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A menudo, el conocimiento de pasado histórico está plagado de tópicos, y la historia española, y más concretamente el período altomedieval, tampoco es una excepción. De modo que en las breves líneas que siguen hemos querido bucear en las fuentes a fin de conocer (trabajosamente y siempre a costa de minúsculos recortes cronísticos, que en modo alguno pretenden ser exhaustivos) cuál era el aspecto exterior de nuestros abuelos de trasantaño. Conocemos más o menos bien los hechos que presenciaron o protagonizaron; tampoco ignoramos cómo era la sociedad en la que vivieron, sus instituciones, su cultura y hasta sus ideas y creencias, pero ¿qué importancia daban a su imagen?, ¿qué hacían con sus cabellos?, ¿coincidían en su manipulación las clases sociales?, ¿que diferencias había al respecto entre cristianos y musulmanes?; en suma, ¿coincide nuestra visión actual con la realidad del momento?
Es el griego Estrabón ( entre 21 y 25 d.C.) el primero en transmitirnos diversos aspectos sobre los adornos femeninos en los pueblos indígenas peninsulares, los cuales no duda en calificar como típicamente bárbaros, en base a la descripción hecha en su día por Artemidoro. Refiere éste que en algunos lugares las mujeres llevan alrededor del cuello collares de hierro coronados por unos ganchos que suben hasta lo alto de la cabeza y avanzan hasta delante de la frente. Cuando quieren, cuelgan un velo de esos ganchos, de modo que, al ser corrido, protege el rostro como una sombrilla, cosa que consideran decorativa. En otros lugares se colocan alrededor un disco redondeado hacia la nuca, que rodea la cabeza a la altura del lóbulo de la oreja y que va desplegándose poco a poco a lo alto y a lo ancho. Otras se depilan la parte delantera de la cabeza, hasta hacerla parecer más lisa y brillante que la frente. Otras, en fin, colocan sobre su cabeza una columnilla de alrededor de un pie de altura, alrededor de la cual entrelazan sus cabellos y los cubren después con un velo negro (1). Aunque lo que debió prevalecer entre hombres y mujeres, al filo del “anno Domini”, es un aspecto mucho más simple y generalizado: Todos los montañeses son sobrios… dejan crecer mucho sus cabellos, como las mujeres, pero para combatir los recogen con una banda (2); imagen que es la que hubo de mantenerse luego durante muchos siglos.
En efecto, el Concilio Braga II, presidido por san Martín de Dumiense en el año 572, bajo el reinado del rey suevo Miro (570-583), dispuso en su canon LXVI, cómo no conviene que los clérigos lleven el pelo largo y oficien de este modo, sino con el pelo cortado y descubiertas las orejas (3); y no mucho después, el canon XLI del Concilio Toledo IV, reunido en 633, bajo la presidencia del ínclito san Isidoro, reinando Sisenando (634-636), proclamó nuevamente la necesidad de que el clero se distinguiera claramente de los seglares, y muy especialmente de los herejes (priscilanistas galaicos), de modo que todos los clérigos y lectores, lo mismo que los levitas y obispos, rapada toda la parte superior de la cabeza, dejarán solamente una corona circular en la parte inferior, y no como hasta aquí parece ser que hacen los lectores de la zona de Galicia, los cuales, dejando largos los cabellos, al modo de los seglares, rapan un círculo en la parte superior de la cabeza, pues éste fue el uso de los herejes en España. Por lo cual conviene que a fin de acabar con el escándalo en la iglesia, se omita esta señal vergonzosa, y que sea una misma tonsura y el hábito, del mismo modo que una sola la costumbre de toda España (4).
