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El arte pastoril viene a considerarse una artesanía que elaboraban los pastores en sus ratos de ocio, en la soledad del campo mientras vigilaban el ganado. La manifestación más prototípica de este arte consiste en objetos fabricados empleando astas o cuernos (a veces de cabra, pero sobre todo de buey). Con tal materia prima se realizaban muy diversos objetos, como tabaqueras, tinteros, vasos, recipientes para alimentos y polvorines. Pero lo más abundante son las colodras, entendidas como vasos de cuerno con diversas funciones y morfología. Además, aunque no siempre se decoraban, lo habitual es que presenten abundantes dibujos de variada temática.
La mayoría de estudios recogen ejemplares de un ámbito geográfico bien delimitado. Son fundamentalmente de la provincia de Salamanca, analizados por el padre César Morán Bardón, Luis Cortés Vázquez y Antonio Leonardo Platón. Pero, como recoge Julio Caro Baroja (1950: 9), también se encuentran en otras zonas del centro de la península: Soria, Segovia, Burgos, Guadalajara, Toledo o Extremadura, y en La Rioja y el sur de Álava (Ortego 1950: 287). Así mismo en el norte de la península también se elaboraban y decoraban objetos de cuerna, si bien abundan los lisos y aún los decorados presentan motivos geométricos más que figuraciones.
Apenas hay estudios específicos para la zona soriana. Tan sólo pueden referirse un par de artículos de Teógenes Ortego Frías (1950, 1969) –con una importante colección de cuernos trabajados, cuya localización actual desconocemos– y uno más reciente de Juan Ignacio Sáenz-Díez de la Gándara (1986).
Respecto a las colecciones conservadas, tampoco son muy abundantes. En primer lugar hay que citar las siete piezas sorianas incluidas en el catálogo del Museo del Pueblo –nº 2.110, 2.175, 2.176, 2.177, 2.241, 6.919 y 12.092– (Caro Baroja 1950). Más numerosa es la colección conservada en el Museo Numantino, con 20 piezas recogidas por Teógenes Ortego –ninguna de las cuales coincide con las publicadas en sus artículos–. A este pequeño lote hay que sumar las exhibidas en varios museos rurales de la provincia, si bien apenas conocemos más que su existencia en 1991. En aquel momento existían entre una y seis colodras en los museos de Barca, Romanillos, Valderrueda, Alcubilla del Marqués, Cuevas de Soria, Rollamienta y Atauta (Ruiz Ezquerro 1991). Con posterioridad algunos de estos museos han desaparecido y no sabemos qué ha sucedido con sus colecciones. Así mismo se ha creado hace tres años un museo en Oncala que también cuenta con varias colodras (figura 1).
La clasificación de tipos de útiles elaborados por los pastores sorianos es bastante simple. Podemos reducirla a los siguientes (figura 2):
1. COLODRAS O VASOS PARA BEBER
Se confeccionan con cuernos cortados en sus dos extremos, dejando una pieza con un diámetro que oscila entre 5 y 7’5 cm. en la boca y que es algo menor en la base, entre 4’5 y 6’5. La longitud varía entre 9 y 15 cm. (en un caso llega a 21 cm.). Junto a cada extremo hay un pequeño agujero o ranura que sirve para sujetar –mediante una grapa o cosido– el asa de cuero del que se sostiene el vaso. Se dispone en la zona cóncava del cuerno, que es la de menor recorrido. La base se cierra con una pieza de madera –roble, encina, haya u olmo– que se asegura usando varios clavos. Éstas son las piezas que más se decoran, tanto con motivos figurados como con inscripciones. Este segundo elemento parece bastante importante, puesto que los vasos son útiles de uso personal.
