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Rafael Boira no es figura destacada en las letras, pero tuvo la idea de explorar gran parte de la producción literaria precedente en busca de cuanto pudiese divertir a sus contemporáneos, y recopiló un par de millares de breves composiciones jocosas de entre los miles que se encontraban en la literatura.
Si añadimos otro puñado de cuentecillos que debió de oir directamente de la tradición oral, podemos tener una idea de los gustos de la época. Si agregamos, además, otras pequeñas composiciones jocosas importadas de otras culturas, muchas veces coincidentes con la nuestra, podemos tener una visión más aproximada de una tradición general llegada hasta entonces. Hizo este periodista y abogado una gran labor de recapitulación de temas tradicionales, y de ellos nos interesan los cuentecillos en sí, saber su trayectoria, descubrir su raíz en las tradiciones oral y escrita. Somos conscientes siempre de la dificultad que entraña dilucidar cuál de las dos vías ha sido, no ya el arranque de cada pieza para Boira, sino la fuente primera. Aún cuando descubramos un vínculo directo de un escritor con otro precedente, estaremos siempre en la duda de si ese precedente no es otro eslabón más de una cadena engarzada en no sabemos qué inicios, posiblemente muy remotos. Las dudas son posibles, incluso, cuando tal anécdota se refiere a un personaje concreto: posiblemente la volveremos a ver referida a otro personaje en otra parte. En cualquier caso, no sería error grande especular con un origen remoto de carácter oral para una gran parte de los cuentos.
Decir, pues, que Boira aprovecha un cuentecillo de la Floresta de Santa Cruz supone únicamente confirmar la penetración o pertenencia de tal relato a la tradición escrita, sin que ello supongo su exclusión de la oral. Intentar ver qué cuentos recogidos por Boira viven también en el folklore, circulan paralelamente en ambas corrientes, es labor que iremos desarrollando en los sucesivos estudios sobre El libro de los cuentos. Por lo demás, no todos los temas cuyos argumentos coinciden en Boira y Santa Cruz están extractados directamente de éste. Ciertamente, la Floresta es uno de los manantiales preferidos de Boira, pero en ocasiones se descubren notables divergencias entre la versión de uno y otro, por lo que Boira bien pudo haber plagiado de un tercero que, como Santa Cruz, se interesó por aquellos mismos contenidos que estaban a la vista o se contaban. En ocasiones las divergencias son tan evidentes que hablan con claridad de que la variante no está en el gusto innovador de Boira, sino en preferencia de una versión distinta que escoge. A veces hay detalles que también hacen dudar del origen directo de algún cuentecillo dependiente de Santa Cruz, por ejemplo, la anécdota del soldado que hace ver al capitán que el enemigo es tan numeroso que oscurece el sol; Santa Cruz no detalla nombre alguno, Boira especifica que se trata del ejército de Jerjes: o conocía la anécdota o la leyó en otra parte, tal vez la lectura de la Floresta le hizo recordar una historia que tuvo que ser muy conocida para un hombre de aquel siglo. Como confiesan los editores, Pilar Cuartero y Máxime Chevalier, la anécdota procede “de Heródoto (VII, 226), pero en la forma de breve apotegma de Cicerón, Tusculanae disputationes, I, XLII, 101”. Verdaderamente, Plutarco (Apotegmas de los lacedemonios) lo concreta en Leonidas. El propio Thompson reserva un motivo para este acaecimiento, el J1453 (Es mejor luchar en la sombra) y lo reconoce en la novela italiana, por lo que tenemos que suponer que la propagación y reelaboraciones fueron abundantes. ¿Cuál es el modelo inmediato para Boira? Evidentemente son más claras otras filiaciones cuando la elección de Boira es una versión en verso, y hay varias, por ejemplo el cuentecillo La mujer descalabrada (I, pp. 253-254) es fragmento de Dicha y desdicha del nombre de Calderón.
El interés por la literatura en sí en Boira se nos antoja secundario; no es intención suya hacer un tratado literario, una investigación de la literatura por sí, sino buscar la gracia que en ella pueda hallar para utilizarla: hacer reír era su lema, como exponía en el prólogo-prospecto: “Vamos á reirnos a carcajadas (...) Riamos á carcajadas; esta es nuestra bandera”. Explora las letras precedentes y después muestra su cosecha, con la que pretende entretener a los de su época, pero jamás les dice a dónde dirigirse si quieren contemplar los originales desde otro punto de vista: no hay otro fin que el recreo y la risa que puedan arrancar los argumentos por ellos mismos. No importaban las fuentes, por tanto no se marcaron, por ello no nos resulta fácil seguir las pistas hasta los originales inmediatos.
Además de ocultar fuentes, es desleal a ellas, pues desde ejercer ligeras alteraciones de los textos, puede llegar a reelaboraciones totales, aunque también, es cierto, en otras ocasiones es escrupulosamente fiel. Lo que le importa es mirar atrás sin complicaciones, sin profundizar en ideas o estéticas (“Nos ahoga la ciencia, dejadnos respirar”), sólo disfrutar de lo jocoso: “Es necesario retroceder; en literatura nos declaramos cangrejos; nos place más que el mundo se ría, que no que se reforme; somos más partidarios de los picantes epigramas, que de las teorías filosóficas”.
El título de la segunda edición refundida y aumentada con muchos enigmas, gracias y chistes, y espurgada de los pensamientos frívolos, cuentos y anécdotas de poco interés, como se advertía en tal edición, ya era en sí toda una declaración de intenciones: El libro de los cuentos, colección completa de anécdotas, cuentos, gracias, chistes, chascarrillos, dichos agudos, réplicas ingeniosas, pensamientos profundos, sentencias, máximas, sales cómicas, retruécanos, equívocos, símiles, adivinanzas, bolas, sandeces y exageraciones. Almacén de gracias y chistes. Obra capaz de hacer reir a una estatua de piedra, escrita al alcance de todas las inteligencias y dispuesta para satisfacer todos los gustos. Recapitulación de todas las florestas, de todos los libros de cuentos españoles, y de una gran parte de los extranjeros.
Esta segunda edición que mencionamos, y de la que citaremos, se publicó en Madrid en 1862 (Imp. de D. Miguel Arcas y Sánchez) en tres tomos, con la intención de agregar uno más, pero falleció el editor y la colección quedó inconclusa. (“No os dé cuidado, cada página de LA RISA os quitará una cana, y á la vuelta de los cuatro tomos, tendréis el cabello como el azabache”).
En 1859 había aparecido la Biblioteca de la risa, por una Sociedad de Literatos de buen humor (Madrid, M. Librería de A. González Ortega) en dos volúmenes (en el tomo tercero se publicaron los Cantos del Trovador de José Zorrilla).
Se hizo una reedición en París (Garnier hermanos, 1867) en dos volúmenes, con notable éxito, por lo que siguieron otras ediciones más, siempre en dos volúmenes.
No ha pasado desapercibido Boira a los folkloristas que lo vienen citando ya desde Baquero Goyanes, y que es tomado en cuenta, de forma mínima eso sí, en el catálogo de Boggs, pero no se ha hecho, hasta el momento, que sepamos, un acercamiento serio a esta obra en concreto; tampoco existe reedición moderna. Es nuestra intención descubrir paulatinamente las posibles fuentes, establecer qué autores anteriores, o posteriores, desarrollan cada cuento.
Intentaremos en éste y los sucesivos artículos trazar la ruta que Boira siguió por la literatura. Quizá Santa Cruz sea el mejor punto de arranque; como Boira, había usado unos modelos precedentes de muy variada ascendencia; en principio muchas historias las debió de haber escuchado en su círculo, y después otras muchas venían reelaborándose desde autores latinos clásicos, o se estaban reproduciendo en colecciones manuscritas o impresas de la época. Las eruditas notas y exposición de María Pilar Cuartero y Maxime Chevalier en la edición de la Floresta (Barcelona, Crítica, 1977) hacen innecesario mayor detenimiento en explicaciones. Fue publicado primeramente en Toledo en 1574 con el título de Floresta española de apotegmas o sentencias, sabia y graciosamente dichas, de algunos españoles. Su éxito e influjo posterior en España, e incluso Europa, fue innegable.
Reflejamos el título exacto propuesto por Boira y exponemos brevemente el argumento de cada cuento para que sea fácilmente identificado, indicando la localización en Boira y después en Santa Cruz. Los numeramos con la finalidad de ser mejor identificados en los sucesivos artículos cuando haya que referir un argumento ya tratado; tal numeración es, pues, casual. Advertimos cuando se trata de composición en verso y transcribimos el primero para favorecer al filólogo interesado la localización concreta de las piezas versificadas. Prescindimos del estudio detallado de cada cuento para esta ocasión, ya que es algo que se irá definiendo en artículos sucesivos.