Con la invasión musulmana de 711 cayó, es cierto, todo el poder político que los godos habían mantenido desde el siglo V, pero no cabe olvidar que bajo los nuevos dominadores musulmanes el sustrato más importante de la población siguió siendo el mismo en todo el ámbito peninsular, por lo que, contra lo que pueda suponerse, no cabe pensar que desde ahora todos los habitantes que vivieron bajo la autoridad de los valíes dependientes (entre 711 y 756) y de los omeyas después (756-1035), quedaran necesariamente tocados por turbantes, según se deduce del testimonio de al- Jusani ( 971), quien al referirse a uno de los jueces de Córdoba constata cómo en Oriente usan el turbante: esa es la costumbre que tienen desde antiguo. Si tu le usaras -dijéronle (al juez Yahya ben Yahya)- seguramente el pueblo te imitaría y lo usaría. No lo creo -contestó Yahya-: Ben Baxir llevaba vestidos de seda y el pueblo no le ha imitado; y eso que Ben Baxir era hombre de prestigio, a propósito para imponer esa moda. Si yo me pusiera turbante, la gente me dejaría solo en este uso y no me imitaría (5). Y es el gran historiador cordobés Ibn Hayyan (988-1076) el que, en efecto, nos descubre de forma indirecta cómo la cabeza de Al-Hakam I (796-822) en nada se diferenciaba de las de cualesquiera de sus nobles, soldados y siervos, teniendo en cuenta que el apurado emir hubo de recurrir al perfume para que, una vez decapitado, fuera reconocido tras la revuelta del Arrabal de Córdoba, de cuyos sediciosos llegó a temer la muerte en su propio Alcázar: El emir… sus esclavos y tropa… ya no dudaron de ser irresistiblemente vencidos. En aquella situación, viendo el apuro y la violencia de la lucha… dijo a su criado: “Tráeme enseguida un frasco de algalia”. El criado no creyó tal petición y pensó haber oído mal, por lo que titubeó en ir a cumplirla, y el emir le gritó: “Ve, hijo de incircuncisa, tráeme enseguida la algalia”. Se la trajo y se la echó en la cabeza y la barba, y el criado le hubo de decir: “Pero, señor, ¿es ésta hora de perfumarse, cuando ves la situación en que estamos?” - “Vete, malhaya seas: ¿Cómo se distinguirá la cabeza de Alhakam de la de otro, sino es por el perfume?” (6).
Así pues, cabe suponer que durante los primeros siglos de la llamada “Reconquista”, los hombres y las mujeres (poderosos y humildes) de las dos Españas (cristiana y musulmana) siguieron llevando el multisecular "corte de pelo", al menos hasta el reinado de Abderrahman II (822-852), que es cuando, según el gran historiador cordobés Ibn Hayyan, cambiaron los gustos de las clases altas de al-Andalus, pues llegó de Oriente el iraquí Ziryab (Albagdadi), superior y maravilloso cantante… cuando entró él en Alandalús todos los hombres o mujeres se dejaban el pelo largo y se lo partían por la mitad de la frente, cubriendo sienes y cejas, mas, cuando vio la gente fina el arreglo de pelo de él, sus hijos y mujeres, cortado para no cubrir la frente, igualado con las cejas, redondeado por los oídos y suelto en las sienes, como lo llevan hoy los servidores eunucos y las esclavas distinguidas, les encantó y pareció bien para sus esclavos y esclavas, haciéndoselo seguir y exigiéndoles lo adoptaran, como se ha venido haciendo hasta hoy (7).
