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Los árboles tuvieron carácter sagrado en varios tipos de religiosidad, sobre todo en la telúrica. No cabe duda de que diversos árboles que aparecen en escenas de culto representadas en plaquetas votivas, anillos, representaciones minoicas de las ramas entre los llamados “cuernos de la consagración”, son sagrados. A veces pudieron serlo en atención a la imagen divina colocada entre ellos, pero con frecuencia lo eran por sí mismos.
En la antigüedad clásica greco - romana el murmullo de los ríos y de la arboleda armoniza con la sonrisa y los juegos de las ninfas y sátiros. Al caminar por los bosques se tropieza con ellos y con un poco de fe poética se puede llegar a oír su voz, ver el ritmo de su danza y hasta ser objeto de sus travesuras. Pero en los relatos míticos de ninfas, sátiros y náyades, el papel de los árboles de ordinario queda reducido al de escenario y más que religioso es poético y desde luego mítico. Tampoco es sagrado el árbol de la vida o el de la ciencia del bien y del mal ni el árbol del madero de la Cruz, si bien el hecho de que “el que venció en un árbol fuera en un árbol vencido por Jesucristo Nuestro Señor” (Prefacio de la Cruz) fue sacral y de consecuencias profundamente religiosas para toda la humanidad.
Pero en la antigüedad hubo árboles sagrados venerados en cuanto tales. Mas su sacralidad no implica, ni mucho menos, el “culto del árbol”. Nadie por muy primitivo que sea, rinde culto a un árbol, serpiente o piedra en cuanto tales árboles, serpientes o piedras. El árbol no fue venerado por sí mismo, sino en cuanto era considerado como encarnación de la divinidad o de una fuerza peculiar. Por tanto no puede hablarse de idolatría del árbol.
LA RELIGION CELTA Y LAS ENCINAS.
Solamente teniendo en cuenta la observación precedente, podremos comprender la naturaleza de los árboles sagrados entre los celtas y otros muchos pueblos primitivos sin caer en una mirada despectiva de quienes en torno al árbol celebraban actos de verdadera religiosidad. PLINIO describe con cierto pormenor los actos cultuales tenidos en la Galia alrededor de la encina sagrada, culto común a los celtas también en Irlanda y probablemente en España: Guernica, Sotoscueva, Quecedo de Valdivielso, etc.
El escritor romano afirma que los druidas, sabios – “sacerdotes”, entre los celtas – elegían encinares para sus ritos. Creían que la encina con su muérdago estaba dotada de una eficacia muy especial. En torno a ella celebraban solemnes ceremonias religiosas”, en el sexto día de la luna, pues ellos cuentan sus meses, los saecula de 30 años. Después de haber hecho los preparativos necesarios para el sacrificio y el banquete bajo el árbol, llevan dos toros blancos, jamás uncidos antes. El sacerdote vestido de blanca vestidura, trepa al árbol, corta con una hoz de oro el muérdago, que cae sobre un lienzo blanco. A continuación sacrifican los animales, mientras suplican a la divinidad que haga próspero este don suyo en beneficio de aquellos a quienes se lo han otorgado. Creen que con su bebida se concede la fecundidad a todos los animales estériles y que es remedio contra toda clase de venenos” (1).
Además de ser sagradas algunas encinas, todas están aureoladas por una serie de mitos de fundamento histórico en cuanto a algunos de sus elementos. La bellota o fruto de la encina ha sido considerada como el primero de los alimentos del hombre. Los autores clásicos griegos, romanos, castellanos, etc., la ponen como ingrediente casi exclusivo de la “aetas aurea” edad de oro de la humanidad cuando “no había ni tuyo ni mío”.
El origen antiquísimo de la encina árbol paleolítico, se refleja en los mitos que hablan de hombres provenientes de ella así como el refrán griego: “no es encina ni piedra”, para significar que se trata de algo no antiguo.
LA ENCINA “AXIS MUNDI ET SUBTUS COVAE”.
