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El motivo del amurallamiento o cerca de una ciudad o población es uno de los universales o arquetipos humanos de la espacialidad. Simboliza la protección o defensa de una comunidad humana frente a los peligros que proceden del exterior, del otro y de lo otro, de lo ajeno; pero también apunta a la cohesión de un grupo humano, a la constitución de su identidad, a la formación de una conciencia colectiva de un destino común en el tiempo.
Por ello, la tarea del amurallamiento, de la cerca de la ciudad o de la población nunca es meramente mecánica, sino que es una tarea mítica, heroica si se quiere, que necesita una conexión con lo sobrenatural, con lo misterioso, con lo que escapa a las meras fuerzas humanas, ya esté expresado a través de la ayuda divina, de la intervención de héroes civilizadores o del hallazgo de un tesoro, gracias al cual se puede llevar a cabo el amurallamiento; por no citar sino tres posibilidades de las que se podrían espigar abundantes ejemplos.
TABÚ: AMURALLAR SIN EL CONSENTIMIENTO DIVINO
La conexión con lo sobrenatural, con lo misterioso, tiene siempre una gran importancia en las fundaciones míticas. Nada puede erigir el hombre contra la voluntad de los dioses, ya que esta perspectiva hace inviable toda edificación. Surge, así, el tabú del amurallamiento sin el consentimiento divino. Si se contraviene, el ser humano está expuesto al castigo de los dioses. Estamos en la perspectiva mítica, en la que nada humano es posible sin la intervención de los dioses; en la que éstos están siempre presentes en todas las labores humanas.
Un ejemplo de lo que decimos podemos observarlo en la Ilíada. La muralla levantada por los griegos en torno a su campamento, contra la voluntad de los dioses, se convierte en efímera y es destruida, tras mantenerse diez años en pie, mediante ingenios hidráulicos (desviación del cauce de varios ríos) en los que intervienen los dioses.
En tanto el fuerte hijo de Menetio curaba, dentro de la tienda, la herida de Eurípilo, acometíanse confusamente argivos y teucros. Ya no había de contener a éstos ni el foso ni el ancho muro que al borde del mismo construyeron los dánaos, sin ofrecer a los dioses hecatombes perfectas, para que los defendiera a ellos con las veleras naves y el mucho botín que dentro se guardaba. Levantado el muro contra la voluntad de los inmortales dioses, no debía subsistir largo tiempo. Mientras vivió Héctor, estuvo Aquiles irritado y la ciudad del rey Príamo no fue expugnada, la gran muralla de los aqueos se mantuvo firme. Pero cuando hubieron muerto los más valientes teucros, de los argivos, unos perecieron y otros se salvaron, la ciudad de Príamo fue destruida en el décimo año, y los argivos se embarcaron para regresar a su patria; Neptuno y Apolo decidieron arruinar el muro con la fuerza de los ríos que corren de los montes ideos al mar: el Reso, el Heptáporo, el Careso, el Rodio, el Gránico, el Esepo, el divino Escamandro y el Símois, en cuya ribera cayeron al polvo muchos cascos, escudos de boyuno cuero y la generación de los hombres semidioses. – Febo Apolo desvió el curso de los ríos y dirigió sus corrientes a la muralla por espacio de nueve días, y Júpiter no cesó de llover para que más presto se sumergiese en el mar. Iba al frente de aquéllos el mismo Neptuno, que bate la tierra, con el tridente en la mano, y tiró a las olas los cimientos de troncos y piedras que con tanta fatiga echaron los aquivos, arrasó la orilla del Helesponto, de rápida corriente, enarenó la gran playa en que estuvo el destruido muro, y volvió los ríos a los cauces por donde discurrían sus cristalinas aguas (1).
[Ilíada, XII, vv.. 1–33.]
