas se folklorizan y se difunden de modo tradicional. Así, muchos cuentos de animales parecen proceder de fuentes literarias esópicas, como dice Aurelio Espinosa:
«Los cuentos europeos que podemos llamar esópicos […] son en su mayor parte de origen clásico y oriental. Muchos de ellos vienen directamente de fuentes esópicas clásicas, difundidos en la Edad Media por clérigos y maestros que sabían latín, y los contaban para divertir o para satirizar las costumbres de su tiempo. Los cuentos esópicos pueden aprovecharse para satirizar la sociedad humana en todas las épocas por su carácter humano universal. En sus formas métricas llamadas fábulas las colecciones latinas de la Edad Media eran conocidas bajo los nombres de Aviano, Rómulo y Fedro, al lado de Esopo, y todas ellas llegaron a popularizarse de una manera extraordinaria. Pero todas estas versiones de origen latino medieval tienen su raíz en fuentes orientales mucho más antiguas, cuentos de animales venidos de India y Persia por intermedio de versiones griegas, judías y árabes. Estas llegaron a Europa durante la Edad media por Bizancio, por Italia y Grecia, y más tarde por España, con los árabes» (5).
Aparte de las fábulas clásicas, tomadas principalmente de Fedro, Aviano, Babrio o las colecciones conocidas como esopos o esopetes, otra vía de penetración de cuentos de animales procede de oriente, sobre todo de la India, a través de Bizancio y por supuesto de los árabes. Gracias precisamente a éstos, la península Ibérica fue un lugar privilegiado para la recepción de la riquísima cuentística oriental. Y así, ya en el siglo XII aparece una colección de cuentos orientales traducidos al latín por el judío converso Pedro Alfonso con el título de Disciplina clericalis, esto es, enseñanza de clérigos, porque eran utilizados en la predicación para ilustrar con ejemplos prácticos los sermones religiosos. Esta práctica pedagógica era habitual en la época, como lo demuestra el hecho de que se confeccionaran antologías para tal fin, como la famosa Libro de los exemplos por a.b.c. de Clemente Sánchez de Vercial, donde los relatos van ordenados alfabéticamente por su tema para facilitar su manejo y localización en un momento preciso.
Un siglo más tarde fue traducido del árabe el Libro de Calila e Dimna, que viene a su vez de la versión árabe realizada en el siglo VIII por Abdalá Benalmocafa, hecha de fuentes orientales sacadas del Panchatantra, colección india de cuentos muy anterior. Y en el mismo siglo se traduce el Sendebar o Libro de los engaños de las mujeres, que incluye junto a diversos relatos sobre los engaños y maldades de las mujeres algunos cuentos de animales.
A estas fuentes fabulísticas clásicas y orientales de los cuentos de animales hispánicos, habría que añadir el ciclo épico–satírico medieval conocido como Renart el Zorro por su más famoso ejemplo, el Roman de Renart, cuyo núcleo fundamental se desarrolla en el último cuarto del siglo XII. Presenta este ciclo de cuentos como nexo común al zorro como protagonista y consta de veintinueve branches o ramas. Esta epopeya animal parodia la organización de la sociedad feudal, la iglesia y la literatura épica y cortés de la época. Incluye el Roman de Renart numerosos relatos folklóricos, aunque procede de fuentes literarias latinas medievales, especialmente del Ysengrimus de Nivard de Gante (siglo XII). No obstante, se diferencia de su fuente principal en que ésta es ante todo una obra moralizadora, mientras que el Renart representa una carga demoledora contra la sociedad y sus estamentos más poderosos, y además hace uso abundante de la obscenidad y el lenguaje grosero y escatológico. Por esta razón el Renart se aleja también del espíritu moralizador y didáctico de las fábulas esópicas (6). Algunos de los cuentos que a continuación presento son semejantes a ciertos episodios de esta monumental obra: el relato de la zorra comedora de sardinas (tipo 1); los cuentecillos del zorro que se finge enfermo para que el lobo lo lleve a cuestas y que después lo engaña haciéndole creer que está cogiendo una planta en lugar de su pata (tipos 3, 4 y 5); el del juramento del lobo sobre un cepo (tipo 44); el de los animales en alojamiento nocturno (tipo 130) o el de la guerra entre los cuadrúpedos y los insectos (tipo 222), entre otros.
En cualquier caso, todos estos ciclos de cuentos tienen orígenes antiquísimos que se remontan a los primitivos pueblos indoeuropeos, quienes los llevaron a los confines de Europa y Asia para después, merced a los movimientos históricos migratorios, tomar rutas nuevas y extenderse por todo el mundo.
Veamos a continuación una selección de cuentos de animales de mi colección particular y sus relaciones con la fábula literaria en época clásica y moderna.
TEXTOS
1. LA ZORRA, EL LOBO Y EL SARDINERO
La zorra y el lobo estaban encima del cabezo y pasaba por abajo el sardinero. Y dice la zorra, dice: —Voy a hincharme de sardina.
Dice:
—¿Cómo vas a il?
Dice:
—Sí.
Se viene y se pone delante del burro tendía y se hace la muerta. Entoces viene el sardinero; dice:
—¡Ah, una zorra! Pa la piel…
La echa encima del burro aquel con su ramal delante, con el burro…
Llega la zorra y empieza a comer sardinas y se hincha. Y cuando se hincha, tira un brinco y se va otra vez al cabezo.
El sardinero que…: «¡Ya, ya que me la ha dao la zorra bien, después de comerse las sardinas se ha ido!».
Entoces llega al cabezo y dice al lobo:
—¡Anda que buena panzá que traigo, que me he hinchao de comel sardinas!
—Di: ¿cómo lo has hecho?
—Pos… así.
—Pos así voy yo también, lo hago.
Pero cuando llegó a hacerlo, el sardinero, que la ve, dice:
—Tú no me la vas a dal a mí como me la ha dao la zorra.
Y entoces se puso y le quitó la piel y le dejó las botinas y el sombrero.
Digo… Y cuando iba parriba le decía la zorra:
—¿Cómo te ha ido, el rey sardinero,
–dice– con las botas y el sombrero?
Narradora: María Fernández Espín (La Copa de Bullas).
Se trata del cuento catalogado como tipo 1 en el índice de Aarne–Thompson, El robo de pescado. Pueden consultarse las versiones tradicionales de este relato en el catálogo de CAMARENA –CHEVALIER (1997).
Nuestra versión narra el cuento de la zorra que se hace la muerta para que un sardinero la recoja y la eche a su carro. Después el animal irá arrojando los peces del carro y se los comerá. Normalmente la zorra induce al lobo a que haga lo mismo, con resultados desastrosos para éste.
ESPINOSA (1946–47: III, pp. 253–260) estudió y clasificó los elementos de este cuento, de los cuales se dan en nuestra versión los siguientes: A (la zorra u otro animal se hace la muerta para robar y unos arrieros la suben a su carro, lleno de alimentos; el animal arroja la comida para después comérsela); A3 (cuando la zorra ha comido, aconseja al lobo que haga lo mismo que ella); C (el lobo es desollado vivo, excepto las patas y la cabeza, es decir, las botas y el sombrero). Nuestra versión pertenece por tanto al grupo I de Espinosa, caracterizado por tener elementos A y C, o solamente A. Es un cuento muy extendido por todo el ámbito hispánico. Así, lo recogen, entre otros, Espinosa (202 y 203), Espinosa hijo (1, 2, 3, 4), Díaz–Chevalier (1) y Camarena (1, 2, 3). Ya Boggs documentó este relato en su índice de cuentos folklóricos hispánicos.
A pesar de la abundancia de versiones tradicionales, apenas ha pasado este cuento a la literatura. Sólo RODRÍGUEZ ADRADOS (1987: M387) menciona esta narración, dentro de la fábula medieval, concretamente en el Roman de Renart, III, vv. 1–164 (y alusión en II, vv. 1061–1062).
