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La alfarería fue una actividad artesana muy importante durante siglos en Alcorcón. La materia prima era abundante en todo el término de la población pero destacó por su calidad la arcilla de las proximidades de Torres Bellas, la Ribota y la de otros filones del camino de Villaviciosa de Odón.
La época de apogeo de los hornos de Alcorcón fue la segunda mitad del siglo XVIII. En 1750, según el Catastro de Ensenada, trabajaban en ellos 62 alfareros entre los que estaban varios miembros de las familias Blanco, Beltrán, Simón, Gómez, Pontes, Campos, de la Calle, de la Cuesta, Talavera, etc. apellidos de personas que aparecen ya en documentos del siglo XVII dedicadas a la misma profesión (1). En 1788 el 90 por ciento de los vecinos de Alcorcón vivían de la fabricación de recipientes de barro o de su distribución (2). Unos años después, a finales de siglo, funcionaban de 25 a 30 alfares (3). A partir de entonces la dedicación a la alfarería fue disminuyendo gradualmente en Alcorcón.
Aunque se fabricaron a veces tinajas y alambiques para boticas, fue mucho más frecuente la elaboración de piezas de uso diario en los domicilios como cántaros, cazuelas, jarros, pucheros, etc. Eran objetos utilitarios toscos y carentes de decoración pero que siempre conservaron como principal característica su resistencia al fuego.
En 1576 los objetos de barro hechos en Alcorcón gozaban ya de buena fama (4):
...la granjeria que tienen y lo que se hace y se labra en el dicho lugar mejor que en otra parte es cántaros, ollas, jarros y puchericos y esto se labra tan bien y es el barro tan a propósito para el menisterio que son, que se llevan a muchas partes lejos y se tienen en mucho en todo el Reino.
En el reinado de Felipe V un alfarero de Alcorcón, Manuel de la Calle, fue el proveedor del vidriado que necesitaba la casa de la reina madre. Llegó aquél a construir una barraca en las proximidades del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial para guardar las piezas que necesitaba la familia real cuando se trasladaba a pasar temporadas de descanso a ese lugar (5).
En 1786 los productos de los alfares de Alcorcón seguían manteniendo su prestigio como lo de muestra el que se siguieran utilizando en la Real Cocina, Real Botica y Reales Hospitales (6).
Fue a principios del siglo XIX cuando empezó a descuidarse la forma de realizar el vidriado de las vasijas hasta tal punto de que se producían a veces cólicos con su uso (7):
...convendría que se cuidase de mejorar el vidriado o que se tuviese más preocupación para usar el vinagre en sus vasijas por lo muy expuestas que son a producir el cólico llamado de Madrid que suele a veces no ser otra cosa que el envenenamiento ocasionado por estos descuidos.
La calidad de los objetos fabricados en Alcorcón había empeorado unos años más tarde (8):
Se trabaja vidriado pero tan mal hecha la mezcla de las tierras, empleando éstas con tan poca inteligencia, las formas de las piezas o vasijas tan toscas, su grueso tan desproporcionado y sobre todo tan mal aplicado el barniz y tan imperitamente graduado el fuego, que es de lo más malo que puede verse. Sin embargo todos estos defectos pudieran remediarlos los mismos fabricantes y poner sus producciones al nivel de los vidriados de las demás fábricas, bien construidos y de un uso común. A pesar de los riesgos de la vida a que exponen el uso de estas vasijas tan mal acondicionadas, no dejan de emplearse, ya por su baratura, ya por su duración.
En 1848 la calidad de los objetos fabricados por los alfareros de Alcorcón había mejorado porque sin duda se empleaba una mejor técnica para realizar el vidriado (9):
Hay ocho fábricas de alfarería ordinaria pero superior en su clase por su duración, ya sin vidriar, ya vidriado, cuyos barros tomados de la jurisdicción del pueblo, aventajan en calidad a todos los del país, por lo que surten a la corte y otros muchos pueblos cercanos y distantes.
En 1865 seguían fabricándose en Alcorcón vasijas toscas y ordinarias pero de gran duración (10):
La celebridad de Alcorcón, que la tiene seguramente, es debido a la tierra de su término y a las vasijas de alfarería que fabrica de ella pues aunque toscas y ordinarias, son de mucha más duración que las de otros puntos y forman sin duda un ramo muy importante de industria y de comercio.
