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1.- REVILLA VALLEJERA
Revilla Vallejera se encuentra enclavada al pié del antiguo Camino Real de Burgos a Valladolid, después Nacional 620 y ahora autovía de Castilla. Dista de Burgos 40 km. y 80 de Valladolid.
El río Arlanzón baña las tierras de los términos del sur. Fue un río abundante en truchas, barbos, “bogas”, mejillones de río, cangrejos y ratas de agua. En el río Arlanzón se criaban pollas de agua y se vieron garzas, grullas y patos. Al río se le explotó como banco de pesca y llegó a contar con barcaza de remos, redes y familia de pescadores afincados en el pueblo. Esta elemental industria no la cita ni Ensenada en el corazón del siglo XVIII ni Madoz en el s. XIX.
El río separa los términos de Revilla, Villodrigo, Valles de Palenzuela y Quintana del Puente. Cuentan los mayores, que antes de la llegada de los potentes bravanes y del trazado de la concentración parcelaria, que deshicieron viejos caminos y atajos, arroyadas, acuíferos, linderos y mojonadas tradicionales, cuando los viejos arados de madera o los suaves arados primeros de yerro sólo arañaban la tierra, cuentan que podía observarse el cauce antiguo del río y las sucesivas desviaciones geológicas antes de acabar en el curso actual. Pero había que hacerlo desde la altura del Pico los Hornos, al oeste del término y en septiembre.
Del término de Revilla Vallejera, el Arlanzón recibía un solo afluente: el “arroyo madre”. El arroyo madre nace en las bases de las laderas de Vallejera, unos 8 km. al N.O. Según el investigador local, L. García de Castro –1970–, el arroyo recibía el nombre de Uxera, que daría el nombre al valle y a algunos de los pueblos que se levantaron en él. El arroyo madre era codiciado por sus abundantes bancos de cangrejos que fueron prácticamente extirpados en la década de los sesenta del s. XX. Era abundante también en lustrosas ratas de agua que paraban en la mesa de algunos hogares (1). Al pie de la desembocadura del arroyo en el río Arlanzón, se levantó un molino que actualmente está transformado en granja (2).
El monte comunal era la base de la leña para los hogares, de madera para los infinitos instrumentos de labranza, de pastos para el ganado, de parcelas que se arrendaban a las familias más humildes, y el foco número uno de la caza de conejos y liebres. Crió té, manzanilla y otras plantas medicinales. El monte actual ya no es ni sombra de lo que fue. Se taló, se dejaron pies de matorrales y se cultiva para cebada.
El terreno es el terreno típicamente arcilloso y calcáreo del corazón de Castilla. Los llanos de los antiguos cauces del río conservan la impronta de cascajos y arenas de los viejos lechos y fueron excelentes para las antiguas y extensas plantaciones de viñedos que el pueblo poseyó.
El cultivo del viñedo creó una de las construcciones populares más sorprendentes y olvidadas de los estudios oficiales, las bodegas. La cresta y la media pendiente sobre las que se estructura el pueblo, están perforadas de bodegas. Como a 400 m. a la salida del pueblo en dirección sur, en los términos del Escobar y de Carramolino se sitúan el resto de las bodegas. El Escobar se hundió y Carramolino está muy deteriorado.
En las laderas de los dos páramos se trabajó el yeso. Aún subsisten las reminiscencias de los cortes de extracción y de dos hornos de transformación. Los paisanos aún llaman “El Pico los hornos” al promontorio oeste del arranque del monte. El Pico los Hornos es reconocible desde muchos kilómetros a la redonda por el poderoso roble centenario que se levanta sobre él como torreón de viejo castillo.
A una distancia no grande en dirección norteoeste existe el topónimo de “la tejera”, y antes de la concentración parcelaria podían verse las barreras de extracción del barro, los hornos potentes y profundos, las eras donde se esparcían las tejas antes de cocerlas, y la caseta para guardar las tejas cocidas.
Las tierras estuvieron sembradas de una rica toponimia: las eras, las bodegas, el prado, el soto, el sotillo, el plantío, las majadas, las majadillas, los cascajares, los arenales, la pedraja, el cárcavo, los colmenares, las tenadillas, los carriles, vado viejo, barco de terralba, las blanqueras, el monte, el páramo, el escobar, pico los hornos, las yeseras, la tejera, cantalauna, el churrillo, cerro de S. Cristóbal, S. Mamed y hasta “las bragas”…
Para completar las necesidades vitales del trabajo del campo hubo dos y tres herreros, un herrador (3), dos familias molineras, dos familias zapateros de viejo y de nuevo, un pescador, dos y tres yeseros, dos posaderas, una pescatera, dos cantineros; cortadores –que antes llamaban tablajeros y ahora carniceros–, dos barberos, un albañil, un carpintero; un guarda de ganado mayor, un guarda del campo, un quesero temporal, que acabó por afincarse en el pueblo, –este quesero era también tripero y pimentonero–; una familia panadera; tuvieron costurera, sastra (4), cordelera, comadrona, y hasta una mujer entendida en tulipas; en tiempos hubo un hombre encargado de vigilar los nublados y tocar a arrebato cuando amenazaban descargar las tormentas, fue el nublero.
Los pueblos estuvieron siempre unidos por los viejos caminos de siempre. Los viejos mapas con escalas incluso de 1/40.000 muestran la red de tela de araña que unía a todos los pueblos.
Recibían todos ellos el nombre del lugar de destino.
El nuevo trazado de carreteras locales y nacionales ha matado los viejos caminos, y ha hecho a otros inservibles (5).
Por la tela de araña de los viejos caminos llegaban y se iban toda suerte de personas: transeúntes sin norte, pimentoneros, componedores, cacharreros, arrieros, pellejeros, aceituneros, comediantes, gitanos, tratantes, cazadores, cuberos, carreteros, esquiladores, cuadrillas de albañiles, pescateros, manadas de segadores gallegos, dulzaneiros y tamborileros, santones, y padres misioneros que aterrizaban una vez al año para aterrorizar a unas, hacer llorar a otras y reir a muchos. No faltaba el “Inspector”, que servía para que por lo menos una vez al año, asistiera a la escuela toda la chiquillería.
El trasiego de familias de pastores por S. Pedro se tratará en su momento.
Por los años 50 del siglo pasado, el pueblo se sorprendió con la presencia, domingo sí y domingo también, de soldados del destacamento militar del polvorín de las Quintanillas. Los nuevos visitantes se comían el mundo, y a las mozas también. Tema tan delicado y resbaladizo se puso en su sitio con los métodos que cabía esperar: batalla campal que acabó en concienzuda y minuciosa paliza. ¡Pobres descendientes de los aguerridos tercios de Flandes! ¡Pobres vástagos de los vencedores de las ordas marxistas! La vuelta y la entrada al destacamento no debió de ser triunfal precisamente. El comandante del puesto agarró tal cabreo que quiso cercar el pueblo, desalojarlo e incendiarlo. Después del sutil aviso, se impuso la sensatez y no volvió a pisar el pueblo un soldadito más.
La población de Revilla Vallejera se mantuvo relativamente estable a lo largo de los siglos. En el corazón del s. XVIII tenía 500 habitantes, en el del s. XIX, 321; en el año 1926, 449 y 500 el año 1967. Los comienzos del s. XXI muestran un descenso en picado de la población, casas cerradas, definitivamente abandonadas, y zonas del pueblo vacías; el envejecimiento de las personas es irreversible.
