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La colección de cuentos que aquí se presenta fue recogida por Francisca del Cerro y yo en la pedanía de Javalí Nuevo, situada a ocho kilómetros de Murcia capital, en la vega media del río Segura.
Los cuentos fueron grabados en el primer semestre del año 1993 y después transcritos literalmente, de acuerdo a lo que es norma en los trabajos folklóricos actuales. Los narradores son oriundos y residen en su totalidad en Javalí Nuevo, lugar donde aprendieron los cuentos de sus mayores. Sólo un narrador posee estudios universitarios.
En notas a los cuentos se realiza su catalogación, realizada de acuerdo a Antti Aarne y Stith Thompson, “Los tipos del cuento folklórico. Una clasificación” (trad. de Fernando Peñalosa): FF Communications, 258 (Helsinki, Academia Scientiarum Fennica, 1995). También se mencionan, si procede, los nuevos números–tipo creados por J. Camarena y M. Chevalier en el tomo correspondiente de su Catálogo tipológico del cuento folklórico español (Madrid y Alcalá de Henares, Gredos y Centro de Estudios Cervantinos, 1995–2003), del que hasta la fecha se han publicado cuatro volúmenes.
El material que ahora se ofrece forma parte de un conjunto más amplio de literatura folklórica que con el título de Cuentos y romances de tradición oral de la huerta de Murcia presenté como trabajo para el curso de doctorado Folklore y literatura, dirigido por D. José Fradejas Lebrero en la Facultad de Filología de la UNED. Este trabajo ha permanecido inédito hasta la fecha, pero el amable comentario que de él realizaron los señores Julio Camarena y Máxime Chevalier en la “Nota previa” al tomo de cuentos religiosos de su Catálogo tipológico del cuento folklórico español, me anima a publicarlo.
Aunque, como he dicho, estos cuentos no han sido editados, los referidos señores Camarena y Chevalier los mencionan en la bibliografía del tipo folklórico correspondiente y, en algún caso, como ocurre con los tipos 774N, [800B], 805 y 884B*, reproducen textualmente las versiones, que considero inútil repetir aquí por estar ya editadas.
TEXTOS LA ZORRA, LA PALOMA Y EL CUERVO
Había una paloma que tenía tres hijos y vivía en lo alto de un pino. Y pasaba una zorra por la parte baja y, cuando pasaba, le decía:
– Palomica, tírame un hijo; si no, con mi rabo rabino corto el pino y te mato a ti y a tus hijos.
Conque entonces la paloma va y le tira un hijo, llorando.
Y al siguiente día pasa otra vez la zorra y le dice:
– Palomica, tírame un hijo; si no, con mi rabo rabino corto el pino y te mato a ti y a tus hijos.
Y va y le tira otro, llorando.
Conque cuando ya sólo le quedaba uno, pasó el cuervo y le dice:
– Palomica, ¿por qué lloras?
– Porque pasa tós los días una zorra y me dice que le tire un hijo porque si no, con su rabo rabino corta el pino y me mata a mí y a mis hijos.
– Pues dile que con su rabo rabino no corta el pino, que son las hachas de acero fino.
Conque cuando al día siguiente pasa la zorra otra vez, dice:
– Palomica, tírame un hijo que si no, con mi rabo rabino corto el pino y te mato a ti y a tus hijos.
Dice:
– Con tu rabo rabino no cortas el pino, que son las hachas de acero fino.
Conque le dice la zorra:
– ¿A que sé quién te lo ha dicho?
– ¿Quién?
– El cuervo.
– Ése mismo.
Conque entonces la zorra va buscando al cuervo y se lo encuentra en unas oliveras, y le echa mano y le dice:
– Ahora me las vas a pagar todas juntas.
Y cuando ya lo tenía en la boca, dice el cuervo:
– Zorra, déjame que vamos a celebrar un convite que hay muchas gallinas y te vas a comer todas las que quieras.
Conque entonces lo deja y, una vez que estaba suelto, se para en la copa de una olivera y le dice:
– ¡Zorra comí!
¡A otro será,
pero no a mí!
¡Zorra comí!
¡A otro será,
pero no a mí! (1)
Narrador: Antonio Cascales Alarcón. (67 años, jubilado)
LA ZORRA Y EL CUERVO SE INVITAN A COMER
Una zorra invita a un cuervo a comer y le dice:
– Te invito a comer dátiles a una palmera.
Dice el cuervo:
– ¿A qué hora?
– Vamos a ir a las tres de la mañana.
Pero luego fue el cuervo a las dos y, cuando llegó, la zorra ya se había comío los dátiles.
Entonces la zorra tomó la delantera y le dijo al cuervo:
– Yo te invito a ti a comer migas.
– ¿Dónde?
– En una sartén.
– ¿A qué hora?
– A tal hora.
A la hora que quedaron fue el cuervo a comer. Pero como era una sartén pequeña, la zorra con la trompa pillaba toa la sartén y el cuervo no pudo pillar ná, y la zorra se comió toas las migas.
Bueno, entonces otra represalia del cuervo. Le dice a la zorra:
– Vamos a comer, que te invito a comer.
– ¿A qué hora?
– Pues a tal hora.
Van a la hora conveniente, pero el cuervo había invitao a comer a la zorra en una alcuza. Claro, el cuervo metía el pico y comía lo que quería pero la zorra no podía meter la trompa. Y la zorra no cató la comida.
Entonces le dijo el cuervo a la zorra:
– Vamos, que te convido a ver una fiesta que hay en el cielo.
Y dice la zorra:
– ¿Cómo va a ser eso?
– Te subes encima de mis alas y yo iré volando.
Y se empezó a elevar el cuervo y, cuando ya iba muy alto, le dice a la zorra:
– ¿Cómo ves el suelo?
– Lo veo como una era.
Sube más arriba el cuervo.
– ¿Cómo ves el suelo?
– Lo veo como un baleo.
Sube más parriba,
– ¿Cómo ves el suelo?
– Lo veo como un margual.
Sube más arriba.
– ¿Cómo ves el suelo?
– El suelo ya lo veo como un dedo gordo de la mano.
Sube un poco más.
– ¿Cómo ves el suelo?
– Ya no lo veo.
Se sacude el cuervo las alas y la zorra dice:
– ¡Poner sábanas y cobertores,
que cae la Virgen de los Dolores! (2)
Narrador: Antonio del Cerro Rosell. (76 años, ciego de nacimiento)
EL RATÓN EN EL TONEL DE VINO
Era una vez un ratón que iba huyendo de un gato y se cayó en un tonel de vino. Y entonces, cuando salió del tonel empezó a andar por el bordo tambaleándose, porque estaba borracho. Y el gato estaba abajo al acecho y le decía sonriendo:
– Ten cuidao no te caigas, perlica.