De 1900 a 1920 funcionaron 13 hornos que quedaron reducidos a partir de esa fecha a 3. Desde 1936 trabajaron ya sólo 2 alfares en Alcorcón, el último de los cuales cerró en 1968.
Una serie de circunstancias como el empleo de objetos de vidrio y plástico, etc. terminaron con una tradición de varios siglos.
Las operaciones necesarias para la elaboración de piezas de alfarería suponían mucho trabajo. La arcilla extraída tenía que ser limpiada de piedras y orearse bien. Después se colocaba en fosas o pilones de agua y la pasta obtenida se batía y se hacía pasar por un tamiz para eliminar la arena y otros materiales. Luego se amasaba pisándola con los pies de la misma forma que se hacía antiguamente con la uva para obtener el vino. La masa se colocaba en un tablero donde se continuaba el amasado hasta dejarla en condiciones de fabricar las piezas. El modelado de éstas se hacía a mano empleando el torno. Las últimas operaciones eran el secado bien al sol o bien en un cobertizo, para quitar a los objetos ya modelados parte del agua que contenían, el barnizado o vidriado, recubriendo la parte interna, la externa o ambas de una vasija de un barniz vitreo y por último la cocción que en los objetos vidriados era doble.
La participación femenina en la artesanía madrileña, si exceptuamos el hilado y tejido de la lana, el lino y el cáñamo, fue poco frecuente en siglos pasados. En cambio en Alcorcón, a pesar de la dureza del oficio de alfarero, las mujeres intervinieron como los hombres en la realización de las diversas operaciones.
Según las Relaciones histórico-geoqráficas de Felipe II en el último tercio del siglo XVI eran las mujeres exclusivamente las que trabajaban el barro en Alcorcón. A mediados del siglo siguiente Francisca de Pontes, viuda de Juan Manuel Godino, fabricaba gran cantidad de vasijas (11). Unos años después Catalina Godino estaba dedicada a fabricar ollas (12).
De los 62 alfareros que había en Alcorcón a mediados del siglo XVIII, 8 eran mujeres: Angela Pontes, Ana Simón, Angela Simón, Angela Alvarado, Ana de Madrid, María Marín, Ana Talavera y Ana de Orgaz(13).
Manuela Talavera y su esposo, Pedro León Godino, fabricaban ollas en el taller que tenían en el patio de su casa en la calle Calderería (14).
En 1788 las mujeres de Alcorcón seguían trabajando junto con los hombres en la elaboración de piezas de alfarería, según Larruga (15):
Tiene la fábrica 15 hornos y las mujeres son aplicadas a sus faenas.
Fue frecuente que las mujeres alfareras de Alcorcón padecieran de dolores reumáticos producidos por la humedad a que estaban expuestas. Los hombres eran generalmente los que aplicaban el alcor u óxido de cobre negro a los objetos de barro para vidriarlos, lo que les producía a menudo dolores de pecho, según D. Matías Ramos Pérez, cura párroco de Alcorcón en 1786 (16):
Las enfermedades que comunmente se padecen por las mujeres son dolores reumáticos provenidos de que ellas son las que fabrican y perciben muchas humedades. Los hombres padecen algunos raros accidentes de pecho que en pocas partes se ven iguales y aseguran provienen del alcor que causa tan terribles efectos como el antimonio.
En la segunda mitad del siglo XIX se atribuía a las emanaciones del alcohol quemado que entonces se empleaba para el vidriado, las afecciones de pecho y los cólicos saturninos que padecían muchos vecinos.
Los beneficios que proporcionaba esta industria a los alfareros de Alcorcón fueron escasos porque, aunque la arcilla la tenían próxima, la leña escaseaba mucho y tenían que acarrearla de otros lugares, sobre todo de Manzanares el Real, a seis leguas de Alcorcón (17):
...dijeron que el dicho lugar es muy falto de leña porque todo su término y dezmería no tiene encinas ni montes que tengan otra leña; provéese de leña del Real de Manzanares, que hay seis leguas hasta el dicho Real.
Se sembraban en Alcorcón retamares que se empleaban principalmente para caldear los hornos alfareros. A mediados del siglo XVIII había 1.500 fanegas de tierra dedicadas a ese cultivo.