2. EL QUESO EN EL POZO
Había una vez un lobo que se llamaba Zancasbardas y una zorra que se llamaba Mariquilla. Ella era muy avispá y muy lista y él era muy simplón.
Pues la Mariquilla y el Zancasbardas estaban en el campo y les dio mucha hambre. Entonces empezaron a andar y andar y se encontraron a unos pastores que estaban cuidando el ganado y haciendo unas gachasmigas. Con que le dijo la Mariquilla al Zancasbardas:
—Zancasbardas, como los dos tenemos mucha hambre y aquellos pastores están haciendo gachasmigas, vamos a hacer una cosa: tú vas y espantas al ganado, y cuando los pastores salgan corriendo para ir a por el ganado, yo cojo las gachasmigas, y cuando estemos los dos, nos las comemos.
Zancasbardas fue a espantar el ganado, y al rato se vieron los dos y le dijo él a ella:
—¡Ay, Mariquilla, ay, ay, ay, que los pastores me han pegao una paliza, ay, ay, ay…!
Y le contesta la Mariquilla:
—¡Ay, Zancasbardas, ay, ay, ay, que yo, cuando iba a coger las gachasmigas, me han visto los pastores y también me han pegao una paliza, ay, ay, ay…!
Era mentira: ella había cogido las gachasmigas y se las había comido todas.
Con que empezaron a andar y la Mariquilla le dijo al Zancasbardas:
—¡Ay, Zancasbardas, qué cansada que estoy! ¡Anda, móntame a coscaletas!
Y el Zancasbardas pensó: «Pobrecilla, voy a tomarla, que le han pegao una paliza también».
Y cuando iba tomada, iba cantando:
—A la lilla lillera,
harta de migas
y bien caballera.
—¿Cómo? ¿Qué dices?
—Nada, nada, era un cuento que me contaba mi abuelilla.
Y siguieron caminando. Como la Mariquilla había comido mucho, le dio mucha sed y le dijo al Zancasbardas:
—¡Ay, Zancasbardas!, ¿no tienes sed? Yo estoy muy cansada.
Y le contestó el Zancasbardas:
—Sí, es verdad; vamos a buscar un sitio para parar.
Y siguiendo caminando, caminando, encontraron un pozo. Y la Mariquilla le dijo al Zancasbardas:
—Zancasbardas, vamos a hacer una cosa: como el pozo es muy profundo y no tenemos con qué sacar el agua, tú me coges del rabo y me bajas; cuando haya bebido agua, me subes. Entonces yo te bajo y tú bebes agua.
Con que el Zancasbardas bajó a la Mariquilla hasta que se quedó arraná de tanto beber agua.
Cuando la subió, ella le dijo que lo bajaba, pero él no quería; así que la Mariquilla le dijo:
—¡Sí, sí, baja y verás un queso dentro del agua! En realidad, el queso era la luna reflejada en el agua del pozo, pero como el Zancasbardas era más tonto que el fardón de atrás, se lo creyó.
Así que, cuando la Mariquilla estaba bajando al Zancasbardas, lo dejó caer al pozo y el pobre se quedó allí hasta que alguien fuera a sacarlo.
Narradora: Josefa Martínez (Mula)
Se combinan aquí varios cuentecillos folklóricos de animales que en la tradición hispánica aparecen casi siempre juntos: el tipo 3, Los sesos simulados; el 4, El enfermo fingido se hace llevar a cuestas; y una combinación del 30, El zorro engaña al lobo para que caiga al hoyo, y del 34, El lobo bucea al agua hacia el queso reflejado. Pueden consultarse las versiones tradicionales de estos relatos en el catálogo de CAMARENA–CHEVALIER (1997).
En el tipo 3, la zorra, que se ha comido el alimento de los pastores, finge ante el lobo que le han dado una paliza, que le han abierto la cabeza de un golpe o que se encuentra enferma (para ello se echa gazpacho u otro alimento sobre la cabeza, o se unta de manteca para que parezcan sesos o sudor). El ingenuo lobo la lleva a caballo porque la cree enferma de veras, mientras la zorra se regocija cantando una canción que alude a la cómica situación (tipo 4). Del tipo 4 hay versiones literarias en el Corbacho, de Alfonso Martínez de Toledo, pp. 66–67, y en el Marcos de Obregón, de Vicente Espinel, II, pp. 39–40.
Termina nuestro relato con el cuentecillo del pozo, que narra otro engaño de la zorra: no contenta con su embuste o temiendo que el lobo la haya descubierto y pueda vengarse, la zorra hace que el lobo caiga a un pozo para buscar un queso (que no es otra cosa que el reflejo de la luna en el agua: tipo 34) o simplemente para beber agua (la sujeta de las patas y la deja caer: tipo 30). En nuestro cuento baja la zorra sujetada del rabo o cola por el lobo, y cuando le toca el turno a éste, la zorra lo deja caer alegando que no puede mantenerlo. Éste es el elemento A6a (tipo IIIA) descrito por Aurelio Espinosa, al que atribuye origen esópico medieval (ESPINOSA, 1946–47: III, pp. 264–272).
El tipo 30 parece haberse difundido exclusivamente por vía tradicional, ya que disponemos de bastantes versiones populares pero ninguna literaria (véase CAMARENA–CHEVALIER, 1997). Con respecto al tipo 34, en el Roman de Renart se alude de pasada a este cuento (CORTÉS, 1979: II, p. 139). Conocemos las versiones literarias medievales de la Disciplina Clericalis, 23, Esopete, pp. 144–145, Libro de los Ejemplos, 363 (307), y la del Libro de Buen Amor, estrofas 226–227 (véase GOLDBERG: motivos *K810.1.2 y J1791.3 y TUBACH: tipo 1699). Del siglo XIX es la versión que puede leerse en los Cuentos populares de Trueba, pp. 89–97 (véase AMORES: tipo 30).
3. LA ZORRA SE ESCAPA DEL LOBO
Esto era un matrimonio y tenían dos hijos y que…:
—¡Vamos!, ¿qué oficio le vamos a dar a…? Tenían un ganao muy grande; y ya se le acaba allí la comida y dice:
—Hay que salir, hay que salir con el…
—¿Ande vamos a il?
—Vamos a il al Collao Fuente Amarga, vamos a dormil allí, y allí echamos el hato con el macho y nos vamos pallá y allí hacemos de comel las migas, allí descargamos el hato, hacemos las migas…
Y antoces se van con tós los aperos parriba, los perros, unos perros con unos collares de púas (entoces había lobos). Y salen tó el ganao parriba y tó (el lobo iba alredeor del ganao, y la zorra). ¡Madre mía!
Ná. Llegan allá, al Collao Fuente Amarga. Había un pino en mitad de una tala; dice:
—Aquí que no se enciende ná, pa que no se encienda el monte, aquí vamos a hacer la lumbre.
Antoces el ganao se va toa aquella ombría alante, comiendo, y los perros acechando; y antoces dicen:
—Vamos a hacer, vamos hacer las migas.
Encienden las migas y a tó esto una zorra con un lobo. Dice la zorra al lobo, dice:
—Oye, vamos a comernos las migas de los pastores.
Dice:
—Pos ¿y cómo las vamos a comel –dice– con tanto perro? –que llevaban tanto perro con collares de púas.
Dice:
—¡Sí! Yo me asomo por este lao y tú por aquél.
Cuando arreen los pastores detrás de nosotros, arreamos, venimos a las migas y las comemos.
Dice:
—¡Claro!
Total, que conforma a la zorra (como es tan zorra…: las zorras son muy listas).
Dice:
—¡Nos vamos!
Se ponen a hacer las migas y allá que asoma el lobo por allí. Y entoces los hijos dicen:
—¡El lobo! ¡El lobo!