(Eso se le dice a alguien cuando no vas a hacer lo que te pide o cuando fantasea demasiado) (3).
Narradora: Francisca del Cerro Beltrán (30 años, Licenciada)
UN MAL DÍA PARA EL ZORRO
La zorra le dijo al zorro:
– Mira que aquí hay hambre. Veste a buscar a ver si pillas algo.
Se fue el zorro por ahí a buscar alguna gallina o algo que comer para la zorra y los zorrillos chicos.
Estando en un gallinero, salió el jefe del corral al oír las gallinas, que cacareaban y se removían, y le pegó un tiro al zorro. Y cuando llegó el zorro a su casa, que iba herío (que fue a los tres días), dijo la zorra:
– ¿Qué huevos traes?
– ¡Si los trajera! Lo que pasa es que me los han quitao de un tiro.
Y entonces se fue el zorro otra vez a buscar comida: «¡A ver si tengo más suerte!».
Y se encontró una marrana que tenía siete marranillos y estaba a la orilla de un río a ver si pillaba algo pa comer. Y entonces el zorro le dijo:
– ¿Cuántos marranillos tienes?
– Siete.
– Pos me los voy a comer porque tengo hambre.
Dice la marranilla:
– Pero mira lo que te digo: ¿es que te los vas a comer sin bautizar? Yo te los voy dando y tú los vas bautizando y, cuando los bautices, pues te los comes, pero por lo menos no te los vayas a comer moros.
– ¿Y cómo los bautizo?
– Pues aquí en el río los remojas, me los das, y ya están bautizaos.
Va uno: se lo da; va otro: se lo da; y cuando queda el último que remojar, le pega la marrana una trompá al zorro y lo tira al río.
Y el zorro dice:
«Bueno!, yo pa Orihuela iba: lo mismo me da ir por el agua que por la carretera».
Y se fue por tó el río abajo y, cuando la corriente ya no se lo llevaba, salió y empezó a buscar comida por allí.
Se encuentra una olla de manteca y la huele y dice:
«No me gusta la olor; no la quiero».
Y se encuentra otra olla de garbanzos, que habían tirao, y la huele y no la quiere. Sigue más alante y se encuentra a un hombre que estaba escardando y le quitó el almuerzo. Se lo comió, pero el hombre, al ver la bolsa vacía, se tiró pal zorro y le cortó el cuello.
La zorra, viendo que el zorro no venía, se fue a buscar comida. Llegó a una higuera grande y se quedó allí debajo esperando que cayeran higos para comérselos.
Pero había allí una marrana grande en el tronco de la higuera y una gata en la cruz de la higuera, que se había subido allí para acostarse. Pero había una pájara en la copa del árbol y le dijo la zorra:
– Vecina, ¿no sabes lo que está pasando?
– ¿Qué me está pasando?
– Pos que la vecina ésta de abajo con la trompa cada día hace el hondo más hondo y que va a tirar la higuera y nos va a matar a tós.
– Bueno, pos como a mí no me va a pillar porque si yo veo que cae el árbol me voy volando… Tú allá te la vayas.
Y a la gata que estaba allí le dice:
– ¿Tú crees que hay derecho lo que dice la pájara? Que si tira el árbol la marrana ésta que está escarbando, ¿qué vamos a hacer nosotros? Tanto tú como yo nos caemos, pero la pájara se va volando.
La gata dice:
– No te preocupes, que cuando vea el árbol caerse me tiro un brinco desde aquí y me voy abajo. Y como yo siempre, aunque me tire de cabeza, cayo de pie, pues no pasa ná. Tú eres la única que te vas a perjudicar.
Entonces la pájara se fue volando, pero la zorra se la tenía guardá.
Una vez la pájara voló por al lao de la cueva de la zorra y la zorra la cogió; y le dijo:
– Amiga, ¿ves cómo tós los tiempos llegan?: ahora es cuando tú me las vas a pagar.
Y dice la pájara a la zorra:
– Pues déjame, que tengo siete pajarillos allí en el nío y me los traigo, y ya, como me comes a mí, pues te comes también a mis hijos porque si no, se van a morir de hambre. Así que más vale que te los comas a tós.
– Bueno, si me aseguras que me los vas a traer…
– Claro, una vez que se van a morir de hambre, pues por lo menos que se mueran de una vez. Voy por ellos.
Entonces la pájara se fue para no volver.
La zorra se fue desesperá y, cuando llegó, los hijos ya se habían muerto de hambre. Y la zorra, como tampoco había comío, también se murió de hambre (4).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
LAS TRES VERDADES DEL BARQUERO
– Un apargate malo, malo, malo, más vale en el pie que no en la mano.
«Un piazo e pan duro, duro, duro, más vale duro que no ninguno».
«Y si a tós pasas como a mí, barquero, ¿qué haces aquí?» (5).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
EL ZORRO, LA ZORRA Y EL ZAPATERO
Esto era un zapatero que era muy chiquitico, muy nano, y se las daba de valiente.
Dice:
«A mí no me va a dar miedo de ir al campo pa arreglar zapatos, que ahí en el campo, como no hay zapatero y solamente que voy a ser que voy a ir yo, ahí me voy a ganar la pasta. Lo que me han dicho es que hay una zorra y un zorro que son traviesos, pero yo voy a ir».
Conque se decide el hombre zapatero y va.
Y estaban la zorra y el zorro arriba en la montaña, en el cabezo, los dos bailando. Y empieza la zorra al zorro:
– Oye, amigo, ¿tú has visto al zapatero ese que pasa por aquí toas las tardes, que toavía no nos hemos metío con él?
Dice el zorro:
– Yo me da miedo, porque con toas las herramientas que lleva…
Dice la zorra:
– ¡Ummmm…! Mira, ¿y tú eres hombre?, ¿tú eres hombre? Tú no vales pa ná. Ése me lo cargo yo.
– Muchacha, no te metas, que ya verás cómo vas a salir.
– Que sí. Tú espérate: cuando lo veamos venir…
Dice el zorro:
– Pues yo también te voy a acompañar.
Conque nada, ya más o menos salen a la hora que el tío pasaba, y están pendientes.
Y esa tarde el zapatero dice: «Aquéllos ya están preparaos pa bajar pabajo –se saca su martillo–. Ya verás qué susto que van a llevar éstos».