DOS EJEMPLOS SALMANTINOS: CIUDAD RODRIGO Y MONLEÓN
En la provincia de Salamanca, varios núcleos urbanos cuentan con muralla. Uno de ellos es la propia ciudad; pero también lo están importantes cabezas de partidos judiciales, como son Béjar y Ciudad Rodrigo, o Ledesma (que lo fue); así como otras poblaciones singulares, como son, en concreto, dos pertenecientes al antiguo partido judicial de Sequeros: Miranda del Castañar y Monleón. Eso sin contar con los antiguos castros vettones, romanizados después, de los que el núcleo mejor conservado es el de Yecla de Yeltes, en el partido de Vitigudino.
Nosotros vamos a tomar dos de ellos –Ciudad Rodrigo y Monleón–, por la existencia en ambos de una leyenda del mismo tipo, que nos explica el origen de sus murallas, motivado por el hallazgo de un tesoro. La obra humana del amurallamiento o de la cerca de la ciudad o de la población queda vinculada, así, con lo sobrenatural, con lo misterioso. Nos hallamos, por tanto, en lo que hemos llamado perspectiva mítica en la explicación del amurallamiento de ambas localidades salmantinas, aquélla que relaciona lo humano con aquello que lo excede y que lo sobrepasa (lo misterioso, lo divino), expresado en ambas leyendas por el tesoro encontrado.
La leyenda del amurallamiento de Ciudad Rodrigo
Las murallas de Ciudad Rodrigo, según la historia, fueron erigidas (o, más bien, reedificadas) en el siglo XII, en tiempos del rey Fernando II de León, quien, tras reconstruir la plaza de Ciudad Rodrigo, la rodeó con una poderosa muralla en 1160 (2).
El rey encomienda la fortificación al gallego Juan Cabrera, quien traza “un circuito de unos 2.250 metros, con muros almenados fabricados de guijarros y argamasa, elevándolos hasta la altura de 8,36 metros, con 2,10 metros de espesor. El recinto amurallado iba flanqueado por cinco torreones, más otra segunda muralla en su foso, con contraescarpa que rodeaba la ciudad, salvo por la orilla del río Agueda. También abrió sendas puertas, conocidas con los nombres de: Puerta del Rey, de la Colada, de Santiago, de Don Pelayo y del Conde, y posteriormente, la Puerta del Sol, la del Alcázar y la de Santa Cruz” (3).
Pero aquí, aparte de las referencias históricas –Ciudad Rodrigo tiene la fortuna de contar, desde el siglo XVII, con excelentes historias de la ciudad y de la catedral y la diócesis–, nos interesan las referencias legendarias que, sobre el origen de la edificación de la muralla, nos dan los historiadores, ya que la leyenda sobre el amurallamiento de Ciudad Rodrigo no llega por fuentes impresas.
Comencemos por Gil González Dávila, “Chronista de la Magestad Catholica, del Rey Phelipe III. Presbytero, y Racionero de la Santa Iglesia de Salamanca”. En su libro Theatro Eclesiástico de las Ciudades, e Iglesias Catedrales de España. Vidas de sus Obispos, y cosas memorables de sus Obispados. Tomo I. Que contiene las Iglesias de Avila. Astorga, Salamanca. Osma, Vadajoz. Ciudad Rodrigo (1618), nos da una escueta noticia sobre la leyenda, lo que nos permite deducir que el relato legendario sobre el origen de la edificación de la muralla de Ciudad Rodrigo estaba vivo en la tradición oral de principios del siglo XVII y, posiblemente, en un tiempo anterior; creado, acaso, en la Baja Edad Media. Ésta es la escueta noticia sobre la leyenda, tal y como aparece en González Dávila:
Es [Ciudad Rodrigo] Ciudad bien cercada de muros y fortaleza. Dizen sus moradores, que la mayor parte de sus muros se edificaron con el valor de un tesoro que se halló en Sesmiro. Confirman esta verdad, con mostrar en la Parroquia de san Iuan un lucillo donde está enterrado el que se halló este tesoro, que le ofrecio al seruicio de la Patria, dando defensa á su gente (4).