Arrean tós los perros detrás del lobo y el tío y la madre, tós, y se dejan la saltén con las migas allí, y se van tós detrás del lobo. ¡Muchacho! Antoces la zorra va y se come las migas la mu puta, y antoces viene y se va allá a una solana y se acuesta allí en una chaparra, allí, tomando el sol, pegando unos ronquíos… Y luego viene el lobo y dice:
—¡Muchacha!, ¿qué haces aquí?
Dice:
—¡Ay!, ¡estoy reventá! ¿Tú sabes la pasá que me han pegao?
Dice:
—¡A mí sí que me la han pegao!
Dice:
—¡Anda que a mí, que sale el perro aquel negro grande, arrea detrás de mí y a pocas si me mata! Pos ná, se quedan así. Y luego dice:
—¡Pos hala, vamos pallá!
Ya se recogían los pastores y tó. Tuvieron que hacer otras migas porque aquellas, como se las había comío la zorra, tuvieron que hacel otras.
Antoces se van y… y dice la zorra, la zorra al lobo, dice:
—¡No puedo andal de ningunas maneras, no puedo andal!
Dice:
—Anda, móntate.
Se monta la zorra en el lobo. Y decía la zorra –voy a cantar una copla, lo que mi abuelo me enseñó –, decía:
—Arre, burrico gatero,
halto de migas
y buen caballero.
Dice:
—¿Qué clase de coplas son ésas?
Dice:
—Ya verás:
Arre, burrico gatero,
halto de migas
y buen caballero.
Ella iba montá en el lobo, claro.
Pos entoces:
—¡Madre mía, qué sed! ¡Uh, qué sed llevo, madre mía! ¿Pos dónde vamos a ir a beber agua?
Dice:
—Amos a ir al pozo Mena –el pozo Mena era un pozo que había así como… eso y, y, y era poco hondo, y estaba el agua.
Dice:
—¿Cómo?
Llegan al pozo Mena y dice el lobo, dice:
—¡Anda!
Dice la zorra:
—Yo beberé primero.
Dice:
—¿Pos y cómo te…?
—Tú me agarras del jopo y cuando yo te diga «¡japa!», tiras del rabo y me sacas.
Allá que se mete la zorra a bebel agua: cloc, cloc, cloc, cloc (como beben como los perros, con la lengua así: daló, daló, dalá, dalón). Y ya, así que se hincha, dice:
—¡Japa!
Entoces tira el lobo de ella y la saca.
Dice:
—Pos ahora, yo no tengo sed pero voy a beber una miaja, como estoy cansao de… Antoces se pone el lobo a bebel agua.
Dice:
—¡Japa!
Dice:
—¡Ay, el rabico se me escapa!
Y cayó el lobo a… Y antoces ya se va otra vez. Se va la mu puta y se acuesta allí cerca de una madriguera que tenía, allí en unas solanas (que ellas buscan las solanas, que hace sol), allí, al solecico acostao, y el lobo venga a bregar pa salir del pozo, hasta que sale…
Dice:
—¡Como la enganche la voy a…, me la voy a comel!
Arrea otra vez y la ve allí acostá, con maña, con maña; pero las zorras son más listas que los lobos. ¡Madre mía!, cuando lo ve…
—¡Uuuuf….!
Se va pa la madriguera a meterse y cuando ya se metió, le enganchó una pata, el lobo le enganchó una pata a la zorra. Y dicía la zorra:
—¡Tira, tira!,
que de la raíz
de un lentisco tiras.
¡Tira, tira!,
que de la raíz
de un lentisco tiras.
Y el lobo venga apretar, y la zorra:
—¡Anda, tira, tira!,
que de la raíz
del lentisco tiras.
Dice:
«Pos voy a tener que sortarla: me dice que estiro de la raíz de un lentisco.»
Antoces la suelta, y dice:
—Anda, arandola,
¡cómo tiraba de mi patola!
Anda, arandola,
¡cómo tiraba de mi patola!
Y ya, ya no se juntaron más. Ya, ya tuvieron por tó el tiempo y ya no se juntaron más. Y ya colorín colorao, el cuento se ha rematao.
Narrador: Damián Sánchez Martínez (Zarzadilla de Totana)
El relato combina los tipos 3, 4, 30, 34 y 5. Para los cuatro primeros, véase la nota al cuento anterior.
Con respecto al tipo 5, Mordiendo la pata, que es el episodio final de nuestro relato, consiste en que el animal perseguidor atrapa a la víctima de la cola o de la pata cuando ésta entra a su madriguera o se mete entre unos matorrales, y lo suelta cuando el perseguido le hace creer que está tirando de la raíz de una planta (véase el estudio de ESPINOSA, 1946–47: III, pp. 432–433). Este breve relato suele aparecer como elemento de otros cuentos de animales pero no de forma independiente, y no consta que haya pasado a la Literatura.
4. LOS ZORROS ATRAPADOS EN EL CORRAL
Érase una vez dos zorros que pasaron por debajo de un corral y vieron un agujero. Se metieron por él y encontraron a una gallina clueca que cuidaba a sus pollitos. Al verlos, la gallina dijo:
—Tened compasión, zorritos, no os comáis a mis pollitos. Vais a engordar tanto que luego no podréis pasar por la gatera.
Pero los zorros no hicieron caso y se comieron a los pollitos y a la clueca. La barriga les engordó tanto que les quedó como un balón.
Poco después llegó el dueño de las gallinas y, como los zorros no cabían por el agujero, los mató a pedradas dentro del corral.
Narradora: María Martínez Fernández (Pliego)
En el tipo 41, El lobo se harta en la bodega (o corral), un lobo u otro animal va a robar gallinas, casi siempre acompañado de otro animal, y come tanto que no puede salir por el agujero por donde ha entrado. Entonces lo pillan y le dan una paliza o lo matan. Nuestra versión consta de elementos A y C2 de ESPINOSA (1946–47: III, pp. 260–263), grupo primero. Encontramos este cuento en La Fontaine, III–17, y Grimm, 73. De él hay versiones orientales, latinas medievales y europeas modernas.
RODRÍGUEZ ADRADOS cataloga esta fábula, dentro de la antigüedad greco–latina, como H24, M362 y M400. La encontramos en Esopo 24, Babrio 86 y en la epístola I–7 de Horacio. En la Edad media aparece en el Roman de Renart, XIV, pp. 647–898, y alusión en II, pp. 1050–1054: «Había tres jamones en un montón en casa de un buen hombre en la despensa, y le hice comer tanto de ellos, que no pudo salir, tan barrigudo se puso, por donde había entrado» (p. 138 de la edición de Luis Cortés). También lo cataloga TUBACH, con los números 4092 y 5346, en su índice de cuentos religiosos medievales. En la península se lee en El libro de los entretenimientos de Zabarra, pp. 165–166, en el Espéculo de los legos, 11.8, y en el Esopete, pp. 93–94 (véase GOLDBERG: motivo K1022.1).
Fue cuento folklórico en el Siglo de Oro, según demuestra CHEVALIER (1983), que transcribe una versión de Lope de Vega, incluida en su comedia Santiago el Verde, y menciona también otra de Vicente Espinel, Marcos de Obregón, II, p. 188 (la zorra es sustituida por un ratón). En el siglo XIX es el apólogo número 8 de Fernán Caballero.
5. EL ZORRO ATORADO EN EL ÁRBOL
Bueno, estaban los zagales en el monte y escondieron los almuerzos en un árbol hueco y se fueron.
Luego por allí pasó un zorro y cuando olió los almuerzos pos se estrechó y se metió al tronco. Se comió tó, pero cuando iba a salir no pudo porque se le había quedao estrecho el hueco.
Cuando volvieron y vieron al zorro que se les había comío los almuerzos, lo dejaron allí y que saliera cuando adelgazara o se muriera de hambre.
