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Revista de Folklore número

275



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DERMATOLOGIA POPULAR EN EXTREMADURA (I)

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2003 en la Revista de Folklore número 275 - sumario >



EMPEZANDO CON ROMERO

Por tierras extremeñas son las llagas y úlceras los andancios que abren el camino que nos conducen al intrincado y complejo campo de las afecciones cutáneas. "Dios que da llagas, da con qué sanarlas", enuncia un conocido refrán de Alcuéscar. Y estas dádivas divinas en la mayor parte de los casos responden al amplio muestrario que nos proporciona el mundo vegetal. Y también con refranes entramos al trapo: "Mala es la llaga que el romero no sana", "De las virtudes del romero se puede escribir un libro entero"… Por tan dogma de fe se tiene lo anterior, que resulta difícil contar con los dedos de la mano los extremeños que ante cualquier trastornijo dérmico no hayan recurrido a los lavatorios con la infusión de las flores de esta planta. Si luego del acuífero riego se cubre la zona afectada con una gasa, mejor que mejor.

Con otra planta montaraz, en este caso la encina, también se consiguen óptimos resultados. Basta lavarse con el agua de cocer su corteza desmenuzada para resolver problemas de úlceras, de fisuras, de grietas y de sabañones. Contra estos últimos se emplea en Santa Cruz de Paniagua la savia extraída de una carrasca envejecida. El roble es sustituto de la encina para tales menesteres en Aceituna y Mesas de Ibor. Por la provincia de Badajoz para las llagas infectadas y cangrenosas, para las heridas con pus y para los diviesos se utiliza mayormente una decocción de raíz de arzolla, olla o ardolla. La curación de las más variopintas afecciones cutáneas, entre las que no faltan las quemaduras y los forúnculos, se le achaca a los enjuagues con infusión de hojas y flores de malva, a la que se le reconoce una gran virtud tanto aséptica como cicatrizante, virtud que se potencia, según opinión de los naturales del Valle del Jerte, si el vegetal se recolecta en la noche de San Juan. Además del lavatorio, suelen en Trujillo cubrir el quemado aplicándole una de sus hojas, que previamente se ha cocido y aceitado.

En cuestiones de úlceras nada se resiste en Aldeacentenera al enjuague con una infusión de salvia, medicina de la que en Portaje echan mano para aliviar heridas y evitar sus infecciones. En la vecina localidad de Torrejoncillo para tales menesteres, sobre todo si se trata de lesiones incisocortantes, en especial las producidas por hachas y cuchillos, se busca el auxilio en las cataplasmas de hojas de salvia de prados machacadas. Idéntico carácter vulnerario y antiséptico para cualquier clase de percance dermatológico se le atribuye en Las Hurdes y Benquerencia de la Serena a la esencia del cantueso mezclada con agua. En Quintana de la Serena y Villafranca de los Barros confían más en la aplicación de compresas empapadas en infusión de espliego o lavanda, aunque tanto en estos pueblos como en la practica totalidad de Extremadura es la infusión de las flores secas de manzanilla la que se lleva los honores en el oficio reparador de la epidermis. El cubrir la parte afectada con una gasa empapada soluciona los más diversos andancios cutáneos, entre los que citamos heridas, eczemas, llagas, erupciones, quemaduras, úlceras, escoceduras y orzuelos.

Únicamente un pero encontramos en El Gordo, Talayuela y Saucedilla. En estos lugares la infusión ha de transformarse en decocción cuando con ella se incide sobre las quemaduras que se producen a causa de la excesiva exposición al sol. También las hojas de ortigas gozan de buenas propiedades, dependiendo de la forma en que sean manipuladas. Los más dispares padecimientos de la piel desaparecen con sólo untarlos con su infusión. Esto es algo que no falla en Zorita. Por contra, en Talaván, Pozuelo de Zarzón y La Haba optan por beberla con la feliz intención de purificar la sangre y, de paso, eliminar el acné. Para heridas pertinaces y quemaduras rebeldes se inclinan en Valdetorres por su jugo fresco, mientras que en Cristina echan mano de la correspondiente cataplasma. Y metidos en jugos, ninguno es tan estimado en Cañaveral para quemaduras, llagas y heridas como el extraído de la hoja de pita. No obstante, en esta localidad de igual manera recurren a la infusión de hojas secas de yantén o llantén para idénticas afecciones, la misma a la que se acercan en Navaconcejo para sofocar las hemorragias derivadas de los inoportunos cortes.

Una reconocida planta vulneraria es el nogal. Sus hojas se usan sobre todo en infusión, aunque en Torremenga y en otros núcleos de la Sierra de Gata se las apliquen una vez hervidas para lograr una más rápida cicatrización. Con las mismas finalidades, es decir, el limpiar, curar, desinfectar y cicatrizar, se utilizan las tisanas de orégano (Zarza de Granadilla, Aliseda), de tomillo (Santibáñez el Bajo, Aceituna, Villanueva de la Sierra), de hiedra (San Vicente de Alcántara), de aliso o vinagrera (Coria, Malpartida de Plasencia), de zarzamora (Garrovillas, Esparragalejo, Baterno) y de escrófulas. Las hojas del mencionado aliso desmenuzadas, picadas y puestas como cataplasmas cumplen idénticos cometidos en Villanueva de la Sierra. Otro tanto sucede con las cataplasmas de las hojas frescas y machacadas de perejil, poleo, viborera, parietaria, ruda, marrubio, achicoria, ajera o hierba del ajo, gordolobo, zurrón de pastor, apio, acedera, verbena, hierba doncella, rabaza y saúco.

Muchas veces la cataplasma cede su lugar a una aplicación directa de la hoja. Así sucede en Alburquerque con la de sanalotodo. En Aldeacentenera colocan la de siempreviva no sin antes haberla desprovisto de la piel superior. La hoja de la hierba de San Pedro es objeto de una doble manipulación. En Coria la secan y transforman en polvo que vierten sobre la parte afectada. Por contra, en la población pacense de Zahinos la colocan inmediatamente después de cocerla. Esto último es lo que hacen en Peloche y Ahigal con las hojas de acelga y en Torremocha con las de sanguinaria. Un trozo de hoja de col bien lavada y aplanada con un rodillo o botella y colocada sobre la herida es un remedio de gran aceptación a lo largo y ancho de las dos provincias. Al embudillo u ombligo de Venus se le reconoce un exagerado y no desmerecido poder cicatrizante cuando se pone en contacto con la parte afectada luego de haberle quitado a la hoja la cutícula epidérmica. Y no parece equivocarse la medicina tradicional en este caso, sobre todo si se tiene en cuenta que la planta contiene entre sus componentes taninos y mucílagos. En Castañar de Ibor, Guadalupe y Alía prefieren para los anteriores menesteres una aplicación de hojas de álamo majadas, a las que se le ha añadido un chorro de vinagre.

