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PROLOGO
La relación de los hombres con el mundo de lo sobrenatural y lo divino, es tan antigua como el hombre mismo. Esta relación se remonta al principio de la humanidad y se ha proyectado hasta la época actual.
La necesidad de encontrar hechos que expliquen nuestro origen, que justifiquen nuestras acciones, que nos den protección en nuestros momentos de duda y de soledad y que nos consuelen ante la muerte, es eterna y propia de todas las culturas, y su búsqueda se reviste siempre del ropaje de lo mágico y lo tradicional. Cuando, en cada tradición, ese elemento mágico se institucionaliza, nace lo que llamamos religión.
Para definir un de las fases de nuestra cultura, debemos retroceder dos mil años en el tiempo, y llegar a los inicios del cristianismo, que continúa vivo a pesar de tantos siglos, de tanta evolución, a pesar de haber llegado a una época en la que los medios de comunicación de masas y la cultura consumista, nos hacen más competitivos, más individuales, más lejanos de nosotros mismos a fin de cuentas. ¿Tal vez tanto avance sirva para encubrir que seguimos sintiéndonos solos?, ¿tal vez el espíritu de este avance venga a sustituir a nuestro antiguo Dios?.
El Cristianismo sigue vivo perviviendo de muchos modos diferentes y aún quedan muchos individuos que se refugian en Dios. Este trabajo que aquí expongo, trata de uno de ellos; Pepa, mi abuela, cuyos testimonios (sueños, voces y visiones) me han servido para elaborar este análisis. En él analizaremos primero cuáles son los elementos que han influido en su religiosidad, y compararemos después sus experiencias con las de la colectividad. Para representar esa colectividad, he escogido un grupo que tuvo experiencias visionarias en la década de 1931-1940, en Ezkioga (Guipúzcoa). La comparación podía haber sido establecida con otros grupos, y el resultado no hubiera sido muy diferente.
Los testimonios de Pepa son de alto valor antropológico y cultural, y por ello intentaré enriquecer con notas y comentarios críticocomparativos. Muchas personas, a parte de ella, se relacionan con lo divino. Esta, no es una afirmación mía, sino del cura de la parroquia a la que ella acude; su guía espiritual. Persona con la que tuve que conversar para que permitiese a mi abuela referirme sus experiencias, ya que ella le había hecho una promesa, a petición de él, de que no contaría a nadie sus visiones. Para hablar con él fue necesario enviarle primero una carta. Según el sacerdote, la promesa era una "prueba de docilidad" de mi abuela hacia él. Según mi familia es una forma de protección que el sacerdote le da para que nadie piense, si trascienden sus visiones, que sufre trastornos. En mi opinión es también una forma de control de la iglesia hacia los fieles.
LOS MODELOS EXTERNOS
Tal y como afirma Cristina Segura Graiño (1) en la vida religiosa de las personas y me refiero a los creyentes en general, (no únicamente a los que habitan en el ámbito eclesiástico) los sentimientos religiosos no se manifiestan completamente de forma espontánea, sino que aparecen condicionados por una serie de normas de comportamiento previamente establecidas, que pertenecen a una tradición y que se van asimilando desde el nacimiento en una cultura determinada.
De este modo, las creencias religiosas de dichas personas (entre ellas nuestra informante) tiende a adecuarse a esos principios tradicionales, estando a su vez sujeta a unos parámetros que las hacen concretas e individuales: los condicionamientos de la realidad social a la que pertenecen; la práctica cotidiana de la religión en una determinada sociedad, y por personas adscritas a diferente clase social. En el caso que estudiamos, podemos decir que la informante perteneció a una clase media-baja al principio, y ahora media.
Así es que la vida religiosa de estas personas es, en cierta medida, el resultado de la asimilación de un modelo establecido de forma global. Por ello, aunque podamos hablar de libertad de actuación, tal libertad viene constreñida por el deber de cumplir con dicho modelo. En nuestra informante encontramos un claro ejemplo de ello cuando afirma que nunca desayunaba antes de comulgar (ya que lo prohibía la iglesia).
No obstante, hoy en día muchas de las creencias y prácticas se van adaptando a las nuevas necesidades. Para mi abuela el desayuno antes de comulgar: "Eso era muy estirado, muy estricto, y ahora eso está permitido".
Según Cristina Segura: "Las manifestaciones de la espiritualidad femenina no buscan adecuación con el modelo, sino que responden a unos impulsos individuales y a una relación directa y personal del fiel con la divinidad". Nos situamos así en el plano de lo concreto, de lo cotidiano. No obstante, y debido a la imposición de la tradición, hay en este plano una actitud fatalista que lleva a los individuos a concebir a Dios como un justiciero y equilibrador de las injusticias del mundo y de su propia condición (2).
Por tanto, la vida religiosa de estas personas busca coincidir (generalmente) con un modelo, mientras que la espiritualidad se constituye en la parte más interiorizada y personal de la religión, capaz de apartar, en cierto modo, a la persona de lo establecido y llevarla a una práctica más libre y cotidiana del cristianismo, una práctica con la que se sientan más identificados.
No obstante, todo individuo inmerso en una religión, que a su vez se ubique en un entorno social del que se nutra, en el que cobre sentido y al que en cierta medida, también determine, es sensible a toda esta red de influencias. Por ello quisiera señalar algunos factores, modelos externos (propios de la sociedad), que hayan ido construyendo y dirigiendo el pensamiento y la conducta religiosa de nuestra informante. A continuación citaré lo que, a mi modo de ver, son los modelos más actuales y que están a la orden del día en su vida.