Narrador: Gregorio Cebrián García (Algezares)
Puede considerarse una variante del cuento anterior, combinada con el tipo 41*, El zorro en el huerto. Este último tipo no está recogido en el catálogo de Camarena–Chevalier. La descripción que se hace de él en el índice de Aarne–Thompson es: «El zorro ha comido demasiado y debe ayunar seis días para meterse en su hoyo», y de él sólo se ofrece una versión rumana. ESPINOSA (1946–47: III, p. 262) describe este cuento como «el extraordinario tipo del animal que se escapa del sitio donde ha sido cogido, ayunando o vomitando », y dice que no conoce versiones hispánicas.
Consta nuestra versión del elemento A3 de Espinosa (cuento 205): el animal se atasca en el hueco de una encina cuando come las provisiones que han dejado allí; y se sugiere el elemento C6: la zorra conseguirá salir de allí cuando haya adelgazado. Sigue fielmente nuestra versión a Esopo 24, Babrio 86 y Horacio, Epístolas, I–7 (véase la nota al cuento anterior).
6. EL JURAMENTO DEL LOBO
Una oveja se escapó del rebaño (lo que pasa cuando no estás atento). La oveja, caminando, se encontró a una zorra y le preguntó:
—¿Adónde vas tan ligera, oveja?
—Estaba en el rebaño de un campesino pero ya no aguantaba más: en cuanto el carnero hacía una de las suyas, ¡me echaban la culpa a mí!, y decidí marcharme.
Y la zorra, como buen amigo que…, le contestó:
—Igual me pasa a mí: el zorro mata a una gallina y las culpas para mí.
Al cabo de un poco se complicó la cosa y se encontraron con el lobo; y les dijo:
—Hola, zorra.
Y ésta le contestó:
—¿Adónde vas?
Y dijo:
—A cualquier parte.
Al rato le dijo el lobo a la oveja:
—Ese chaquetón de lana que llevas es mío.
Y saltó la zorra:
—¿De verdad? ¿Lo jurarías?
Y el lobo le dijo que sí.
Y le dijo la zorra:
—¿Besarías el suelo para mantener el juramento?
Y contestó que sí.
Entonces la zorra buscó un cepo, que colocó el hombre, y al besar el suelo el lobo quedó atrapado, y la oveja y la zorra pudieron escapar.
Narradora: María Romero Giménez (Mula)
Es el tipo 44*, El lobo demanda el vellocino de la oveja. Se trata, al parecer, de un cuento inédito en la tradición española que no recoge el catálogo de Camarena–Chevalier. La versión aquí reproducida es muy similar a la de Afanásiev, Cuentos populares rusos (traducción de Isabel Vicente), volumen I, Anaya, p. 43. Según THOMPSON (1972:295), «aparentemente no se encuentra fuera de Rusia y Yugoslavia». RODRÍGUEZ ADRADOS (1987:M508) cataloga este relato dentro de la fábula latina medieval, ya que aparece en el Roman de Renart, XIV, pp. 969–1088.
7. LAS CREDENCIALES DEL CABALLO
Era una zorra y un lobo que no habían visto nunca a un caballo. Cuando se encontraron con uno muy grande, los dos se miraron como diciendo que vaya manjar se iban a tomar.
La zorra le dijo al lobo:
—Con este animal hay para los dos y nos hartaremos antes de acabárnoslo.
Los dos animales se acercaron al caballo y le preguntaron:
—No te conocemos, amigo. ¿Qué clase de animal eres?
El caballo sospechó las intenciones malas de la zorra y el lobo y entonces les dijo:
—Mi nombre está escrito en la suela de mis zapatos para que nadie lo olvide. Acercaos, que os lo voy a enseñar.
La zorra y el lobo, muy curiosos, se acercaron a la suela de los pies del caballo para ver su nombre y saber lo que iban a comer. Así que, cuando estaban detrás, el caballo levantó las patas y les dio a los dos una coz que huyeron de allí sin dientes en la boca.
Narradora: Encarna Alfonso Pérez (Campos del Río)
Se trata del tipo 47E, La carta en el casco. Este cuentecillo es muy semejante al episodio del tipo 122, concretamente el catalogado como 122J, de la supuesta espina clavada en el casco de la yegua: cuando el lobo va a arrancarla, la yegua le da una coz. Aquí el resultado es el mismo, pero el engaño del caballo consiste en hacer creer a sus enemigos que lleva una carta o credencial escrita en el casco (elemento B2 de ESPINOSA, cuentos 199, 200, 201 y 204). La versión completa del cuento relata cómo el burro se ausenta del parlamento de los animales y entonces el león envía al zorro y al lobo para que lo traigan. El burro alega que su título de exención o partida de nacimiento va en el casco y a continuación cocea a los emisarios reales. El catálogo de Camarena–Chevalier sólo ofrece una versión tradicional, la catalana de Amades, Rondallística, 272.
En cuanto a las versiones literarias, RODRÍGUEZ ADRADOS enumera versiones medievales de la fábula, bajo las signaturas M56 y M273. Ya en la Disciplina clericalis 4 leemos el cuento del mulo que interrogado por la zorra acerca de quién es su padre, contesta que el caballo es su abuelo para así encubrir su verdadero linaje (véase RODRÍGUEZ ADRADOS, M297 y cf. H285). No hay agresión contra la zorra. Esta versión del relato la siguió también Sánchez de Vercial en su Libro de los ejemplos, n.º 199 (128). GOLDBERG (1988) documenta el relato en su catálogo medieval como motivo *J2339. Además de las mencionadas versiones medievales, hay que incluir también la del Esopete, p. 85, y las incluidas en el índice de TUBACH, tipo 3432. En la literatura áurea recoge el cuento Juan de Mal Lara en su Filosofía vulgar, X–30.
8. LA ZORRA, LA PALOMA Y EL MOCHUELO
Había una paloma que tenía el nido en la copa de un pino, y tenía dos palomicos. Y la zorra, como son tan pillas, miraba, miraba…: «Yo me comería un palomico, yo me comería un palomico…».
Y entonces le dice:
—No, que son mis hijicos.
—Bueno, pues yo con el jopo te corto el pinico.
Entonces la paloma se queda pensativa –«¡Madre mía!»–, y entonces le echó un hijico.
Se lo come la zorra y se va.
Y estaba triste, triste y pasa el mochuelo:
—Palomica, ¿qué te pasa?
—Porque la zorra se ha comido un hijico.
—¿Cómo, tan alta como estás?
—Sí, pero ha dicho que con el jopo me corta el pinico.
—¡Anda, hija, no seas tonta! Cuando venga mañana, que vendrá, y te diga: «Echame un palomico que, si no, te corto el pino con el jopico», tú le dices: «Los jopos de zorra no cortan pinos, que son las hachas de acero fino».
Conque dicho y hecho. A la cosa del rato aparece la zorra ahí otra vez.
—Palomica, échame un palomico.
—No.
—Pues entonces con el jopo te corto el pinico.
—No, no. Los jopos de zorra no cortan pinos, que son las hachas de acero fino.
—¿Ah sí? ¿Quién te lo ha dicho?
—El mochuelo.
Entonces se va buscando al mochuelo y lo encuentra tomando el sol así, acostado allí en una linde, y –¡zas!– agarra y lo coge. Y dice entonces el mochuelo:
—Pero, ¿qué estás haciendo?
—Tú has sido la que le has dicho a la paloma que los jopos de zorra no cortan pinos. Pues ahora te como yo a ti.
—¡Quita!, no seas boba; si yo ahora mismo estoy muy seco y ¿qué vas a comer? Deja, que voy a subir al cielo a un banquete que hay allí y entonces sí que voy a estar gordo y lustroso. ¿Te vienes?
Dice ella:
—¿Pero es que yo puedo subir?
—¡Claro!
—¿Cómo?
—Súbete en mis alas y yo te subo.
Con que entonces se sube la zorra encima de las alas del mochuelo y sale volando, subiendo, subiendo…
—¿Ves la tierra?
—Sí, la veo.
Subiendo, subiendo…
—¿Ves la tierra?
—Sí, la veo.
Y vuelve a preguntarle al rato:
—¿Ves la tierra?