Los frutos, los bulbos, los tubérculos y las semillas tienen cabida igualmente en la solución de este verdadero cajón de sastre que supone la generalización de enfermedades y afecciones dérmicas. Los ejemplos abundan sobre el particular. Así nos topamos que en buena parte de la provincia de Cáceres el cubrirse la piel con papilla o pulpa de zanahoria cura heridas, úlceras, quemaduras y pruritos. Con emplastos de higos cocidos se eliminan en Almoharín, Mirabel y Talarrubias lobanillos y diviesos. Si los higos se mezclan con cebolla y se aplican después de cocerlos, lo que suele hacerse en Puerto de Santa Cruz, bastan para reducir los chichones. No hay mal de piel que se resista en Jaraiz de la Vera y Aldeanueva del Camino a las compresas templadas de pimentón disuelto en agua. Las cataplasmas de linaza se tienen por un solucionador de heridas y diviesos en amplias zonas de Extremadura y otro tanto ocurre con las confeccionadas a base de de harina de habas, bastante comunes por la comarca de las Tierras de Granadilla. El ajo es un bulbo que en ambas provincias goza de suficiente prestigio. Aunque más tarde nos referiremos a sus múltiples aplicaciones, ahora solo constatamos los usos que por estos lares se les da a los ajos mezclados con miel, que en cierta medida coinciden con los apuntados por Dioscórides y que inciden, entre otras enfermedades, sobre albarazos, empeines, llagas manantías de la cabeza y sarna.

Los aceites constituyen elementos básicos en la elaboración de bálsamos, pomadas y linimentos que el pueblo utiliza con fines vulnerarios y cicatrizantes. De la de ricino se sirven generalmente en Torrejoncillo, Pedroso de Acím, Cañaveral, Acehuche y Portezuelo en casos de heridas y quemaduras, aplicándola mediante una gasa. Con partes iguales de aceite y de vino tinto se logra un linimento para las úlceras, llagas y heridas que cuenta con gran aceptación en Riomalo de Abajo y Villagonzalo. Añadiéndole a estos dos ingredientes idéntica proporción de claras de huevo se consigue el famoso bálsamo del samaritano con el que todas las afecciones cutáneas tienen los días contados. Y por supuesto que nada hay que objetar respecto al aceite de pericón o hierba de San Juan, a la que en Almedralejo acuden para las heridas y quemaduras después de haberla tenido una noche al sereno, o al aceite de poleo, que mantiene un buen ganado prestigio como antiséptico en las comarcas de La Campiña y Sierra de Jerez.

A la savia que en forma de espuma fluye de las ramas de los olivos al quemarse recurren en Montánchez y Cañamero para curar la sarna, la tiña, las urticarias y los empeines. Con heces de lobo secas, pulverizadas y mezcladas con tierra del revolcadero del mismo cánido alivian por toda la Alta Extremadura llagas y heridas. Los parches de miel es medicina muy extendida por toda la comunidad para heridas y diviesos. Para las lesiones que supuran hallan el remedio los naturales de Montemolín en los polvos de azufre. En la comarca de Las Villuercas hallan la panacea contra todas las enfermedades dérmicas en los baños en la fuente de Loro. Más al norte son las aguas de la fuente de El Salugral (Hervás), ya sean bebidas o en baños, las que se encargan de eliminar las dermatosis herpéticas en sus múltiples manifestaciones, eczemas e inflamaciones vesiculares, frictenosas y pustulosas. Igualmente la fuente del Trampal (Montánchez) cuenta con abundantes aguas rojizas capaces de sanar a los enfermos de eczemas y psoriasis.

Y puesto que en medicinales aguas estamos metidos, no salimos de ellas para recordar una curiosa costumbre de Villafranca de los Barros. En la noche de San Juan en un recipiente lleno de acuífero líquido se vierten puñados de flores de adelfa, que luego se guarda y se aprovecha, cuando la ocasión lo requiere, para remediar los más insospechados males de la piel. Idénticos efectos se buscan en diferentes puntos de la región, y de manera muy especial en la Sierra de Gata, lavándose o revolcándose en el rocío sanjuanero, hecho al que también se le atribuye un alto poder profiláctico. De este modo nos encontramos que en Ahigal basta con lavarse el cuerpo en el agua de la laguna del Legío para mantener a raya a la sarna. Apuntemos por último la creencia que se constata en Lobón, Valdetorres y Olivenza de eliminar cualquier tipo de afección cutánea o de impedir que ésta ataque al sujeto por el simple hecho de llevar una moneda de cobre bajo el calcetín de manera que toque la planta del pie al caminar.

"LAS JARRETÁS"

Adentrémonos ahora, después de los anteriores galimatías, en la singularización de los afecciones cutáneas concretizando en primer lugar las que se refieren en exclusiva a las heridas, entendiendo por ello lo que los diccionarios al uso definen como "Rotura hecha en las carnes con un instrumento o por efecto de fuerte choque con un instrumento duro".

Si usted es trabajador del campo y tiene la mala suerte de sentir la acerada caricia de la guadaña o de la hoz que les traspasa el dedil, nada hay que temer si se encuentra a su lado, y de seguro que si la encontrará, la maravilla silvestre o tetilla de gallina, también conocida con el significativo nombre de hierba del segador, de la que se cuentan prodigios que nunca se acaban. Una hoja aplicada sobra para restañar la herida traicionera y no dejar ni el recuerdo del menor rasguño. Cuando la rajaura la produce la afilada cuchilla del vendimiador, el remedio está más a la mano. Habrá que coger varias uvas, las más maduras posibles, y despachurrarlas sobre la herida. La sangre se detendrá al instante, los microbios o pulpejos huirán como alma que lleva el diablo y los labios de la jarretá se cerrarán inmediatamente. Con la particularidad, afirman en Tierra de Barros, de que la víctima podrá sufrir percances de idéntica índole, pero nunca en el mismo punto curado de esta guisa. He aquí una prueba de cómo acepta la piel los tratamientos edulcorantes. Recordemos en este sentido las utilización de cataplasmas o apósitos de miel como cicatrizadores y el uso de masajes con miel ligeramente licuada que en la práctica totalidad de Extremadura solventa las heridas de los pechos lactantes. Si la cosa va de piteras o escalabrauras la miel y el azúcar se convierten en medicamentos de primer orden. Son echados directamente sobre la herida luego de cortar el cabello de la zona dañada a ras del cuero. La cicatrización queda asegurada.

En cuestiones sanatorias de heridas hay opiniones para todos los gustos y cada pueblo defiende las suyas como las más apropiadas y efectivas. En Peñalsordo tienen por dogma que "el mejor tratamiento es ninguno", lo que se traduce en dejar la herida al descubierto después de lavarla con saliva, algo que también es usual en Mérida. Tanto en uno como en otro lugar hacen refrán de su comportamiento: "La herida que mira al cielo, al veterinario hace viejo". Claro que en otras localidades buscan la cicatrización recurriendo a las plantas y a los poderes manipuladores que sobre las mismas son capaces de ejercer. En Fuente de Cantos procuran que sea de lirio blanco y que vaya ligeramente macerada en vinagre. La hoja de bálsamo es comúnmente usada en el Valle del Jerte, ya que además de chupar la pus de las heridas infectadas goza de un gran poder vulnerario. Es el mimo papel que por La Vera y Campo Arañuelo juega la salvia verbenera o balsámica y que en Moraleja, Ceclavín y Zarza la Mayor se le atribuye a la hoja chupaora.

