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El caracol ese humilde animalillo que no ha despertado demasiado interés de los humanos, salvo de los comedores de caracoles, que, en Castilla, siempre fueron gente pobre que hacía gusto de la necesidad, si bien es preciso reconocer que bien condimentados con chorizo, panceta, jamón y huevo es comida sabrosa, quizás más por la compañía que por él mismo. Pero los pobres rara vez lo comían así; una forma que yo vi alguna vez de niño a un hombre anciano consistía en colocarlos, recién recolectados en el campo, mejor los de secano, sin lavar, sobre una parrilla y comerlos asados. Sin embargo, es un animal que a mucha gente le produce asco por lo que luego veremos. A los niños les encantaba verlos caminar al sol, ponerles obstáculos para que los salvaran, asustarlos para que se escondieran y volvieran a sacar los cuernos, y cantarles aquello de “caracol, caracol, saca los cuernos al sol”.
El caracol no deja de ser un animal extraño al tiempo que familiar. Es animal marino y terrestre, pues son numerosas sus especies y viven en ambos medios. Como es de sangre fría, tiene periodos de actividad y de inactividad; sale y entra en su concha, aparece y desaparece. Parece un caminante incansable y tenaz, si bien es tremendamente lento y muy cauto. Su constitución también es contradictoria: tiene una parte blanda, que lo asemeja a un gusano y es repugnante, y otra dura, la concha, que forma una bonita espiral y recuerda al casco de una armadura (Figura 1).
En la Antigüedad, lo estudió, de una manera empírica, Aristóteles, quien dice cosas más o menos exactas del caracol, sin dejarse llevar por la tradición de animal repugnante que arrastraba. Ya en la Biblia, en un salmo, aparece así:
¡Dilúyanse [los impíos] como aguas que pasan,
púdranse como hierba que se pisa,
como limaco que marcha deshaciéndose,
como aborto de mujer que no contempló el sol! (1)
Se resaltan los aspectos de blando y húmedo que lo hacen asqueroso, y que llevó a relacionarlo con los gusanos de los cadáveres, por lo que en el contexto cristiano antiguo aparece como imagen de la muerte en algunos sarcófagos (2). Esta misma imagen es la que nos trasmite Isidoro de Sevilla: “Limax vermis limi, dictus quod in limo vel de limo nascatur; unde et sordida semper et inmunda habetur” (3); haciendo derivar limax de limus, etimología no justificada, lo considera animal sórdido e inmundo por nacer del barro (limus).
Durante la Edad Media, se le consideró un animal infernal por su relación con lo subterráneo, lo putrefacto, el barro y los gusanos, aunque, como muchos animales simbólicos, también tenía su lado bueno, su concha dura le da un aspecto positivo y su reaparición en primavera hace que se le relacione con la resurrección de Cristo, así como su carácter de animal asexuado, con la Virgen María. A partir del siglo XIII, aparece el tema del caracol gigante que se enfrenta a un soldado; de este siglo es, precisamente, el álbum de Villard de Honnecourt , donde aparece un dibujo de un soldado y de un caracol “armado” (Figura 2); su concha es su coraza y sus cuernos, sus armas ofensivas, pero la fuerza del caracol es puramente ilusoria y falsa, por ello sentir miedo de un caracol es signo de cobardía y quien se arma para luchar con él es porque es débil y flojo. Parece ser que esta imagen la dibujaban los estudiantes franceses para insultar a los italianos, en especial a los lombardos, como refleja un poema, “De lombardo et lumaca”, cuyo origen se localiza en una batalla mítica en la que Carlomagno derrotó a los lombardos, si bien otros lo relacionan con la fama de prestamistas que tenían los habitantes del norte de Italia.
En la época de transición de la Edad Media al Renacimiento, el caracol se generaliza como tema decorativo entre la vegetación que adorna las páginas de algunos manuscritos miniados, en sillerías de coro y en algunos edificios, siempre con cierto sentido irónico, haciendo alusión a la fanfarronería de los que atacan a enemigos imaginarios, a la fuerza ilusoria y, en definitiva, a la cobardía (4). A ella se refiere el refrán que trae Gonzalo Correas: “El caracol, por quitarse de enojos, por los cuernos dio los ojos” (5), que es un claro testimonio de una tradición latente que reaparece más tarde, ya en el siglo XIX, en la literatura popular de pliegos y aleluyas.