—No, no la veo.
—Pues, agárrate bien que me voy a sacudir las alas.
¡Plas! Se sacude y la tira para abajo. Iba la zorra para abajo diciendo:
—¡Hojas y tomillos, ponerse debajo! ¡Quitad piedras, que os rajo! Y así, venga…
—¡Hojas y tomillos, ponerse debajo! ¡Quitad piedras, que os rajo!, hasta que llegó al suelo y se hizo una tortilla.
¡Colorín, colorado, este cuento se ha acabado! Narradora: Carmen Ruiz Alcaraz (Mula)
La primera secuencia del cuento constituye el tipo 56A, El zorro amenaza con abatir el árbol, que es el relato del zorro que logra robar los pajaritos del nido. ESPINOSA (1946–47: III, pp. 401–410) habla de la popularidad de este cuento, que se tradicionalizaría a partir de una primitiva versión del Panchatantra que después pasó al Calila (p. 352). GOLDBERG (1998) lo cataloga, dentro de la literatura medieval, con el motivo *K601.3. Junto a este relato literario se desarrolló el cuento folklórico correspondiente, el del zorro que amenaza con tumbar el árbol con su cola y que es traicionado por un ave, la que después es devorada o, como aquí, se escapa gracias a su astucia. Según Espinosa, en la forma perfecta del cuento, que es nuestra versión, el ave delatora se escapa haciendo que el depredador abra la boca y diga que va a comérselo (argumento del tipo 6, El cazador charlatán). Este final resulta nuevo, ya que en la antigua versión oriental de la que es ejemplo la del Calila, la presa será devorada. Opina Espinosa que el cuento del escape del ave por engaño fue tomado de otros cuentecillos que ya existían en la tradición oral antes del Calila, como el cuento medieval de la zorra que coge al gallo por engaño, haciendo que cante o rece con los ojos cerrados, pero que luego lo pierde cuando grita que es suyo.
Fue cuento folklórico en el Siglo de Oro, como atestigua CHEVALIER (1999: pp. 203–204), y también en el XIX, presente en los Apólogos de Fernán Caballero, n.º 6 (véase AMORES: tipo 56A). En la Edad Media aparece en el Conde Lucanor, cuento n.º 12, en el Calila, pp. 352–354, y en las antologías esópicas.
La segunda secuencia del cuento alude de pasada al tipo 122F, La presa propone esperar hasta haber engordado, que es una de las múltiples variantes del cuento del animal que escapa de su captor gracias a su astucia. Aquí la presa propone esperar hasta haber engordado (elemento A de cuentos 213, 217 y 221 de ESPINOSA: estudio en III, pp. 296–301). Documenta el cuento RODRÍGUEZ ADRADOS en la antigüedad clásica como H137: es la fábula n.º 134 de Esopo. Por supuesto que los protagonistas varían de unas versiones a otras: así, en La Fontaine, IX–10, y en Samaniego, V–18, los animales son el lobo y un perro flaco.
Esta versión concluye con el tipo 225, La fiesta en el cielo, lo que no es habitual como final del tipo 56A. Véase el estudio a los cuentos números 12 y 13.
9. EL BURRO MORIBUNDO Y LOS CUERVOS
Había una vez un burro que estaba muy viejecico. Éste vivía por los montes. Él estaba así, muy asquerosico, ya para morirse.
Siempre iban los cuervos todos los días a picarle en el culo, y el pobretico del burro ya estaba aburrido de que siempre le picaran en el culo.
Pero un día abrió bien el culo, y el cuervo, cuando le estaba picando, el burro va y cerró el culo.
El cuervo decía:
—¡Afloja, afloja, afloja!
Ya cuando el cuervo estaba asfixiado, el burro fue, abrió el culo. Entonces el cuervo cayó al suelo y dijo:
—¿Ya pa qué? ¿Ya pa qué?
Narradora: Encarna Rodríguez (Mula)
El tipo 56A*, El zorro (burro) se hace el muerto y captura al pájaro, es un cuento no muy común si tenemos en cuenta que las escasas versiones tradicionales que se enumeran en el catálogo de Camarena–Chevalier (en castellano sólo aparecen tres peninsulares). RODRÍGUEZ ADRADOS lo recoge en su catálogo de la fábula greco–latina (M490), en el apartado de las fábulas medievales. Constituye un episodio del Roman de Renart (XVII, pp. 1398–1549) y también lo encontramos en las fábulas de Odón de Cheritón, 49, y su correspondiente traducción española del Libro de los Gatos, 53: en este caso, la zorra se hace la muerta y saca la lengua para atrapar al ave cuando ésta se acerca (véase el motivo *A2466.3 de GOLDBERG y el tipo 2176 de TUBACH). En el refranero de Gonzalo Correas se menciona el siguiente refrán: «Zorrilla tagarnillera, hácese la muerta para asir la presa», evidentemente sacado del cuento. La narración del Libro de Buen Amor de Juan Ruiz, estrofas 1412–1421, es otro cuento distinto que sólo se parece al que comentamos en que la zorra finge estar muerta para no ser atrapada, aunque con resultados desastrosos para ella porque los vecinos le van extirpando partes del cuerpo que podrán aprovechar con diferentes fines.
10. LA ZORRA Y EL CUERVO CON QUESO EN EL PICO
Esto iba una zorra por el campo; y iba andando y de pronto ve un árbol, ve a un cuervo con un queso grande que lo tenía en el pico. Dice: «¡Me cago en diez!; si yo me pudiera comer el queso ese… –dice– ¡Ahora verán!».
Llega debajo del árbol y empieza a mirar al cuervo, venga mirarlo, y el cuervo mirándola a ella. Dice:
—¡Válgame, señor cuervo! Si tu voz fuera tan dulce y tan brillante como es tu cuerpo, y tu plumaje fuera tan suave y tan divino –dice–, no habría pájaro en el cielo que contigo se comparase.
Dice el cuervo, dice y se queda mirando, dice: «¿Es que mi voz será tan dulce como ha dicho la zorra?».
Entonces el cuervo dijo «¡cruaf!», abrió la boca y, claro, se le cayó el queso y, claro, entonces cogió la zorra y traspuso, como aquel que dice.
Y se quedó el cuervo allí a dos velas sin comerse el queso.
Narrador: Manuel Sánchez Fernández (Mula)
El tipo 57, El cuervo con queso en el pico, es una conocidísima fábula de amplia aparición en la tradición oral y en la literaria. En la antigüedad greco–latina la recogen Esopo (124), Fedro (I–13) y Babrio (77), como documenta RODRÍGUEZ ADRADOS (1987: H126 y M138), que le dedicó todo un libro. Fue muy común también en las colecciones medievales de fábulas latinas y romances: fábula 70 de Odón de Cheritón, fábula 7 (13) de María de Francia, Roman de Renart II, pp. 843–1026, Libro de los Ejemplos 11, Libro de Buen Amor pp. 1436–1443, Conde Lucanor 5, Esopete p. 37 (véanse GOLDBERG, K334.1, y TUBACH, tipo 2177). También fue cuento folklórico presente en la literatura del Siglo de Oro (véase CHEVALIER: 1983), concretamente en el Fabulario de Sebastián Mey, 15. Recogen también el cuento Torres Naharro en su Comedia Jacinta, I (Propalladia, II, p. 337) y Fray Juan de Pineda, Diálogos familiares de la agricultura cristiana, BAE, V, 170, p. 196 y BAE, 163, III, p. 378 (esta última versión sólo narra la invitación de la zorra pero no la venganza del ave). En el XVIII lo recoge Samaniego en su fábula V–9.
11. LA ZORRA Y LAS UVAS
Una zorra que andaba por un huerto vio unas uvas en una parra. Pensó que ya estaban maduras y dulces y se lamía el morro del hambre que tenía. Pero como las uvas estaban mu altas, la zorra se estiró con toas sus ganas pero no alcanzaba. Se tiró media tarde dando saltos, pero nunca llegaba.
