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La celebración del día de las mujeres tiene su origen en el culto a la santa siciliana que padeció martirio. Después de que le cortaran los pechos, se le apareció un ángel que le llevó la palma de la victoria y una planta medicinal con la que se curó. Por todo ello se la invoca como protectora de la lactancia. Según Caro Baroja, la festividad tiene sus antecedentes en las “Matronalia” romanas, que “eran fiestas dedicadas a asegurar la fecundidad de las mujeres” y que estaban adscritas al culto de Juno Lucina (1).
En un artículo periodístico, Rosa M. Lorenzo daba cuenta de los rasgos que caracterizaban la celebración de la festividad de Santa Águeda en la provincia de Salamanca. Así, señalaba que la organización corría a cargo de una alcaldesa o de las mayordomas. Junto a los actos religiosos, existían otros profanos que representaban una inversión de papeles (el baile de la bandera por las mujeres, la toma del poder municipal y el acto de sacar a bailar a los hombres).
La parte profana comenzaba –sigue diciendo la etnógrafa salmantina– la víspera con la preparación y el prendimiento de la hoguera, junto a la que se celebraba el baile. En algunas localidades, realizaban además carreras de gallos, que servían posteriormente de merienda. También ese día (o al siguiente) se llevaba a cabo la petición de los bastones de mando al alcalde. Al anochecer (o al amanecer del día cinco) se cantaba la alborada. Otro rasgo era el petitorio de dinero o de productos alimenticios a los hombres, que se ejecutaba durante algunos días festivos anteriores.
La parte religiosa consistía en la celebración de la misa (con el ofertorio de bollos, velas o dinero por parte de las mujeres) y la procesión, en la que ellas se encargaban de portar las andas.
Tras estos actos religiosos se realizaba el convite. Por la tarde había baile, en el cual las mujeres mostraban una desinhibición inimaginable en otro día del año.
Rosa M. Lorenzo hace referencia a la documentación existente que da cuenta de la existencia de algunas cofradías en localidades como Negrilla de Palencia, Miranda del Castañar o La Alberca. También señala que era la “fiesta de las mujeres” por antonomasia (2). Este carácter ya aparece explicitado en la documentación del siglo XVIII que hemos manejado, como veremos a continuación.
Caro Baroja hace referencia a algunas celebraciones en la provincia de Zamora y Salamanca y, entre ellas, resalta los actos de Frades de la Sierra, donde las mujeres escogían a dos célibes (llamados zánganos) que colaboraban en hacer el petitorio, asistían al baile y cenaban con las casadas, en lo que el antropólogo navarro veía un símbolo de fecundidad (3).
Los casos que vamos a comentar a continuación los conocemos a través de tres documentos que se custodian en el Archivo Diocesano de Salamanca y, aunque no proporcionan una información completa de la festividad, sí nos dan indicios suficientes para hacernos una idea aproximada de cómo podrían ser los actos festivos en aquella centuria del setecientos.
Cantalpino, 1755
En este pueblo del cuarto de Valdevilloria, existía la costumbre de celebrar “el día de las mujeres” o fiesta de Sana Águeda, pese a que había varias órdenes reales y mandatos episcopales que estipulaban que no se hiciesen “funciones por mujeres en las iglesias de este obispado”.
Pero ellas hicieron la fiesta con el beneplácito de los sacerdotes locales. La víspera de Santa Águeda, don Ambrosio Piñuela, beneficiado de la iglesia (eclesiástico que percibía las rentas y que podía delegar en otro cura teniente la atención de la parroquia) y el secretario del Ayuntamiento, padre de una de las mayordomas, visitaron a don Clemente Antonio Cabezas (cura teniente que ejercía como párroco) para tratar “en la conformidad que se había de celebrar”.
De los actos, sólo sabemos que hubo misa a la santa, que las mayordomas tomaron las varas y que hicieron otras cosas “indecentes que por su sexo no se deben permitir”, a decir del provisor eclesiástico, aunque tal vez no hubo más que el hecho de que fueron mujeres las que llevaron los banzos de las andas durante la procesión. Don Clemente celebró la misa por ser el cura semanero y don Bartolomé Piñuela (también cura teniente) le acompañó vestido de diácono; pero lo hicieron, según alegaron, a súplica del beneficiado, para que se hiciese con más moderación que otros años; así, las mayordomas y las porteadoras de las andas fueron con las mantellinas puestas, sin que hicieran, en opinión de los curas, otra acción alguna.