En primer lugar debemos remitirnos a los medios de comunicación que, desde que se quedó inválida, han tenido gran relevancia en su vida, a través por ejemplo, de las misas emitidas por la televisión. También cobran gran importancia todo tipo de folletines de divulgación religiosa y en especial los que aconsejan determinadas formas de conducta religiosa y moral.
En segundo lugar, las enseñanzas directas y personales que los sacerdotes y guías espirituales le hayan transmitido a lo largo de su vida. Estas enseñanzas de carácter abstracto pueden alcanzar un valor más concreto y ejemplar al ser expresadas en las vidas de santos, mártires, beatas y leyendas piadosas, etc. Así, la informante nos cuenta que en el colegio le gustaba sentarse en primera fila y oír las vidas de los santos que relataba su maestra.
En tercer lugar, hay que citar la iconografía; las representaciones de santos que se adecúan al modo oficial. Estas son escenas o figuras religiosas expresadas en miniaturas, retablos y esculturas dentro de la iglesia. Y lo que es más importante, en el espacio cotidiano en forma de estampas, medallas, postales, folletines, cuadros, crucifijos... Según Carlos Álvarez Santaló y M ª Jesús Buxó "el dormitorio es el sitio predilecto para los crucifijos, cuadros reliquias, rosarios, etc. Alternando con flores naturales o artificiales. Las imágenes en su mayoría de los santos y vírgenes de la ciudad son consideradas de gran importancia. A menudo son regaladas por los familiares y amigos". Tenemos un ejemplo de esto en el sueño VII cuando Pepa dice que soñó con un niño "muy hermoso, muy hermoso, rubio ..." y luego lo reconoció en la cubierta de un libro que le prestaron.
LO INDIVIDUAL Y LO COLECTIVO
En este apartado vamos a analizar cómo se constituyen y desarrollan las prácticas religiosas, en el plano de lo colectivo frente a lo individual. Para ello nos centraremos en las experiencias de los videntes. Tomaremos como ejemplo del primero los acontecimientos ocurridos en Ezkioga a partir de 1931 (acontecimientos ubicados en un ámbito rural), mientras que para lo segundo, nos referiremos a la informante que es el objeto principal de este estudio, y que nos permite contrastar el espacio rural de Ezkioga con el urbano de Madrid.
Empezaremos por analizar de forma general el aspecto social (que no hay que confundir con el colectivo) en las apariciones.
El fenómeno religioso afecta y reúne a su alrededor a multitud de individuos, se centra y expande según el colectivo social y cultural, abarcando diferentes grupos de edad, sexo, formación, etc. Y potenciando el predominio de la espontaneidad frente a la perfección mística.
M ª Josefa Roma Riu (3) clasifica muy bien los diferentes tipos de videntes. Según ella si se potencia la espontaneidad por creerla más transparente a la acción divina, menos manipulada, se tenderá a idealizar un tipo de vidente que represente la inocencia. Así las niñas parecen más privilegiadas seguidas de los niños y de la gente de poca educación. Si la credibilidad de los videntes recae en un estatus de responsabilidad o poder adquisitivo, serán los hombres adultos quienes hagan de receptáculo de la aparición.
Las apreciaciones de W. A. Christian Jr. (4) Coinciden con lo expuesto anteriormente: "Desde los tiempos bíblicos, los niños han sido modelo de conducta devota para los adultos (...) Lo que les confería su importancia como videntes era su presunta falta de malicia y su supuesto desconocimiento del gran mundo (5).
Después se otorga más confianza a los hombres jóvenes que a las mujeres, sobre todo si son adultas o casadas, ya que se las suele tachar de histéricas.
Así, en Ezkioga el clero y la prensa tendían a promocionar a los niños y a algunos hombres, y a excluir a mujeres adultas y casadas (aunque también se produjo favoritismo hacia las mujeres jóvenes y solteras). No resulta casual en este caso, y también en otros, que fueran los niños los iniciadores de las visiones; los adultos no hubieran sido, probablemente, tan creíbles.
Si nos remitimos ahora a un espacio urbano, encontramos entre los videntes un predominio de mujeres casadas entre cincuenta y sesenta años, aunque también hay hombres de edad similar. Las mujeres son generalmente amas de casa, que combinan su tarea doméstica con algún trabajo complementario. Los hombres suelen comenzar sus experiencias siendo solteros. Para Roma Riu (6), el estado de inocencia y no manipulación, que en otras ocasiones se manifiesta por la edad, en los casos urbanos se manifiesta en el estado de éxtasis en el que la vidente se limita a un papel de receptor y transmisor del mensaje. De esta forma la no manipulación está garantizada por el estado alterado sobre el que no puede influir de forma consciente. La referencia al trance que hace aquí Roma Riu es equivalente a lo que en Ezkioga llamaron "estar en visión"; la mayoría de las mujeres y también los hombres cuando experimentaban sus visiones caían en un fuerte trance del que, al principio, les costaba mucho recuperarse. Según pasó el tiempo, la entrada en el trance comenzó a hacerse de forma más aparatosa, porque necesitaban llamar la atención, "adornar" ese proceso para convencer. La salida de él era cada vez más rápida y menos conflictiva, hasta ser casi imperceptible.
Hemos visto cómo, en el plano social, unos videntes pueden tener más credibilidad que otros según la edad, sexo, etc. También, cómo dependiendo del ámbito, se usan unas técnicas de credibilidad u otras. Ahora veremos cómo, en un espacio rural, las experiencias religiosas pasan de lo individual a lo colectivo, mientras que en el urbano sufren otros procesos.