Entonces la zorra se fue diciendo: «Me creí que las uvas estaban maduras y dulces, pero me he dao cuenta de que están verdes y agrias».
Narrador: Gregorio Cebrián García (Algezares)
El tipo 59, La zorra y las uvas verdes, conocidísima y breve fábula de origen oriental, se ha desarrollado a través de los esopos medievales sin apenas alteraciones hasta la época actual tanto en formas literarias como populares, según ESPINOSA (1946–47: III, pp. 327–330). Hasta tal punto se ha tradicionalizado que ha quedado como dicho para significar aquello por lo que no merece la pena entristecerse ya que no se puede conseguir. La más antigua versión conocida es la del Panchatantra I, diferente a las occidentales: el león pasa por debajo del mango y va a comer su fruta pero no alcanza a cogerla; llega entretanto un cuervo y se come el fruto. La fábula la documenta RODRÍGUEZ ADRADOS (1987: H15a y M505): aparece en la literatura clásica en Esopo, 15, Fedro, IV–3, y Babrio, 19. En la Edad Media la encontramos en el Roman de Renart XI, pp. 257–333, y en el Esopete, p. 75 (véase GOLDBERG, J871). También la trató La Fontaine, III–11.
Fue habitual también en la literatura del Siglo de Oro, como indica CHEVALIER (1983), ya que se lee en los refranes de Correas, en la comedia de Lope de Vega Los embustes de Fabia o en el Fabulario de Sebastián Mey, número 9. También en el Refranero de Sebastián de Horozco, 354. En el XVIII destaca la versión de Samaniego, IV–6. AMORES (1997) también lo estudia dentro de la literatura del XIX, donde aparece por ejemplo en Fernán Caballero.
Hay muy pocas versiones tradicionales de este cuento, sin duda porque los recopiladores lo han desechado por tratarse de un relato conocidísimo de evidente origen literario. Así, encontramos referida alguna versión en el catálogo de BOGGS, tipo *66A, como la de Espinosa 226, y del total de 7 versiones tradicionales castellanas, tres gallegas y una catalana que enumera el catálogo de Camarena–Chevalier, destacaremos las de Camarena 18 y 17 (variante).
Una variante de este cuento es la historia de la zorra que mientras come uvas pide la luz del relámpago para ver mejor; entonces un guarda le dispara y el animal sale corriendo y diciendo que todavía están agrias (tipo [59A] de Camarena –Chevalier).
Otra variante muy parecida cuenta cómo la zorra desprecia las uvas mientras no tiene hambre pero, cuando ha pasado la vendimia y está hambrienta, piensa que los sarmientos la llaman a su paso (tipo [59B] de Camarena–Chevalier).
12. LA ZORRA Y EL ÁGUILA SE INVITAN A COMER
Había una vez un águila y una zorra que eran mu amigas.
Y le dice el águila a la zorra:
—Mañana vas a venil a comel a mi casa.
Y dice la zorra:
—Pues… sí, ¡venga!
Y a otro día va la zorra a comel a la casa del águila. El águila le hace de comel en una arcuza (7), y como tiene la boca mu estrecha la arcuza, el águila mete el pico y come, y la zorra, como no tiene pico, pues no puede comel.
Y dice el águila:
—Zorra, ¿has comío bien?
—Sí, he comío mu bien. Mañana te invito yo a comel en mi casa.
Entonces, a otro día, va el águila a cá la zorra y la zorra le hace de comel chamorro (8) en una colaera (9). Entonces la zorra pasa la lengua y come y el águila se le va el pico entre los agujeros de la colaera y no puede comel. La zorra le pregunta al águila:
—¿Has comío bien?
Y el águila le dice:
—Sí, mu bien. ¿Sabes que voy a tenel una boda allá arriba, mu lejos, mu lejos, cerca del cielo, que es que se casa una prima mía?
Y dice la zorra:
—Debe estar mu bonico eso de volal.
Y dice el águila:
—Pos… vente.
—No, no, si yo no puedo subil.
Y dice el águila:
—Sí, yo te llevaré montá.
Y llega el día de la boda y se van. Y entonces va el águila y monta a la zorra a cuestas y empieza a subil, a subil, a subil y cuando ya van mu altas, dice el águila:
—¿Ves el suelo?
Y dice la zorra:
—Sí, lo veo.
—¿Cómo de grande?
—Pos como una era.
Y entonces sigue parriba volando, volando, volando… Y luego pregunta otra vez el águila a la zorra:
—¿Ves el suelo?
Y dice la zorra:
—Sí, pero más pequeño, así como un garbillo (10).
Y siguen subiendo más alto, más alto y al rato dice el águila:
—¿Ves el suelo?
Y dice la zorra:
—Sí, pero muy pequeñico, muy pequeñico…
Y dice el águila:
—¿Cómo?
Y dice la zorra:
—Pues así como una moneda.
Y dice el águila:
—Pos… agárrate que me voy a sacudil.
Y entonces se sacude el águila y se cae la zorra.
Y la zorra baja diciendo:
—¡Quitad, piedras, que os rajo! ¡Hojas y tomillos, poneros debajo! ¡Quitad, piedras, que os rajo! ¡Hojas y tomillos, poneros debajo!
Y colorín colorao, el cuento se ha acabao.
Narradora: Juana López Fernández (Mula)
El tipo 60, La zorra y la cigüeña se invitan una a otra, es un cuento esópico extraordinariamente difundido en el ámbito hispánico ya que encontramos versiones en todas las regiones españolas. En cuanto a las versiones literarias, el cuento ya aparece en las literaturas clásicas (RODRÍGUEZ ADRADOS, 1987: nº H17= [M493]), especialmente en Fedro I–26. En la Edad Media también está en el Libro de los Gatos, 34, y en el Esopete, p. 52 (véanse GOLDBERG, *Q292.1.1 y *W158.1, y TUBACH, 2170). Fue cuento folklórico en el Siglo de Oro (CHEVALIER, 1983) y en el XVIII lo versificaron La Fontaine (I–18) y Samaniego (I–10).
Habitualmente el cuento del ave y la zorra que se invitan a comer termina con el relato de Las bodas en el cielo (tipo 225), que narra la venganza del ave engañada que arroja a la zorra al suelo cuando ya han llegado a lo más alto. Espinosa describe este cuento como elementos A3 y B3 de sus relatos números 218–220, tipo IIIA (ESPINOSA, 1946: III, pp. 305–310). El tipo 225 es un desarrollo antiguo en la tradición hispánica del cuento esópico del ave que lleva volando a otro animal (generalmente una tortuga) y lo deja caer por varios motivos, es decir, el tipo 225A, La tortuga se deja llevar por el águila. Hay que destacar que este último apenas ha entrado en la tradición oral, mientras que las versiones populares del cuento de nuestra colección son abundantísimas. Así pues, parece claro que estamos ante el caso de la narración que ha llevado una doble vida, oral y literaria, sin apenas interferencias.Hay que destacar que la versión tradicional se ha despojado de todo contenido moralizador o didáctico para convertirse en mero relato cómico, al revés que la fábula, cuya moraleja destaca las consecuencias funestas que acarrea el querer ser más de lo que uno es o el querer transgredir las leyes de la naturaleza, que es lo que pretende el animal terrestre al pedir al ave que lo ayude a volar.
El cuento de las bodas o fiesta en el cielo fue folklórico en el Siglo de Oro (CHEVALIER, 1983), aunque presenta muy pocas versiones literarias, entre las que destacamos las de Gonzalo Correas y Juan de Mal Lara, Filosofía vulgar, II, p. 194. En cambio, las versiones literarias del tipo 225A son muy abundantes, por las razones antes mencionadas.
13. LA ZORRA Y EL CUERVO SE INVITAN A COMER
Esto era una vez un cuervo y una zorra. Y estaba el cuervo haciendo gachasmigas en una ararza (11) del aceite y entonces llega la zorra. Y dice:
—Pues mira, aquí comiendo. Acércate y come conmigo.