Y a la hora de bajar, dice la zorra:
– Venga, vamos.
– Oye, ¿sabes lo que he pensao?: que bajes tú, que yo me quedo aquí; yo me quedo aquí viendo cómo tú te defiendes.
Pos nada, baja la zorra tan campante pabajo al zapatero.
– Buenas tardes. ¿Qué?, ¿dónde vas?
– Pos a ver si arreglo por ahí unos zapatos y me gano una perrilla.
Y diciéndoselo, se tira la zorra a él pa acometerle. Y coge el zapatero las tenazas que llevaba, coge a la zorra asín del morro y con el martillo empieza: ¡pim–pam, pim–pam, pim–pam!, a darle de martillazos. Y el zorro mientras, arriba, bailando de alegría decía:
– ¡Toma! ¡Anda, anda! ¡Toma, valiente! ¿No decías tú que las mujeres tenéis más fuerza que los hombres? ¡Anda, anda…! ¡Ay, qué bien me estoy riendo de ella! Y cuando ya se hartó de darle martillazos, la suelta, y con el martillo en tó el culo (tenía el rabo levantao), ¡pam!, le pega un martillazo que la zurra pal cabezo.
¡Hala!, y lo sube parriba que se las pelaba.
Y el otro, allí bailando. Y cuando llega, dice:
– ¿Qué?, ¿cómo lo has pasao?
– ¡Ay cállate, por Dios! ¡Vaya un tío más bruto, vaya un tío más bruto! ¡Vaya unos dátiles que tiene más fuertes, que me ha cogío del morro que me lo cortaba, que no podía removerme! Pero es que me ha pegao un datilazo en toa la frente que mira cómo me la ha dejao. Pero es que luego, cuando ma ha soltao el morro y me he dao la vuelta pa venirme, me ha soltao un salivazo en tó el ojete que mira cómo me lo ha puesto de colorao. Mira, mira…
– ¡Ay, ay! – y venga a reírse.
Y colorín colorao, este cuento se ha acabao (6).
Narradora: Camila Campuzano Abenza (45 años, S. L.)
LOS TRES PERROS
Mira, esto era un matrimonio que tenía un hijo y una hija. Y eran gente de campo, caseros, y tenían borregas. Y la hija se casa y creía que era un buen hombre, pero luego era un tío malo, un tío sinvergüenza, que no quería ná más que el interés de las perras y… La cuestión es que se casa.
Y entonces se murieron los padres y el hermano se queda solo, y entonces se va a vivir con la hermana. Y el cuñao al hermano no lo quería, y quería matarlo pa quedarse con las perras del zagal, del muchacho. Y entonces le dice a la mujer:
– Mira, mujer, ¿sabes lo que vamos a hacer?: vamos a quitar a tu hermano de enmedio.
– ¡Ay, calla, mi hermano…! ¡Antes me mato yo! La cuestión es que, como le tenía tanto miedo al marío, pues lo gobernó de que sí. Entoces dice:
– En la comida tienes que ponerle veneno.
Y la hermana hace eso: le pone en la comida pa matarlo, al hermano.
A tó esto, él salía tó los días al campo a pastorear a las borregas. Y un día de los que va, va un hombre, un ancianico con un gayao, ya mu viejo, mu viejo, y dice:
– Oye, ¿me cambiarías estos tres perros por tres corderas?
– ¡Ay, no! Mi cuñao me mata.
– No te pasa ná.
Total, que lo convence. Bueno, al muchacho le costaron los perros tanto.
– Anda, hazme ese favor: cambiámelos, que a mí me gustan mucho los corderos –y tó esto.
Se lo cambia. Dice:
– Mira, estos perros se llaman: uno, Rompeaceros; otro, Rompehierros; y otro, El Más Valiente.
Y ná, se va con sus tres perros a su casa.
Y entoces es la casualidá que ese día es cuando el cuñao le dice que haga eso con el hermano. Le pone su comida al hermano con el veneno y cuando va a sentarse él a comerse la comida, antes que se sentara, los perros van y le tiran el plato de la comida y lo esturrean tó. Y ná, no se sale el cuñao con la suya.
Pues nada, a otro día al campo otra vez a pastorear a las borregas. Dice:
– Bueno, mira, vamos a hacer una cosa: lo vas a meter a tu hermano a esa habitación y cuando yo te diga que entres padentro, ahí habrá un gigante, un tío gigante –¿sabes lo que es un tío gigante?: de esos malos que tienen un ojo así en la frente–, y ya sabes que es la manera de matarlo.
– ¡Ay, esposo, por Dios! ¡Mi hermano! ¿Pos qué te ha hecho mi hermano? Y hace eso. Y entonces le dice al hermano:
– Nene, corre a la habitación y tráete –no sé qué le dice que se traiga– eso que me hace falta.
Y va el hermano y se mete a la habitación. Como ve que estaba el tío gigante ese, pos ná, se tira pa matarlo. Y entoces, a tó esto, el gigante pide un vaso de agua. Entoces va la hermana y abre la puerta asín, a cuchillico, y le mete un vaso de agua. Y entoces los perros, como estaban alerta, se tiraron, entraron antes que la hermana, abrieron la puerta y mataron al gigante los perros. Y entonces dice el hermano:
– ¡Venga, tirarse por mi hermana y por mi cuñao!: ¡por los dos!
Y los mataron a los dos. Y entonces se queda solo, sin nadie: prefirió quedarse solo. Si veía que no tenía más que enemigos con él…
Antoces coge sus tres perros y empieza a andar camino, camino, palante, palante, palante, pasando por muchos caminos, huertas, e iba el pobretico esmayao, sin ná, y sin trabajo. Y entoces pasa por un camino y era huerta; y mira por la huerta y ve una muchacha, que era muy guapa, atá en un árbol. Y dice:
«¡Ay, pues si es una muchacha…! ¡Qué guapa que es!».
Y entoces se mete pa la huerta y ve a la mujer. Dice la muchacha:
– ¡Ay, váyase usté, no se acerque usté aquí! ¡Ay, váyase usté, no se acerque usté aquí!
– ¿Pero qué haces, qué haces ahí atá?
– ¡Ay!, porque he cometío un delito y el pueblo ha dicho que hay que matarme. A las doce en punto viene una serpiente de siete cabezas –o cascabeles– pa matarme, que es lo que el pueblo ha pedío. ¡Vete, vete!
– No, no me voy.
– ¡Que te vayas! ¡Prefiero morir…!