El proceso de colectivización en Ezkioga fue más o menos rápido y sencillo: En 1931 unos niños vieron a la Virgen por primera vez en un prado. Los días siguientes, los niños volvieron a acudir al mismo lugar donde habían tenido esa visión acompañados de su familia, y compartieron dichas experiencias. Esto tuvo tal repercusión, que al cabo de dos semanas contaban ya con un grupo principal y generalmente invariable de videntes que atrajeron a un centenar de creyentes y fieles de otros lugares de España.
Mi concepto de colectividad es un poco más estricto; no me refiero a los miles de personas que acudieron finalmente a Ezkioga en su momento de mayor afluencia de fieles. A eso lo llamo difusión. Me interesa más identificar esa colectividad con un entorno rural que presente cierta cohesión entre sus sujetos. Ya que fueron ellos, los primeros videntes, los que protagonizaron prácticamente todas las sesiones durante años (aun después de que hubiera pasado el auge) y los que mediaron entre el resto de los creyentes y lo divino.
Fueron varios los factores que promovieron dicho "contagio colectivo". En primer lugar y, como ya he dicho antes, el hecho de que el entorno rural se identifique con una población más bien escasa y cuyas redes sociales son densas. Es decir; todos los individuos se conocen y todos se relacionan entre sí. Este hecho, aunque no es determinante, sí es significativo. Según Luis Maldonado (7), las prácticas religiosas populares (en sentido general) dan unidad y cohesión a la comunidad, región o pueblo que las practique. Para comprobarlo, no tenemos más que acudir a fiestas como los mayos, los peleles, las fiestas de las mozas, etc.
La religión se transmite en todos sus aspectos (desde ritos hasta relatos de leyendas, visiones...) por vía oral, y tiene un importante — 77 — fondo tradicional. Por tanto, en lugares como Ezkioga la religiosidad es algo latente, vivo y a la orden del día. Y en comunidades como ésta, hay una predisposición mayor a la difusión y la asunción colectiva de los hechos entre los habitantes. A este factor van intrínsecamente unidos otros dos de orden social y político respectivamente.
Las visiones consiguieron romper las barreras de clase social que distanciaban más a los habitantes de la zona. Los videntes y sus visiones (con mensajes sociales, económicos y políticos) suscitaron un gran interés en personas adineradas y aristocráticas. Además la presencia de los ricos demostraba la seriedad de las visiones. Mediante estas experiencias, los pobres hicieron alianzas con los ricos, sobre todo se fomentaron grupos tales como: niños-adultos ricos, sirvientes-señores ricos. A menudo los videntes obtenían dones materiales de estos, y a su vez suministraban a sus promotores lo que deseaban escuchar. "Y voluntaria o involuntariamente se convirtieron en sus portavoces" (8).
El último factor fue la "amenaza" de la República. En el primer mes de las visiones, prensa y público recompensaron a los videntes que trataron la amenaza de la República laica para los vascos y su religión. Así pues, las visiones atrajeron, en un primer momento, el interés de ideólogos nacionalistas vascos, sacerdotes y órganos de partidos. Fueron una magnífica forma de influir sobre los fieles y oponerlos contra la nueva forma de gobierno que se imponía y que representaba un inminente peligro para el catolicismo.
Hemos hablado de la colectivización a nivel social, ahora la analizaremos a nivel psicológico.
De W. A. Christian sobre las videncias, se deduce la conclusión de que la edad de los videntes podía alcanzar desde la infancia hasta los más adultos, además de diferentes clases sociales. Sin embargo, todos ellos se comportan y evolucionan de una manera muy similar ante sus experiencias. En la época de las apariciones de Ezkioga estaba vigente el nuevo modelo de apariciones públicas en forma de trances, basado probablemente en Lourdes. Los videntes ya no iban y venían del santo a la comunidad tras haber tenido las visiones en privado. "Los estados de visión evolucionaron a medida que lo hacía la liturgia y según los altibajos experimentados por el número y calidad de los espectadores"(9). Por lo general los videntes progresaron de estados de disociación mayores a menores, de percepciones con menor a mayor definición, del nerviosismo a la calma, de una implicación sensorial menor a mayor. Así su actitud cambió del respeto, temor o miedo a la confianza. Además los primeros videntes nunca entraron en trance, sin embargo como los espectadores prestaban mayor atención a aquellos que presentaban estados inusitados, el trance empezó a practicarse hasta llegar al desmayo al final de la sesión. Con el paso del tiempo se venían abajo al comenzar ésta (de forma casi simultánea).
Vemos así cómo lo espiritual, que debería ser una experiencia propia e individual, se hace común, se colectiviza al servicio de unos fines expuestos anteriormente. Un espectador declaró que "todos hacen el mismo gesto de enjugarse los ojos con un pañuelo" Comprendemos así la afirmación que hace Pascal al respecto: "algunos llegan a ver por contagio" (10).
Remitámonos ahora al otro área de este análisis: el ámbito urbano. En mi opinión, este tipo de experiencias en las ciudades se desarrollan dentro de la esfera de lo privado. Ello se debe a varias causas: en primer lugar, las relaciones sociales entre los individuos son laxas. Es decir; no se ven limitadas a un espacio generalmente reducido y cerrado. No necesariamente todos se conocen ni tienen contactos entre sí. Podemos encontrar individuos que se relacionen con más personas o con menos, pero eso no suele deberse al entorno. En la ciudad hay mayor movimiento de gentes. Y en segundo lugar, las tradiciones populares de carácter religioso o no, pueden seguir latentes o en la memoria de los individuos, pero no suelen marcar los modos de organización social. Ello no quiere decir que no haya tradición en las actitudes religiosas de estas personas; sí la hay, pero de un modo más personal y a veces hasta inconsciente con respecto a la tradición colectiva.
