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Existe en León una leyenda, referida a una judía que guarda un tesoro abandonado por sus correligionarios en el tiempo de la expulsión decretada por los Reyes Católicos. Así la recoge J. Javier Fernández Gómez:
“Entre los árboles, con sus ramas majestuosas de nuestra querida Candamia, flota una leyenda semita. El pueblo hebreo dejó a una doncella al cuidado del tesoro de la aljama, cuando ellos fueron expulsados. Ella creía de buena fe, de que [sic] con los años tornarían al castro judío o a su barrio en León, pero pasaba el tiempo y la espera era infructuosa y teniendo miedo de perder su juventud y lozanía, se fue a la bruja del Abadengo, quien le dio a beber su pócima y de esta forma conservó el frescor de su cuerpo y su hermosura. La doncella judía tiene enterrado el tesoro junto a una fuente en la Candamia, y sale todos los años en la Pascua Judía, esperando ansiosa el requiebro de amores de un guapo leonés que la desencante con ternuras y ella le dará a cambio su belleza y el tesoro” (1).
Esta leyenda es tremendamente sugerente desde el punto de vista histórico, pero también será pertinente el componente filológico para nuestro estudio. Analizaremos, desde estas perspectivas, los diversos elementos que la componen, con una metodología que, como se verá, no se ajustará estrictamente al estudio desglosado de los mitemas, sino que en parte seguirá esa línea de trabajo, pero por otro lado no se ajustará exclusivamente a esto.
Comenzaremos por la idea del tesoro enterrado. No es necesario remontarse a la plautina Aulularia para recordar la constante presencia de la idea del tesoro enterrado, pues en la Historia de España es un tema recurrente, basado en ciertos hechos reales, e independientemente de los muchos textos literarios que aluden a la cuestión. Recordemos, así, los tesoros enterrados en época visigoda, con la finalidad de que no cayesen en manos de los invasores islámicos, y que, en palabras de Don Antonio Domínguez Ortiz, “explica que durante la Edad Media existiera toda una literatura de tipo esotérico con recetas y encantamientos para hallar tesoros” (2).
Esto enmarca y contextualiza la existencia de una leyenda como la que estamos analizando, siendo un eslabón más a añadir a la larga cadena de origen medieval (aunque posteriormente matizaremos esto). También nos ayuda a comprender la inclusión del elemento esotérico en la narración. Siguiendo con lo esotérico, lo cierto es que no es único el hecho de que un ser hechizado sea el guardián de tesoros. También se encuentra, por ejemplo, en Las Médulas:
“Con el auxilio del San Ciprián o Ciprianillo, extraño libro de magia propagado a partir del siglo XVI en una minoría de hogares labriegos del noroeste de la península, pretendían, quienes lo poseían, conseguir los tesoros escondidos en las entrañas de aquellos montes custodiados bajo la vigilancia de un viejo encantado” (3).
Respecto a la figura femenina, tampoco es nada nuevo, en su asociación con la fuente. Basta recordar la figura de las lamias, con su forma femenina, que habitaban “en los remansos de ciertos arroyos, manantiales y estanques” (4).
En referencia a las fuentes y aguas, no es necesario insistir en el gran peso que tenían en las prácticas culturales precristianas. Los muy conocidos testimonios de obras como De correctione rusticorum, para el noroeste peninsular (5), o el Scarapsus, para otras partes de Europa (6), son suficientemente reveladores.
Es más, si quisiésemos relacionar las fuentes y las creencias relacionadas con las aguas, León es un sitio donde puede hacerse esto de modo especial, habida cuenta del culto a las ninfas testimoniado en la epigrafía romana de la ciudad (7). Y esto todavía adquiere mayor entidad en nuestro análisis si recordamos que, según parece, el culto a las ninfas no fue sino una romanización de creencias anteriores (8).