Entoces el muchacho hizo como que se va pero se que por ahí, escondío entre la huerta. Y a la chispa oye el ruido de la serpiente asín, arrastrándose y silbando. Y cuando ya estaba cerca, los embisten los perros. Y les dice:
– ¡Tirarse a por ella!
Y se tiraron, y matan a la serpiente. Entoces la muchacha la suelta él y se va. Pos ná, pos ella se va a su sitio y él se quea por ahí. Bueno, y la muchacha mu agradecía: pallá, pacá…, bueno, tó.
A tó esto llega la zagala, que resulta que era princesa, era hija del rey, llega a palacio y tós pos asombraos de ver que había llegao:
– ¡Ay, pues si ha llegao la princesa…! –y esto y lo otro.
Bueno, tós llenos de alegría: el padre, las criadas, muertos de contento de ver que había llegao. Dice el padre que cómo había sío eso. Entoces se lo dice:
– Pues un chico que… –esto y lo otro…: bueno, se lo explica.
– ¿Pero no le has dicho dónde reside?
– Es un mendigo, es un pobretico, pero el muchacho es muy guapo.
– Bueno, vamos a hacer una fiesta en honor tuyo –de la hija, de ver que se había salvao–. Vamos a invitar a tós los ciudadanos del pueblo, a ver si el muchacho se entera y viene, que queremos que sea del pueblo.
Entoces, pos nada, hacen la fiesta. Avisan a tó el pueblo pa que vaya y hay una ceremonia por tó lo alto, y el muchacho no se presenta. Y entonces, en la ceremonia, dice el padre:
– El ciudadano que ha salvao la vida de mi hija se queda aquí en palacio trabajando; pero me tiene que presentar los siete cascabeles para ver si es verdad que ha sido él.
Y la custión es que a otro día van varios pero, claro, no llevaban lo que era, y querían hacer como que… Hasta que ya llega el muchacho, que lleva eso, y entonces, claro, sí que era verdad. Y él ya llega y se presenta y dice:
– ¿Qué?
– Pos ná, que me he enterao de esto, y aquí las tengo yo.
– Esta es la persona que ha salvao a mi hija.
Pues nada, se queda allí a trabajar en palacio pero más que si fuera un criado: era ya uno de los más allegaos al rey por lo que había hecho a su hija. La custión es cosa que se enamoran los dos: la hija se enamora de él y él se enamora también de la princesa.
Y habían también de éstas que sirven, una criada, que también se había enamorao de él, del muchacho, que lo quería. Pos entonces dice: «Lo juro que no se tienen que casar» –o sea, decía que lo mataba al muchacho.
Pues ya tós los preparativos, tó preparao: el vestido de novia…; ya preparan tó pa casarse con la princesa. Y el padre le da su consentimiento: que sí, que como había salvao la vida de su hija, que no le daba cuidao que fuera un pobre el que se casara con ella.
Y esa noche le lleva la cena y le pone en la cena alfileres.
La custión es que se pone a cenar; y cenando, al tragar los alfileres, claro, se muere. Pues ná, pos tós:
– ¡Ay, que se ahogao el muchacho…! –pos esto y lo otro.
– Pos yo le he llevao la cena y él estaba allí bien: estaba bueno.
La princesa venga a llorar de ver que se le había muerto el novio.
Pos nada, le hacen su entierro. Su caja…, nada: el entierro.
¡Ah!, y los tres perricos se quedaron allí, en palacio, que el muchacho había dicho:
– Si me quedo yo aquí trabajando, los perros tienen que quedarse aquí, que son mis preferidos.
Y el rey dice que cómo no, si son los que habían matao la serpiente.
Cuando se murió, los perricos no se quitaron de allí, de al laíco de él, igual que si fueran personas. Y cuando lo enterraron, no se movieron de al lao de la caja, con la cabecica agachá, haciendo su duelo al muchacho. Llegaron al cementerio y los perricos no se movían, y toa la gente estaba admirá de ver lo que hacían. Pos ná, el enterraor cierra su cementerio y los perros, nada, los tuvieron que echar pa que salieran. Se quedaron escondíos por la huerta esperando que la gente circulara.
Cuando ya se hizo de noche, cogen los tres perros, saltan la valla al cementerio y se van derechicos a onde estaba el muchacho allí enterrao. Empiezan a escarbar en el panteón, sacan la caja y el muchacho estaba vivo: resucita el muchacho; y estaba como sunámbulo, que no sabía lo que le había pasao. Y dice:
– ¿Pos qué hago yo aquí?, que comiendo me pasó esto.
– Nada, que has resucitao.
– ¿Y cómo puede ser eso?
– Has resucitao.
Se salen y se van a palacio hablando. Dicen los perros:
– ¿Tú crees en nosotros?
– Sí.
– Te voy a decir quién somos.
– Venga.
Salta un perro:
– Mira, yo soy Rompeaceros: y soy San Juan.
– Yo soy el otro: yo soy Rompehierros, que soy San Pedro.
– Y yo, que soy El Más Valiente, soy el Señor –dice–.
Tú vete a palacio y cásate con la reina y que seáis felices.
Nosotros nos vamos al cielo. Ya hemos cumplío nuestra misión.
Colorín colorado, este cuento se ha acabado (7).
Narradora: Camila Campuzano Abenza
EL HOMBRE DEL SACO
Se fueron unas chiquillas y se subieron a un peral. Resulta que la más pequeña no pudo bajarse porque si se bajaba se caía. Los hermanos se vinieron a su casa y a la pequeña la dejaron allí.
Fue un hombre. Y le dijo:
– Buen hombre, ¿quiere usté esta cestilla de peras y me baja del peral?
La bajó del peral pero la metió en un saco, que le decían el zurrón. Como la tenía metía en el zurrón, no la veía nadie, y se quedó con la cesta de peras y con la cría en el saco. Pero la cría le dijo:
– ¿Cuándo me va usté a llevar a mi casa?
– No –dice el hombre–, primero me tienes que cantar unas coplas. Y cuando las cantes, ya te llevaré yo a tu casa o ya veremos a ver lo que hay que hacer.
Entonces le cantó, y decía la copla:
– Malhaya mis hermanitas,
que en el peral me han dejao,
y ha venío un pobrecito
y en el zurrón me ha zampao.
Y luego decía el hombre:
– Zurrón, canta, miá que te doy con la tranca.
Y así la hinchó de cantar. Y luego, cuando la hinchó de cantar, dijo:
– ¿Tú sabes dónde vives?
– Pues sí.
