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ORZUELO
Científicamente los términos divieso y forúnculo son sinónimos, algo que no se ajusta a la realidad desde el prisma de la apreciación popular extremeña, no tanto desde las causas que los producen (infección en inflamación alrededor de un folículo de pelo o en una glándula sudorípara), sino desde la propia localización de los mismos. Los forúnculos quedan localizados en la parte posterior del ano, mientras que el divieso presenta un surgimiento impreciso a lo largo de cualquier parte del cuerpo.
El orzuelo es un forúnculo que goza de gran importancia en el campo de la etnomedicina. Su curación responde a un tratamiento específico. Lo mismo sucede con las causas que se le achacan a la aparición del benino (orzuelo, en Las Hurdes), que por lo general se achaca a razones de tipo mágico. Tan es así que el orzuelo siempre surge a causa de una relación "no deseable" con una embarazada. En Medellín atribuyen la presencia del anzuelo al hecho de mirar con deseos libidinosos a una mujer encinta, creencia que también localizamos en Descargamaría y Bohonal de Ibor. En Gargüera basta con comer delante de la embarazada para que el párpado se vea aquejado con la fatal molestia. Idénticas consecuencias se hacen esperar, al decir de los habitantes de Garlitos y Corte de Peleas, siempre que se le pida algo a la gestante de rigor y que ésta tenga la ocurrencia de negarlo. Pero más generalizada es la opinión que apunta al orzuelo como el efecto de la no satisfacción de los deseos de la que se halla en estado de buena esperanza. Por el Valle del Jerte se exige que tras la negativa se produzca la maldición de la embarazada.
Si sorprendentes son los factores que provocan el orzuelo, no lo son menos los mecanismos que se siguen para erradicarlos. Los fomentos de agua templada y los lavados con infusión de manzanilla se cuentan entre los más ortodoxos desde la óptica de la medicina legal. Para acelerar la maduración del absceso, disminuir la irritación, mejorar la circulación y cortar la desinfección en el sur de Badajoz recurren a aplicar paños calientes de manzanilla, albahaca y tomillo. La posología del medicamento ordena un doble uso diario, una vez al levantarse y otra al acostarse. La manzanilla puede combinarse igualmente con romero para elaborar una infusión con la que se obra de igual manera. Una cataplasma de arroz con leche sobre el párpado es lo que se emplea para reventar el anzuelo en Casillas de Coria y Guijo de Santa Bárbara. Con aceite de ricino se dan en Talayuela cuando notan las primeras molestias del forúnculo ocular. En Fregenal de la Sierra ponen sobre el ojo cerrado un trozo de tomate. A idénticos resultados se llegan en Bienvenida aplicando una capa de cebolla asada e impregnada de aceite o manteca y en Torre de Don Miguel y Villasbuenas de Gata con una cataplasma de miel y migas de pan ablandadas en leche.
Lavarse con agua de saúco es un principio que rige en el Valle del Jerte para deshacer el orzuelo. Para los mismos menesteres de toda la comunidad se emplea el agua fría, aunque no faltan quienes se decantan por un líquido específico, como ocurre en Villanueva de la Vera con el agua del chorro de La Ventera. En Burguillos del Cerro buscan la solución en el agua herrada, es decir, aquella en la que se apagó un metal incandescente. En Benquerencia y Madroñera optan por el agua de rosas. Con orín curan en Valdecaballeros esta afección, mientras que en Madrigalejo lo consiguen frotándose repetidamente con el dedo untado en saliva. Lo de propinar lociones de orín es tónica muy común en ambas provincias extremeñas, donde abundan localidades que clarifican el que la micción debe proceder de una melliza virgen, lo que acarrearía los lógicos problemas de honorabilidad para la donante en el supuesto de que la medicina no surtiera efecto, como a bien tiene aludir Publio Hurtado:
“Este último remedio tenía grave inconveniente para la productora del agua lustral; porque ¿qué se podría pensar de ella, si con su secreción urinaria el orzuelo no sanaba?”.
En las compresas de vinagre y en el látex de una planta llamada leche eterna confían en diversos lugares jerteños para la solución de los anzuelos. Restregarse con un ajo es mecanismo que se sigue en buen número de poblaciones de la Sierra de Jerez. En Acedera con el diente del bulbo trazan siete cruces sobre el orzuelo y éste desaparece al cabo de dos días. Más ejercicio necesitan en Esparragalejo, donde las cruces se elevan a nueve y hay que repetirlas por las mañanas y por las noches a lo largo de una semana. A falta de ajos, en Las Hurdes se hacen tres cruces dos días seguidos con un brote de madroñera majado en aceite de la lámpara del Santísimo o en agua bendita. Pero no sólo el contacto directo con el ajo es resolutorio para esta clase de diviesos. Basta con que alguien mastique una cabeza y eche el aliento en el orzuelo para que éste desaparezca con prontitud. Es una forma de actuación que encontramos en toda la provincia cacereña.
En Don Benito el absceso del párpado se esfuma si se clava una cerilla en una rebanada de pan, se enciende y mientras arde, conteniendo la respiración lo máximo posible, se mira fijamente la llama y se pronuncia tres veces la siguiente formulilla:
Anzuelo, anzuelo,
arráncate el vuelo
y vete de aquí.
Ni pa ti,
ni pa mí.
El pasar la cabeza de una cerilla rozando el forúnculo logra resultados satisfactorios en este tipo de afecciones, lo que también se le atribuye a la piedra de sulfato en amplias zonas de las comarcas más norteñas de la Alta Extremadura. Aunque en efectividad ninguna práctica supera a la que emana de una llave hueca que haya permanecido al sereno. Es suficiente con tocar el orzuelo durante tres mañanas. Cuando no se dispone de la llave de marras basta con actuar del mismo modo con un clavo de herradura. Pero hay orzuelos, que son la mayoría, que responden a la perfección al tocamiento con un anillo de oro. Los pases sobre el forúnculo, al igual que con los metálicos objetos anteriores, ha de hacerse de derecha a izquierda. También es válido el curar el orzuelo rozándolo levemente con una moneda de oro o, en su caso, lavándolo con agua en la que dicha moneda haya estado sumergida más de veinticuatro horas. Tan efectiva como las actuaciones precedentes es la de tocar el forúnculo ocular con el rabo de un gato negro, ejercicio harto frecuente en Zafra y en los pueblos de su partido, o con la cola de una lagartija cuando, después de desprenderla del reptil, aún no ha dejado de palpitar, como es común por Los Ibores y Las Villuercas. En Castuera el orzuelo pasa a ser un simple recuerdo si el paciente procede a echarse un nudo en la punta de la camisa.
