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BREVE PRESENTACIÓN DE BÁNSOA Y DE LOS BÁNSOA
Los bánsoa son un pueblo de unos 25.000 habitantes que viven en Bánsoa, en la región del oeste de Camerún en perfecta simbiosis con las demás etnias bamiléké del país. Viven inmersos en sus creencias tradicionales y prácticas religiosas que ni el choque cultural con Occidente -con los cambios de estructura social y forma de vida que aquello supuso-, ni el crecimiento de la población, ni la especialización laboral y cosas por el estilo han podido debilitar y minar. Viven vueltos hacia el pasado que actualizan permanentemente gracias a ritos y cultos a sus antepasados sin los cuales no son nada. De ese pasado, que para ellos es la única realidad verdadera y permanente, sacan preciosas fórmulas y recetas para intentar vivir, administrar su supervivencia en un mundo cada vez refractario a todo proyecto ético, y sin rumbo, mundo que ya no es propiamente el suyo.
Son las siete de la tarde. Estamos en Bánsoa. Acabamos de volver de la finca endonde hemos estado todo el día cosechando maíz. Hay que subir la cosecha al granero que está en el techo de la cocina y empezar a hacer el fuego para que se seque. Pero los cuerpos y los espíritus están cansados porque aquí la vida no es fácil, todo se hace aún manualmente, con herramientas que están más cerca de la Edad-Media que del siglo XXI. Lo único a que aspira la gente en aquel momento es descansar. Ni siquiera se preguntan qué van a cenar. De repente, alguien lanza:
y, como si se tratara de un solo hombre, todos los demás, todos aquellos cuerpos que se habían desplomado unos en el mismo suelo, otros en taburetes y camas de bambú, contestaron:
y, al mismo tiempo, se irguieron, reunieron las alfombras de paja en las que se acomodaron, listos para no perderse aquella delicia, para entregarse cuerpo y alma a esta actividad que empezaba, la de jugar a las adivinanzas, y que durará hasta altas horas de la noche, sin que nadie se canse, hasta que los búhos nos recuerden, con su ulular lúgubre, que los antepasados, que se habían acercado para participar en ese intercambio de soplo, se han marchado y que es hora de acostarse. Pero antes de esa señal, nadie querrá que aquello se termine ni tendrá ganas de ir a la cama.. Al contrario. Aquello que empezaba iba a ser la jeringue que inyectará dosis de energía para subir el maíz que estaba condenado a pasar la noche en el suelo al techo. Pero ¿por qué todo esto? Porque era el tiempo de la palabra, la única realidad, lo único verdadero. Y, cuando llega ese momento, ya nada tiene importancia. Sólo lo es la palabra. Es que, como dice Sory Camara (Apud Dumestre, 1996), un gran pensador africano: “Antaño cada uno conocía a su compañero de viaje, aquel con quien te adentras en la maleza. Ahora corren los tiempos de la palabra, no se recela de nadie, no se respeta a nadie. Ya no se echa mano de la pólvora o del arco para la pelea, sólo queda la palabra. Se equivoca quien dice que la palabra no es nada, pues nada le sucede al hombre sin ella, nada, ni bueno ni malo; nada le sucede al hombre sin palabra, ni matrimonio, ni hijos. Quien dice que la palabra no es nada, está diciendo, de hecho, que quien no es nada es él”. En otros términos, el hombre africano en general y el bánsoa en particular no es nada sin la palabra. Y, cuando hablamos de palabra no nos referimos sólo al soplo que sale de la boca y nos sirve para comunicarnos con nuestros semejantes. Estamos hablando de algo mucho más importante, tan importante como el aire que respiramos y sin el cual la vida es sencillamente imposible. Estamos hablando de la palabra de los antepasados, es decir, una palabra potente, eficaz, temible; una verdadera herramienta de la que se sirve el bánsoa para solucionar sus problemas, todos sus problemas, los de todos los días. En suma, una herramienta mágica con la que fija el pasado, soluciona y mejora el presente y conjetura el futuro, incierto y amenazador. Esta palabra son los cuentos, los proverbios, las adivinanzas, las leyendas, los antropónimos, los mitos, los juramentos fúnebres, los encantamientos, etc., y su principal objetivo, por no decir el único, es iniciar al hombre bánsoa a la vida y posibilitar, facilitar su supervivencia. En suma, asegurar su crecimiento. ¿Cómo? Contándole la sociedad y explicándole la vida y el mundo. Esto le ayuda a entenderse a sí mismo y comprender a los demás, a conocer su origen, sus valores, a saber cuál es su sitio en la comunidad, qué tiene que hacer para que su existencia sea menos penosa. Si comprende esa palabra ritual, será suya y, entre los bánsoa, poseer la palabra es poseerlo todo pues aquí decir es hacer, crear. Nombrar algo es permitir que ese algo exista. Poseer la palabra es pues tener el poder, todo el poder: el de construir o destruir, fecundar o esterilizar, dar vida o matar, bendecir o maldecir, unir o desunir, desarrollar o aniquilar, etc. He aquí por — 28 — qué cuando llega el tiempo de la palabra, de juntar las esteras o alfombras, los cuerpos fatigados por las duras faenas del día recobran fuerza como por arte de magia. En las líneas que siguen, intentaremos examinar una de las formas de esa palabra: la adivinanza.