De este escueto documento, podemos deducir ya varios datos sobre los elementos de la leyenda del amurallamiento de Ciudad Rodrigo: Un hombre halló un tesoro en Sexmiro (localidad de las Tierras de Ciudad Rodrigo, perteneciente al Campo de Argañán) y con él se edificó la mayor parte de las murallas de la ciudad. En la iglesia mirobrigense de San Juan, se encuentra un lucillo (o urna de piedra que sirve de sepultura) en el que este hombre benefactor se encuentra enterrado.
Podemos dar un paso más y acudir a otra fuente histórica del mismo momento casi, en la que la leyenda vuelve a aparecer, aunque ya más pormenorizada. Se trata del extremeño Antonio Sánchez Cabañas (c. 1570–1627), prebendado de la catedral de Ciudad Rodrigo, e historiador de la ciudad, cuyo manuscrito de la Historia Civitatense, que había permanecido inédito, acaba de editarse hace bien poco, en el año 2001. Sánchez Cabañas nos indica lo siguiente sobre la leyenda que nos ocupa:
Después de que el rey don Fernando de León uvo alcanzado aquella milagrossa batalla que queda referida [una batalla contra los moros, que asediaban Ciudad Rodrigo], considerando el gran peligro en que estava la çiudad por no tener muralla, acordó de fortalecerla y, dándole lugar las guerras, como lo refiere la “Corónica General”, mandó juntar materiales y dar prinçipio al edifiçio de la çerca que oy la ciñe. No fue menester abrir zanjas, porque toda ella está fundada sobre peña. Tiene de circuyto dos mil y ochoçientos passos de a tres pies. Su obra y fábrica es de tapiería argamasada de cal y guijarro. Tiene de alto diez tapia, la qual obra quieren atribuir los ignorantes a Juan de Cabrera, por deçir que la levantó con los cuernos de oro de la cabeza que dizen que halló con un cabrito de oro en Sesmiro, pueblo de la jurisdición desta çiudad, lo qual es patraña de viejos (5).
El texto de Sánchez Cabañas nos da, en primer lugar, los datos históricos y topográficos sobre la muralla de Ciudad Rodrigo y, después, añade la referencia legendaria, viva entonces entre las gentes de Ciudad Rodrigo, pero de la que él no participa. De hecho, a quienes creen en la leyenda los califica de “ignorantes” y a la propia leyenda la considera una “patraña de viejos”. Pero lo importante es que añade datos a lo que ya teníamos procedentes de Gil Dávila. Aparece el nombre del constructor, que identifica con quien descubrió el tesoro (lugar ya citado por Gil Dávila): Juan de Cabrera. Se nos vuelve a dar la población en la que apareció: Sexmiro. Y se nos indica en qué consiste el tesoro: los cuernos de oro de la cabeza que halló con un cabrito de oro. Ya veremos cómo este último punto –el esencial de la leyenda– aparece en la leyenda de Monleón.
Así, pues, los elementos de la leyenda sobre el origen de la muralla de Ciudad Rodrigo, a partir de los datos que nos proporcionan las dos fuentes historiográficas de principios del siglo XVII, serían los siguientes: – La muralla de Ciudad Rodrigo se levantó durante el reinado de Fernando II de León (1160, siglo XII).
– Su constructor fue Juan de Cabrera, cuyo lucillo funerario se halla en la iglesia mirobrigense de San Juan. Este hombre era gallego, al parecer (según noticia que se halla en el citado libro de Alonso de Encinas).
– Juan de Cabrera pudo levantar la muralla de Ciudad Rodrigo gracias a un tesoro que halló en la localidad de Sexmiro.
– El tesoro consistía en “los cuernos de oro de la cabeza que dizen que halló con un cabrito de oro” (según detalla Sánchez Cabañas).
Dos son, sobre todo, los elementos más llamativos de esta leyenda, tal y como aparece en las citadas fuentes historiográficas: En primer lugar, la conexión, de la que hablábamos al principio entre labor humana (edificación por Juan de Cabrera de la muralla de Ciudad Rodrigo) y elemento sobrenatural o misterioso (simbolizado aquí por el hallazgo de un tesoro en forma de cabeza de un animal cornúpeto de oro, más un cabrito de oro), lo que situaría a las murallas de Ciudad Rodrigo en una perspectiva mítica.
