Revista de Folklore • 500 números

Fundación Joaquín Díaz

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Revista de Folklore número

299



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Editorial

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Publicado en el año 2005 en la Revista de Folklore número 299 - sumario >



El cencerro, según el Diccionario de Autoridades es un “instrumento fabricado de plancha de hierro, soldado con cobre a modo de cañón por un lado abierto, y por otro cerrado, donde por la parte exterior tiene un asa y por la parte interior una hembrilla o asidero del cual pende un badajo, que ordinariamente es de cuerno, hueso, raiz de jara o de lo íntimo del corazón del pino, que llaman rayuto, atado con una corregüela llamada castigadera, mediando el trebejo, que es un palillo que holgadamente le cruza por un agujero. Hiriendo con él y tocando con la circunferencia del hueco del cañón o plancha así encañonada, forma un ruido áspero y bronco, más o menos recio según sea mayor o menor el cañón y esté más o menos bien labrado. Formose esta voz por la figura onomatopeya del sonido “cen” “cen”, que hace este instrumento, cuyo uso es común en la cría y orden de todo género de ganado, especialmente en hatos y en las recuas de arrieros”.

Para su fabricación, con una cizalla se cortaban las láminas de hierro con la medida que se quisiera dar al cencerro. Después se estrechaba un poco la lámina dándole forma de diabolo y se doblaba con una barra de hierro. En la bigornia, a golpe de martillo, se le daba forma al cañón quedando en la parte superior unos pliegues triangulares llamados orejas. Luego se daban unos puntos de soldadura. Con un martillo o cincel se practicaba un orificio en la parte superior donde luego se colocaría la hembrilla que sujetaría el badajo. Por último se colocaba el asa machacando una chapa para unirla a las orejas y se igualaba la boca recortando con unas tijeras las posibles rebabas que hubiesen quedado al hacer la pestaña. Luego, se preparaba para la fundición untando de aceite toda la superficie del cencerro y añadiendo unas chapitas de latón para la junta lateral y unas limaduras en todo el resto para darle el color. Después, se embarraba con arcilla y paja por fuera mientras que dentro se rellenaba de virutas de madera y más limadura de latón. En la boca se dejaba un pequeño orificio para comprobar cuándo estaba terminada la fundición pues se producía una llama azulada. Durante 30 o 40 minutos se metía al horno entre 1000 y 1500 grados. Se les sacaba con unas tenazas y se les hacía girar para que el latón licuado se extendiera de igual modo por toda la superficie del cencerro. Luego, colocados casi verticalmente, se les enterraba en cisco húmedo para que, al cambio de temperatura, se solidificara el latón. Después, se desenterraban del cisco y se extraian de la capa de barro con un simple golpe a la arcilla, que se quebraba. Finalmente se limpiaban las impurezas, se les afinaba con unos golpes de martillo cerca de la boca del cencerro y se les sacaba brillo con una pulidora.

Muchos de los nombres que recibían han ido desapareciendo por el escaso uso que de ellos se hace pero aún se recuerdan los de tipo “Cascabel” (de 2 a 6 centímetros), “Cencerra” (de 6 a 19 cm.), “Vaqueño” (de 19 a 26 cm.) o “Zumbo” (de 26 a 50 cm.). Los badajos se hacían de hierro (los hacía el mismo cencerrero en la fragua con una varilla de hierro) o de madera (corazón de encina), cuerno o hueso.



Editorial

DIAZ GONZALEZ, Joaquín

Publicado en el año 2005 en la Revista de Folklore número 299.

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