Y sin embargo, la mayor parte de la población hubo de continuar con su tradicional imagen, según pone de manifiesto el mismo Ibn Hayyan, al referirse a un personaje muy respetado en la corte de Alhakam II (961-976), llamado Abu ‘Abdallah Muhammad b. Sa’id b. Basir b. Sarahil Alma’afiri, originario… de Beja… (que) en su juventud… fue en peregrinación y como estudiante… aprendió en Egipto. Luego regresó a Alandalús y se encerró en su hacienda, limitándose a cuidar de su alquería en Beja, hasta que fue llamado al cadiazgo en Córdoba, al cual, no obstante su alta dignidad, se le reprochaba un aspecto mucho más parecido al común: Antes de ser nombrado cadí, Ibn Basir se hacía la raya hasta el lóbulo de las orejas y usaba una túnica teñida de cártamo, al modo más antiguo. Era hombre de sólida opinión y buen natural, y siguió usando aquél atuendo después de ser cadí, sentándose en la Mezquita Aljama para atender a la gente con aquella cabellera partida y su túnica amarilla… cuenta Halid b. Sa’d lo siguiente: Reproché a Muhammad b. Basir que se dejara la melena suelta… y me dijo: “Obro en esto con testimonio, pues Malik b. Anas me contó que Muhammad b. Almunkadir, señor entre los lectores coránicos, llevaba melena… ¿qué censuras pues?” (8) A veces, durante las guerras civiles, los propios ejércitos musulmanes acudían a “fórmulas” capilares muy drásticas para distinguirse de su enemigo en la batalla, lo que da una idea clara de sus similares cabezas e indumentarias, de modo que (tras su rebelión en 741) los berberiscos de Galicia, Astorga, Mérida, Coria y Talavera… con un ejército innumerable pasaron el río Tajo en busca de Abd al- Malik ben Qatan, el cual mandó contra ellos a… los siríacos… y los baladíes de España. Cuando supieron los berberiscos que este ejército estaba próximo, rasuráronse la cabeza… a fin de no ocultar la causa que defendían y de no confundirse (con los contrarios) en la batalla (9). Sin dar ocasión, en consecuencia, ni a que sus cabelleras "delataran" el pánico por el empuje del enemigo (no entra la caballería -de Almanzor- en una país sin que se erice el cabello de la gente, por miedo (10)), ni de mostrar tras la batalla el terrible aspecto que describe el poeta áulico (de finales del siglo X) Ibn Darray, desgraciadamente repetido durante siglos: Los cabellos de polvo, teñidos de sangre (11). Aunque lo cierto es que nunca han faltado ocasiones en la que el rasurado de la cabeza fue empleado como humillante castigo: El emir -Abd al-Rahman (I)-… había mandado… (al) jefe de la policía… que llevara para los (tres) prisioneros (toledanos principales) chupas de lana, un barbero y burros. Les fueron rapadas las cabezas y vestidos con chupas, y metidos en unos cestos, los montaron en los burros, entrándolos de esta suerte en la ciudad (de Córdoba) (12).
Las bromas y las ironías sobre el “pelaje” humano tampoco estuvieron ausentes en la comunidad hispano-musulmana. Sobre el citado valí Abd al- Malic b. Qatan al-Fihri ( 741) se añade (por uno de los tempranos redactores) de los "Ajbar Maymu'a" que era ya tan anciano, que parecía (por su canicie) pollo de avestruz, pues tenía 90 años o más (13). Ibn Hayyan, que siguió regularmente a Ahmad ar-Razi ( 955), a su hijo 'Isa ( 989), y a otros tempranos autores, trae a cuento diversas citas de interés, para mejor ilustrar el tema que nos ocupa, al tratar sobre la figura del muy famoso (en tiempo del emir Abdarrahman II) poeta Algazal, quien primero intentó zafarse en vano de su nombramiento como embajador ante Constantinopla, describiéndose a sí mismo como aquél a quien el tiempo planta cedoarias en coronilla (14); trata de convencer luego al emir para que enviase al anterior embajador (si lo que necesitan es barba grande/ sin juicio para el caso de rivalizar, /… / hete alguno que en largo de su barba, / y ancho, lo garantizo, hace diez barbas. / Mándale a él, pues más no precisáis, / ¿quién sino él para embajadas? (15)); asimismo, el apuesto Algazal es objeto de algunas sanas advertencias por parte de un poeta amigo (menos devaneos con Zaynab / pues no convienen los amores al canoso: / ¿Después de los sesenta, que has gozado / completos, te enamoras de gacelas? (16)); además, él mismo descubre en sus versos la costumbre que algunos cordobeses ya entrados en años tenían de pintar su pelo (tú, que te tiñes las canas toda la vida / ¿hasta cuándo puedes esperar? / ¿acaso alguna vez vieron tus ojos / a alguien que volviera el palo seco verde? (17)); y, por último, nos trasmite también una sátira cruel sobre el aspecto de la vieja esposa que ha perdido sus encantos: Pelona, calva, a la que el tiempo / no ha dejado sino lengua en reproche constante, / de contornos blandos, cuyo aspecto al hablar / indicaría, so la barba, un trenzador (18))
