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Actuar, interpretar, es plasmar la expresión poética y musical en una representación única e irrepetible que exterioriza la idea y le añade gestos y detalles. La actuación diferencia al arte verbal de la literatura. En el patrimonio oral esa exteriorización sigue el siguiente proceso: se parte de unas creencias (tradición), esas creencias se transforman en expresiones susceptibles de ser transmitidas (creación) y se exponen finalmente ante un público (práctica). Jacobson veía en ese proceso seis factores fundamentales: un comunicante, un oyente, un código, un mensaje, un contexto o referente y una conexión psicológica entre comunicante y oyente. En toda esa evolución se utilizan marcos adecuados para la correcta comprensión de lo que se quiere transmitir (lenguaje común, conocimientos tópicos, etc.), pero también se concede gran importancia a una imprescindible fidelidad a la tradición que se manifiesta en la elección de determinadas fórmulas de un lenguaje antiguo constitutivas de un código especial, conocido por los que escuchan. Sobre la base de ese código antiguo está construida una parte del repertorio que cada generación reconoce como propio. La experiencia de Constantin Brailoiou en su trabajo de campo es significativa. El musicólogo rumano recogía en cada pueblo por separado a intérpretes de cada una de las cuatro generaciones que constituían un grupo de población: niños, mozos, adultos y ancianos. Un tanto por ciento de canciones representaba el núcleo de temas que cada generación añadía al repertorio común identitario y otro tanto por ciento estaba constituido por aquellos temas que todas las generaciones conocían y aceptaban como “propios” de la comunidad. El equilibrio entre estos dos repertorios constituía la clave correcta para la conservación y evolución de lo que se transmitía oralmente a través de una puesta en escena.