Quienes lo han probado dicen que en lo que atañe a procurar la maduración de un orzuelo se lleva la palma el hecho de reventarse en el mismo una mosca vivita y coleando. La práctica no es ajena al más apartado rincón de Extremadura. Aunque no es menos cierto que los estómagos exquisitos optan por colocarse una uva pasa abierta o por destriparse en el granito un huevo de galápago. Menos extendido es el oficio de tocárselo con una gota de sangre catamenial. En Garrovillas proclaman que ésta debe ser de una madre de mellizos; en Zalamea de la Serena apuntan que ha de utilizarse la de la primera regla que una mujer tenga tras el parto; y en Trujillo señalan que ésta debe pertenecer, siempre que se trate de mujer, a la misma menstruante.
El benino también se elimina recurriendo a unos procedimientos mágicos que traen consigo la transmisión del mal a otra persona que entre en contacto con un objeto que antes tocó el párpado afectado. En Serradilla con un grano de sal hacen cruces en el ojo, echándolo posteriormente en un vaso lleno de agua. Si alguien bebe de dicho recipiente carga con el orzuelo. El traspaso también se consigue, al menos en Valdemorales y Arroyomolinos de Montánchez, arrojando al zaguán de cualquier casa alguna piedra que se haya pasado por delante del ojo dolorido, sin necesidad de tocarlo. Al que coja la piedra ya sabe lo que le espera. Con menos remilgos y menores ocultismos actúan en Perales del Puerto. El aquejado se acerca a una puerta y hace sonar la aldaba. A la pregunta de los de dentro, contesta: "Soy el orzuelo y aquí me quedo". Carga con el forúnculo el primero de los inquilinos que salga a la calle.
DE LA RIJA AL GOLONDRINO
El destripamiento de una mosca que antes hemos citado como maduradora de orzuelos nos lo volvemos a encontrar en Extremadura para solucionar problemas de rijas o fístulas lacrimales. Contra ellas también actúa la yerba olera cocida, que en Madroñera, al decir de Montero Curiel, se combina con un amuleto curativo de muy especiales connotaciones:
“Las rijas se curan con un escarabajo colocado en una cajita de lata envuelta en tela de lienzo; se guarda en un bolsillo y, cuando suenan los huesos del animal, desaparece la rija”.
En Baños de Montemayor, Hervás, La Garganta y Aldeanueva del Camino es una lagartija la que va a pasar a un canuto de caña. La lagartija ha de morir por inanición para que la rija se cure. En las primeras de las localidades exigen que el reptil sea cazado el día de San Antonio. De uso más común para la solución de la fístula es el alacrán, con el que se opera de forma parecida. Publio Hurtado se hace eco de esta costumbre al "modo de Alía", donde se aconseja:
“encerrar un alacrán en un alfiletero (sic), que llevará consigo el rijoso, y en cuanto el arácnido muera, se verá libre de la inflamación del saco lacrimal”.
Descendiendo a un plano más generalizado nos topamos que la medicina más estimada por los extremeños para conseguir la maduración del forúnculo o divieso no es otra que el tocino. Basta con colocar un trozo crudo sobre la zona afectada para que éste desaparezca casi sin dejar huella. Al tiempo que se reduce el absceso el tocino, que se mantiene sujeto con una gasa, va consumiéndose, ya que el forúnculo chupa la grasa. También con tocino, preferiblemente de jamón, se resuelven los panadizos. Para que un divieso abra la boca con prontitud es suficiente aplicarle un parche de miel. En Casas de Don Gómez la miel se hace acompañar de ceniza de higuera, azafrán y aceite de oliva. La ceniza de higuera se sustituye por la de roble en las poblaciones del Valle del Jerte. Pero no sólo este producto apícola cumple con el cometido entre las sustancias de origen animal. A las cataplasmas de cualquier tipo de heces se le achacan poderes curativos, aunque en Don Álvaro y Calera de León se inclinan por los excrementos calientes de palomas. Este carácter emoliente lo encontramos por igual en una pomada que en Campanario se confecciona a base de grasa de cerdo, aceite de oliva y leche. Y puesto que en leche andamos metidos, hay que apuntar que no hay divieso que se resista a los apósitos de leche con harina (Capilla) o de leche con pan migado (Zarza la Mayor).
Las cataplasmas vegetales toman en este capítulo un acertado protagonismo. Entre éstas destacan las de malva machacada o cocida con manteca, que encontramos en Aldehuela de Jerte, las de hojas de borraja igualmente hervidas, muy estimadas en Serradilla y Riolobos, las de ruda pasadas por el mortero, de abundante uso en Valencia de Alcántara, y las de papilla de arroz, que tiene sus adeptos más constantes por la Penillanura Cacereña. La harina de linaza se ha configurado en amplias zonas de Extremadura como la cataplasma preferida para casos de forúnculos y diviesos, al tiempo que se ha venido empleando para dar cuerpo a diversos cocimientos de plantas. En Jerez de los Caballeros se mezcla con manteca y sirve para impregnar hojas de cebolla y perejil que van a utilizarse como apósitos. Aunque también es cierto que la cebolla asada cumple su papel independiente para erradicar estos problemas dérmicos y otro tanto ocurre con la cocida. Y además de los diviesos, alivia uñeros y panadizos.
Siguiendo en procesos de aplicaciones son dignas de mención los emplastos de hojas de ortiga cocida con sal (Herrera del Duque), de hojas machacadas de ombligo de Venus (Baterno), de gordolobo (Mirabel) y de paritaria (Logrosán), de patatas asadas o cocidas (Las Hurdes), de pétalos de azucena cocidos con leche (Zarza de Granadilla, Ceclavín) y de poleo o perejil con harina (Mohedas de Granadilla). Todos ellos han de colocarse calientes y cambiarse conforme vayan desecándose.
Para los casos de forúnculos e hinchazones anales la etnomedicina recomienda aplicar higos ya entrados en sazón. El refrán es elocuente en este sentido: “Higo chinchón, para mi señor; higo maduro, para mi culo”. En Badajoz usan el fruto de la higuera en caliente, después de haberlo cocido. Un trozo de pala de higuera chumba calentada y desprendida de la cutícula se considera buena abridora de forúnculos en el partido de Coria. Idéntica virtud emoliente se adivina en las hojas de siempreviva, de balsamina, de sanalotodo (Alburquerque, Membrío), de álamo negro, de zarza (Torremenga), de chupaora (Garrovillas) y de violeta (Marchagaz).