El mencionado Ibn Hayyan trae a capítulo, de igual forma, la hilaridad que (durante el segundo cuarto del siglo IX) provocaba en Córdoba la barba del poeta Ubaydallah b. Qarluman, acudiendo para ello a la pluma poeta Arrassas (la barba de capón de Abu Hasim / es lo más parecido a los pelos del trasero / y su cara nos recuerda al mono / en su fea forma y calidad (19)); crítica que alcanzaba asimismo a su desordenada cabellera (cuenta el poeta Ahmad b. 'Abd Rabbih:… su figura no era como las de los humanos… a causa de su horrible aspecto y fea catadura, pues era un viejo de escasa talla y gran cabeza, de revueltos cabellos grises, tan enorme que no cabía en gorro ni capucha, siendo además literato y poeta satírico de maligna lengua (20)).
Desde Luego, la sensualidad de los cabellos femeninos no escaseaba en los poemas de amor (los rubios cabellos que asomaban por sus sienes dibujaban un lam en la blanca página de su mejilla, como oro que corre sobre plata / estaba en el apogeo de su belleza, como la rama cuando se viste de hojas (21)), ni la admiración por su limpieza y cuidado (hermosa, con el cabello reluciente / su rostro, al mostrarse, parecía / el del sol o el brillo del plenilunio (22)), y hasta por los adornos (el único motivo para ami amor su bella cabellera, brillante por su joyas (23)). Ocasiones hubo, no obstante, en que el amor hacia una bella muchacha de largas trenzas trocóse bruscamente en tragedia, según relata Ibn Hayyan al hablar de los vicios de Abdarrahman III: Cuenta su verdugo… que una noche lo llamó (el califa) a su aposento… y lo halló sentado… en compañía de una muchacha, hermosa como un órix, sujeta en manos de los eunucos en un rincón, la cual pedía misericordia… díjole entonces: -Llévate a esa ramera… y córtale el cuello- … y el servidor me la acercó, recogiéndole las trenzas y descubriendo el cuello, de manera que de un golpe le hice volar la cabeza (24). Aunque lo cierto es que la presunción capilar era tan propia de féminas como de másculos, según podemos observar en los poemas de Ibn Darray (he aquí que el sol conquista mi cabellera deslumbrando con su resplandor los ojos de jóvenes bellas), que también tiene palabras de lamento para el paso de los años (he aquí también que el triste blanco de mi cabellera se burla del color negro de mi pupila (25)).
Por desgracia, las escuetas fuentes (cronísticas y documentales) cristianas ni se acercan a las musulmanas en amplitud de información en ni descripción de detalles, de modo que es imposible conocer nada sobre el aspecto capilar y las costumbres personales de los reyes cristianos altomedievales, al contrario de lo que ocurre con sus coterráneas de Córdoba. El citado al-Jusani nos informa, por ejemplo, que es de saber que Abderrahmen I, siempre que se incomodaba, retorcíase con los dedos el bigote, y ¡ay de aquél contra el que se airase! (26); en el "Ajbar Maymu'a" se añade que dicho emir tenía dos rizos de pelo sobre la frente (27); e Ibn Hayyan, al hablar de los regalos enviados por Abdarrahman III (912-961) a un aliado africano, alude expresamente a una funda de raso con un gran peine de sultán para peinar la barba (28). Pero es en el texto de un autor del siglo XIII, el marroquí Ibn Idari (que también siguió a los dos Rasis del siglo X, y a Ibn Hayyan, del XI) donde podemos encontrar reunida una muy curiosa descripción sobre el aspecto capilar de cada uno de los omeyas hispanos, hijos en su mayor parte de bellas mujeres nacidas en el norte peninsular: -- Abd al-Rahman (I) era alto, rubio… llevaba los cabellos esparcidos en dos tirabuzones.