1. El justo por el pecador. Ahorcan al tejedor por el delito del herrero, porque éste era más necesario para el pueblo. (Boira, El libro de los Cuentos, I, p. 27); (Santa Cruz, Floresta, IV, VI, 6).
2. El alcalde y su burro (verso). “Tenía un lindo borrico”, cierto alcalde. Cuando niega que lo tiene, el burro rebuzna. Reprochando la mentira el vecino, el alcalde se duele de que dé más crédito al burro que a él mismo. (I, pp. 34-35); (Floresta, VII, I, 23 [24]).
3. Las siete cabrillas. Su padre fallecido, aficionado a comer cabras, no puede estar en el cielo porque en él están completas las siete cabrillas, dice el hijo. (I, pp. 39-40); (Floresta, IV, VII, 12).
4. La virtud de la turquesa. La piedra turquesa tiene la virtud de que no se romperá si cae desde la torre; mientras que se hará pedazos la persona que la lleve en la caída. (I, p. 41); (Floresta, II, V, 8).
5. El lenguaje de los peces. El novicio dice haber escuchado al pez pequeño (que le ofrecen de comer) quejarse de no saber nada, pues acaba de nacer, pero que sus padres y abuelos, que están en los otros platos, bien saben de la vida del mar. (I, pp. 61-62); (Floresta, VI, VIII, 12).
6. El fin del mundo. El Conde-duque le pregunta a Zárate que cuándo acabará el mundo, a lo que éste responde que cuando lo mande su excelencia. (I, p. 67); (Cf. Floresta, IX, I, 15: la reina Isabel: “Cuándo ha de parir vuestra mujer?” “Cuando vuestra alteza mandare”).
7. Una verdad peligrosa. El cojo dice que para pelear no hace falta “correr, sino estar parado”. (I, p. 78); (Floresta, VIII, VII, 4).
8. El cojo y su enemigo. Le amenaza con hacerle “asentar el pie llano”. El cojo dice que entonces sería su amigo, no enemigo. (I, p. 100); (Floresta, VIII, VII, 6).
9. La industria de un pobre. Se pone anteojos para ver la comida más grande. (I, pp. 101-102); (Floresta, VI, VIII, 6).
10. El efecto de las borrajas. Da de comer borrajas a los criados diciéndoles que les alegrarán. Un día se presentan bailando. Decide darles carne. (I, pp. 103-104); (Variante en Floresta, V, III, 4).
11. La ortografía en las calcetas (verso). “Cierto día un estudiante”, observando un “interrogante” en la calceta, se lamenta de que tenga mejor ortografía que estambre. (I, p. 116); (Floresta, I, VI, 18).
12. El dinero y el vino. El dinero en la bodega. El borrachín teme que los ladrones se equivoquen y roben el vino. (I, p. 133); (Con ballestas en vez de vino, véase Floresta, II, II, 48).
13. El registro de necedades. El que haya comprado un caballo adelantando el dinero al chalán es una necedad suya. En el caso de que el chalán llevase el caballo o el dinero, el necio sería el propio chalán; en cualquier caso habría necedad digna de figurar en el libro de las necedades. (I, p. 142); (Floresta, I, III, 1).
14. Comer para morir. Yendo el barco a pique, come vorazmente para tanta agua como va a beber. (I, p. 148-149); (Floresta, IX, IV, 2).
15. La asadura a crédito (verso). “Tenía cierto cura de una aldea”. El cura y el criado se entienden en misa dándose consignas intercaladas en la ceremonia: “—¿Qué nos dice David? —Que la asadura / No la da”. (I, p. 153); (Floresta, V, I, 1).
16. Escipión y Ennio. La esclava no engañó a Escipión cuando, al visitar a Ennio, dijo que éste no estaba en casa. Devolviendo la visita, Escipión dijo a Ennio, desde dentro, que no estaba en casa. Asombrado Ennio del descaro, Escipión mostró asombro, porque habiendo él creído a la esclava, el amigo no le creía a él mismo. (I, p. 187); (Floresta, VII, I, 19 [20]).
17. Lo bueno y lo malo del madrugar. Más madrugó el que lo perdió, le contesta el hijo al padre que le apremia a levantarse temprano animándole con que uno que madrugó encontró un bolsillo. (I, p. 200); (Floresta, X, 41).
18. El curioso por su mal (verso). “Iba el pobre Marcelino”. Le piden explicación de cómo rompió una de las dos botellas. Cogió la otra y la rompió también: “Así”. (I, p. 204); (Cf. Floresta, II, VI, 5).
19. El soldado y el perro. Mató al perro de la mujer del coronel con la lanza. Reprendido por no haberse defendido con el regatón en vez de matarlo, alegó que el perro no le mordió con la cola, sino con los dientes. (I, p. 219); (Floresta, VII, I, 25 [26]).
20. Augusto mal comido. Como le dio una comida muy frugal, justificándola con que le trataba no como a extraño, sino como a amigo, se despidió: “—No creía que fuéramos tan amigos”. (I, p. 232); (Floresta, VI, VIII, 14).
21. El secreto de la naturaleza. Leía un libro donde se afirmaba que el hombre con barba ancha era necio. Tomó una vela y un espejo para mirarse la suya. Al arrimar la llama se quemó media barba. Escribió al margen del libro: “Es probado”. (I, p. 232); (Floresta, IV, II, 7).
22. El aprendiz de carnicero. Para aprender a carnicero, lo mejor, ir con el médico. (I, p. 234); (Floresta, IV, VII, 2).
23. Esperanzas de estudiante. A los estudiantes les gustaría tener excelentes cargos y empleos, excepto a uno, que sólo pretendía ser melón… para que los demás le oliesen “en el rabo”. (I, p. 235); (Floresta, II, VI, 11).
24. ¿Quién hallará la mujer fuerte? Aristipo dijo, a quien le preguntó por la mejor mujer, que escogiese él, pues, si hermosa, le vendería; si pobre, le arruinaría y si rica, le dominaría. (I, p. 239); (Cf. Floresta, VI, IV, 5).
25. El hombre más feo. Don Lesmes era tan feo que, para poder casarse, acudió a una tribu africana, donde podría pedir la mano de alguna mujer condenada. Una vieja negra llevaban a la hoguera; la reclamó; la vieja negra lo miró y exclamó: “Que enciendan la antorcha”. (I, pp. 240-241); (Floresta, IV, VI, 7).
26. De consejo muda el sabio. En los trances del parto, teniendo una vela encendida a Nuestra Señora de Monserrate, promete no verse en otro si sale de aquel peligro. Después de que todo salió bien, dijo a la doncella que apagase la vela y la guardase para otra ocasión. (I, p. 246); (Floresta, XI, II, 2).
27. Los ladrones aconsejados. El amo de la casa les dice a los ladrones que vuelvan más tarde, que ya estarán acostados y no podrán oírles. (I, p. 248); (Floresta, IV, V, 3).
28. Consejos para vivir mucho. “Nunca estuve en pié pudiendo estar sentado; me casé muy tarde; enviudé pronto, y no me torné a casar”. (I, p. 252); (Floresta, V, VI, 6).
29. La mujer descalabrada (verso). “Descalabró á su mujer”. Pagó el doble de lo que costaba la cura de una descalabradura de la mujer para tener pagada la de la siguiente. (I, p. 253-254); (Floresta, VII, I, 26 [27]).
30. El incrédulo y la medicina. Un catedrático de Salamanca es tan contrario a la medicina que ordena que echen al servicio los remedios prescritos por el médico. Finalmente, el médico le ordena una purga, que el enfermo arroja junto al resto de medicinas. El médico, que ve todo revuelto en el servicio, piensa que ha sido el mal salido del enfermo. Éste niega, aclarando que es el mal que no ha entrado. (I, pp. 255-256); (Floresta, VII, I, 29 [30]).
31. El noble y el plebeyo. El hidalgo pobre que se casó con la hija del rico labrador decía que su matrimonio era como morcilla, que él había puesto la sangre y el suegro la cebolla. (I, p. 259); (Floresta, V, IV, 13).
32. La pregunta de doble sentido. “—¿De dónde eres, corcobado? —De las espaldas, contestó”. (I, p. 261); (Floresta, VIII, VI, 4).