Cada pastor tenía su vaso, que llevaba colgado de un latiguillo situado en el cincho de suspensión de la mochila o zurrón. De este modo lo tenían siempre a mano para tomar el agua de los manantiales o los arroyos y para tomar leche de las ovejas (Ortego 1950: 283, Álvarez Rodríguez 1998: 90). También vasos de este tipo se utilizaban para distribuir el vino en las reuniones concejiles y determinados festejos populares de carácter profano (Ortego 1950: 283).
2. RECIPIENTES PARA LÍQUIDOS Y ALIMENTOS
Se confeccionan del mismo modo que las anteriores, si bien sus dimensiones son mayores: en torno a los 30 cm. de longitud y un diámetro de 6’5- 10 cm. en la boca y 5-8 cm. en la base. Según el contenido a que se destinan pueden ser un poco más pequeños, entre 15 y 20 cm. de longitud. La base, y generalmente también la boca, se cerraban con una pieza de madera que había de ser móvil en la tapadera superior. Recibirían un trato menos cuidadoso que los vasos y eso obliga a disponer refuerzos en los extremos, como tiras de hierro. Se sujetaban con un asa de cuero o hecha con eslabones de hierro. Su aspecto es más tosco que el de los vasos y las decoraciones menos elaboradas por lo general.
En el interior de varios de Pinares de Urbión se transportaron ajos, sal y pimienta; otros llevarían aceite o especias. El equipaje del pastor incluía dos o tres cuernos con “miera” o aceite de enebro para curar la roña del ganado (Ruiz Ezquerro 1991: 153, Elías 1994: 230). El vino, sin embargo, se llevaba en botas y el agua para el viaje en cantimploras de barro forradas de esparto (Álvarez Rodríguez 1998: 44, 123); y ya durante el siglo XX algunos de estos cuernos dejaron paso a recipientes de lata, como en el caso del aceite y el zotal para curar la roña de las ovejas (ídem: 46, 91).
3. RECIPIENTES PARA LA PIEDRA DE AFILAR EL DALLE
De nuevo se hace con un cuerno cortado en los dos extremos, aunque en alguna ocasión se respeta el pitón. La longitud de las piezas está entre los 15 y los 25 cm. (la mayor amplitud se alcanza cuando el extremo del cuerno se mantiene o se secciona un trozo pequeño). El diámetro en la base no supera los 5 cm., pero en la boca está entre 6 y 9 cm. Para cerrar la base se usa una pieza de madera, mientras que el sistema de sujeción no requiere de un asa, sino de un simple gancho metálico que se sujetaría de la cintura. No es frecuente que se decore su superficie.
Cuando los pastores estaban en el norte, con la familia y en sus tierras, tenían que aprovechar al comienzo del verano para segar la hierba que les serviría después a sus mujeres para alimentar al ganado durante el invierno. Es aquí donde cobra sentido el uso de las guadañas y, por extensión de estas cuernas para la piedra de afilar.
4. POLVORINES DE CAZA
En estos cuernos la base cerrada es el extremo mayor, una pieza de madera claveteada. La boca es muy estrecha, entre 2’5 y 3 cm. de diámetro, y se cierra con un tapón de madera. La longitud varía entre 14 y 22 cm. y el diámetro de la base entre 4 y 7 cm. En un caso se ha dispuesto un depósito metálico dentro de la cuerna. La sujeción se conseguía con una correa, que en la boca va anudada, aunque algunos polvorines no presentan perforaciones para su sujeción, con lo que tal vez se guardasen dentro del zurrón. Las decoraciones a veces aluden a la actividad cinegética o incluyen imágenes de militares; y en ocasiones ésta se elabora en bajo relieve en lugar de incisa.
