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El vino, motor de emociones. Sal de la tierra, la uva y el sol, la transformación casi ritual dirigida a la creación de ese líquido maravilloso y terrible a la vez. El buen vino es un placer de dioses, que transforma a la persona, la eleva a hermosas montañas lúdicas. Desde Baco a Jesús de Galilea el vino está presente en todas las épocas, en todos los países. Es, igualmente, signo de identidad de regiones, comarcas o pueblos. Forma parte de la historia y el folklore, acompaña grandes sucesos políticos, sociales, artísticos. Protagonista de las artes plásticas, en el cine, en la televisión. ¿Qué tiene este licor de los dioses para ocupar el mundo, para transformarlo para bien o para mal? Está presente en los acontecimientos personales y colectivos, nacimientos, bodas, funerales. Alegría y tristeza. Se adora al vino, se le canta, se le reprime cuando se abusa de él, se le prohibe también, la famosa “ley seca” en U.S.A. creó una mitología. Es, también, un signo del desastre, los “hooligans” ingleses y sus borracheras en las ciudades del mundo. Puede transformar al hombre en una bestia cuando se abusa de él. El vino requiere una cultura que no siempre se aprende.
Joaquín Díaz y unos cuantos especialistas hablaron sobre el vino en unas recientes jornadas en Viana de Cega, desde lo antropológico, lo cultural, lo técnico. Añadamos un granito de arena. El vino se introduce también en los templos de la cultura, y en la ópera, que no deja de recoger escenas que pasan de lo culto a lo popular. Unos pocos ejemplos bastarán.
Los brindis. Muy famosos, incluso fuera de su contexto y muy diversos en su significación. Desde las penas de amor de Jorge en “Marina” al lúdico comienzo de una fiesta que se da también en una historia de amor y muerte en “La Traviata”, pasando por la confraternización de taberna de “Cavalleria rusticana”, que marca la trágica premonición del destino de Turiddu, o el siniestro “Beba con me” de Yago, en la ópera de Verdi, “Otelo”, que es el punto de partida de la red que causará la destrucción del moro. Es lástima que los libretistas no nos hayan concretado las características del vino que se bebe en cada una de estas obras. Vino catalán en la primera, del Penedés, por ejemplo, el de Chipre es conocido y reputado y en Sicilia pensamos en un vino fuerte y un poco tosco. Champaña en “la Traviata”, claro está. La geografía es fundamental, Cataluña en un puerto de mar, París, Sicilia y Chipre. El beber resulta obligado cuando los personajes se encuentran en situaciones en las que el colectivo tiene fundamental importancia.
En “Marina” el contraste. Jorge está muy triste porque, aparentemente, Marina no le ama y ,por eso, en sus coplas dice que “el vino hará olvidar las penas del amor”. El coro, en cambio, está alegre y disfruta. Roque, el contramaestre, escéptico, responde a Jorge desde la propia entidad del vino, completamente independiente de la melancolía de su compañero. “Si Dios hubiera hecho de vino el mar, yo me volviera pato para nadar”. Sirve entonces la celestial bebida para intentar olvidar, para disfrutar y, también, para esa unión colectiva que no tiene otro fundamento que el placer que surge cuando la frialdad de todos los días se convierte en calorcillo optimista y lúdico. Afortunadamente en la ópera de Arrieta todo se arreglará al final y Jorge se casará con su Marina. El brindis queda como uno de los fragmentos que sobrepasan la propia entidad de la obra y se incorpora a la tradición independientemente de su origen.
En la ópera de Verdi también existe alegría “Gocemos, la copa y el canto embellecen la noche y la sonrisa, que el licor amigo ahuyente las penas secretas”, “Bebamos en las chispeantes copas que la belleza engalana, gustemos las dulces sensaciones que el amor despierta, libemos el amor que en las copas hallará más cálidos besos”. Una fiesta en la casa de Violeta, cortesana de lujo, en la que se encuentran nobles y burgueses. La aparición de Alfredo va a cambiar las cosas, pero en principio se encuentra también subyugado por esa alegría ficticia que surge de la fiesta. El brindis es un desafío a la vida y, al tiempo, el comienzo de una historia de amor que terminará en tragedia. Este brindis se ha hecho igualmente famoso, utilizándose incluso en ceremonias o conciertos para cerrar la velada, como una especie de canto universal y fraterno, completamente independiente, por otra parte, de la lógica dramatúrgica, que en la “Traviata” funciona como un reloj, como lo probaron Luchino Visconti y María Callas en la famosa producción que cambió el rumbo de la ópera en Europa.
