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Habitó el hombre la inercia de los todos, y sin dolor sequía su simiente y sin pena se deshacía en las nadas.
Odón Betanzos
Oficios
Andalucía / Cortesana (Huelva)
El 4 de febrero de 1976 quedaban en Cortegana dos alfareros. Uno de ellos, Elías, se jubiló esa tarde. Sus manos pararon de amasar barro y en la tradición artesana se cortó un hilo más. Ese día me senté en el alfar a verlo terminar los últimos cacharros. Parecía que hubiera ido a despedirme del torno, de la cabezuela, de la tarima, de los hierros; él no paró de contarme cosas mientras daba forma a una jarra, pretendiendo apretar una vida en un instante:
-Trabajando puedo hablar. Ni me entretengo ni me equivoco. Me jubilo hoy porque me muero pronto. Tengo 73 años y llevo sesenta en el oficio. Ser alfarero no merece la pena. Es oficio miserable y malo. Dicen que es muy grande, pero no saben que es a base de hambre. Yo lo cogí porque no tenía otro asunto.
-La cantera.
-Esa es la misma para los dos alfareros que quedamos. Se diferencia poco lo que hacemos. Más que personal, es tradición.
-El vidriado.
-Ahí donde lo ve, ponerle los brillos que lleva vale más de las setenta y cinco pesetas que cuesta el tiesto. Así que estoy deseando dejar el torno; me voy a jubilar hoy mismo, ahora, en cuanto le ponga el asa a la jarrita.
-Lugar de alfareros.
-Era una bendición. Era -repite, dejando caer la palabra-. Todo el barrio rebosaba de vida por los talleres, y hacíamos fiesta cuando venían los burros cargados con el barro y se ponía todo el mundo a pisarlo. Se solía hacer de noche y nos daban las luces del alba en la faena, venga vino al cuerpo. Era como bailar. Pero ya se acabó todo. Hasta yo.
De Almonaster a Cortegana media camino de alcornoques y castaños centenarios; a la entrada del último, ya a la vista el Castillo, lucen guindos con su fruta prohibida.
El otro alfarero, el último, Francisco Ramos Vázquez, Morito, aún lo veo en activo en 1992, aunque con poco entusiasmo. La forma de decorar los cacharros de Elías y de él -misma calle, casa frente por frente- era y es a base de derramar colores naturales traídos de canteras sobre el tiesto fresco para después vidriarlo:
-Yo soy el que queda; aquí se contaban hace no más allá de cuarenta años con sesenta familias dependiendo de esta artesanía.
-Entraron otros materiales...
-Si, pero yo creo que el plástico nunca podrá sustituir al barro en darle sabor a los guisos, frescura natural al agua, nobleza al tacto. Según la Biblia, del barro surgió el ser humano, y parece que veo al primer alfarero dando vida en el torno a una figura como la suya o la mía.
-¿Esto se muere o cabe que lo apoyen de otra forma? -Más que ayuda lo que pido es respeto.
-Es usted el testimonio vivo de algo que se extingue.
-Los estamentos se dedican a contratar monitores de los que hacen cacharros a base de churritos, que ponen uno sobre otro, sin que del golpe de masa vean nacer nada. Lo de los churritos es una moda, barro que venden hecho y del que no sacan las formas tradicionales, sino piezas decorativas que nada tienen que ver con el pasado de este pueblo, que desde el siglo doce maneja el barro; este taller puede tener una edad de trescientos años.
Parece ser que los alfares de la zona -Los Romeros, Aracena-, nacen al calor de los de Cortegana. Francisco va por el barro a la Fuente la Jila, una finca a media legua por la parte de Las Veredas. Tiene su arriendo y un arriero le hace el porte en mulo a veinte duros la carga; es barro tirando a rojizo que amasa con los pies contra el suelo y prepara en pellás junto al torno. La forma que más le gusta es el cántaro clásico, que, al decir de alguien 'es una dama con el brazo a la cintura', y la chocolatera, por elegante; y anafres, platos, vasos. Digamos que hasta ahí podría ser común la manera de hacer los cacharros de este bisnieto, nieto e hijo de alfareros, con cualquier otro lugar. Pero lo que distingue la alfarería de Cortegana del resto es la manera de hacer y rematar el dibujo que lleva bajo el vidriado. «Mogate» llama Covarrubias al «vidriado basto y grossero con que los alfahareros cubren el barro de los platos y escudillas, y porque algunas veces no cubre más que sola la una haz, se llamó esta obra de medio mogate. Su raíz, mugati, en arábigo vale cubierto o dissimulado, y de allí llamaron mogatos o moxigatos a los dissimulados».