Antes de ser municipalizada ya en época cristiana, la encina de Sotoscueva,lo mismo que la de Quecedo de Valdivielso y el árbol de Guernica y el de Miñón y de tantos otros sitios, fue sin duda sagrada al menos desde los celtas. Además la encina de Sotoscueva reúne una condición digna de ser tenida en cuenta. Se halla en el centro geográfico de la Merindad. No sé si ocurrirá eso mismo respecto a los demás árboles o encinas mencionadas; probablemente, sí, por lo menos en cuanto a la de Valdivielso. El que fuera escogida esta encina y no otra entre las muchas existentes en las dos sinclinales calcáreas que atraviesan la Merindad: Villamartín – Cornejo – Bedón –Pereda y, por otra parte, La Mata – Cogullos – Ahedo – Linares quizá se deba a su condición de centro, punto umbilical o “axis” eje si no del mundo, como tantos otros árboles sagrados, al menos sí ciertamente de la región. El tema del árbol “axis mundi”, está presente aún en pueblos nórdicos y centrales de Asia. Es el símbolo del sostén del mundo, situado en medio del universo y que, además, a veces en los mitos relativos al árbol de la vida alcanza categoría de conjunción de las tres zonas cósmicas: infierno – entrañas de la tierra, tierra y cielo, tal vez porque el árbol hunde sus raíces en la tierra, descansa sobre la superficie terrestre y eleva majestuoso su copa hacia el cielo. Pudo también influir su proximidad al santuario paleolítico y de las épocas posteriores pues se encuentra a muy pocos metros de cueva Cubía, San Tirso y Palomera. Los invasores indoeuropeos de religión celeste habrían tratado de suplantar el culto telúrico celebrado en las cuevas o de apropiarse de la venerabilidad sacral de la encina si la poseía ya antes de llegar ellos.
LA ENCINA SAGRADA EN TIEMPO DE LOS ROMANOS.
El culto en torno a esta encina proseguiría durante los siglos de la romanización; la encina guardaba especial relación con Júpiter.
Probable origen telúrico, precéltico, de la encina sagrada sotoscuevense.
Pero quien tenga en cuenta la existencia de la religiosidad telúrica en Sotoscueva durante varios milenios, no se sorprenderá si concedemos a la encina del Alto de Concha, en dirección a Villamartín, un origen precéltico. Queda expuesta la relación de la Madre Tierra con la vegetación y de ésta con los jóvenes dioses de la religiosidad telúrico mistérica, así como la estrecha unión del animal telúrico la serpiente, y la encina o con el árbol en general. Pues bien: los jóvenes dioses aparecen con mucha frecuencia encarnados en un árbol o, más propiamente, éste es su teofanía. Así acontece, por ejemplo, con Atis, Artemis, Dioniso, etc. En las lápidas funerarias de época romana no es raro encontrar la figura esquemática de un árbol. Si es cierto que en algunos casos puede referirse a la caducidad de la vida expresada por la hoja o dos hojas diseñadas a ambos lados del árbol, no menos verdad es que, dado el texto, en varias lápidas manifiesta la pertenencia de los allí enterrados a los misterios de Atis, como los que tienen la roseta solar suelen ser mitraistas o cristianos quienes yacen presididos por la cruz.
En la nota 14 de pie de página se dice: “Precisamente la Encarnación de Cristo y la Anunciación de la Virgen se celebran el día 25 de marzo, a fin de cristianizar las grandes fiestas que se celebraban en honor de Atis – árbol, fiestas que comenzaban el 22 de marzo, día llamado “arbor intrat”, y duraban hasta el día 27. En la provincia de Burgos, en Clunia existía el culto de Atis; en España su culto tenía generalmente un carácter funerario».
El nombre de Dioniso va unido y llega a identificarse con el de los árboles. Según Plutarco casi todos los griegos ofrecían sacrificios a Dionisio dendrites (dendron = árbol). En la famosa copa de Hieron conservada en el Museo de Berlín puede verse a Dioniso “dendrita” con rigidez de tronco de árbol que termina en cabeza de barba negra y guirnalda de follaje; de sus hombros arrancan siete ramas. Le cubre larga túnica con pliegues estriados de columna jónica. Estos epítetos y la figura del dios de la copa de Hierón encuadran y explican la imagen y el título cultual de “Dionisos epíscopos” – patrono de nuestros árboles. ”El dios orgiástico a quien seguían agitando el “tirso” entre la arboleda nocturna las bacantes afanadas en llegar al endiosamiento o entusiasmo báquico, queda así constituido en este tratado de “teología” o “mitología” en el protector y patrono oficial de los árboles.