Por Tierra de Barros, el tomate es buen arma para abrir forúnculos, siempre y cuando se aplique la parte interna del pezón. También tomates en capa utilizan en el Valle del Jerte contra el ántrax una vez que se ha madurado a base de compresas de agua hirviendo. Los fomentos, como ya hemos visto, es medicina que no se olvida ante estas situaciones. Los pueblos de la Sierra de Gata prefieren las de agua de nogal. El lavatorio con infusión de malva es más propio de las comarcas de Las Villuercas y de Los Montes, aunque aquí le añadan un poco de manteca añeja. No obstante, en Herrera del Duque, dentro de esta misma comarca, aplican la manteca directamente sin ningún otro aditamento. Precisamente con manteca de cerdo y bayas de laurel machacadas se confecciona en Garciaz una pomada para los forúnculos. En Ahigal y Hervás a la manteca se le suma la misma cantidad de castañas de Indias cocidas. Por su parte la pomada de belladona o pomada de las brujas, dada su peligrosidad, apenas encuentra adeptos en Extremadura, algo que no ocurre, en cuanto al uso tópico se refiere, con el cocimiento de raíz de arzolla (Alburquerque), de raíz de argamula, que se aplica por medio de un hisopo, de árnica con aceite o alcohol, de sanguinaria y de aceite de manzanilla. En Torremenga desaparecen diviesos y panadizo si se le cubre con un trapo en el que se han vertido yemas batidas con un poco de sal.
El poder emoliente, además de con las aplicaciones referidas en los párrafos anteriores, se adquiere mediante la ingestión de determinadas sustancias. Suelen por lo general gozar, desde el punto de vista popular, de un carácter purificador de la sangre, ya que no en vano a la sangre maliciada se le atribuye el origen del absceso cutáneo. Obligado se hace citar, en este sentido, la infusión de flores secas de sanguinaria, de la que se acostumbra a tomar un vaso en ayunas durante siete semanas, cifra que en ocasiones, como son los casos de Cañamero y Azabal, se elevan a nueve. En Casas de Miravete se prepara un cocimiento endulzado de raíz de escaramujo. La posología indica beber, también en ayunas y durante nueve días, siete cucharadas soperas. Un vaso de infusión de ortiga antes de cada comida es lo que se toma en Casar de Palomero para las afecciones forunculares. La decocción de raíz de madroñera se presenta como la singana más efectiva en la lucha contra los forúnculos en la comarca de Las Hurdes. Basta con tomar al levantarse, antes de cualquier otro alimento, una taza endulzada. A los nueve días de repetir la operación no quedará del divieso el mínimo rastro. En Deleitosa y Robledollano se sigue distinto rumbo y éste no es otro que el de enviar al estómago una papilla caldosa de cebada, aunque parece ser que los efectos son los mismos si con el condumio de la harina del cereal se empasta un trapo y se aplica sobre el divieso.
Bastantes de los procedimientos empleados para los referidos abscesos cutáneos pueden igualmente tener su aplicación en el caso de las fístulas anales. No obstante, y de una manera muy generalizada, los extremeños se decantan por las cataplasmas de malva con manteca, por la cebolla asada o cocida y aplicada con aceite, manteca o vaselina y por los parches de tomate. Otro tanto cabe decirse con respecto del panadizo, esa molesta infección que se manifiesta en el pliegue de la uña. Sajarlo o picarlo con un alfiler es el método más recurrido, aunque tal proceder conlleva un grado de maduración. Este se consigue mediante cataplasmas de flores de gordolobo o mediante compresas empapadas en su decocción, aplicándolas todo lo caliente que el dedo aguante. Escaldar la extremidad es un recurso que nadie desprecia en estas situaciones, como tampoco el menos efectivo de envolver el dedo en un paño que previamente se haya colocado sobre la alambrera del brasero. Igual de efectivas resultan en Casas del Monte y Segura de Toro las cataplasmas de pan con leche. En Acedera buscan lo propio embadurnándose la zona con hiel de macho cabrío, que debe conservarse colgada en la chimenea hasta conseguir un cierto grado de viscosidad. Aseguran en Monterrubio de la Serena que el uñero untado con sebo no tarda en reventar. Lo mismo dicen en Las Hurdes cuando al nacío le aplican una capa de miel mezclada con manteca y comino. En Madroñera lo maduran con patatas cocidas.
No es difícil que junto a la anterior afección nos encontremos los nietos o padrastros. Aquí la etnomedicina no se orienta tanto a su curación como a evitar el que éstos se produzcan. Por este motivo nunca deben cortarse las uñas en martes, miércoles o viernes, es decir, en días con erre, ni una vez que la luna se ha dejado de ver en el cielo. En Rena aconsejan frotarse las cutículas cuando pase un rebaño de ovejas, en Miajadas cuando se oiga rebuznar un burro del que no se conozca el dueño y en San Vicente de Alcántara cuando se ven dos perros apareados. Y puesto que con los dedos estamos, conviene a modo de curiosidad el recordar la costumbre, aun vigente en Extremadura, de que sea una moza la que detrás de una puerta le corte las uñas al recién nacido para que éste adquiera una voz buena y melódica.
Poca variedad de remedios encontramos en Extremadura para la eliminación de los golondrinos o ganglios de las axilas. El más conocido de todos, que Guío localiza en Alburquerque, consiste en una cataplasma de perejil, azafrán y pan. Esta misma localidad cuenta con otra particular medicina para esta clase de afecciones: cataplasmas de excrementos de hurón.
SABAÑONES
En asomando el invierno con sus fieles acompañantes de frío y humedad llegan los sabañones, esas manchas violáceas o rojizas que aparecen en los dedos de las manos y de los pies, en los talones, en las orejas y en la punta de la nariz. Excepción hecha de las pertinentes prendas de abrigo, no se utilizan en Extremadura métodos capaces de prevenir la perniosis, salvo el de revolcarse en el rocío de la noche de San Juan. Por contra son relativamente abundantes los medios que se encuentran para su curación, destacando aquellos que se encaminan a dar calor a las partes afectadas.
Tanto el picor como el posterior dolor de este tipo de dermatosis se alivian aplicando paños que se han tendido cerca del fuego o procediendo a un frotamiento con las manos. No obstante, es de dominio público los buenos resultados que ofrecen las fricciones con la oportuna cabeza de ajo asada previamente, aunque no faltan quienes la muevan en crudo. Pero en lo que todos coinciden es en el que la olorosa medicina tópica no deberá abandonarse hasta que el sabañón haya sido desterrado en su totalidad. En Alburquerque la costumbre ordena que el ajo se impregne de una calada de aceite y en Zalamea de la Serena es exigencia que se maje con alcohol y agua salada. Menos constancia en el procedimiento reclama la curación de estas tumoraciones en los Santos de Maimona y en la comarca de Los Montes, donde es suficiente con impregnarse dos veces al día con una pasta conseguida por un cocimiento de ajos, cera virgen y aceite. En Holgera el refregamiento también puede hacerse con una capa de cebolla semiasada, con la que se actúa estando el bulbo todo lo caliente que aguante la zona enrojecida.