-- Hixam (I)… tenía la tez muy blanca, el pelo rojizo y una excelente vista.
-- Ah-Hakam (I) era alto y delgado de nariz muy correcta y… tenía la tez muy morena.
-- Abd al-Rahman (II)… era alto, moreno, de ojos grandes y negros… y larga barba abundante.
-- Muhammad tenía la tez clara y sonrosada: era bajo, con la cabeza pequeña y barba abundante.
-- Al-Mundhir. Moreno, de cabello ensortijado… tenía el rostro marcado de viruelas.
-- Abda Allah tenía la tez clara y subida de color, los ojos azules… era rubio… y se teñía de negro.
-- Abd al-Rahman (III) tenía la piel blanca y los ojos azul oscuro… se teñía de negro.
-- Al-Hakam (II) era de un rubio rojizo, tenía grandes ojos negros.
-- Hixam II. Rubio, de ojos azul oscuro muy grandes, enjuto de rostro, barba rojiza. (29)
Pero, ¿cómo imaginar el aspecto de la población cristiana por ese entonces? Ya hemos dicho antes que las fuentes del norte peninsular no son explícitas al respecto, ni mucho ni poco. Anotamos, a modo de curiosidad la presencia de un conde Vermudo "calvo" en una escritura original del rey Ordoño II, fechada en el año 920 (30), lo que no es mucho decir, que no sea la extraña constatación de una pérdida que tal vez era excepcional en la época. Aunque, al contrario que los islamitas, los monjes cristianos sí tenían permitido “iluminar” sus códices con figuras humanas, lo que nos ha permitido conocer hoy, muy a grandes rasgos, naturalmente, que la disposición capilar de la población apenas había cambiado desde comienzos del siglo VII, esto es, cabello partido en raya y cortado a melena( 31), a juego con un aspecto general que nos ha transmitido el importante geógrafo cordobés (del siglo XI) al-Bakri, basado a su vez en la narración del judío Ibrahim b. Ya'qub al-Isra'ili, natural de Tortosa (al-Turtusi): (Los) cristianos… no se limpian ni se lavan al año más que una o dos veces, con agua fría. No lavan sus vestidos desde que se los ponen hasta que, puestos, se hacen tiras; creen que la suciedad que llevan de su sudor proporciona bienestar y salud a sus cuerpos. Por otra parte sus ropas son en extremo delgadas, hechas jirones, mostrando por ente las aberturas lo más de su cuerpo (32).
Y en cuanto a los clérigos, los testimonios nos hablan ocasionalmente sobre la relajación de sus obligaciones, por lo que tampoco cabe excluir que también descuidaran (más fácilmente) lo otrora dispuesto en el Concilio Toledo IV en relación con el tema que nos ocupa, incluso en las sedes episcopales más ricas, prósperas y famosas del momento, según lo que trasmite la Historia Compostelana sobre el período 1038-1065: En tiempos del rey Fernando… aunque la iglesia compostelana brillaba por sus riquezas… sin embargo, en relación con los canónigos…. no tenían la tonsura de la coronilla ni querían dejar de llevar barba (33).
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NOTAS:
(1) STRABO; trad. S. SEGURA MUNGUÍA, Mil años de historia vasca a través de la literatura greco-latina. De Aníbal a Carlomagno, Bilbao 2001, 81.