Todo lo cual lo permitieron los párrocos, según dijeron en el proceso que se les abrió, para que no tuviera perjuicio la santa en la limosna de la cera, que lógicamente las mujeres no estarían dispuestas a dar si no hubiera habido función.
El pleito, sin embargo, no se produjo inicialmente por la conmemoración de Santa Águeda, sino que la infracción de esta festividad remaneció como consecuencia de otra celebración, la de San José (“nuevamente introducida”), en la que los mayordomos de su cofradía se negaron a pagar la cera gastada.
Provisionalmente, se condenó a los dos párrocos a no salir de Salamanca y sus arrabales. La resolución definitiva les sancionó “de benignidad”, pues sólo les impuso una multa de diez ducados (aunque no era una cantidad despreciable) y les levantó la primera prohibición (4).
San Esteban de la Sierra, 5 de febrero de 1707
Aunque no afloran en ninguno de los tres textos que hemos manejado, es probable que los actos religiosos estuvieran acompañados de otros jocosos y burlescos o, al menos, bastante gozosos, según se colige de lo que sucedió en San Esteban de la Sierra allá por el mes de febrero de 1707. El pleito que nos proporciona la información tuvo su origen en una solicitud de dote que realizaron Felipe Gómez y Catalina Santos, ambos vecinos de Valero, y que concedía una pía memoria para casar parientes existente en el lugar de Rozados, pero fundada en la parroquia de San Esteban. El escribano de este pueblo serrano era el secretario de la fundación y debía disfrutar con fruición durante la festividad. Tenía un sobrino que le asistía en su casa y, aquel año, fue a buscarlo a la “función de Santa Águeda” para comentarle la petición. Pero el tío “lo tuvo a mal”, porque le “privó de su diversión” y porque, mientras el joven fue a llamarlo, se le quemó una perdiz que le estaba guisando, por lo que le “quiso tirar con un plato”.
El escribano debía de ser un desastre, pues tenía los documentos traspapelados y fuera del legajo correspondiente. El provisor ordenó que, pese a que “se habían oscurecido los instrumentos” (es decir, que se habían perdido los papeles), se pagara la dote. Nada más sabemos en este caso de los actos festivos (5).
Guijuelo, 1750
Más explícito es otro documento que nos describe la festividad en Guijuelo en 1750. En este año se inició un proceso criminal contra el cura y las mujeres de aquel pueblo por bailar en la iglesia durante la víspera de Santa Águeda. La información que le había llegado al obispo de Salamanca decía que “con gravísimo escándalo se juntan las mujeres en la víspera y día de Santa Águeda a bailes y cantares provocativos y deshonestos por la noche en el pórtico y de día dentro de la misma iglesia; y que el beneficiado o cura de ella, bien lejos de prohibir semejantes ofensas a Dios y de su santo templo, coopera a los mismos insolentes desacatos, y se deja llevar bailándole desde su casa hasta la misma parrochia, con notable vilipendio de su estado y ministerio”. Por lo cual, mandó intervenir al juez eclesiástico.
El vicario de Salvatierra y beneficiado de Montejo, don Francisco Sánchez del Roble, se encargó de recabar información y, entre otros, interrogó al alcalde, Alonso Martín. Éste declaró que, en la víspera, se hizo una hoguera en el sitio que se acostumbraba y que se celebró el baile, al que asistieron todos los cargos municipales, sin que hubiera “baile deshonesto, sino con modestia y fuera del [recinto] sagrado de la iglesia”. Tampoco se danzó en el pórtico, aunque, por el frío, algunos muchachos se metieron en él y enredaron; pero el baile se realizó fuera. Cuando le pareció que era hora conveniente, mandó que cesara todo y cada uno se fue a su casa.
A la mañana siguiente, las mujeres “festejaron a la Santa”, es decir, “bailaron y danzaron en la procesión y, después, cantaron unas coplas elogiando a la santa, pero el baile no fue deshonesto ni tampoco los cantares”.
Manifestó además que “esto se hacía años antes y el beneficiado, antes de principiar esta función, preguntó qué estilo abía asta ahora en este asunto”. El párroco autorizó “que, no aziendo yndezenzia alguna, que se prosiguiese con la costumbre”.
