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Revista de Folklore número

250



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Cuentos de viejos, cuentos de viejas: poética, tradición y multiculturalismo de un concepto literario (de la antigüedad al Barroco)

PEDROSA, José Manuel

Publicado en el año 2001 en la Revista de Folklore número 250 - sumario >



El concepto de cuentos de viejos o de cuentos de viejas se halla vivo y plenamente lexicalizado en la lengua española llana y coloquial actual, en la que suele identificarse con un tipo de discurso -por lo general oral- que transmite informaciones asociadas al mundo del pasado y, por lo general, datos que se consideran poco verosímiles o dignos de poco crédito. En la actualidad, es un término al que se asocian muchas veces matices peyorativos, hasta el punto de que es habitual que cuando a alguien le cuentan algo que considera falso o intrascendente, exclame que “!Eso son cuentos de viejas¡” con intención irónica o despectiva.

En el discurso no de la lengua oral y coloquial, sino de la literatura escrita y culta, esta acepción peyorativa ha solido alternarse con el sentido o el matiz justamente contrarios. Los cuentos que relatan los viejos o las viejas han gozado en ocasiones de extraordinario prestigio entre los escritores cultos y profesionales. Innumerables obras literarias han dado fiel testimonio de ello, desde la antigüedad hasta hoy mismo, como si a lo largo del tiempo se hubiese mantenido viva la creencia de que hubo en el pasado unos saberes de gran riqueza y de gran valor cuyos depositarios y transmisores naturales han sido siempre las personas de mayor edad. No cabe duda de que esta creencia ha estado siempre asentada sobre firmes y evidentes bases empíricas, porque es cierto que, sobre todo en las sociedades tradicionales, son los discursos orales de los más mayores, y por tanto de aquellos que acumulan más experiencia en el seno de una comunidad, las fuentes principales del saber y el instrumento básico de la educación de los jóvenes.

De hecho, todavía sigue sucediendo así en el mundo actual, en el que la enseñanza oral de los maestros combinada con el soporte impreso del libro de texto sigue siendo la base de la educación formal, si bien la implantación de nuevos métodos formativos, desde los puramente impresos y "a distancia" hasta los audiovisuales e informáticos, y los radicales cambios culturales que en la edad de la tecnologización y de la globalización están afectando a todo el mundo -o más bien al llamado Primer Mundo-, han hecho perder influencia y relevancia, y por tanto también prestigio, a las enseñanzas de los mayores.

Que el concepto de cuentos y de saberes de viejos cuenta con una larga tradición literaria lo avalan las referencias recurrentes a él a lo largo de la historia. Fijémonos, por ejemplo, en el dramaturgo griego Esquilo, y en el modo en que, en su tragedia Las Euménides, afirmaba que el saber de los viejos era indiscutiblemente “mucho”mayor que el de los jóvenes:

Soportaré tu enfado porque eres más vieja y mucho más sabia por ello que yo. Pero también a mí me ha concedido Zeus el no estar mal de inteligencia(1).

El mismo Esquilo, en otra de sus tragedias, Las Coéforas, se asombraba de que una vieja tuviese algo que aprender de una persona joven:

¿Cómo aprenderlo yo que soy vieja de la que es más joven (2)?

En la misma obra, aún inserta Esquilo un refrán al que atribuye prestigio y eficacia precisamente porque es “muy antiguo”:

“Que por golpe asesino se pague otro golpe asesino: que el que lo hizo lo sufra”. Eso dice un refrán muy antiguo (3).

En el mundo romano no faltaron las referencias a cuentos y a historias que, por el simple hecho de estar narrados por “ancianos”, gozaban de prestigio y credibilidad. De los viejos Filemón y Baucis, unidos en el amor hasta la muerte y transformados, según la tradición, en sendos árboles, cuentan lo siguiente las Metamorfosis de Ovidio:

Todavía hoy los habitantes de Bitinia muestran allí dos troncos vecinos que salen de un doble cuerpo. Esto me narraron a mí ancianos no frívolos (y no había motivo de por qué me iban a querer engañar); y ciertamente yo vi guirnaldas que colgaban de las ramas y, poniendo unas recientes, dije: “Que sean dioses los cuidadores de los dioses y reciban culto los que rindieron culto”(4).

En cambio, Horacio, en la segunda de sus Sátiras (II, 6:77-78) se refería de modo despectivo a los “aniles fabellae” o “cuentos de viejas”. La escasa credibilidad que Horacio atribuía a ese tipo de relatos coincide con el poco crédito que igualmente le merecían a San Pablo de Tarso, quien seguramente veía en ese tipo de repertorio un cauce obvio de perpetuación y de influencia de las viejas creencias paganas a las que se oponía el nuevo credo cristiano. El santo cristiano advertía así en su Carta Primera a Timoteo 4:7:

Rechaza, en cambio, fábulas profanas y cuentos de viejas.

Siglos después de que en el entorno mediterráneo se hiciesen estas preciosas reflexiones (encomiásticas unas, despectivas otras) acerca de los saberes y de los relatos de los viejos y de las viejas, en la remota y civilizada China del siglo IV d. C., el autor de la bellísima recopilación de cuentos fantásticos que lleva el nombre de Soushenji expresaba en su prólogo las dudas y vacilaciones que le habían asaltado muchas veces acerca de la fiabilidad de sus fuentes, justamente por el hecho de que fueran “muy antiguas” y transmitidas “desde épocas muy remotas” por escritores que tuvieron conocimiento no directo -se supone que oral- de los acontecimientos relatados:

No extrañe al lector hallar en este libro inexactitudes; ¿podría no haberlas, tratándose de una recopilación de textos tomados de muy antiguas fuentes -que, por cierto, a su vez indagan en tiempos más antiguos aún- y de datos transmitidos desde remotas épocas? ¿Podría no haberlas, digo, cuando, además, dado que relatan hechos ni oídos ni presenciados por quienes nos los legaron por escrito, son frecuentes en ellos la existencia de versiones varias de un suceso?...

Por todo ello, y hablando ya de la presente colección, digo que no se me inculpe por aquellas incorrecciones en que hayan incurrido antiguos autores cuyos textos haya podido recabar, pero cárgueseme de ignominia por las omisiones y los fallos vistos en los textos de reciente composición a mí debidos (5).

En el venerable Edda Mayor nórdico, compilado entre los siglos IX y XIII, está presente la acepción negativa y peyorativa del concepto que estamos analizando:

Se creía antiguamente que las personas volvían a nacer, aunque esto se tiene ahora por patraña de viejas (6).

Pero en la misma obra hay también referencias mucho más neutras a las “viejas historias” de antaño:

Era éste el hombre más habilidoso de que se cuenta en las viejas historias (7) .

Lo cierto es que el descrédito del término debía convivir, en aquella época, con el matiz prestigioso, ya que la misma obra atribuye, y con gran contundencia, la condición de ciertos y de verdaderos a los viejos relatos:

¡Mal sabes, rey, los viejos relatos
si así de señores calumnias cuentas (8)!

En otra de las más importantes piezas heroicas de la tradición nórdica medieval, la Saga de los volsungos, el saber “contar viejas leyendas” era considerado como un gran mérito caballeresco:

Parece que no sabes ni hablar como es debido ni contar viejas leyendas, y además insultas a un príncipe (9).

Y se sabe a ciencia cierta que fue justamente un poeta conocido como Bragi el Viejo quien fue considerado, entre los antiguos islandeses y escandinavos, como el precursor de la poesía escáldica y como una especie de divino donador de la poesía a los hombres:

El primer escalda conocido del que nos quedan algunos versos es Bragi el Viejo, un noruego que vivió en la primera mitad del siglo IX, y que en época posterior aparece divinizado como uno más de los moradores del Panteón nórdico (10).

El gran autor y tratadista islandes Snorri Stúrluson, al que se debe el fascinante Edda Menor, llegaba a defender en sus páginas que

no deben olvidarse, ciertamente, estas historias, ni porque sean falsas, se han de quitar de la poesía los antiguos kenningar que se derivaron de ellas y que merecieron la aprobación de los grandes escaldas; pero los cristianos no deben creer en los dioses paganos ni en la verdad de aquellas historias, sino solamente del modo que se dice al comienzo de este libro.

El mismo Snorri hizo todo lo que pudo para que no cayesen en el olvido los cantos de los viejos escaldas:

Ahora oirás algunos ejemplos de cómo los grandes escaldas gustaron de emplear estos heiti y kenningar (11).

Cuando el finlandés Elias Lönnrot compuso El Kalevala en el siglo XIX, rescatando y refundiendo antiguas baladas tradicionales finesas, recuperó también algunas preciosas referencias sobre el valor y el prestigio -casi divinos- que los cantos de los viejos tenían en las comunidades rurales finesas:

Démonos la mano,
entrelacemos nuestros dedos,
bellas canciones entonemos,
contemos los mejores cuentos
para que puedan los que quieran,
los jóvenes que van creciendo,
los mozos de este pueblo próspero,
oír aquellas cantilenas
que antes cantaron los ancianos,
extraídas del cinturón
del justo y viejo Väinämöinen (12).

En la misma obra se insertan versos relativos a aquellos viejos cantos transmitidos de generación en generación:

Cantábalas antes mi padre
tallando el mango de su hacha;
mi madre me las enseñaba
mientras hilaba en su rueca (13).

También en la Inglaterra medieval hay referencias a los cuentos de viejas. La que incluyó Geoffrey Chaucer en el Cuento del vendedor de bulas de Los cuentos de Canterbury tiene un matiz claramente despectivo:

Luego les cuento unas narraciones con moraleja, viejas y antiquísimas historias. A los necios les gustan así. Ésta es la clase de cuentos que pueden recordar y repetir (14).

En la misma Inglaterra, pero en la de 1604, vio la luz The Tragical History of the Life and Death of Doctor Faustus (La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto), el más célebre de los dramas del británico Christopher Marlowe, que había sido asesinado (cuando sólo contaba veintinueve años) once años antes. Entre las palabras que Fausto dirigía a Mefistófeles (en II:1) se hallan las siguientes, violentamente despectivas contra los “cuentos de vieja”:

¿Piensas acaso
que Fausto es tan tonto que cree
en el sufrimiento, después de esta vida?
No, esas son monsergas y cuentos de vieja (15).

El mismo Shakespeare de El rey Lear introduce, por la misma época, una equívoca alusión a los “viejos cuentos” en un contexto relacionado con la senilidad y con la locura, cuando pone en boca del rey demente las siguientes palabras:

¡No, no, no! ¡A la prisión! ¡Ven! ¡Vamos!
Allí cantaremos solos como pájaros enjaulados.

Cuando pidas que te bendiga, arrodillado,
imploraré tu perdón; y así, viviremos,
y cantaremos, y rezaremos, y contaremos viejos cuentos,
y nos reiremos de las mariposas de colores, y oiremos a los infelices
referir las nuevas de la corte (16).

Una célebre obra atribuida nada menos que a don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, estadista notabilísimo y escritor prominente de la España de finales de la Edad Media, lleva el título de Refranes que dizen las viejas tras del fuego. La calidad y organización de la compilación, más su presunta y elevada autoría, el entorno cortesano en el que vio la luz, y su rápida difusión y fama, revelan un cambio de actitud -crecientemente positiva- del primer humanismo español hacia los saberes de los viejos y de las viejas (17).

Este nuevo talante se ve avalado por el hecho de que, en el Renacimiento y en el Barroco español, tampoco fueran extrañas -y muchas veces fueran positivas y apreciativas- las alusiones a los cuentos, a las historias y a los refranes de los viejos y de las viejas. En 1635, el Diálogo de la lengua de Juan de Valdés los consideraba desde una perspectiva tan respetuosa que no salían nada malparados de su contraste con los proverbios de la antigüedad clásica:

No tienen mucha conformidad con ellos, porque los castellanos son tomados de dichos vulgares, los más dellos nacidos y criados entre viejas, tras del fuego hilando sus ruecas; y los griegos y latinos, como sabéis, son nacidos entre personas dotas y están celebrados en libros de mucha dotrina. Pero, para considerar la propiedad de la lengua castellana, lo mejor que los refranes tienen es ser nacidos en el vulgo (18).

Por la misma época, la monumental Silva de varia lección de Pero Mexía (cuya primera edición es de 1540) incluía (en la parte I:23) preciosos comentarios acerca de la leyenda del célebre “pece Nicolao”, un joven humano del que se contaba que nadaba y vivía como un pez en el mar. Tras hacer constar que la leyenda era de dominio público y tenía un gran arraigo oral gracias a la voz de los “viejos”, Mexía admitía que le había otorgado crecibilidad cuando la vio avalada por historias similares relatadas por diversos escritores clásicos:

Desde que me sé acordar, siempre oy contar a viejos no sé qué cuentos y consejas de un pece Nicolao, que era hombre y andava en la mar; y dél dezían otras cosas muchas en este propósito. Lo qual siempre lo juzgué por mentira y fábula, como otras muchas que assí se cuentan; hasta que después, leyendo muchos libros, hallé por ellos muchas cosas maravillosas escritas, que, si yo los oyera a hombres de poca autoridad, las tuviera por vanidad y mentira. Y, en el caso presente, he creydo que esta fábula que dizen del pece Nicolao trae [su] origen y se levantó de lo que escriven dos hombres de mucha doctrina y verdad: el uno es Joviano Pontano, varón doctíssimo en letras de humanidad y singular poeta y orador, según sus libros lo testifican; y el otro, Alexandro de Alexandro, excelente jurisconsulto y muy docto también en humanas letras, el qual hizo un libro, llamado Dias geniales, que contiene muy grandes antigüedades, donde dize lo que diré... (19).

Muchas más referencias -a veces positivas, a veces peyorativas y otras veces sumamente neutras- a cuentos de viejos y de viejas pueden ser localizadas en las fuentes literarias de los Siglos de Oro españoles. Entre las obras que, en apretado elenco, ha identificado el maestro Maxime Chevalier (20), figuran el Arte de hablar de Luis Vives, que evoca “las patrañas que cuentan las viejas a los niños”(21); el Tesoro de Covarrubias, que se refiere a “las patrañas de las viejas”(22); El coloquio de los perros cervantino, que también hace alusión a “los cuentos de viejas”(23); el Vocabulario de refranes y frases proverbiales del maestro Gonzalo Correas, donde se hace repetida alusión a “kuentos de viexas”, “rrefranes de viexas” o “konsexas de viexas” ; y la Agudeza y Arte de ingenio de Baltasar Gracián, donde se habla de los “cuentos que van heredando los niños de las viejas”(25).

La muy bien atestiguada y notabilísima continuidad en el tiempo (desde la antigüedad) y dispersión en el espacio (desde el mundo mediterráneo hasta el extremo-oriental) de los conceptos de cuentos de viejos o de viejas, y la simétrica polaridad, negativa o positiva, de sentidos a los que a lo largo de los siglos se han asociado, demuestran que estamos ante una especie de subgénero literario de características uniformes y perfil compacto, que ha gozado y sigue gozando, hasta hoy, de una vida tradicional muy arraigada y de una identidad fuerte y profunda. Así ha sido reconocido por los transmisores de literatura oral y por los creadores literarios de todas las épocas, que han visto en los cuentos narrados por las personas mayores un tipo de repertorio fácilmente aislable y reconocible, una especie de pequeño género que forma parte de las señas de identidad propias de cada comunidad y de cada uno de ellos, independientemente de que lo hayan considerado como una fuente de inspiración prestigiosa o como un modelo estilístico rechazable.

A los teóricos y críticos de la literatura toca ahora seguir reuniendo todos los datos y ejemplos que sea posible con el fin de obtener una descripción cronológica y geográficamente representativa de su evolución, y de reivindicar los cuentos de viejos y de viejas como un auténtico subgénero de la literatura oral, digno, por encima de las actitudes encontradas y de las ópticas polémicas con que hayan sido vistos, de los mayores interés y atención.

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NOTAS

(1) Esquilo, Las Euménides, en Tragedias, ed. B. Perea Morales (Madrid: Gredos, reed. 2000) pp. 223-268, p. 261.

(2) Esquilo, Las Coéforas, en Tragedias, ed. B. Perea Morales (Madrid: Gredos, reed. 2000) pp. 173-221, p. 184.

(3) Esquilo, Las Coéforas p. 189.

(4) Ovidio, Metamorfosis, ed. C. Álvarez y R. Mª Iglesias (Madrid: Cátedra, 2001) p. 499, VIII:719-724.

(5) Gan Bao, Cuentos extraordinarios de la China medieval. Antología del "Soushenji", eds. Y. Ning y G. García-Noblejas (Madrid: Lengua de Trapo, 2000) pp. XXIII-XXIV.

(6) Edda Mayor: Poesía nórdica, siglos IX-XIII, ed. L. Lerate (Madrid: Alianza, 1986) p. 227.

(7) Edda Mayor p. 186.

(8) Edda Mayor p. 199.

(9) Saga de los volsungos, trad. J. E. Díaz Vera (Madrid: Gredos, 1998) p. 66.

(10) Véase el prólogo a Snorri Stúrluson, Edda Menor, ed. L. Lerate (Madrid: Alianza, 1984) p. 13.

(11) Snorri Stúrluson, Edda Menor, ed. L. Lerate (Madrid: Alianza, 1984) p. 106.

(12) Elias Lönnrot, El Kalevala (Madrid: Alianza, 1998) I:21-31.

(13) Lönnrot, El Kalevala I:37-40.

(14) Geoffrey Chaucer, Los cuentos de Canterbury, ed. P. Guardia (Barcelona: Bosch, 1978) p. 695.

(15) Christopher Marlowe, La trágica historia de la vida y muerte del doctor Fausto, ed. J. César Santoyo y J. M. Santamaría (Madrid: Cátedra, 2001) p. 81.

(16) William Shakespeare, El rey Lear, ed. M. Á. Conejero Dionís-Bayer (Madrid: Cátedra, 2000) p. 250.

(17) Véase al respecto Íñigo López de Mendoza, Marqués de Santillana, Refranes que dizen las viejas tras el fuego, ed. H. O. Bizzarri (Kassel: Reichenberger, 1995).

(18) Juan de Valdés, Diálogo de la lengua, ed. A. Quilis Morales (Barcelona: Plaza & Janés, 1984) p. 83.

(19) Mexía, Silva de varia lección, ed. A. Castro, 2 vols. (Madrid: Cátedra, 1989) I, pp. 369-370.

(20) En Chevalier, "Conte, proverbe, romance: trois formes traditionelles en question au Siècle d'Or", Bulletin Hispanique 95 (1993) pp. 237-264, p. 243.

(21) Vives, Arte de hablar III:5, en Vives, Obras completas (Madrid: Aguilar, 1948) II, p. 790.

(22) Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana (Madrid: Turner, 1979) p. 994.

(23) Cervantes, El coloquio de los perros, en Novelas ejemplares, ed. J. B. Avalle-Arce (Madrid: Castalia, reed. 1992) p. 304.

(24) Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. L. Combet (Burdeos: Universidad, 1967) pp. 671 y 710.

(25) Gracián, Agudeza y arte de ingenio, ed. E. Correa Calderón (Madrid: Castalia, 1969) p. 200



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