Las hojas frescas de berza machacadas y puestas sobre la herida gozan de gran aceptación entre los entendidos de Portaje y Villamesías. Es el mismo comportamiento que con fines astringentes y vulnerarios se sigue en Casas del Monte, Jarilla y Segura de Toro con respecto de la nevadilla o quebrantapiedras. En Higuera la Real la elegida es la hoja de sanalotodo. Se coloca directamente sobre la piel, cubriéndose con una venda. Las membranas interiores que se forman en los entrenudos de las cañas sirven de aplicación para las heridas que se ocasionan los habitantes de los pueblos ribereños del Tajo. De mayor utilidad en toda la comunidad es el hongo de yesca, que no sólo detiene la hemorragia al instante, sino que muestra sus magnificas propiedades cicatrizantes. En Aldeanueva del Camino y Cerezo lo machacan en un mortero, no sin antes humedecerlo ligeramente, hasta que alcanza una cierta flexibilidad. Luego lo aplican y lo sujetan con un lienzo blanco.

Un gran capítulo llenan las infusiones y decocciones de determinadas plantas con fines tópicos de carácter vulnerario. Entre ellas destacan las de saúco o sabuco. En Casas del Castañar, donde la planta también puede macerarse en aguardiente, aseguran que la misma aumenta la efectividad médica si se recoge el día de la Ascensión. En Jarandilla dejan la oportuna recolecta de la flor, pues ésta es la que cura, para la mañana de San Juan. Con decocción de hojas de fresno se realizan lavados cicatrizantes en Eljas, San Martín de Trevejo y Villamiel.

Cuando por un desgraciado descuido los sacadores de corcho sufren una chascarrillá (herida incisocortante en Ahigal) encuentran en la inmersión de la parte afectada en cocimiento de la entrecáscara del alcornoque la más fácil de las soluciones para reparar el daño. De ninguna de las maneras hay que olvidar la importancia que en la mayoría de los pueblos extremeños se le concede a las infusiones de rosa de Alejandría, de zurrón de pastor o pan y quesito y de flores de margarita. Las dos últimas plantas cumplen idénticas funciones si son empleadas como cataplasmas. Y puesto que a cataplasmas hemos llegado, conviene recordar la práctica habitual en Hornachos, Retamal de Llerena y Valle de la Serena, de valerse para tales menesteres de hojas de verbena machacadas y mezcladas con vino.

La árnica es una de las plantas que con objetivos restauradores de heridas mantiene una gran aceptación en las dos provincias extremeñas. En la zona de Trujillo es su cocimiento lo que se usa en los correspondientes lavados. En Valdecaballeros la cocción se realiza en aguardiente, con lo que trasmite al liquido una formidable propiedad cicatrizadora. Mecanismos más simples se siguen en Higuera la Real, donde es suficiente la simple limpieza con su infusión. Arnica con aceite vertida sobre la herida es remedio en el que se confía fielmente en Feria y Salvaleón. El agua de romero parece obrar milagros vulnerarios en Villanueva de la Serena, Guadalupe y Navezuelas, y no parece ir muy a la zaga el agua de malva, a la que en Almoharín añaden un chorro de aceite. La orina en la que se han macerado a lo largo de una noche hojas secas o picaduras de tabaco constituye un excelente cicatrizante en Jarandilla. Sin embargo, en la mayoría de las poblaciones prefieren la orina sin más para tales menesteres, aunque no falten núcleos que hagan derivar los resultados de determinadas particularidades. En Trujillanos, Mirandilla y algunas otras localidades de área de Mérida consideran como la mejor la de un niño aún no destetado. Y buena debe resultar en efecto cuando en Calamonte es corriente el aplicar a la herida pañales empapados en el líquido excremento, sobre todo cuando la herida se localiza en unos pechos lactantes. En Talaveruela se consigue una más fácil y rápida cicatrización si la orina proviene de una joven menstruante y es ésta la que micciona directamente sobre la herida. El que la donante sea virgen es requisito que se exige en Sierra de Fuentes, Plasenzuela y Berzocana. Pero lo más sorprendente lo hallamos en la orina que proviene de un burro, con la que por lo general se tratan los afectados del Valle del Ambroz. Hasta tal punto ejerce su función vulneraria que incluso, con sólo tres aplicaciones, hace desaparecer el mínimo rastro de la cicatriz.

Determinados jugos vegetales tienen por estas tierras unos reconocidos poderes hemostáticos y vulnerarios. De ello bien saben los cabreros extremeños, que no dudan en verter sobre sus heridas recientes el látex fresco de la celidonia. Del amor del hortelano majado en el mortero se extrae un liquido con el que se sanan rasguños y cortes de menor importancia en los pueblos próximos a la frontera portuguesa, como son los casos de Cedillo, Carbajo y Santiago de Alcántara. En Zarza la Mayor y Piedras Albas añaden al machado una pizca de sal. Conocida es en Casas del Monte la fuerza cicatrizadora del jugo de fresa. A la raíz de la olla de mono, ya sea en forma de jugo o de infusión, se le concede la simpar virtud de restañar todo tipo de roturas dérmicas tanto en Alburquerque como en su comarca. Casi con seguridad, puesto que la duda arranca de la ausencia de cita concretizadora, a ella parece referirse el sorprendido Pascual Madoz cuando apunta que crece en el partido de Alburquerque

"(…) una yerba medicinal, cuyo jugo extraído y purificado, sana y cicatriza toda clase de heridas, de la cual, y de la llamada aristologia, que neutraliza el veneno del alacrán y víbora, se hacen grandes acopios".

En cuanto a los aceites medicinales con capacidad cicatrizadora se cuenta en Extremadura con la de la vara de San José. Se consigue luego de colar el aceite en la que se ha freido la planta por espacio de un cuarto de hora. En Miajadas aumentan su efectividad añadiéndole tres gotas de aceite de la lámpara del Santísimo. Con la misma planta se confecciona una más que reparadora tintura en Cañamero. Otro aceite de gran poder resolutivo para estos casos es el de rosas de San Juan, nombre que reciben por efectuarse la recolección en la madrugada del Bautista. Las mismas permanecen en maceración oleosa, guardándose posteriormente el líquido para cuando la ocasión se presenta. Tal procedimiento es habitual en las poblaciones de la Sierra de Jerez. Al aceite de oliva se le concede un elevado valor terapéutico en toda la comunidad, siendo para el caso que nos ocupa mezclado con vinagre en la comarca de las Tierras de Granadilla. En Mohedas se requiere que la misma ya haya sido usada en el candil. Con aceite se preparan importantes linimentos, pomadas y bálsamos cicatrizantes, como el citado bálsamo del samaritano o el ungüento de la Tomasa, muy popular en Ahigal, Cerezo y Palomero. Son acompañantes del aceite el tocino rancio asado y el laurel. La elaboración del mismo requiere que se caliente hasta que se consigue una pasta ligeramente líquida. Por la Sierra de Gata es propio el fabricar el aceite de culebra, que se logra introduciendo un reptil vivo en una botella llena del oleoso elemento y manteniéndola tapada por espacio de tres meses, tres semanas y tres días, mas siempre teniendo en cuenta que la operación ha de realizarse en un viernes. Se da por seguro que no hay herida, lo mismo de persona que de animal, que se resista por mucho tiempo al embadurnado con este mejunje.