Su nombre genérico entre los bánsoa es el . Es un género muy practicado y apreciado entre los bánsoa. Palabra hecha por y para todos, palabra muy querida y muy usada porque rellena vacíos, porque cumple más de una labor social.
Las funciones de las adivinanzas en la sociedad bánsoa
En las sociedades tradicionales, donde no había radios, televisores, periódicos, discotecas, cines, etc., para entretenerse, hacía falta encontrar un medio para pasar el tiempo, para divertirse, para escapar de la dura realidad, para olvidarse un rato de las duras condiciones de vida en las que vivían. Así es como los hombres inventaron cuentos, adivinanzas y muchos otros juegos. La adivinanza es, pues, un género literario esencialmente lúdico. Es un juego. Pero la gente no juega por jugar. Es un social past time muy apreciado después de una dura y larga jornada laboral en el campo, un entretenimiento, un juego que se practica durante las veladas mientras se espera la cena, descascarillando los cacahuetes, el maní, las alubias, o mientras desgranan mazorcas de maíz, etc., para jugar, por cierto, pero también para facilitar la espera de la cena, o para facilitar el trabajo, tornarlo menos laborioso y más alegre. Es un juego practicado esencialmente por los jóvenes, un juego entre un interrogador y uno o varios interlocutores, en el que ése interpela y desafía a éste o éstos para que encuentren y den en la mayor brevedad la respuesta correcta a la pregunta que les hace. El juego gusta mucho por su rapidez, el acoso que ejerce sobre los interlocutores quienes, cuando no conocen de memoria la respuesta, la buscan desesperadamente tanteando y proponiendo cualquier cosa que pueda acercarse a la respuesta que se les piden, eso para no convertirse en el blanco de las burlas del interrogante y de los demás interlocutores. El placer que experimentan los jugadores sólo se puede medir con la sabrosidad de algunas adivinanzas que no vacilan en nombrar lo tabú aunque disimulándolo en los pliegos de figuras retóricas, provocando así una gran hilaridad. Los que escuchan las adivinanzas siguientes no pueden menos de reírse a carcajadas por la imagen y también por lo que dicen sin decir de verdad.
Adivinanza: Al pasar por un sitio los alumnos me han saludado todos, salvo el maestro.
Respuesta: Las moscas que, a tu paso, se levantan todas de los excrementos en los que estaban posadas.
Adivinanza: A la partida todo el mundo me quiere pero, a la llegada, ya nadie quiere verme.
Respuesta: Los excrementos.
Adivinanza: Ya he visto el ano de todo el mundo en este pueblo incluso el del jefe. ¿Quién soy? Respuesta: El cerdo.
Adivinanza: El pescado ha entrado en su casa y ha dejado su cola fuera.
Respuesta: El pene que entra en la vagina de la mujer y deja los testículos fuera.
Adivinanza: Limpia el “zha (1)” para que bailemos.
Respuesta: Limpia tu vagina para que busquemos al niño.
Adivinanza: Cada vez que el topo va a visitar a su madre la trampa lo coge.
Respuesta: El pene de un recién casado que se queda aprisionado en la vagina de una recién casada (2) virgen.
Adivinanza: Salto un surco y hago caca.
Respuesta: La calabaza.
Hemos visto que la adivinanza es practicada alrededor del fuego durante las veladas mientras se está descascarillando cacahuetes, desgranando el maíz, o en el patio de la casa, durante el día, mientras se está expurgando el café; o en el campo mientras se está cosechando el maíz, el café o los cacahuetes, para facilitar la espera de la cena, y tornar el trabajo fácil de llevar. Pero las funciones de esta modalidad discursiva no se agotan aquí. En efecto, a pesar de su carácter enigmático y elíptico que muy a menudo dificulta el juego -hay que ver que, generalmente, la adivinanza plantea un problema que no se soluciona con sólo los datos dados por el enunciado; tampoco uno hecha mano de la reflexión; sus metáforas imprecisas someten la imaginación a un tambaleo entre las formas exteriores y las imágenes inconscientes que se han vuelto prototipos oníricos con sentido fijo-, la adivinanza es concebida como un verdadero punto de partida de la enseñanza, como una metodología didáctica que se desenvuelve a través del entretenimiento y la diversión. En otros términos, las adivinanzas no desempeñan únicamente esta función lúdica. Además de ésta, tienen otra: la didáctica.