Y, en segundo lugar, la equivalencia –simbólica e iconográfica– entre la cornamenta de oro de un animal encontrado (observemos la circularidad de los cuernos) y la propia muralla (también con su propia circularidad). Además, el coste de la edificación de la muralla se hace equivaler al valor de la cornamenta de oro.
Ambos elementos aparecerán también en la leyenda sobre la edificación de las murallas de Monleón y en otras leyendas del mismo tipo, conocidas en otras áreas y lugares de la Península.
Pero, ¿sigue hoy viva, en la tradición oral, la leyenda sobre la edificación de las murallas de Ciudad Rodrigo, tal y como aparece en las fuentes historiográficas?
Recientemente, nos hemos desplazado a la propia localidad de Sexmiro, –casi ya en ruinas y al borde de la desaparición, en la que solamente habitan tres familias y en la que las únicas señales de una posible esperanza de permanencia son una casa rural y un taller de carpintería–, y hemos tratado de indagar en la pervivencia de la leyenda sobre el tesoro descubierto en Sexmiro, con cuyo valor se levantaron las murallas de Ciudad Rodrigo.
Preguntamos a tres personas mayores: Esteban, Estrella y José Manuel. Ninguno de ellos liga la existencia de un tesoro, del que sí se nos dan noticias, con el amurallamiento de Ciudad Rodrigo. Éste es el estado de la memoria de Esteban, tal y como nos fue verbalizado:
Etno–texto legendario 1 ç
EL TESORO DE SEXMIRO
Pues, a personas mayores, pues le oí yo hablar de:
–Sexmiro,
la cabra y el chivo.
Y algo del tesoro también, que hubo aquí un tesoro. Pero tampoco puedo yo decirle con exactitud nada.
[¿Y no oyó nada de las murallas de Ciudad Rodrigo?] De eso, nada.
[Y luego hay una viña que la llaman...] La Viña el Tesoro. Y yo no sé por qué ni cómo, pero sí, que siempre se ha llamao la Viña el Tesoro. Y en esa zona pues hay restos muy antiguos de, incluso se ven hasta huesos, en un sitio, y cosas antiguas. Y eso. Pero eso nosotros lo relacionábamos siempre con lo de Gallimazo (6). [¿Qué es eso de Gallimazo?] Pues una muralla mu antigua que, claro, no sé de qué época ni eso, pero muy antiguo. Y siempre ha habido por ahí restos, algo de eso.
(Sexmiro. Esteban Montero Hernández, 73 años. 5 de enero de 2004).
Ese breve pareado (Sexmiro, / la cabra y el chivo) nos da indicios de la existencia, en su momento, de una leyenda, viva en la tradición oral de la zona, ligada con el amurallamiento de Ciudad Rodrigo. Una leyenda del mismo tipo, posiblemente, como la que mostramos, un poco más adelante (Etno–texto legendario 3), sobre el amurallamiento de Monleón, ligado con el hallazgo de un tesoro consistente en una cabra con cuernos y en un cabrito, ambos de oro. El cariz pastoril de la leyenda guardaría relación con una zona y una comarca, como es la salmantina –dentro de las Tierras de Ciudad Rodrigo– del Campo de Argañán, eminentemente ganadera.
Por otra parte, aparecen en la comunicación del señor Esteban, varias referencias a tesoros: desde el topónimo de la Viña el Tesoro, hasta la presencia, en un paraje cercano, del antiguo castro de Gallimazo; y no olvidemos que todos los castros del Oeste y del Noroeste peninsular, desde Extremadura a Galicia, pasando por el antiguo reino de León, están impregnados de leyendas de tesoros y de moros (nombre que da el pueblo a los antiguos habitantes de tales poblaciones, ya desaparecidas, y de las que se guarda una brumosa memoria.