Todos tienen por un hecho incontestable que en cuestiones dermatológicas la grasa, si es que no cura, al menos da lustre a la piel. Y así deben pensarlo en Montemolín, por cuanto para sanar las heridas de la nariz o de las orejas recurren al sebo de jabalí. Con un trozo se pringan la zona afectada y con otro embadurnan la chapa de la cerradura. El secado de la llavera debe traer aparejado la cicatrización de la herida. Menos exquisiteces arrastra la práctica que José Nogales localiza en la provincia de Badajoz y que se usa para hacer desaparecer cualquier huella de sajadura. Consiste en restregarse la parte afectada con unto de hombre, que no es otra cosa que la grasa extraída de la palma de la mano de alguien que ha fallecido de una manera violenta. En La Garganta no llegan a tales extremos y se conforman con darse un restregado con el estómago aún caliente de un borrego que acaba de ser sacrificado. El aplicarse sobre la lesión una molleja de gallina pinta, abierta y sin limpiar de excrementos es el tratamiento vulnerario que se sigue en Casas de Don Pedro.

Resulta que no siempre es necesario el pringarse la herida para procurar la curación, sino que basta con untar el objeto con el que fue producida. Manteniendo éste limpio y engrasado no hay el menor problema de que la herida se encone. Publio Hurtado nos ilustra de cómo los extremeños muchas veces en lugar de curar la herida curan el arma o el instrumento que la ocasionara, consiguiendo los apetecidos resultados merced al conocido principio de magia contaminante. Es el mismo principio que Frazer nos recrea desde las observaciones de algún famoso filósofo:

"Está constantemente admitido y testimoniado –dice Bacon– que el mantenimiento del arma que hizo la herida curará la herida misma. Este experimento, según relatos de hombres de crédito (aunque no estoy del todo inclinado a creerlo), deben tener presentes los siguientes puntos: primero, el ungüento con que se hace debe estar hecho de diversos ingredientes, de los cuales los más extraños y difíciles de conseguir son el moho de la calavera de un hombre sin enterrar y las grasas de un jabalí y de un mono muertos en el acto de la generación".

"Si esta víbora te pica, no vayas por ungüento a la botica", dicen en Oliva de la Frontera cuando alguna traicionera navaja se convierte en el cuerpo del delito. En esta población y en La Codosera cuando el suceso tiene lugar, se procura tanto como curar la herida el buscar la faca para mantenerla clavada en un trozo de tocino hasta que se produce la cicatrización. En El Bronco luego de arrancarse una espina que se ha clavado se suele depositar en el interior de una aceitera.

Vimos anteriormente cómo el reino animal ofrece garantías sanatorias en el campo dermatológico. Si la grasa es positiva en estos menesteres no lo es manos la saliva, sobre todo de perros y gatos, de manera especial cuando son éstos los que lamen directamente. La baba de los perros lazarillos se emplean como antídotos para las heridas de los pechos en Moraleja y Casas de Don Gómez. Los habitantes de Torremocha utilizan como cicatrizante la hiel de cerdo. Para lo mismo las telarañas no tienen desperdicios en ambas provincias y otro tanto sucede con los excrementos secos de vaca, que transfieren sus dotes vulnerarios con sólo frotarse con ellos el corte cutáneo. Un pedazo de jamón mohoso aplicado sobre la herida es remedio que se busca por las poblaciones de la Penillanura del Salor y Sierra de Montánchez. Con él se elimina la infección y se hace desaparecer la pus. Se cree por las tierras de la comunidad que un huevo que el día de la Ascensión se lleve a misa se convierte en cera virgen y resulta eficaz para sanar heridas. Publio Hurtado, que nos informa sobre tal cuestión, silencia la forma de proceder. Apuntemos, por último, la creencia por nosotros constatada en Acehuche y Navas del Madroño de que quien se lava durante siete viernes alternos o nueve viernes seguidos, siempre en ayunas, con leche templada de cabra hace que el menor rastro de la cicatriz desaparezca. Con leche de nodriza batida con clara de huevo buscan idénticos fines en Villanueva de la Serena, dándose masajes cada madrugada entre los días que van de San Juan a San Pedro.

Sin embargo, en cuestiones de lavados cicatrizantes algo tiene que decir el vino. Las heridas de los dedos las curan en Cilleros metiendo los apéndices en un vaso de morapio y chupándolos seguidamente. Con la jorrura o la madre del vino confeccionan en Ahigal una cataplasma que elimina la pus y la malicia de cualquier tipo de jarretá, con sólo mantenerla entre la salida y la puesta del sol. La misma solera desecada se echa en polvos sobre la magulladura en Pedroso de Acím. El vino es un buen aliado del azúcar en Almendralejo para lavar piteras infectadas y en Madroñera para idénticas lesiones usan vino mezclado con tierra. Y si el vino se acea, tampoco se desperdicia para tales ocasiones, ya que con sal común llega a alcanzar virtudes cicatrizantes y antisépticas en muy gran número de localidades de la Alta Extremadura. Bastantes se quejan de que con tal medicina la herida pica y escuece, aunque se da por bien empleado siempre que se tenga en cuenta lo apuntado por el refrán: "Lo que pica, sana".

A falta de vino, con agua nos quedamos para tales menesteres curanderiles. López de Vargas apunta que a la del río Tajo acuden los habitantes de Villarreal de San Carlos para "curar las heridas de la piernas y de otros miembros". Algo parecido puede decirse de las aguas y los lodos del balneario de Los Remedios (Hornachos). Pero hay otras aguas normales que se convierten en sanatorias desde el instante en que sufren algún tipo de manipulación o entran en contacto entre sí. Tal sucede con el agua recogida de siete pozos distintos durante siete noches y dejadas a serenar durante otras siete. Si estas aguas adquieren un gran poder de restañar todo tipo de heridas, nos topamos con otras cuyas virtudes no le van a la zaga, cual es el caso del agua jerrá que en la práctica totalidad de Extremadura se utiliza para conseguir mediante aplicación de compresas la cicatrización de las lesiones de las partes más sensibles del cuerpo (pechos, genitales…). Tal agua no es otra que aquella en la que se ha apagado una brasa o hierro al rojo vivo. Si de lo que se trata es únicamente de desinfectar sajaduras, basta con recurrir simple y llanamente al agua hervida.

Por toda la comunidad se le concede una gran atención, por lo que tienen de carácter hemostático y vulnerario, al carbón molido y al moreno o carbón de fragua pulverizado, que se vierten sobre las heridas recientes. Ambos son productos que por lo general emplean los pastores para curar tanto sus heridas como las de sus ganados. No desmerece en este apartado el hollín seco, con el que se sigue idéntica posología. Iguales propiedades que a los anteriores productos se le achaca a la tierra de calavera, que no es otra que aquella que se extrae de una tumba, con la que en Casillas de Coria se espolvorean sobre todo las heridas cangrenadas. En la vecina localidad de Casas de Don Gómez no llegan a tanto y se conforman para conseguir buenos resultados vulnerarios con rozarse repetidamente la herida con un clavo de ataúd. En Zarza la Mayor tal clavo se envuelve en un papel de fumar para transferirle a éste una virtud cicatrizante aplicado directamente sobre la herida, aunque son muchos más los lugares en los que el mismo papel se usa con igual finalidad sin ningún tipo de manipulación. Otro tanto ocurre con el papel de estraza.