– Pos ahora ya me llevo las peras y tú, te saco del zurrón y te llevo a tu casa. La sacó del zurrón y se fue a su casa, pero llegó a los dos o tres días (8).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
LA ASADURA DEL MUERTO
Era una mujer que en su casa se hacía lo que ella mandaba. Y se fue su marido de viaje y le dijo que, cuando volviera del viaje, que le tuviera prepará una asaúra frita. Y le dijo el día que iba a venir, que iba a venir a los ocho días.
Pero en ese tiempo se murió una prima de esta mujer y, después de enterrarla, una noche fue con un cuchillo, la desenterró, le sacó la asaúra y se la frió al marío. Y cuando vino el marío, se comió la asaúra de la prima de su mujer.
Y resulta que la prima, cuando echó de menos su saúra, a media noche salió y le dijo:
– Prima, dame la saúra que me has quitao esta noche de la sepultura.
– Maridito mío, ¿qué será?
– Calla, calla, que ya se irá.
– No me voy: por el primer escalón estoy.
Prima, dame la saúra que me has quitao esta noche de la sepultura.
– Maridito mío, ¿qué será?
– Calla, calla, que ya se irá.
– No me voy: por el segundo escalón estoy.
Prima, dame la saúra que me has quitao esta noche de la sepultura.
– Maridito mío, ¿qué será?
– Calla, calla, que ya se irá.
Y cuando ya se hartó el marío, dijo:
– Muchacha, ¿qué pasa?
– Eso es mi prima, que se murió, y se ve que cuando le operaron le quitaron la saúra y ahora quiere que se la dé yo. Y cree que se la quité yo.
Y dice el marío:
– Pero la saúra, ¿sería una saúra que yo me comí anoche?
– ¡Cómo es capaz! Eso no soy yo capaz de hacerlo.
Y dice la prima:
– Tú has sío la que me has quitao la saúra.
Y allí se movió un gas… Y empezaron a palos la mujer y el marío. Y ahí se remata el cuento (9).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
LA REINA Y LA MORA
Era un rey y una reina y tenían un hijo. Y la reina acostumbraba a salirse fuera del palacio, que había una fuente, un árbol muy grande, y se sentaba allí a la sombra del árbol. Se ponía a leer.
Y en el agua de la fuente se arreflejaba la reina. Y llegaba una mora a coger agua; y llegaba y la veía allí y decía:
–Tú tan blanca y yo tan negra…
¡Rómpete, cantareta!
Se rompía el cántaro. Llegaba otro día, y lo mismo: decía:
–Tú tan blanca y yo tan negra…
¡Rómpete, cantareta!
Hasta que un día la reina le dio ganas de reírse de verla y se empezó a reír. Y entoces miró parriba y la vio. Dice:
–¡Ah!, que sois vos. –Dice– ¡Uy, qué pelo tan precioso tenéis! –dice–. Dejadme que os lo acaricie.
Y entoces se subió y se puso a pasarle la mano por el pelo y le clavó un arpetón en la cabeza, y la reina se volvió una paloma. Y entonces ella se puso el traje de la reina, cogió las ropas de la reina y se fue al palacio y se hizo pasar por la reina.
Y a aquella fuente el mulero del rey iba a darle agua a las mulas. Y la paloma llegaba y se paraba en la cabeza de las mulas, y le decía:
– Mulerito del rey, ¿qué hace la reina mora?
Dice:
– Comer y dormir y echarse a la alfombra.
Dice:
–¿Y el niñito?
– A veces canta y a veces llora.
Dice:
– Pobre de su madre, que anda por esos campos sola.
Y dice el mulero: «¡Qué cosa más misteriosa –dice– lo que me ha dicho esta paloma! Pues se lo voy a contar al rey».
Y entoces se lo contó al rey. Dice el rey:
– Pues mira a ver si puedes cogerla –dice– y te la traes.
Y llegó, y lo mismo. Llega y dice:
– Mulerito del rey, ¿qué hace la reina mora? Dice:
– Comer y dormir y echarse a la alfombra.
Dice:
–¿Y el niñito?
– A veces canta y a veces llora.
Dice:
– Pobre de su madre, que anda por esos campos sola.
Y entoces el mulero cogió la paloma y se puso a acariciarla, y al acariciarla se dio cuenta de que tenía como una verruga en la cabeza. Y entonces le tiró, le sacó el arpetón y entonces se volvió la reina otra vez.
Y entoces se fue a palacio y cuando llegó allí, pues entonces el rey le dijo que dijera el castigo que quería darle a la mora. Y entoces ella dijo que no quería darle castigo ninguno, que la dejara que se fuera. Y ella vivió en palacio con su hijo y el rey y vivieron felices (10).
Narradora: Josefa González Pérez (63 años, S. L.)
EL NOVIO PEDORRO
Era un noviaje y estaba su madre guardándolos. Y entonces el novio se le escapó un pedacico de peo. Y dice la suegra:
– ¡Ay, qué vergüenza, que se ha tirao un peo en mi casa! ¡Veste a la calle, sinvergüenza! Entonces el novio se sentó en la puerta llorando. Pasó una vieja y le dijo:
– Hijo, ¿qué te pasa que estás llorando?
– Que en la casa de mi suegra se me ha escapao un pedazo de peo y me han echao a la calle.
– Pues tú no tengas pena y anda a la farmacia y compra porvos pa los peos, y los echas por la puerta cuando salgan a barrer. Y entonces echas los porvos y dices:
– Buenos días.
Pues va y compra los porvos a la farmacia. Y entonces le dice a la suegra:
–Buenos días.
Y entonces le contesta:
– Buenos días, ¡prrrr…! ¡Ay, qué vergüenza, prrrr…, que no paro, prrrr…, de tirarme peos! Y entonces sale la hija:
– Mamá, ¿qué te pasa?, ¡prrrr…!
Entran las dos y se lo dicen al marido, y los tres se tiran los peos. Y entonces dicen:
– Esta casa está embrujá. Vamos a decírselo al señor cura.
Van y se lo dicen al señor cura:
– Señor cura, nuestra casa tiene el demonio, ¡prrrr…! Vaya y la bendiga, ¡prrrr… Y entonces va el cura a bendecirla y dice:
– En el nombre, ¡prrrr…!, del Padre, ¡prrrr…!, del Hijo, ¡prrrr…!, y del Espítitu Santo, ¡prrrr…! Entonces, como todos se habían peído ya, perdonaron al novio, se casaron, comieron perdices y vivieron felices (11).
Narradora: Bárbara Beltrán Hernández (52 anos, S. L.)
GARBANCITO
Érase una vez que había un Garbancito que tenía su madre. Y tenía la madre que le faltaba zafrán. Y dice:
– Garbancito, corre a la tienda y tráeme una papeleta de azafrán.