La zorra va y no podía comer porque el cuervo sí llegaba con el pico y la zorra no.
Entonces la zorra coge y, como era muy lista, va a otro día y dice la zorra:
—Mañana te invito yo.
Va el cuervo y estaba la zorra con su comida.
Entonces la zorra le engañó igual que hizo él.
Pero el cuervo fue más listo que la zorra. Cogió y dijo:
—Vamos a subir al cielo, que allí te invitaré.
La zorra se montó en las alas del cuervo y comenzaron a volar. Cuando ya estaban muy arriba, le preguntó a la zorra:
—¿Ves el suelo?
Entonces le contesta:
—Sí, ya lo veo poco.
Y al rato le pregunta otra vez. Y entonces, cuanto más arriba subía, menos veía el suelo.
Le volvió a preguntar pero la zorra ya no veía el suelo. Y le dijo:
—Espérate, que voy a sacudir mis alas.
Cuando las sacudió, la zorra se cayó. Y cuando estaba ya muy abajo, viendo el suelo, dijo:
—¡Ponerse, tomillos y romeros, que baja la Virgen de los Remedios! Pero se esclafó (12).
Narradora: Juana Herrera Roda (Mula)
Véase el estudio al cuento anterior.
14. LA PAZ ENTRE LOS ANIMALES
Que había una casa de campo y en la esquina había un pino. Y como todos sabemos, en las casas de campo siempre hay gatos, y los zorros le meten mano a los gatos. Y entonces, cuando el gato vio la zorra venir, se subió al pino, pero la zorra, para hacerle caer al gato, empezó a dar vueltas alrededor del pino porque sabía que al marearse el gato se caería y la zorra se lo comería. Pero el gato en esa ocasión fue más pillo que la zorra: en vez de mirar para abajo, miró hacia arriba, porque mirando para arriba no se mareaba.
Y cuando la zorra vio que el gato no se mareaba, le dijo:
—Hombre, amigo gatico –dice–, ¿es que no te has enterado de la orden que ha dao el gobierno? Y le dijo el gato:
—No, no sé qué orden ha dao.
Y le dijo:
—Que los gatos y las zorras se hacen amigos.
Y entonces echó vista el gato y vio que venía un galgo. Y le dijo el gato a la zorra:
—Espérate que venga nuestro amigo el galgo y firmamos los tres juntos.
Y entonces dijo la zorra:
—Me voy, no vaya a ser que no sepa la orden y me quiera meter mano.
Narrador: Pedro Rivas Vivo (Pliego)
Catalogación: tipo 62, Paz entre los animales.
Según ESPINOSA (1946–47: III, pp. 321–327), éste es un relato de origen esópico popularizado. Nuestra versión se incluye en el tipo I de la clasificación de Espinosa, elementos A y B: la zorra quiere coger al ave por engaño diciéndole que ha llegado una orden que decreta la paz entre los animales; cuando se acercan unos perros, la zorra huye declarando que éstos tal vez no conozcan la ley. Éste es el tipo fundamental esópico, de formación europea, aunque algunas versiones orientales pudieron servir de prototipo. RODRÍGUEZ ADRADOS (1987: M492 y M494) documenta el relato en la fábula medieval. Y así, aparece en el Conde Lucanor, 12 (aquí no menciona la zorra el supuesto decreto sobre la paz), en el Roman de Renart (II, pp. 469–664), en la fábula 51 (61) de María de Francia y en el Esopete, pp. 63–64 (véanse GOLGBERG, J1421, y TUBACH, tipo 3629). También lo trataron literariamente La Fontaine (II–15) y Samaniego (IV–14). En el siglo XIX Fernán Caballero lo recoge en el número 2 de sus Apólogos (véase AMORES, 1997).
EL PAGO APLAZADO DE LA ZORRA
Una vez había una zorra y había parío los zorricos pequeños, como es natural. Y todos los días le llevaba la madre un pavo; otros, una gallina; y otros días, un cordero.
Y entonces uno de los zorricos le dijo a la madre:
—Mamá, ¿cuándo se paga todo esto que nos estás trayendo todos los días?
Y entonces le dijo:
—Hijo, esto se paga todo junto.
(Cuando le pegan el tiro y la matan).
Narrador: Pedro Rivas Vivo (Pliego)
Este cuento no aparece en ninguno de los catálogos folklóricos manejados. Sin embargo, puede documentar varias versiones tradicionales de él en el sureste español: los cuentos 11, 12 y 13 de Camándula, colección de Sánchez Ferra recogida en el municipio de Torre Pacheco (Murcia); la de Cuentos murcianos de tradición oral, de Carreño Carrasco y otros, pp. 313–314, versión recogida en Cehegín; y la n.º 95 del Etnocuentón de López Megías y Ortiz López, obtenida en Fuente Álamo (Albacete). El propio Sánchez Ferra propone para este relato el nuevo número tipo [62B]. Por otro lado, Fernán Caballero recogió en el campo andaluz un refrán que tiene evidente relación con este cuento: «Lo que hace la zorra en un año lo paga en una hora» (incluido en Refranes y máximas populares recogidos en los pueblos del campo).
Todo esto nos induce a pensar que, efectivamente, se trata de un cuento con vigencia tradicional aun cuando no se haya incluido en los catálogos folklóricos. Personalmente, la catalogación que propone S. Ferra me parece muy adecuada.
16. EL ZORRO CASTRADO
Había un zorro y una zorra y la zorra había parido. La zorra salía todos los días para coger el alimento para los zorricos pequeños y el zorro se quedaba en la madriguera comiendo de lo que la zorra traía.
Pero llegó el día en que la zorra se hartara de traer comida para los zorricos y para el zorro viejo. Y entonces le dijo la zorra al zorro:
—Ahora vas a salir tú, que te toca a ti.
Y tuvo la mala suerte el zorro de ir a robar las gallinas donde la zorra estaba robando todos los días, y lo estaba esperando el dueño con la escopeta. Y al saltar la tapia, le pegó un tiro y le quitó los pendientes o huevos.
Y entonces se volvió para la madriguera a los tres días. Y cuando le vieron venir, le dijo la zorra madre:
—¡Válgame, hijo, qué huevos traes!
Y entonces contestó y le dijo:
—Eso es lo malo: que vengo a los tres días y sin ellos.
Narrador: Pedro Rivas Vivo (Pliego)
Tampoco aparece este cuento en ninguno de los catálogos folklóricos manejados. Pero también en este caso podemos aducir ejemplos, tomados del área murciana, que dan fe de su existencia tradicional, al menos en la zona referida. Asi, lo encontramos en Cuentos murcianos de tradición oral, p. 310 (versión registrada en Sangonera la Seca), como final del relato del animal que se hace el muerto para robar el pescado de una carreta (tipo 1). También en la colección comentada de Sánchez Ferra hay otra versión, con el número 15, donde aparece sólo el cuentecillo del lobo castrado. Además, en su estudio a este cuento (p. 227), menciona el autor otra versión, inédita, recogida en Molina de Segura. Por último, mencionaré otra versión obtenida por mí en la pedanía murciana de Javalí Nuevo, ejemplar que aparece como principio del cuento del lobo o zorro que busca su comida (Aa–Th. 122A), y que puede leerse en mis «Cuentos populares de la pedanía murciana de Javalí Nuevo», Revista de Folklore, n.º 289, p. 9. Todo esto apunta a la existencia tradicional de este relato, al menos en la Región de Murcia, ya que no conozco otras versiones distintas a las murcianas que he citado. Propongo que se catalogue como tipo [62C], [El zorro (lobo) castrado].