Otro de los elementos, y no el de menor importancia en nuestro análisis, es la adscripción al pueblo judío del tesoro. Esto no hace sino recordar el tópico (pues en la realidad histórica se cumplía sólo parcialmente) de la riqueza de los hebreos. Pero lo más importante es que el tesoro judío se relacionase con la Candamia. Esa zona, junto a Puente Castro, es el lugar en el que, como es sabido, estaba la judería leonesa hasta su destrucción a finales del siglo XII (9), momento en el que se traslada al interior de la ciudad. Allí es donde estaba también su cementerio, pero, por lo que sabemos, sólo mientras existió la judería de Puente Castro (10).
Podría parecer, desde el punto de vista histórico, que todo apunta a una leyenda nacida como consecuencia de la expulsión de finales del siglo XV. Pero existe un elemento que nos hace preguntarnos acerca de la posibilidad de que, en realidad, estemos ante una tradición mucho más antigua que la emigración forzada (como alternativa a la conversión) de la comunidad judía, y que no sería sino un elemento añadido a posteriori a la leyenda ya existente, y es el nombre del lugar donde apareció, es decir, una cuestión básicamente filológica. Como hemos dicho, la ubicación de la leyenda se realiza en La Candamia. Sobre la etimología del topónimo, es pertinente citar lo escrito por Javier García Martínez:
“La inscripción latina a IOVI CANDAMIO, se ha localizado entre Asturias y León. KANDAMOS o KANDAMIOS sería un adjetivo superlativo del celta KANDO “Blanco, claro, luminoso” epíteto aplicable a un dios: “Júpiter luminosísimo”. En la ciudad de León, en torno al Torío, hay una zona que se llama LA CANDAMIA” (11).
Similar opinión vemos publicada por el P. Albano:
“A mi parecer, por ahí tendría que ir la búsqueda del significado del nombre Candamia, por vía del sema cand.
Y céltico o latino, que ambas cosas podría ser, el tronco-raíz “cand” nos da los significados de “blanco” y “seco”…” (12).
Esto parece estar desconectado hasta que recordamos que el nombre que recibió la zona durante la alta Edad Media fue el de Monte Áureo, es decir, monte dorado.
Analizando la cuestión, podemos preguntarnos la razón por la cual en época altomedieval no se llamó a la Candamia así, sino como hemos indicado.
Sin ánimo de resolver el tema de un plumazo, consideramos que la explicación podría estar en el significado, pues Candamia, en su significado de luminoso, enlaza y encajaría con la palabra latina aurea, que, según se ha supuesto, se debería al color del “talud arcilloso y elevado” en esa zona de las márgenes del Torío (13).
Por tanto, no descartamos la posibilidad de que, en realidad, el tema del tesoro tenga su razón de ser en una identificación tradicional, incluso de raíz toponímica, en relación al nombre latino del lugar, que no sería sino la adaptación del término prerromano Candamia, que finalmente fue el que prevaleció en el lenguaje popular. Esto también nos hace reflexionar sobre la posibilidad de que la documentación latina medieval no reflejase el topónimo popular, sino el latino o cultista, pues de otra manera no podrían explicarse censuras seculares, de igual manera que sucede, en el mundo de la lengua latina, con palabras usadas en la época preclásica, que no se documentan en los textos clásicos conservados, y “reaparecen” en escritos tardoantiguos o medievales.
Pero sigamos. Una vez establecida la continuidad, en cuanto a significado, de la toponimia del lugar, nos preguntamos si la idea de un tesoro en la Candamia, el Monte Áureo, no será un recuerdo del nombre del citado sitio, con clara referencia al oro, pero no por su existencia en esos parajes, sino por el color amarillo del talud formado por el curso del río Torío.
No obstante, tampoco hay que olvidar otras asociaciones que quizá también podrían entrar en juego a la hora del análisis interpretativo, como la existencia de topónimos tales como Fontoria (es decir, Fuente Áurea) (14).
Si nuestro análisis fuese correcto, el origen y desarrollo de la leyenda que estamos estudiando sería, obviamente de modo hipotético y sujeto a posibles modificaciones ulteriores, de la siguiente manera: – Partimos de un lugar relacionado con el agua, que en la mentalidad popular tenía una fuerte asociación con elementos de las creencias naturalistas precristianas (donde la figura de seres míticos en forma de mujer es común), y además, vinculado con la idea del oro, desde el punto de vista toponímico-filológico.