Y le dice:
–Venga, ponme el dinero.
Entonces le da una peseta. Coge el dinero y se va a la tienda por la calle.
– Pachín, pachín, pachón,
mucho cuidado con lo que hacéis;
pachín, pachín, pachón,
a Garbancito no piséis.
Y llega a la tienda y dice:
–Tendero, dame una papeleta de zafrán.
Dice el tendero:
–¿Dónde estás? Mira por aquí, por allá, y Garbancito sin aparecer. Y entonces mira otra vez el tendero y ve a Garbancito.
Pone la papeleta de zafrán en el suelo, lo coge Garbancito y se va por la calle:
– Pachín, pachín, pachón,
mucho cuidado con lo que hacéis;
pachín, pachín, pachón,
a Garbancito no piséis.
Y entonces empieza una lluvia de agua, mucho agua, y Garbancito va y se esconde en una col. Y como estaba lloviendo mucho… Y viene una vaca corriendo y vio la col y se la comió de un bocao, y se tragó a Garbancín.
Entonces su madre, como se hacía de noche y Garbancito no aparecía, dice:
– ¡Garbancito…!, ¿dónde estás?
Y le decía Garbancito:
– En la barriga del buey que se mueve, donde no nieva ni llueve.
Y su madre:
– ¡Garbancito…!, ¿dónde estás?
– En la barriga del buey que se mueve,
donde no nieva ni llueve.
Y entonces su madre va y le echa mucha comida a la vaca, mucha comida. Explota la vaca y sale Garbancito cantando:
– Pachín, pachín, pachón,
mucho cuidado con lo que hacéis;
pachín, pachín, pachón,
a Garbancito no piséis.
Y cuento terminado,
por el puente de Murcia
se va al mercado (12).
Narradora: Bárbara Beltrán Hernández
MEDIO POLLITO
Pues era una vez un Medio Pollicho. Y estaba escarbando en el hoyo de la basura y se encontró dos reales. El Medio Pollicho se puso tan contento de haber encontrao dos reales. Y pasó por allí el hijo del rey; dice:
– ¿Qué te pasa que estás tan contento?
– Me he encontrao dos reales.
– ¿Me los quieres prestar?
– Bueno.
– Bueno, si yo te los devuelvo…
– Dentro de unos días me los tienes que devolver.
– Bueno.
Y se pasaron unos días, y otros días, y el hijo del rey no venía. Y entonces dice: «Bueno, pues voy a verlo a él».
Y entonces coge y echa a andar, a andar, a andar y se encuentra dos arrieros –este cuento tiene palabras asín, muy raras, que tú a lo mejor no vas a entender–; iban dos arrieros y le dicen:
– Medio Pollicho, ¿dónde vas?
– Voy a la casa del rey.
– ¿Quieres que nos vayamos contigo?
– Bueno.
Métete en mi culico
y cierra con el taruguico.
Se metieron los arrieros en el culo.
Sigue más adelante, más adelante y se encuentra un río. Dice:
– Medio Pollicho, ¿dónde vas?
– A la casa del rey.
– ¿Quieres que me vaya contigo?
Métete en mi culico
y cierra con el taruguico.
Sigue andando y se encontró un panal de avispas.
– Medio Pollicho, ¿adónde vas?
– A la casa del rey.
– ¿Quieres que nos vayamos contigo?
– Pues bueno.
Métete en mi culo
y cierra con el tarugo.
Y se fueron. Conque llega a la casa del rey y sale el mayordomo. Y le dice que quería hablar con el hijo del rey. Y dice:
– ¿Qué le digo?
– Dile que está aquí el Medio Pollicho y le prestó dos reales… bueno, que se va y se lo dice.
Dice:
– Coge al Medio Pollicho ese y échalo al granero, que se dé allí una pasá de comer: se embucha de tanto comer y se muere.
Y como ya se pasó el tiempo, va y le dice:
– Mira a ver el Medio Pollicho ese cómo está.
¡Ah!, y cuando estaba allí, en el granero, le dice a los arrieros:
– Arrieros, salir que aquí hay tajo.
Salen los arrieros, sacan sus mulos bien cargaos de sacos de pienso y se van. Y entonces, cuando va el príncipe, dice:
– Mira a ver cómo está el pollo.
– ¡Si se ha comío tó el grano que había y el pollo está allí más listo que el hambre!
– ¿Cómo pué ser eso? Pues mira, ¿sabes qué vas a hacer?: cógelo y mételo al gallinero, y allí, como es un pollo extraño, van a empezar toas las gallinas a picarle y lo van a matar.
Conque coge y echa al Medio Pollicho al granero. Y entoces dice:
– Zorra, sal que hay tajo.
Y empieza la zorra a matar gallinas y mata toas las gallinas.
Y luego, cuando se pasó el tiempo, dice el rey, dice:
– Medio Pollicho…, mira a ver si está el Medio Pollicho ya muerto. Y viene y dice:
– ¿El Medio Pollicho muerto? Lo que están muertas son toas las gallinas, y el Medio Pollicho allí, tan listo.
– Pues mira, de ésta sí que no se va a escapar: cógelo y mételo al horno.
Entonces coge, lo mete al horno y cuando estaba en el horno, dice:
– Río, sal y apaga el horno que me abraso.
Entonces sale el río, apaga el horno y Medio Pollicho pues se queda tan campante.
Y cuando se pasa un tiempo, pues va también a verlo; y viene y dice:
– ¡Pues si está el horno apagao y el Medio Pollicho está allí más fresco… Nada, con éste no hay quien pueda.
– Pues mira, cógelo y échalo al váter.
Y cuando se pasó un tiempo, pues al rey pues le dio ganas de hacer y se fue al váter. Se sienta en el váter y dice:
– Avispas, salir que hay tajo.
Y entoces se le cogieron toas las avispas al culo. Dice:
– ¡Medio Pollico, quítame esto, quítame esto!
– ¿Me das los dos reales?
– Sí.
Y entonces pues nada, le dijo a las avispas que se quitaran, le dio los dos reales y se fueron (13).
Narradora: Josefa González Pérez
EL ALMA DEL CURA
Una mujer le dijo a su hijo, que se iba al Servicio:
– Hijo, yo no te encargo más que una cosa: que no pierdas ni un domingo la misa.
Se fue el hijo al Servicio y todos los domingos, a la hora que se desocupaba, oía la misa.
Un día, buscando misa, llegó a un pueblo y le dijo al cura:
– Mire usted, que yo quiero oír misa; las once y media son y me queda media hora, porque a las doce ya es otro día.