Cuando la herida ha cicatrizado y muestra en su exterior la antiestética o molesta postilla, ésta se hace desaparecer en Extremadura recurriendo por lo general a untarla con un machado de ajo rebajado con sal y vinagre. Igualmente se usa una loción de poleo, aceite de oliva y aguardiente (Serradilla, Navalmoral de la Mata), así como la aplicación de una capa de cebolla impregnada con sebo de carnero (Bienvenida), medicamento que en Valverde de la Vera va perfectamente para solventar los problemas de las rozaduras del calzado.

GRIETAS Y FISURAS

No se alejan en demasía los anteriores tratamientos de los que se dedican a solucionar los problemas de las grietas de los tejidos, sobre todo si éstas se presentan profundas y dolorosas. Sin embargo, las fisuras dérmicas tienen sus boticas específicas y variables según las partes del cuerpo en las que aparecen, que por lo general son los tejidos más traumatizados, cual es el caso del pezón de la lactante, y las zonas hiperqueratósicas, tal como las palmas de las manos y las plantas de los pies, sin olvidar en ningún caso las molestias e innobles grietas anales.

Por lo que respecta a las grietas pectorales nada debemos añadir ahora a lo ya citado cuando nos referimos a los problemas de la lactancia. Más comunes, ya que, al contrario que las otras, no entienden de sexo, son las fisuras de los labios, de cuyas molestias bien saben los que las padecen. Los propensos a sufrir este tipo de afección la previenen llevando de vez en cuando sujeta por el peciolo a los labios una flor de clavel (Guijo de Galisteo), una flor de cardo corredor (Logrosán) o una hoja de olivo (Acehuchal). Con aceite de la lámpara que alumbra en la ermita del Cristo de las Batallas tratan profilácticamente a los niños de Plasencia. En Coria cuando la Virgen de Argeme es bajada desde su santuario se colocan en las ventanas de las calles por las que transcurre la procesión pequeños recipientes con aceite que luego se utilizan para untarse los labios y salvaguardarlos del peligro de grietas, boceras, bacigueras, bajareras, boqueras y calenturas sordas o pupas. Este mismo líquido sirve para curar las afecciones en el supueto de que ya se hayan producido. Sin tales requisitos sacralizadores el aceite de oliva es comúnmente empleado para eliminar las grietas labiales, sobre todo las que se forman en las comisuras, siendo lo más habitual que se aplique con un hisopo de lienzo blanco. A veces el aceite se mezcla a partes iguales con vinagre, lo que ocurre en La Roca de la Sierra. Por su parte, un combinado de sal y vinagre se tiene en Valle de Santa Ana como excelente cicatrizante, aunque para los naturales de Táliga y Zahinos no existe más efectivo medicamento para cualquier tipo de incordio de los labios que el que se consigue batiendo miel y ceniza. El darse repetidamente con sebo de macho cabrío es hábito que se sigue por las comarcas de Los Montes, Las Villuercas, Los Ibores, Campo Arañuelo, La Vera y Valle del Jerte. La manteca de cerdo se convierte en el unto más aceptado por el resto de la comunidad Luego del mantancero embadurnado, por La Campiña aplican sobre la zona un trozo de papel de fumar. Lubricarse los jocicos con la nata del cocido serenada produce buenos resultados en Torrejoncillo, aunque en la cercana localidad de Portezuelo prefieren engrasarse con un trozo de tocino sacado de la misma perola. Los lavatorios con cocimiento de hojas de nogal son tónica dominante en Hernán Pérez y Cadalso. Sin embargo, en Torre de Don Miguel se tiene por más positivo el aplicarse una de estas hojas cocidas. Los vecinos de Torremejías se inclinan por adosarse una lámina de ajo cocida con leche. En Cáceres hallan el remedio en un ungüento confeccionado a partes iguales de limón y glicerina. Menos exquisiteces mantienen en Cilleros. Aquí se toma un gajo del cítrico y se exprime directamente sobre el labio, aunque procurando que haya alguien al lado para que sople sobre la herida y haga más llevaderos los dolores. Por Las Tierras de Granadilla el limón se combina con manteca de cerdo. En Carcaboso a estos componentes le añaden alguna bolita de cera de oído. Este elemento se lo aplican como pomada en Aldeatejada y Garganta la Olla, al tiempo que en Toril y Tejeda de Tiétar confían en la orina de niño, con la que se dan ligeros toques valiéndose de una tela empapada. En Zorita optan por echar un poco de harina sobre la grieta o la herpes con el fin de provocar el cicatrizado mediante la desecación, algo que en Retamal de Llerena buscan pasando por la lesión repetidamente una llave grande y fría. En Hervás, donde también se constata la práctica, el contacto metálico ha de hacerse en ayunas, y en Gargantilla y Aldeanueva del Camino especifican que debe ser una llave macho la que se empleé para tales menesteres. El buscar resolutivos broncíneos ha llevado a que los vecinos de Calzadilla y Torrejoncillo en un día de lluvía se pasen por sus labios afectados el mango de las esquilas de las ermitas del Cristo de la Agonía y de San Antonio, respectivamente. Apuntemos por último los lavados con agua bendita, cosa muy natural entre los habitantes de Herrera del Duque, o con raíz de arzolla, que encuentra sus defensores por el sur de Badajoz. Si el trastornijo se resiste habrá que meter, como es usual en Torre de Santa María, una chicharra en una botella y esperar a que se muera, con lo que el problema queda resuelto.

El aceite sola o batida con vinagre, el sebo, el limón y la harina son elementos que también tienen un importante grado de aplicación cuando con ellos se tratan las grietas que aparecen en otras partes del cuerpo, sobre todo en manos y pies. No obstante, el aceite aquí preferida es la del candil o la que queda en la sartén después de freír tocino. Por lo que respecta al sebo, el de cabrón es el predilecto, aunque en ocasiones se sustituye por el de carnero (Campo Arañuelo) o por el de oveja machorra (Casar de Cáceres). Igualmente la pez y el cerote de zapatero son considerados buenos reparadores de grietas. En Torrejoncillo las hacen desaparecer impregnando un trapo y colocándolo a manera de bizma. Un trozo de masa de pan sin levadura disponen sobre la grieta en Galisteo, por suponerlo excelente cicatrizador. En Barcarrota optan por aplicarse un pedazo de membrillo cocido y batido con la misma cantidad de miel.