33. La razón perdiendo. Se quejaron unos pajes al mísero caballero, porque todas las noches les daba rábanos y queso. Mandó al mayordomo que, en adelante, les diese una noche rábanos y otra, queso, para que no comieran siempre lo mismo. (I, p. 262); (Floresta, VII, VII, 4).
34. El caballo de regalo. El ventero muestra al caballero su caballo “regalado”. Ante el asombro del caballero al ver aquel bruto que estaba en las últimas, aclaró el ventero: “¿Qué más regalado quiere que sea, ¡pardiez! cuando no puede andar una legua á pie sin cansarse?”. (I, pp. 262-263); (Floresta, IX, III, 4).
35. La gallina del diablo. Por ser curada, prometió una gallina al médico, que lo pidió a la criada, y se lo llevó. Restablecida, y enterada de que el gallo lo había llevado el médico, se extrañó de que tantas veces lo hubiese dado al diablo sin que éste lo llevase y que, por una vez prometido al médico, éste lo hubiese recibido. (I, pp. 264-265); (Floresta, I, V, 11 [12]).
36. El ojo en la mano (verso). “En un motín recibió”. Le sacaron un ojo y lo llevó en la mano al doctor preguntando que si lo perdería. El médico le aseguró que no, puesto que lo llevaba en la mano. (I, p. 265); (Floresta, IV, VII, 8).
37. Dos sobrescritos. A don N. Velasco escribieron: D. Haber asco. A doña Ana de Meneses: doña Ana de Mil meses. (I, p. 265); (Floresta, VI, V, 2 [Velasco]; VI, V, 5 [Meneses]).
38. La pobreza de un rico. La renta del caballero es “para matar de hambre una casa aunque tenga cien personas”, según un criado. (I, p. 267); (Floresta, VII, VII, 7).
39. El cabrito soltero. El cabrito aún no tiene cuernos…, porque no es casado. (I, p. 268); (Floresta, V, IV, 14).
40. El guía de la danza. Un Corpus Cristo bebió un danzante más de la cuenta, y se durmió. Despertó al día siguiente preguntando dónde iba la danza. (I, p. 268); (Floresta, VI, VIII, 33).
41. Previsión de un ajusticiado. A punto de ser ahorcado, sopló la espuma del vino por ser mala para los riñones. (I, p. 268-269); (Floresta, IV, VI, 5).
42. Lo que es gollería en una venta. Preguntando por cama, le señalaron el suelo; preguntando por una piedra de cabecera, le pareció al ventero que era pedir gollerías. (I, p. 273); (Floresta, IX, III, 7).
43. Pensamiento. La esperanza del casado está en enviudar. (I, p. 274); (Floresta, VI, IV, 18).
44. El pobre y los ladrones. No teniendo nada, les dijo a los ladrones que buscasen a ver si hallaban de noche lo que él no encontraba de día. (I, pp. 274-275); (Floresta, IV, V, 7).
45. El perdón por delante. Perdonaría a quien matase a su marido. (I, p. 274); (Floresta, IX, I, 20).
46. Los rábanos. Le pusieron rábanos al sentarse en la mesa; dijo que en su tierra los ponían al final. “Aquí también”, le informaron. (I, p. 277); (Floresta, VI, VIII, 3).
47. La berza y la caldera. Uno dice que vio una berza tan grande que bajo ella sesteaban varias cuadrillas de segadores. El otro dice que vio hacer una caldera en la que trabajaban cien jornaleros, “y uno á otro no se oian los martillazos”: la hacían para cocer la berza. (I, p. 285); (Floresta, X, 34).
48. La mujer de Sócrates. Sócrates salió a la calle huyendo del mal genio de su mujer. Esta le echó las aguas de desecho a la cabeza (“Y no era el agua de rosas / sino es agua de otra cosa”), a lo que exclamó el filósofo: “Ya sabía yo (…) que toda la tormenta pararía en agua”. (I, pp. 291-292); (Floresta, III, I, 14).
49. El estudiante haciendo huevos. Donde hay dos huevos, el hijo estudiante demuestra a su padre que hay tres. El padre manda a la madre que fría uno para ella, otro para él, y el tercero para el hijo. (I, pp. 306-306); (Floresta, IV, VIII, 14).
50. Parir por obedecer. La reina, madre de Luis XIV, expresó a una dama su deseo de que diese a luz en ese mes. La dama llegó a casa y mandó presentarse al comadrón para dar gusto a la reina. (II, p. 8); (Recuerda la Floresta, IX, I, 15).
51. La comida parca. Siendo día de abstinencia, dijo a los invitados que sólo tenía huevos para darles. La consolaron diciendo que con sólo huevos se podían hacer ricos platos. Dijo que mandaría dar a cada uno un huevo para hacer con él todos los platos que les apeteciera. (II, p. 39); (Floresta, VI, VIII, 13).
52. El alguacil apaleado. La esposa le dio palos al alguacil que quería llevarse a su marido. El alguacil se quejó al juez, queriendo hacerle ver que en realidad le había afrentado al propio juez, ya que a él representaba. Sentenció: “pues si á mí se hizo, yo se la perdono”. (II, p. 43); (Floresta, II, II, 53).
53. El estofado sabroso. Pidió carne estofada como la de hacía ocho días. Un muchacho exclamó: “Caro costaría si cada semana se nos hubiese de morir un rocín”. (II, pp. 43-44); (Floresta, XI, VI, 9).
54. Ventajas de la vejez. Ve más (cada cosa que ve le parece dos), puede más (al apearse de la mula, arrastra la silla tras sí), manda más (manda diez veces una cosa y no la hacen ni una). (II, p. 44); (Floresta, XI, VII, 8).
55. El viejo y el espejo. Viéndose su vieja cara en el espejo, dijo que los espejos de ahora no eran como los de antaño, que le “hacían un rostro que era alegría verlo”. (II, p. 44); (Floresta, XI, VII, 11).
56. Verdad amarga. La vieja pregunta al moribundo que si la conoce. Responde que sí, que es la “mayor zurdidora de voluntades que hay en el pueblo”. Le recuerda que no es tiempo de burlas. Responde que por eso lo dice. (II, p. 45); (Floresta, XI, VIII, 6).
57. Las cuatro PP. Pedro Pascual, Primer Presidente, según puso un lisonjero al presidente de una Audiencia de Indias. Alguien interpretó: “Pobre, Pretendiente, Prepara Paciencia”. (II, pp. 55- 56); (Cf. Floresta, III, VI, 7).
58. Un buen cura. No tendría tapizadas las paredes; pero sí tenía vestidos a dos pobres. (II, p.
63); (Floresta, I, V, 12 [13]).
59. Marido egoísta. Moribundo el marido, la esposa suplicó a Dios que trocara su destino con el del marido para que éste pudiese cuidar a los hijos. El hombre pidió a la esposa que siguiese rogando, que él estaba de acuerdo. (II, p. 66); (Floresta, XI, VIII, 2).
60. La sed de vino. El enfermo necesitaba beber; pero sólo quería vino. Los médicos pretendieron engañarle: darle un vaso de vino y seguidamente agua. El enfermo bebió el vino y nada más: “Ya no hay sed”. (II, p. 66); (Floresta, XI, VIII, 8).
61. Maese Pasquín. El Papa Adriano VI quería echar en el Tíber la estatua de Pasquín, que hablaba mucho en su nombre. El duque de Sesa le aconsejó que no lo hiciese para que no se convirtiera en rana que cantase de noche. (II, p. 67); (Floresta, I, I, 5).
62. Caridad verdadera no quiere interés. Pidió limosna por amor de Dios, prometiendo rogar al Eterno por él. El dadivoso soldado le aconsejó que pidiese por él mismo, porque él no daba “dinero á usura”. (II, p. 80); (Floresta, V, V, 6).
63. El mayorazgo gracioso. El hermano rico dijo al pobre, por reírse de él, que le caía bien un vestido pardo; le replicó que mejor le caería uno de luto. (II, p. 80); (Floresta, VII, I, 20 [21]).
64. Buena cuenta. “—Cuántos mulos tiene tu padre?”. Contestaba que cinco, “con cuatro que se le habían muerto”. (II, p. 82); (Floresta, V, I, 19).
65. Chaquetas de machos. El vizcaíno que no recordaba el nombre de la calle (Albarderos) preguntaba por aquélla en que hacían “chaquetas á machos”. (II, p. 82); (Floresta, V, I, 17).
66. Hombre alfiler. El ocurrente decía que si se perdía cierto hombre delgado que lo buscasen después de llover, que lo encontrarían “como alfiler entre piedras”. (II, p. 85); (Floresta, VIII, II, 11).