La adivinanza bánsoa o el obrero de los cuerpos y de los espíritus
Cuando la gente se reúne para jugar a las adivinanzas, se entretiene, por supuesto, pero esas adivinanzas sirven también para poner a prueba la memoria de los jugadores, comprobar su capacidad para almacenar conococimientos y hechos y sacarlos en el momento debido y bien. Eso es muy importante en una sociedad con dominancia oral en la que la memoria desempeña un papel de suma importancia a la hora de conservar hechos importantes de la sociedad. Con la adivinanza también se quiere poner a prueba los conocimientos de los jugadores, sus fuerzas y capacidades intelectuales, su inteligencia y la rapidez de sus reacciones. Su objetivo es, pues, reavivar la memoria y estimular la inteligencia del interrogado -o de los interrogados-, obligarla a trabajar y aprender, es decir, obligarle –u obligarlos- a hacerse él también con el saber que posee el interrogador, y volverse a su vez sabio como éste, porque todo ocurre en la adivinanza como si estuviéramos en una sala de clase.
La adivinanza es como un examen:
On y retrouve le personnage qui sait, qui pose une question et qui contraint un autre à savoir et à répondre à la question ou à périr -c’est-à-dire à échouer (Jolles, 1972: 106).
Hay una pregunta a la que hay que contestar obligatoriamente: “La devinette est une question qui appelle une réponse” (Jolles, 1972: 106). La respuesta existe, pues -y el interrogador la conoce-, porque una adivinanza insoluble no es una adivinanza. La adivinanza obliga a aprender, nutre la memoria, familiariza la inteligencia con los objetos, los animales, las plantas, las imágenes de todos los días, en resumen, desarrolla el sentido de observación y de juicio.
Generalmente, las adivinanzas tratan sobre fenómenos naturales: la fauna, la flora; describen objetos materiales que los interrogados suelen usar en su cultura tal como los calabacines, el bambú, las ollas de barro, los taburetes de bambú, etc. Pero para reconocer estos objetos hay que ser un buen observador, conocer a fondo su entorno y contar también con su experiencia. La adivinanza desarrolla entonces el sentido de la observación y contribuye a desarrollar los conocimientos de los jóvenes. Jugando se aprende no sólo a hablar -porque la adivinanza y el proverbio tienen en común un manejo especial de la lengua, que ya no es el lenguaje cotidiano-, sino también a conocer el medio natural, el mundo y su continente. La adivinanza nos sumerge en el conocimiento del mundo profundo y su estructura: los símbolos, los colores, los olores, las dimensiones, etc. Gracias a su enunciado muy a menudo condensado en una frase corta, la adivinanza constituye, con el proverbio, las dos formas de literatura oral más fáciles de asimilar, y eso a pesar de su carácter enigmático, porque las imágenes que usa son muy llamativas, precisas y concisas. Estas características facilitan la adquisición de conocimientos.
Cabe señalar también que la función documentaria de la adivinanza implica a su vez una función pedagógica. En efecto, ella da la materia para aprender y la manera de aprenderla, esto es, el embargo general del mundo y el trámite de este embargo. En suma, la adivinanza es un diccionario para la sociedad.
La adivinanza bánsoa o el descodificador de comportamientos
Con la adivinanza también se quiere ejercitar la inteligencia del interrogado para que éste aprenda a comprender a su prójimo, a comprender, descifrar y adivinar el comportamiento y las intenciones de la gente en una sociedad en la que el arte del secreto, las charlas a puerta cerrada es el deporte más practicado; una sociedad en la que la gente gusta mucho de hablar con palabras semicubiertas o a medias palabras, una sociedad en la que la gente suele abrirse y cerrarse al mismo tiempo a otro.
Gracias a ella se enseña también las prohibiciones sociales y uno se asegura si están bien aprendidas, si son bien conocidas.
Adivinanza: Un árbol que no se corta Respuesta: El baobab
Adivinanza: Una mujer embarazada que salta el cercado
Respuesta: El sapo
Adivinanza: Estoy en todo sitio, incluso donde no debería, y veo todo, incluso lo que no debería.
Respuesta: El aire
Adivinanza: Cruzo el río silbando.
Respuesta: Una abeja.
El baobab es un árbol sagrado en el que moran los espíritus y los antepasados que protegen el pueblo. También es la morada de los totemes de los jefes. Cortarlo es poner en peligro la vida de aquellos espíritus así como la del pueblo entero. En la segunda adivinanza, se señala dos prohibiciones: saltar un cercado, y saltar estando embarazada. Sólo los ladrones saltan cercados. Entonces, si lo hace una mujer embarazada, su hijo nacerá ladrón. La tercera adivinanza alude a la prohibición de ver cosas prohibidas, como la desnudez de sus progenitores o su copulación. Ver aquello trae una maldición irreparable y destructora. En cuanto a la cuarta adivinanza, señala la prohibición de cruzar un río cantando o hablando. El río es la morada de los espíritus, de los totemes y de los dioses, seres muy importantes y de los que dependemos mucho los vivos. Les debemos respeto. Entonces, cruzar el río hablando o cantando es sinónimo de una falta de respeto para con ellos, lo que podría provocar su ira y nuestra muerte. Si se enfadan, nos hacen caer al agua y ahogarnos. Conocer y respetar esas prohibiciones es importante para el buen funcionamiento de la sociedad.