También era tradición “que dos mugeres que se nombran por alcaldesas aquel día le acompañan con sus baras desde su casa a la yglesia y desde la yglesia a su casa, a cuyo acompañamiento concurre la más parte del lugar; pero que, en cuanto a yr bailando las mujeres delante, nunca se a echo, ni tampoco se hizo este año”. Lo que sí se acostumbraba era que “hiba delante todo el concurso una mujer con una espada en la mano, como haciendo camino para que las demás pasasen, como a modo de mojiganga, y que esto siempre se ha practicado de la misma manera”.
Según manifestaron otros testigos, en la procesión se bailó “una danza que llaman de la cruz”.
El vicario se informó en secreto con varios vecinos “de mayor satisfacción” y ratificaron lo anterior, así como que el cura no salió de casa ni fue al baile el día de vísperas (6). Tampoco encontró nada que objetar a las coplas, que adjuntó, y que copiamos a continuación:
“Todo el horbe se alegre
en fiesta tan principal
de Santa Águeda triunfante
de la gloria celestial”.
“Ylustre esposa y amada
de Cristo nuestro bien
recibe pues la corona
de birjen y martir tanbién”.
“Esta es birguen prudente
que con lámpara enzendida
rezibe pues el esposo
Jesucristo rrey de vida”.
“Amaste la justicia
y aborreciste la maldad
Santa Águeda gloriosa
guardando birguinidaz”.
“Oy pues nos alegramos
todos en el señor
en este día celebrante
de la esposa del redentor”.
“Debajo del onor
de la bien aventurada
Santa Águeda triunfante
en la celeste morada”.
“Los ángueles le acompañan
con gozo y alegría
cantando alabanza
con dulze melodía”.
“Aquesta es birjen sapiente
a la qual allo el señor
en oración vigilante
con luciente resplandor”.
“Los pechos le an cortado
por guardar la castidaz
padeciendo aquel martirio
con pazienzia y humildad”.
“Difusa en tus labios
la grazia y santidaz
birjen bella y eszelente
y luciente claridaz”.
“A Santa Águeda bendita
ofrecemos con devoción
aqueste ramo florido
con humilde corazón.”
“Triunfante y con victoria
el martirio padeció
pues el ramo de palma
tanbién lo mereció.”
“Y por tanto suplicamos
y le pedimos tanbién
que interceda por nosotros
por siempre jamás amén.”
A MODO DE CONCLUSIÓN
A partir de la documentación se puede apreciar la existencia ya en el siglo XVIII de una serie de características que pervivirán en el tiempo. Así sucede con la hoguera que se prendía el día de la víspera, junto a la cual se celebraba el baile (Guijuelo), y cuya razón no ha de ser otra que protegerse del frío propio de la época en la que se celebra la fiesta. También están documentadas las denominaciones de mayordomas (Cantalpino) o alcaldesas (Guijuelo) para las mujeres encargadas de la organización de los actos. La toma del poder municipal, simbolizada en la cesión de las varas, se comprueba en el caso de Guijuelo, y es probable que en los demás sucediera lo mismo.
La inversión de papeles, que se pone de manifiesto en el hecho de sacar a bailar a los hombres, no está probada para aquella época; pero el carácter burlesco queda patente en el empleo de la espada.
Pero son sobre todo los elementos religiosos (incluido el canto de la alborada), fundamento de la fiesta, los que menos modificaciones han sufrido.
Por otra parte, cabe resaltar el carácter moderado y contenido de los actos que se realizaban en el siglo XVIII, pues en ningún caso se cuestiona a — 206 — la autoridad civil, y aún menos a la religiosa; por el contrario, el sentido del respeto prevalece en todos los actos, como en el empleo de las mantillas con que se cubrían la cabeza las mujeres cantalpinesas para asistir a la iglesia.
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NOTAS
(1) CARO BAROJA, J.: El Carnaval (análisis histórico–cultural), ed. Taurus, Madrid, 1983, p. 370.
(2) LORENZO, R. M.: “Santa Águeda, la fiesta de las mujeres”, en La Gaceta, 5 de febrero de 2000.
(3) CARO BAROJA, J.: El Carnaval (análisis histórico–cultural), ed. Taurus, Madrid, 1983, p. 375.
(4) Archivo Diocesano de Salamanca, legajo 56, número 68, año 1755.
(5) Archivo Diocesano de Salamanca, legajo 32, número 174, año 1732.
(6) Archivo Diocesano de Salamanca, legajo 51, número 81 bis, año 1750.