Esta pieza no era usada por los pastores, sino que las realizaban para regalarlas, ya que ellos nunca han sido cazadores de escopeta, sino que se servían de trampas y lazos. Los destinatarios de los polvorines serían generalmente los dueños del ganado 5. CUCHARAS Se hacen con un fragmento de cuerna, aplanado y recortado. Son largas, entre 13’5 y 20 cm., y presentan un mango ancho. La decoración se concentra en la silueta del mango y muestra motivos geométricos, básicamente semicírculos y triángulos. Eran usadas por los propios pastores y tenían un papel destacado entre sus posesiones. Las comidas tenían lugar sirviéndose todos del caldero donde se había preparado la comida, con la única ayuda de las cucharas. Se guardaban juntas todas en el cucharal, una bolsa de piel de cabrito, y era el zagal quien las repartía a cada uno de los pastores del rebaño cuando llegaba el momento de comer (Álvarez Rodríguez 1998: 23).
6. CAJAS JOYERO Y DE RAPÉ
Se elaboran con varias planchas de cuerna: dos ovaladas para la base y la tapa y un anillo de cuerno –que era necesario deformar para que se volviera ovalado– para la pared. Sus dimensiones son reducidas en las cajas de rapé, 4’5 x 6 y 1’5 cm. de altura, y algo mayores en los joyeros, cuya altura ronda los 5 cm. La tapa se articula con una bisagra y se refuerza con una pieza de madera que además asegura que encaje cuando está cerrada.
Las decoraciones e inscripciones son casi constantes en las colodras que hemos podido analizar (colecciones del Museo Numantino, Museo del Pueblo Español y Teógenes Ortego), llegando a 43 de 50 (figuras 3 a 7). Este alto porcentaje viene sin duda marcado por el carácter de todas las actuaciones de recolección, en las que primaría el valor artístico de las piezas.
La decoración se realiza “a punta de navaja”, aplicando técnicas de borde picado, punteados, líneas incisas y excisiones. Una vez terminado el adorno de la cuerna, se frota la superficie con una mezcla de grasa y hollín, de modo que destaquen los motivos grabados –al adquirir un tono negro– sobre la superficie clara del cuerno (Ortego 1950: 287).
Los motivos decorativos se organizan en ocasiones dentro de bandas que dividen la colodra en varios campos, por lo general en dos o tres frisos horizontales. No faltan ejemplos en los que aparece una banda vertical delimitando la decoración, comúnmente con una inscripción. Muchas veces, sin embargo, carecen de estas bandas o su presencia está limitada a enmarcar la base de la colodra o la base y la boca, disponiéndose los motivos con cierto desorden. Incluso hay ejemplos en los que se rompen la referencia de la base del objeto como marcador de la base de las figuras, pasando a usarse la línea de la boca para motivos aislados o, en colodras muy abigarradas, líneas perpendiculares y oblicuas.
En las cajitas de rapé, la pared tiene una banda geométrica, mientras tapa y base muestran motivos centrales rodeados de una orla decorativa. Los joyeros son similares, pero la mayor altura de su pared permite disponer una decoración figurada. Aquí se encuentran dibujos de temática más “culta”, como escudos, efigies y águilas afrontadas.
La presencia de determinados motivos cobra sentido en el modo de vida de los pastores. La abundancia de representaciones sagradas es normal en un colectivo que, pese a que sus obligaciones les impedían cumplir con muchos preceptos religiosos, manifiesta sus creencias. Durante la Cuaresma en tierras extremeñas, por ejemplo, rezaban todas las noches el rosario después de cenar; y también acudían a confesarse antes de Semana Santa (Álvarez Rodríguez 1998: 93-4).
Con temática religiosa se plasman cálices y custodias, el sagrario, cruces, tenebrarios y candelabros, Vírgenes (la del Pilar) y santos (San Isidro, San Miguel Arcángel, San Roque y Santiago) y excepcionalmente nacimientos e iglesias.
Una finalidad propiciatoria tiene “el corazón de la vida”, uno de los temas más repetidos. Existiría la creencia entre los pastores de que posee la fuerza organizadora, la energía vital y alberga los sentimientos superiores (Ortego 1950: 285). Otros motivos frecuentes son el sol y la luna, así como el jarrón con flores –acompañado a menudo del monograma de la salutación angélica: AM–, que puede desarrollarse mediante la combinación de las flores con aves, hojas compuestas y frutos. Entre las figuras mitológicas destaca la sirena.