Bajo mi punto de vista, en las sociedades urbanas el fenómeno visionario se experimenta en el ámbito de lo privado, como ya he dicho antes, y ello afecta al tipo de visión. Sus receptores casi siempre suelen ver a la Virgen (o a otras imágenes), pero no, como ocurría en Ezkioga, en un entorno natural (entre unos chopos, en un valle, junto a una fuente), sino en sus propias casas o en la iglesia como ocurre con nuestra informante. Christian recoge algunos testimonios de gente que ha visto a la Virgen en su cocina e incluso en una cacerola. Esto no quiere decir que el tipo de visión no se sujete a un esquema más o menos común. En Ezkioga esto era muy evidente; todos solían ver a la Virgen y variaban los elementos que la rodeaban.
El espacio también modifica la forma de recepción de la imagen y del mensaje. La experiencia suele darse, en las ciudades, de manera individual y espontánea (mientras que en Ezkioga entraban en trance a la vez, como si estuvieran sincronizados); lo cual no quiere decir que esto no ocurra en el campo, sólo que la colectivización en la vida urbana es más difícil, y suele darse de otra forma. Dudo mucho que estos ámbitos lleguen a los fenómenos de masificación tal y como se dio con la Virgen de Ezkioga o el Cristo de Limpias, entre otros casos. Como bien apunta Roma Riu (11), las mujeres videntes comentan sus experiencias con otras mujeres que también lo son (llegando incluso a darse una jerarquía entre ellas), y establecen sesiones en las que la espontaneidad comienza a dar paso a la predisponibilidad y a la sugestión. Estas sesiones también tienen como propósito compartir sus inquietudes en torno a una líder de la que reciben sus enseñanzas y lecciones. Pero suelen afectar a un número reducido de personas que viven en un entorno común (vecinas, amigas) o que visitan una misma iglesia. Suelen celebrarse en una casa.
También el mensaje que transmiten estas visiones es de otra índole; no suelen incidir en lo político y social, sino en lo personal (aunque podamos encontrar casos de lo contrario, las afirmaciones más rotundas suelen desmentir al que las hace). Por lo tanto, su significado estará mas relacionado con las inquietudes propias de cada vidente, con sus problemas y sus necesidades, aunque luego se lo haga conocer a los demás.
Estas reuniones son también una forma de validación de dichas visiones, al compartirlas y contrastarlas con las experiencias de las demás participantes.
Antes de terminar este punto, quisiera reafirmar que, el medio en el que se encuentren los individuos condiciona bastante los derroteros por los que irán sus experiencias. Así, un entorno rural facilita la colectivización de las mismas en todas las edades y capas sociales y un entorno urbano, no. No diremos que las ciudades aíslan a los individuos, pero sí que las relaciones entre los videntes se producen de otra manera. Tenemos así, el caso de nuestra informante: vidente que comunica sus experiencias a los más allegados y a personas de la iglesia. O podemos encontrar grupos de personas que se reúnan ocasionalmente para compartir dichas experiencias. Pero no alcanzan nunca una difusión tan masiva como la de Ezkioga, el Cristo de Limpias o los niños de Fátima.
BIOGRAFIA
Nací en el Puente de Vallecas en la calle Monte Igueldo en 1930, el 12 de Febrero. Entonces se llamaba calle de ... , en el número tres.
Mi padre era de Plasencia, era mayordomo de un general, de uno de esos... de su jefe de la mili. Luego vino aquí, y conoció a mi madre y... se casaron, y le hizo mi padre una casa en el Monte Igueldo ése, en el Puente de Vallecas, y allí nací yo. Y antes que yo, que soy la más pequeña, nacieron mis hermanos en Madrid; mi hermano Juanito y mi hermana Mercedes y mi hermano Julián. Y mi hermano Andrés y mi hermano Pedro nacieron en Madrid, en la calle Salitre.
[ - Es decir, que antes de vivir en Monte Igueldo vivieron en otro lugar de Madrid]
- Sí, primero vivieron en Madrid y luego hizo mi padre una casita en el Puente Vallecas.
[ -¿Tus padres tuvieron algún tipo de estudios?]
- No, era albañil. Mi madre era sirvienta y nació en Ávila. Luego se conocieron en Madrid, donde mi madre trabajaba de sirvienta, de cocinera en la casa en la que mi padre era mayordomo.
[ -¿Tus padres eran muy religiosos?] Mi padre estuvo de monaguillo... era monaguillo. [ No sabe el lugar, pero supone que sería en Plasencia. No recuerda hasta qué edad]. Y... dice que sí... que creía... Pero una vez vio que un cura se daba un beso con una monja y entonces eso se le vino abajo y se le quitó la fe. Y entonces yo le dije a mi padre que eso de la fe es segura, que él tenía raíces, que eso es una chuminada, que quien tuviera verdaderamente fe, ya pudiera ver lo que viera que a él su fe no se la quitaría nadie. Y dijo que sí: "Todo lo que tú quieras, hija, pero a mí eso ya se me ha quitado". Eso me lo dijo cuando estuvo muy malo, cuando se murió en el hospital de San Camilo.
[ - Tu padre se llamaba Alejandro, ¿y tu madre?]