La leyenda del amurallamiento de Monleón
Si está viva, en la tradición oral salmantina, la leyenda sobre el amurallamiento de Monleón, localidad “mítica” (recordemos el conocido romance de “Los mozos de Monleón”, vivo en la tradición popular y muy querido para un poeta como Federico García Lorca) situada en la llamada comarca de Entresierras (entre las Sierras de Béjar y de Francia). Coincide, en sustancia, con la de Ciudad Rodrigo en los dos elementos esenciales que indicábamos, pero contiene más pormenores.
De hecho, configura un relato que aparece reseñado en el “Catálogo del cuento folklórico” de Antti Aarne y Stith Thompson como el Tipo 1645. Ofrecemos dos versiones que hemos recogido de la tradición oral: la primera en la localidad de La Bastida, de la Sierra de Francia; y en la localidad serrana de Molinillo, a caballo también entre la Sierra de Francia y la de Béjar, aunque etnográficamente más cercana a la primera, la segunda.
Etno–texto legendario 2
EL AMURALLAMIENTO DE MONLEÓN
Monleón. Que había un señor que dice que se soñaba mucho por las noches: que tenía a la Puerta del Sol de Madrid, que tenía la fortuna. Y se soñó así unas pocas de noches. Y se cogió y se fue a Madrid. Llega a Madrid y venga a pasear por la Puerta el Sol, pa allá y pa acá. Y ya llegó uno que era conocido y le dice:
– Hombre, ¿cómo te has perdido por aquí?
– Uy, pues, mira, paisano, te vo a decir la verdad. Llevo una porrá de noches soñándome que aquí a la Puerta del Sol de Madrid que tengo la fortuna.
– Ah, a eso no hagas caso.
– ¿Por qué?
– Porque no. Las veces que me llevo yo soñao que en bajo la bigornia (7) del herrero de Monleón, que hay un toro de oro.
– Hombre...
Y era él el herrero. Dice:
– Hombre, pues, bueno...
Se cogió y dice:
– Pues entonces me marcho, si es eso... Yo no me he soñao más que aquí, que tenía aquí la fortuna, pero que no sé más.
Se cogió y se vino pa acá y llegó. Como era él el herrero, cogió, que llamamos nosotros, una espigocha, un pico, un azadón, y pegó de escarbar onde tenía la bigornia –donde ponen un yerro pa porrear, pa hacer las cosas esas–. Dice:
– Ahora voy a escarbar, a ver.
Pegó de escarbar y enseguida, coño, ya notó que había allí una cosa. Y dice: – Ah, pues hay que ir con cuidao, que aquí hay algo.
Dio en escarbar bien to alredor y sacó el toro de oro. Que luego, con los cuernos, los vendió y el pueblo de Monleón lo cercaron, que cercao está; y lo demás se lo dio al rey, o al pueblo, o a la nación, o quien fuera; le dio no sé cuánto dinero. Y pa él también dejó mucho. Y, ya digo, Monleón cercao está.
(La Bastida. Virgilio Pérez García, 88 años. 14 de julio de 1994).
Etno–texto legendario 3
EL AMURALLAMIENTO DE MONLEÓN
Era un señor que se soñó, durmiendo, tres noches seguidas, que en el puente de Salamanca tenía la fortuna él. Pues se fue allá al puente; y paseando pa allá y pa acá, lo encontró otro señor. Dice:
– Pero oiga, señor, lo veo a usted pasear pa allá y pa acá, ¿qué sentencia, qué espera usté aquí?
Dice:
– Calla, hombre, –dice– me he soñao que aquí, en el puente, que tenía yo mi fortuna.
Dice:
– Oh, como usté se haga caso de ensueños...; mire usted, yo me soñé que en Monleón había un machadero grande, allí tengo yo una piara de cabras, y encima del machadero se echaba un macho con un cencerro y debajo había una cabra con un cabrito de oro.
Y ara el señor aquel de las cabras, el de Monleón; dice:
– Ya, cayó mi fortuna.
Bueno, pues se fue pa Monleón. Levantó el machaero y sacó la cabra y el cabrito. Pues luego, como, claro, había que darle cuenta al Estao, de lo que había sacao, se fue donde el rey, y le dijo:
– Su majestad el rey, ¿de la cabra y el cabrito, qué desea usted?