El pueblo ha dado un personaje de gran lustre: A. Alonso Cortés, “ilustre clínico y sabio, catedrático, doctor…”, del siglo XIX. Y el P. Revilla, confesor de Franco en África (6). La población ha sido siempre castellanamente pacífica y hospitalaria.
Cuenta Miguel Delibes en “El Hereje”, que las pocas gentes que no insultaron a la redada de protestantes –“¡herejes!”– de vuelta de la frontera francesa camino de Valladolid, fueron los habitantes de Revilla Vallejera. Y tenía su mérito, porque venían ya camino de la hoguera. Eran los tiempos del siglo XVI.
Los alborotos han sido siempre puntuales, típicos de las tensiones de la difícil convivencia y de la lucha por la vida. Dejémoslo por ahora (7).
El pueblo se prestaba ayudas mutuas a lo largo del año. Los momentos más destacados eran la escarda, la “pela” de yeros, titos y garbanzos; la siega; en menor escala la trilla, la bielda o la metida de la paja; la ayuda era más señalada en la vendimia, el corte y el acarreo de la leña y la matanza.
El arreglo de los caminos allá por Mayo–Junio, era la obligación comunal número uno. Se convocaba el Concejo y se distribuía el trabajo. Nadie podía eludirlo.
Había una fuerte obligación moral de asistir a las reuniones que convocaba el Alcalde para el arreglo de los caminos, o para el sorteo del lote de leña del monte; los pastores tenían las suyas, se aclararán más adelante…
La caza se realizaba a título particular, pero eran sonados los días en los que los hombres se juntaban para las cacerías y los ojeos de liebres, conejos y para la caza de la codorniz. Hubo algún afamado cazador que atrajo la atención hasta de los insaciables vascos (8).
El juego de la pelota era un espectáculo, sobre todo a la salida de misa. El frontón era la pared de la sacristía, el “campo” era el viejo cementerio, y el punto de saque era la losa de una tumba.
2.- UNA FAMILIA DE PASTORES
Tinín y Venere, recién jubilados, son dos genuinos representantes de un viejo tronco que se remonta a siglos pasados. Sus padres, Constantino y Fortunata, eran de familia de pastores, sus abuelos paternos y maternos eran pastores y de familias de pastores. Los tíos paternos y maternos fueron numerosos y muchos fueron pastores de gran prestigio, pero el pastor que gozó del mayor respeto y aprecio entre los habitantes de Revilla, fue el abuelo paterno, el tío Dorao, dos veces casado, autor de una numerosa prole. “El tío Dorado”, murió de edad muy avanzada. Aún se le recuerda. El abuelo materno, “el tío Antolín”, venía de Santa María del Campo y pastoreó muchos años en Valles de Palenzuela, –separado del término de Revilla por el río Arlanzón–. En Valles de P. le nació una hija al “tío Antolín”, Fortunata; Fortunata casó con Constantino, hijo del “tío Dorao”, los padres de Tinín y de Venre. Los hijos del matrimonio pasaban grandes temporadas en Valles de P. con los abuelos maternos hasta que decidieron trasladarse a Revilla Vallejera. Ambas ramas están enterradas aquí.
– De las correrías de Valles al rabo de mi abuelo quedaba asombrado del comportamiento de las ovejas. Las ovejas pasaban tres, cuatro días por las laderas sin fuentes ni abrevaderos. Mi abuelo las traía a beber al río. Venían ciegas, nada se las ponía por delante. Como una cayera al agua, ¡todas al río! Como una pasara a las tierras de Revilla, ¡todas detrás! Como alguna se fuera al término de Villodrigo, ¡todo el rebaño al rabo de una! Mi abuelo me decía, esto es así, hijo. Las daba una voz, ¡y media vuelta el rebaño completo! Tinín y Venere tuvieron dos hermanos más, Felipe y Justa, que no siguieron la saga de las ovejas (9).
Tinín y Venere crecieron cuando sus padres pastoreaban las ovejas del Monte Polanco, del término de Valbuena; pero alternaban la estancia entre el Monte Polanco y Revilla Vallejera para que los hijos tuvieran escuela en Revilla, y porque en Revilla tenían tierras, majuelos, casa, ovejas y tenada. A veces se quedaba en el Monte la familia entera, otras, el padre con los hijos mayores, y otras, los hijos pequeños iban y venían diariamente con la comida en un burro, “inteligente, sufrido, pero muy maricón”.
A los diez años empezaban los primeros ensayos. De los remotos tiempos de la niñez, Venere recuerda una situación que se habría de repetir con demasiada frecuencia en el cuidado de las ovejas: la lucha contra los nublados.
– Fue un 14 de Agosto, andaba yo por el Monte Polanco, llegó el amo, el tío Vidal, y mi padre tuvo que volver a Revilla a ordeñar y me dijo: cuando se ponga el sol metes las ovejas y te vas a Revilla en el burro. Esperé. A la puesta del sol se avecinó un nublado que lo cubrió todo. Metí las ovejas, monté en el burro, me puse la “capilla” y un guarda me dijo: tú no te vas al pueblo, tú te quedas. No le hice caso y arreé el burro, mi padre me había dicho que volviese, y tenía que cumplir. El burro enfiló al pueblo; truenos, relámpagos, rayos, oscuridad… diluviaba a mares; pero el burro no se amilanó, agachó las orejas, metió la cabeza y me llevó al pueblo: mi padre ya venía despavorido a buscarme. Aquel burro era el “navarro”, le habíamos comprado en la feria de Astudillo; un burro valiente, potente y listo como el hambre.
– La ropa que se vestía para salir al campo con las ovejas era: una capa y un capillo; se calzaban unas chátaras de piel de cordero, caballo o burro, con casquillos en la parte que pisaba; también se vestían unas botas, unos leguis y unos zogones. Se llevaba el morral con poca comida, una guindilla y una botelleja de vino. Podíamos llevarlo en el zurrón o meterlo en las alforjas y cargárselas al burro.
Las ovejas dan muchos cuidados. El más fundamental es mantenerlas. Una de las maneras era sacarlas a los pastos del monte. Pero hasta el uno de noviembre no se le tropezaba.
Se las dejaba 2–3 días en los corrales del monte; en el monte no había agua y había que bajarlas al tercero–cuarto día porque ya no aguantaban sin beber. Se pasaba un día en el pueblo y vuelta al monte a los apriscos. Unos tenían teja y otros no. A los que no la tenían les llamaban apriscos mochos. Las ovejas que dormían bajo teja estaban más gordas. Las ovejas de los mochos tenían que aguantar las heladas, las lluvias, las cochuras… A pesar de todo, cuando las sacaban para bajarlas al pueblo, eran capaces de darse la vuelta y colarse a los corrales, de modo especial si llovía, chaparreaba o caía un triste aguacero, porque lo que peor soportan es la lluvia.
– Pero saben protegerse y prefieren una noche lluviosa, quietas y aguantando, antes que unas horas de camino. Dos o tres horas de camino, ida y vuelta, las mata. Saben además protegerse, unas contra la pared, o apretado el rebaño entero en círculo cerrado que parece la chepa de un camello, parece que no hay ovejas. Lo que les importa es salvar la cabeza; para ello la ocultan en los cuerpos de todas; jamás se tumban; para tumbarse tendría que estar una oveja medio muerta. Dejan además que esculla el agua bedijas abajo y el agua así no las cala. Cuando ven que viene maino, cuando empieza a escampar, y saben muy bien cuándo va a dejar de llover, se separan, se pegan tres, cuatro, sacudidas, expulsan el agua, y se esparcen a buscar la comida. Se las tenía en el monte noviembre, diciembre y parte de enero. Si no había pasto suficiente se las bajaba de vez en cuando para cebarlas unos días.