- Fortuosa. Mi madre debía de creer algo pero, claro, entonces no había misa allí y todos sus hijos estábamos bautizados. Debía de creer y eso, porque tuvo una vez un sueño con Dios, con Jesús que bajaba del cielo con la cruz a cuestas. [Después de terminada la sesión me dice que a ella le gustaba mucho escuchar esas cosas].
[ -¿Tu madre iba a menudo a la iglesia?]
- No había iglesia, por donde nosotros vivíamos no había iglesia, estaba muy lejos [nombra varias calles y dice dónde quedaba la más cercana] luego hicieron una iglesia enfrente de mi casa, que fue cuando mi hermano tenía veintitrés años, y... y yo tenía once.
[-¿Fue luego tu madre a esa iglesia?]
- No, porque mi madre se murió cuando pusieron la primera piedra. Mi hermano cayó malo y a los ocho días murió. Y mi madre, cuando salió mi hermano por la puerta, se metió mi madre en la cama y a los ocho días, en el mismo viernes, murió. ( ...) Eso ya fue después de la guerra... Yo era muy pequeña cuando estalló la guerra... No sé si tendría yo 6 años.
[ -¿Solías ir a la iglesia de enfrente de tu casa? ¿Ibas sola?, ¿Con vecinas, amigas... ?]
- Yo iba a la iglesia porque me salía... me gustaba a mí la iglesia en sí. Cuando se murió mi madre, yo iba a catequesis y siempre era dos veces por semana. Íbamos al colegio, la catequesis, y escribíamos y nos enseñaban a leer y a escribir, y cosíamos, al mismo tiempo cosíamos. Luego, después de eso, la señorita, que luego se metió a monja, contaba cosas de los santos, y eso a mí me gustaba. Me incitaba, y siempre me ponía en las primeras mesas para que yo lo oyera. En mi casa no eran religiosos, ni hicieron la comunión, ni nada. Y sí la hice, cuando las chicas del colegio. Yo no me metía en lo de los vecinos y las amigas tampoco iban a la iglesia. Me tiraba aquello, y confesaba muchas veces. Y... no había que desayunar antes de comulgar, entonces no se dejaba... y muchas veces, en mi casa, no me dejaban ir a la iglesia, y yo, pues no quería desayunar, pero a lo mejor iba a las doce, y no desayunaba hasta que no venía de la iglesia, eso era muy estirado, muy estricto, y ahora eso está permitido.
[ -¿Hablabas de temas religiosos con tu familia?]
- No. Además que mi padre decía: "Esa jodía chica no sé a quién habrá salido, pero si a nadie... nadie le tira la iglesia más que a ella", decía mi padre. Y yo, digo yo, que a lo mejor mi madre pues estaría pidiendo por la más pequeña de su casa, por mí; digo yo. Lo que sí yo digo muchas veces, que un día era yo muy jovencilla, iba a trabajar a Madrid ya, y un día dijo mi tía que estábamos dejados de la mano de Dios, y eso a mí por dentro me hizo mucho daño, y me entró como miedo, como pena. Entonces yo siempre decía: "Señor no me dejes de tu santa mano, no me dejes de tu santa mano..." Y he tenido novios y todo, y siempre iban a aprovecharse, a sacar lo que ellos querían, buscaban y yo nunca me dejaba... Estuve hablando (12) dos años y medio con un vecino mío, y siempre iba buscando lo mismo, y yo no quería, ya le cogí hasta tirria, y dije: "bueno, ¿es que no hay un hombre decente en el mundo?". Y... y me daba mucha rabia, estaba empezando a cogerle rabia a los hombres. Yo que muchas veces decía, cuando me casé con mi marido, pues muchas veces pensaba yo que el amor más grande que habría en este mundo era ser la esposa del Señor, me hubiera gustado. No porque el abuelo fuera bueno o malo, que era muy bueno y me quería mucho, pero yo creía que lo más grande sería ser la esposa del señor, y me decían que no; que al señor se le puede servir de muchas maneras, dentro y fuera de la iglesia. Pero a mí me gustaba mucho. Y cuando me iba a trabajar, ya que dejé lo de costurera, me dolía mucho la espalda, empecé a trabajar en las casas, yo le pedía a Dios que le gustase a todo el mundo , y yo les gustaba a todos, la gente estaba muy contenta conmigo, me apreciaban. Y de pequeña pues, yo era muy guerrosa, y era muy mala, muy rebelde, le pegaba a mis hermanos, y nunca quería comer, y estaba muy enclenque, y mi madre, como era la más débil, pedía por mí. Me cuidaba y yo me ponía muy mimosa con mi madre, y mi hermano Janín estaba muy celoso de mí y era natural [Cuenta una anécdota familiar] y jugaba con ellos. Jugábamos a la baraja, jugábamos todos los vecinos, jugábamos al trote bolero, a arriba las manos, o la cadena. Chicos y chicas, y a la alpargata por detrás... Tenía once años, sí, porque ya no estaba mi madre... Toda la tarde y por la noche [Me cuenta cómo le pedían al padre que les dejase estar hasta un poco más tarde de acostado él].
[ - ¿Hiciste algún tipo de estudios?]