Diversas sustancias empleadas en masajes gozan de gran efectividad: tal ocurre con el petróleo (Cáceres), el yodo (Villanueva de la Serena, Don Benito, Magacela, La Haba), el zumo de limón (Cilleros, Sierra de Fuentes), la lejía (Cedillo, Valencia de Alcántara) y la patata caliente (Mirabel). En Piornal optan por una fricción de los sabañones con un puñado de nieve hasta que se derrita. Luego se secan y se tapan con un paño para que entren en calor. Meterlos en agua caliente con o sin sal es un remedio para combatir la perniosis, que mantiene una buena reputación en ambas provincias. Ello no impide que haya localidades, cual es el caso de Fregenal de la Sierra, que confíen en la solución metiendo las zonas tumorales en el agua usada para pelar tostones o, como ocurre en La Garrovilla, en la que se han escaldado las patas de los cerdos. En Ahigal se decantan por el agua en la que los zapateros mojan las suelas, aunque para el caso ha de hervirse previamente. Y es que en cuestiones de líquidos para enfrentarse a tales dermatosis no hay nada escrito. ¿Quién pasa por no haberse mojado las manos cuando fue víctima de los sabañones con su propia orina? Los que saben de esto aconsejan que el lavado debe hacerse en el momento de la micción, puesto que de retrasarse el empape la meada perdería su virtud. Es posible que el líquido desbebido obre tan óptimos resultados, según se cree en Plasencia, como el que produce la saliva de un dominico, siempre que el escupitajo lo done al asabañonado instantes después de celebrar la misa. Aunque en dermatosis la medicina clerical parece no tener rivales en Coria. Eliminan los sabañones lo mismo las lágrimas de una monja que los gargajos del cura de la iglesia de Santiago. Mas poco clarifican los informantes en lo que atañe a la posología, lo que ya constituye un problema para adivinar la necesaria cuantía de lloros de reverenda y de galipo de párrocos.
En Viandar de la Vera se impide el desarrollo de los sabañones incipientes bañándolos en el agua de cocer acelgas cuando se encuentra en plena ebullición. A pesar de las precauciones son muchos los que comprueban que los sabañones se transforman en quemaduras. Las inmersiones o lavados los encontramos relacionados con decocciones diversas: de hojas d e parra (Villa del Campo), de hojas de nogal (Higuera la Real, Fuentes de León), de raspaduras de corteza de roble (Aldeanueva de la Vera, Jarandilla) y de cáscaras desmenuzadas de tronco de encina (comarca de las Tierras de Granadilla).
Las castañas de Indias cocidas y amasadas con manteca o aceite constituyen una pomada para vencer las molestias de esta dermatosis, teniendo al mismo tiempo la virtud de acelerar su desaparición. Quizás aquí encontremos la explicación al popular dicho: “Come más que un sabañón”. Por el Valle del Ambroz, donde la anterior práctica se muestra en plena vigencia, tras ser aplicado el ungüento se cubre la tumoración con una tela blanca previamente calentada. Lo mismo se hace en Losar de la Vera luego de embadurnar los sabañones con aceite de gordolobo. Ambos untes se recomienda llevarlos a cabo antes de irse a la cama. En Las Hurdes para el exterminio sabañonero se cogen cogollos de jara y se ponen junto a la lumbre para que desprendan la pez. Luego, muy calientes, se pasan por las zonas afectadas (55). Por los pueblos aledaños de la Sierra de Montánchez se considera como más resolutivo el calor del estiércol, particularidad que alcanza por igual a las localidades del Valle del Jerte y del Valle del Ambroz.
Los apósitos de las tantas veces citadas hojas de siemprevivas y de ombligo de Venus, desprovistas de las cutículas, presentan una amplia difusión en toda Extremadura. Es costumbre en Talayuela el que se pongan luego de haberlas empapado en infusión de ortiga. Con este agua y con la de decocción de romero caliente se mojan compresas con las que se cubren los sabañones en casi toda la comunidad. Dichas compresas requieren en Achuche el que se fabriquen con lana de carnero. Otros, en vez de por las aguas vegetales, se inclinan por el agua de mayo. Esto, que puede suponerse como una metáfora que refiere que la llegada de la primavera termina con los sabañones, es tomado al pie de la letra por la mayoría de los habitantes de estas tierras. Basta con recoger las primeras aguas caídas en mayo y guardarlas en un recipiente, ya que son una sanalotodo para solventar la venidera perniosis. Pero no es menos cierto que todo lo anterior signifique una pecata minuta si se compara con la solución que a su alcance tienen los habitantes de Madroñera:
“El mejor remedio es el siguiente: freír en una sartén, con abundante aceite, trozos de cáscara de naranja mezclados con limaduras de pezuñas de caballo y, una vez frío, se aplica sobre los sabañones el aceite con la sustancia de las pezuñas y la naranja, y eso es como manu de santu”.
No dudamos nosotros de las virtudes de la receta. Sin embargo, si de lo que se trata es de buscar grados caloríferos nos inclinamos por los consejos que en Ahigal y Guijo de Granadilla dan a los recolectores de aceitunas con los dedos ensabañonados: meter a cada instante las manos en el gusupetu (pechos) de las mozas apañadoras. A pesar de todo la práctica no es tan atrevida como los malicientes hacen propia de Casatejada y que consiste en curar los sabañones de los dedos introduciéndolos en el chichi de una vieja.
Las supuestas dificultades que encontrarán los afectados para llevar a cabo las prescripciones antes citadas no van a tenerlas los comarcanos de la Sierra de Gata. Es suficiente con meter un nabo debajo de la cama para que éstos desaparezcan, lo que sucede al compás que la hortaliza pierde frescura. En otros muchos puntos de nuestra geografía el nabo se lleva en el bolsillo, coexistiendo la misma relación causa-efecto. Por las Tierras del Marquesado el nabo puede sustituirse por una oronda zanahoria. Reaparece aquí un principio mágico, como mágico resulta el principio que lleva a eliminar los sabañones propios pasándolos a otro inocente. Este traspaso, que con muy pocas variantes constatamos en los pueblos de las Tierras de Granadilla, no tiene desperdicio. El afectado se acerca a cualquier casa del vecindario, abre la puerta y lanza una piedra a su interior, al tiempo que dice:
Sabañones traigo,
sabañones vendo,
aquí se los dejo,
que yo no los quiero.
Quien coge la piedra carga con el mochuelo. En Salvatierra de los Barros el enfermo toma unos granos de sal y los arroja al horno encendido de una alfarería, pronunciando los versos de rigor:
Sabañones traigo,
sabañones tengo,
pa dentro van
y me voy corriendo.
VERRUGAS
Formulillas como las precedentes, acompañadas casi siempre del oportuno ritual, se recitan cuando se pretende la desaparición de la oportuna verruga. Así dicen por el Valle del Jerte:
Verrugas traigo
verrugas vendo,
si no me las compras,
aquí te las dejo.