Tercer brindis, éste de carácter rústico. Nos encontramos en Sicilia. Una historia de adulterio y de celos. El brindis, que recoge a los hombres, mientras las mujeres están en sus hogares, es también de complicidad, ruda relación entre estos campesinos en día de fiesta. El canto es viril, fuerte, a un “vino espumeante que en los vasos burbujea y que como la risa del amante nos infunde alegría”. El canto de Turiddu es recogido luego por el coro “ Viva el vino que es sincero y que ahoga el negro humor”. La bebida, aquí, sirve de contrapunto a la tristeza, a la afirmación de una recia virilidad, que, en el fondo, encubre grandes dosis de debilidad. A continuación de esta escena lúdica vendrá el choque entre Turiddu y Alfio y el anuncio del duelo a muerte que tendrá lugar poco más tarde. La alegría se ha quebrado y los vecinos del pueblo asistirán a esa escena de muerte, no sin que, antes, nuestro héroe se refugie en su “mamma” y pida que cuide de la mujer que abandonó. Un brindis como preludio a la muerte, que ocurrirá fuera de escena pero que será comunicada y gritada en ella.
Por último, “Otello”, una obra maestra del teatro lírico de todos los tiempos, en la que Arrigo Boito y Verdi superarán, o por lo menos igualarán, el drama de Shakespeare, concentrándolo en cuatro actos de duración limitada e intensa. Yago entonará su brindis, que la música hace siniestro y maléfico. Se celebra una victoria pero la finalidad del mismo es emborrachar a Casio, que no soporta el vino, y empezar la demolición del moro y de su esposa. En dos o tres momentos progresivos, Yago revolotea al lado de su víctima incitándole a beber, desde el pretendido homenaje a quien quiere destruir. El pueblo, que aparecerá muy poco en escena posteriormente, bebe con Yago, que consigue sus propósitos, ya que Casio, provocado posteriormente y en las nubes del alcohol, incumplirá sus deberes y provocará su destitución. Yago tiene el camino abierto para avivar los celos de Otello y cumplimentar su venganza. El vino tiene aquí un papel negativo como droga capaz de limitar la voluntad y convertir a un hombre racional en una especie de despojo propicio a la ira y al descontrol de sus formas de comportamiento.
Pero no sólo aparece el vino en la ópera en ocasión de brindis colectivos. También surge el líquido elemento como signo esencial de la dramaturgia de óperas muy conocidas, que han pasado incluso al acervo popular, y en forma muy diversa, como vamos a hacer constar. Tomaremos también cuatro ejemplos. El primero, en la obra maestra de Mozart, “ Don Giovanni”. El burlador invita a cenar a la estatua del comendador y le guarda un sitio en su mesa, pero no le espera. Comienza su comida, y, a juzgar de lo que dice su criado Leporello, de forma harto glotona y desmesurada. En un momento determinado canta al placer y une la mujer al vino “ Vivan las mujeres, viva el buen vino, soporte y gloria de la humanidad”. Una declaración en tono heroico que preceda a la llegada de Doña Elvira y ,sobre todo, de la fantasmática estatua del comendador. Don Giovanni es valeroso y mantiene su invitación. Por cierto, conocemos la denominación del vino, calificado “ como excelente marzimino”, que suponemos será de marca y de gran calidad. Nuestro héroe, o nuestro villano, se mantendrá en sus trece y se irá al infierno. Su orgullo no le permite el perdón, y en este caso no existe una Doña Inés que le salve, como en la obra de José Zorrilla, aunque Doña Elvira le siga amando, con una carnalidad ausente en la hermosa novicia.