Lavar las grietas con fines sanatorios es de uso común en Extremadura, empleándose en este aseo aséptico o vulnerario una serie de sustancias que en ocasiones suelen resultar sorprendentes. El agua de encina, es decir, la que se mantiene en periodos de lluvia en los huecos de este árbol es conocida por los trabajadores del campo por el supuesto poder cicatrizador que se le atribuye. Otro tanto sucede con el agua de cocer cortezas de roble, con la que se empapan paños que se aplican directamente sobre las fisuras. Estamos ante una forma de obrar que se mantiene en plena vigencia por toda la Alta Extremadura. Metidos en limpiezas sanatorias hemos de recordar el "linimento antigrietas" que se usa en Guijo de Granadilla. Este no es otro que el agua que se ha empleado en pelar tostones o, en su caso, la de cocer callos. Sacarle lustre a la piel con salvado cocido cumple con el milagro vulnerario en Llerena y Usagre. Pero en las dehesas de Alcántara encuentran mayor efectividad en los restos de comidas que quedan en las pilas de los cerdos, a las que añaden un chorro de aguardiente. El mismo cometido se le asigna a la leche de mujer (Garrovillas), a la nata de la leche de cabra (Mirabel, Serradilla) y a la espuma de la de oveja (Villar de Plasencia). A pesar de todos los remedios apuntados, el más apreciado y conocido en Extremadura, especialmente cuando las grietas aparecen en las manos, es el de orinarse directamente sobre ellas. Aunque llegados a este punto hay quienes aseguran en Montijo, Lobón y Badajoz que las fisuras de los dedos desaparecen como por ensalmo si éstos "se meten en la cosa de una moza".

Más dolorosas y problemáticas son las fisuras anales, unas pequeñas hendiduras dérmicas que se forman a la entrada del recto, originadas por el paso de las heces duras. En consecuencia, la curación de los desgarros anales exige como la primera de las medidas la eliminación del estreñimiento. Esta actuación se puede acompañar con medicinas que van directamente sobre la zona afectada. Así, por ejemplo, en Torremocha, se aplican compresas empapadas en decocción de raíces de grama bien caliente. Los baños de asiento en un cocimiento de raspaduras de tronco de encina es práctica que se sigue en Torrejón el Rubio. Por la comarca de Las Hurdes recurren simple y llanamente a untarse el recto con enjundia de gallina.

LAS ULCERACIONES

A grandes rasgos y huyendo de tecnicismos podemos definir la úlcera como una excoriación de la piel que produce una suave depresión en el lugar en que se ubica. Aunque úlcera y llaga se presentan como voces sinónimas, no ocurre así en el territorio objeto de nuestro estudio. Aquí una llaga es sencillamente una úlcera con peste (pus, en Mérida). No obstante, los medicamentos sólo en raras ocasiones difieren cuando se dirigen a una u otra afección, como apuntaremos llegado el momento. La mayor parte de las úlceras a la que en Extremadura se le ha de hacer frente son de tipo varicoso y, por consiguiente, aparecen en la parte inferior de las piernas, justamente por encima de los tobillos. Las mujeres, sus principales víctimas, suelen envolverlas con trapos limpios, blancos y secos, más que para procurar su curación, para evitar el roce y las consiguientes infecciones. Y también paños se emplean, siempre que la herida no haya de quedar al descubierto, cuando se aplican infusiones, cocimientos, emplastos o cataplasmas.

Los antisépticos constituyen el primer paso en el tratamiento de las úlceras. Entre ellos nos encontramos con el agua de violeta (Moraleja), con el zumo de mora azucarado (Marchagaz), con la orina podrida, que tan excelentes resultados da en el mundo animal, y con el cocimiento de hiedra (Gata, Aldeanueva del Camino). En Jarandilla luego del lavado colocan una de las hojas cocidas sobre la herida y la mantienen como cataplasma. Algo semejante ocurre con la ajera, de la que bien se usa en Castañar de Ibor y Villar del Pedroso. Con su jugo se busca el cierre de la úlcera y la desinfección, pero cuando se trata de solucionar las llagas cancerosas, encoradas y malignas hay que colocar, removiéndolo diariamente, un emplasto que se confecciona con la aliaria machacada. El jugo de marrubio es apetecido para sofocar llagas por las habitantes de Villar del Rey, Mirandilla y Cordobilla de Lácara. Otro jugo, en este caso el de las hojas de ombligo de Venus u oreja de fraile, goza de unas propiedades antiulcerosas que son aprovechadas en Talaván, donde también confeccionan salutíferas cataplasmas con esta misma planta. En Zafra creen más conveniente el lavarse llagas y úlceras con un batido de vino dulzón, principalmente tinto, y aceite de oliva. Está claro que aquí se hace caso al viejo refrán: "Maldita la llaga que el vino no sana". Aunque la obediencia paremiológica también es ciega en Villagarcía de la Torre y Berlanga, donde el morapio lo mezclan con la misma cantidad de zumo de limón, y en Puebla del Maestre, lugar en el que el vino participa en un cocimiento de miel y sanguinaria, aunque se reserva únicamente para tratar las llagas genitales. A falta de vino, o quizás porque la ciencia empírica así lo aconseja, los llagados de Granja de Torrehermosa logran la asepsia y la cicatrización de sus úlceras por medio del vinagre, que acoge el añadido de alguna pizca de sal. La posología ordena enjuagues tres veces al día, el mismo número que el elegido para lavarse las zonas ulceradas con vinagre mezclada con orina de vaca recién parida en Valencia del Ventoso. Si preguntamos en Santiago de Alcántara sobre medicamentaciones se nos dirá que para este tipo de afección nada iguala a las aguas de la Fuente Pedregosa, de las que se cuentan prodigios de nunca acabar. Y puestos en milagros hemos de recordar el poder sanatorio que sobre las peores llagas ejercer los lambetazos de los perros lazarillos.

La utilización de emplastos de aceite, manteca y sal tiene sus buenos defensores en Portaje y en Robledillo de Trujillo, si bien aquí la mezcla la enriquecen con un chorro de vinagre. Al igual que en estos lugares, también en otros muchos la manteca de cerdo se convierte en el sostén de ungüentos y pomadas. Así la vemos mezclarse con papilla de bellotas (Santa Cruz de Paniagua, Torrejón el Rubio), con pasta de zanahoria cruda (Santibáñez el Bajo) y con puré de garbanzos (Romangordo, Plasenzuela). A este último cabe añadirle alguna cucharada de miel. El producto apícola se combina con el ajo majado cuando se pretende solventar llagas de la cara, costumbre que se presenta como propia de Valencia de Alcántara y que en cierta medida recuerda procedimientos ilustrados por Dioscórides. Siguiendo este camino llegamos al amplio capítulo de cataplasmas en las que entran en juego los más variados vegetales, ya sean solos o emparejados. Las de hojas de aliso machacadas tienen su importancia por las poblaciones de la Sierra de Gata. La de perejil es codiciada por todos los puntos de Extremadura. La de zanahoria conserva buenos adeptos en Coria y Torrejoncillo. Con flores y hojas de saúco elaboran en Baños de Montemayor y La Garganta su particular emplasto, en la Penillanura Cacereña prefieren la de berros, en las comarcas de las Tierras de Granadilla y Las Hurdes optan por la de hojas de ortiga y achicoria y en Campo Arañuelo buscan el remedio en la de verbena. El emplasto de acedera recién cogida, machada y mezclada con azafrán y sal sigue atrayendo a los ulcerosos de Montehermoso, Guijo de Galisteo y Morcillo.