67. Hombre escondido en el sombrero. Se adelantó un caballero extremadamente bajo. Sus acompañantes preguntaron en el camino si había pasado por allí un hombre “así y así”. Les contestó que no, que sólo había pasado un caballo con un “sombrero sobre el arzón y unas botas colgadas de la silla”. (II, pp. 85-86); (Floresta, VIII, II, 9).
68. Hacanea futura. La reina Isabel pidió una jaca de determinadas características para salir aquella misma tarde. No hallándola el caballero trajo una yegua y un caballo, porque con ellos podría tener todas las jacas que quisiera. (II, pp. 99-100); (Floresta, II, I, 14).
69. Venganza de un loco. El loco golpeó al perro que le había mordido: “Quien tiene enemigos, no ha de dormir descuidado”. (II, p. 101); (Floresta, VI, III, 4).
70. La vida a cuenta de agua. Le quedaban dos horas de vida, y no le querían dar agua. Pidió que le dieran las dos horas en agua. (II, p. 101); (Floresta, XI, VIII, 9).
71. Interpretación. Preguntó una vieja si saldría de la enfermedad. “Iréis, madre, al caer de la hoja”. “A la de mi naranjo me atengo, que nunca la pierde”. (II, p. 105); (Floresta, XI, VII, 7).
72. Albardas por alabardas. Necesitaba 24 alabardas, que mandó pedir al conde de Fuentes, en Milán. El secretario escribió albardas, y el propio marqués de Almazán, gobernador de Cataluña, lo firmó sin leer. Cuando llegaron las albardas, el marqués se sintió tan culpable como el secretario, y por ello repartió con él las albardas, “que bien merecemos llevarlas”. (II, p. 106); (Floresta, VII, I, 27).
73. Lluvia de albardas (verso). “No hable, dijo, á rey ni Roque”. El ministro dice al padre Melo que nunca le tocará mitra; le contesta que si una sola albarda cayera del cielo, sería para él. (II, p. 119); (Cf. Floresta, I, VI, 12).
74. Conejos latinos. Le piden que no hable durante la caza para no espantar a los conejos. Cuando los ve lo hace en latín pensando que no entenderían esa lengua. (II, p. 124); (Floresta, IV, VIII, 7).
75. Agudeza de un niño. Como se olvidaron de dar carne al niño, éste pidió sal para recordarlo sutilmente: “Para echarla en la carne que me va V. á dar, si está sosa”, explicó. (II, p. 132); (Floresta, XI, VI, 3).
76. Prudencia en la mujer. La joven casada propuso al tonto que la cortejaba que hablase con su marido, pues a él debía obediencia. (II, p. 143); (Floresta, XI, I, 1).
77. El tonto conocido. Le encomienda al hijo casado por poderes que no hable en su presentación; pero se da por aludido cuando hablan de necios, y pide hablar, ya que le han conocido. (II, p. 144); (Floresta, VI, IV, 2).
78. Los novísimos. Miguel Ángel pintó a un cardenal a quien “tenía la mayor ojeriza” en el cuadro de los Novísimos, que representaba el infierno. El prelado se quejó a Su Santidad, reclamando un severo castigo; pero el Papa dijo que si le hubiese puesto en el purgatorio, podría sacarlo de allí; pero del infierno, imposible. (II, pp. 173-174); (Floresta, I, I, 3).
79. Utilidad de los médicos. Según el Papa Alejandro VI, los médicos deben existir para evitar el crecimiento desmesurado de la población. (II, p. 178); (Floresta, I, I, 1).
80. Estados en banasta. Carlos V rehusaba ver a cierto duque que tenía algunas posesiones en la frontera portuguesa. El bufón le dijo al rey que no enojase al tal duque, porque era capaz “de coger en una esportilla todos sus estados y pasarse con ellos á Portugal” si se enojaba. (II, pp. 178-179); (Floresta, II, V, 1).
81. Cálculo exacto. Ante un gran montón de tierra que se había acumulado en tiempos del rey Almanzor en Córdoba, por motivos simbólicos de tributación, el rey preguntó a Pedro de Ayala cuántas espuertas creía que había allí. El gracioso cortesano sostuvo que si se hacía una espuerta “en que quepa la mitad, habrá precisamente dos; y si cabe toda, una”. (II, p. 179); (Floresta, II, V, 11).
82. Criado ligero. Envía al criado a Madrid para que traiga buena comida y músicos para agasajar a sus invitadas. A cada rato va imaginando por dónde llegará su diligente criado; cuando piensa que ha pasado el tiempo suficiente como para que el criado haya ido y vuelto de Madrid, éste se presenta diciendo que está buscando la brida del caballo para partir inmediatamente. (II, pp. 179-180); (Floresta, II, VI, 16).
83. Derechos del verdugo. Azotó a su paje por ciertas faltas. Cuando terminó, le dijo que tomase sus vestidos y se vistiera; pero el paje los negó arguyendo que los vestidos siempre son del verdugo. (II, p. 180); (Floresta, II, VI, 2).
84. Diente maduro. Se le cayó el último diente por comer una breva madura; pero más maduro estaría el diente. (II, p. 181); (Floresta, III, I, 20).
85. La suerte. Un paje ve cómo el caballo en que va el rey para en medio del riachuelo a evacuar, y observa que el arroyo aumenta su caudal: exclama insinuante que el caballo es como el amo, que da a quien más tiene. El rey le contesta que las mercedes reales no sólo se logran por diligencia, sino por ventura. Le mostró dos arcas cerradas, una de oro y otra de plomo y dijo que le daría la que escogiese: casualmente escogió la de plomo. (II, p. 183); (Cf. Floresta, II, II, 71).
86. Viaje á la luna (verso). “Riñeron dos andaluces”. Exageración de un andaluz que amenaza con lanzar al otro tan alto que cuando caiga llegará hambriento por el tiempo que estará en el aire. (II, p. 184); (Floresta, IX, II, 3).
87. El valiente segundo. Una empresa arriesgada era posible si se sacrificaban diez hombres, opinó un centurión. Metelo quiso saber si el centurión estaba dispuesto a ir a esa misión; éste replicó que sería el segundo, tras el propio Metelo. (II, pp. 192- 193); (Floresta, II, III, 15).
88. La nariz barricada. Anécdota referida tanto a Quevedo como al emperador Rodulfo. Dice que no puede pasar por calle angosta, porque la nariz del emperador (o Quevedo) le interrumpe el paso: el narigudo, doblando la nariz hacia un lado con la mano, concede: “—Pasa, hijo, pasa”. (II, pp. 212- 213); (Floresta, VII, VIII, 1).
89. Cumplimiento de loco. Le dijeron a un loco que quitase la gorra cuando pasa un caballero. El loco quitó la gorra al caballero; pero le dijeron que así no. Cuando le ensañaron, reconoció: “Eso sería quitármela yo á mí”. (II, p. 214); (Floresta, VI, III, 12).
90. Los sesos del gallego. El cirujano dijo que la bala le había entrado al gallego por los sesos; pero aquel negó tal hecho, pues no tenía seso: de tenerlo no habría ido a la guerra”. (II, p. 215); (Floresta, VI, III, 9).
91. Enfermedad de aprensión. El médico reconoció que el único mal que aquejaba al enfermo era aprensión. Comía bien y dormía bien: le recetaría una medicina con que perder aquello. (II, pp. 215-216); (Floresta, IV, VII, 1).
92. El empleo vacante. Un criado del cardenal D. Pedro González pidió a su señor un cargo que estaba vacante; éste se excusó con que ya estaba dado, pero le prometió el próximo. El criado dudó de que hubiese algo que pudiese vacar antes que él o su señor (ambos tenían ochenta años). (II, p. 216); (Floresta, I, II, 10).
93. Dicho de Enrique IV. Propusieron los cortesanos al monarca que vistiese mejores galas que el pueblo; repuso que “un rey no debe llevar ventaja á sus súbditos en el traje, sino en las virtudes”. (II, p. 217); (Floresta, II, I, 17).
94. El bien y el mal. El orgulloso conde preguntó al criado qué se comentaba de él en la corte; como le contestó que nada, le azotó y le dio cincuenta duros, con el encargo de que regresase a ella y contase de él cosas buenas y malas. (II, pp. 222- 223); (Floresta, II, II, 9).
95. Tres frailes obispos. Preguntaron los Reyes Católicos a Fr. Francisco Jiménez de Cisneros, arzobispo de Toledo, qué le parecía la provisión de los obispados de Burgos y Palencia en Fr. Pascual y en Fr. Diego de Daza, a lo que contestó que habían jugado los reyes al triunfo y habían salido frailes. (II, p. 223); (Floresta, I, VI, 15).