– Hombre, pues, por más tierno, el cabrito.
Y se quedó con la cabra. Bien, le llevó el cabrito de oro. Dice:
– Oh, es el cabrito de oro.
Y la cabra pues se le quedó pa el señor. Pues luego le dijo el rey, dice:
– Hombre de peña de cabra que al rey no has sido traidor, con los cuernos de la cabra cercarás a Monleón.
Por eso Monleón se encontró cercao, ¿no?
(Molinillo. Avelino Gil Herrera, 94 años. 28 de diciembre de 1996).
En los presentes etno–textos, recogidos directamente de la tradición oral, la leyenda sobre el amurallamiento de Monleón se halla ligada también con el hallazgo de un tesoro, fruto esto último de un sueño y de un encuentro fortuito (en el texto 2, en Madrid; y, en Salamanca, en el 3), por parte de quien lo ha tenido, con otro hombre que le revela el lugar exacto donde se halla el tesoro en Monleón (texto 2: bajo la bigornia del herrero; texto 3: en el machadero en el que se echa un macho cabrío).
Pero, igual que en la Antigüedad (recordemos el texto de Homero) el hombre había de dar cuenta de sus actos a los dioses y contar con la aprobación de ellos, en el tiempo en el que ocurren los hechos del relato legendario ha de informar al rey del descubrimiento del tesoro y ofrecerle lo que del mismo quiera retener (algo que, de un modo u otro, ocurre en ambas versiones). Pero aquí el descubridor (en el texto 3) se comporta con astucia y le ofrece al monarca la cabra y el cabrito, sin indicarle que son de oro; el rey elige el animal más pequeño, por ser más tierno para su ingestión. El descubridor se queda con el mayor y amuralla a Monleón con el valor de sus cuernos de oro.
Un elemento característico, tanto de este relato legendario como de otros muchos que tratan sobre el descubrimiento de tesoros, es la presencia en el mismo de una fórmula rimada en verso, que, en este caso, es la que contiene la equivalencia –ya expresada en el caso de Ciudad Rodrigo– entre cornamenta de oro y amurallamiento de la población:
“–Hombre de peña de cabra
que al rey no has sido traidor,
con los cuernos de la cabra
cercarás a Monleón”.
Es una leyenda que contiene asimismo la conexión entre labor humana (amurallamiento o cerca de un núcleo de población) y lo sobrenatural o lo misterioso (expresado por el hallazgo de un tesoro con dos animales de oro: toro, en el texto 2; madre, la cabra, e hijo, el cabrito, en el 3). Aunque aquí, el sometimiento humano al designio divino, viene marcado por la figura del rey, ante el que el súbdito utiliza una no pequeña dosis de picardía o de astucia (texto 3), sin romper en ningún caso los límites de la norma social. El rey aprueba y sanciona la astuta conducta del campesino y, por tanto, la obra cuenta con la aprobación real (recordemos cómo la de los griegos no contaba con el consentimiento divino, por lo que fue derruida la muralla). Será, por tanto, un amurallamiento no condenado a una vida efímera, sino que estará marcado por la señal de la perennidad, pues no contraviene tabú alguno dictado desde lo alto (dioses, rey).
La estructura de esta leyenda estaría articulada en torno a los siguientes ejes:
– Sueño: Al sujeto se le revela, en un sueño reiterado, una fortuna o tesoro que lo espera en un espacio alejado de su lugar: la madrileña Puerta del Sol (texto 2), el puente de Salamanca (texto 3).
– Desplazamiento de ida con la ilusión del descubrimiento como coadyuvante: Para conseguir la fortuna o el tesoro, ha de realizar un viaje o itinerario hasta tal lugar: la Puerta del Sol madrileña o el puente de Salamanca. Ha de realizar un desplazamiento, en el que el sujeto tiene como objeto el tesoro y la ilusión del descubrimiento como coadyuvante.
– Encuentro fortuito en el espacio soñado: Una vez que llega al lugar marcado por el sueño, se encuentra con un paisano conocido (texto 2) o con un extraño que lo observa (texto 3).