La adivinanza bánsoa o la subversión que no dice su nombre
Pero si la adivinanza permite enseñar las prohibiciones sociales necesarias para la buena convivencia, el respeto de las tradiciones y nuestra felicidad en la comunidad y en la tierra, también es un pequeño espacio de libertad que permite a la gente transgredir alegremente algunas de ellas consideradas muy rígidas, reírse de algunos valores y leyes, burlarse de personas intocables, y hablar libremente -aunque tomando la forma de animales u objetos- de cosas que la sociedad considera tabúes sin correr el peligro de ser sancionado o considerado fuera de la ley. Basta poner unos cuantos ejemplos para ilustrar nuestro propósito.
Adivinanza: Llamo al jefe a hablar conmigo a solas, y acude corriendo.
Respuesta: Las orinas o los excrementos.
Adivinanza: Saludo al jefe estrechando su mano.
Respuesta: La manilla de la puerta.
Adivinanza: Me siento en el trono del jefe.
Respuesta: La mosca.
Adivinanza: ¿Quién impedirá que baje hoy al palacio real?
Respuesta: El torrente.
En todas esas adivinanzas se habla del jefe. Se sabe que entre los bánsoa el jefe es casi un dios y por lo tanto distinto de sus súbditos; es un ser al que se le atribuye una fuerza y poderes mágicos suprahumanos; un ser al que hay que saludar casi tumbado al suelo, sin mirarle a los ojos y sin tenderle la mano, un ser al que no se puede tocar ni visitar de cualquier manera sin permiso, ni tocar algo suyo sin correr el riesgo de morirse, etc. En resumen, un ser intocable, inaccesible. La adivinanza permite acercársele, tocarle, compartir cosas con él tomando el aspecto de objetos -la manilla de la puerta, excrementos y orinas-, de animales -mosca-, del agua -el torrente-, del humo, etc. Sólo adoptando esas formas puede uno hacer lo que está prohibido por la sociedad. La adivinanza permite todo eso y, de paso, recordar maliciosamente que el que consideramos un dios es, al fin y al cabo, un ser humano, que llora como todos los hombres, a veces por cosas triviales, insignificantes como la guindilla o el humo. También es la oportunidad para exigir –siempre indirectamente- ciertas cualidades para su jefe. Si lo exigen es que, entre los bánsoa, el jefe es en principio el guía de la sociedad, su guardián y protector contra todo tipo de ataque, místico o real, visible de los enemigos. Esto quiere decir que debe ser fuerte, valiente, resistente, invencible, duro. Un rey que no reúne esas cualidades no es digno de asumir una responsabilidad tan enorme. Es decir, un jefe que llora a causa de algo tan insignificante como el humo, o la guindilla, que no es capaz de aguantar el humo o los picores de la guindilla, no es digno de ser jefe. Representa más bien un peligro para su pueblo ya que si llora, eso quiere decir que saldrá corriendo si se presenta el enemigo, abandonando así a su pueblo al invasor; o revelará los secretos del pueblo al invasor para salvar su cabeza. Esto es lo que debemos leer en las adivinanzas siguientes. Al buen entendedor, pocas palabras bastan:
Adivinanza: Pego y hago llorar a todo el mundo, incluso al jefe.
Respuesta: El humo.
Adivinanza: Soy muy muy muy pequeño pero hago llorar a todo el mundo, incluso al jefe.
Respuesta: La guindilla.
Si quisiéramos hablar del sexo, por ejemplo, que es un tema tabú del que casi nunca se habla entre los bánsoa, ni públicamente ni en el ámbito privado; o expresar nuestros sentimientos, declarar el amor que sentimos por una mujer o por un hombre, la única manera de hacerlo sin ser señalado del dedo, sin ser catalogado de extraño, de prostituta y ligera -en el caso de la mujer-, o de flojo, de menos hombre -en el caso del hombre-, es mediante la adivinanza. Permite, pues, hablar de lo que la sociedad nos obliga a callar y enterrar en lo más profundo de nuestro inconsciente, permite liberar nuestras pulsiones inconscientes, nuestros deseos callados por la sociedad. Es lo que precisamente dice Boucharlart cuando afirma que los cuentos, las fábulas, las leyendas y las adivinanzas pueden ser considerados como una
expression des pulsions inconscientes de l’homme, de ses désirs, de ses curiosités d’enfant que la vie en société ne lui aura pas permis d’exprimer (1975, 21-22).
Gracias a ella, el bánsoa puede hablar unas veces directamente, de manera abierta del sexo:
Adivinanza: Con mi lanza siempre doy en el blanco.
Respuesta: El pene que apunta la vagina de la mujer y entra en ella sin fallar.
Otras, de manera encubierta, por alusión:
Adivinanza: Cada vez que entro en mi casa siempre salgo mojado.
Respuesta: El pene que entra en la vagina de una mujer y sale mojado.
Adivinanza: Mi machete se ha quedado atrapado en el árbol.