La aplicación directa de determinadas hojas tienen también una doble función antiséptica y vulneraria. Entre éstas constatamos en bastantes puntos de Extremadura la de la hierba de San Pedro cocida. La de col planchada en frío se usa en Quintana de la Serena. La misma suelen mudarla a las tres horas de su aplicación. De antiguo en Torre de Miguel Sesmeros es la hoja de mandágora (mandrágora) la que viene solucionando los problemas ulcerosos. La hoja de sanguinaria en este tipo de medicina cuenta con buenos seguidores en la mayor parte de los pueblos ubicados en la cuenca del Alagón, compartiendo la aceptación, que también es común en amplias zonas del sur de Badajoz, con la hoja de siempreviva, que se aplica recién cogida y luego de desprenderle la película superior.

Los polvos de peos de lobo (Lycoperdon perlatum) siguen dispensando sus virtudes curativas en cuestión de llagas y obrando especialmente sobre las más difíciles y duraderas, cuales son las que se encuentran en las zonas internas de los juegos articulares. A éstas se aluden con un certero y conocido refrán: "Llaga con coyuntura, tiene mala cura". La simbólica y corporeizada ventosidad lobuna halla su homónimo en las auténticas deposiciones del cánido salvaje. Bien se sabe que en la Alta Extremadura las más encoradas úlceras se ven prontamente cubiertas de piel sana si se espolvorean con heces de lobo machacadas y mezclada con tierra de su mismo revolcadero.

Unas úlceras que aparecen con más frecuencia de lo que desearían quienes las sufren son las boceras o calenturas sordas, que se manifiestan en la parte externa de los labios. Los tratamientos apenas difieren de los referidos más arriba en relación a las grietas labiales, de modo que poco puede añadirse sobre el particular, ya que sólo en contadas ocasiones presentan unos procedimientos sanatorios específicos. Como absolutamente cierto se tiene que el aceite de oliva y la manteca sirven tanto para eliminar los picores y escozores como para dar elasticidad a la piel dañada. Pero como se busca es la inmediata curación, ambos elementos hallan combinación con otras benéficas sustancias. Así nos topamos que el huevo batido con aceite constituye un linimento que se emplea asiduamente en toda la comunidad. Aplicarse un trozo de cebolla cocida es buen recurso en la comarca de Campo Arañuelo. En el supuesto de que la bocera sangre bueno es pegar el consabido papel de fumar (Llerena) o verter un poco de yeso (Olivenza, Cheles). En Las Villuercas estiman de mayor efectividad el pasar por la parte enferma una llave en ayunas, algo que también sucede en Hervás, aunque lo mismo se logra haciendo lo propio con una piedra de rayo.

Cuanto hemos apuntado para la bocera cabe aplicarse para la bajarera o hinchazón de los labios que se le achaca a comer higos. Ni que decir tiene que muchos han dado por bueno el mal con tal de llenar la boca, como deja entrever este refrán de Alcuéscar: "Unos mueren de bajarera y otros con ganas de tenerla".

¡CUIDADO CON EL FUEGO!

Uno de los accidentes que con más frecuencia se presenta es, sin duda, el de las quemaduras. No importa que las mismas sean producidas por el fuego o por caer sobre el cuerpo un líquido caliente, ya que el tratamiento no varia. Si uno ha tenido la mala suerte de quemarse un dedo, habrá comprobado que el dolor casi desaparece colocándolo durante un rato bajo un chorro de agua. Cuando el grifo falta, los aconsejadores de turno recomiendan introducirlo en un puchero con agua fría durante un rato, rato que en Medellín lo calculan en lo que se tarda en rezar cinco credos. No faltan poblaciones que consideren que no todas las aguas disminuyen el tormento del quemado o, al menos, estiman que unos líquidos presentan reconocidas virtudes sobre este tipo de afecciones dérmicas. Tales son los casos de las aguas de las fuentes de los Ocho Caños (Aldeanueva de la Vera), de Valfrío (Cuacos), de Santa Marina (Ahigal), de El Moral (Salvatierra de los Barros), de Los Casares (Campanario) y de La Polvorosa (Santibáñez el Alto). En Las Hurdes aprovechan el agua brotada entre los pinos. Aunque para aliviar los dolores de una manera específica en Santa Cruz de la Sierra se vierten un chorro de leche condensada sin necesidad de cubrirla, lavando la herida y volviendo a echar un poco más del edulcorado alimento conforme la anterior capa se va resecando. En Oliva de Plasencia, Serradilla, Carcaboso, Puebla del Prior y Torremayor bañan la parte afectada en leche fría. Un tubérculo como la patata no tiene desperdicio llegando estos casos en los que los quemados buscan apaciguar penas y llantos. En Casatejada, Peraleda de la Mata, Peraleda de San Román y algún que otro pueblo del occidente cacereño se aplican las cáscaras recién cortadas, con la parte interna tocando la piel. En Torrecilla de los Ángeles, Madroñera, Zarza de Granadilla y Pedro Muñoz aplican rodajas de patatas, que renuevan conforme van adquiriendo un color pardusco. Más extendido está por toda la comunidad el uso de ralladuras o papilla fría de patatas con leche, que igualmente hay que cambiar de poco en poco. En ocasiones en las cataplasmas se combinan las ronchas de patatas y zanahorias, cual sucede en Fuente de Cantos, y las ralladuras de patatas y de pulpa de calabaza, como es costumbre en Quintana de la Serena y Ruanes.

Por lo general las quemadura, sobre todo cuando provienen de líquidos en ebullición, se resuelven en empollas o ampollas. Sin embargo, no faltan procedimientos que tratan de evitar su aparición, aunque siempre que se actúe de una manera inmediata. Con vinagre mojan la zona en la mayoría de los pueblos que conocemos, sin que falten lugares en los que la empapen de orín, especialmente de niño, de tinta y de agua templada con sal. Son medicinas a las que también se le atribuye poder antiséptico y reparador dérmico. En Alburquerque se libran de las borjas aplicándole un poco de barro.

En diferentes poblaciones se aconseja reventarse las ampollas lo más rápidamente posible, usando para ello alguna aguja malvada cuando no recurriendo a cortarse la piel quemada con unas tijeras pasadas por el fuego. Pero la medicina tradicional extremeña se inclina mayoritariamente por que la ampolla se destruya siguiendo su curso natural. Refranes no faltan desaconsejando llevar a cabo actuaciones traumáticas: "Las empollas, reventarlas con la polla" (Torrejoncillo, Ahigal), "A la ampolla que te salga, sólo aire, y con las pestañas" (Piornal). Claro está que también se puede ayudar a su vaciamiento a través de actuaciones más ortodoxas, entre las que se encuentran los salivazos en ayunas y las guisopadas de limón, que en Salorino se dan al unísono, y la aplicación directa de hojas de coles del diablo a la que previamente han desprendido la cutícula.

