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Este año 2004 el ICOM, que es el organismo internacional que reúne a museos y gente relacionada con museos de todo el mundo, ha dedicado el año a la cultura inmaterial, que es todo aquel conocimiento que no se puede tocar y que se transmite por tradición oral (incluyendo todas las expresiones populares, más la mentalidad que las crea y muchas de las técnicas que la experiencia ha acumulado en la memoria del individuo y que no se han escrito nunca). También la UNESCO ha comenzado a dar algunos pasos en orden a inventariar y sentar jurisprudencia sobre ese material. Algunos expertos se asustan ya al considerar que los gobiernos que aniquilaron su patrimonio con políticas ambiguas o claramente desacertadas, puedan tener acceso también ahora a la mentalidad de la gente, que sería el último bastión a defender en el que estarían refugiadas la personalidad y el sentido común. Sobre el patrimonio material, lo que se puede ver o tocar, ya se puede hacer balance de la política de aquellos mismos gobiernos, siquiera ese balance suela ser más bien desastroso. Y eso invita a una reflexión acerca de la cultura contemporánea sobre cuyos defectos y virtudes incidió una y otra vez el pensador Italo Calvino: si algo caracteriza al ser humano de hoy –escribió– es el gesto de tirar cosas a la basura. En efecto, el individuo del siglo XX se ha pasado años tratando de renovarse y ha acabado con la sensación de haber perdido lo antiguo y no haber captado bien por qué otras cosas quería sustituirlo.