96. La paga de la infidelidad. El alcaide de Atienza dio la tenencia (que tenía por el infante D. Enrique) al rey D. Juan II. El alcaide de Santorcaz defendía más tarde la suya. El de Atienza recordó al rey que aquella postura era distinta a la que él había tenido; el rey le aseguró que, por eso, confiaría mejor sus fortalezas “á sus hijos que á los vuestros”. (II, pp. 223-224); (Floresta, II, I, 18).
97. Los seis capones. Debía entregar seis capones, pero se quedó con dos; por eso recibió el encargo de que diese las gracias en su nombre por los cuatro y que por los otros dos las diese él. (II, p. 224); (Floresta, I, IV, 3).
98. Una consulta oportuna. Un mayordomo poco avisado tenía la orden de no tomar decisiones importantes sin consultar. Cuando el señor estaba en Barcelona, le llegó una carta del mayordomo, desde Madrid, donde se pedía opinión sobre la curación del caballo árabe. Evidentemente, cuando llegó la respuesta de vuelta el caballo ya había muerto. (II, pp. 224-225); (Floresta, I, V, 4).
99. Fernando el Católico en Zamora. El rey don Fernando respetó los bienes del rey D. Alonso de Portugal, que habían quedado en la rendida ciudad de Zamora. Le hicieron observar que el de Portugal no había actuado con respecto a los bienes tomados en la guerra como él; a lo que repuso que alguna diferencia había de haber. (II, p. 225); (Floresta, II, I, 3).
100. El obispo y el pastor. El obispo se entretuvo hablando con un pastor al que preguntó por qué los pastores actuales “no merecen ser patriarcas, ni profetas…”. El rústico aseguró que algo parecido ocurría con los obispos, pues antes, cuando uno moría, tañían solas las campanas, y actualmente “ni tirando de ellas con mucha fuerza”. (II, pp. 225- 226); (Floresta, I, IV, 1).
101. Una reforma. El mayordomo propuso al arzobispo D. Pedro Carrillo que despidiese gente de su servicio, porque tenían más gastos que rentas; hizo dos listas, una con el nombre de los que no podían prescindir, y otra de los que sí: el arzobispo no despidió a los de la primera porque los necesitaba ni a los de la segunda porque le necesitaban. (II, pp. 242-243); (Floresta, I, III, 2).
102. Fortaleza sin barbacana. El alcaide iba sin afeitar, con la barba cana, a comunicar a su señor que había perdido la fortaleza. Le preguntó cómo había perdido la fortaleza conservando la barbacana. II, p. 244); (Floresta, II, II, 10).
103. El geroglífico. Un jeroglífico, billete de amor [que contenía un dibujo de una espuerta pequeña GA DO el nombre], debía entenderse como “es por ti llagado Fulano de Tal” le advirtieron que el diminutivo de espuerta podía ser también en –ica, pero no comprendió la diferencia. (II, p. 245); (Floresta, II, II, 19).
104. Las redes y la fortuna. El temeroso alcaide de Buitrago notificó a su señor, D. Íñigo, duque del Infantazgo, que la fortaleza se había quemado totalmente. No le importó al noble, porque se habían salvado las redes para los venados. (II, pp. 247- 248); (Floresta, II, II, 51).
105. El rey en la escalera. D. Alonso de Aguilar invitó al rey D. Fernando el Católico a su recién construida fortaleza de Montilla; disculpó la estrechez de la escalera porque nunca pensó “tener tan ancho huésped”. (II, p. 248); (Floresta, II, II, 15).
106. El paje y las moscas. D. Diego de Mendoza debía espantar las moscas mientras comía la reina Católica, y la emprendió con los dos maestresalas (excesivamente pequeños). (II, p. 248); (Floresta, II, II, 33).
107. La nube de tratamientos. Un colono fue a hablar con el Condestable de Castilla y, como no sabía el tratamiento que debía utilizar, le habló utilizando uno distinto a cada paso. (II, pp. 248-249); (Floresta, II, II, 49).
108. Los cuatro gustos. Placeres de la reina Católica: “Hombres de armas en campo, obispo puesto de pontificial, damas en estrado y ladrones en la horca”. (II, p. 250); (Floresta, II, I, 12).
109. El embaucador. Se presentó en el pueblo con la pretensión de terminar con el insecto que estaba exterminando los viñedos. Fue recibido con gran algazara y agasajo. Su tratamiento consistía en escribir un conjuro en un papel que no se podía abrir hasta el día décimo. El octavo desapareció con los bienes ofrecidos, el décimo leyeron el conjuro: “Comed cucos poco á poco, / Que lo mismo estoy yo haciendo / Con este concejo loco”. (II, pp. 253-254); (Floresta, IX, I, 2).
110. Todos somos uno. Un albéitar que había curado un caballo rechazó la retribución que le ofrecía el médico, pues no llevaba interés con la gente de su oficio. (II, pp. 256-257); (Floresta, IV, VII, 9).
111. Los tres cordonazos. Palabras desafiantes del cardenal Cisneros, como réplica a las de la misma índole que lanza el rey de Francia para que España entregue Perpiñán. (II, p. 256); (Floresta, I, II, 4).
112. Ahorcado y loco. Unos muchachos balanceaban a un ahorcado. El sacristán les dijo que lo dejasen en paz, que lo iban a volver loco. (II, p. 257); (Floresta, IX, I, 5).
113. Herodes y el labrador. El labrador persiguió a los niños que le habían molestado mientras buscaba a Herodes para que le vengase. (II, pp. 263- 264); (Floresta, XI, VI, 1).
114. La mujer del cocinero. El cocinero del obispo visitó a su mujer, con la que cumplió cuatro veces (tres por encargo del maestresala, el mayordomo y el veedor, que se lo encargaron burlonamente); cuando terminó, la mujer le preguntó si el obispo no tenía más criados. (II, pp. 264-265); (Floresta, XI, III, 20 [24]).
115. Cara de judío. Pasando por delante de la casa de un cristiano nuevo, el hijo le dijo al padre que le mostrase un judío; éste le mostró aquél por cuya casa pasaban. El niño observó: “Verlo á él y verlo á su mercé todo es uno”. (II, p. 265); (Floresta, XI, VI, 6).
116. La hidalguía antigua. El forastero que se daba de hidalgo, recibió la respuesta del sastre al que preguntó qué era hidalgo: “Ser hidalgo es vivir á cincuenta leguas de los que lo conocen á uno”. (II, p. 266); (Floresta, V, III, 11).
117. Los feos a pares. Un caballero feo convidó a comer a un forastero. Cuando el anfitrión le presentó a su feísima mujer, se sorprendió y explicó: “Hubiera jurado que era vuestra hermana”. (II, pp. 269-270); (Floresta, XI, IV, 10 [9]).
118. Marido matemático. La mujer hermosa, sin hijos, alababa al marido, hablando excelencias en todas las ciencias; incluso en matemáticas sería bueno si supiese “multiplicar”. (II, p. 271); (Floresta, XI, II, 13).
119. La suegra. Prueba el retrato de la suegra, hecho con azúcar, y asegura que “con todo amarga”. (II, p. 277); (Floresta, XI, II, 8).
120. Píldoras verdes. El vizcaíno no tomó las píldoras, ya que le supieron amargas, porque estaban verdes: no habían madurado, supuso. (II, pp. 286-287); (Floresta, V, I, 5).
121. El mal camino. Cuando el hijo cuenta que le cuesta seguir a su amo cuando van por buenos caminos, la madre le desea que Dios le depare siempre malos caminos y carreras. (II, p. 287); (Floresta, V, I, 8).
122. Un maravedí. El pobre convence al caballero de que es su hermano (hijos de Adán y Eva) y de que debe socorrerle: al pobre le parece poco el maravedí que le da “su hermano”; pero el caballero le hace ver que si cada hermano le diese un maravedí sería rico. (II, pp. 288-289); (Floresta, V, V, 8).
123. La dicha de morir. El capuchino reconoce que las alhajas que le está enseñando el rey serían inmejorables “si no hubiéramos de morir”. A lo que contesta el soberano que si fuéramos inmortales, él no sería rey. (II, p. 288); (Floresta, V, VI, 3).
124. Una versión de etcétera. El leñador pedía más de los seis reales por cada haz de leña; el procurador le ofreció seis y etcétera. Estuvo de acuerdo; pero cuando quiso cobrar y vio que le daba los seis sólo, pidió el etcétera: el procurador le explicó que el etcétera era “la obligación de subirla” hasta la casa. (II, pp. 288-289); (Floresta, V, IV, 2).