En el monte comían pasto, matorrales, encinas, carrascas, cardos, tomillo, “tombas”, “holagas”, espliego. Por el campo comían hinojos secos, y hasta el churrango…; en primavera y comienzos del verano comían los pastos verdes; en el verano, los pastos secos, el rastrojo y hasta los cardos borriqueros.
– En el campo, las ovejas, no se mueren de hambre, comen todo lo que pillan. En tiempos de sequía comen la órdiga santa. En los barbechos entran a todo lo que atrapan, para ellas es una alfalfa, dejan todo mondado. Lo que les jiba es el morro, pero una vez que tienen en la boca lo que agarran, lo tragan y después lo rumian.
Cuando se las bajaba a las tenadas del pueblo se las alimentaba de paja de legumbres, de yeros o de bezas. La paja se traía en sacos a las tenadas. Tenía que estar bien medido todo, porque no llegaba. Se echaba un puñadito a cada oveja hasta que parían. Cuando parían se las trataba mejor.
La oveja puede parir dos veces al año pero sólo se las cubría una vez por los problemas de alimentación. Con aquella alimentación medida, pero justa, hacerlas parir dos veces al año hubiera supuesto una sobreexplotación. Las ovejas empreñan durante cinco meses y había que echarlas al carnero seis meses antes de parir.
Las mejores épocas del año para empreñar eran Navidad; // febrero – marzo – incluso abril, // y agosto. La época de Navidad era buena por el hecho de estar encerradas en las tenadas del pueblo, salían menos y sabes tú que es eso… sólo comer, sólo dormir, como reinas, así que venga… Los meses de febrero – marzo – incluso abril – eran buenos porque los pastos de mayo y junio, cuando el brote del campo llegaba a su pujanza, estaban a la vuelta de la esquina. El mes de agosto era bueno por el grano de los rastrojos, por el acarreo de las mieses por los caminos… Pero había que tener cuidado con el mes de agosto porque, por la escasez de pastos, no todas quedaban preñadas.
Cuando paría la oveja estaba 20–25 días alimentando al cordero, se les destetaba, y pasados 10 días, la oveja podía ser cubierta.
Las primerizas, aún corderas, podían quedar preñadas a los seis meses de nacer. Las que mejor cumplen son las que nacen por Navidad, se las llama las “tempranas”. Las corderas nacidas a comienzos de la primavera o primeros de abril, cuando les llegaba la primera época de fecundación, allá por octubre, tenían más dificultad para ser cubiertas, se las llama “tardías”.
– Un carnero puede cubrir en una temporada 110 ovejas. Diariamente puede dejar preñadas 10 ovejas. A más de 10 no llega a cubrir; aunque monte a 20 diariamente, sólo quedan preñadas 10. Y se sabe, porque pasados 10–12 días, hay 10 ovejas de las 20 que se vuelven al carnero, que también llamamos “salir” de los días en los que se las ha ido el celo, de donde viene la expresión “estar salida”, buscar el macho. Por eso era bueno tener hasta una docena de carneros para un rebaño de unas 500 ovejas.
Un carnero sabía muy bien cuándo salía una oveja, y lo sabía dos días antes.
– ¡Búuu! Olía la orina y no le fallaba. Nunca vimos a un carnero montar a una oveja ya preñada; la respeta totalmente. Que les dé el aire que una oveja va a salir, la siguen, la persiguen, vuelta aquí, vuelta allá, media hora dale que le das, hasta que la oveja, caliente y rendida, se deja por fin hacer.
El celo les dura a las ovejas, un día. Dos días completos no les dura.
– Y la culpa la tienen los carneros, son muy señoritos y finos, ellos. Prefieren la que está fresca, van ciegos y en poco tiempo la han tomado. Si hay varios carneros, mejor aún. Sale la oveja y ya están encima. La oveja no tiene que esperar. Pero en el tiempo de los diez días que tardan en salir de su falta de celo, es decir, en volver al macho, un carnero no toca una oveja. Mas el día antes de salir ya les da el viento. Está el rebaño esparcido, levanta el morro y va ciego a la oveja, aunque esté a la otra punta del rebaño. Y qué peleas. Como tengas 120 ó 200 ovejas y tengas 4–5 carneros y un día no haya más que una oveja que va a salir, ese día, pelea asegurada. Se separan, reculan hasta 20 metros, se enfrentan, cogen carrera, chocan que parece que se van a matar, ¡¡qué hostiazos se meten!! Aquello suena a duro como piedras, qué mollera, ¡la órdiga! Algunos mueren, otros caen desnucados. Que no te cojan de por medio. No te metas a separarlos. Los más duros son los carneros mochos, los que no tienen cuernos; cuando un carnero mocho sangra, el de cuernos está ya reventado. Los carneros con cuernos son más débiles aunque parezcan más impresionantes. Si en los testarazos roncos y violentos pierden la cáscara de la raíz del cuerno, están perdidos, reculan y el otro le persigue a golpes sin compasión. Las luchas más eufóricas son las de los carneros primerizos. Qué orondos marchan a la pelea, qué carreras, qué furia, parece que van a barrer. Pero como el contrario sea un carnero resabiado, espera, y cuando llega la furiosa embestida, se ladea y el otro cae dando volteretas con la cabeza clavada en el suelo. Estos son los que se desnucan. Cuánto me gustaba aquello Pastor con dos corderos recién nacidos cuando yo era joven. ¡Aquello era una fiesta! ¡Una auténtica competición! La lucha más furiosa la presencié en “el camino dojuelo”, y me dije, déjales que se maten, no me lo pierdo. Por lo general gana el más viejo, aunque sea más pequeño, sabe aguantar, ladearse, meter la cabeza, esquivar el testarazo.
– Todos los carneros nacen bien dotados, pero no todos los carneros empreñan a las ovejas. El carnero tiene un hilillo en la punta del meano que es el hilo vital conductor de la expulsión del semen, pero pueden perderlo en el ejercicio de su deber por el roce con la lana del rabo de las ovejas o con todo lo que la lana arrastra: cadillos, espinas, púas. Es el tributo que tienen que pagar. El que carecía de ese atributo natural se le llamaba carnero “picao” o “espuntao”. Para que no sucediera, lo primero que se hacía era esquilar el rabo de las ovejas, y con varios repasos. Cuando se compraba un carnero era lo primero que se hacía: mirarle el pito, inspeccionarle la chorra; se le tumbaba y se le examinaba la documentación.
El poder fecundador del carnero dura sobre cuatro años. Pasados los cuatro año hay que cambiar. Existen dos razones, una, conseguir sangre nueva y evitar cruces de la misma sangre; el ideal es entonces cambiar de machos cada dos años. Otra, evitar crías endebles, porque las mejores crías son las hijas de los carneros primerizos, incluso de machos jóvenes que no acaban en carneros progenitores; el problema de los machos jóvenes es la falta de experiencia a la hora de montar a las hembras.
Nacían tanto machos como hembras, pero no todos los machos paraban en carneros procreadores. Había, entonces, que inutilizarles.
