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Revista de Folklore número

028



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El RITO DE LA ACEITUNA

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 1983 en la Revista de Folklore número 28 - sumario >



Al norte de Extremadura, faldeando montes o salpicando la penillanura, se levanta un mundo de olivos que es parte consustancial, desde hace siglos, del paisaje y de hombre que habita en ese terruño. Constituyó el olivo -y aún hoy lo es en muchos núcleos- el factor primordial de las menguadas economías rurales. En los canchos graníticos de la Serranía de Gata, por las tierras pardas del antiguo señorío de Granadilla y en el laberinto de montañas jurdanas, el olivo fue casi sacralizado y se rodeó de todo un ritual, fiel reflejo del vínculo humano con el elemento agrario.

"EN MARZU LA BOCHA JARÁS y LA ESTACA PLANTARÁS"

El adagio popular es bien claro al respecto.
Cuando llegue marzo, serán los días propicios para sembrar toda clase de árboles y arbustos, excepción hecha de higueras y parras, que se plantarán en noviembre. Se, preparan las "bochas" u hoyos, donde se colocarán las "toconas" (plantones). Luego, el año agrícola irá marcando los pasos de las distintas labores que hay que realizar para que el olivo se estire en ramas y tronco. Febrero traerá consigo la "rompeúra" del árbol, que viene a ser la primera labor de arada. Al asomar mayo, dará comienzo la bina o segunda labor de ara. Son muchos los campesinos que en este mes proceden "a cerral los olivus", echando tierra en la parte, baja del tronco con el azadón, a fin de, que las raíces queden a resguardo de los calores del estío. Apenas agosto aparece en el calendario, el labriego cogerá el "puón" (podadera) o la "picocha" (instrumento formado por palo largo que lleva en su extremo al modo de una pequeña hoz y empieza el "vardasqueu", eliminando la infinitud de tallos ("vardascas") y otras ramas del olivo.
El otoño matará los bochornos del verano y hará que la aceituna se vaya vistiendo de luto bajo .las heladas novembrinasY y será ahora, cuando ya agonice el otoño, el momento del rito; un rito que se extenderá hasta que el fruto del árbol se haya convertido en lo que.el bachiller de Trevejo llamaba "oro líquido".

APARECE "LA CHICHARRONA"

Por uno de estos pueblos del norte cacereño, a caballo entre la sierra y la llanura, lanzan al aire la copla:
"Ya llegó la Chicharrona
y la licencia mos vinu
pa encomenzal la matanza
y vareal los olivos."

Curioso, extraño y raro. Pero nuestros olivareros dan el nombre de "La Chicharrona" a la Purísima Concepción, festividad que se celebra el 8 de diciembre. Ella es la encargada de traer la licencia, de ofrecer el permiso necesario para que el campesino pueda varear la aceituna. Y si acaso llegaras a preguntar el porqué del rito, la respuesta es unánime: "Hasta el día de la Chicharrona manda la zurriaga de San Andrés, que es la que mata las moscas y trai el airi y el fríu". Sorprendente mezcolanza de símbolos que a buen seguro, se remontan a oscuras épocas, a tiempos en que el hombre del campo se guiaba por cómputos o calendarios donde los mitos y los dioses celestes se confabulaban con la observación directa de la Naturaleza.

Desde la Pura a San Blas, el olivar es un continuo hervidero. Las mañanas son frías, heridas por gélidas escarchas. Crepita la hoguera en cualquier rincón de la heredad y el "marru" pasa de mano en mano. Es el "marru" un canto rodado, de superficie lisa, que se calienta entre las llamas y con el que los vareadores y cogedoras se frotan las manos, para matar el relente del carambano.
"Venga el marru,
que pasi calentitu
de manu en manu.
Venga el marru..."

Cuando el sol espanta a la helada, el trabajo se torna más vivo y las tonadas marcan el compás de la faena. Entre los altísimos olivos de Las Jurdes, que se aúpan buscando el sol que le niega la montaña, la copla tiene un sonido arcaico, ceremonioso:

"A cogel acetunas
hemus lIegadu.
Están brancas del yelu,
duelin las manus.