Le dijo el cura:
– ¡Válgame Dios!, las misas aquí se han dicho ya.
Pero solamente hay una misa a las doce de la noche, pero es que a esa misa no va nadie porque la dice un alma en pena del otro mundo. Como la dice él solo, porque a la gente le da miedo y no va, no le sirve de ná.
– ¿A tó el mundo le da miedo? Pues a mí no me da miedo. Deme usté la llave que voy pallá.
– ¡Muchacho!, ¿qué te vas tú a meter? ¡Si no ha querío meterse nadie porque es un alma en pena que viene y dice la misa a las doce y toca los tres toques a misa y no va nadie porque ya saben lo que es y que toca doblando a muerto, y aunque saben que es pa sacarle de penas, nadie se atreve a ir.
– Deme usted, que voy yo.
Fue pallá y cuando estaba esperando que saliera, se levantan cuatro o cinco losas y sale un esqueleto de debajo que le toca en el hombro y le dice:
– Valiente, me vas a sacar de penas esta noche. Estoy tantos años viniendo aquí a ver si alguien me ayuda a decir la misa –y era un cura que se había muerto– y siempre me voy sin decirla porque no hay nadie quien me ayude, y no me vale si no me ayudan. ¿Tú me vas a ayudar?
– Sí.
– Pues ahora, como tú has venío a ayudarme –y estaban en el altar mayor– y has sío valiente, yo te haré rico pa que tengas oro y de tó toa tu vida y nadie te falte y que no tengas nunca que pasar fatigas. Pero vamos a hacer una cosa: como no ha venío nadie más que tú, ahora vamos a cerrar la puerta de la iglesia.
Dice aquél:
– Voy a cerrar yo.
– No, no, si no hace falta.
Y alargó la pierna que desde el altar cerró la puerta.
Cuando acabó la misa le dijo:
– Gracias por el favor que me has hecho a Dios y a mí. En tal sitio tienes tanto oro.
El muchacho compró dos mulos y se los llevó cargaos de oro pa su pueblo, pero en el camino unos ladrones lo robaron. Al robarlo, andaban dos o tres pasos y caían muertos: tós los que iban a robarlo caían muertos y él se llevaba el mismo oro. Al último que iba a robarlo se le acercaron tres o cuatrocientas ánimas benditas y dijo:
– ¡Si esto parece un ejército! Y se volvió y fue pa su casa. Llegó el muchacho a su casa y le contó a su madre lo que había pasado. Y le dijo su madre:
– ¿No te dije yo que no dejaras de oír misa?
Y ése es el cuento (14).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
EL ROLLO MILAGROSO
Se cuenta que iba el Señor con sus apóstoles e iban sirviéndose de algunas cosas de lo que la gente les daba para comer porque, como iban predicando y curando enfermos, no tenían comida ni dinero.
Y San Pedro iba un poco atrás. Y le dieron a San Pedro un rollo y, como era tanta el hambre que llevaba, pues San Pedro disimuló como que no le habían dado nada. Pero cada vez que iba a morderle al rollo, cuando tenía el bocao en la boca decía el Señor:
– ¡Pedro! – y Pedro, el bocao de la boca, fuera.
Y así siguió dándole bocaos al rollo y el Señor llamándolo. Y entonces no podía catar el rollo porque no quería que el Señor supiera que llevaba el bocao en la boca, y tenía que tirarlo. Y cuando ya Pedro vio que el Señor lo observaba, le dijo:
– Señor, sí vas mirando para adelante, ¿cómo me ves lo que hago por detrás? Dice:
– Es que lo que yo sé no hace falta verlo. Anda, ves y recoge todos los bocaos del rollo que has tirao.
Dice San Pedro:
– No he tirado el rollo.
Dice el Señor:
– No mientas. Coge los bocaos del rollo.
Y cuando San Pedro fue a recogerlos, el rollo estaba entero. Y entonces se lo llevó al Señor y le dijo:
– Mira: aquí está entero el rollo que me has dao (15).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
UN BORRACHO EN EL CIELO
Había una vez uno que le gustaba mucho el vino, pero era muy devoto. Y cuando murió pues se fue a que San Pedro le abriera las puertas del cielo. Y San Pedro le dijo:
– No vas manchado, pero voy a ver en el libro a ver si puedes entrar, porque te gusta mucho el vino.
– No tiene ná que ver. Yo entro, y una vez que esté en la Gloria… Y entonces San Pedro le dejó entrar. Pero cuando estaba en la Gloria, pasó uno por la puerta de la Gloria diciendo:
– ¡Vendo vino a chavo el cuartillo! Y entonces le dijo aquél a San Pedro:
– Déjame que salga, que ahora volveré.
Y San Pedro le dijo:
– ¿No te he dicho que no podías entrar aquí?
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
EL PASTOR Y LOS GUARDIAS CIVILES
Bueno, pues esto era un pastor que estaba con unas cabras moriscas a la espalda de un cabezo. Y pasa la guardia civil (que entonces la guardia civil iba con los fusiles al hombro) y le dice un guardia civil a otro:
– Vamos a ver al chico éste, que estos zagales son del campo y no saben…, no viven la vida de los pueblos, y nos vamos a reír un rato dél.
Pues nada, le dice al chaval aquel, dice:
– Oye, chaval, ¿dónde podríamos echar nosotros por aquí una liebre o un conejo? Y el muchacho dijo, dice:
– Pues en una cazuela que tiene mi madre asín de grande la podéis echar.
Dice el otro guardia, dice:
– ¡Mira, mira, mira! ¡Anda, escucha, escucha…! Dice:
– No te preocupes, ya verás.
Y le pregunta otra vez y le dice:
– Oye, ¿y este camino a dónde va? Dice:
– Este camino ni va ni viene, porque yo tengo veinticinco o treinta años y el camino siempre está donde mismo.
Dice el guardia, dice:
– ¿No decías que lo ibas a embrollar? ¡Mira a ver! Conque va y le pregunta otra vez. Dice:
– Oye, ¿y los hijos de puta en tu pueblo qué es lo que hacen? Dice:
– Pues lo siento mucho, porque había un hijo de puta en mi pueblo, aquí en este pueblo, había un hijo de puta y se metió a la guardia civil (16).
Narrador: Francisco Nicolás Coello (74 años, jubilado)
JUAN EL TIZNAO
Se contaba que iba uno diciendo siempre que era Juan el Tiznao, sin penas ni cuidaos. Y se enteró el rey y dijo:
«¡Hombre!, conque yo, que tanto poder tengo y que soy el amo de toda la nación, y que me diga a mí éste que no tiene penas ni cuidaos y yo tengo cuidaos por tós laos…».