La declamación va unida al lanzamiento de unos granos de sal al patio de una vivienda ajena con los aviesos fines ya conocidos. El afectado de Valdecaballeros se acerca al anochecer a una fuente y agasaja a las aguas con la rítmica melodía:
Verrugas tengo,
verrugas son,
aquí las quedo,
quedar con Dios.
No sería necesario apuntar que el primero que pase junto al manantial carga con las excrecencias que simbólicamente allí dejaron. Esta mala uva desaparece entre los habitantes de Zalamea. Se toma una hoja de olivo con tantas excrecencias como verrugas se padecen y se le musita el mismo recitado, aunque sustituyendo el último de los versos por la enigmática palabra sanapoló. Luego se cuelga la hoja de una prenda de vestir que se lleve puesta y allí se mantendrá hasta que de las verrugas no quede rastro. Sin especificar el lugar de procedencia, Guadalajara Solera nos presenta un mecanismo sanatorio de las verrugas de la cara, aunque ciertamente en la formulilla se observan interpolaciones de alguna otra orientada a la eliminación del aojamiento:
Verrugas tengo,
quien me las compra,
que yo las vendo.
Ahí quedan,
que no las quiero.
La luna de Dios
por aquí pasó,
el color de (…) se lo llevó.
La luna de Dios
volverá a pasar; el color de (…) quedará
y el suyo se llevará.
A continuación entierran tantas agallas de robles como verrugas se tienen. La venta verruguera se convierte en coacción santificante en Logrosán. Se toma un trozo de retama verde y se la hace un nudo, abandonándolo en un sitio por el que no se volverá a pasar durante una temporada. Mientras se procede al atado se hace necesario recitar el conjuro de marras:
San Cojonato,
un cojón te ato,
hasta que no me quites la verruga
no te desato.
Más común es la variante que consiste en atarle a la retama, que no ha de ser arrancada, el mismo número de nudos como el de verrugas que se tienen. Basta tocarlas o pasar por las cercanías para que el incauto caminante cargue con el regalo dérmico. Y es que en cuestiones de traspasos el ingenio no encuentra límites. Frecuentemente la sal se convierte en vehículo del endosamiento. En algunos puntos se lanza un grano por cada verruga en puerta ajena, aunque en otros, por aquello de buscar lo efectivo en la cantidad, prefieren esparcir uno o varios puñados. De este modo no habrá inquilino que se escape del contagio. En los límites de Cáceres con la frontera portuguesa los mecanismos van imbuidos de aspectos más sorpresivos. Se mete en un mendrugo de pan un grano de sal por verruga y se le echa a un perro, que de tal modo se convierte en la víctima. En Cedillo aseguran el resultado si al can le endiñan el cebo el día de San Roque, que al menos en este caso no defiende a su inseparable acompañante. Rizar el rizo es lo que se hace en Zarza la Mayor, Carbajo y Herrera de Alcántara, donde el salado pan se le entrega a cualquier famélico menesteroso con la maquiavélica intención. Cuando la sal no está a mano, son chinas las que van a parar al zaguán o al patio del vecino. También el elemento lítico puede disponerse a modo de trampa. Para ello, en un cruce de caminos, se dispone un montón de piedra, y ya sabe lo que le aguarda al que tenga la osadía o el descuido de tocarlas. Pueblos abundan en los que, en lugar de piedras, optan por hacer montones de tierra, uno por verruga. Ambos apilamientos han de realizarse por la noche, preferiblemente a la luz de la luna llena, y sin acompañantes.
El traspaso de las verrugas también se consigue directamente. Lo más fácil es rogarle a alguien que te cuente las excrecencias para que no tarde en lucir la dádiva. En los Santos de Maimona estiman más positivo el tocar con las verrugas a otra persona, a ser posible de menor edad, sin que se entere y sin contarle a nadie la hazaña y mucho menos a la elegida víctima en el supuesto de que se percatara del hecho. En caso contrario las verrugas se mantendrán de por vida. Los mismos efectos positivos se logran si la mano verrugosa se le pasa por la espalda a un cura cheposo o a un individuo de carácter agresivo
Si en Trujillo alguien presenta verrugas en la frente o en las puntas de los dedos se hace innecesario preguntarle la causa del adorno dérmico. Está claro que fue el primero en santiguarse con el agua de la pila de la iglesia después de que otro parroquiano se lavase en ella sus verrugas.
Además de las razones apuntadas existen algunas otras causas motivadoras de estas excrecencias. Conocido es que la sangre de una verruga anima la aparición de otras muchas. Al igual que en los orzuelos, la no satisfacción de un antojo alimentario hacia una embarazada es en Las Tierras de Granadilla el detonante para que surja una horripilante verruga mantecosa que hasta cierto punto recuerda el manjar apetecido. Sale igualmente una verruga, según se piensa en Arroyo de la Luz, por beber el agua reservada para los pavos, lo que parece responder a un principio de magia homeopática que se observa con mayor precisión cuando el comportamiento es inverso. Así vemos que es costumbre en toda Extremadura que para hacer desaparecer las verrugas es suficiente el tocar con un grano de maíz cada una de ellas y dárselos luego de comer a un pavo. Dichas verrugas, merced a la comida, van a unirse a las excrecencias del moco de la gallinácea. Contar estrellas conlleva idénticos peligros, ya que pueden ir a parar en forma de verruga al cuerpo del contable. En Castuera y pueblos comarcanos los cadillos saldrán en la cara. Pero a las estrellas también se les atribuye un papel erradicador de estas afecciones a lo largo y ancho de Extremadura. Para ello hay que contar el mismo número de astros tantas noches seguidas como verrugas se tienen. Cualquier interrupción implicaría el inicio del cómputo.
La sal, por lo que llevamos dicho, es un elemento antiverrugoso de primer orden. Casi siempre su uso va unido a la consiguiente práctica de lanzamiento. Ya vimos cómo en algunos lugares los granos van a parar a un sitio determinado con el deseo de transferir las excrecencias. Sin embargo, no en todas las ocasiones se hace necesario el asomo de la mala leche para eliminar las verrugas. Así podemos observar que éstas desaparecen si el mismo número de granos se echa a la lumbre. En Segura de Toro antes de ir a las llamas se coloca el grano de sal encima de la verruga y se dan tres vueltas a la cocina, repitiendo la operación por cada uno de los cadillos. En Piornal el mecanismo es idéntico, si bien los paseos han de hacerse de espaldas. También a la hoguera se arrojan los granos de sal con los que cada mañana en ayunas se frotan las verrugas en Alía y Cañamero. Al cabo de una semana la piel se verá libre de los antiestéticos añadidos. En Benquerencia la sal tiene su destino postrero en el horno de cocer el pan. Un frotamiento de saliva seguido de otro de sal es lo que se hace en La Nava durante nueve madrugadas antes de tomar bocado.