Fue frecuente que los alfareros de Alcorcón cuando regresaban a sus casas con sus carros vacíos después de haber vendido su mercancía, los cargaran de leña de los pueblos donde abundaba.
En la escasez de beneficios que proporcionaba la dedicación a la alfarería influyeron también la fragilidad de la mercancía que les ocasionaba bastantes pérdidas por la rotura de muchas piezas, especialmente durante su transporte, y el que se vendieran aquellas a precios módicos para poder competir con los productos de otros lugares.
En el siglo XVI se consideraba el oficio de alfarero en Alcorcón como una "granjeria de mucho trabajo y poco provecho" que se practicaba "por no holgar ni tener otra cosa en que entender" (18).
De los 54 maestros alfareros que en 1750 había, 11 ganaban un jornal de 8 reales, 29 percibían 6 y el resto, 5 reales. Eran jornales parecidos a los que cobraban otros artesanos como los sastres, zapateros, herreros, etc. de la población con menos trabajo.
La venta de los objetos de barro elaborados en Alcorcón fue durante muchos años una ocupación habitual de bastantes de sus vecinos. Utilizando bestias de carga con angarillas o carros, transportaban su frágil mercancía a Madrid y a otros muchos lugares a veces muy distantes.
Sabemos que en 1576 se llevaban a vender los cántaros, ollas, jarros y pucheros "a muchas partes lejos". Recién construido el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, alfareros de Alcorcón vendían allí muchas piezas, especialmente cántaros. En 1786, según el cura párroco antes citado, se vendían los objetos de barro de esa población "en Madrid y sus contornos, en Alcalá, Guadalajara, Toledo, Mancha, Segovia y sus sierras" (19).
Madrid fue ya en siglos pasados el gran mercado al que acudían diariamente arrieros y carreteros sobre todo de los pueblos de alrededor aunque también de otros bastante alejados. Los vecinos de Alcorcón aprovecharon la proximidad de la capital, a la que podían llegar entonces en unas dos horas, para vender allí su mercancía en los distintos mercados o de forma ambulante, recorriendo las calles.
A menudo los propios alfareros eran los vendedores de las piezas por ellos fabricadas. Otros eran revendedores todo el año de las vasijas que compraban en los alfares. También fue frecuente que algunos labradores y jornaleros se dedicaran a la venta de forma temporal, en la época en que no podían realizar sus trabajos agrícolas, compatibilizando ambos oficios para obtener unos ingresos imprescindibles por la baja productividad de la agricultura.
Los beneficios anuales que obtenían los vendedores variaban, lógicamente, del empleo de una caballería mayor o menor o bien de un carro. A mediados del siglo XVIII estaban comprendidos entre los 1.000 y los 2.000 reales.
Los vendedores de Alcorcón, como los de otros muchos lugares, tuvieron a veces grandes problemas para vender su mercancía en Madrid por la oposición que encontraron por parte del Gremio de Vidrio y Vidriado de la capital que tenía, entre otros muchos, el privilegio de la venta exclusiva de esos productos.
Las luchas entre los vendedores de Alcorcón y los representantes del Gremio se enconaron más a finales del siglo XVII y durante todo el XVIII. En 1692 se resolvía un pleito existente entre los repartidores del Gremio y Manuel de Pontes, Juan de Pontes, Domingo García, Antonio de Vega, Juan Gómez, Francisco Avarado y Francisco Blanco, vecinos de Alcorcón que representaban a bastantes más, por practicar la venta de objetos de barro por las calles de Madrid. La sentencia dictada por D. Francisco Ronquillo Brizeño, corregidor de la villa de Madrid, el 11 de octubre y confirmada el 17 de noviembre del mismo año por la Real Junta de Comercio, condenaba a todos los vecinos de Alcorcón que comerciaban con vasijas de alfarería a que a partir de esa fecha dejaran de venderlas si no estaban avecindados en la capital y tenían tienda abierta de esos géneros. En caso contrario serían castigados "con grave rigor" (20).
Los vendedores de Alcorcón siempre se resistieron a perder su más importante mercado y por lo tanto hicieron caso omiso de la citada sentencia, ante las protestas de los repartidores del Gremio.