– Diálogo entre el sujeto y el coadyuvante: El sujeto mantiene un diálogo con el hombre con el que se ha encontrado en el lugar marcado por su sueño. El sujeto le indica cómo está allí impulsado por un sueño sobre una fortuna o tesoro que lo espera. El interlocutor, en una confidencia, le devuelve otro sueño que él ha tenido: la fortuna o el tesoro se encuentra en el lugar de origen y de residencia (Monleón) del sujeto: la bigornia del herrero (texto 2) o un machadero grande (texto 3).
– Desplazamiento de vuelta: El sujeto entonces, tras la confesión del interlocutor sobre el tesoro, emprende un viaje de vuelta hacia Monleón, en busca de una fortuna, la suya, que se encuentra en su lugar de origen.
– Descubrimiento del objeto, el tesoro: La fortuna o tesoro del sujeto es hallado, tras una exploración en el lugar exacto marcado por la confidencia del interlocutor o coadyuvante: bajo la bigornia de su fragua, pues él mismo es el herrero (texto 2), o bajo el machadero grande que se halla en el redil de su rebaño de cabras, ya que él es cabrero (texto 3). La fortuna se encuentra, por tanto, en la labor cotidiana del sujeto.
– La materia del tesoro: Se trata siempre de animales domésticos: toro de oro con gran cornamenta (texto 2), o cabra de oro con cornamenta y cabrito del mismo metal precioso (texto 3).
– Las cuentas a la autoridad (función social del tesoro): El sujeto da al rey (o al estado, o a la nación) toda la riqueza obtenida por el toro de oro, salvo por los cuernos (texto 2), o el sujeto, a través de la utilización de la astucia, le ofrece una elección alternativa al rey: cabra o cabrito (texto 3).
– El amurallamiento de la población: Con el valor de los cuernos de oro del toro (texto 2) o de los cuernos de oro de la cabra (texto 3) se erigen las murallas de Monleón. También, en el amurallamiento o cerca de la población, el tesoro cumple una clara función social.
Es de un gran interés advertir el emparejamiento que se da en cada una de las versiones de la leyenda de tradición oral sobre el amurallamiento de Monleón. La primera versión nos sitúa ante un herrero y un toro de oro; se trata de una versión más “mítica”, tanto por el oficio del sujeto: herrero (recordemos la profunda reflexión de Mircea Eliade sobre este oficio), como por ese animal mítico mediterráneo y solar que es el toro (los toros de Gerión, las tauromaquias...; los análisis de Pitt–Rivers o de Ángel Álvarez de Miranda sobre el toro son de un gran interés). Mientras que la versión segunda nos sitúa en un contexto claramente pastoril: el sujeto es cabrero y cabra y cabrito constituyen la materia del tesoro.
EL AMURALLAMIENTO DE MONLEÓN EN LA NARRATIVA COSTUMBRISTA
La leyenda del amurallamiento de Monleón, viva en la tradición oral salmantina, tal y como la hemos mostrado en los anteriores etno–textos, la recoge también la narrativa costumbrista salmantina. Lo hace, en concreto, el escritor bejarano Emilio Muñoz García, en su novela titulada Sierra de Francia (Relato caballeresco de nuestros días) (1957) (8). Ésta es su versión:
Allá en los tiempos de Maricastaña, un tejedor del cercano pueblo de Monleón, halló enterrados, una hermosa cabra con su cría; pero cabra y cabrito no eran de carne, sino de oro y de primorosa labor. Según era entonces obligatorio, el tejedor debía dar cuenta de su hallazgo al Rey, para que éste percibiese, no el quinto del valor de lo encontrado [...] sino una porción mucho mayor. Mas el artesano, que era hombre ingenioso y avaro, dijo al monarca, sí, que había encontrado una cabra y un cabrito, pero ocultando la preciosa materia de la que estaban hechos; y que ofrecía de entrambos, lo que más agradase a Su Alteza, que era como entonces se llamaba a los reyes. Y Su Alteza, suponiendo que estaban vivos, contestó que prefería el cabrito “por ser más tierno”. El vasallo envió el cabrito a palacio; más, descubierto entonces tan codicioso ardid por el engañado, mantuvo su elección, pero dijo esto, con lo cual remataba el romance:
Tejedor de Monleón
que al Rey le fuiste traidor;
con los cuernos de la cabra
cercarás a Monleón (9).