(2) STRABO, 78-79.
(3) Ed. y trad. J. VIVES, Concilios visigodos e hispano-romanos, Barcelona-Madrid 1963, 102.
(4) Ed. VIVES, ibid., 206.
(5) ALJOXAMI, Historia de los jueces de Córdoba, trad. A. Zoido, Granada 1985, 240.
(6) IBN HAYYAN, Kitab al-muqtabis fi tarij riyal al-Andalus (s. XI); trad. M. A. MAKKI y F. CORRIENTE, Crónica de los emires Alhakam I y 'Abdarrahman II entre los años 796 y 846 [Almuqtabis II-1], Zaragoza 2001, 79, y nota 134, donde el traductor constata que la sorprendente expresión “incircuncisa” es una «metonimia insultante por “cristiana”: Efectivamente, a esta religión pertenecería este criado, a juzgar por su nombre, que dan, aunque deturpado, otras versiones de estos mismos hechos».
(7) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 203.
(8) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 107 y 111.
(9) Ajbar Maymu’a; trad. E. Lafuente Alcántara, vid. C. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, La España musulmana, Madrid 1973, 86.
(10) IBN DARRAY; trad. M. LACHICA GARRIDO, Almanzor en los poemas de Ibn Darray, Zaragoza 1979, 103.
(11) IBN DARRAY, 78 (12) Ajbar Maymu’a, 124.
(13) Ajbar Maymu’a, 87.
(14) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 232, y nota 486, donde Corriente aclara: “Metáfora de la canas, debido al color blanco de las flores de esta planta”.
(15) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 231.
(16) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 240.
(17) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 158.
(18) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 229, y nota 481, donde añade Corriente: “Los movimientos constantes y rápidos de la mano del que trenza serían comparados a los de las mandíbulas de esta parlanchina. Es el tema característico de la poesía árabe festiva y misógina… la sátira a la mujer, a menudo esposa, envejecida y que, perdidos los encantos, sólo retiene un conjunto de defectos físicos y morales”.
(19) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 248.
(20) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 224.
(21) Vid. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, La España musulmana, 365, citando textualmente: «Del príncipe omeya MARWAN BEN ABD AL-RAHMAN AL-TALIQ "el amnistiado" (m. 1009) -poesías a mujeres- ».
(22) IBN HAYYAN, Crónica de los emires, 146.
(23) IBN DARRAY, 62.
(24) IBN HAYYAN; trad. M. J. VIGUERA y F. CORRIENTE, Crónica del califa 'Abdarrahman III an-Nasir entre los años 912 y 942 -al-Muqtabis V-, Zaragoza 1981, 41.
(25) IBN DARRAY, 62.
(26) ALJOXAMI, 41.
(27) Ajbar Maymu’a, 98.
(28) IBN HAYYAN, Crónica del califa, 265.
(29) IBN ‘IDARI, Al-Bayan al-mugrib fi ajbar muluk al-Andalus wa-l-Magrib; trad. E. Fagnan, vid. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, La España musulmana, 139-140.
(30) Archivo Catedral de León, nº 809: "Ueremudus comite caluo"; ed. E. SÁEZ, Colección documental del Archivo de la catedral de León (775-1230) : I (775-952), León 1987, doc. 51, 85-87.
(31) Vid. SÁNCHEZ-ALBORNOZ, Una ciudad de la España cristiana hace mil años. Estampas de la vida en León, 8ª ed., Madrid 1980, 104: “Los laicos, por lo común, aparecen destocados en las miniaturas de la época. Su peinado habitual en ellas es el descrito arriba”.
(32) AL-BAKRI, Kitab al-Masalik Wa-l-Mamlik; trad. E. VIDAL BELTRÁN, Zaragoza, 1982, 22-23.
(33) Historia Compostelana; trad. E. FALQUE REY, Historia Compostelana, Madrid 1994, 555.