– Ahora se arregla con una inyección. Entonces, no. Se les abría con una navaja, se les buscaba el nervio y se estrangulaba con un nudo. El nudo del nervio iba secando el testículo y al cabo de diez días sólo quedaba la piel. Era una operación delicada y agotadora. Tenía que realizarse con gran habilidad. Yo vi a mi abuelo con la mano hasta hinchada. No se extraía, pues, el testículo. Pero en tiempos sí que se les “capaba”. El corte de la navaja curaba pronto y sin problemas. Sólo había que cuidarlo y vigilar que no le cagase la mosca. En un día podía “operarse” a más de 100 corderos. Lo mismo se hacía con los chivos. Con todo, conocí algún pastor que para esterilizar a los chivos no les “operaba”, les ataba una cuerda a los huevos. Al cabo de 10–15 días se les hinchaban como tiestos, lo pasaban muy mal, y hubo que avisarle que cambiara de técnica. Los corderos y chivos capones eran los más cotizados para el asado; se rifaban, y eran los que mejor cecina hacían.
Se ordeñaba a las ovejas a mano. A uña, es decir, con el dedo doblado. Se hacía dos veces al día, de madrugada, a las seis de la mañana, y por la tarde–noche, de vuelta del campo, desde las 8 de la tarde hasta que se acabase, según la estación. El ordeñe de la mañana era lo primero que se hacía. Oveja recién parida Pastor con cordero recién nacido Para ordeñar había que atajar. Atajar es controlar a las ovejas una por una dentro del aprisco. Para que no escapasen se las atravesaba un tablón y se hacía salir una por una para el ordeñe. A la ordeñada se la echaba fuera; pasaba una por una hasta que se acababa. El pastor se sentaba en una pequeña banqueta, cogía a la oveja por las patas de atrás y la extraía la leche. La leche caía en un caldero. Había que ir corriendo el tablón. Uno ordeñaba y otro lo manejaba. Aquello era especial por los ruidos, los olores, el trabajo… Los hijos pequeños empezaban a echar una mano en el ordeñe, atajando precisamente.
Una de las operaciones que había que hacer con las ovejas era esquilarlas. El esquileo podía hacerlo el mismo pastor o se podía hacer por profesionales. Los esquiladores más afamados eran Paulino y Gregorio, hermanos, de Palenzuela, uno alto y otro menudo; también esquilaban mulas, machos, burros… También venían de los Balbases. En Revilla pasaban por ser muy buenos Venere y Tinín, nuestros protagonistas. Esquilar era rapar la lana de la oveja. Tenía que salir el “cuerpo” entero de la oveja, la forma completa del cuerpo era el vellón. Si se esquilaban 100 ovejas, salían 100 vellones. Los vellones se ataban en un nudo.
– El nudo no se desarmaba aunque tirases el vellón ladera abajo.
Se esquilaba desde primeros de Julio hasta el día 25. Era importante equilibrar la pérdida de la lana con el frío o el calor. La oveja es muy sensible en estos momentos. Quedan desnudas y puede atacarlas el frío pero el calor excesivo las deja coloradas, las atacan las moscas, los tábanos, llegan a perder 2–3 kilos de peso hasta que igualan de nuevo. Los primeros días del esquileo se las sacaba un poco más tarde y antes del mediodía venían ciegas a casa. Uno de los problemas del esquileo eran las ovejas delgadas y chupadas. La lana salía mal y el esquilador dejaba la oveja, pero esa oveja lo pasaba mal sin esquilar, se llenaba de piojos, de pulgas, de cadillos y garrapatas… había que lavarlas. En épocas más antiguas, en años de pastos escasos, había rebaños que no se tenían. Aquellas ovejas pesaban como mucho 30 kilos, cuando hoy día pesan entre 50–60 kilos y hasta 80. El esquilador tenía que emplear media hora en estas ovejas, cuando lo normal es que esquilase hasta 100 ovejas diarias en buenas condiciones.
En el año 1990 cobraban 126 pesetas por cabeza, y mantenidos.
– A veces no llegaba la ganancia de la venta de la lana para pagar el esquileo. Hubo años en los que se tuvo que vender el vellón un tercio más barato que lo que te cobraban por cabeza. La lana la compraban laneros, pellejeros.
Para la oveja, lo mejor es la tijera, aunque quede algo de lana. Pero en los últimos tiempos se impuso la maquinilla por la rapidez, la ligereza y el descanso del esquilador.
– Pero las maquinillas había que prohibirlas.
Las enfermedades y achaques más frecuentes de las ovejas son: mordeduras de los perros, los roces del esquileo, los roces con palos… todo esto se cura con zotal y con jugo de cardos borriqueros; el jugo de los cardos borriqueros es más eficaz que el zotal, y era una medicina que sólo los más ancianos pastores sabían y practicaban; a Venere se la enseñó su abuelo, el tío Dorao; el zotal y el jugo de los cardos borriqueros espantan las moscas de cualquier zona del cuerpo y evita la creación de un nido de infección.
Un achaque muy frecuente es el cantazo del pastor, cuando la piedra “se equivoca”.
– El canto no tiene que ir horizontal o poco elevado del suelo, no puedes tirarlo como si fueses a dar un puñetazo; cuando el brazo se te queda a medio camino sale el canto ratero, a ras de suelo, y puede encontrarse con los costados, las patas, el ojo o la cabeza de la oveja. Hay que hacer un círculo con el brazo, tirarlo a lo alto para que caiga de otra manera.
– ¡Cuántas patas he partido! A veces hasta tres y cuatro en un día. Mi padre me decía: vas a dejar cojo medio rebaño. Coge un tabón, que es de tierra, que es más suave. El problema era que en muchas tierras abundaban más los cascajos que los tabones.
Lo que más temen las ovejas es el canto, la piedra, los temen más que a los perros y a los Esquileo palos. Hasta tal punto que a veces confunden una piedra con un pájaro asustadizo y se espantan del pájaro como si vieran al demonio, salen despavoridas.
– Como las tengas acostumbradas al canto no se te arrima una oveja a las cebadas. Con un solo perro te basta; puedes pasar la mitad del día tumbado. Por los caminos van como velas.
A las roturas por pedradas, hay que añadir las torceduras que sufrían.
– Para curar las roturas, se ataba la oveja por tres patas, se le abría la piel y la carne con la navaja, se estiraba la pata al máximo, sin compasión, hasta que parecía que se iba a descuajar, se limpiaba y se extraían todos los huesecillos; no se podía dejar ni uno; uno que se te quedara, aunque fuese como una lenteja, te estropeaba todo. Se entablillaba, se ataba con una cuerda o con un trapo, y a los 10 días, la oveja había sanado. Si seguía con la cojera, se la abría de nuevo, se buscaba la última astilla que hubiese quedado, se limpiaba, se entablillaba de nuevo y volvía a sanar. Para hacer la cura se necesitaban dos personas: el que estiraba a tope la pata, y el que curaba, y curaba sentado encima de la oveja para que no se moviera.
Para curar las torceduras llegaba con entablillárselas. Un sufrimiento frecuente en la oveja es el dolor en el lado derecho.
– ¿Por qué lo tendrán tan débil? Les das una pedrada en el lado derecho y se pasan un cuarto de hora sin poder casi respirar; les das con un pedrusco en el lado izquierdo, les rompes las costillas, y nada… Cuando ordeñas, ojo con darles un puñetazo en el lado derecho, se fatigan, se ahogan y algunas caen redondas y dices: ¡la órdiga, maté una oveja! Un serio peligro es que les des con el canto en este punto tan débil.
El bazo es una enfermedad mortal.
– Contemplas a una oveja de pié, pega un bote como espantada y cae redonda, cae muerta, tiesa. En un año se me murieron setenta del bazo. Del bazo enferman por comer una hierba de las laderas que llaman el churrango; el churrango tiene unos 30 cm. de altura, es gorda, con tallos pequeños y muy verdes. Se tiran a por ella en tiempos de hambre, cuando dejaban peladas las laderas. En las temporadas de sequía se “picaban del bazo”, que decíamos. Las abrías y lo encontrabas enorme, grande, grueso y reventado.
La enfermedad de la hiel pueden superarla. La hiel les afecta a la vista. Se las curaba sangrándolas de la oreja, del rabo o del lagrimal. De las orejas es arriesgado, porque la marca que dejaba podía confundirse con la del distintivo del dueño.
– Uno de los mayores males de la oveja es el andar, es lo que más las mata. La churra te aguanta kilómetros y kilómetros. La manchega es floja, se te queda en el campo; la manchega está muy bien para estabular, da mucha leche.
La vida de una oveja era de unos cinco años. Eso, antes. El problema fundamental de entonces eran los dientes, que los habían perdido en pocos años por tener que roer sobre piedras, cantos, tierra, tabones, cascajo… Al primer año echa los dientes de primar y después las dos palas. Al segundo año echa cuatro y cierra los dientes, son ya todos iguales. La dentadura cerrada era la medida para compras y ventas.
– Al que no sabe esto, se la meten hasta el mango, y compra viejas por jóvenes. ¿Cómo pides lo que pides si son todas cerradas? ¿No ves que no hay ninguna primada? Eran las discusiones de las ferias. Lo primero que hay que hacer entonces, es abrirles la boca. Las que valían eran las de las dos palas. Esas eran las buenas, las de un año.
Ahora pueden vivir 10–12 años, incluso hasta 14. Hasta que se le caen los dientes, y dices: –
Pero esta tía, ¿cuándo se va a morir? En el campo están ahora a capricho y en casa a mimo. Tienen paja, alfalfa, esparceta, yeros, yerba, vacunas, piensos compuestos y líquidos disueltos en agua. El cordero se hace en quince días… Pero hay un problema: el sabor de la carne; el sabor de la carne de esas ovejas y de esos corderos no es un sabor auténtico. Saben y huelen a piensos compuestos; los despojos de los hospitales los transforman en harinas, muchos se convencieron cuando lo de las vacas locas. Las carnes de antes se rifaban, sobre todo la de los corderos, y se siguen rifando si los alimentas como antes. Cuando entras en una tenada con alimentación a la antigua, allí huele a alfalfa, a esparceta, a paja, a yeros y a legumbres, allí respiras… Y te diré más: Hemos comprobado, que ahora, los corderos de alimentación a la antigua te duran más que los de los piensos compuestos. Y las ovejas pueden ahora engordar más kilos, rendir más, pero en cuatro años han cascado.
Cuando una oveja se muere se la desuella y se guarda el pellejo. Lo hacía el propio pastor para demostrar al amo que había muerto. Había que despellejarla donde moría.
- Aún recuerdo cuando con trece años tuve que despellejar una oveja muerta en el arroyo helado y no podía con mis manos. Mi padre fue a protestar al amo: no hay derecho a hacer esto con un crío; vaya usted y vea la oveja muerta. Aquello no se me olvida en la vida.
La piel se la colgaba de un palo, de un varal; se procuraba no colgarlas de una cuerda porque la cuerda se convaba y las deformaba. Hasta que venía el pellejero. Ellos hacían todas la transformaciones posteriores. Los pellejeros venían de Villalón, de Carrión, de Torquemada, de Villarramiel de Cerrato. Pellejeros muy conocidos por los pastores de Revilla Vallejera fueron el Teresa, el Bolita…
El enemigo secular de la oveja fue el lobo. Y lobos hubo y los hay. A un cuñado de Tinín acababan de matarle 18 ovejas en Torquemada. Fue en los días de la romería por el 21 de septiembre del año 2002.
– Hace 8–10 años tuvimos una época en que el lobo arreó estopa, ¡eh! En “el piloncillo”, a la misma salida del pueblo, se comió varias ovejas. Salí al día siguiente y quedé espantado.
– En “los arenales” estaba uno cojo de una mano, escapado quizá de un cepo. Estuvo puesto toda la mañana junto al colmenar del difunto Aniano, al lado del lindazo grande. Pasó toda la mañana observando, observando… Al final voceamos, volvimos a vocear y vocear, y se subió al pico.
– En “la tenada cortés”, del camino de Valbuena, en el monte, se pegó de cara con el rebaño. Los perros pim-pan, pim-pan, hasta que le hicieron marchar. Se escondió entre unas matas. Yo decía: en cuanto ande unos metros se viene, y allí estuvo otra vez; le cortaba por un lado y se me iba al otro. Los perros, los hombres, ya a qué iban… Yo gritaba: ven, maricón… Se me iba de majano en majano, y allí esperaba. Me ponía delante del rebaño, y él detrás… Por fin se fue a unos matorrales, y de los matorrales a “cantalauna”, a los barbechos del corazón del monte. Allí estaba Andrés, mi primo. Tenía las ovejas desparramadas, unas por el barbecho y otras al pie de lo espeso. Allí le cogió una oveja y allí se la comió. Mi primo se enteró al día siguiente.
En la época de la estancia en el Monte Polanco, final de los cuarenta y comienzo de los cincuenta, cuando lo pastoreaban el padre y el hijo mayor, el padre vino a Revilla y el hijo se quedó. Cuando el padre volvió el lobo le había comido seis corderas.
– A veces teníamos que volvernos a casa a las cinco de la tarde porque no hacíamos vida con él. Le echábamos de aquí y te venía por allá. Como estén hambrientos te la tienen que quitar aunque sea en la puerta de la tenada. El pastor siempre va delante del ganado, pero como venga el lobo, tienes que ponerte detrás. Cuando el pastor va por detrás, el lobo no se te atreve por delante. Acomete siempre por detrás, siempre por detrás. Cuando el pastor se pone detrás, el lobo te sigue a unos metros.
– En cierta ocasion estaba yo en “el barco terralba”. Amanecía y contemplaba la salida del sol. Las ovejas andaban desparramadas en gran tenderete. Cuando me di cuenta las habían cortado tres lobos y las habían metido contra la linde, uno por arriba, otro por el medio y otro por el lado. El lobo intenta siempre espantarlas y que una se desmadre, esa está perdida, esa muere. Yo tenía de aquellas un perro pinto, era un buen perro… y grité, ¡perro, perro…!, me quedé sin voz. El perro se acercó, le voltearon por el culo… el perro agarró el camino… ¡hasta casa! Los tres lobos le siguieron hasta la entrada del pueblo, hasta la era del abuelo Dorao. Le dejaron y se dieron media vuelta, ¡al monte! por la blanquera, torcieron por “el camino de la marota” y se largaron. Yo les grité, ¡adiós! Pero qué susto me pegaron.
– En otra ocasión habíamos metido las ovejas en la huerta de D. Prisciano, que está a la salida del pueblo por el camino de la fuentona a la tejera y lindaba con la casa de mis primos. Era Navidad. Llovía y llovía. Las metimos en la huerta porque las tenadas estaban encharcadas y olían que apestaban. Los amigos y vecinos de mis primos jugaban a las cartas; era de noche; salieron a tomar el fresco, cuando vieron los ojos fulgurantes de dos lobos apostados en la huerta. Fueron corriendo a avisar. Los lobos habían saltado las tapias, que no eran pequeñas, y tenían acorraladas a más de 500 ovejas. Las tenían atrapadas contra una rinconada de viejos olmos. Si no llegamos a tiempo nos hacen una escabechina. ¡500 acorraladas en tan breve espacio parecía increí- Ovejas en la tenada ble! –Abre la puerta, déjalas salir y cuéntalas mientras salen, me dijo mi hermano. ¿¡Contarlas!? Si no me quito me matan. Enfilaron a la tenada de siempre, despavoridas y aterrorizadas. Los lobos saltaron la tapia y se fueron por el camino del cementerio. Otros pastores los siguieron con las linternas. ¡Cómo les brillaban los ojos! Al día siguiente encontramos a una con los gañotes comidos, a otra sin culera, a otra sin barriga.
– Lo que quiere el lobo es matar. Te siegan los gañones, te abren a una oveja, se comen la asadura y algo de la tripa y no suelen tropezar más.
– Qué inteligentes son los lobos. Mi abuelo me contaba y me lo contó muchas veces, que si un lobo salta a una tenada y el suelo está tan bajo que les resulta difícil saltar afuera, matan a las ovejas, las apilan y brincan sobre ellas a las tierras.
– Tienen una fuerza increíble. Una vez me llevaron una oveja que había tirado al pié de la tenada; cuando salí a cortar, marchaba con ella como que llevaba un caramelo. No dejaba ni rastro por la cebada crecida. Salí detrás por “el camino de la tejera” y apenas se veía nada. La oveja pesaba cerca de 70 kilos.
– En otra ocasión estaba yo en el monte. Me parió una oveja con mellizos y me dije: voy a dejarla un poco que los lama. Era ya Junio, a las 11 de la mañana, calentaba y ya se iban arreando. Me dije: voy por allá y cojo a los corderos. De allí salió el lobo. Había estado toda la mañana tumbado acechando. Según me acerqué salió disparado, corriendo, y corriendo enganchó a uno de los dos corderos por los aires.–¡perros, perros!, grité. El lobo marchaba tan orondo y tan orgulloso que parecía un rey.
– En otra ocasión estaba con las ovejas en la era del tío gato y del zamorano. Vi que el perro fuera de serie que tuvimos que curar en Burgos, se cruzó con otro perro. Si miraron. Dije, ¿de quién será ese perro? ¡Bóouu! ¡El lobo! ¡¡El lobo!! Dió un respingo, arrinconó a un montón de ovejas contra la caseta de la era de Feliciano. El resto de las ovejas, despavoridas, agarraron el camino del pueblo, a la tenada. De tal manera, que si cogen a alguien, le arrasan. El lobo, tan chulo, las iba siguiendo por encima de la pared del camino, parecía que las escoltaba. Al llegar al “piloncillo” se le cerraban los caminos. Fue lo que las salvó, porque mientras el lobo las buscaba las vueltas rodeando el pueblo, las dio tiempo a llegar a la tenada. Era un tropel espantado. El lobo salió al camino y se encontró con otro rebaño en “el plantío”. Era ya de noche. Allí hizo el agosto. El pastor del plantío se dió cuenta al día siguiente y recordó que algunas le balaban desesperadamente.
– Hace ya años, el tío baltanasiego, llamado así porque provenía de Baltanás, encontró que el lobo le había asaltado las ovejas del aprisco, ya alejado del pueblo. Las ovejas habían saltado las paredes y habían escapado al monte. El lobo se había desayunado con algunas. De una había dejado los huesos y de otra se había comido los gañotes. El tío baltanasiego se fue a buscar las ovejas. El olfato de los perros dió con él, el pastor los siguió, y vió cómo el lobo estaba de guardián del aterrorizado rebaño.
Los lugares donde se guardaban las ovejas recibían nombres diversos: apriscos, tenadas, corrales… En el Monte Polanco las encerraban en las yeseras de las laderas, las minas de la extracción de cuarzo, horizontales al suelo. Se las atrancaban con tablones y maderos.
– En estos huecos cabían la órdiga de ovejas.
Eran los mejores resguardos contra los ataques de los lobos (10).
A las ovejas se las marcaba para no crear problemas entre pastores en caso de mezclas con rebaños que pastaban próximos o que caminaban próximos. Cada pastor conocía las suyas, pero siempre fue bueno prevenir los problemas y pastorear con la máxima seguridad. Las marcas eran variadas, desde una oreja rasgada, un cuatro, un agujero, las iniciales del dueño… El instrumento más frecuente era un marcador hecho por un herrero. Se mezclaba en pez hirviendo y se oprimía en el cuerpo del animal. Después fue prohibido por las marcas que dejaba en la lana y en la piel. Las marcas hacían inservibles los corros tocados y marcados. Los pellejeros mezclaban esas pieles que trucaban el peso.
Había que bañar a las ovejas.
– Se hacía en el río Arlanzón. Las llevabas a la orilla. Como se tirase la primera, ¡adelante!, quítate del medio, que vas con ellas. Como se tirase la primera y se volviera, la tenías liada, todas atrás. Cuántas veces tenías que coger a la primera por la esquila y la cabeza, arrastrarla y tirarla al agua. Son así. Perro por aquí, perro por allá, sudabas más que ellas. Yo creo que decían: ¿nosotras al agua?, tírate tú. Como acertases a la primera, ¡qué bonito!, ida y vuelta, ida y vuelta, así hasta cuatro veces. No te movías. Las llamabas desde la orilla de acá y todo el rebaño te obedecía. Es que no necesitabas ni llamarlas, te dabas media vuelta y sentías cómo bullía el río con el rebaño hacia la orilla de acá. Cómo les gustaba volver. Pero ir…
– Las ovejas son animales muy inteligentes. Son rebaño, pero son inteligentes. Si tienen que pasar por un callejón, allá te van todas y quítate del medio. Como la primera diga que se tira al agua, allá van. Pero como diga que nanai, date media vuelta.
Los comportamientos inteligentes son muy variados. Con los perros, en los nublados, en la protección de la lluvia, en la vuelta a casa, en la salida de casa, en el casteo con el carnero, en la defensa contra el lobo, en el conocimiento del pastor, de los apriscos, de las tenadas, de los caminos, de los abrevaderos, de su propio rebaño; en el terror al canto…, y sobre todo, en el cuidado y mimo de las crías.
– Te citaré tres detalles: Uno, las relaciones de las ovejas con el perro. El perro que no las muerde, lo tiene claro; las ovejas le hacen burla, hasta le dan con la cabeza. El perro que vaya, guau, guau, guau… al día siguiente, morrada que te crió. Se acabó el perro. Como tengas que dejarlo en casa, no haces vida. Otro, es el conocimiento de las crías. Para las crías tienen una gran inteligencia. Las llaman... La cría pueden estar a 200 m. o el rebaño esparcido, un solo balido de la madre atrae a las crías. Las crías levantan la cabeza y vienen flechadas. El balido de la madre es el mejor remedio para meter las crías en los apriscos. La madre también las llama con el sonido de la cencerra; están a muchos metros, pero como oigan el de su madre, vienen a ella, no a la de al lado. En cierta ocasión me había parido una oveja en lo espeso del monte. Vino al rebaño con la placenta fuera… Yo no encontraba el cordero y no podía dejarlo, porque al primer valido me lo llevaba el lobo o el zorro. La oveja había andado más de doscientos metros, levantó la cabeza y se fue derecha, clavada, al matorral del cordero. Yo había sido incapaz de dar con él. ¿Y qué me dices del conocimiento de su propio rebaño? Es el tercer hecho que voy a referirte. Cuando se pasan de un rebaño a otro, duran poco, cinco minutos. Levantan la cabeza, se dan media vuelta y vuelven al suyo. Las advenedizas huelen a las nuevas y saben si son las de su rebaño. Me pasó una vez con mi primo Andresillo: se me habían pasado tres ovejas, y le dije, déjalas, mañana vuelvo y las saco. Antes de bajar y volver al pueblo, se me habían vuelto al mío.
Una ayuda esencial del pastor son los perros. El perro depende de las razas y del pastor.
– Antes y después de los años cincuenta, había aquellos perros pastoriegos, de ojo blanco, ratinos, rojizos. Los perros antiguos resistían bien y eran correosos. Resistían la sed y el hambre, eran muy duros.
– El perro más inteligente es el pastor alemán. El pastor alemán sólo necesita un solo aviso para volverte el rebaño. Una vez entendido el aviso por primera vez en su vida, el resto del tiempo lo pasa llevando las ovejas a su sitio. Puedes dormir tranquilo. Puede ir a por una oveja desviada a más de 300 metros del pastor. Son capaces de no tumbarse y de estar al pié del cañón con las patas desgajadas y sangrando. Pero como les falte el agua estás perdido. La sed les mata. En los días de calor te dejan donde estés, en el páramo, en el monte, en las laderas. Se lanzan como locos a buscar las fuentes. Después te vuelven. Son muy buenos también para otros ganados.
– Hasta tuve una perra alemán que cantaba como nadie los conejos de los majanos.
– Había que cuidar el cruce. No podías castearles con un galgo, por ejemplo, con un perro de caza, con cualquier perro de un labrador. Había que cruzarles con los mejores pastoriegos. Mi padre llevaba la perra al último pueblo del mundo si sabía que allí había un perro pastor de ley.
– A los perros hay que adiestrarles. El adiestramiento conlleva varios pasos. Acostumbrarle a que esté a las orillas de los senderos o de los caminos; a unos por las orillas y a otros junto a ti; el perro que no se acostumbra, malo. Acostumbrarle a “estar ahí”; entonces te metes por el rebaño, te ocultas, te vas a la otra parte; en los primeros ensayos te seguirá, pero hay que gritarle: estáte ahí, no te muevas. Acostumbrarle a ir por la orilla opuesta por la que vas tú; porque no le puedes llevar todo el tiempo a tu lado y mandarle a cada oveja que se desmadra. Acostumbrale a obedecer el silbido, el gesto de la mano, o más difícil todavía, el gesto de la cabeza, sin palabras. Hay que hacerle entender que hay que morder, cuándo hay que morder y cómo hay que morder; esto es muy importante para que las ovejas no le tomen a cachondeo; entienden que hay que morder cuando les dices: ¡arrímate!; entienden cómo tienen que morder por el tono y la fuerza de esa orden; cuando los estás enseñando hay que dejarles que muerdan, es como se imponen a las ovejas; si no muerden, hay que tener mucho cuidado para no regañarles y mucho tacto para reñirles si muerden demasiado; en principio hay que dejarles que muerdan, ya tendrás tiempo de reorientarles. Hay que acostumbrarles a coger el canto, a que no lo suelten, a que lo mantengan, a que “esté ahí” con él en la boca (11). Al perro que sale de clase, en un mes lo controlas, y al medio año, son catedráticos.
A los perros adiestrados por otro pastor y que cambian de dueño, había que cuidarles con mimo, en casa, a lo largo de 8–10 días. Se les llevaba 2–3 días al campo, atados. Se les trataba con grandísimo cariño, se les daban órdenes bien dosificadas, y se hacían al nuevo amo.
– Me gustaba poner el nombre de mis perros. Y me gustaba ponerles, a veces, nombres de vecinas. Así, a uno lo llamé, “Elena”, a otro, “Toni”. ¡Se armaba un revuelo…! A una la puse “lechuguina”. La lechuguina era inteligente con ganas. En una ocasión necesitaba la llave de la tenada para meter las ovejas de vuelta del campo. Para no llegar y tener que buscarla, puse una nota a mi madre, se la até al cuello, la mandé para casa y la perra se presentó a mi madre. En otra ocasión maté una liebre al pié del monte, volví a poner una nota a mi madre: madre, esta noche cenamos liebre, se la até al cuello y la mandé de correo. La perra se presentó a mi madre. Esta perra, cuando paría, venía con nosotros de mañana; a las tres de la tarde nos dejaba y se volvía al pueblo a dar de mamar a los cachorros. La “lechuguina” estaba conmigo en el campo y mi padre me decía: los domingos salgo a tu encuentro para que vayas al baile. Pues la perra le olía cuando salía del pueblo, me dejaba y se iba a buscarle.
Los perros tienen cada cosa…
– Vendí una perra a un pastor de Quintana Palla. La probó un sábado por la mañana, le gustó, me la pagó y se la llevó en el rapidillo de las 6 de la tarde, el tren que hacía el recorrido Valladolid–Burgos con parada en todas las estaciones, después cogió el coche de línea. Llegó a casa, y el primer día la ató. Al segundo día la soltó. Pues el martes por la mañana me la encontré a la puerta de casa. A los dos días vino el pastor y me contó que la perra tuvo que salvar, incluso, un canal para tomar el camino de vuelta. Entre ida en tren y coche de línea más vuelta a pie, se habría hecho unos 120 km.
Muchos animales tienen un apego incondicional a los amos.
Un humilde labrador de Revilla Vallejera se tuvo que deshacer del burro ya viejo y lo vendió a un tratante de Palenzuela. El burro iba a su último destino, el matadero. Pasadas dos semanas el campesino visitó al tratante. Cuando el burró oyó la voz del amo de siempre y sin previo aviso de visita, se deshacía en saludos de los más afectuosos rebuznos.
– Lo más curioso que he visto fue lo del gato de un pastor de Villahán, al pié de Palenzuela ¿Sabes qué pasó? El pastor se fue a Astudillo, se lo llevó en un saco, tuvo que salvar la carretera nacional, la vía del tren, el río Arlanza, ya crecido con las aguas del Arlanzón, y cruzar todo un extenso monte de encinares y robledales. El gato marchó metido en un saco, se escapó, y volvió a pelo.
Para el aprovechamiento equitativo de los pastos del término entre todos los pastores, existía un reparto del territorio. A lo largo del tiempo, el reparto conoció varias épocas.
– En una de ellas, que fue la primera, se daba el mismo número de Has. a cada pastor. El problema que creaba es que el que tenía más cabezas tenía el mismo terreno que el que tenía menos cabezas. Unas pasaban hambre y otras se hartaban.
– En un segundo momento se pasó a repartir por el número de ovejas. Se adjudicó un cuarto o un medio de Ha. a cada oveja… Pero creó un nuevo problema: el dueño que tenía 500 cabezas, se llevaba medio término, y había dos labradores fuertes que sumaban 1.000 ovejas. La solución creó más quejas.
– En la tercera época el problema se resolvió definitivamente con la división total de Has. del terreno del pueblo por el número total de ovejas del pueblo, y el cociente se multiplicaba por el número global de ovejas de cada pastor.
En los últimos años sólo quedaban cuatro pastores. Solución salomónica: dividir el término en cuatro partes.
Para el pastoreo y el sorteo del pastoreo, el terreno del pueblo estaba dividido en 12 lotes: El cañal, El soto, El molino –también llamado La central–, La quinta, Valdegonzalo, El sotillo, El páramo, Fuentamaniel, La lora, Fuente carnero, Torralba y Las tenadillas.