- No, porque ya empezó la guerra y no pude ir al colegio, y nos pillaba muy lejos. No íbamos a comer a los comedores porque no había comida. Luego me entró el tifus. De pequeña, cuando mi madre, me entró la viruela, y mi madre no quería que me hospitalizaran, y mi madre dormía en el suelo, y yo dormía en su cama. Le dijeron que tenía que estar aislada de mis hermanos, y dormían ellos (13) en un colchón en el comedor (...). Luego ya se murió mi madre, y a mí fue cuando me entró el tifus. Lo cogió mi hermano y yo, como estaba en la cama con él y hablábamos, lo cogí también. Y mi hermana también. Y mi hermana lo pasó de pié atendiendo mi casa y a mí y a mi hermano. Me llevaron al Hospital del Rey y me cortaron otra vez el pelo al cero. [Fue a visitarles un primo suyo de Plasencia y como la vio tan delgada le pidió al padre llevársela a su casa para que se recuperase, porque allí tenían tierras y no faltaba la comida. Estuvo tres meses]. Y luego vine a Madrid y empecé yo a buscar trabajo.
[ - Pero tuviste que ir durante un tiempo al colegio porque sabes leer y escribir]
- Si, pero muy pequeña, muy pequeña, antes de la guerra... Tenía yo ocho o nueve años... No aprendíamos mucho y mi padre, cuando terminó la guerra, le dijo a mi hermano Pedro: "Tú, como mayor que eres, tienes todas las noches que enseñar a tus hermanos a leer y a escribir y a echar cuentas (...).
[ -¿Cuándo te pusiste a trabajar?]
- Primeramente a coger carbonilla. No tenía aún los catorce años y me puse a trabajar en casa de una señora, y no me pagaba, y no me pagó [recrea un diálogo en el que su padre le dice que no fuera más] y me puse a trabajar luego de sastra. Estuve toda mi vida trabajando hasta que me casé. Cuando me faltaba trabajo en un taller, me iba a otro. Y cuando no había trabajo me ponía a servir. Y me fui a una casa y me preguntaron que de qué bando era yo, y digo: "Mire usted, a mí no me hable de esa cosa porque lo mismo me da que esté uno que esté otro, porque si yo quiero vivir tengo que trabajar, y no soy ni de un bando ni de otro, porque a mí nadie me da de comer si no trabajo". Y cuando se lo dije a mi padre, me dice: "Muy bien contestado, hija". Y luego ella era una mujer muy exigente. [Dejó de ir porque no la trataban bien y prefirió seguir cosiendo].
Luego en la Cuesta del Moro, me puse a trabajar y me eché novio: dos años y medio hablando con mi vecino, y todas mis compañeras decían que era muy guapo y siempre salían a verle [ le dejó porque él sólo quería tener relaciones sexuales y cuando fue a que le echaran las cartas, la adivina le dijo que ese novio la quería mucho y quería hacerla un hijo para atarla a él] y luego otra vez que fui, me dijo: "Por medio de unas amigas tuyas vas a conocer a una familia, vas a conocer allí a una chica y vas a salir con ella, y de ahí te va a salir un novio y te vas a casar con él". Y me dijo: "Mira, no vas a tener mucha familia, de dos a tres". Tuve a la Loli, y entre la Loli y la Pepi, tuve un aborto y luego tuve a la Pepi.
Tengo yo mucho que contar de mi vida. A la iglesia iba todos los domingos y los días de fiesta también, porque tenía toda la semana para nosotros, y si queda media hora para el Señor, había que tener media hora para él. Aprendí a rezar el rosario, y rezaba el rosario, pero ya más mayor. Luego fui pantalonera. Ya había aprendido yo la americana. La americana era... eso no se lo daban a las mujeres, se lo daban a los maestros. Y el pantalón se lo daban a las mujeres, y yo me casé y seguí trabajando... Pero a las seis de la mañana, antes de irme yo a trabajar... Me casé y fui a vivir en casa de mi suegro: me sentía yo como gallina en corral ajeno... Vivía la tía Lisa, y la Tía María, y el abuelo Miguel, y me hacían levantarme a las seis de la mañana para que antes de irme a trabajar fregara todo el suelo, porque decían que aunque yo estuviera trabajando, también ensuciaba, y yo decía que no ensuciaba, puesto que yo no estaba allí en todo el día. Y antes de irme un día sí y otro no, tenía que fregar el suelo y el día que no fregaba, limpiar el polvo. Ella estaba allí todo el día, y luego, por la noche, me decía que había tenido que volver a fregar porque estaba todo sucio. Ellos vivían en Monte Igueldo, en el primer piso. Con la tía Lisa, no me llevaba muy bien, porque era muy rancia. Con la tía Lola sí, porque me apreciaba mucho; me echaba enseguida a reír, y les gustaba mi manera de ser. Con ellos estuve viviendo mucho tiempo, porque nació mi Loli... Pero antes estuve dos años y medio sin nada, y me decía mi cuñada, que eso es porque no valéis, no traéis niños porque no valéis. Y dije yo, que ponía mis medios para que no, vamos a ver si valemos o no valemos.
[En esta parte cuenta el nacimiento de su primera hija, Loli, y cómo se fueron de la casa de su suegro. Ello se debió a un altercado que tuvo con la tía María quien la acusó de quedarse con todo el dinero que habían ahorrado. Como ella lo negaba, María la pegó. Cuando Miguel se enteró del hecho, dio una paliza a su hermana y decidieron irse, debido también a que las discusiones empezaron a ser frecuentes. Después el dinero apareció caído por detrás de los cajones de un armario. Tras esto, se fueron a vivir durante un tiempo a casa de una tía de mi abuela llamada Boni que vivía en la plaza de Cascorro. Pero ella estaba cansada de "vivir de prestado" y tenía ganas de llevar su propia casa. Así que fue a visitar al Señor (14)]
Y le pedí yo que tenía ganas de vivir sola, que me diera un piso, aunque tuviera que cuidar de un enfermo. Y de la noche a la mañana, la tía María se fue de la casa y dejó al abuelo sólo (15). Me llamó la tía Lola y me dijo que estaba sólo, y teníamos que cuidarle. Fue lo que le pedí, y de la noche a la mañana me salió. [Allí vivió de nuevo durante siete años, de los cuales cinco tuvo que cuidar al padre de su marido, que estaba inválido en la cama. Cuenta una anécdota de cómo llegó a perder los nervios con él porque era muy exigente y la trataba como una criada.] ç
[ -¿Porqué decidiste ir luego a vivir a Móstoles?]