Grasas y aceites, ya sean como simples o ungüentos, se presentan como medicamentos que participan en relación con las quemaduras de acciones emolientes, antisépticas y vulnerarias. Al aceite de oliva hay que unir la de ricino, una y otra de reconocidos poderes cicatrizantes. En menor proporción usase el aceite de ruda. Por la Sierra de Gata el oleoso líquido se mezcla con un huevo. El batirla con clara es más habitual por las zonas de Las Villuercas, donde al igual que en otros muchas partes de Extremadura, le añaden el vino correspondiente para lograr la ya citada panacea que constituye el bálsamo del samaritano. En Casar de Cáceres, Arroyo de la Luz y Malpartida de Cáceres el aceite la combinan con agua de cal. En la capital cacereña a ambos elementos le añaden de forma indistinta yema o clara a punto de nieve. Con aceite y cera derretida se prepara un mejunje que para los quemados tiene buenos adeptos en Villarta de los Montes. A estos dos ingredientes en la vecina población de Helechosa de los Montes le unen la manteca de cerdo.

Y puesto que en mantecas entramos, apuntar debemos que para los lugareños de Zarza de Granadilla y Aldea de Trujillo no hay mejor pomada reparadora de la piel quemada que la conseguida de cocer ésta con hojas secas de laurel pulverizadas. Si se aplica con huevo batido al que se le ha añadido y mezclado una cucharada de manteca pueden lograrse los mismo fines en Villarreal de San Carlos.

En cuestiones de plantas se encuentran auténticas panaceas en Extremadura, que generalmente se aplican en forma de cataplasmas o emplastos. Las hojas de parietaria frescas hacen supurar la herida e inician el paso para la cicatrización. Con su jugo también se consiguen tales efectos. Colocar encima de la quemadura una hoja de acelga calentada y pelada es un remedio que se sigue por Segura de León. En Zafra antes de ponerla la empapan con aceite de oliva. Las acelgas cocidas para cubrir la zona quemada es de uso general en la práctica totalidad de las poblaciones de Campo Arañuelo. Gran aceptación tienen en la comunidad las cataplasmas de marrubio machacado, de hojas de aliso o vinagrera picadas, de hojas de perejil pasadas por el mortero, de hojas y flores secas de saúco y de hojas majadas de gordolobo. En Las Hurdes se considera buen cicatrizante de quemaduras a la hiedra. En Zarza la Mayor, Ceclavín, Piedras Albas y Alcántara es a la hoja de moral picada y macerada en aceite a la que se le atribuyen vulnerarias propiedades. Por el Valle del Jerte se inclinan sobre todo por las cataplasmas de pimpinela frita y mezclada con aceite de tal guiso. La carne y las hojas verdes de la calabaza se cuecen en Ahigal hasta lograr una masa que puesta encima de la quemadura precipita la formación de una nueva piel. El contacto dérmico con la hierba de San Juan macerada en aceite a lo largo de un mes y dejada al sereno se convierte en un buen aliado contra este tipo de afecciones en amplias áreas extremeñas, sobre todo cuando se trata de quemaduras solares. Otro tanto ocurre con la aplicación de una hoja de col o, en su caso, de siempreviva o de ombligo de Venus, estas dos últimas desprovistas de la piel superior y untadas de manteca o de aceite. Con ellas el dolor cesa al instante y la cicatrización no se hace esperar. La corteza de saúco verde se cuece con cera y aceite o con manteca de cerdo y aceite, empapándose a continuación una gasa que se aplicará ligeramente templada, con lo que se alivian picores, escoceduras y molestias de los quemados. Es práctica habitual en diversas poblaciones de la Sierra de Gata y de las Tierras de Granadilla. Igualmente con saúco y manteca se elabora un ungüento del que se refieren propiedades en el mismo sentido.

Tampoco faltan aquí los lavatorios sanadores. El de infusión de marrubio es muy estimado por toda la Alta Extremadura. Más extendido, ya que de él tenemos constancia en todo el área comprendida entre el Tajo y el Guadiana, está el uso de zumo del tomate, del que en La Codosera recomiendan un triple empleo diario. El agua de los chochos conforma un excelente antiséptico y cicatrizante en Torrejoncillo y Casas de Don Antonio, mientras que el agua que corre por los pinares es el medicamento que para tales casos se utiliza por la comarca de Las Hurdes. Otra agua, concretamente la que se extrae de la nieve derretida, es usada por lo vecinos de La Garganta, en especial cuando se trata de reducir la quemadura de los dedos. Para ello basta con introducirlo en una vasija que se haya llenado al efecto.

Citemos otra serie de elementos que se vierten sobre el quemado recién hecho. Con miel se consigue una rápida cicatrización, si bien en Guijo de Coria el producto apícola cede el primer puesto a la ceniza del brasero, y otra ceniza, en este caso la que proporciona la quema del bálago de una albarda vieja, se convierte en medicina en Torrecilla de los Ángeles. Los miembros enardecidos se curan en Santibáñez el Alto con la ceniza de hojas de olivo bendecidos el Domingo de Ramos. Con el fruto del olivo, concretamente del pipo, se consigue un serrín que con intención cicatrizadora se aprovecha en Valdeobispo y Aldehuela de Jerte. En este último lugar y en la vecina población de Carcaboso si las circunstancias cuadran, aunque no parece que así ocurra en demasía, los chamuscados dérmicos se curan con polvos de huesos de la mandíbula de un mono. Si difícil resulta el proporcionarse la osamenta de un simio, la cosa se complica cuando los requisitos exigibles para que la cura alcance el máximo de efectividad son que el animal jamás haya copulado y que su muerte coincida con el día de San Lorenzo. Como inciso apuntaremos que algo tendrá este santo cuando en Extremadura a él se recurre como protector y saludador de fuegos y abrasamientos. En Garganta la Olla, Conquista de la Sierra, Cabezabellosa, Hoyos, Mata de Alcántara e Ibahernando constatamos la creencia de que levantando determinadas piedras a las doce de la noche del día de su fiesta se hallan unos carbones que, llevados consigo, libran de las llamas y que pulverizados sobre la quemadura hacen que ésta sane al instante. Tal vez el poder hagiográfico se debe a que el santo fuera sacrificado en una parrilla. En este sentido hemos de fijarnos en el conjuro que, con muy ligeras variantes, se recita por la comarca de las Tierras de Granadilla cuando alguien nota sobre su cuerpo la destructora acción de las brasas:

El pan no pasa hambre,
el agua no pasa sed,
el fuego no pasa frío.
Las tres cosas son verdad,
como San Lorenzo cura mi mal
por el poder que Dios le ha dado
y la Santísima Trinidad.
Para que el turado cure enseguida,
recemos un Padrenuestro y un Avemaría.

Por tres veces se repite la oración, al tiempo que el quemado con el dedo pulgar untado en saliva traza repetidas cruces alrededor de la herida.

Harina de cristal es lo que prefieren en Pinofranqueado para lograr la curación de la quemadura supurosa, lo que consiguen machacando un trozo de vidrio en un cuenco de piedra o en un almirez. La consecución del tópico medicamento es menor en Malcocinado, donde basta con moler y verter en la quemadura cagalutas de gatos después de cocerlas y desecarlas. Semejantes exquisiteces son también propias de Alburquerque. Aquí se conforman, lo que no es poco, con aplicarse cataplasmas de excrementos cocidos de paloma.



DERMATOLOGIA POPULAR EN EXTREMADURA (I)

DOMINGUEZ MORENO, José María

Publicado en el año 2003 en la Revista de Folklore número 275.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz