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Hay quien ha especulado con que el nombre de Hurdes proceda de “jurde”, término vasco que sirve para designar al jabalí. Y en verdad que el jabalí abunda en las fragosidades de las montañas hurdanas. Otros han emparentado Hurdes con “urz” o “urce”, que, dentro de las hablas leonesas, viene a significar: brezo. Y también es gran verdad que existen extensísimas manchas de brezales en nuestra comarca. Ha habido otros, en fin, que han dado y barajado hipótesis más peregrinas sobre el origen de la palabra Hurdes. Pero nosotros creemos más bien que tal topónimo es primo hermano de “jurdi” o “hurdi”, una palabra que aún se emplea en ciertas zonas centroeuropeas para señalar una casa o cerca de piedras, de tipo redondeado. ¿Y qué, si no, son las viviendas que, desde tiempo inmemorial, se levantaron en Las Hurdes?
Si hubiera que hablar de un pueblo ecológicamente virtuoso, ése sería el hurdano. Sus viviendas, cuadras, majadas, corrales de colmenas, casetas, chozos... han sido levantados con aquellos materiales que le brindaba el medio. Acudía a los “lanchéruh” (canteras de pizarra) y, con medios rudimentarios, extraía magníficas lanchas y otros bloques pizarrosos. Se introducía en el bosque y talaba madera de robles, enebros, castaños o encinas, que le servirían para el esqueleto del tejado. Buscaba en los “barréruh” (excavaciones arcillosas) el material idóneo para lucir paredes. E incluso acopiaba seleccionados cantos rodados para tejer curiosas figuras sobre el suelo de la “sala” o “patiu-casa” (que venía a hacer las veces del comedor o salón de las viviendas modernas), o del “callejón” (pasillo). Las Hurdes han sido y son el mundo de la pizarra. Naturalmente -aunque muy lamentablemente- que, a medida que los tiempos cambian y vienen aires más homogeneizantes, se va perdiendo esta cultura de la piedra, que ha dado lugar a lo que algunos han llamado “arquitectura negra”; términos que a nosotros, particularmente, no nos gusta, pues aparte de sus connotaciones negativas, las pizarras de Las Hurdes presentan multitud de tonalidades, no sólo negras, abundando más las de tonalidades rojizas, por su textura ferruginosa. En las zonas más bajas de la comarca hurdana, hace ya muchos años que dejó de utilizarse la lancha en los tejados de las viviendas. En 1876, el escritor hurdano, Romualdo Martín Santibáñez (1), nos habla acerca de que, en los concejos de Caminomorisco, Oveja, Casar de Palomero y Lo Franqueado ya comenzaban a sustituirse las lanchas por tejas de barro.
En algunos asentamientos de épocas prehistóricas, se observa que los pisos de las cabañas también eran de lanchas, pero la techumbre debió estar formada por barro mezclado con ramas, a juzgar por las pellas que se encuentran en estos yacimientos. Claros ejemplos se localizan en los asentamientos calcolíticos de “Los Madroñales” (Caminomorisco), “La Corra” (Vegas), “La Coronita” (La Aceña), “El Collao” (El Cerezal), “Los Tesitos” (Arrolobos), étc. Seguramente que tales viviendas prehistóricas presentarían características muy semejantes a la antigua y redondeada vivienda hurdana, o posiblemente mayor similitud con algunos chozos pastoriles, llamados “múruh” y “cahtarruélah”, que ya han devenido en pura ruina. Algunos de estos chozos presentaban falsa cúpula, a base de lajas pizarrosas y tierra y césped sobre ellas, lo que se observa mejor en bastantes pueblos de la antesala de Las Hurdes, situados en la margen derecha de la cuenca media del río Alagón, que todavía mantiene ejemplares con un aceptable estado de conservación.
Pese a que se han destruido numerosas muestras de esta arquitectura hurdana, no obstante aún son muchos los pueblos que conservan genuinos edificios. Se puede hablar, incluso, de homogeneidad constructiva en los barrios más antiguos, donde se mantienen manzanas de gran pureza, formando las típicas “tortugas”, que, prácticamente, se mimetizan con el entorno. Así se observan en El Gasco, La Fragosa, Martilandrán, Asegur, La Huetre, Casarrubia, Aceitunilla, Riomalo de Arriba, El Castillo, Avellanar, etc. Los callejones ciegos, los pasadizos y voladizos, los balcones de lanchas y tablas, la disimetría de los pisos de la vivienda, los rincones y recovecos, las plazoletas o “bailaéruh” los árboles que se entremezclan con las casas...; todo ello casi siempre situado en terreno pino y pedregoso, otorgan a estos pueblos una armónica belleza y una dimensión que remonta a épocas de veneración hacia la piedra. No obstante, queremos lanzar un angustioso S.O.S., entre los muchos que, años ha, venimos y vienen lanzando prestigiosos antropólogos y etnólogos acerca del inminente estado de ruina que atenaza y amenaza a estas pequeñas aldeas, denominadas comúnmente como “alquerías”. Algunas han devenido ya en despoblados, en otras sólo permanecen cuatro viejos, y en las más se sustituyen las lanchas de los tejados por uralitas y otros fibrocementos, o se deja que se hundan las antiguas viviendas, que se llenan de zarzas y helechos. Si continúa esta galopante agonía de la arquitectura tradicional, Las Hurdes -como hemos denunciado reiteradamente- perderán una de sus gallinas con los huevos de oro, porque bien cierto es que muchos visitantes se acercan por ver tan peculiar arquitectura, mil veces retratada morbosamente por urbanitas cargados de prejuicios.
Con toda seguridad que la primitiva vivienda hurdana se levantó a piedra seca. Buen ejemplo de ello es el poblado pastoril de El Moral, en las cercanías de la alquería de Horcajo, en el concejo de Lo Franqueado. Este antiquísimo poblado, que parece introducirnos en un mundo de ensueños bucólicos y prehistóricos, prácticamente está dejado de la mano de Dios. Aquí todo es piedra sobre piedra, perfectamente enlazada y arquitrabada. Ya no vive nadie bajo sus techos. Tan sólo algunos vecinos de Horcajo aprovechan los antiguos habitáculos para meter el heno u otros aperos de labranza. Se hace preciso una intervención institucional, que no deje morir el ejemplo más eximio de una antiquísima comunidad pastoril de las cordilleras hurdanas. El hecho de montarse anualmente campos de trabajo en el pueblo de Horcajo, con gentes venidas de los más diversos puntos geográficos, facilita mucho las cosas. Ellos podrían ser los encargados de, campaña tras campaña, ir rehabilitando este antiguo núcleo pastoril, previa adquisición de las viviendas por parte de la Administración. Cuán acertado estaba un antropólogo francés al que acompañamos a visitar El Moral, quien, observando aquella aldea de pastores, exclamó: “-¡Qué lástima que no se encuentre en Francia!”.
Posteriormente, en segundo estadio de la vivienda hurdana, se buscarían formas cuadrilongas y cuadradas. Comenzaría a utilizarse el barro y, más tarde, otras argamasas, a fin de fijar mejor las piedras pizarrosas. Dejaría sus reducidas dimensiones para, en muchos casos, convertirse en vivienda de dos plantas, con el correspondiente “sobrau” (desván o troje). En la primera planta, la cuadra para el ganado; y en la segunda, la vivienda para los miembros de la familia. Dadas las disimetrías del terreno, no es extraño que a la cuadra se entre por una calle, y a la vivienda familiar por otra distinta.
Ultimamente, a raíz del fenómeno migratorio en la década de los setenta del siglo XX, el caos urbanístico ha sido trágicamente tremendo. Cada cual ha construido donde ha querido y como le ha dado la gana, sin respetar las normas establecidas, levantando enormes y antiestéticos bloques de pisos utilizándose hasta la saciedad el ladrillo de cara vista y las uralitas multicolores... La Administración, aunque ha tenido algunos aciertos, ha seguido metiendo continuamente la pata hasta el corvejón: cientos de metros cúbicos de anodino cemento sobre calles y plazuelas, construcción de viviendas de protección y otros edificios que causan impactos negativos, transformadores, cableados y horribles torretas de aluminio en medio de los cascos antiguos... El afán de ciertos politiquillos en convertir sus pueblos en pequeñas ciudades han parido monstruos sin personalidad, que, como dice el refrán, han devenido “en ná, ni chicha ni limoná”.
“BIÉNIH CUÁNTUH PUÉDAH y CASA CUÁNTIH QUEPAH”
Así pensaban los antiguos hurdanos, tal y como afirma el epígrafe de este apartado, o sea: “bienes muchos, aunque la vivienda sea ínfima”.Tal aseveración, que la hemos oido muchas veces, pone de manifiesto que al hurdano lo que le interesaba de verdad, a la hora de repartir la herencia sus mayores, eran las fincas y la “jacienda” (ganados). Tal herencia, distribuida de forma igualitaria entre todos los hijos biológicos, también se extendía a la vivienda, pero al no ser ésta una casa solariega, como ocurre en otras zonas, carecía de un valor por sí sola; de aquí que aunque fuera de pequeñas proporciones, era susceptible de ser dividida entre varios herederos. Hoy en día, las modernas y marmotréticas casas que se han levantado, aunque también pueden ser divididas a la hora de testar, no obstante se valoran más, pero no por un cambio de mentalidad, sino por criterios económicos, ya que la “jacienda” y los huertos han pasado a un segundo plano. La economía de subsistencia se ha trocado en otra de mercado. Y hoy -y más en el futuro- una vivienda se puede alquilar a los muchos funcionarios que andan por Las Hurdes, o incluso sacarle gran rentabilidad convirtiéndola en una “casa rural”.
El hurdano del ayer construía una simple y funcional vivienda de piedra, tal vez como la construyeron sus antepasados prehistóricos. Parece ser, a tenor de las modernas investigaciones, que hay toda una continuidad poblacional en la comarca desde remotas épocas del Calcolítico. Hoy por hoy, está atestiguada la presencia de población en los años de la alta Edad Media, que se pensaba que había sido un desierto poblacional. Aquel hurdano levantaba una vivienda bioclimática (fresca en verano y caliente en invierno). Se amuralla dentro de sus paredes y apenas abre huecos hacia el exterior. ¿Por qué la escasez de vanos? Tal vez la respuesta se enlace con creencias de tipo espiritual, aunque también tenga que ver con cierta dificultad en practicar aberturas en la redondez de los muros. El señor Antonio Martín Martín, de 70 años, (“Tío Antonio el Tureles”), de la alquería de Aceitunilla, concejo de Nuñomoral, nos decía en una entrevista realizada en febrero de 1997:
“Contaban los antigus que, antis, venían los iviernus con mucha nievi y frío, y se jacían las casas así, con las parés anchas, y con mu pocus ventanus y ventanucus, pa que no entrara el frío, que tamién había que tené a manu una buena carga de cepas de berezu, pa la lumbri, pa que habiera calentanza en toa la casa, que la lumbri, amigo, es media vida. Y había pocus ventanus tamién, porque dicían que se podìan meté las brujas, que éstas se metin por cuarquié rajandija, y entran a las casas pa envidiá y esfaratá, amos, lo que encuentran, la chacina o cualquiera otra cosa.
Las nochis de iviernu son largas y malas; entre menos bujeros tengan pa entrá las tías putas esas, las brujas, más tranquilu duermi el personal, que se ha dao el caso de entrá esas tías, cumu si fueran lucis chiquininas, poe el aujeru de la llavi y han díu derechas a chuparli la sangri a algunu, y a la mañana se han levantao con las carnes acardenalás de los chupetonis...”
Aquel hurdano de otros tiempos, perteneciente a una comunidad arquetípicamente pastoril, aunque también practique una agricultura de subsistencia, tiene, en su mente, muy claros los patrones por los que ha de registrarse su vivienda. Sus esquemas mentales no le llevan a plantearse la construcción de esas amplias casas serranas, como en las vecinas comarcas de Sierra de Gata o Sierra de Francia. El hurdano también es un pueblo serrano, enclavado entre agrias montañas del norte de Extremadura, y tiene los mismos materiales que sus otros vecinos serranos: piedra y madera. Hay mucha piedra pizarrosa y mucha madera de castaño, enebro y encina entre las fragosas serranías hurdanas. Antiguamente, también abundó el roble. ¿Por qué no construyó igual que aquellos vecinos de Sierra de Gata y Sierra de Francia? Posiblemente, porque sus planteamientos ideológicos eran otros.
Ellos, los hurdanos, conocían más que de sobra las viviendas de la Sierra de Francia, comarca que frecuentaban, de modo fundamental el pueblo salmantino de La Alberca, a cuyo concejo tributaron a lo largo de seis siglos. Se ha hablado mucho acerca del yugo señorial que impuso el concejo albercano a lo que se conocía como “Dehesa de la Syerra” o “Dehesa de Jurde”, que comprendía los actuales ayuntamientos hurdanos de Casares de Las Hurdes, Ladrillar, Nuñomoral, parte del de Caminomorisco y el antiguo concejo de Oveja (2). En el fondo, fue todo un conflicto de intereses entre los todopoderosos colmeneros albercanos y los pastores de Las Hurdes, los cuales, por una graciosa donación del infante don Pedro (Siglo XIII), se vieron, de la noche a la mañana, restringidos en sus derechos de pastoreo y en sus roturaciones del monte por el concejo de La Alberca.
El hecho de crear ciertas estructuras arquitectónicas autóctonas, que en nada se semejaban a las comarcas colindantes, sirvió para que viajeros y escritores, cargados de prejuicios morales y materiales, comenzaran a equiparar a la vivienda hurdana a las zahurdas, pocilgas, grutas y otros calificativos semejantes. Hablaban que eran dimensiones infrahumanas y que dormían sus habitantes amontonados con los animales. Aparte de que los hurdanos siempre han tenido sus cuadras, bien bajo la vivienda o en lugares apartados, no se explica cómo muchos habitantes de estas serranías que tenían 30 ó 50 cabezas de ganado cabrío -lo cual era bastante corriente en otros tiempos- podían vivir amontonados con tanto ganado en casas de tan infrahumanas dimensiones.
Los planteamientos ideológicos del hurdano del ayer iban de la mano de construcciones funcionales. Para él era más importante el tener una buena majada en la sierra, compartida por varias familias del mismo “bando” (3) que una casa de mayores amplitudes y comodidades. Este hurdano pastor no era inquietado por aquellos imperativos que demandaba la casa familiar de otras comarcas cercanas, y mucho menos por las exigencias de la vivienda del burgués de la gran ciudad. De aquí la incomprensión y el escándalo que para tanto personaje laico y religioso, escritores u obispos, criados y crecidos en esos ambientes burgueses, suponían esas pequeñas y pedregosas viviendas del pueblo hurdano, que llegaron a tacharlas de antros donde la falta de moralidad e higiene facilitaba prácticas tan nefastas como el incesto. ¡Cuánta miopía y cuánta mentira! El desconocimiento socioantropológico de la comunidad hurdana hizo verter afirmaciones gratuitas y vomitivas. La compleja organización social del pueblo hurdano había generado conscientemente, desde siglos, sus correspondientes tabúes, como era, por ejemplo, el del incesto.
Aquellos hurdanitas, que tan tremebundas pinturas negras trazaron sobre Las Hurdes, que tanto se escandalizaron de la pobreza del hurdano, que la elevaron a la categoría de miseria, tenían que haber escuchado al antropólogo M. Shallins:
“Las poblaciones más primitivas del mundo (cazadores-recolectores) tienen escasas posesiones, pero no son pobres. La pobreza no significa poseer una determinada y pequeña cantidad de cosas; se deriva sobre todo de una relación entre personas. La nobleza es un estado social y, como tal, un invento de la civilización”. (4)
Aquel hurdano de otros tiempos, que sólo paraba en casa lo justo y lo necesario, y hoy en día sucede, en muchos casos, un tanto de lo mismo, trazaba su vivienda en función a dos actividades agropecuarias: el secado de las castañas y el curado de la matanza. Para ello era preciso que el humo del hogar impregnara la vivienda, tan necesario para las castañas que estaban en el “sequeru” y para la chacina que pendían de las varas “bolluneras” (5) que se colocaban por cima de la lumbre. No había chimeneas, que era lo lógico, y el humo se escapaba como podía por los intersticios de las lanchas del tejado, o por el “lumbreru” o “jumeru”, oquedad, con la correspondiente piedra de quita y pon, practicada en el techo. Y decimos que hoy sucede tres cuartas de lo mismo porque muchas familias hurdanas, aunque ya no vivan en la casa vieja, de pizarras, no obstante han levantado una “cocina” al modo antiguo (eso sí: con tejas y paredes encaladas), donde vienen desarrollando las vivencias y operaciones que realizaban en la antigua casa. Seguro que ya se apañan menos castañas y seguro que ya se matan menos cerdos, pero todavía hay muchas familias entregadas en tales menesteres. La nueva cocina, a la que se ha añadido la chimenea, continúa, en el fondo, siendo la dependencia con mayor ajetreo, incluso el lugar de reunión de algunos vecinos en las largas noches otoñales e invernales: el tradicional “seranu” (tertulia nocturna, al amor de la lumbre, que sirvió para recrear el mundo de símbolos, ritos y creencias de la comunidad vecinal). La gran casa, de dos, tres o cuatro pisos, levantada con no poco esfuerzo y que, estéticamente, rompe todos los parámetros paisajísticos, causando aberrantes impactos medioambientales, puede que esté al lado de esa cocina nueva, pero se tiene casi más como un museo que como algo funcional. Es para enseñársela al forastero, al que llega al pueblo, no escondiendo cierto orgullo a la hora de mostrarla, pues, de un modo indirecto, el hurdano está diciendo para sus adentros: “-¿lo véis?: ya construimos casas como cualquier otro, amplias y desahogadas, con tejas, ladrillos, cemento, bloques y bovedillas”. Es una forma de espantar el complejo generado por los estereotipos que de él hicieron las gentes venidas de afuera, porque el hurdano ha interiorizado las apreciaciones que han hecho sobre él y, aunque en su fuero interno las rechazase, ha reaccionado, en la mayoría de las veces, con un redoblado sobresfuerzo, guiado por la manida frase de: “¿no quieres caldo? -Pues toma tres tazas”. Y si en otros lados, donde también las viviendas eran humildes, se han levantado casas más relevantes y seguramente con una mayor conciencia de lo que significa el entorno, en Las Hurdes se ha pecado -y en grado sumo- por exceso. Es suficiente con observar esos bloques anodinos, verdaderos engendros, burda imitación de la gran ciudad, levantados por doquier y que han destruido el encanto de lugares y alquerías. De aquí que sean muy acertadas las afirmaciones del antropólogo italo-francés Maurizio Catani (6):
“Los hurdanos desean desembarazarse de lo que consideran más que como un patrimonio cultural, un estigma: las “chozas”, las “pocilgas” -como se ha calificado desde tiempo inmemorial por la mayoría de los visitantes-. Y pueden hacerlo porque la casa para los hurdanos, no es la casa solariega (...)”
“Por tanto, no es posible que los pueblos hurdanos sean otra cosa que lo que son “hoy”. Una agrupación de casas nacidas de la experiencia de la emigración, poco adaptadas al clima y a los quehaceres, pero adaptadísimas a las ilusiones de sus dueños-constructores”.
Por otro lado, el patriarca hurdano quiere dejar en vida constancia de su “valor”, de sus “cojónih bien plantáuh”, de que ha tenido salero para amasar un buen capital. Y si antes estos redaños se mostraban aumentando el número de olivos y de cabras, ahora, cuando el ganado cabrío prácticamente ha desaparecido y los huertos se llenan de monte, hay que mostrarlo construyendo y amueblando a todo lujo un piso para cada hijo. Así, al menos, esos hijos, en un gran porcentaje emigrantes, podrán venir al pueblo en vacaciones, y aunque el padre muera, no morirá el orgullo y el recuerdo del que tuvo agallas para amasar tal capital. En el fondo, también será una forma de seguir ligando a los descendientes con sus raíces, con un mundo de símbolos dentro del cual se sienten a gusto, al menos, las generaciones que pasaron su niñez y adolescencia en la comarca, pese a que lleven ya 20 ó 30 años viviendo fuera. Lo que está por ver es lo que sucederá con las siguientes generaciones, nacidos ya a muchos cientos de kilómetros de los pueblos de sus padres y a los que se la ha de suponer otras inquietudes y otros esquemas ideológicos. Estos jóvenes seguro que ya no se sentirán confortados e identificados con el humo de sus hogares, de los hogares de sus abuelos, tal y como les ocurrió a sus padres, emigrantes que enraizados en el pueblo que les vio nacer. Viene esto a cuento con algo que nos chocó sobremanera a principios de la década de los años 80 del pasado siglo, cuando comenzamos nuestras tareas educativas en el concejo de Nuñomoral. Nosotros, jóvenes y con ganas de fiesta, nos granjeamos la amistad de algunos hurdanos y acudíamos los fines de semana a un bar que tenía un reducido apartado que hacía las veces de discoteca, en la alquería de La Fragosa. Ciertamente, aquella sala despedía un olor a un extraño ahumado, y si te ponías a bailar con alguna mozuelilla, el era más penetrante. Habiendo invitado a un grupo de guapas hurdanas a unas consumiciones, un compañero les espetó con cierta ironía
-¡ Mira que os huelen las ropas a humo !
Entonces, una mocita muy guapa, de ojos garzos y cabellera rubia, que nos había contado que trabajaba en Barcelona, le respondió al momento:
-¡ Pero es nuestro humo, y en lo nuestro mandamos nosotros !
Era época de invierno y como la vida se seguía haciendo -y se sigue en esa cocina con lumbre de cepas de brezos, las ropas se impregnaban de ese humo tan característico; por lo que no era nada de extraño el olor que se respiraba en aquel cuarto penumbroso que hacía las veces de discoteca. Y aquella respuesta, no exenta de cierto orgullo, venía a reafirmar lo que se palpa cuando se lleva un tiempo conviviendo con estas gentes: que ellos, los hurdanos, son dueños y señores en sus respectivos valles, donde se reafirman y mandan ellos, sin aceptar de buen grado que gente forastera vengan a decirles lo que tienen que hacer o enmendarles la plana. Por ello, no ha sido raro que funcionarios de la Administración civil o eclesiástica hayan parado poco por estos pueblos, pues aparte de su poco interés por integrarse, no llegaron a captar el mundo simbólico de los hurdanos, a veces incluso crítico o incomprensible para los que llevamos un buen puñado de años en la zona.
DISTRIBUCION ESPACIAL
Antes, los hurdanos empleaban más el término concejo para referirse a cada demarcación formada por una cabeza de ayuntamiento y una serie de alquerías (nombre que se otorga corrientemente a las aldeas) . Todavía se sigue empleando dicho término de concejo, pero ya en boca de personas mayores, porque, hoy por hoy, la gente habla más bien de ayuntamiento. Así mismo, los habitantes de las alquerías utilizan tal denominación geográfica como sinónimo de pueblo/lugar. Ellos no suelen decir: “soy de la alquería tal”, sino: “soy del pueblo tal”. El término alquería sólo se usa bajo un contexto geográfico, no cuando hay que personalizar: “ el pueblo tal es una alquería del ayuntamiento X”. Incluso este pueblo pastoril, cuyos lugares y aldeas se encuentra ubicados en los valles fluviales, ciñéndose sus cascos antiguos a sus curvas de nivel, se han entendido muy bien entre ellos echando mano del término río. Esta palabra ha englobado todo un espacio geográfico perfectamente delimitado según los patrones conceptuales de estos paisanos. con relativa frecuencia se oyen frases como éstas:
“-Esi mozu es de pa, í, del ríu de Fragosa”.
Con tal frase se está significando que determinada persona es vecino de alguna de las alquerías asentadas en el valle fluvial del río Malvellido (Martilandrán, La Fragosa o El Gasco).
En cierta ocasión, anotamos una curiosa frase, salida de la boca de un mozo de Nuñomoral:
“Es que esi ríu del Pinu es mu calienti”
Cifraba la conversación sobre las mocitas hurdanas, y tal mozo de Nuñomoral, que tenía oidas (y a lo mejor también por propia experiencia) que las mozas del río del Pino “se daban bien” (o sea, que eran fáciles de camelar), construía una analogía entre el terreno caliente y fértil de ese área hurdana con la voluntariedad de sus mozas. Si es bien cierto que el concejo de Lo Franqueado, que tiene por cabecera de ayuntamiento al pueblo de El Pino, está avenado por tres ríos: Los Angeles (llamado antiguamente río de “Las Jerrerías” o “Ferrerías”), Ovejuela y Esperabán, es este último el que, histórica y popularmente, se ha venido denominando como “Río del Pino”, en cuyas márgenes se asientan las alquerías de: La Muela, El Robledo de Lo Franqueado, El Castillo, Las Erías y La Aldehuela. a este mismo valle fluvial se puede adscribir las alquerías de El Avellanar y Horcajo, pero se encuentran más alejadas, en otros subvalles, bañadas por sus correspondientes gargantas. No obstante, a efectos de esa expresión conjuntada y humanizada de río del Pino, quedan también estas últimas dos alquerías englobadas en tal concepto.
Se podrían traer a colación más frases, a fin de comprender un poco mejor la distribución espacial donde se levantan y se abrazan ese conjunto de caparazones pedregosos objeto de nuestro estudio. Así, hemos escuchado afirmaciones tales como:
-”Ojo con los del ríu de Lus Casaris, que son tós unus fanfarrias”.
-”pa buenus bailaoris y tocadoris de castañuelas, no hay en toa Las Jurdis cumu los de esa parti de La Ribera, de esi ríu del Adrillá”.
-”Los de esi ríu del Casá son tós judíus, que siempri se diju: “Al estrá en el Casá, te sali la judiá, y en el barriu Los Barrerus, los judíus más perrus”.
Los ríos hurdanos, aparte de proporcionar pesca en abundancia y agua para regar las minúsculas hijuelas, han sido todo un eje de orientación, generadores de demarcaciones y de otros conceptos espaciales. De hecho, el hurdano habla de “abajá” (bajar) y “subí” (subir) a tal pueblo no en el sentido que lo solemos entender los demás mortales. Estos paisanos no se rigen por la mayor o menor altitud de un enclave, sino que a tal sitio “se subirá” si se encuentra en un tramo más alto del río, y se “bajará” en caso contrario. Recordamos que no llegábamos a comprender a unos vecinos de Casares de Las Hurdes cuando, en cierta ocasión, nos proponían “subir” a la alquería de La Huetre. Estábamos sentados en la terraza de un bar y, desde ella, divisábamos, al fondo del valle, el pueblo de La Huetre, situado en una zona más baja que Casares de Las Hurdes. Ante nuestra extrañeza, los extrañados eran ellos, que no entendían cómo no nos percatábamos que La Huetre estaba en tramos más altos del río Jurde. Por ello, había que “subir”, aunque Casares, de hecho, se encuentra situado a mayor altitud, pero en tramos más bajos del río. Y como cosa lógica para ellos, luego, cuando estuvimos un rato de fiesta en La Huetre, siendo ya noche cerrada, dijeron:
-”Va siendu cumu hora de que nos abajemus ya a los Casaris”.
Y tomando los vehículos, comenzamos a ascender por las retorcidas curvas que conducen hasta ese pueblo. Nosotros íbamos subiendo, pero ellos, no; ellos iban bajando.
En tal distribución espacial, como hemos dicho más arriba, comenzaron a levantarse los pueblos hurdanos. o mejor dicho: la creación de diferentes núcleos poblacionales generó todo un concepto espacial. El espacio físico donde se levantan estos pueblos ha sido muy bien definido por la arquitecto María Luisa Martín Gutiérrez (7), una de las personas que con mayor rigor científico ha investigado sobre la arquitectura tradicional de este territorio:
“Desde un punto de vista físico, se define por ser un espacio heterogéneo, con fuertes pendientes y cerrados valles formados por el discurrir de los ríos; con una altura media de 800 metros y un sustrato de pizarras; con raquíticos suelos y una vegetación autóctona de encinas, castaños y algunos robles, y otra extraña con eucaliptos o pinares. Estos elementos influyen en la orientación de las viviendas , en el tipo de materiales que se emplean, en su forma de asociarse para conformar las manzanas, etc.”
“Si tenemos presente la hidrografía, Las Hurdes están atravesadas por los ríos Los Angeles, Hurdano, Ladrillar o Malo, todos ellos afluentes del Alagón y el Arrago, Esperabán, afluente de Los Angeles y Malvellido, Fluente del Hurdano. Existe una red secundaria conformada por numerosos arroyos que discurren entre barrancos y que dan una impronta muy caracteística al paisaje. El discurrir de estos cauces ha marcado el emplazamiento de los núcleos y su dedicación”.
“La estructura urbana viene determinada por la topografía, careciendo de espacios públicos amplios y con una trama de calles estrechas, empinadas, de fuertes pendientes que se adaptan al terreno y en los que no hay cabida para mobiliario urbano, salvo las entradas a las casas y umbrales que se constituyen en improvisados bancos (...)”
Matizando a Ma Luisa Martín, tenemos que añadir que también hay que incluir, dentro de la vegatación autóctona, al enebro, cuya madera se aprovechó con creces para sacar “cuartones” y “rachones” y otros armazones madereros para viviendas y majadas. el que haya habido una masiva repoblación de coníferas (pinus pinaster) en la década de los 40 del siglo XX, no quiere decir que no hubiera pinos anteriormente en Las Hurdes. Hemos observado, en documentos del XVIII, que nos hablan de “pinares machíos”. Además, uno de los principales pueblos de la comarca hurdana lleva el nombre de El Pino, al que se añadió lo de “Franqueado” en el siglo XVI, al conseguir autonomía o franquicia en tales fechas para hacer sus ordenanzas a su antojo; hoy en día, se nombra como Pinofranqueado. En lo que concierne a la hidrografía, hay que reseñar que ni un solo río hurdano es afluente del Arrago, cuya cuenca separa la comarca de Sierra de Gata de Las Hurdes. Otros ríos de cierta entidad no mencionados por Martín Gutiérrez son: el Ovejuela, el Horcajo, el Batuecas, el Alavea y el Avellanar.
Del mismo modo, cuando habla del territorio administrativo de Las Hurdes, no menciona, inexplicablemente, al pueblo de La Pesga, al concejo de Casar de Palomero y a la alquería de La Rebollosa (hoy en día, por caprichos políticos, dependiente absurdamente del ayuntamiento de Herguijuela de la Sierra).
En este espacio, definido como heterogéneo por Ma Luisa Martín, comienzan a surgir -¿cuándo?- toda una serie de núcleos, cuyas estructuras más primitivas (viviendas redondeadas de un solo piso), como bien ha observado Esperanza Pizarroso Quintana (8), “tienen una gran uniformidad constructiva, lo que implica una cierta homogeneidad social”.
ACERCA DE UN POSIBLE ORIGEN
Conjeturar acerca de un posible origen de la primitiva vivienda hurdana, consideramos que es tarea harto difícil. No tenemos descripciones de tal vivienda anteriores al siglo XVII. Algunos estudiosos de la vivienda tradicional (Wilhelm Giese, Torres Balbas, García Mercadal, García Bellido...) apuntan al primitivismo de la casa de planta circular, asignándole alfunos de ellos un origen pastoril.
Posiblemente, como podría ser el caso de Las Hurdes, la antigua vivienda nacería al calor de una cultura eminentemente pastoril, como no podía ser por menos en una zona montañosa, donde el pastoreo y la caza se erigirían en los principales medios de subsistencia. Cuando el hurdano comienza a diversificar sus actividades, tal vez evolucione su vivienda, ampliándose y adoptando formas más cuadradas y menos redondeadas. El hurdano, con el tiempo, practicó una somera agricultura en los valles fluviales; roturó las laderas, haciendo “rózuh”, donde sembraba el centeno; comenzó a plantar olivos en las solanas y castaños en las umbrías... Y más tarde, se hizo también carbonero, aprovechando las extensas manchas de brezales para fabricar un carbón vegetal muy apreciado en las viejas fraguas de Castilla y Extremadura. Pero, al igual que sus antepasados, su eje económico fundamental giraba en torno a sus rebaños de cabras, adquiriendo también la apicultura un papel relevante en bastantes familias. La diversificación, pues, de sus actividades le impelía a estructurar su vivienda de acuerdo con las nuevas necesidades, que dejaban obsoleta la primitiva casa redondeada.
Remontándonos a épocas prehistóricas, bien cierto es que el territorio hurdano está salpicado de numerosos sentamientos de épocas calcolíticas, que bien fuera por labores agrícolas o por hallazgos casuales, han ido deparando diversos ídolos-estelas, un abundante instrumental lítico, piezas cerámicas, hachas y otros objetos de cobre..., que deberían estar recogidos en el correspondiente museo, pero -eso sí- ubicado en la zona, para que el material arqueológico estuviera dentro de su contexto y fuera todo un atractivo turístico.
Surge, pues, la pregunta: ¿los hurdanos del Calcolítico construían viviendas semejantes a las de tipo redondeado que aún se conservan en la zona? Ya dijimos en línas anteriores que, en algunos yacimientos prehistóricos de la comarca, al hacer descuajes agrícolas, han aparecido cimentaciones redondeadas, con suelos enlanchados o de arcillas apelmazadas. Y anotamos también que probablemente las cubiertas fueran de brezos, escobas y otras especies vegetales -lo que los hurdanos denominan genéricamente como “monti”- mezcladas con barro, a juzgar por las pellas encontradas. Ello no quita que hubiera falsas cúpulas a base de lajas pizarrosas o que algunas cubiertas fueran, en su totalidad, de lanchas de pizarras. Si en Las Hurdes nos encontramos con magníficas canteras de pizarra, fácilmente exfoliables en capas muy finas, seguro que no pasarían desapercibidas ante los ojos de los prehistóricos hurdanos. La pizarra posee unas formidables características en cuanto a que es impermeable, no es porosa ni se descompone, aguantando, así mismo, los diferentes cambios térmicos. Incluso se ha demostrado que es más adecuada que la teja en climas lluviosos o sujetos a nevadas invernales. De hecho, la comarca hurdana tiene un índice de elevadas precipitaciones, superándose los 1200 mm. anuales. Siempre se dijo aquello de:
“Los tres originales del cielo:
Santiago de Galicia
y las Asturias de Oviedo,
y en la tierra de Las Hurdes,
El Casar de Palomero”.
Y también se producen fuertes nevadas, aunque la gente mayor afirma que: “ya no nieva cumu antis”
Actualmente (verano 2001), se están explotando de forma industrial unas canteras pizarrosas en términos de la alquería de Riomalo de Arriba, exportándose todo el material a Andorra.
Los propios hurdanos son muy conscientes de las propiedades de la pizarra. Aunque ya en la segunda mitad del siglo XIX comienzan a levantarse algún que otro “jornu tejeru” (tejar), de modo especial en las que, de un tiempo a esta parte, se vienen denominando como “Hurdes Bajas”, no obstante ciertos pueblos se muestran muy reacios a cambiar la lancha de las cubiertas por teja. No hará más de 40 años, un maestro de escuela construyó un tejar en el paraje de “Las Martiniegas”, perteneciente a la alquería de Aceitunilla. Pensó que los hurdanos de tal zona iban a cambiar sus modos constructivos, pero fracasó en el intento. Todavía no había llegado el momento en que los hurdanos valorasen la necesidad de colocar tejas en vez de lanchas. Tal valoración llegaría a raíz del fenómeno migratorio (1965-70), pero no porque encontraran ventajas funcionales a la teja, sino porque había llegado el momento de “ser iguales a los demás”. Hoy ya nadie acude a los antiguos “lanchéruh” a obtener planchas pizarrosas para sus tejados.
Las Hurdes presentan buenos depósitos arcillosos para fabricar tejas, pese a que no haya ni un solo tejar actualmente en la zona. Los romanos sacaron buen rendimiento a tales depósitos, a juzgar por los restos cerámicos en asentamientos como “Valle Clara”, en las inmediaciones del pueblo de Cambroncino; “Lombo Genal”, cerca de El Cabezo; “Los Tesoros”, en términos de Riomalo de Abajo; “El Alcornocal”, junto a la alquería de La Aceña; “Los Toribios”, en las cercanías de Nuñomoral, etc.
La continuidad poblacional en la comarca se patentiza en épocas tardorromanas y visigodas, pues hay diversos petroglifos que datan de tales períodos. El arqueólogo Antonio González Cordero, que desde hace varios años viene trabajando sobre diferentes aspectos históricos y arqueológicos de esta comarca, ha puesto ya de manifiesto los errores cronológicos acerca de determinados grabados rupestres hallados en Las Hurdes, de modo especial algunos en los que aparecen insculpidas armas. Se había pensado que se trataba de armamento de épocas del Bronce, pero un estudio detenido apunta a que se trata de armamento tardorromano-visigodo (9).
Continuando los pasos de la Historia, no acabamos de ver alguna influencia o retazo, por pequeño que fuere, de las invasiones árabes en el territorio hurdano. Las teorías adobadas por el antropólogo francés Maurize Legendre (10), que visitó reiteradamente esta zona en la primera mitad del siglo XX, nos parecen absolutamente infantiles. Nuestro amigo y colega José María Domínguez Moreno (11), que también ha hecho algunas incursiones investigadoras sobre estas tierras, nos dice al respecto:
“Queda claro que Legendre, desde un principio, quiere dar de lado a toda relación de la vivienda hurdana con otras peninsulares y acude a buscar su similitud e influencia nada menos que en algunas casas del Norte de Africa, intentando con ello confirmar su teoría de un poblamiento de la comarca cacereña de origen árabo-bereber. En esta apreciación, le influyó considerablemente su amigo Andrés París, quien, tras haber permanecido largo tiempo en Marruecos, se dio cuenta del gran parecido de las casas hurdanas con las de algunos poblados del Atlas y del AntiAtlas. Es cierto que hay pueblos en Marruecos, como Aghbar, Assa o Amassin, que presentan buen número de similitudes con muchas de las alquerías de Las Hurdes Altas, pero eso, en mi opinión, sólamente se debe a unos parecidos comportamientos humanos ante condicionamientos geográficos semejantes y no, como pretende Legendre, a idénticos planteamientos ideológicos o religiosos de hurdanos y marroquíes”.
¿Anduvieron árabes o bereberes por estos estrechos valles hurdanos? Pues, hablando en plata, doctores tiene la Iglesia para resolver este enigma, si es que algún día se puede resolver. Por Las Hurdes, se sigue hablando de los “moros” y de las “moras”, pero éstos son personajes míticos, de los que ya hicimos las consideraciones oportunas en otros estudios (12). También hemos registrado antiguos y curiosos romances, históricos y novelescos, donde está muy presente la figura del arquetípico moro de las guerras de la Reconquista, que casi siempre es un nido de males, de pérfidas traiciones y de retorcidas conspiraciones.
Será justamente a raíz de la Reconquista y en consiguiente repoblación poblacional, cuando comiencen a aparecer los primeros documentos que hacen mención a algunos núcleos hurdanos. El notario hurdano Romualdo Martín (13) cita un documento del año 1030, en el que al parecer, se hace alusión a la toma del castillo de Palumbario, del que apenas quedan ruinas perceptibles en lo alto del “Pico de Santa Bárbara”, en la sierra de Altamira, inmediato a la villa de Casar de Palomero, que siempre fue considerada como “la capital de Las Hurdes”. Exhumando unos documentos del siglo XII (A.H.N. Ordenes, Sancti Spiritus, c.411, d.4/d.5), en los que ya se mencionan diversas poblaciones actuales, de Las Hurdes, el historiador Luciano Fernández Gómez expone lo siguiente (14):
“...aceptar la hipótesis de Las Hurdes como islote de población en la última mitad del XII no nos exime de plantear algunas matizaciones al respecto. En primer lugar cabe preguntarse por la relación de los asentamientos medievales del XII-XIII con los primitivos núcleos prehistóricos, si aquéllos son la consolidación de éstos o si, por el contrario, los asentamientos medievales surgieron “ex nihilo” en relación con la actividad ganadera inherente al proceso repoblador de la Transierra. En tal sentido según hemos visto, parece probable la existencia de población en Las Hurdes a lo largo del siglo XII y todo parece confirmar que se trata de un poblamiento que viene del pasado aunque consolidado y fortalecido en ese siglo a raíz de los avances repobladores. Sin embargo, no es posible afirmar categóricamente que los núcleos medievales del XII-XIII se correspondan uno por uno con los asentamientos primitivos. A nuestro juicio, y dada la probada existencia de, al menos, tres alquerías pobladas (Mestas, Riomalo y Ovejuela) en el último cuarto del siglo XII, es posible convenir que algunas han de tener un origen anterior a la actividad ganadera pastoril consecuente a la repoblación de la Transierra, que se localiza a finales del XII y principios del XIII. Asimismo, es posible concluir que otras alquerías surgirán de las majadas establecidas durante el siglo XII y en el marco de una repoblación individual, escasa en número de repobladores, como parecen indicar los antropónimos Nuñomoral, Martinandrán, Martinebrón y otros (nombres de alquerías hurdanas). En resumen, es necesario precisar que el poblamiento hurdano tuvo distintos orígenes, al menos en el tiempo, aunque todo indica que la mayoría de lugares habitados estuvieron relacionados, en su proliferación y consolidación como tales núcleos poblados, con la actividad pastoril”.
Efectivamente. Las Hurdes, a lo largo de la Edad Media, se encuadran dentro de lo que dio en denominarse como “Transierra”, y más concretamente, dentro de la Transierra leonesa, puesto que existía otra Transierra castellana. El límite entre ambas Transierras lo ha estudiado detenidamente el investigador extremeño Gervasio Velo y Nieto (15), el cual extiende la demarcación de la Transierra hasta la margen derecha del río Tajo, dentro del área cacereña. Aquí se encontraba (hoy ya sólo permanecen las ruinas de este puente romano) el puente de Alconétar y:
“Desde este punto, ascendía una línea más o menos caprichosamente trazada, que pasaba por Galisteo, Granadilla y cruzaba las serranías y vericuetos jurdanos, confundiéndose sensiblemente con la antiquísima y mal conservada calzada de la Guinea”.
Tenemos que añadir que la zona situada al este de tal línea se correspondía con la Transierra castellana, y la situada al oeste, con la Transierra leonesa. No obstante, nos aventuramos a decir que cabría la posibilidad que algunos núcleos hurdanos, enclavados en la parte más hacia el este de la comarca hurdana, cayeran dentro de la Transierra castellana y fueran repoblados por castellanos. No se explica, sino, el hecho dialectal de Las Hurdes. La mayoría de los núcleos hurdanos pertenecen al área de las hablas leonesas, fruto, sin lugar a dudas, de la repoblación medieval. No se descartan tampoco muchas connotaciones lingüísticas de la lengua gallega y de otros dialectos asturianos. Curiosamente, a los habitantes de la alquería de Aceitunilla, en el concejo de Nuñomoral, se les llama “galicianos”, existiendo también un paraje en tal pueblo conocido como “Valle de los gallegos”. Pero he aquí que los pueblos situados al este de la comarca: Riomalo de Abajo, La Rebollosa, Las Mestas, El Cabezo y Ladrillar (antiguamente, “El Adrillar”) no se distinguen por tener unos acentuados rasgos lingüísticos astur-leoneses. No se da en estos pueblos, por ejemplo, el característico cerramiento de las vocales “o” y “e” (“perru” por “perro”, “comi” por “come”...), ni otras normas morfosintácticas de dichas hablas leonesas.
El día en que se haga el correspondiente atlas lingüístico, seguro que saldremos de muchas dudas.
En los documentos exhumados por el historiador, amigo nuestro, Luciano Fernández, se cita, aparte de los pueblos de Río Malo, Mestas y Ovejuela, aquel otro de Oveja:
“...sicut ipse terminus eiusdem castelli determinatur cum Sancte Cruce deinde cum ipsis Mestis et cum Ovegia et cum Ovegiola”.
La antigua Ovegia se corresponde al actual pueblo de Rivera-Oveja, que, en tiempos, fue la cabeza del concejo de Oveja, y hoy en día es una alquería dependiente del concejo de Casar de Palomero.
Por otro lado, consideramos, ante lo expuesto por Luciano Fernández, que el hecho de que surgieran núcleos habitados de carácter pastoril a raíz de la Repoblación medieval, no quita para que, antes, incluso en épocas prehistóricas, también existieran estas mismas actividades, las relacionadas con el pastoreo, que pensamos sería fundamentalmente de ganado cabrío. Sin embargo, a juzgar por los densos encinares, alcornocales y robledares que, a tenor de ciertos legajos, poblaban las montañas hurdanas, tampoco sería extraño que pastaran algunas piaras de cerdos. En la toponimia de la zona quedan nombres muy significativos: dos pueblos hurdanos llevan el nombre de “El Robledo”; un barrio de Nuñomoral se conoce como “El Encinar” y hubo una antigua aldea denominada “La Encina”, y son innumerables los topónimos como: “El Alcornocal”, “Los Robleínos”, “Los Carrascales”, “Los Rebollares” (hay también una alquería con el nombre de “La Rebollosa”) ...
Otro ilustre historiador, José Luis Martín Martín (16), refiriéndose a esos nebulosos años de la Alta Edad Media en la zona de la Transierra, y más concretamente a la comarca hurdana, afirma lo siguiente:
“...Ventas fraudulentas de ganados y robos indican que esos territorios se están convirtiendo en refugio de grupos de marginados que se protegen en la espesura del monte y viven de la ganadería. No es extraño que muchas veces hayan sido pastores, huidos con el rebaño que les había sido encomendado, los que fundaran primitivas aldeas poco estables o se refugiaran de manera provisional entre ruinas antiguas. Seguramente a causa de lo habitual de estas huidas se obligaba a los pastores a reunirse diariamente: “e los puercos que alen sierra passaren... los pastores ayunten se en elotero cada día”. Quizá también por servir de escondite a malhechores o huidos de la justicia, que buscaban vengarse, corría especial peligro el ganado de alcaldes y jurados. Sin embargo, todo hace suponer que también existen particulares que se desplazan por su propia voluntad a tierras del sur, sin que los mueva ninguna presión externa sino el deseo de conseguir mejores pastos”.
Sobre este particular, en relación con las juntas o reuniones de pastores en determinados lugares, a fin de un mayor control de los ganados, parece que tiene que ver mucho el topónimo “Las Mestas” (citado como “Mestis” en el siglo XII), uno de cuyos significados se relaciona con el punto o lugar donde se encuentran los pastores. Otros dos topónimos semejantes hemos rastreado en parajes cercanos a las alquerías de La Sauceda (concejo de Lo Franqueado) y La Fragosa (concejo de Nuñomoral).
Damos ya por sentado que hubo repoblación medieval en Las Hurdes. Las hablas astur-leonesas lo confirman. Y lo confirman también antropónimos como los que cita Luciano Fernández, a los que podamos añadir otros, tales como: Pedro-Muñoz (alquería perteneciente al concejo de Casar de Palomero, más conocida por “Perote”), Diego-González (alquería situada en el extremo sureste de la comarca, más conocida por “Diganzales” y despoblada en el primer cuarto del siglo XIX, a causa del saqueo a que fue sometida por la banda de facinerosos “Los Muchachos de Santibáñez”), o parajes como “Pero Lope” (entre Vegas y Arrolobos), “Pascual Domingo” (en las inmediaciones de El Cerezal), “Doña Abril” (al suroeste de Nuñomoral), “Collá de don Mendo” (cerca del despoblado de Arrofranco), etc.
Y he aquí la consiguiente pregunta: ¿se amoldan los repobladores a la vivienda de los nativos, del sustrato poblacional que existía en la zona, o por el contrario, imponen ellos formas constructivas con un claro referente a las áreas de donde procedían? Pues seguramente que habría influencias recíprocas. De todas formas, procediendo estos repobladores de áreas del oeste peninsular, donde también existen antiguos focos en los que ha predominado la vivienda de piedra con tejado de lanchas pizarrosas, no serían muy grandes las diferencias en cuanto a modelos constructivos. Aquellas sencillas viviendas de la Alta Edad Media, levantadas aprovechando lo que el medio las brindaba, fruto de una tradición secular, seguro que presentaban muchos más paralelos que diferencias, ya fueran construidas en los montes de Asturias o León o en las fragosas Hurdes, zonas todas pastoriles y seguramente con unos patrones ideológicos parecidos. Que, luego, con el paso de los siglos, unas zonas hayan evolucionado más deprisa que otras, pues ello es harina de otro costal.
A todo esto, ¿qué piensan los hurdanos de ahora respecto a los orígenes de sus pueblos? Que sean ellos los que nos respondan. Para ello, traemos a colación los testimonios de dos hurdanos: uno de las llamadas Hurdes Altas, el ya legendario Eusebio Martín Domínguez -”Ti Usebiu”-, que nació y vivió en El Gasco hasta que le segó la muerte en octubre de 1987. Eusebio fue un hombre con gran agudeza natural, el compilador y transmisor del derecho consuetudinario de estas tierras, un hurdano de despierta inteligencia, con quien mantuvimos franca amistad cuando él alcanzaba su merecida jubilación y nosotros estábamos en edad de mocear, allá por la década de los 80 del pasado siglo. Esto era lo que nos contaba una fría tarde invierno de 1983:
“Nosotrus -¿sabes?-, los nuestrus agüelus, eran prehistóricus, que a mí me lo contaron los míos, y a ellos se los contarían los suyus. Andaban de pastoris en el monti, con unas resis que eran cabras lanúas, que se les amotilaba el pelu y se tecían ropajis pal iviernu, y tamiém se vistían con pielis aquellus pastoris.Removían las cancheras a puru de fuerza viva y trabajaban la piedra a fuerza de brazus. Comían a lo naturá, de lo que daba el terrenu, que comían el pan de centenu y les llevaban la comía en unas merenderas que se llamaban “migueras”, que eran de corcha, ¿sabes...?” “Tós estos pueblos nuestrus -¿sabes?- los jizun los pastores prehistóricus, que tenían las casas achozás, pegás unas a otras y aprovechandu ande había canchales, en la solana, pa acimintarlas mejó y tené mejó defensa, que las de antis, las más antiguas, eran a forma arreondeás, pa la mejó defensa de lo muchu y malu que anda en la nochi. Y tamién -¿sabes?- tenían las majás y los chozus en el monti, pal cuidu del ganau, de las resis, que andaba el lobu; y de más antis, andaba tamién el osu, y había que tené el cuidu de las resis, está de continu con ellas, y luegu, cuandu venían las nievis, se abajaba a los corralis del pueblu. Tamién -¿sabes?- los había que tenían unas cormenitas, que siempri se diju aquellu de: “el que en estas tierras quiera progresá, con cabras y cormenas tieni que tratá”. Y contaban que los antigus prehistóricus eran cumu las águilas, que abajaban al llanu y apañaban lu qui pudían -¿sabes?- y se vorvían, aluegu, a estas montañas y a vé quién era el valienti que entraba en ellas...”
Otro hurdano, en este caso nacido, criado y residente en la alquería de La Huerta, que ganó también la jubilación, hombre de vivo genio e ingenio, alcalde pedáneo de su pueblo, también nos relató un día primaveral de 1998 cosas muy interesantes. Su nombre: Francisco Hernández Martín, al que todo el mundo conoce por “Quicu”.
“Aquí han veníu de tó: periodistas, profesoris, investigadoris de estu y lo otru, y hasta curas, y unus y otrus na más que han dichu una jartá de bobás: que si estu era tierra de vagus y maleantis, de que si fue poblá por judíus y moriscus, que si era tierra de infielis a los que había que acristianá..., qué sé yo las bobás que han dichu. Y tós han narrau, que esta tierra nuestra de Las Jurdis es tierra de pastoris, que los nuestrus puebrus fuerun fundaos por pastoris y que tós los nuestrus agüelus fuerun pastoris, que a mí me contaban los antigus que había pastoris guerrerus, que dibujaban el armamentu que tenían en las cancheras llanas y que adoraban al sol y a la luna, que tamién aparecin en dibujus en esas cancheras. Eran los pastoris de la antigüedá, que cuandu no guerreaban, cuandu no andaban netíos en guerra y en danza, hacían corralonis pa meté los ganáus, y que tenían las majás en la sierra. Andaban con arbarcas y muchus iban descarzus, que tenían un callu de un deu gordu en la pranta del pie y allí no entraba ni un garranchu ni le sajaban las piedras de los caminus. Eran pastoris de una juerza descomuná, que volanteaban las peñas cumu si juesin rollus de los ríus, que bien a las claras está en los machimiembrus de las casas antiguas, de las pesqueras y de esus corralonis que llaman “corralonis de los morus”. Aquí, cumu vusotrus sabéis, en esti pueblu de La Güerta, ya no quedan tejáus con lanchas, pero antis, sigún contaban los antigus, tós los tejáus eran de lanchas, que la lancha es más apropiá pa esti terrenu nuestru que la teja; pero dierun en poné tejas y ¡qué se iba a hacé!, qué si no las ponías, a lo mejó te llamaban “jurdanu”, en el sentidu malu, y a naidi le gusta que le señalin con del deu...”
He aquí, pues, cómo los hurdanos guardan, dentro de su tradición oral, la firme creencia en el origen pastoril de sus pueblos. Consideran, además, que la mayor parte de los lugares y alquerías donde residen tienen remoto origen, pues no es extraño oirles hablar de los “pastoris prehistoricus”.
Nosotros, por nuestra parte, nos sumamos a las palabras que Francisco Javier Pizarro Gómez, Doctor en Historia del Arte y que también ha realizado algunas incursiones en la arquitectura tradicional de Las Hurdes, expone en uno de sus trabajos (17):
“Sobre el origen de este tipo de construcción popular se han vertido opiniones diversas. Frente a los que lo relacionan con edificaciones neolíticas que excavaciones prehistóricas de un lado y otro de la frontera con Portugal han dado a la luz, otros niegan tales relaciones y aventuran la posibilidad de un origen preindogermánico. No entraremos nosotros en esa controversia, pues entendemos que es al arqueólogo a quien corresponde opinar, y únicamente podemos decir que, evidentemente, constituye uno de los tipos más primitivos de vivienda peninsular, propio de pueblos y culturas pastoriles cuya forma de vida puede justificar la precariedad de estas construcciones y su facilidad de edificación. Así pues, entendemos que se trata de una forma de edificación antigua característica de un medio humano y un ambiente paisajístico similares a la mayoría de las zonas en que aparece”.
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NOTAS
(1) Martin Santibañez, Romualdo: “Un Mundo Desconocido en la Provincia de Extremadura”, en “Defensa de la Sociedad”, tomo X, Madrid, 1876.
(2) PULIDO RODRIGUEZ, Mª Soledad: “Las relaciones socio-económicas Alberca-Hurdes a través de sus ordenanzas: año 1515”. Memoria de Licenciatura, inédita. Cáceres, septiembre-1986. Es una obra que debería ser publicada, pues reviste un gran interés para la historia de Las Hurdes.
(3) Los hurdanos conceptúan el término “bando” a manera de clan familiar, donde se incluyen todos aquellos miembros que se sienten arropados por un apelativo otorgado por la comunidad desde tiempo inmemorial. Así se habla, por ejemplo, refiriéndose a uno de esos miembros: “Ese es de Los Jarílluh” (clan familiar de El Gasco). “Aquél es de Los Pichos” (clan familiar de Las Mestas). “Ese otro es de Los Lobos” (clan familiar de La Pesga), etc.
(4) SHALLINS, M.: “Las sociedades tribales”, Madrid, 1977.
(5) Las varas “bolluneras” se sacan de unas plantas forrajeras, denominadas “bollunas”, semejantes a las patacas, que ya sólo se siembran en algunos huertecillos, como exponente de la anterior y rudimentaria agricultura de subsistencia, Los tallos de tales plantas, que suelen sobrepasar los dos metros, son muy resistentes y apropiados para formar el sequero de las castañas.
(6) CATANI, Maurizio: “La actitud del jurdano ante la vivienda”, en “Ceste”, (Revista de Arquitectura y Urbanismo del Colegio de Arquitectos de Extremadura). Cáceres, 1983.
(7) MARTIN GUTIERREZ, Ma Luisa: “La casa hurdana”, en “Apuntes hurdanos-1”. Consejería de Cultura y Patrimonio de la Junta de Extremadura. Mérida, 1997.
(8) PIZARROSO QUINTANA, Esperanza: “La obtención y el uso de la pizarra en la zona jurdana”, en “Narria”, números 67-68, Museo de Artes y Tradiciones Populares, Madrid, 1994.
(9) GONZALEZ CORDERO, Antonio: “Pré-História Recente Da Península Ibérica” (Actas do 3º Congresso de Arqueologia Peninsular. vol. IV), Porto, 2000.
-”Armamento Tardorromano-Visigodo en los Grabados Hurdanos” (inédito)
(10) LEGENDRE Maurice: “Las Jurdes: étude de géographie humaine”, Bordeaux, 1927. Legendre quiere ver un origen árabe en Las Hurdes basándose en nimiedades como el papel que representa la miel en la medicina (mejor diríamos, farmacopea)de ambos pueblos(hurdano y árabe), o el emplazamiento y disposición de los lagares aceiteros de la comarca hurdana, que los encuentra semejantes a los que había en Palestina. O viendo la semejanza de la trilla de cereales en Las Hurdes (sistema de trillo) con ciertos pueblos árabes. Incluso cree ver ciertos rasgos físicos, gestos y actitudes que emparentan enormemente a los hurdanos con los habitantes de Africa del Norte. Apunta otros paralelos, como el encuadramiento de enjalbiego blanco en torno a las ventanas; el uso de ciertas vestimentas; la manera de montar sobre los asnos; el diagnóstico del huevo para ciertas enfermedades... En fin, matizaciones que se podrían aplicar a otras muchas partes de la Península Ibérica.
Si bien es cierto que Legendre visitó reiteradamente Las Hurdes y tuvo acertadas visiones sobre diferentes aspectos de la realidad socioantropológica de Las Hurdes de aquel entonces, no es menos cierto que pecaba de radicales posturas pro-albercanas (en favor de los intereses de La Alberca, pueblo salmantino que implantó cierto señorío concejil sobre la llamada “Dehesa de Jurde” o”Dehesa de la Syerra”). Legendre desbarró en temas sobre historia, folklore y etnografía de Las Hurdes, aunque atinara en otros de corte más sociológico.
(11) DOMINGUEZ MORENO, José María: “La casa típica en la comarca de Las Hurdes”, en “Revista de Folklore”, nº 34, Valladolid, 1983.
(12) BARROSO GUTIERREZ, Félix: “Los moros y sus leyendas en las serranías de Las Jurdes”, en “Revista de Folklore”, nº 50, Valladolid, 1985.
-Ibid.: “Guía Curiosa y Ecológica de Las Hurdes”. Libros Penthalon, Acción Divulgativa, S.L. Madrid, 1991.
-Ibid.: “Las Hurdes: visión interior”. Diputación de Salamanca (Centro de Cultura Tradicional). Salamanca, 1993.
(13) MARTIN SANTIBAÑEZ, Romualdo: Op. cit. Posiblemente, el señor Martín Santibáñez extraiga tales datos de una carta de donación ya citada por Don Thomás López, Geógrafo de su Majestad, cuando habla de la villa hurdana de Casar de Palomero en su “Descripzión de la Provincia de Estremadura” (año de 1798). Refiere Don Thomás López que tal carta de donación se conservaba en el Archivo de Sancti Spíritus de la ciudad de Salamanca. Fechada a 15 días del mes de noviembre de 1030 años, en ella se expresa el otorgamiento al convento de monjas de Sancti Spíritus de la Orden de las religiosas de Santa Ana de la ciudad de Salamanca del “...Castiel de Palombero con sus llogares e caserías, e majadas e cotos (...)”.
(14) FERNANDEZ FOMEZ, Luciano: “Las Hurdes: de la prehistoria a la Baja Edad Media”, en “Alcántara”, números 31-32, tercera época. I.C. “El Brocense”, Cáceres, enero-agosto 1994.
(15) VELO y NIETO, Gervasio: “Coria: Reconquista de la Alta Extremadura”.Publicaciones del Departamento Provincial de Seminarios de F.E.T. y de las J.O.N.S., Cáceres-1956