Todavía en el siglo II d. C. los labradores plantaban un retoño, al que veneraban como Dioniso. Probablemente se conserva aún en Sotoscueva y en otras muchas regiones mediterráneas una reminiscencia de culto dionisíaco y, tal vez, en general telúrico. La costumbre, practicada en casi todos los pueblos de Sotoscueva, de las otras seis Merinda- — 6 — des y de las zonas limítrofes, p. ej. en Cernégula, Escóbados de Abajo, Quintanaloma,etc., de poner en huertos y fincas los ramos bendecidos el Domingo de Ramos, a los cuales consideran dotados de una virtualidad especial para ahuyentar las plagas y asegurar la buena cosecha, puede muy bien ser la cristianización de esta creencia y práctica precristiana.
Quizá no sea muy aventurado suponer que en Sotoscueva lo primitivos labradores plantaban una ramita cortada en la encina sagrada, epifanía y encarnación de la divinidad telúrica, más tarde apropiada por la religión celeste de los celtas y de los romanos.
DESACRALIZACION DE LA ENCINA.
La encina conservaría su condición sagrada hasta la total cristianización de Sotoscueva (s. VIII).
De todas maneras durante algunos siglos la encina progresivamente desacralizada conservaría adherencias más o menos disimuladas de su naturaleza anterior. Tal vez los habitantes de Sotoscueva, como los gallegos en tiempo de los suevos “...encendían cirios a las piedras y a los árboles...”. El forcejeo entre las formas religiosas precristianas y el cristianismo, en este como en otros puntos repercutió en los concilios.
Como tantos otros objetos y animales, teofanías en religiones pretéritas: serpiente, roca, fuentes, etc. durante mucho tiempo continuaría la encina envuelta en un halo misterioso, eco de su grandeza pasada.
Pero muy pronto, con la consolidación y arraigo del cristianismo, quedó desacralizada, si bien no se convirtió en una encina cualquiera, sino que mantuvo algún jirón de su anterior esplendor. Gracias a su posición de eje de la Merindad consiguió mantener su prestigio en el plano político o, quizá mejor, municipal. En torno a ella celebró sus sesiones durante muchos siglos, probablemente hasta el s. XVII, el ayuntamiento de la Merindad de Sotoscueva, del mismo modo que el de la Merindad de Valdivielso y las Juntas del señorío de Vizcaya alrededor de la encina de Quecedo y del famoso árbol de Guernica, situado también muy cerca de una cueva, residencia prehistórica, la de Santimamiñe.
No sabemos cómo reaccionarían ahora ante la encina oficialmente desacralizada los habitantes de Sotoscueva. Nos lo impide su desaparición. Sólo conocemos el lugar aproximado. El hecho de haber sido cortada puede tener dos explicaciones: olvido de las tradiciones durante algunos decenios y conservación residual de veneración cívico–religiosa, lo cual impulsaría a algún alcalde o párroco a ordenar su corte con el fin de desarraigar prácticas no cristianas. Ya sólo quedan unos carrascos y encinas, rebrotes de la encina sagrada y municipalizada en el lugar de su emplazamiento a unos l80 ms. del Alto de Concha (cueva de San Tirso) en dirección a Villamartín, a la mano izquierda de la carretera actual, cerca de Cueva Cubía y a pocos metros también de las Simas Dolencias y de Cueva Palomera así como del dolmen “Murucal de la Serna”.
Pudo también coexistir ese doble motivo en distintas capas sociales. Evidentemente las reuniones vecinales o tribales se celebrarían en torno a la encina ya mucho tiempo antes de su desacralización por obra del cristianismo, tal vez desde el neolítico. Pues en varias zonas de España y también del resto de Europa las asambleas se celebraban en lugares sagrados alrededor de determinados árboles dotados de sacralidad. Cuando se trasladaron las sesiones del Ayuntamiento a la cueva de San Tirso, concluyó el proceso desacralizador. En nuestros tiempos la gente recuerda el hecho, pero nadie sabe ya con precisión qué encina o carrasco desciende de ella; sus retoños en nada se diferencian de los restantes en la conciencia popular.
Las circunstancias motivaron que los acuerdos se escribieran. Así pasó del concejo abierto, oral por tradición y costumbres al escrito y al archivo. El archivo de Sotoscueva, por lo menos data de 1.916.Así consta en el escudo, que remata el nicho de piedra, que hecho en forma triangular ocupa el ángulo de la esquina derecha tras la puerta de entrada a la ermita–cueva de San Tirso y sirve para estos fines. Muy probablemente por este tiempo – s. XVII – dejaron de celebrarse las sesiones en torno a la encina y se trasladaron a la entrada de la misma ermita o al portal en que a fines del s. XIX se construyó la Sala del Ayuntamiento. Las inclemencias del tiempo, el paso del concejo abierto y oral al escrito y, sobre todo, la evolución de las costumbres con la pérdida de las tradiciones antes sagradas y el afán de comodidad, obligaron a cambiar de sitio.