Olivitu, olivera.
Acetuna maúra,
¡quién te cogiera!
Un costal de acetunas Ilevu cogiu; ya me duelin las manus de tantu friu.
Olivitu, olivera.
Acetuna maúra,
iquién te cogiera!"

Por cada vareador van tres cogedoras. El vareador siempre es hombre, y la cogedora, hembra. El de la vara atiza con fuerza las ramas del árbol y apenas deja descansar los brazos.No puede descansar, porque si las cogedoras le toman la delantera, ya sabe lo que le espera. Llegarán aquéllas y, quieras que no quieras, le bajarán los calzones. Por ello, la gente que te cuenta el antiguo ritual de la aceituna matiza, con estas palabras, la conversación: "Ansí que el probi vareaol acababa rendiítu, porque se daba unas tupas de vareal...".No es tan sólo simple mojiganga esta parte del rito, sino algo más. A través de ella, se, entrevé el afán de la mujer por herir el orgullo viril del hombre. Tiene que demostrar éste su mayor resistencia física; de lo contrario, quedará avergonzado y en ridículo cuando le bajen los pantalones, teniendo que soportar las risas de la concurrencia, no muy convencida de su virilidad.

La comida, junto al tronco musgoso de cualquier olivo, es el único obligado descanso de la agotadora jornada laboral. No falta nunca el típico plato de estas fechas: "el mojetéu", al modo de ensalada con "tomatis de cuerga", "aceitunas jarracás", pescadilla en escabeche, aceite, vinagre y sal. También, antes del "mojetéu", se departía el "jarinatu", especie. de morcilla hecha con gorduras del cerdo y miga de pan.

Por febrero, a medida que los olivos se descargan del fruto, comienza el ramoneo. Se cortan diversas ramas del árbol con la "sigureja" (hacha), y con ellas "se jadin argunas cargas, pa Ileválsilas al ganaitu". Cabras y vacas son las que devoran con fruición este alimento, demasiado jugoso para ellas en una temporada en que aún la hierba no está crecida.

"EL TORU"

Otro refrán de estas tierras dice que "Eneru trai el aceiti al maderu". Y así es en efecto, pues ya en este mes está la aceituna suficientemente negra, dispuesta para ser molturada en los lagares. La gente pone. redoblados esfuerzos en las faenas, no sólo porque los tordos y zorzales vengan como plaga al olivar, sino porque las fiestas del ciclo invernal asoman sus mascaradas a la vuelta de la esquina. San Sebastián, Las Candelas, San Blas...son conmemoraciones solemnes y patronales de no pocos pueblos de la zona. Son festejos que rezuman unas connotaciones etnográficas de orígenes remotos, donde el ritual pagano de antiguos pueblos agrícolas y pastoriles no pudo ser acallado por el cristianismo. Hombres y mujeres se vuelcan en alma y cuerpo durante estas efemérides. Día y noche la zambra, el bullicio y la algazara se enseñorean de las plazuelas y callejas de las viejas aldeas del norte cacereño. Por ello es preciso que la aceituna esté cogida antes de tales días. Durante la fiesta hay que romper amarras y estar libre de la servidumbre que conllevan las faenas campesinas.