Hemos, por tanto, comprobado, de modo muy sucinto, a través de dos ejemplos de la provincia de Salamanca, cómo el motivo legendario del amurallamiento o población se halla, en ocasiones, relacionado con un elemento “mítico”: el hallazgo de un tesoro que lo hace posible. En el caso salmantino, la leyenda del amurallamiento de Monleón sigue viva en la tradición oral. Mientras que en el de Ciudad Rodrigo es más bien rastreable en fuentes librescas, ya que apenas se mantiene viva en la memoria de las gentes de aquellos contornos.
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NOTAS
(1) HOMERO: La Ilíada, 8ª ed., Versión de Luis Segalá y Estalella, Espasa–Calpe, Austral, 1207, Madrid, 1968, p. 124.
(2) No estará de más, creemos, recordar el texto de Mateo Hernández Vegas sobre estos hechos históricos: “El verdadero restaurador de Ciudad Rodrigo, es Fernando II de León. Deseoso este gran rey de levantar un baluarte contra los moros, que ocupaban todavía la mayor parte del territorio vecino, o quizá más bien contra su suegro Alfonso Enríquez, de Portugal, de cuya buena fe desconfiaba con razón, se decidió a repoblar, fortificar y ennoblecer a Ciudad Rodrigo, como si adivinara el importante papel que por su posición había de desempeñar en lo futuro. Para poblarla trajo gentes de León, Zamora, Ávila y Segovia, repartiéndoles tierras y concediéndoles exenciones y privilegios; para fortificarla, se apresuró a cercarla de murallas con fuertes torres, obra que encomendó a Juan de Cabrera; y, en fin, para ennoblecerla, además de traer gran número de caballeros y gente noble, decidió restituirle su sede episcopal, trasladando a ella la de la ciudad de Calabria”.
(HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo: Ciudad Rodrigo. La Catedral y la Ciudad, Tomo I, Edición facsímil de la de 1935, Ed. Cabildo de la Catedral de Ciudad Rodrigo, Salamanca, 1982, p. 12).
(3) ENCINAS, Alonso de: Ciudad Rodrigo, Ed. Revista Geográfica Española, Pueblos de España, Madrid, s. a. [1957], pp. 41–42.
(4) Citamos por la siguiente edición: GONZÁLEZ DÁVILA, Gil: Theatro Eclesiástico de la Ciudad, y Santa Iglesia de Ciudad Rodrigo, vidas de sus Obispos, y cosas memorables de su Obispado, [Edición fascímil, sobre la parte relativa a Ciudad Rodrigo, de la de 1618], Centro de Estudios Mirobrigenses, Ciudad Rodrigo, 2000, p. 2.
(5) SÁNCHEZ CABAÑAS, Antonio: Historia Civitatense, Estudio introductorio y edición de Ángel Barrientos García e Iñaki Martín Viso, Ed. Diócesis de Ciudad Rodrigo, Salamanca, 2001, p. 119.
(6) Un antiguo castro, junto al río Águeda. Cf. MARTÍN BENITO, José Antonio y MARTÍN BENITO, Juan Carlos: Prehistoria y romanización de la Tierra de Ciudad Rodrigo, Centro de Estudios Mirobrigenses / Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo, Salamanca, 1994.
(7) BIGORNIA: “Un instrumento del que usan los que labran hierro, en que aprietan la pieça que han de labrar, y les sirve como de mano”. (COVARRUBIAS, Sebastián de: Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Alta Fulla, Barcelona, 1987, pág. 216).
(8) Gráficas González, Madrid, 1957.
(9) MUÑOZ GARCÍA, Emilio: Sierra de Francia (Relato caballeresco de nuestros días), Ed. cit., pp. 204–205.