Un elemento opuesto al fuego, el agua, sirve para "apagar" las verrugas simbólicamente integradas en la sustancia salífica. En este sentido hay que apuntar que muy extendida está la práctica de tirar al pozo un grano de sal por verruga. Es aconsejable que tal lanzamiento se haga de espaldas. Por las comarcas de La Vera y Campo Arañuelo no importa tanto el número de granos como la forma de llevar a cabo la ritualización. Se toma un puñado de sal, se besa y se lanza hacia atrás por encima del hombro con la precaución de no tornar los ojos para ver el lugar de la caída. La efectividad se aumenta si se realiza la tirada antes de la salida del sol. En Las Hurdes, no obstante, el arrojamiento se hace cuando el astro comienza a asomar por los picachos de sus montes. Los granos de sal o, en su caso, pipos de alubias en cantidad pareja a las verrugas se tiran dentro de una bolsita de tela. En el Valle del Jerte la sal puede sustituirse por piedras, granos o huesos y el lanzamiento se ejecuta con las manos puestas atrás. Como complemento a un comportamiento más traumático se emplea la sal en Torremenga. Después de cortar la verruga con una navaja se echa en la herida una pizca y se cubre por espacio de dos o tres días.
Con los garbanzos se siguen unas pautas que en líneas generales guardan estrechas similitudes con las enunciadas en el párrafo precedente. El clásico Dioscórides nos informa acerca de un tratamiento contra las verrugas a base de emplastos de garbanzos cocidos, asunto que seguimos descubriendo como algo normal en los tiempos actuales en buena parte de Extremadura. El mismo autor se recrea con el hacer de algunos de sus contemporáneos que bien podían firmar muchos de los etnógrafos que hoy en día trabajan por estas tierras. En el Libro II, Capítulo 95, de su Materia Médica, dice:
“Para extirpar las verrugas pendientes y las que parecen hormigas suelen algunos, cuando hay luna llena, tocar cada una de ellas con un propio garbanzo, y después, atados los tales garbanzos en un pañico de lienzo, mandar a los enfermos que los arrojen atrás, y de esta manera piensan que se caerán las verrugas”.
Abundan los lugares en los que, al modo de lo reflejado, tiran las legumbres a una calle con el cuidado de no pasar por ella durante un largo tiempo, que como poco debe extenderse hasta que las verrugas desaparezcan. Un garbanzo por verruga es lo correcto. En Hinojosa del Valle se considera más oportuna que la mitad de los garbanzos se lance de la forma señalada y la otra mitad se esconda bajo una piedra hasta que se pudran, ya que la putrefacción de la semilla implica la desaparición de la lobanillo. Por la comarca de La Vera con cada garbanzo se toca la verruga correspondiente antes de ir a parar a una garganta o arroyo para que el agua se lleve el mal. La norma dicta que no han de dejar de mirarse mientras se alejan con la corriente. Pero sin duda, goza de mayor aceptación entre los extremeños el lanzamiento, siempre de espaldas, de los garbanzos a un pozo. En Berzocana y otros pueblos de la Sierra de Guadalupe han de ser cuatro las legumbres que trasciendan por el brocal, siendo requisito indispensable el que no se oiga la caída y el no transitar en una temporada por las cercanías. En Fuentes de León y Fregenal de la Sierra, siguiendo la pauta más común, se arrojan tantos garbanzos como verrugas, teniéndose sólo en cuenta la segunda de las prescripciones anteriores. Los verrugosos de Castuera y sus cercanías deben acertar a la primera con la boca del pozo, puesto que en caso contrario la excrecencia seguirá en su sitio. Como Nogales recuerda, todos estos lanzamientos redoblan su eficacia si se hacen acompañar del correspondiente Padrenuestro. Y es que tampoco aquí la fuerza de la oración tiene desperdicio.
Una práctica bastante habitual en Extremadura es la de anudar a la verruga un hilo e irlo apretando día a día hasta conseguir que ésta se seque y caiga. Por lo común en la búsqueda de la necrosia se usa un hilo de seda, aunque no faltan lugares que se sirven de un pelo. En Zafra tal cabello requiere, para que el éxito sea total, que proceda de una persona que haya muerto violentamente. Por su parte, en Torrejoncillo y Portaje se emplea un crin de caballo, siendo preferibles los pertenecientes a los équidos que participaron en la procesión de la Encamisá, lo que hasta cierto punto supone adentrarse en los entresijos de la religiosidad popular. Por los partidos de Trujillo y Logrosán el cadillo se atraviesa con una aguja enhebrada con el indicado hilo de seda, que luego se ata. Hace falta cambiarlo cada tres días.
Mas no siempre se hace necesaria una actuación tan directa sobre la carnosidad, ya que también aquí se desarrolla un proceso de carácter netamente mimético. Así tenemos que en Abertura en un hilo se hacen tantos nudos como verrugas, fabricándose luego una pelotilla con la que se frotan las zonas tumoradas. Seguidamente se entierra y se aguarda hasta que la hebra se pudre, puesto que ello es indicativo de que las verrugas seguirán sus mismo pasos. Con la misma intencionalidad se entierra en Aliseda un anillo de corteza de retama anudada que antes se ha colocado sobre cada uno de los cadillos. El atar una planta con igual número de nudos que de verrugas persigue los mismos objetivos. De este modo obran en Galisteo con la estuca y en Zorita con la espiga verde de centeno despojada del ramillete. En Ahigal atan una cuerda bien apretada en la pincollina o brote superior de un tomillo para lograr su desecación, lo que influirá positivamente en la aniquilación de la carúncula. El afectado procederá a ejecutar su acción antes de la salida del sol. También previo al amanecer en Valdeobispo el verrugoso arranca un arbusto, con preferencia una escobera blanca, y lo cuelga con las raíces hacia arriba. Planta y verruga se secarán al unísono.
Una hoja de encina o carrasca con el mismo número de excrecencias como verrugas presenta el sujeto debe ser enterrada para que se seque. De este modo, siempre que no se pase por el lugar, la verruga desaparecerá a los pocos días. Así se hace en Valdecaballeros, Castuera, Fregenal de la Sierra y la práctica totalidad de Extremadura. En Alburquerque aceleran la desecación de la hoja y, en consecuencia, la desaparición de las verrugas, llevándola en el bolsillo. En Casas del Castañar son hojas de aliso, una por verruga, las que se manipulan para estos menesteres, colocándolas debajo de una piedra en la madrugada de San Juan. Idéntica operación se realiza en Barrado en la misma fecha solsticial, especificándose que después de su ejecución ha de volverse a casa sin mirar atrás y sin hablar durante el trayecto. La corteza de nogal, la torvisca y el cardo se configuran como otros tantos ingredientes jerteños que no escapan a actuaciones semejantes. Pero es, sin duda, el olivo el que se lleva la palma en este orden de aplicaciones. Sus hojas se esconden, se entierran o se meten debajo de alguna piedra en lugares por los que no vuelve a pasarse mientras persistan las verrugas. En Madroñera se exige que el afectado regrese de espaldas. En la comarca pacense de Los Montes y en los pueblos de Las Tierras de Granadilla las hojas de olivo se ocultan luego de insertarlas de dos en dos formando cruces. Un sitio apartado debe asimismo dar refugio en grandes áreas de la provincia de Badajoz de una vara de olivo, a la que se le han grabado las necesarias cruces en la corteza, hasta que llegue la desecación que influirá en la cura de los lobanillos humanos. En Rebollar las cruces se hacen en cualquier parte con tal de que después se pierdan de vista.