Y lo llamó a palacio.
– Hombre, ¿es verdad que se llama usté Juan el Tiznao, sin penas ni cuidaos?
– Sí.
– De aquí palante le voy a poner yo a usté en penas y en cuidaos. A ver si usté sabe resolverme a mí lo que yo le voy a preguntar.
– Sí hombre, usté pregunte lo que quiera, que yo le resuelvo la cosa volá.
– Mire usté, tiene usté tres días pa decirme cuánto pesa la tierra, cuántas leguas hay de aquí al cielo y cuánto valgo yo.
El hombre se presentó a los dos días.
– Si le dije tres días…
– No, si lo he pensao ya.
– ¿Lo ha pensao usté bien?
– Sí.
– Bueno. ¿Cuánto pesa la tierra?
– Límpiemela usté de piedras.
– Bueno, ahí se me ha escapao. ¿Y cuántas leguas hay de aquí al cielo?
– Pues una jorná corta, porque en el camino no hay posá.
– Ya me ha ganao otra vez. Bueno, ¿y cuánto valgo yo? –
Mire usté, ¿usté es rey de esta nación?
– Sí.
– Jesucristo, que era rey del cielo y de la tierra, dieron por él treinta monedas. Pues bien está que valga usté veintinueve.
– Pos entonces ya te puedes ir cuando quieras (17).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
EL REY Y EL CRIMINAL
Dicen de un rey que fue a la cárcel. Claro, el hombre iba visitando los presos y les preguntaba:
– Vamos a ver, ¿usté por qué está aquí? Dice:
– Mire usté: yo, por ná. Me metieron cosas que se empeñaron yo había hecho, na más que me lo achacaron: achacao tó.
Fue preguntando a otros y tós decían lo mismo: que ellos no habían hecho ná, que se lo habían achacao tó, que iban con el que lo había hecho, que eran amigos del que lo había hecho… Total, que tós se disculpaban.
Pero llegó a uno de tós los que habían y le dijo:
– ¿Y usté por qué está aquí?
– Su Majestad, yo estoy aquí por mi desgracia, porque fui ladrón y criminal: robé y maté.
Dice el rey:
– Que salga ese preso a la calle ahora mismo, porque no está bien que esté aquí un criminal en medio de tantos inocentes.
Y entonces aquél salió por ser sincero y los otros se quedaron allí (18).
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
EL TÍO MAÑAS
Fue un zagal por leña. Cargó tanta leña con la avaricia de traer bastante que no podía traérsela. Se dejó la leña allí y se vino sin ella a su casa. Y le dijo a su padre:
– Mire usté, yo he echao tanta leña que resulta que luego no me la he podío cargar, y me la he dejao allí porque he pensao que me la traía toa y no me traía ninguna.
Dice el padre:
– Bueno, tienes que volver allí a por leña y te tienes que traer toa la que has hecho. Y tú, cuando no puedas traerla, no puedas cargártela, tú llama a la necesidad: «¡Necesidad, Necesidad!».
Y la Necesidad, pos no vino.
Y entonces le dijo el padre antes de irse:
– Y si no te hiciera caso la Necesidad, llamas al tío Mañas.
Y claro, al ver que la Necesidad no venía, llamó al tío Mañas:
– ¡Tío Mañas, tío Mañas…!
Ná, y no venía el tío Mañas tampoco. Y empezó a tomar trazas, y vengan trazas, y pallá y pacá:
«A ver cómo me pongo: de esta manera, me pongo de la otra, por sí cojo la soga así, por sí la cojo de otra manera…».
Total, que se cargó la leña. Y cuando llegó, dice su padre:
– ¿Ves? Te has traído la leña, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Has llamao a la Necesidad?
– Sí, pero no ha venío. Pero es que he llamao al tío Mañas y tampoco ha venío. Y he tenío yo que cargármela como he podío.
– Claro, pos ése ha sío el tío Mañas: el que te ha hecho cargártela como has podío. Y ése es el cuento.
Narrador: Antonio del Cerro Rosell
LA ADIVINANZA DEL GAVILÁN Y LAS PALOMAS
Un gavilán se cruza con un bando de palomas y le pregunta a la maestra que cuántas palomas van. La maestra le responde así:
Con éstas,
otras tantas como éstas,
la mitad de éstas,
la cuarta parte de éstas y tú, gavilán, ciento cabal (19).
Narrador: Andrés Hernández Navajas (70 años, maestro jubilado)
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NOTAS
(1) Tipo 56A: El zorro amenaza con tumbar un árbol, seguido del 122D: Déjame conseguirte mejor caza, y 6, El animal aprehensor inducido a platicar, de acuerdo a Antti Aarne y Stith Thompson (en adelante, se sobreentiende que la clasificación del cuento corresponde a estos autores, que no volverán a ser citados).
(2) Tipo 60: El zorro y la grulla se invitan, seguido del 225: La grulla enseña al zorro a volar.
(3) Cf. tipo 111A*: La promesa de un borracho.
(4) Tipo 122A: El lobo (zorro) busca desayuno, con los siguientes episodios: una variante de Camarena–Chevalier [122T]: [La presa devota]; 67: El zorro en el río creciente finge nadar a un pueblo lejano; 122D: Déjame conseguirte mejor caza. A la primera secuencia, la del zorro castrado, cuentecillo del que disponemos de varias versiones, al menos en la Región de Murcia, propongo que se le asigne el número–tipo [62C].
(5) Tipo 150: El consejo del zorro.
(6) Tipo 157: Aprende a temer al hombre.
(7) Tipo 300: El matadragones, combinado con el 315: La hermana infiel.
(8) Tipo 311B*: La bolsa cantante.
(9) Tipo 366: El hombre de la horca.
(10) Tipo 408 (II, IV, VI, VII): Las tres naranjas.
(11) Tipo 593: Fiddevav.
(12) Tipo 700: Pulgarcito.
(13) Tipo 715: Medio Pollo.
(14) Tipo [760D]: [El monaguillo del ánima del cura], de acuerdo a J. Camarena y M. Chevalier.
(15) Tipo 774N: La gula de San Pedro.
(16) Tipo 921D*: Las respuestas ingeniosas.
(17) Tipo 922: El rey y el abad.
(18) Cuento sin catalogar. Sin embargo, encontramos una versión literaria de este relato en la Disciplina clericalis, IV.
(19) La solución de la adivinanza es 36.