Utilizaron los alcorconeros diversos recursos para poder vender su mercancía. Fue frecuente que llegasen con su carga a la capital, se alojasen en algún mesón o posada y luego pidiesen licencia para efectuar la venta alegando los grandes gastos tenidos y los perjuicios que se les ocasionaba si no vendían pronto sus productos. En tales casos las autoridades solían conceder el permiso, ante las continuas reclamaciones de los agremiados, en estos términos: "Sin perjuicio de los executores de los tratantes en vidrio y vidriado de esta corte y en conformidad de la costumbre, se concede licencia".
A finales de 1701 por una denuncia de los del Gremio, se apresó a Julián de Talavera, vecino de Alcorcón, se le quitó la carga y fue encerrado en prisión de la que escapó poco después refugiándose en el Convento del Corpus. Más tarde recurría aquél ante el corregidor para que se le devolviese el género requisado. Por el contrario Francisco Pantoja, como representante de los repartidores del Gremio, pedía por escrito de fecha 2 de diciembre de ese año que se volviera a prender a Julián de Talavera, no se le devolviera la carga y se les impusiera una multa de 20 ducados no sólo a él sino a cuantos en lo sucesivo infringieran la ejecutoria de 1692 (21).
Unos días más tarde el corregidor Ronquillo ordenaba que se castigase a los vendedores (22):
...además del perdimiento de las mercancías tocantes al Gremio de estas partes y caballería en que se aprehendieren, en diez ducados de vellón por primera vez... y por las demás se pasará a lo que haya lugar en derecho.
A pesar de estas severas medidas no dejaron los trajinantes de Alcorcón de vender en las calles y plazas madrileñas ni los del Gremio de Vidrio y Vidriado de perseguirles. Tras una nueva protesta de éstos, tuvo que intervenir otra vez el corregidor de la villa que en esta ocasión era el marqués de Fuente Pelayo, permitiendo por escrito de 2 de marzo de 1705 la venta de artículos de vidrio y vidriado a los fabricantes, pero no a los revendedores (23):
Si acaso algún fabricante de dichos géneros viniese a venderlos a esta corte por ser sus frutos, los puedan vender y vendan por sus personas en público o en secreto, como les pareciese.
Los pleitos continuaron durante todo el siglo XVIII. Por la ejecutoria de 13 de marzo de 1721 se autorizaba a los vendedores a vender al por mayor en los mesones pero se ponían los mismos inconvenientes que antes a la venta por menor. Los trajinantes estaban obligados a llevar su mercancía a un mesón y notificar a los comerciantes del Gremio la fecha de llegada para que éstos pudieran adquirirla. Surgieron nuevos problemas porque los comerciantes madrileños se quejaban de que los vendedores almacenaban en los mesones tal cantidad de mercancía que no podían retirarla dentro de la fecha de notificación y por lo tanto se consideraban libres los arrieros de venderla al por menor, cosa que hacían en los alrededores de las ermitas de Nuestra Señora del Puerto, del Angel y de San Isidro, principalmente.
Un nuevo pleito que se resolvía en 1734, condenaba a Pedro Simón, Diego Muñoz, Fernando de la Calle y Manuel Fraile, vecinos de Alcorcón dedicados a la venta ambulante de objetos de barro, a cumplir lo ordenado en la ejecutoria de 1721.
Se permitió luego vender a los trajinantes en tiempo de feria pero los comerciantes del Gremio acostumbraban a acudir allí y acaparar todo el género para luego revenderlo, privando así al público madrileño de poder comprar en esos días a precios más asequibles.
En 1799 el Gremio de Loza, Cristal y Vidrio elaboró y sometió a aprobación unas nuevas Ordenanzas en las que se otorgaban ellos nuevos privilegios prohibiendo la venta de objetos de barro no sólo de forma ambulante por las calles de la capital, sino también en los alrededores situados a menos de una legua de ella. Justificaban esa decisión en los perjuicios que, a su juicio, los vendedores ocasionaban a los vecinos de la capital (24):
Habiendo notado que muchos, contraviniendo a las Ordenanzas en perjuicio del Gremio y de la causa pública, pudiéndose dedicar a otros ramos útiles, vienen a vender a esta corte los géneros del Gremio abandonando sus nativos hogares y domicilios, andando por las casas, calles y plazas con banastas debajo del brazo, poniéndose en los parajes de mayor tránsito y concurso, incomodando al vecindario, dedicando a sus hijos y a otras personas jóvenes a la misma ociosidad, por cuyo medio impiden que sigan otra carrera más útil al Estado y defraudando al mismo tiempo la Real Hacienda con la introducción entre las cargas de vidrio y vidriado de géneros de contrabando, vendiendo al público la loza inferior como buena y juntamente dando muchas piezas inservibles con agujeros y rajas.