El diseño de cada dibujo sale sobre la marcha, tiesto en una mano y cuatro recipientes delante con los colores verde (sulfato de cobre, que trae de las Minas de Riotino), marrón y negro (manganeso de las Minas de Calañas), blanco (talco de las Minas de San Telmo), y azul cobalto, de fuera de la provincia. Cada color lo mueve con una cuchara sopera cuya cazoleta está cortada a la mitad, con la que va dejando chorros precisos en el interior de la pieza hasta conseguir lo que desea. Al final, sobre un goterón de blanco en el centro deja caer uno de los colores oscuros y, haciendo girar el tiesto, la mezcla toma un sentido de movimiento interior, punto en desarrollo que va dejando a su alrededor una estela cada vez más difusa. Esta ha sido la alfarería tradicional de Cortegana. Cuando él la deje, habrá terminado para siempre.
-En esta misma acera de la Fuente Vieja, de diez casas, ocho eran de alfareros. Uno antiguo del pueblo, que hacía coplas, sacó ésta:
Taurina La Peña,
alta la Taurina,
Erita y prado industrial,
Fuente vieja, la alfarera,
y Chanza, río que sueña
con aguas que van al mar.
Llueve. El goteo monótono en el patio aporta también su canto.
-La bellota se ha estropeado mucho con el agua.
-Pero el agua hacía falta. Amasar el barro es cosa de primavera y verano, pero como se me ha acabado amaso ahora en invierno.
-Los barros.
-Todos no son iguales. Conviene que tenga granos porque salen más poros para botijos y cántaros; para loza conviene que sea fino. Lo piso porque no tengo maquinaria moderna. Es un amasijo. En invierno le echo menos agua porque viene mojado. En verano hay que secarlo. Después de pisarlo le quito los chinos a mano. Al pisar barro se siente una frialdad muy grande pero es como todo, uno se acostumbra. Es como si pisara espuma.
-Lo más frecuente.
-Lo que más hago ahora son juegos de café. Y platos. Cántaros, pocos. Ni ollas con asa. En este oficio se puede ganar para vivir, pero nadie se quiere enseñar. A mi me enseñó mi padre, buen alfarero; sigo sus pasos pero incluyo algunas cosas pintadas. La gente del pueblo usa las cazuelas para los guisos, los pucheros para el campo, o para adorno. Pinto con minerales para que el fuego no se los lleve. Arcilla blanca de San Telmo, que se hace pintura. Viene en piedra, se muele y se hace caldo. Luego está el manganeso, el sulfato de cobre, o cascarilla, que se coge en los lavaderos de minerales. En realidad las pinturas no me cuestan nada. Dibujo lo que me sale en el momento. A la primera cucharada de pintura es cuando lo pienso. Ya pintado en fresco hago el sococho (1), que es el cocido por primera vez; sale mate; luego se le da el vidriado con plomo y lo vuelvo al horno para que se funda; como es plomo no mata el color, sino que lo resalta. Lo menos cien dibujos diferentes tengo. En una jornada puedo hacerme un millar de platos. En el horno caben ocho mil piezas. Es de leña. En el sococho están unas siete horas y en el segundo cocido unos catorce a mil grados.
Me llevo en una caja de cartón una docena de piezas, que parecen, al entrechocar unas con otras, voces de barro que se despiden del artesano, del taller, del pueblo, de su origen. Sin futuro, es como si el barro dijera adiós a todo. A la vida misma. Lo que tarden en romperse será lo que dure el eco. Después sólo serán recuerdo. Como cualquiera de nosotros.
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Notas:
1. Sococho, sancocho. Parece proceder del latín semicoctus, a medio cocer, mal cocinado. Corominas data sancochar en 1423 como 'cocer rápidamente', de sancocho, vianda cocida a medias. Primitivamente soncocho, derivado del antiguo cocho, cocido, con el prefijo son, que equivale al lat. sub, de sentido atenuador. Francisco lo aplica aquí al barro. En el Andévalo a la comida. En Castillejos se pregunta: ¿Qué se come hoy?. Se contesta: Sancocho y poco. Sinónimo de mal hecha. Como breve referencia, en Colombia es un puchero sin pringue, con pescado y tubérculos; con pescado y papas en Canarias; con yuca y plátano en Puerto Rico