Respuesta: El pene que se ha quedado atrapado en la vagina.
Adivinanza: Cada vez que entro en mi casa, debo romper la puerta.
Respuesta: El pene que, para entrar en la vagina de una mujer, debe forzar la entrada.
Adivinanza: ¡Ojalá llegue!
Respuesta: Un viejo pene, o un pene impotente que intenta entrar en una vagina.
Adivinanza: Limpia el espacio de baile para que bailemos.
Respuesta: Limpia tu vagina para que busquemos, para que fabriquemos un niño.
Cualquiera que escucha esas adivinanzas sabe que se trata del acto sexual a causa del simbolismo sexual de los objetos o imágenes utilizadas. Tanto el machete como la lanza son objetos masculinos, utilizados generalmente por hombres, y que representan el sexo masculino. El árbol, la casa, el mortero, el agua, en cuanto a ellos, son símbolos del sexo femenino, y todo lo que los penetra o los corta son símbolos del sexo masculino, y todo contacto entre esos objetos, el símbolo del acto sexual.
Como vemos, pues, la adivinanza crea un espacio de libertad que, aunque es muy pequeño y efímero, permite trasladarse a un mundo en el que todo o casi todo es posible. Permite soñar con un mundo en el que, por ejemplo, se saluda al jefe con la mano, donde uno puede sentarse en su silla sin miedo a no poder defecar y morirse( 3), en el que todo el mundo, y no sólo los notables y los jefes, puede ir al palacio real, etc. En resumidas cuentas, un mundo en el que el jefe no es un Dios sino un ser accesible. Por eso podemos adelantar sin riesgo de equivocarnos que las adivinanzas, igual que los demás géneros literarios, es decir el cuento, el proverbio, la canción, la poesía fúnebre, etc., son la expresión de las aspiraciones del pueblo bánsoa.
La adivinanza: documento valioso para conocer al pueblo bánsoa
Boucharlat ya subrayó la importancia de la adivinanza para comprender una sociedad. Dijo esto en sustancia:
Envisagée par son contenu (...) elle nous livre comme les contes, les mythes et les formules magiques ou liturgiques, l’ “âme” du peuple qui s’exprime par ce moyen. Dans les enigmes, dans les devinettes des enfants, on retrouve souvent la mention discrète de certaines coutumes anciennes (...) Des rapprochements peuvent être faits entre le message d’une devinette et d’autres messages dans la même société (...) des oeuvres d’arts contenant un message particulier plus ou moins caché (1975, 20).
Es decir que, si uno mira de cerca y de manera detenida esa modalidad discursiva, verá que esos juegos de preguntas y respuestas, esos juegos que dicen de niños van más allá de las únicas consideraciones lingüísticas y psicológicas y abarcan el universo simbólico de los bánsoa. Es decir que las adivinanzas significan algo en el contexto en el que nacen. Son símbolos significativos igual que los gestos, dibujos, esculturas, estatuillas, sonidos musicales, etc. Desvelan el alma del pueblo bánsoa, comunican informaciones, mensajes importantes de conformidad con un código socialmente establecido y que conciernen a los bánsoa aunque están escondidos entre los pliegues de las numerosas figuras retóricas - metáforas y analogías- que pueblan su universo, y que manejan con soltura y maestría. Veamos. Sea la adivinanza siguiente:
Adivinanza: He ido a un pueblo donde todo el mundo llevaba un bebé en su espalda.
Respuesta: Un maizal.
En ella se compara mediante una metáfora a un pueblo con un maizal a causa de la enorme cantidad de plantas de maíz que hay allí. Pero la analogía termina allí pues si en un verdadero pueblo no todo el mundo lleva bebés en la espalda, en el maizal sí todo el mundo lo lleva, cada uno tiene su bebé bien atado a su espalda. Si todo el mundo tiene algo, la misma cosa en un pueblo, es que ese algo es importante, tiene un alto valor para ellos. Aquí, ese algo es el bebé. Nadie aparece en ese pueblo sin su bebé porque allí no hay sitio para los que no tienen bebé. Al intentar descifrar esta adivinanza descubrimos un mensaje que va más allá de la mera comparación y nos revela la muy gran importancia que el pueblo bánsoa da al niño, el valor que éste tiene para ellos. Es un bien precioso que todo el mundo debe, debería poseer para perpetuar la sociedad, pero también su propio nombre, y sobre todo para adquirir una identidad puesto que la maternidad y la paternidad son lo que confirman la condición de hombre y de mujer; son el rasgo definitorio del hombre y de la mujer entre los bánsoa.
La adivinanza siguiente también subraya a su manera la importancia del niño en la sociedad bánsoa. Dice así:
Adivinanza: Limpia el “zha” para que bailemos.
Respuesta: Limpia tu vagina para que busquemos al niño.