El magistral estudio del Dr. D. Manuel Guerra Gómez nos ha mostrado la evolución que a través de los siglos sufrió la encina de Sotoscueva desde su sacralización hasta su desacralización, y su total olvido.
Además de las encinas de Sotoscueva y de Quecedo de Valdivielso que se citan cuyo sentido sacral ha quedado bien claro así como su posterior evolución según las distintas religiones imperantes hasta quedar reducidas a simples árboles comunes y corrientes,en la provincia de Burgos debieron existir otros muchos árboles sagrados o míticos cuyos nombres y localización han caído en el olvido y no han tenido ningún investigador de la talla del Dr. Guerra Gómez que los haya rescatado de ese pozo sin fondo y los haya vuelto a recordar.
La Biblioteca Municipal de Aranda de Duero en el número de su revista del último trimestre de 1.997 presentó un catálogo de árboles singulares de la Ribera del Duero. Quizás este apelativo de árboles singulares sea menos solemne que el de míticos y convenga mejor a todos los que en adelante vamos a enumerar La olma de Fuentemolinos, el moral de Valdeande, el nogal de Valdezate, el quejigo de La Ventosilla, el enebro de Milagros, el sauce de Peñalba de Castro o el fresno de San Juan del Monte, todos ellos adquieren en el catálogo perfil y categoría de personas. La buena ecología empieza justamente por ahí. Todos esos árboles están profundamente arraigados no ya en el terruño de cada pueblo sino sobre todo en el corazón de los naturales de esos mismos pueblos, acostumbrados a ver en su paisaje más cercano y familiar esos árboles cada uno el suyo y a considerarlo como su árbol singular, querido y venerado desde su misma niñez, su árbol mítico como un símbolo vivo del mismo pueblo.
Muchos otros pueblos de la provincia tienen o han tenido algún árbol al que han considerado singular y como representativo por las características especiales que en él se reunían, ya sea por sus proporciones y corpulencia, ya sea por su antigüedad o por su especial emplazamiento, etc. Algunos de estos árboles venerables se secaron y no tuvieron continuidad, otros se prolongaron en el tiempo y quizás una ramita procedente del primitivo continuó hasta llegar a nuestros días, otros simplemente desaparecieron o queda su tronco seco como único vestigio o su recuerdo en la memoria de las gentes. Puede ser que este aprecio y especie de veneración hacia estos árboles que ha quedado en nuestros pueblos sea en verdad alguna reminiscencia de antiguos cultos que tuvieron como objeto la divinidad que según nuestros antepasados se manifestaba en la fértil naturaleza del árbol como representante de la divinidad o como expresión de una fuerza peculiar o encarnación de un dios.
Numerosos nombres de pueblos de nuestra provincia de Burgos están estrechamente vinculados con los árboles como muestra su etimología. Empezaremos mencionando el ya nombrado y el más característico y claro QUECEDO DE VALDIVIELSO. Quecedo es una corrupción no muy alarmante del latino “quercetum”, derivado de quercus = encina. El nombre alude, pues, a su situación: “lugar de encinas”. La encina, mucho antes que el roble, ha sido el árbol sagrado por excelencia. Podemos citar todos los pueblos en los que en su nombre hay alusión a árboles: Aldea del Pinar, Almendres, Arauzo del Salce, Arce, Avellanosa de Muñó, Avellanosa del Páramo, Avellanosa de Rioja, Barcenillas de Cerezos,Barcina de los Montes, Castañares, Cerezo de Riotirón, Cereceda, Ciruelos de Cervera, Valle de Manzanedo, Espinosa de los Monteros, Fresno de Losa, Fresno de Riotirón, Fresno de Rodilla, Fresneda de la Sierra, Fresneña, Fresnedo, Fresnillo de las Dueñas, Fuentespina, Haedo (hayedo),Medina de Pomar, La Nuez de Abajo, La Nuez de Arriba, Olmillos de Sasamón,Olmedillo de Roa Olmos Albos,Olmos de la Picaza, Peral de Arlanza, Pineda de la Sierra, Pino de Bureba, Pineda Trasmonte, Rebollar, Rebolleda, Las Rebolledas, Rebolledo de Traspeña, Riocerezo, Robredo de Losa, Robredo de las Pueblas, Robredo Temiño, Robredo Sobresierra, Robredo de Zamanzas, Santa Cruz de la Salceda, sin olvidarnos de Nocedo, Valdenoceda, Olmos de Atapuerca,etc. Emblemático también ha sido en nuestra tradición el nogal de Villalbura,como dice el cantar:
Virgen de Villalbura
qué bien pareces
con el nogal delante
lleno de nueces.