125. Las perdices malas. Huele bajo la cola de las perdices que ha traído el criado, y dice que huelen mal. El criado asegura que hasta él también huele mal ahí. (II, pp. 301-302); (Floresta, V, I, 10).
126. Las curanderas. Un vicario comenzó a juzgar a unas pobres mujeres, porque decían que curaban con palabras supersticiosas. Ellas confirmaron que curaban y cantaban. Cantaban: “La Virgen lavaba…”. Curaban “lienzos y telas para camisas”. (II, pp. 305-306); (Floresta, IV, IV, 5).
127. Efectos de la mentira. El forastero coincidió en preguntar a la misma persona a la que andaba buscando. Por gastar una broma al forastero, ante muchos caballeros, dijo que el individuo que buscaba había sido ahorcado por ladrón. El forastero ya dio rienda suelta a sus pensamientos: se lamentó, pues además de “haber sido desgraciado en el matrimonio” había sido ladrón. (II, p. 306); (Floresta, X, 23).
128. La mudanza de casa. Volviendo de improviso, halló que unos ladrones cargaban sus muebles. Los siguió y, cuando fue descubierto e interrogado, dio a conocer que él era el dueño de aquellos muebles, y quería saber dónde se mudaba. (II, pp. 306- 307); (Floresta, IV, V, 4).
129. El llanto sin el difunto. Los ladrones, sorprendidos sacando arcas y ropa de la casa, explicaron que se había muerto un hombre y hacían mudanza. Les preguntó que por qué no lloraban en aquella casa; contestaron que mañana lo harían. (II, p. 307); (Floresta, IV, V, 9).
130. La burra perdida. Llegó lamentándose a la venta por haber perdido la burra, pero asegurando que ya sabía lo que tenía que hacer. Temiendo una imprudencia, juntaron diez duros y se los dieron, preguntándole qué habría hecho: “Vender la albarda”. (II, pp. 307-308); (Floresta, V, IV, 4).
131. El sacamuelas. El andaluz asegura que quien le derribó los dientes cayó a sus pies (una piedra). (II, p. 308); (Floresta, IX, II, 5).
132. Los caballos riendo. Unos caballeros le cortaron la cola al caballo del bufón del rey Católico; como lo vio, él correspondió cortando los hocicos de los caballos de los cortesanos. Ellos se mofaron del caballo sin cola, pero el bufón observó que de eso se reían los suyos, que iban enseñando los dientes. (II, p. 309); (Floresta, II, V, 12).
133. La capilla del paje. Observó que un paje de los caballeros invitados iba guardando comida en la capa; por eso dijo que si hiciese testamento le gustaría que le enterrasen en la capilla del paje en cuestión; le advirtieron que mal podía tener sepultura aquel paje, cuanto menos capilla; se corrigió pícaramente: “Quise decir en la de su capa”. (II, pp. 310-311); (Floresta, II, V, 15).
134. Caer de un castaño. Le comunica que su padre ha muerto al caer de un castaño. Cuenta a sus amigos que un caballo castaño ha estrellado a su padre. (II, 311-312); (Floresta, III, VI, 8).
135. Nada entre dos... Dicen del hombre pequeño con sombrero grande que si tuviese otro sombrero igual sería ”nada entre dos sombreros”. (III, p. 10); (Floresta, II, V, 14).
136. La ciudad de Cosmografía. El extranjero dice que ha estado a vista de aquella ciudad, aunque no ha entrado en ella por llevar prisa y ser de escasa importancia. (III, p. 10); (Floresta, X, 35).
137. Industria de un patán. Para llevar el fuego en la mano se pone ceniza en ella. (III, p. 11); (Floresta, IV, II, 10).
138. Un filarmónico. Le dice al alabardero que tocaba la guitarra que hace buenos puntos, pero que los da mejor en las albardas. (III, p. 15); (Floresta, V, III, 5).
139. Conmutación de pena. El condenado a ser hecho cuartos propone que mejor le hagan reales de plata. (III, p. 15); (Floresta, IV, VI, 10).
140. El saludo del rey. Al rey Católico le dice el cardenal D. Pedro González que en aquel pueblo tienen la costumbre de nombrar un rey cada día. Cuando se acerca la comitiva encabezada por el rey de turno, el verdadero monarca “se le quitó la gorra saludándolo”, a lo que el labrador, soberano eventual, se santiguó exclamando: “A gorra de rey, bendición de Santo Padre”. (III, pp. 15-16); (Floresta, II, I, 1).
141. El marido y la carne. El marido lleva una mala cabeza de carnero a casa, la mujer señala que como él es, lleva la carne. (III, p. 16); (Floresta, X, 25).
142. El destierro. Un judío desterrado desde España a Marsella le confiesa a otro que ya estaba allí que iba expatriado por la muerte de uno, el otro dice que todos se han ido por la misma muerte. (III, pp. 16-17); (Floresta, VII, III, 11).
143. El pariente del rey. Dice el criado del caballero portugués llegado a España que su señor no es caballero ni hidalgo ni hombre, sino pariente del rey de Portugal. (III, p. 17); (Floresta, X, 18).
144. Los puercos hermosos. El joven que va a comprar un puerco a casa de un vecino ve una hermosa joven en ella. Su requiebro es que si los cerdos se parecen a ella, “hermosos puercos son”. Ella replica que es él quien se parece a ellos. (III, p. 17); (Floresta, IX, I, 18).
145. El ladrón escrupuloso. Repartía lo robado con la víctima, pero como se trataba de siete monedas no sabía como hacer la repartición. La víctima dice que se quede con cuatro, el ladrón objeta: “Con lo mío me haga Dios merced, que lo de los otros no lo quiero”. (III, pp. 17-18); (Floresta, IV, V, 1).
146. Una mujer flaca (verso). “Yacen en tal sepultura” los huesos de mujer a los que les faltó “cobertura” (había sido muy delgada). (III, p. 18); (Floresta, VIII, V, 3).
147. Las orejas fuera de su lugar. El verdugo no encuentra las orejas del condenado a quien debe cortarlas. El penado dice que no está obligado a hacérselas nuevas cada día. (III, p. 18); (Floresta, IV, VI, 12).
148. El criado rey. El criado dice que sueña que es rey y que estaría dispuesto a dar al amo cien ducados. El amo se enfada y le golpea, por lo que el criado se arrepiente de dar su “hacienda”. (III, p. 19); (Floresta, II, VI, 3).
149. Los puntos de los zapatos. El zapatero que le va a hacer unos le pregunta que cuántos puntos calza, él descose un zapato y los cuenta. (III, p. 19); (Floresta, IV, II, 11).
150. La paz en casa. Cayó en un lodazal en medio de la calle, y no quiso que lo levantasen, puesto que allí estaba mejor que en casa. (III, p. 21); (Floresta, VII, I, 17 [18]).
151. Apetito de plebeyo y de hidalgo. El segundo le dice al primero que para comer lo mejor es ser hidalgo. (III, p. 22); (Floresta, VII, III, 6).
152. La cara remendada. El sastre piensa que es mejor hacer nueva la cara acuchillada del capitán llegado de la guerra de Marruecos que remendarla. (III, p. 23); (Floresta, X, 7).
153. El vado de los anades. Un pastor le dice a un caballero que hay quien pasa el río por aquel lugar. Cuando el caballero lo franquea con gran trabajo y riesgo, el pastor aclara que por allí lo cruzan sus ánades y los de su vecino. (III, pp. 23-24); (Floresta, IX, III, 9).
154. El cambio de las mulas. El portugués y el español intercambian sus mulas. Una vez hecho el canje, el español se quiere burlar descubriendo todas las tachas de su antigua caballería, entre otras que es tuerta. El portugués dice que entonces es mejor que la que fue suya, que es ciega. (III, p. 24); (Floresta, VII, I, 1).
155. Aplicación pronta. El padre le dejó tres valiosos halcones en herencia: uno para pagar deudas, otro para el bien de su alma y el tercero para el propio hijo. Cuando se le escapó uno, el heredero dijo que ese fuese por el alma del padre. (III, p. 28); (Floresta, VII, I, 24 [25]).
156. Buen embajador. El conde de Cifuentes quitó la silla que habían colocado para el rey de Francia con el fin de poner la de su Rey. Como le reprendió el obispo D. Pablo para evitar escándalos, arguyó que obraba como caballero, que él lo hiciese como letrado. (III, pp. 28-29); (Floresta, II, II, 30).