Frotar las verrugas con un grano de maíz, cebada o trigo y después colocarlo debajo de una piedra es norma que se sigue en Piedras Albas y Zarza la Mayor. Para que produzcan el resultado apetecido necesariamente debe pudrirse sin germinar. Con la pulpa de una pera partida a la mitad se rozan los cadillos en Montehermoso y en otros pueblos de las Vegas del Alagón. Luego unen las partes y las introducen en el hueco de una pared, aguardando que se empochen o se sequen. Sin embargo, el extremeño le presta una mayor fiabilidad a aquellos productos a los que, con razón o sin ella, le atribuye propiedades cáusticas. El primer lugar entre los derivados vegetales lo ocupa la leche o látex de higuera, que se administra en forma de fricción y que tanto sirve para verrugas como para callos, durezas y pecas. Lo normal es la utilización de una hoja por excrecencia. Hay quienes pretenden potenciar los resultados empleando el látex de la higuera loca o machorra y el de los higos bravíos. Un higo verde abierto por la mitad tiene utilidad farmacológica en Ahigal y Santibáñez el Bajo. Una parte se coloca sobre el cadillo sujeta con una venda y la otra mitad se pone en las proximidades del fuego. Cuando esta parte se seca por el calor, se quita el vendaje y se observará que la verruga se ha convertido en un conjunto de escamas que fácilmente se desprenden con las uñas. Nuevamente estamos ante las inevitables formulaciones mágicas.
A las fricciones con ajo machacado se le enuncian inmejorables resultados, al igual que a las cataplasmas o emplastos de este bulbo picado machacado con un poco de aceite (Villanueva de la Serena), con agua caliente (Garciaz y La Cumbre) o con vinagre (Robledillo de Gata). Sólo un pero: que los apósitos no toquen la piel de los contornos de la verruga, ya que causarían dolorosas irritaciones, y que únicamente se mantengan colocados poco más de cinco minutos a lo largo de una semana. El jugo de celidonia o hierba verruguera no sólo resuelve verrugas, sino que también se las entiende favorablemente con clavos y demás excrecencias dérmicas. En Salvaleón aplican su semilla, mientras que en Los Montes queman la afección mediante parches de verrucaria majada. La continuidad en la medicación aumenta los óptimos resultados. Asimismo condenan a muerte a la verruga los repetidos lavados con cocimiento de berenjenas (Villa del Campo), los frotamientos con raíz de ortiga triturada (Torre de Don Miguel), el látex de una planta conocida como babachu (El Torno), la savia del tronco de berza (La Granja) y el látex de la euforbia o leche de mala mujer.
Si nos acercamos al oeste de Badajoz, concretamente a las localidades de Cheles, Alconchel y Villanueva del Fresno, nos encontraremos con que los entendidos en males dérmicos aconsejan para aniquilar los cadillos la aplicación de un combinado de ceniza de corteza de sauce y vinagre en proporción de tres a uno. Esta misma ceniza, sin ningún tipo de mezcolanza, al igual que la de saúco, es la que los curanderos vierten sobre las verrugas en Campanario al tiempo de musitar una ininteligible oración o conjuro, que en el caso de transmitirla perdería la virtud. En La Haba restriegan la verruga con cenizas de palitos de laurel, con cada uno de los cuales antes se hicieron siete cruces sobre cada una de las excrecencias. Flores del Manzano nos acerca otras dos recetas jerteñas: el ácido de restañar los hojalateros y el agua hirviendo con sal.
También el mundo animal proporciona abundantes sustancias capaces de eliminar las excrecencias. El untarlas con sangre de toro goza de gran aceptación, aunque por lo general se exija que la misma esté caliente porque el animal acaba de morir. En Jerte no es válido un cornúpeta cualquiera, sino aquél que fue lidiado en la fiesta. Junto a la sangre de toro buena es la de gallina recién sacrificada y la que mana del rabo cortado de una lagartija. Pero, como es lógico suponer, nada iguala a la aplicación de la sangre de la mujer menstruante, sangre que aumenta su poder cáustico si la "donante" ignora el uso que se le va a dar.
El líquido del curato es válido para mojar las verrugas en Los Montes. El curato o cura-curato es un animalillo del que para estos menesteres se aprovecha en Madroñera tanto la hiel como la esencia que proporciona su conservación en alcohol. En Aldeanueva del Camino optan por restregarse con un caracol espachurrado. La baba de siete caracoles recogida en un cristal sirve de aplicación a los verrugueros de Aldeacentenera y Robledillo de Trujillo. En ambas localidades los moluscos son enterrados seguidamente. Es el mismo fin que les espera a las babosas con las que en Navalmoral de la Mata se untan las excrecencias. Atravesar una babosa o caracol con una aguja de hacer punto y mantenerlos al sol o emparedarlos son comportamientos frecuentes en Extremadura y que se llevan a cabo guiados con fines mágicos. También las lagartijas dan aquí su juego. En Zalamea de la Serena hay que cazar una, pasarla por la verruga y encerrarla en un frasco, que luego se tira. La verruga desaparece cuando se seque el reptil. En el Valle del Jerte el receptáculo lagartijero debe ser una caja de cerillas. En Castuera sólo aceptan una caja de hojalata, que el afectado ha de llevar consigo. En Higuera de Albalat, Salvatierra de Santiago y Robledillo de Gata no ha sido raro el encontrarse con niños que, junto al amuleto lunar, porten un alfiletero con una lagartija en su interior para que los libre de los males verrugosos. Y si nos metemos en derivados, bueno será traer a colación los guisopazos con orina de hurona (Valdeobispo, Sartalejo), de yegua (Hinojal) y de mujer embarazada que tenga en su haber varios abortos (Malpartida de Plasencia), así como de esperma de mono (Salvatierra de los Barros) o de perro (San Vicente de Alcántara).