Y no podemos olvidarnos del árbol más cantado por los poetas que aún vive y que es un árbol privilegiado por ocupar uno de los lugares más hermosos de nuestra provincia, el ciprés de Silos en el claustro del famoso monasterio benedictino de Santo Domingo de Silos. Junto a la iglesia parroquial de Castil de Lences y en un bellísimo entorno formado también por el Monasterio de religiosas clarisas se puede contemplar un esbelto ciprés también digno de ser cantado. En el Paseo de la Quinta todavía se añora al mítico MONIN, por su corpulencia espectacular, un chopo mítico de la ciudad de BURGOS, que ha merecido que una de las numerosas PEÑAS existentes en la ciudad lleve y perpetúe su nombre. En Santa Cruz de la Salceda en el año 1.991 se fundó la Asociación Cultural “La Olma” en recuerdo del famoso árbol centenario que en dicha localidad estuvo plantado en la plaza que sucumbió a causa de la grafiosis, como la mayor parte de olmos de nuestros pueblos. En la localidad de Llano de Bureba vive aún su mítico moral cuya edad sobrepasa el siglo y medio con la particularidad que el actual es hijo del moral anterior que estuvo plantado enfrente de la puerta de la iglesia parroquial. Cuando aquél era ya muy viejo tomaron una ramita y la plantaron en la huerta y al cabo de ocho años fue trasplantada al lugar que ocupa hoy en un lugar preferente del atrio junto a la iglesia. Este famoso moral a lo largo de su prolongada historia no sólo ha dado sabrosas moras en el verano y agradable sombra a los que bajo él se han cobijado sino que también ha sido como una especie de parque infantil en el que han pasado los mejores ratos varias generaciones de niños jugando y conviviendo bajo su sombra y sobre sus ramas con la particularidad de que nunca hubo que lamentar ninguna desgracia ni caída desafortunada.
Tampoco quisiéramos olvidarnos del mítico Espino de Cernégula en torno al cual – es tradición – celebraban sus aquelarres o reuniones nocturnas las míticas brujas junto a la famosa Charca de este pueblo burgalés.
Todos los árboles, míticos o singulares, famosos o privilegiados, sagrados o profanos, conocidos o desconocidos, actuales o ya olvidados, de la provincia de Burgos plantados en la plaza pública o junto a la fuente o en el atrio de la iglesia parroquial o en el lugar o rincón más tranquilo del lugar siempre han sido símbolo de convivencia pues el vecindario ha sabido reunirse en torno a él para tomar la sombra y charlar amigablemente o para tomar decisiones o para celebrar sus antiguos ritos en paz y por eso el pueblo se ha sentido orgulloso de su árbol respectivo representativo y lo ha considerado como algo trascendente, enigmático en sus profundas raíces, tangible y cercano, próximo y familiar por su tronco al alcance de todos, pero al mismo tiempo ideal y motivo de sueños fantásticos al contemplar sus ramas y su copa casi inaccesible y habitada por los más variados pájaros y los más inalcanzables sueños. ¡Nuestros míticos centenarios y singulares árboles llenos de misterio ancestral! Encinas, robles, morales, cipreses, espinos, nogales, olmos, chopos, pura naturaleza, pura ecología. Arboles que constituyen todos una riqueza cultural por lo que les rodea como todos los demás árboles constituyen una riqueza forestal, ambiental, ecológica incalculable. Pero esos otros árboles, ya elevados a la categoría de mitos quedarán en nuestra cultura popular marcados con una señal indeleble.
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NOTAS:
(1) Hemos tomado casi íntegramente el capítulo XXVI de la obra CONSTANTES RELIGIOSAS EUROPEAS Y SOTOSCUEVENSES (OJO GUAREÑA, CUNA DE CASTILLA) por MANUEL GUERRA GOMEZ, Editorial Aldecoa. BURGOS,1.973. Páginas 465 – 474