- Por las vecinas, me hacían la vida imposible. La casera quería mi piso porque era soleado. Su madre la tenía enferma, y necesitaba mi piso para que su madre recibiera el sol porque vivía abajo en la tienda y esa era la umbría. Yo tenía la solana. Tendía la ropa, y desde el piso de arriba del mío, que vivía la abuela, me echaba las tripas del pescado porque no quería ni que tendiera en el patio. Y le dije yo: "¿Por qué no voy a tender en el patio?", dice: "Porque cae agua abajo y me salpica las ventanas. Ahí no se puede tender la ropa". Y dije yo: "Pues déjame subir a la terraza y ahí no te molesto". Y dice: "En la terraza hay perros y ahí no se puede tender". Y dije yo: "Entonces ¿dónde quieres que tienda?, ¿debajo de la cama?". Y entonces me hacía la vida imposible, me atrancaba el water desde arriba entre la vecina, que me tenía mucha envidia, y entre la casera y ella me hacían la vida imposible. Me echaban cascotes y plásticos y me salía toda la porquería por arriba. Cogí y le conté al Señor lo que me pasaba, y yo decía: "Quiero mi piso, yo comprendo que son los dueños. Lo quieren porque su madre está enferma. Bueno, yo no me opongo, yo se lo doy, pero dónde me voy a vivir". Digo: "Dame un piso donde sea, pero que sea soleado y que lo pueda pagar en poco tiempo". De pronto, a la mañana, me salió el piso. El abuelo no quería salir de su casa porque era su casa y había nacido allí, y vivía allí desde pequeño, entonces, pues el abuelo se fue gruñendo de allí.
[ -¿Y cómo te enteraste de que se vendía ese piso?]
- Pues, porque echaban pasquines en los buzones y fuimos a hablar con la empresa y nos pusieron en dos años y medio a pagar 15000 pesetas. No tenía impuestos de ninguna clase y lo podía pagar. Y entonces yo me eché la cuenta, y con el dinero que cobraba la Loli lo podía pagar (...) El abuelo decía que él no lo veía claro y yo decía: "Miguel, yo lo veo muy claro". Pero Dios mira si lo hizo, me dio el piso, soleado que a mí me gustaba. Como lo pedí, así me lo concedió.
[ -¿Qué opinaba el abuelo de tu actitud y gustos hacia la iglesia?]
- Él no se metía. Y yo le decía: "Miguel, siento voces, me llaman voces, yo no sé quién es. Son voces que no las conozco. Se murió un vecino mío, el señor Amable, y le dije que teníamos que ir a dar el pésame. Y yo le dije: "Mujer, pide a Dios por él". Y dice: "Yo no... yo no creo en esas tonterías". Yo oigo voces que me llaman y hasta me han tocado. Y digo: "No te preocupes, que yo rezaré por él".
[ -¿El abuelo te escuchaba cuando tú le contabas tus experiencias?]
- Sí, me escuchaba... Pero no creía en ello, él en esas cosas no se metía.
[ -¿Seguiste trabajando de sastre en Móstoles?]
- Sí, fui a una tienda y me daban trabajo, y luego me lo llevaba a casa. Y cuando caí mala...
[ - Cuando te dio la trombosis... ¿cuántos años tenías entonces?]
- Tenía cincuenta y tres años y ahora setenta, diecisiete llevo enferma. Pero eso fue porque se lo pedí yo al Señor, porque estaba el niño malo, Israel, y estaba muy malito en la cama con una enfermedad que echaba sangre en el pis y por el ano, y decían que le iban a quedar reliquias, y unas fiebres altísimas, y lloraba y no quería comer, y no quería beber. [Su hija le pide que vaya a cuidarle mientras ella está en el trabajo] Y decía el abuelo: "El niño se muere, Pepa, el niño se muere". Y yo: "Que no se muere". Y es que una noche, yo siempre estaba pensando en el Señor, y como si alguien me hablara dentro de mí, me decía: "Si algún familiar tuyo, pequeño, cae malo, ofrécete por él". Y yo sentí eso como una tramitación, no salió de mí, que me transmitía, y dije yo: " Sí, lo haré". Pero eso ya se pasó el tiempo y yo no me acordaba de eso... Y se curó por una promesa que hice. Y entonces yo le dije al Señor: "Mira, Señor, que está muy malito, que son seis añitos los que tiene. Pónmelo bueno, mi Señor, pónmelo bueno". Y yo lo dije a la Loli, pero no se lo digas porque no se lo cree, y me deja por embustera, y yo le dije a la Loli: "¿Y si se muere el niño?", "Pues si se muere el niño, qué le vamos a hacer, mamá. A ver, qué quieres que haga yo, pues si se muere se ha muerto". Ella estaba conforme, y yo dije: "El niño no se muere". Y ya un día cogí, y decidida me levanté, y me fui a misa, y después a comulgar, le dije al Señor... digo: "Mira, yo estoy muy bien, me encuentro muy bien y fuerte, Tú lo sabes mejor que yo. Te cedo media salud mía porque el niño se ponga bueno (16)". Ese mismo mes, el día 13, el niño entró en el hospital, y entonces yo le pedí aquello. Y una mañana, de pronto, me le encontré descalzo en el pasillo, y yo me asusté y dije: "¡Pero Israel, hijo mío, si no puedes estar descalcito en el suelo!". Venía: "¡Abuela, abuela!" Y pegó un salto y se me agarró: "¡Que ya estoy bueno, que ya estoy bueno!. Que se me ha quitado la fiebre". Abrazado como una lapa que no podía con él, y yo: "Que no, hijo, que no". Entonces ese es el milagro que me dio el Señor, así me lo concedió. Y venga a hacerle reconocimientos mirándole por los rayos, análisis y todo. Y decían que el niño no había tenido esa enfermedad porque no le encontraban absolutamente nada, que estaba sano; sanísimo.