Hay otros dibujos tomados de escudos, monedas y grabados, como coronas, escudos, efigies (Pío IX, Alfonso XIII) y águilas bicéfalas. Entre los motivos geométricos cabe mencionar círculos con cuatro o muchos radios, círculos con una flor inscrita, reticulados, zig-zags y cenefas semicirculares.
También se representan elementos cotidianos. En primer lugar están los animales: toros, perros, ovejas, gallinas, gallos, cabras, gatos, caballos; aves, serpientes, peces comadrejas, ciervos, liebres, zorros, mariposas, águilas y lagartijas. Del mundo vegetal se toman árboles y flores, mientras que entre los objetos se encuentran cachavas, guitarras, escopetas y cuchillos. Con estos motivos se llegan a componer escenas.
Entre las escenas hay algunas de ambientación pastoril, como una liebre perseguida por un perro, una zorra huyendo de un pastor, perdices buscando su alimento en el campo, cabras mordisqueando un arbusto, un rebaño con sus crías, escenas de lidia (Ortego 1950: 286) y un cazador con escopeta. Otras tienen un ambiente bélico, como una carga de caballería –en la que el jinete que va en cabeza es herido y suelta sus armas– o un sacerdote seguido de soldados –posiblemente un episodio local de la guerra de Independencia– (ídem: 285). De carácter religioso es un sacerdote consagrando. Otras son de más difícil interpretación, pero podrían tener un simbolismo cercano a los exvotos: un hombre con sombrero y sin brazos y otra escena con dos hombres, uno con una pierna en las manos y el otro llevando la cabeza en las manos.
Las inscripciones se colocan generalmente en leyendas que rodean la base o la boca de la colodra, en sustitución de las cenefas decorativas que se realizan en otras ocasiones. Aluden al propietario, al pastor que lo fabricó, el uso al que se destina el vaso e incluso la fecha de su realización. Otras veces esta inscripción está incluida en la decoración central. Y no son raras las colodras en las que las figuras representadas se acompañan de un rótulo explicativo que indica su nombre. Salvo excepciones se emplean siempre letras mayúsculas.
Abundan las referencias al nombre de quien usa el objeto. Se escribe generalmente el nombre y el primer apellido, aunque en tres casos aparece también el segundo apellido mientras que en dos colodras sólo consta el nombre. Colocar sólo las iniciales no es muy frecuente. Todos los nombres son masculinos salvo en dos colodras (Maite y Fidela G.), en las que significativamente dominan los dibujos de tema religioso: custodias y una Virgen. En siete casos se ha escrito el nombre del dueño junto al del artista, lo que indica que fueron piezas elaboradas pensando en ser regaladas. Todas ellas son vasos, mientras que no ocurre esta doble filiación ni en las cajitas ni en los polvorines, que sin embargo fueron hechos para regalo casi con total seguridad.
Algunas han pasado por al menos dos propietarios, según consta en las inscripciones grabadas, donde pueden aparecer un par de nombres. En este caso uno de ellos suele colocarse rompiendo el eje general de la composición y/o con un tipo de letra elaborado con distinta grafía.
Entre los nombres encontramos algunas repeticiones significativas. Hay tres miembros de la familia “de Pablo” (Basilio, Vicente y Silberio) que aparecen en tres colodras; en una de ellas además se menciona la localidad de Valdenebro y el año 1840. Otro que repite en dos colodras es Leoncio Alonso, fechadas en 1900 y 1917 y procedentes de Andaluz. Así mismo en otra, de Torralba del Burgo y fechada en 1850, aparece Francisco Palomar como su propietario; apellido que identifica al usuario en otra colodra –de 1879– junto a la cita de su pueblo de origen, Santiuste. Otras personas que han dejado grabado su nombre y constancia de ser autores de las piezas son: Jenaro Alcalde, Julian de Mygel, Nicolas Pere, Tiburcio Garcia, Sebastian Moro y Manuel Ortego.