En “Tosca”, la famosa ópera de Puccini, el vino adquiere una tonalidad siniestra. Nos encontramos en el segundo acto cuando el malvado barón Scarpia prepara su conquista de la cantante. Intentará utilizar el chantaje, prometiéndole la vida de su amante Mario, al que detendrá acusándole de conspiración contra la república. Está comiendo solo y escanciándose copa, tras copa, de vino. En un momento determinado se exalta y pronuncia estas cínicas frases, “Quiero gozar de divinas bellezas, de vinos diversos, voy a gustar cuanto más pueda de la gloria divina”. Bebe la copa y espera. Después, a medida que la red se cierra, y ya en el umbral de obtener sus lascivos propósitos, se queda solo con Tosca; con falsa obsequiosidad le ofrece una copa “hablemos, un sorbo, ........ es vino de España”. La cantante no acepta y de forma violenta le increpa y le pide el precio de la libertad de Mario. “Una bella mujer no se vende a precio de moneda”. La confrontación es muy fuerte, pero ella termina cediendo. Una doble trampa. El barón no perdonará a Mario y ordenará su ejecución, Tosca no se entregará a él y le acuchillará en el momento en que se apresta a tomarla. Cuando abandona la escena, la botella y las copas de vino quedan como testigos de lo ocurrido, mientras baja lentamente el telón.
Verdi nos da también una mirada profunda sobre el vino en su última obra “Falstaff”. Ya Shakespeare había pintado a Sir John como un bebedor impenitente, aficionado al borgoña, del que trasegaba botella tras botella. En la ópera, conclusión de una brillantísima carrera, Sir John está a a punto de ser burlado por las alegres comadres de Windsor. Reflexionando sobre sí mismo, sobre su vida, bebe este vino templado, este vino dulce, en la única escena en la que se expresa en solitario. Una música burbujeante y milagrosa sigue la cantilena de este ilustre borracho “El buen vino espanta las negras tempestades de la melancolía. Agudiza la mente y abre los ojos. Sube al cerebro y despierta allí los gorjeos del ingenio, saltan las chispas al fin que existen en el bebedor que está achispado. Calienta el vino el cuerpo en cada fibra, y de trinos el aire culebrea y subvierte este mundo en una sutil locura, que corre y serpentea, y que en su temblor hace vibrar toda la tierra”. Para Falstaff el beber supone recuperar su maltrecha dignidad, aunque sea a costa de caer en un estado lamentable desde el punto de vista físico. La música, en este punto, refleja la melancolía del que contempla el mundo con escepticismo, y más aún su propio fracaso. En la ópera verdiana no se recoge, lo que sí se hacía en la película de Orson Welles “Campanadas a media noche”, el rechazo del rey Enrique V, que había sido compañero de juergas del orondo caballero. La crueldad del antiguo amigo toca definitivamente a Sir John y le precipita en la muerte, tampoco expresada en escena sino contada por otro personaje.
Este “Falstaff” jubiloso, que supone la despedida del teatro de un genial anciano de 83 años, finaliza con una fuga, que parece derivarse de este monólogo, en la que se manifiesta que “todo en el mundo es burla”. Sir John, el “panzone”, como se le denomina en Italia, el caballero casi alcoholizado, amigo de juergas y de mujeres, es ya un personaje emblemático del folklore y del mito universal, en compañía de este vino que le identifica.
Por último, y sin agotar el tema, que requeriría un estudio pormenorizado, nos referiremos a Ricardo Wagner. En “Tanhauser”, la escena famosa del Venusberg habla del placer, del vino, de la mujer, que serán contrapuestos a la virginidad exangüe de Isabel. En “Tristán e Isolda”, el filtro de amor suponemos que será bebido en una copa de vino, y más aún en “Parsifal”, en la escena excepcional que cierra el acto primero, la consagración del grial, es el vino transformado en la sangre de Cristo del que beben los caballeros que acompañan al sufriente Amfortas, cuya herida abierta sólo sanará con el contacto de la lanza de Parsifal. En lo material y en lo espiritual, el vino procedente de la naturaleza, de la tierra y de la técnica del hombre, la uva transformada polariza todos los signos, y los grandes músicos lo han inmortalizado igualmente en óperas magistrales que pasan también al contexto global de la cultura.
Basten estas notas, los ejemplos podrían multiplicarse, para añadir a esas jornadas extraordinarias de exaltación del vino celebradas en Viana de Cega. Repetimos la ambivalencia de este licor de los dioses, del que no hay que abusar, que hace olvidar las penas y también penetrar en los delirios de la locura. El vino, obra de la naturaleza y del hombre, existente en todos los países y en todas las épocas. Saber beberlo y disfrutarlo es igualmente una cuestión de cultura