Aquí se compara el acto sexual a un baile. Si miramos los movimientos de una pareja cuando hace el amor, se podría decir que la copulación es un baile, con determinados movimientos de ida y vuelta. En cuanto al sexo femenino, es comparado con un área, pero no cualquiera sino uno reservado a la celebración de acontecimientos importantes como, por ejemplo, la salida del jefe del claustro en donde ha sido preparado para gobernar a su pueblo, o de sus funerales, o los de sus notables. En resumen, de gente importante. Antes de iniciar el baile, conviene limpiar el área, el espacio en el que tendrá lugar el evento para no quitarle el brillo al evento. Por otra parte, uno baila porque está contento por haber obtenido algo, o porque va a obtener algo importante para él. El acto sexual es comparado con un baile porque ya se vislumbra el resultado del acto que será el niño: limpia el área para que bailemos, para que bailemos porque estamos contentos, y estamos contentos porque vamos a hacer algo muy importante para nosotros: fabricaremos un niño que es fuente de alegría, de felicidad, pero también garantía de eternidad y pasaporte para la obtención de nuestra identidad de hombre y de mujer dentro de la sociedad.
Estas otras adivinanzas nos hablan de los vínculos de filiación en la sociedad bánsoa.
Adivinanza: Yo mandé a mi hijo a un recado, pero nunca regresó.
Respuesta: Una hoja que se desprende del árbol y no vuelve nunca jamás a ocupar el lugar donde estaba.
Adivinanza: Vengo de un país adonde nunca voy a volver.
Respuesta: El vientre de tu madre.
En la primera adivinanza hay una metáfora bastante clara: la del árbol que simboliza al padre, y la de la hoja que simboliza al hijo. El que habla es un padre o una madre que manda a su hijo a un recado. Normalmente debe volver para rendirle cuentas al padre o a la madre. Pero no vuelve, y el padre nos lo dice sin ninguna brizna de ira, hasta diríamos que lo dice contento. Es que esta metáfora, este enunciado encierra un mensaje que va más allá de la comparación: es la metáfora de la separación entre un hijo y sus padres para ir a fundar su propia familia. Es algo tremendamente importante e indispensable, y que debe ocurrir tarde o temprano, y lo cuanto antes, mejor. El hecho de que el hijo que mandamos a un recado no vuelva como la hoja que se desprende de su progenitor el árbol y no vuelve nunca jamás a él, es buena señal. Volver sería contradecir las leyes de la filiación, decir que éstas son reversibles mientras que, en realidad, no lo son. Un niño nace, crece y, a partir de un cierto momento, debe separarse de sus padres para ir a formar una nueva familia, la suya. El que crece y no se va del hogar paterno es un fracaso para los padres, una vergüenza, un deshonor. Eso es lo que dice también la otra adivinanza: vengo de un mundo a donde no voy a volver nunca. No debe volver allí, sino alejarse de él para crecer y para fundar su propia familia.
En cuanto a las adivinanzas siguientes, revelan de manera desviada, a medias palabras, el conflicto, la lucha que opone a los hijos del jefe para la ocupación del trono. Veamos cómo.
Adivinanza: Todos los hijos del jefe están sentados en la misma silla.
Respuesta: Los pelos en la cabeza.
Aquí se comparan a los hijos del jefe con los pelos de la cabeza. Son tan numerosos como los pelos de la cabeza, y todos están sentados en la misma silla como los pelos que están todos en la misma y única cabeza. Cada uno sale de un agujero distinto pero todos están fijados en el mismo soporte que es cabeza. Comparan el soporte, la cabeza con la silla. Pero no se trata de cualquier silla sino del trono del jefe que cada uno de sus hijos quiere ocupar cuando él se muera. Lo que no es posible, o sea, tantas personas no pueden sentarse en una misma y única silla. Habría sido preferible decir que todos los hijos del jefe quieren sentarse en la misma silla. Pero expresarse así equivaldría a simplificar demasiado las cosas, desvelar directamente el mensaje cuando lo propio de la adivinanza, su esencia es revelar el mensaje pero ocultarlo al mismo tiempo. Hace falta que todos los hijos del jefe se sienten en la misma silla, lo que es imposibe en la realidad, y por lo tanto nos lleva a buscar el mensaje más lejos. Entonces, decir que los hijos del jefe están sentados en la misma silla es decir de manera indirecta, señalar de manera desviada los conflictos en los que están inmersos los hijos del jefe, los conflictos que los oponen en la lucha, a veces sangrienta, para ocupar el trono de su padre.
Por lo que se refiere a las adivinanzas siguientes, vemos con ellas la importancia que los bánsoa dan a los muertos.
Adivinanza: He encontrado a un hombre y un cadáver en el camino. Cuando saludé al cadáver, me contestó; pero cuando saludé al hombre vivo, no me contestó. ¿Quiénes son?
Respuesta: Una hojarasca y una hoja verde.
Adivinanza: He ido a un pueblo donde sólo hablaban los muertos. Los vivos eran todos mudos.
Respuesta: Las hojarascas que uno pisa y que hacen un ruido, y las hojas verdes que pisas y se quedan silenciosas.