Del cuento del lobo castrado podemos encontrar un precedente literario, aunque diferente, en la historia que se cuenta en la rama Ib del Roman de Renart, titulada Renard tintorero y juglar. Concretamente en los versos 2205–2750 se narra cómo Renard el zorro cae en una cuba de tinte; así, y simulando que chapurrea una lengua extranjera, no es reconocido por Ysengrín el lobo. Juntos van a robar una vihuela, pero cuando el lobo penetra en la casa y le entrega al zorro el instrumento musical por la ventana, el taimado Renard la cierra. Entonces el mastín de la casa castra de un bocado a Ysengrín, que más tarde será repudiado por esta causa por su esposa Hersent.
17. LA ZORRA, EL LOBO Y LOS CONEJOS
Érase una vez una zorra que era amiga de un lobo y pasaban mucha hambre. Y resulta que pasaban por la puerta de una madriguera y habían muchos conejos paseándose por ahí. Y entonces, al ver la zorra, los conejos se encerraban en la madriguera.
Un día el lobo y la zorra se inventaron una pantomima de cómo podrían comerse un conejico diciendo de que la zorra se había muerto. Entonces el lobo fue a contarle a los conejos que la zorra se había muerto:
—He venío a daros una triste noticia: la zorra se ha muerto, nuestra querida amiga, y el entierro es a las cuatro y media. Quiero acompañaros al entierro –dijo el lobo.
Entonces dijeron los conejicos:
—Vamos a ver dónde está muerta, pero que se retire un poco –no fiándose del lobo.
Cuando se retiró el lobo, se arrimaron al testero (13), y dijo un conejico al ver la zorra:
—Lástima de nuestra vecina amiga zorra, a pesar de que le gustaban los conejicos muncho.
Otro conejico dijo (el muy listo):
—Las zorras, cuando están muertas como ésta, siempre menean una pata.
Entonces la zorra, al decir que las zorras mueven la pata cuando están muertas, la gilipollas la meneó. Los conejicos salieron pitando, diciendo:
—¡Quédate con Dios que no está muerta, amiga!
Narrador: José Gutiérrez (Mula)
El tipo 66B, El falso muerto se autodelata, es un cuento poco conocido del que el catálogo de Camarena–Chevalier sólo ofrece dos versiones peninsulares, de Lanzarote y Cáceres. Nuestra versión es similar a una de ellas, la recogida en Miajadas (Cáceres) por J. M. Pedrosa, si bien en ésta no aparece el pacto entre el lobo y la zorra para atrapar a los conejos. En la otra versión, recogida por E. Rodríguez Abad en Arrecife (Tenerife), el falso muerto es un león engañado por la zorra, quien ha afirmado que tres pedos son prueba irrefutable de muerte. Puede relacionarse con el motivo *K1867.1.1 de GOLDBERG, El gato finge la muerte para capturar al ratón, tal como se lee en el Esopete, pp. 110–11 (véase también TUBACH, tipo 2176).
18. EL LEÓN Y EL RATÓN
Resulta que se encontraba un león, digámosle el rey de la selva, durmiendo plácidamente y un pequeño ratoncillo se paseaba por encima de él muy agusto, para arriba y para abajo, y el león se cabreó y le dijo:
—¡Estate quieto, que no me dejas dormir!
Y el ratón le dijo:
—Tampoco te molesto, ¿no? Le dijo:
—Sí, sí, me molestas porque no me dejas dormir.
Y como no le hacía caso el ratón, pues el león le echó la zarpa encima y quería matarlo.
Y le dijo:
—No me mates, porque tú, por ser el rey de la selva, te vas a vengar de un inocente como yo, tan pequeño, tan simple y tan humilde. No me mates.
Y al león eso le hizo mucha gracia. Y entonces, entonces lo dejó ir, y con la fatalidad de que vinieron unos cazadores, le tendieron una trampa, unas redes, y el león se enredó en ellas y se quedó atrapado, claro.
Pasó de nuevo el ratón por allí y ¿qué hizo?: con sus pequeños dientecillos rompió la cuerda y lo dejó escapar.
Narradora: Josefina Millán Ferrer (Librilla)
Catalogación: tipo 75, La ayuda del débil.
Conocida fábula de la que, sin embargo, el catálogo de Camarena–Chevalier sólo ofrece una versión tradicional: la catalana de Amades, Rondallística, 331. Las versiones literarias son muy abundantes, lo que demuestra el origen claramente literario de este relato. RODRÍGUEZ ADRADOS (1987: H155=M226) lo menciona en su catálogo de la fábula greco–latina antigua y medieval, cuyos ejemplos más representativos son las fábulas 150 de Esopo, 107 de Babrio, 3 (16) de María de Francia, las estrofas 1425–1434 del Libro de Buen Amor, y el Esopete, p. 38 (véanse los motivos B363.1.1 y B371.1 de GOLDBERG, junto con TUBACH, tipo 3052).
Aparece en la literatura del Siglo de Oro en el Fabulario de Sebastián Mey, 17 (véase CHEVALIER, 1983). También en la novela picaresca Cautiverio y trabajos de Diego Galán, II–25, que puede leerse en Francisco Martín García, Antología de fábulas esópicas en los autores castellanos (hasta el siglo XVIII), Universidad de Castilla–La Mancha (Cuenca, 1996), p. 121, y en los Emblemas morales de Sebastián de Covarrubias, número 122. Aparece con el número (200) en la edición de José Fradejas a los Cuentos de Ambrosio de Salazar, pp. 150–151, donde en nota al cuento el editor menciona, además de las versiones ya enumeradas, una curiosa versión en prosa del capitán Muñatones (Selba de curiosos y recreation de virtuosos, 1597, fol. 297) en la que el ratón exige casarse con la leona y muere aplastado en la noche de bodas. También se refiere J. Fradejas a otras dos versiones del P. Aguado y el P. Garau. En el XVIII recogen la fábula Samaniego, IV–12, y La Fontaine, II–11.
19. LA PROMESA DE UN BORRACHO
Esto era un gato y un ratón. Y entonces el ratón se cae en una tinaja llena de vino. Y entonces llega un gato y le dice:
—Gato, ¿me sacas de aquí?
Y después de que me saques, me comes.
Y entonces el gato lo sacó.
Y entonces le dice el gato al ratón:
—¿Te puedo comer ya?
Y el ratón le dice:
—No.
Y dice el gato:
—¡Eso no es cosa de hombres! ¡Eso no es cosa de hombres! Y dice el ratón:
—¿Es que tú vas a hacer caso de un borracho?
Narrador: Juan González (Mula)
En el catálogo de Camarena–Chevalier, bajo el tipo 122H, La presa pide una tregua para secarse, se enumeran versiones que, a mi juicio, deben considerarse con más propiedad dentro del tipo 111A*, La promesa de un borracho: así, Odón de Cheritón, 56 (véase RODRÍGUEZ ADRADOS, M307) y Libro de los Gatos, 56 (véanse los motivos *J1319.2, *M205.0.3 y *X803 de GOLDBERG; y también TUBACH, tipo 3426). En ambas el ratón, que ha caído al tonel de vino, promete al gato que si le perdona la vida vendrá siempre que lo llame, pero no inventa la excusa de decirle que espere a que esté seco, como ocurre en otras, las cuales sí deberían catalogarse efectivamente dentro del tipo 122H. En nuestra versión, única tradicional que conozco del tipo 111A*, el ratón pide al gato que lo saque de la tinaja y le dice que después puede comérselo tranquilamente. A continuación justifica su huida apelando al argumento de que no se puede creer en las palabras de un borracho.
En mis «Cuentos populares de la pedanía murciana de Javalí Nuevo» (ob. cit., p. 9) aparece otra versión, incompleta, de este relato: el ratón ha caído en el tonel de vino y se tambalea andando por el borde, y el gato, al acecho, le advierte que tenga cuidado para no caerse (falta el desenlace del cuento). Afirma el narrador que el dicho final del gato, «Ten cuidado no caigas, perlica», se aplica a las peticiones exageradas o las desmesuradas fantasías, frase hecha que confirmaría el carácter tradicional del relato.
Continúa en la segunda parte > > >