157. Españoles y franceses. El Gran Capitán escogió doce españoles para luchar contra otros tantos franceses; antes de acabar el combate, todos fueron dados por buenos. Enterado el Gran Capitán de que fueron dados por buenos, objetó que por mejores los había enviado. (III, p. 29); (Floresta, II, II, 27).
158. Valentones. Exageraciones: si el mundo tuviese asas lo levantaría. Si te lanzo a lo alto morirías de hambre antes de caer. Si se cayese el cielo lo sostendríamos con las manos. (III, pp. 29-30); (Floresta, IX, II, 1-3).
159. La reina y el ajo. “Venía el villano vestido de verde”, dice la reina Isabel la Católica al ver un aborrecido ajo entre perejil. (III, p. 30); (Floresta, II, I, 11).
160. Mujer avisada. Se fue a América por no poder pagar el asno que compró y se le murió. Cuando volvió muy rico, la mujer le dijo que lo hiciese en secreto para que no le metiesen en la cárcel, pues el dueño del asno aún vivía y tal vez no podía pagar el pollino con todo su dinero. (III, pp. 34-35); (Floresta, IX, IV, 12).
161. So... borrico. Dice al capitán que pare el barco para vomitar. (III, p. 43); (Floresta, IX, IV, 3).
162. Apuesta difícil. Para correr en igualdad de condiciones, el gordo propone que el otro lleve una carga que compense su peso; el flaco, que el otro se quite carne. Deciden esperar a que uno adelgace o a que el otro engorde. (III, pp. 43-44); (Floresta, VIII, IV, 9).
163. El damasco. Buscando tal producto, entró en una tienda regida por una mujer guapa y su feo marido, le dijo a éste que si ella era la dama, él debía de ser el asco. (III, pp. 44-45); (Floresta, III, I, 13).
164. El perro pintado. Le dice al artista que el perro pintado no ladra, alega que es “la hora de comer, y tendrá algún hueso en la boca”. (III, p. 47); (Floresta, V, III, 6).
165. El traga tierra. Dilapidó todas las fincas que heredó: alguien dijo de él que a diferencia de todos, que son tragados por la tierra, él se tragó cien fanegas. (III, p. 54); (Floresta, VI, VIII, 1).
166. ¡Qué miedo! El portugués teme mirarse al espejo armado, pues él mismo se da espanto. (III, p. 60); (Floresta, IX, II, 7).
167. Utilidad de un Prado. Le piden a la mujer, que se apellidaba Prado, que tome el apellido de su marido, un necio abogado. Ella dice que no, pues podría necesitarlo alguna vez para dar de comer a su marido. (III, pp. 61-62); (Floresta, III, V, 9).
168. Cabeza de músico. Le puso a su amo una cabeza de cabrito sin sesos, por haberlos comido, diciendo que carecía de ellos por ser músico. (III, p. 62); (Floresta, II, VI, 15).
169. Vista de lince. Como ama a una mujer fea, el chusco dice que goza de buena vista, porque sólo quien puede ver a mujer fea la tiene. (III, pp. 62- 63); (Floresta, XI, IV, 9 [8]).
170. Donde las dan las toman. Cansado de su bella esposa, intentó ofenderla un día preguntando cuánta paja encerraba su padre. Contestó que antes de casarse ella encerraba trescientas cargas, desde su boda cuatrocientas... porque “en aquel día se le aumentó una bestia”. (III, p. 63); (Floresta, VII, VI, 9).
171. Oficio delicado. Un alcalde enviaba informes al gobernador de la mala cosecha que se esperaba, así como de la subsiguiente muerte de bestias por falta de alimento; seguidamente venía el saludo: “Dios guarde la vida de V. S. muchos años”. (III, p. 63); (Floresta, VII, VI, 4).
172. El saludo. El ayo le dice al discípulo que debe ser cortés con las visitas, debe interesarse por la salud de sus mujeres e hijos. En ese momento entró el arzobispo y el joven le preguntó por su esposa e hijos. (III, pp. 63-64); (Floresta, IX, I, 14).
173. Sobrescrito. Francisco I de Francia envió un escrito a Garcilaso de la Vega, embajador de Roma por Carlos V; en el sobrescrito puso: “Al embajador de los reyes y rey de los embajadores, Garci- Laso de la Vega”. (III, p. 64); (Floresta, VI, V, 1).
174. La carga de leña. Al retirarle una carga de leña su señor, el bufón le escribió unos versos que hablaban de lo inhumano de hacerlo en Navidad. (III, pp. 64-65); (Floresta, II, V, 13).
175. Amor fundado. Está enamorado de su pobre, vieja, tonta y fea mujer porque “hace unas pecheras bordadas que es un consuelo”. (III, p. 65); (Floresta, IX, I, 11).
176. Hombre a peso. Sobre un hombre pequeño, pero guapo, decía una señora: “Para de oro es bastante bueno, de plata no vale gran cosa”. (III, p. 65); (Floresta, VIII, II, 15).
177. Heridas de amor. Dice a la joven disfrazada que la ha conocido porque sus llagas están derramando sangre. (III, pp. 65-66); (Floresta, VI, I, 3).
178. Poderes ruidosos. Yendo una comisión de nobles a preguntarle al cardenal D. Francisco Jiménez de Cisneros qué poderes le conferían tanta autoridad, les mostró la artillería que estaba dispuesta en la plaza. (III, pp. 66-67); (Floresta, I, II, 3).
179. Intrepidez. Le dan al capitán veinte hombres para tomar un reducto, dice que sólo llevará diez, porque es mejor que mueran once y no veintiuno. (III, p. 68); (Floresta, II, III, 12).
180. El amuleto. Llegó a la venta en el momento en que la ventera estaba de parto difícil: ofreció una oración milagrosa a cambio de comida y alojamiento. Escribió algo en un papel, y la ventera dio a luz seguidamente. A los pocos días la mujer del escribano estuvo de parto y el ventero ofreció su oración milagrosa; la mujer falleció en el parto. El escribano rasgó la tela que cubría el papel y leyó: “Coma yo perdices / y el mulo cebada, / y la mesonera / que para ó no para”. (III, pp. 68-69); (Cf. Floresta, IX, I, 1).
181. La nube de saetas. Si el enemigo cubre el sol con sus saetas, lucharán a la sombra. (III, p. 69); (Floresta, II, III, 14).
182. Dios o el diablo. El patán, asombrado de que la rueda del molino ande sola, la besa teniéndolo como un milagro de Dios; pero como le hiere en la boca, dice que es maleficio del diablo. (III, pp. 69-70); (Floresta, V, I, 22).
183. Boca guardada. Por su indigestión, el médico le dice que guarde la boca (que no coma): se arma y hace guardia en la habitación en posición de guardar el lugar, así lo halló el médico al siguiente día. (III, p. 72); (Floresta, V, I, 12).
184. Cumplimientos. Invitando el duque de Florencia al conde de Tendilla, el duque le ofrece un asiento principal al conde, que insiste machaconamente que aquel lugar le corresponde al anfitrión. El duque ordena a un criado que traiga las llaves de la casa y se las dé al conde, ya que manda allí. (III, pp. 72-73); (Floresta, II, II, 84).
185. La ventaja de ser gigante. El secretario propone al juez que contrate al alto mejor que al bajo, porque podrá acceder por las ventanas a las viviendas de los pleiteantes. (III, p. 89); (Floresta, VIII, III, 4).
186. Parentesco de afinidad. Explicación jocosa de algunos parentescos: yerno (ayer-no), nuera (no-era), suegro (su ogro), novio (no-vio), antenada (ante-nada), marido (mar-ido), esposa (es-posa o esposa «que sujeta»), cuñada (cuña-da). (III, pp. 89-90); (Sobre no vio, Floresta, XI, IV, 2).
187. El pulso en cabalgadura. El pulso anda despacio porque anda sobre asno, le dice el médico al enfermo impertinente. (III, p. 94); (Floresta, IV, VII, 7).
188. El examen de bufón. “El uno, señor, nada(...). El otro no-nada”, da su parecer el examinador de los dos aspirantes después de haberles preguntado en secreto si sabían nadar. (III, pp. 94-95); (Floresta, II, V, 17).
189. El reloj y el órgano. El labrador le dijo al caballero que en aquel pueblo no tenían reloj, pero sí un buen órgano. (III, p. 99); (Floresta, V, IV, 6).
190. El ciego y el tiple. Cuando un cantor castrado dijo que iba a ver las damas, el músico ciego de Carlos V, Antonio de Cabezón, indicó que él iría a ver una corrida de toros. (III, pp. 100-101); (Floresta, VIII, I, 12).