Que no, que había desaparecido todo. Íbamos a otro médico: lo mismo; que el niño estaba bien, que estaba sano. Y el 29 del mismo mes de octubre fue cuando a mí me dio esto. O sea, que el niño salió y yo entré en ese mismo mes. [Relata cómo nota los primeros síntomas en la nuca y cómo se le extiende hasta la pierna derecha]. Todo este lado muerto; me cogió lengua... me cogió todo, hasta el pulmón. Sobre todo la pierna y el brazo.
[ - Pero tú antes de que te diera la trombosis ya tenías problemas de salud]
- Me daban, yo tenía la tensión alta. Pero esto era de la promesa que le hice, porque luego me acordé yo, digo: "esto fue lo que me transmitió, y luego ya me acordé".
Siempre he sido igual de religiosa. Y esto se lo dije yo al cura y él dijo: "Y el milagro se cumplió". Él mismo lo llamó milagro. Y ¿sabes lo que me dijo?, que todo esto, y lo de las visiones, que es camino de la santidad, digo: "Yo no soy santa, padre" Y él me aconsejó que no dijera a nadie lo de las visiones.
[En este momento se acaba la cinta y ella prosigue un poco más. Me cuenta que la gente le pide que pida a Dios por ellos porque creen que ella habla con Dios y Él la escucha. Según ella, todo lo pedido es concedido. Termina diciéndome que tras morirse su marido todas las voces desaparecieron. Cree que él "puso mano en el asunto". "Es del purgatorio quienes me llaman"]
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NOTAS
(PARTE I)
1 Segura Graiño, Cristina "Fuentes para entender la religiosidad de las mujeres", La religiosidad femenina, S-VIIIXVIII, Madrid, 1989 (pp.11-17).
2 Según Josefa Roma Riu, muchos ancianos recuerdan el catecismo como una imposición de juventud, y se unen así a esta visión fatalista de Dios. "Centralidad-marginalidad, ortodoxia-heterodoxia. Una aproximación al fenómeno de las visiones urbanas", La religiosidad popular: Antropología e historia, Vol. I, Barcelona, 1989 (pp.517-527).
3 Roma Riu, M ª Josefa; "Centralidad-marginalidad, ortodoxia-heterodoxia. Una aproximación al fenómeno de las apariciones urbanas". La religiosidad popular: Antropología e historia, Vol. I Barcelona, 1989 (pp. 517-527)
4 Christian Jr. William A. Las visiones de Ezkioga, Barcelona, 1997.
5 Para Christian, en los niños hay un corto paso de los juegos a las visiones. Solían ser de una seriedad absoluta en sus experiencias, pero al exponerlas a los expectadores aplicaban habilidades aprendidas en sus juegos, mientras que se abstraen e intensifican más los momentos de emoción.
6 Roma Riu, M ª Josefa, "Centralidad-marginalidad, ortodoxia-heterodoxia. Una aproximación al fenómeno de las apariciones urbanas", La religiosidad popular: Antropología e historia, Vol. I, Barcelona, 1989 (pp.517-527) 7 Maldonado Luis; Religiosidad popular.Nostalgia de lo mágico. Madrid, 1975 (pp.427).
8 Christian Jr. W.A. Las visiones de Ezkioga, Barcelona, 1997.
9 Christian Jr. W.A. Las visiones de Ezkioga, Barcelona, 1997.
10 Christian Jr. W.A. Las visiones de Ezkioga, Barcelona, 1997.
11 Roma Riu, M ª Josefa; "Centralidad-marginalidad, ortodoxia-heterodoxia. Una aproximación al fenómeno de las apariciones urbanas". La religiosidad popular: Antropología e historia, Vol. I Barcelona, 1997, (pp.517-527).
12 Saliendo como novios.
13 Los padres.
14 Esta parte está narrada por mí, aunque ciñéndome al contenido, ya que en este momento se interrumpe el discurso debido a un problema de la grabadora.
15 Al padre de su marido, en la casa en la que habían vivido antes.
16 El sacrificio u ofrecimiento de uno mismo por otra persona (para su curación, salvación, etc.) es un motivo cultural que podemos registrar desde la Antigüedad. Este puede encontrarse en las hagiografías o vidas de santos, también en la autobiografía de Santa Teresa de Jesús, El libro de la vida, encontramos algún paralelo cuando ella se ofrece por un familiar que está enfermo. Otro ejemplo más llamativo de esto, lo constituye la colección de cuentos hindú llamada Pachatantra, en la que se advierte cierto paralelismo con lo expuesto en el capítulo V.