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La reciente presentación en la Real Academia de la Lengua de la obra Historia de la Lengua Española, de Don Ramón Menéndez Pidal, representa la culminación de un ímprobo trabajo del mejor filólogo, historiador y erudito del siglo XX español. A dar fin a esa tarea y ordenar sus partes se ha dedicado desde hace años Diego Catalán, nieto de Don Ramón y su mejor heredero en el campo del Romancero hispánico, quien, en el año 2001, publicó dos tomos titulados El Archivo del Romancero. Patrimonio de la Humanidad. Historia documentada de un siglo de Historia. El lector sensible podrá asombrarse ante el contenido de esos libros; incluso podrá sentirse parte de la historia de España al revivir los avatares de un Archivo formado básicamente por la iniciativa y el trabajo personal de Don Ramón, acrecentado después con aportaciones estimabilísimas de colegas y alumnos suyos y salvaguardado, finalmente, de las asechanzas del tiempo o de las adversidades por una familia –su hija y su nieto– de perfiles tan ejemplares y generosos como poco comprendidos. En España el altruismo es especie rara y no se valora ni se cultiva, principalmente porque en los campos de la envidia, de la escasez intelectual y de la incuria cultural, tiene pocas posibilidades de crecer y mejorar. Sin embargo –y seguimos escribiendo para los lectores sensibles que se adentren en las páginas de El Archivo…– la obra, y sobre todo su temática principal que es el Romancero, queda por encima de las penalidades y nos muestra un género maravilloso que es Patrimonio de la Humanidad y que nos sigue asombrando por su fuerza y su alcance aun en estos tiempos, tan poco proclives al Arte y a la Ciencia. Diego Catalán dedica el libro a su madre, Jimena, “en recuerdo de su tenaz lucha contra la ausencia de memoria histórica”, frase que viene a ser un compendio del contenido cultural del siglo XX en España y la triste constatación de un fracaso colectivo.