Para hacer constar la autoría se emplean varias fórmulas: “lo escribio”, “lo/la pinto”, “la dibuga”, “recuerdo de”, “me yzo”, “te hizo”, “lo laborio” y “por”. La propiedad se indica mediante las expresiones: “mi dueño es”, “mi dueño”, “es mi dueño”, “el dueño es”, “usola”, “mi amo” y “soy de”. Finalmente se incluyen interjecciones que podrían calificarse de propiciatorias: “viva [biba] [biva] mi dueño”, “viva mi amo”, “viva / viva” y “biba España”. Otras son “torna” y “soy para el uso de echar vino en el onrado concejo de La Tore de Blacos”.
En catorce de las piezas figura el año de su realización, lo que permite fecharlas entre 1829 y 1917.
Respecto a las inscripciones en los cuernos, pese a las altas tasas de analfabetismo que existían en el pasado en toda España, los pastores eran todos instruidos y sabían leer y escribir, así como hacer las cuentas (Álvarez Rodríguez 1998: 104-5). La razón de esto reside en que personas ricas de muchas localidades de origen de pastores hacían donaciones de dinero para que se creasen escuelas. Así mismo, en extremos, el mayoral tenía la obligación de enseñar a leer y escribir al zagal, tanto para que escribiese cartas a su familia como para llevar las cuentas del ganado o la venta de lana (Elías 1994: 209-10).
Todos estos cuernos decorados son obra de los pastores trashumantes. Los realizaban en temporadas durante las cuales el trabajo de cuidar los rebaños era más relajado y exigía menos atención. Esto se producía básicamente durante la estancia en extremos, una vez que ha terminado la paridera. Entonces los pastores aprovechan para hacer calceta y elaborar medias. Algunos además elaboran los vasos con astas de buey y los decoran según sus gustos y habilidad (Álvarez Rodríguez 1998: 90).
La distribución en la provincia de Soria de las colodras conocidas resulta desigual. Si consideramos en primer lugar el lote mayor, el recogido por Teógenes Ortego, éste se concentra en la comarca centro-occidental de la provincia. Resulta inevitable, pues sus viajes se dirigieron básicamente a esta zona (Ortego 1950: 282). E incluso de esta zona cabría considerar la mayoría de las del Museo Numantino pues, si bien no consta su procedencia, fueron entregadas por el mismo Teógenes Ortego en 1968. El círculo se amplía al incluir otras colodras: las del Museo del Pueblo Español (Barriomartín, Pinares de Urbión, Navalcaballo y Valdenebro) y las de los museos rurales. Por desgracia no se conoce la procedencia de las piezas de la colección del Museo Numantino.
Sin embargo, en el mapa resultante permanece casi vacía la zona más importante para la ganadería trashumante soriana: el norte de la provincia. El peso de esta zona queda de manifiesto si se considera que de aquí parten las cañadas occidental y oriental soriana, por más que la occidental recorra el valle del río Abión, donde se han recogido la mayoría de colodras con localización. La relevancia del norte se refuerza si acudimos al catastro de Ensenada para identificar aquellas poblaciones con mayor número de pastores (Ruiz Ezquerro 1991: 100-4). Una vez más es en el norte donde se agrupan los pueblos que cuentan con más de veinte pastores, siendo mucho menor el peso de esta profesión en el resto de Soria (figura 8).
El reparto de las colodras conservadas dibuja por tanto un panorama alejado de la realidad del pasado. La explicación podría pasar por la necesidad de hacer más trabajo de campo en determinadas comarcas, aunque probablemente una búsqueda actual no sea capaz ya de recuperar muchos ejemplares. De cualquier forma mucho de lo que hoy se ha salvado del olvido hay que agradecérselo al trabajo de Teógenes Ortego.
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