El reparto de las divisiones se hacía en un sorteo, y “la suerte” era el lote que le tocaba a cada pastor, y fue objeto de disputas, peleas, asambleas, reuniones. Las quejas más frecuentes eran sobre la calidad de la suerte o sobre un reparto mal hecho.
El sorteo se hacía en casa de un pastor prestigioso y respetado. El honor recayó muchas veces sobre el abuelo y el padre de Tinín y de Venere. En aquella época, la época de los padres y de los abuelos, había 14–15 rebaños, sobre 100 cabezas cada rebaño, con la excepción de dos de ellos que sobrepasaban varios rebaños juntos.
Se escribía el término de cada lote en un papel, se doblaba bien doblado, se metía en una gorra, cada pastor sacaba una papeleta y ese era el territorio adjudicado. Para obligar a respetar escrupulosamente el término adjudicado y no pasar la raya hubo épocas en las que se obligó a todos a estar en casa a las 10 de la noche. La vigilancia correspondía al alcalde. Para los nuevos resultaba duro aceptar esa condición, y más de uno fue llamado al orden. Fulano, se le decía, esta es la ley que hay y así se hace.
– Cuántas veces volvía mi padre cabreado diciendo: no nos hemos entendido, somos muy cabezotas. El principal escollo eran los pastores nuevos que no conocían bien el campo. Eran los que más alboroto creaban en las asambleas. Se imponía entonces el criterio de los pastores afincados de siempre y se les decía: fulano, esto es así y así se ha hecho siempre.
Cuando no se llegaba a un acuerdo la reunión se hacía en casa de la Hermandad de Labradores y Ganaderos. Si tampoco se cerraba el trato, mediaba el alcalde y se aceptaba su imposición. Los tratos y discusiones de los repartos podían durar una semana.
Había dos grandes repartos a lo largo del año, uno por S. Pedro –finales de Junio–, y otro después de la vendimia, –últimos de octubre, comienzos de noviembre–.
El de S. Pedro acababa por la feria de Pampliega –21 de septiembre–, y cuando acababa, se llamaba, “romper la suerte”. La suerte rota duraba desde finales de septiembre y todo el mes de octubre; se aprovechaba para entrar libremente por los majuelos recién vendimiados. Cada uno andaba entonces por donde le daba la gana. El reparto de finales de octubre primeros de noviembre llegaba hasta el mes de abril. Del mes de abril a S. Pedro, se volvía a ser libre.
El gran momento de los cambios de amo y de contratos de pastores nativos y nuevos era S. Pedro. A los que no se les renovaba el contrato tenían que buscar nuevos amos o marcharse del pueblo.
– Cargaban en los carros las camas, los trastos de la cocina, las ropas, el resto del ajuar; qué duro era verles marchar. Se marchaban pensando que iban a ganar mil pesetas más al año con el nuevo amo y lo perdían en el camino. Allí se rompían, me cago en la leche, camas, pucheros, sillas… Lo mismo les pasaba a los nuevos que llegaban, qué carros de trastos… Llegaban desde Villalaco, Astudillo, Baltanás. A los nuevos pastores se les recibía muy bien en la comunidad de pastores del pueblo. A la primera se veía quiénes eran buenos, malos o regulares. Los peores, nos favorecían a los afincados desde siempre, no nos hacían competencia y aupaban nuestro trabajo.
Parece que cambiaban los que querían ganar más, los más incompetentes, los que no se acomodaban a estar en el pueblo, los que habían tenido dos palabras con el amo, los que habían llegado a verdaderos líos, y hubo muy buenos pastores que se largaron porque no conseguían del amo tener ovejas propias y para un pastor eso era muy duro. Aunque la fecha del cambio era S. Pedro, algunos pastores dejaban al amo en cualquier parte del año.
– Mañana quito las cencerras y ahí te quedas. Y allí se quedaba. Esos pastores recorrían media España. Cuando llegaban a otro pueblo, ya caían mal.
Los tratos se hacían en dinero y en fanegas de trigo. Después venían diversas especificaciones. Las especificaciones eran típicas de Revilla, pues tenían oído que por otros sitios entraba todo en un trato general. Algunas especificaciones eran: un carro de leña, un celemín de garbanzos, titos y lentejas, la leche de los dos últimos días del ordeñe antes de dejarlas secar, con esa leche podían hacerse 10–12 quesos, que se tenía para el año. No sin resistencia de los amos, los pastores consiguieron 15–20 ovejas para ellos, pastoreadas entre el rebaño del amo. Fue una conquista importante. Con esas 15–20 ovejas, se ganaba más que con todo lo del amo. La ilusión de esas ovejas compensaba muchos sinsabores.
– La necesidad era mucha. No era frecuente, pero podía llegarse a situaciones de competencia desleal entre los mismos pastores.
– Lo que se ganaba era poco. La vida era dura, se tenían muchos hijos… Los más afamados pastores fueron la prolífica rama de los Dorao y el baltanasiego –proveniente de Baltanás– (12).
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NOTAS
(1) Los declarantes del Catastro de Ensenada se sienten orgullosos por haber hecho un pontón y no cobrar peaje.
(2) El molino perteneció en tiempos pasados a frailes de Salamanca, pasó después a manos privadas, luego fue propiedad de la ilustre familia de los Alonso Cortés, de Valladolid, oriundos de Revilla Vallejera.
(3) –Entendía tan bien al ganado que los labradores se fiaban más de él que del veterinario–.
(4) Parece que la tradición venía de lejos, pues el Madoz del S. XIX cita una pequeña industria de medias de señoras.
(5) De Valbuena, en la provincia de Palencia, por ejemplo, se tardaba 3/4 de hora en burro. Hoy día se tarda 40 minutos en coche por el camino más corto, y 3/4 de hora por los caminos de la concentración.
(6) La “desaparición” del P. Revilla fue siempre un tabú. El pueblo mantiene un cerrado silencio.
(7) Parece que alguna celestial residenta no se encontraba a gusto en Revilla, y no se sabe por qué. Un día se largó montada en una borriquilla, buscó cobijo por los caminos de Dios, llegó a Baltanás, la acogieron con los brazos abiertos, la hicieron un altar como dios manda y se quedó de por vida; en Baltanás la honran con el nombre de la Virgen de la borriquilla o Virgen de Revilla (La tradición se mantiene intacta en ambas villas).
(8) Era famoso por su puntería con dobletes frecuentes en la codorniz; por la vista, el adiestramiento de perros, y algunos decían que hasta estaba dotado de olfato; también era famoso, cómo no, por las bravuconadas y salidas de tono y a veces por su endiablado genio.
(9) Un curioso dato familiar es que las mujeres de Felipe y de Venere son hermanas, y se rumoreaba que la tercera de las hermanas caería con Tinín, tercer hermano, lo que pudo haber sido sonado en el pueblo. Mas Tinín no estaba por el tema de dar gusto a las habladurías. Casó con la hija de un pastor.
(10) Estas perforaciones horizontales de hasta 100 m. de largura, 3–5 de altura y 3–5–8 de anchura pueden verse por el viejo Camino Real, dirección Valladolid–Burgos, por los términos de Reinoso de Cerrato, Villaviudas y Hornillos de Cerrato. Las más espectaculares pueden encontrarse en Portillo, Valladolid, dirección Cuéllar.
(11) Se conserva la palabra original de los pastores. No se necesita, pues, aclarar, que aquí significa “piedra”.
(12) El cuidado de las ovejas le hicieron prohibitivo el ir a la escuela, pero fue quién de inventarse un riguroso sistema de contar las ovejas y agruparlas en el más científico control decimal de piedras y cantos.