– A esto se une que, posteriormente, y ya en época medieval, se establece en las cercanías la judería leonesa y su cementerio. A ello deberíamos sumar las leyendas sobre tesoros enterrados, partiendo de los muchos que se ocultaron ante la invasión musulmana, con el componente mágico que anteriormente hemos analizado.
– Por último, la expulsión de los judíos de los Reyes Católicos acaba de proporcionar los últimos elementos para la formación de una mezcla que daría como resultado la formulación de la leyenda que nos ocupa en el presente trabajo en la forma final que anteriormente hemos visto.
Sirva esta recapitulación final como colofón a nuestro análisis histórico y filológico de la leyenda que hemos estudiado, deseando que sirva de base para posteriores estudios sobre el tema.
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NOTAS
(1) FERNÁNDEZ GÓMEZ, J. Javier: El legado histórico cultural de Puente Castro, Salamanca, 1998, p. 42.
(2) DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio: España. Tres milenios de Historia, Madrid, 2004, p. 50.
(3) ANDINA YANES, Jovino: Leyendas bercianas, Madrid, 1993, p. 38.
(4) DE BARANDIARÁN, José Miguel: Mitología del Pueblo Vasco, Bilbao, 1997, pp. 88-89.
(5) España Sagrada, XV, Madrid, 1906, p. 427: “Nam ad petras et ad arbores et ad fontes per triuia cereolos incedere quid est aliud nisi cultura diaboli?” (Negrita nuestra).
(6) PIRMNO, S.: De singulis libris canonum scarapsus: Patrología latina, t. 89, col. 1041: “Noli adorare idola, non ad petras, neque ad arbores; non ad angulos, neque ad fontes…” (Negrita nuestra).
(7) DIEGO SANTOS, Francisco: Inscripciones romanas de la provincia de León, León, 1986, inscripciones nº 26, 27 y 28.
(8) GARCÍA MARTÍNEZ, Sonia Mª: La base campamental de la Legio VII y su canabae en León. Análisis epigráfico, León, 2000, p. 37: “El Prof. A. Tranoy defiende que el culto de las ninfas es un intento romano por hacer desaparecer los dioses indígenas y unificar la vida religiosa”.
(9) VIÑAYO GONZÁLEZ, Antonio: “El scriptorium medieval de San Isidoro de León y sus conexiones europeas”, Coloquio sobre circulación de códices y escritos entre Europa y la Península en los siglos VIII-XIII, Santiago de Compostela, 1988, pp. 209-238, concretamente p. 229: “…cuando los reyes Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón arrasaron el castro, en julio de 1196, siete años antes de la muerte de Santo Martino”.
(10) RODRÍGUEZ, Justiniano: “Los judíos leoneses en la época martiniana”, Isidoriana 1. Santo Martino de León. Ponencias del I Congreso Internacional sobre Santo Martino en el VIII centenario de su obra literaria (1185-1985), León, 1987, pp. 67-86, concretamente p. 82: “Probable parece que el viejo cementerio del Castro subsistiese como asiento y patrimonio sepulcral de los hebreos de la ciudad. Pero ha de notarse que las nueve lápidas encontradas hasta ahora, logradas en puntos distanciados, no sobrepasan los límites del siglo XII, coincidiendo así estrictamente con los tiempos de aquella comunidad suburbana”.
(11) GARCÍA MARTÍNEZ, Javier: El significado de los pueblos de León, León, 1992, p. 124.
(12) P. ALBANO: Leyendas leonesas, León, 1984, p. 163.
(13) RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ, Justiniano: “Tres cuevas o “peñas cavadas” en la margen del Torío”. Archivos Leoneses 97- 98, 1995, pp. 121-133, concretamente p. 121.
(14) En la provincia de León se documenta el citado topónimo