La carne de choto abortado es un buen aliado en la lucha contra las verrugas. Hay que frotarlas con un trozo de carne cortada de cualquier parte de la cabeza y que haya permanecido al menos una noche al sereno. Luego de la actuación se entierra al lado de un rosal. Conforme se va pudriendo la verruga desaparece. Así obran en Holguera. En Mirabel el lugar del enterramiento de la vianda debe ser junto a un tronco de una higuera machorra. Idéntica operación se realiza en Aljucén con el tocino del cocido, aunque aquí el ocultar la pieza corresponde hacerlo al familiar más cercano del paciente, quien al mismo tiempo está obligado a rezar un Padrenuestro por cada verruga que se pretende eliminar. En Castuera el procedimiento exige que el frotamiento se haga con la corteza del tocino y la ocultación se lleve a cabo en algún lugar por donde el afectado tarde en pasar. Otros optan sencillamente por frotarse y tirar el trozo sin ninguna otra preocupación. Tocino añejo es lo que emplean en Madroñera. Raspan la corteza y depositan las esquirlas en una caja, que luego guardan en un hueco de una pared. A medida que se secan, desaparecen.
En Alía el tratamiento más infalible para las verrugas no es otro que tocárselas durante tres días con la cola de tres gatos de tres colores. Pero mejores resultados se ofrecen en Cañamero siempre que se las frote con el hueso de un muerto, aunque se especifica que el mismo debe encontrarse en el cementerio sin ir expresamente a buscarlo. Idénticas garantías se dan en Guadalupe y Berzocana si el frotamiento se realiza con el clavo de un ataúd o con la azada del sepulturero, opinión esta última que también se comparte en Navezuelas. Con estos datos nadie puede dudar de que la medicina necrológica tiene alguna importancia en el campo verruguero. Por si quedara alguna duda conviene recordar que en Valencia del Ventoso se lavan los cadillos con aceite de la lámpara que con antelación alumbrara a un muerto; que en Arroyomolinos se las pican con la aguja empleada en coser un sudario; y que en Logrosán se los lavan con agua de la fuente de la plaza al paso de un entierro.
Hay otras aguas que tienen un buen grado de aceptación dentro de este campo. En Las Hurdes, por ejemplo, produce efectos favorables sobre las verrugas el mojarlas con agua bendita. En Ahigal se hacen cruces con una paja de centeno bañada en el agua que se reparte el Sábado de Gloria. En Cáceres hay que untarlas con el agua de tres iglesias, que ha de recoger el propio afectado, si bien para alcanzar los resultados que se desean ésta debe ser la primera vez que entre en uno de los recintos. Otras aguas apetecidas son las del manantial de la ermita de Fuente Santa, en Zorita. Mandan los cánones el llenar el vaso, introducir dentro una moneda, restregarse luego con ella y entregarla posteriormente como donativo a la Virgen. En Benquerencia la moneda se sumerge en agua durante toda la noche. Después de frotar las verrugas se deja sobre un poyo de la calle para que alguien la coja, "cogiendo" al mismo tiempo las verrugas. El agua serenada y el rocío de la noche de San Juan tiene numerosos adeptos en ambas provincias, al igual que los tiene los salivazos de los conjuradores o gentes con gracia. Estas proliferan por doquier y para alcanzar el grado de especialistas en la materia no se suelen requerir más principios que el haber sido poseedores de verrugas. La coriana Montes las elimina fijando los ojos en ellas y pronunciando ciertas palabras misteriosas. En Ahigal tía Camila la Cabrera soluciona los problemas metiendo en un saco un grano de sal por verruga y actuando luego en secreto para no perder la virtud. Tío Filomeno, en la misma población, sigue conjurando verrugas de pacientes de las más lejanas localidades. Basta con escribir un papel en el que se haga constar el nombre del afectado y el número de verrugas que posee. Lo demás corre por cuenta de este filántropo.
CLAVOS
El conjuro es un ejercicio que también abunda a la hora de deshacer los clavos, aunque siempre habrá de tenerse en cuenta que aquí la especialización es menor y cada uno podrá por sí mismo actuar sobre sus propias excrecencias. En Portezuelo, poniendo el dedo índice sobre la dureza, se pronuncian estos versos:
Clavo, clavo, clavo,
clavo jerrao,
a las tres veces clavo,
el clavo quitao.
Lo de las tres veces es un decir, ya que el recitado sólo obra el milagro si se repite ininterrumpidamente, al levantarse, a lo largo de tres meses, tres semanas y tres días. Descubrimos al mismo tiempo que existen otras formulillas que guardan estrecha relación a las descritas para las verrugas. No obstante, muy significativa es ésta que se dice en Las Hurdes:
Cravu, cravu, cravu,
secu te quedis por el rabu.
Cravu, cravu, cravu,
secu te quedis por el rabu,
que no quedi raíz ni cimientu,
secu te quedis.
Estos versos, recogidos en Aceitunilla, subsisten con la práctica de eliminar los clavos mediante el uso de sangre menstrual que nunca debe pertenecer a la propia paciente, métodos que, como otros muchos al uso, ya se apuntaron al tratar de los cadillos. Ahí están el látex de la higuera machorra o de la hierba verruguera, el ajo sólo o con aceite, el sauce o los garbanzos lanzados al pozo. Pero a decir verdad ninguno de los apuntados elementos supera a la hora de eliminar callos y durezas rebeldes al amapoleo, del que mucho se sabe en Torre de Miguel Sesmero.
En el mismo conjunto hay necesariamente que incluir a las hojas de ombligo de Venus y de siempreviva despellejadas, así como a las cataplasmas de hojas frescas de hiedra machacadas y maceradas durante veinticuatro horas en vinagre, de las que sobra con una aplicación a lo largo de varios días. La pomada de bellotas trituradas es de uso habitual en Santa Marta de Magasca, Huerta de Animas y Torrejón el Rubio. El atarse un trozo de limón sirve para eliminar las durezas en el partido de Fregenal de la Sierra. En Fuente de Cantos y Bienvenida se emplean las cataplasmas de limón cocido con alguna cabeza de ajo. Por emplastos de excrementos de paloma o de gallina optan en Alcántara y Hernán Pérez respectivamente. La grasa de culebra sirve de ungüento en Calamonte para callos y durezas. Cuando estas afecciones se presentan en los dedos de los pies en Madroñera recurren al lagarto. Atrapado el sauro vivo, se le arranca un trozo de piel y, sin eliminar un ápice de su grasa dérmica, lo aplican sobre la afección hasta que queda bien adherido. Acto seguido sueltan al lacértido y, a la par que sana el lagarto, se esfuma el callo. No faltan quienes encuentran más rápida la solución metiendo la parte endurecida en un recipiente de agua cociendo con sal hasta que se ablande y pueda ser raspada con una navaja. Pero no se nos escapa que toda esta sanatoria se presenta con mayor claridad para los vecinos de Baños de Montemayor que desnudan los pies encallados y los sacan al relente en las mañanas de niebla hasta que ésta se levanta.