Como ha ocurrido hasta ahora, se emplea la metáfora para esconder un mensaje que hay que descubrir descifrándola. Se compara a los vivos con las hojas verdes, y a los muertos con las hojas muertas. Normalmente los muertos no hablan, no pueden hablar porque están muertos. Los únicos que hablan son los vivos. Pero en la adivinanza las cosas ocurren al revés: los muertos hablan, y los vivos permanecen callados. O sea, los muertos son los vivos -puesto que hablan-, y los vivos, los muertos - ya que permanecen callados como los muertos, son como muertos al no hablar-. Nada extraño. Es normal que hablen los muertos porque entre los bánsoa los muertos nunca están muertos, están con los vivos, comparten el mismo espacio con ellos, hablan con ellos y les comunican sus deseos a través de los sueños para que los realicen. Tienen que realizarlos porque de ello depende su vida y bienestar. Dependen totalmente de ellos, por ello, son mudos delante de ellos.
La adivinanza desvela también las costumbres y prácticas del pueblo bánsoa. Por ejemplo, en la siguiente, vemos una costumbre todavía vigente entre los bánsoa: la que exige que, cuando un hombre muere, su sucesor -cuando es polígamo- o uno de sus hermanos se case con su viuda:
Adivinanza: Soy un árbol que cuando cae, la gente se lleva todas sus ramas.
Respuesta: Un hombre que tiene varias mujeres.
Cuando muere, su sucesor u otro miembro de su familia toma sus viudas y se convierte en su nuevo marido.
La siguiente nos habla de las letrinas de los bánsoa, de cómo van al servicio, revelando así que, en ciertos campos, su nivel de desarrollo está más cerca de la Edad Media que del siglo XXI. No tienen letrinas modernas sino las tradicionales. Sus letrinas es el cerdo que se come sus excrementos.
Adivinanza: Ya he visto el ano de todo el mundo en este pueblo incluso el del jefe. ¿Quién soy?
Respuesta: El cerdo(4).
Esta otra: es decir, “He untado a mi novia con caoba y la he dejado en el bosque”, nos habla de una costumbre muy practicada entre los bánsoa: la de untar a la novia con el polvo de caoba rojo el día de su boda para tornarla guapa y deseable para su esposo. Pero aparte de esa función estética, aquel polvo tiene la virtud de hacer menstruar a la novia. En efecto, entre los bánsoa -los del pueblo, sobre todo-, las chicas se casaban y siguen casándose muy temprano, alrededor de los trece o quince años y, muy a menudo, en esos casos, la niña todavía no ha tenido la menstruación. Entonces, los padres o el marido recurren al polvo de caoba para solucionar el problema porque la mujer se casa para tener hijos y rápidamente. Si la novia ha alcanzado la pubertad antes de casarse, sus padres la untan con el polvo rojo para bendecirla y tornarla más fecunda.
La adivinanza: pasaporte para la vida
Hemos dicho que la adivinanza es un juego, y es un juego muy practicado y muy querido por los bánsoa, a pesar de ser un juego “peligroso”. En efecto, es un juego en el que un interrogador obliga a un interrogado a contestar a una pregunta para hacerse con el saber que él ya posee. Es un juego “peligroso” porque, si todo el mundo puede jugar a las adivinanzas, antes de hacerlo uno tiene que pensárselo dos veces porque a partir del momento en que nos embarcamos en esa aventura, nos estamos jugando la vida. Estamos obligados a contestar a la pregunta si no, el interrogador nos “mata y nos come”. “Devine ou meurs(5)” (Jolles, 1972:107), así se podría resumir aquel juego. Si el interrogado no contesta, no sólo “suspende” como en un examen, sino que acaba en la boca del interrogador que lo sacrifica y lo come “Chuac, chuac, chuac”, aunque siempre le queda la posibilidad de ofrecer a otra persona como trofeo al vencedor, al interrogador, pero no cualquier persona, claro, sino alguien tan importante como un jefe que perece en su lugar. Pero, ¿por qué se empeñan los bánsoa a jugar a ese juego tan peligroso si saben que se están jugando la vida? ¿Por qué todo el mundo -esto es, tanto los niños, los jóvenes como los ancianos y adultos, las mujeres y los hombresquiere jugar y juega a las adivinanzas, sin parar, cada vez que la oportunidad se presenta? Porque la adivinanza es entre ellos un género literario muy imporante, porque es el reflejo de la sociedad bánsoa, una sociedad constituida por grupos de todo tipo como sectas, asociaciones o peñas de hombres, mujeres, de jóvenes, de niños que comparten algo o muchas cosas en común, o a los que unen vínculos de la tierra, del trabajo en común, la amistad inquebrantable, la religión, etc. Así es como tenemos la secta más famosa del “famlah”; tenemos también al “Kugang”, la de los nueve notables del palacio real, la de los siete notables; tenemos los “ ” o grupos de personas que nacieron el mismo año; “ ” y “ ”, o sea, la asociación de personas que nacieron aquellos días de la semana; la asociación de las primeras esposas “ ” ; la asociación de personas que nacieron el año de la independencia, etc. Son grupos