Apenas si quedan ya olivos por varear. Las cogedoras aligeran el paso. El vareador pega con frenesí en la copa del olivo. Las cestas se vacían con rapidez en los costales. De, pronto alguien grita: "¡Ya, ya las acabamus!". "¡EI toru, el toru...!", Era ésta la señal indicada para que vareadores y cogedoras mugieran y se embistieran, imitando las luchas entre toros o vacas cerriles. Llamaban a esto "jadel el toru", y, si seguimos a Frazer ("La rama dorada". Méjico, 1979), podríamos hasta ver aquí lo que él llamó "encarnación animal del espíritu de la cosecha". Posiblemente, el toro fue, en nuestro caso, la encarnación del espíritu de los olivos. Ello podría explicarse partiendo del hecho de que para el hombre primitivo la aparición de un animal o ave entre su cosecha supondría, con toda seguridad, el establecimiento de un misterioso vínculo entre animal y cosecha. Esta identificación nacería, como es lógico, en tiempos antiguos, cuando los campos carecían de linderos, y cualquier clase de animales vagaba con cierta libertad por ellos. También en este rito del toro parece que se intente, perseguir o buscar el espíritu del olivar, que está como refugiado en el último olivo que queda por coger; de aquí que las voces de "¡EI toru, el toru!", surjan cuando las cogedoras están apañando las últimas aceitunas. Esto podría ser igualmente comprensible, a la luz de que los cambios mágicos de forma son perfectamente creíbles para la mentalidad primitiva. El hombre primitivo espera que el espíritu del olivar aparezca o huya en la forma animal primigenia.

Tampoco andaría desacertado Mircea Eliade ("Tratado de historia de las religiones". Madrid, 1981) cuando piensa que el espíritu de la cosecha, encarnado en animales con gran fuerza genésica, responde al afán del campesinado por atraer la energía fertilizadora de tales animales hacia sus campos. Quizás sea el toro aquí en Extremadura, más que en otras partes, el animal por excelencia que representa los poderes fecundadores. Aún quedan muchos vestigios relacionados con un antiguo culto al toro, especialmente en ciertas costumbres nupciales.

O sea, que el llamar a gritos al toro, el imitar sus mugidos y sus embestidas, puede estar en consonancia con la imperiosa necesidad que tiene el olivarero de que sus tierras sigan siendo continuamente fructíferas. Y ya que el toro no está presente en carne y hueso en el olivar, se lleva a cabo un ritual de magia homeopática (lo semejante atrae a lo semejante). Lo que se busca es que, de alguna forma, el animal libere su poder fertilizador y lo derrame por los campos.

Más podríamos profundizar sobre este asunto, y así llegaríamos, si nos lo propusiéramos, a buscar un posible origen de este rito en los sacrificios séticos, realizados en el próximo Oriente para vengar el asesinato de Osiris, perpetrado por Set. No obstante, quedémonos por ahora con lo expuesto, a fin de no buscar complejidades donde tal vez no las haya.

No sería muy descaminado tampoco el afirmar -y nos basamos en multitud de paralelismos europeos- que, antiguamente, se sacrificara un toro al terminar la campaña de la aceituna. Si el espíritu de la cosecha está encarnado en un toro, natural es que al morir la cosecha, muera también el espíritu que la representa. En este festín del toro sacrificado participarían sacramentalmente todos los aceituneros. Aún permanece, como vestigio de este posible rito, en algunos pueblos, la práctica de comer, el último día de la recolección, un plato de aceitunas aderezadas, que suelen ser las más negras y de menor tamaño de la campaña anterior, ya las que se les llama con el sugestivo nombre de "torinus". Se puede deducir de aquí que estos "torinus" son el sucedáneo de la verdadera carne del ser divino, del auténtico espíritu del olivar, es decir, del toro.

"LA ENRAMÁ"

Se han acabado de recoger los últimos frutos. Apenas las sombras de la noche se ciernen sobre los tejados grises o arcillosos de las aldeas, comienza una nueva ceremonia. Se va a dar paso a "La Enramá". Cogedoras y vareadores acuden a casa de sus amos. Los cánticos no cesan a medida que van entrando por las estrechas callejuelas:

"Venimus los vareaoris
de vareal acetunas.
iViva la nuestra ama,
que paga cumu nenguna!

Señora ama,
venga la Enramá,
que estamus mu jartus
de tantu asperal.

Venimus las cogeoras
rendiitas de agachalmus.
iA vel si la nuestra ama
se porta comu otrus añus!

Señora ama. ..

Salgan los nuestrus amus
a ofrecelmus la Enramá,
que hogañu las acetunas
no cogin en el lagal.