191. El juez tuerto. Siendo amonestado uno de los litigantes por el juez de paz tuerto, se lamentó porque le sentenciaría no de derecho, sino de tuerto. (III, p. 101); (Floresta, VIII, I, 8).
192. La salvación en la albarda. Acosados por un toro, uno se escondió bajo una albarda. Otro se burló después diciendo que “quiso morir con su hábito”. (III, pp. 101-102); (Floresta, VII, VI, 6).
193. El fin de la gloria humana. Saladino ordenó que en su entierro se proclamase que sólo se llevaba una mortaja. (III, p. 102); (Floresta, V, VI, 4).
194. El flamenco y el vino. La tabernera le pidió al flamenco por seis azumbres bebidos; él alegó que sólo había bebido cinco, los que le admitía su estómago; ella arguyó que uno más se le había subido a la cabeza, y le convenció. (III, pp. 102-103); (Floresta, VI, VIII, 31).
195. La bendición. El fraile invitado por un hermano dio la bendición en latín por lo que acababan de servir y por lo que le iban a servir. El hermano le dijo que bendijese únicamente por lo que había en la mesa. (III, p. 103); (Floresta, VI, VIII, 20).
196. El cebo de paja. Los curiosos se congregaron para contemplar un enorme sombrero de paja que llevaba un aldeano. Un clérigo se acercó preguntando si tenía allí algún amigo que le librase “de tantos animales como se han llegado á la paja”. (III, p. 103); (Floresta, VII, VI, 3).
197. El canónigo y el aldeano. El pequeño canónigo se negaba a que el dispuesto aldeano le acompañase a casa. Éste se picó e insinuó que tal vez se negaba para que no viese su desordenada casa; el canónigo aclaró que lo hacía para que no le culpasen de ir a pie llevando la cabalgadura. (III, pp. 103-104); (Floresta, VII, VI, 11).
198. El viejo y el joven. El joven le dice al viejo que no es propio de él cortejar; el viejo objeta que en su tierra es tenido por más mozo un hombre de cincuenta que un asno de quince. (III, p. 107); (Floresta, XI, VII, 22).
199. Música de arte. Una señorita le pide al estudiante que toque algo de arte con su guitarra: lo hace combinando unas palabras sin sentido en latín. (III, p. 114); (Floresta, IV, VIII, 1).
200. El tornadizo. Al obligarle a desdecirse de llamar a uno tornadizo: “Mentí en llamarle tornadizo, que nunca se tornó, pues tan moro es hoy como el primer día”. (III, p. 114); (Floresta, VII, III, 24).
201. El evangelio de San Juan. Llevaba un chuzo bajo la sotana un sacerdote familiar del cardenal don Pedro González de Mendoza: le reprende el cardenal por no ser propio de su estado llevar armas; explica que lo hace para defenderse de los perros, a lo que le replica que lo haga diciendo el evangelio. Objeta el cura que algunos perros no saben latín. (III, pp. 114-115); (Floresta, I, II, 9).
202. La risa provocativa. No entrarás por aquí, le dice el arriero al agua al acercarse al río. (III, p. 115); (Floresta, V, I, 18).
203. El Digesto viejo. El estudiante le pide al padre dinero para comprarse el Digesto viejo; el padre le envía el doble para que lo compre nuevo. (III, p. 115); (Floresta, IV, VIII, 10).
204. El pesquisidor. Leyó a los vecinos de determinado pueblo de Vizcaya una provisión de los Reyes de Castilla, de León, de Aragón, etc. se alarmaron al llegar a lo de etcétera, pues no sabían qué era. (III, pp. 115-116); (Floresta, V, I, 9).
205. El cielo estrellado. El criado dice que el cielo no está estrellado, sino pasado por agua. (III, pp. 117-118); (Floresta, III, IV, 1).
206. El canónigo y el fraile. El menudo canónigo toledano le dice al fraile tuerto que necesita un ojo, el fraile le contesta que mejor necesitaría dos para “ver cosa tan chica como vuesa merced”. (III, p. 118); (Floresta, III, III, 3).
207. El amigo y el servidor. Cuando el caballero le dice al conde que le tenga por amigo y servidor, éste dice que acompañará a los dos. (III, p. 118); (Variante de Floresta, III, IV, 2).
208. Encargos para el otro mundo. Al encargarle que le recomiende ante Dios, el bufón de Carlos V, D. Francés, en su lecho de muerte, le pide que le ate un hilo al dedo meñique para que no se le olvide. (III, pp. 118-119); (Floresta, II, V, 7).
209. La miel asada. La posadera les dice a los dos viajeros que sólo tiene dos paneles de miel: piden uno cocido y el otro asado. (III, p. 123); (Floresta, V, I, 13).
210. El queso ligero. Le pusieron una loncha de queso finísima para comer: se tapó la boca... para no echarla del plato con el aliento. (III, pp. 123- 124); (Floresta, IV, VIII, 5).
211. El robado y el capitán de ladrones. Cuando se quejó al capitán, éste replicó que los que le habían robado no eran de su compañía, pues de serlo le habrían robado hasta la capa y la chaqueta. (III, p. 124); (Floresta, II, III, 19).
212. Peras y perlas. Les ofrece a dos jóvenes una pera a cada una diciendo que si se añadiesen dos peras más podría ofrecerles peras. Añaden que si en vez de eso añadiesen una «l» podrían ser perlas. (III, p. 124); (Floresta, III, VI, 4).
213. Estudiante con Platón. Un burlón vio cómo le daban a uno con un gran plato en la cabeza, dijo que aquél sabía mucho porque tenía un Platón en la cabeza. (III, pp. 124-125); (Floresta, IV, VIII, 2).
214. Convite frío. En tal convite les sirvieron todo frío, menos el vino, que estaba caliente. (III, p. 125); (Floresta, VI, VIII, 19).
215. La rueca virgen. Le dice el labrador a la joven que viene por cera virgen que su hija puede que tenga rueca, dedal o aguja virgen, pero que de cera virgen no ha oído nunca. (III, p. 125); (Floresta, III, I, 6).
216. La dicha de ser quemada. Tan segura estaba de su matrimonio con D. Juan Quemada que se daba por quemada si no llegaba a él. Le correspondían diciendo que tendrían dulces si así se veía. (III, pp. 125-126); (Chiste diferente basado en el mismo apellido, Floresta, III, V, 13).
217. El clavo. Le explica a Felipe V que cada vez que le llama le gustaría ser clavo para “clavar la rueda de la fortuna y poder conservarme siempre en la gracia de V. M.”. (III, p. 126); (Floresta, III, VI, 1).
218. La recusación de un vicario. Cierto labrador pedía al cardenal don Francisco Jiménez de Cisneros que le nombrase un juez extraño para recusar al vicario de Alcalá, pero el cardenal insistía en que fuese su vicario quien juzgase el caso y preguntaba quién podía haber en Madrid o Guadalajara. El labrador repuso que si alguien de Torrelavega podía ser arzobispo de Toledo, bien podía haber en otras ciudades juez. (III, pp. 129-130); (Floresta, I, II, 2).
219. Error de nombre. Un soldado italiano dio en llamar a un codicioso capitán español apellidado Rivadeneira “señor capitán Robadenari”. (III, p. 131); (Floresta, II, III, 20).
220. La vista invasora. Ha visto muchas cosas en el Botánico: el canto del ruiseñor y el olor de las flores. (III, p. 131); (Floresta, II, VI, 4).
221. Consuelo de abuelo. El abuelo le dice al nieto al que acaba de conocer que le quiere por ser el enemigo de su enemigo. (III, pp. 131-132); (Floresta, II, II, 72).
222. La landre. El examinado explica que la landre ataca más en las ingles y sobacos porque es su costumbre. (III, p. 132); (Floresta, IV, VII, 15).
223. La medicina blanda. Para complacer a los parientes del enfermo que pedían algo para el paciente, el médico dijo que le pusieran dos colchones más. (III, p. 132); (Floresta, IV, VII, 6).
224. El parto mejor. Parió algo mejor que hija o hijo: malparió. (III, p. 132); (Floresta, V, I, 14).
225. Conejos con alas. Un vizcaíno, incapaz de desollar un conejo, se admira de que aquel animal pueda volar con tan pequeñas plumas. (III, p. 134); (Floresta, V, I, 24).
226. El oficio de albardero. El albardero dice que su oficio no es de mucha ganancia en el día, pero que si todos los asnos llevasen albarda lo sería. (III, pp. 142-143); (Floresta, VII, VI, 12)