En algunos países del centro de Europa se han recogido canciones alusivas a esto; J. M. Pedrosa da cuenta de un pliego editado seguramente en el siglo XIX en Barcelona, y de una cancioncilla usada para un baile, un dance, en la provincia de Teruel (6). También fue editada en Barcelona, y probablemente en el mismo siglo XIX, un aleluya de la Fundación Joaquín Díaz, de Urueña, titulada “Vida y estragos de un caracol”, con texto en castellano, si bien existe otra versión en catalán. Su argumento es similar al del pliego: aparece un caracol de tamaño descomunal que hace huir a todas las gentes de la comarca, “la montaña aserrada”, que será la traducción de Mont Serrat; salen cuadrillas armadas tras él, reciben refuerzos del extranjero, pero los derrota a todos. Llega un nuevo ejército, que es también vergonzosamente derrotado, dejando el campo sembrado de muertos; ante el desastre, un gitano se ofrece y, subiéndose sobre el caracol, “como hábil cachetero/ le clava el puñal de acero” y termina con él. Parece, pues, que el tema del caracol guerrero ha pervivido en el folklore del oriente de la Península Ibérica y de allí debe de proceder el romance grabado por alumnos del Instituto Leopoldo Cano de Valladolid, dirigidos por mí, en 1995 en el pueblo vallisoletano de San Martín de Valvení. Lo cantó la señora Adelina, que entonces tenía 46 años; a ella se lo había enseñado la señora Antonina, que, a su vez, lo había aprendido, a comienzos del siglo XX, de uno de los ciegos que iban a pedir al pueblo y cantaban romances y canciones.
EL CARACOL
En el Soto Cataspina,
ha salido un caracol
que pesa dos mil arrobas,
le han visto tomando el sol.
Sólo de un brinco que dio
el otro día
se fue a Calatayud
y vino en el día.
Se han dado partes
hoy al mediodía
parte de Torrecilla,
Caudete y María.
Se quejan los labradores
tristes y desconsolados
porque se come las plantas
que tienen en los sembrados.
Sólo de trigo
le ha comido un día
novecientas fanegas
a doña María.
De un trago de agua
que en el Ebro echó
bajaron cien varas,
mi hermano lo vio.
Con su cáscara solamente
se puede hacer un castillo,
un hospital, una iglesia,
y un presidio.
También tiene leña
sólo en su cola
para Zaragoza,
Castro y Barcelona.
Las señas del caracol
las explicaré bien claras:
son tan largos los cuernos
que pasan de doscientas varas.
Cuatro hombres le vieron
al oscurecer,
y el pueblo de Belchite
escapó a correr.
Todos se fueron
al monte asustados,
mujeres y niños,
hombres y soldados.
Doscientos veintitrés pueblos
salieron de madrugada
en busca del caracol
a bayoneta calada.
Iba delante
una avanzadilla
de quinientos hombres
puestos en guerrilla.
Luego, a retaguardia,
la caballería,
cuatrocientos guardias
y la artillería.
Prepararon todos
la fusilería,
y hacían parapeto
seiscientos guardias que había.
Se pusieron al frente
cuarenta cañones,
cuatro compañías
y diez escuadrones.
Un poco a la izquierda,
mil carabineros
y tres mil lanceros.
Mil cañones dispararon
de la artillería de frente,
y con tan fuerte batalla
pudieron romperle un diente.
Luego el caracol
tiró una fuerte cornada,
y les echó a todos
a Guadalajara.
Y los que libres se vieron
se fueron en retirada,
y a todo el mundo contaban
la acción de aquella batalla.
También mató a novecientos
en el Soto doña Juana,
y no quiso matar a más
porque no le dio la gana.
Como se ve, el romance estrófico es de ambiente aragonés; está comprobado que existió una especie de ruta “folklórica” de ciegos que, desde Aragón, recorrían las tierras de la Castilla del Duero siguiendo la dirección del gran río. De esta manera llegaría a tierras vallisoletanas este romance de tema tan raro como antiguo, que, quizás, conoció cierto resurgimiento al calor de las desastrosas guerras del siglo XIX.
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NOTAS
(1) Biblia de Jerusalén, Bilbao, Desclée de Brouwer, 1971, p. 936.
(2) CRANGA, Y. y F.: “L´escargot dans le Midi de la France. Approche iconographique”, en Memoires de la Societé Archéologique du Midi de la France, LVII, 1997.
(3) Etimologías, II, Edición bilingüe de J. Oroz y Marcos Casquero, Madrid, BAC, 1995, pp. 90–91.
(4) CRANGA, Y. y F.: Op. Cit.
(5) Vocabulario de refranes y frase proverbiales, Madrid, Visor Libros, 1992.
(6) PEDROSA J. M.: Bestiario. Antropología y simbolismo animal, Madrid, Medresa Ediciones, 2002, pp. 141–148.