muy cerrados a personas exteriores, con un lenguaje muy especial, incomprensible para los no iniciados, para los extraños. Todo el mundo entre los bánsoa pertenece al menos a un grupo porque el que no pertenece a un grupo no es. No existe. O se pertenece a un grupo o se muere. Pero pasar a pertenecer a uno de esos grupos no es una tarea fácil. El aspirante a pertenecer a un grupo determinado, a un grupo de sabios que poseen un saber codificado, pasa primero por someterse a unas pruebas que determinarán si se está o no preparado para dar el paso, para saltar el cercado, para pasar al otro lado de la valla, universo de un saber; la adivinanza es la prueba que determinará si el interrogado es como el interrogador, como los que ya están en el grupo, o sea, si los iguala en cualidades y virtudes, o en otras cosas. Por eso es porque la adivinanza es una prueba vital, determinante para el interrogado. Si quiere jugar a las adivinanzas y lo hace cada vez que tiene la oportunidad de hacerlo, es porque le permite demostrar que ya es capaz de pertenecer a un grupo y compartir con los privilegiados que lo conforman un saber, un universo diferente del universo real. Es el pasaporte que le permite integrarse dentro de un grupo, ser, existir. “La solution est donc la formule, le mot de passe, qui donne accès à un domaine clos” (Jolles, 1972: 110). Si no supera la prueba, no merece existir, no puede existir, no es digno de existir, por eso lo “matan”. Fuera de un grupo, el hombre bánsoa es un subhombre, un hombre inferior. En una palabra, no es nada porque adivinar es vivir.
A partir de todo lo que acabamos de ver, podemos afirmar, pues, que la adivinanza es la expresión de las creencias, costumbres y prácticas del pueblo bánsoa. Palabra circunstancial, es funcional pues está hecha para divertirle, pero también para formar e informarle, instruirle, educarle, ayudarle a conocerse y ayudar al otro a conocerle. Es la llave que abre la puerta para acceder a la vida.
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NOTAS
(1) Término que significa el área de baile donde se suele celebrar los funerales. Cada jefe tiene su “Zha” igual que los grandes notables, y cuanto más importante en la sociedad es alguien, más grande es su “zha”.
(2) Entre los bansoa los novios no están autorizados a tener relaciones sexuales más que cuando están casados. Ni siquiera deben tocarse cuando se ven, es decir, demostrar públicamente que se quieren. Una chica que quiere tener y guardar la estima de su futuro marido no debe tener relaciones sexuales con nadie antes de casarse.
(3) Entre los bánsoa el jefe es un ser temido, venerado, es un semi-dios. Nadie puede darle la mano ni sentarse en su silla o su trono, ni mirarle a los ojos cuando le habla, ni acercarse demasiado a él. Si uno se atreviera a sentarse en su silla, ya no defecaría porque aquella silla no es cualquiera, no es una silla simple, normal y corriente sino una silla “trabajada”, como suelen decir, es decir, que ha sido sometida por los que protejen al jefe a tratamientos mágicos para protegerle contra los malhechores que podrían, al sentarse en su silla, envenenarla y matar así al jefe.
(4) Hoy en día que casi todo el mundo tiene sus letrinas aun en los pueblos, aún se encuentra en los pueblos de Bánsoa casas en las que las letrinas son cercados con cerdos. Dentro hay un lugar fabricado como una plataforma sobreelevada con un agujero donde la gente se agacha y defeca. A veces ni hay esa plataforma. En este caso, los que quieren hacer sus necesidades deben armarse con un palo para alejar al animal si se acerca a él cuando está en plena faena. Es una vieja práctica y la gente la mantiene a veces porque no tienen medios para construirse letrinas modernas, pero sobre todo y muy a menudo porque piensan que los excrementos engordan y hacen crecer os cerdos. Pero defecar en esas condiciones es un ejercicio harto peligroso sobre todo cuando uno se encuentra con un animal hambriento que el hambre torna insensible a los golpes que le asestan. Hay historias de gente, niños sobre todo, que fueron literalmente comidos por esos animales cuando intentaban defecar.
(5) Esta característica del proverbio no es privativa de los bansoa. Todas las adivinanzas son una amenaza de muerte para el que tiene que contestar. Oprimen y ahogan, para repetir las palabras de Jolles. Ser incapaz de encontrar la solución a una adivinanza implica una sanción que puede ser la misma muerte. Si entre los bansoa ésta es simbólica, matan simbólicamente, anteriormente en las Islas Hawaï, el que era incapaz de encontrar la solución de una adivinanza era matado y sus huesos guardados con sumo cuidado como trofeo (Jolles, 1972: 108).
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
BOUCHARLAT, A., 1975, Le commencement de la sagesse. Les devinettes du Rwanda. París, SELAF.
DUMESTRE, D., 1996, Palabras de África. Barcelona, Ediciones B. JOLLES, A.,1972, Les Formes Simples. París, SEUIL