Estas Ordenanzas fomentaban el monopolio y por lo tanto perjudicaban económicamente a los madrileños. Afortunadamente poco después D. Bartolomé Muñoz, escribano de Cámara y Gobierno del Consejo, por un escrito de 21 de marzo de marzo, las rechazaba.
Comenzaba un nuevo siglo con mejores perspectivas para los vendedores de Alcorcón que continuaron bastantes años más realizando su comercio en la capital.
Muchos de nosotros aún conservamos en nuestra mente la imagen del alcorconero llevando por el ronzal a su caballería cargada de vasijas de barro y pregonando su mercancía por las calles madrileñas.
Una tradición que como otras muchas, se ha perdido.
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NOTAS
(1). Entre estos alfareros de mediados del siglo XVIII estaban dos hidalgos, Diego y Francisco de Vergara, que ocuparon cargos políticos en Alcorcón por el estado nobiliario en bastantes ocasiones.
(2). Larruga, E. Memorias políticas y económicas... Madrid 1788. Tomo III, página 185.
(3). Moreno Villalba, F. Alcorcón: Historia. Literatura. Leyenda. Madrid 1976, página 269, (4). Relaciones histórico-geográfico-estadísticas de los pueblos de España hechas por iniciativa de Felipe II.
(5). El 22 de enero de 1760 Manuel de la Calle ya había muerto y su viuda, Francisca Blanco, intentaba vender la barraca de El Escorial.
Archivo Histórico cié Protocolos de Madrid. Protocolo 32057, folio 13.
(6). Archivo Diocesano de Toledo: Interrogatorio del Arzobispo Lorenzana.
(7). Miñano, Sebastián de, Diccionario geográfio-estadístico de España y Portugal. Madrid 1826.
(8). Regás. Antonio, Estadísticas de la provincia de Madrid. Madrid 1835.
(9). Madoz, P. Diccionario geográfico-etadístico-histórico de España y sus posesiones cíe Ultramar. Madrid 1848.
(10). Rosoli, Cayetano, Crónicas de la provincia de Madrid. Madrid 1865, página 53.
(11). Al morir Francisca de Pontes de forma repentina y dejar varios hijos pequeños, el alcalde de Alcorcón hizo el 18 de mayo de 1663 inventario de sus bienes entre los que estaban bastantes docenas de piezas de barro vidriadas y sin vidriar, alambiques, varias arrobas de alcor, cargas de sarmientos, etc.
Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo 32051, folio; 283.
(12). El 12 de septiembre de 1699 se hizo almoneda de sus bienes y otros alfareros de la población como Manuel Talavera y María Escobar compraron los bancos de hacer ollas y otros utensilios de su taller.
Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Protocolo 32055, folio 73.
(13). Catastro de Ensenada: Alcorcón.
(14). Archivo Histórico de Protocolos. Protocolo 32058, folio 602.
(15). Larruga, E. Op. cit. Tomo III, página 185.
(16). Según este cura párroco se creía en la población que el nombre de ella se derivaba de la palabra alcor u óxido de cobre negro que se usaba para vidriar.
Archivo Diocesano de Toledo: Interrogatorio de Lorenzana.
(17). Relaciones histórico-geográficas-estadísticas de los pueblos de España...
(18). Relaciones histórico-geográficas-estadísticas de los pueblos de España...
(19). Archivo Diocesano de Toledo: Interrogatorio de Lorenzana.
(20). Archivo de Villa de Madrid. Secretaría 2-352-43.
(21). Archivo de Villa de Madrid. Secretaría 2-352-43.
(22). Archivo de Villa de Madrid. Secretaría 2-352-43.
(23). Archivo de Villa de Madrid. Secretaría 2-352-43.
(24). Archivo de Villa de Madrid. Secretaría 2-352-36.