Señora ama..."

Y "La Enramá" llega; no puede faltar. Es el convite de despedida. Todo el mundo se reúne en derredor de las buenas cazuelas de patatas con costillas o con bacalao y de los platos atiborrados de chorizo y tocino fritos. Después vendrán los "gruñuelos" (buñuelos) y el vino de la "pitarra" (de cosecha). El baile, muchas veces al son de una simple botella o de una sartén percutida con una llave, cerraba el festejo, que solía alargarse hasta las primeras luces del alba.

Sin lugar a dudas que el nombre de "La Enramá" debe responder a determinados vestigios de dendolatría, tan abundantes no sólo en esta zona, sino en la mayor parte de nuestra Península. Prácticamente el antiguo ritual del culto al árbol ha quedado atenuado, reducido a meros simbolismos en la zona que estudiamos. Cuentan los más ancianos que, al terminar la recolección de las aceitunas, marchaban cogedoras y vareadores en procesión hacia la casa de sus amos, llevando, como estandarte, un ramo de olivo. Era, asimismo, costumbre la noche de "La Enramá" que los mozos colocasen ramas o guirnaldas de flores en las puertas y ventanas de sus novias o de aquellas a las que pretendían. Aún se oye., de vez en vez, entonar al tamborilero la siguiente copla:

"La nochi de la Enramá
pusi un ramu en tu ventana
de rosas y de cravelis;
y ahora que vengu cumpriu,
te lu pongu de laurelis."

Donde aún se conserva con vasta pureza esta tradición es en el pueblo de Pinofranqueado, perteneciente a la comarca de Las Jurdes. Aquí el ritual, hoy trasladado al domingo siguiente a San Bartolomé (24 de agosto), va acompañado de otras manifestaciones etnográficas que, posiblemente, proceden de un culto primitivo consistente en patentizar el matrimonio de las divinidades o números de la vegetación. Así, el día citado, los mozos lucen en sus chaquetas unas "enramás" preciosas, hechas con las mejores flores que su compañera cortó el día anterior.

* * *

EL LAGAR

Durante unos días las aceitunas permanecen en los "chiquerus" o "cortijus". Vienen a ser éstos unas simples construcciones cuadrangulares, casi siempre de pizarra, sin techar, que varían de tamaño según la mayor o menor cantidad de aceitunas de sus dueños. Pero raro es el "chiqueru" que sobrepasa los nueve metros cuadrados, siendo la altura de todos ellos parecida, entre el metro treinta y sesenta. Están adosados unos a otros, situados en una gran cerca que posee el lagar. La mayor parte lleva grabado el nombre del dueño, el cual se ha señalado sobre el barro o la cal con un simple punzón. En algunas prensas o lagares, Como el llamado "De Vicario", en Santibáñez el Bajo, los dueños han personalizado a los "chiquerus", creando un vínculo cuasi humano entre la construcción de piedra y la persona. Así, aparecen rótulos como: "soy de Guillermo Montero", "soy de Benjamín Amador", "soy de Juan Blanco"...Como se ve, esto también entraña un acusado sentido de la propiedad.

En la comarca cacereña de Las Jurdes, donde el analfabetismo alcanzó cotas elevadísimas, no son muchos los "cortijus" que aparecen con el nombre de los dueños. En cambio se observan numerosas lajas de pizarras marcadas con pequeños trazos, lo cual responde al número de sacos vaciados en los "chiquerus".

Las prensas o lagares, que así son denominados -depende de las zonas- los molinos de aceite, son construcciones que fueron levantadas por algún hacendado del pueblo, o por alguna agrupación de familias, como es el caso del "Lagal de los Caletríus", que. fue construido por diversos vecinos a los que. les unía el apellido "Caletrío". Incluso existen prensas que pertenecieron a las iglesias parroquiales, como la citada anteriormente de "Vicario". Estos son de épocas pretéritas, cuando las parroquias poseían abundante hacienda de tierras y ganados. De todas formas, no parecen remontarse los lagares más allá del siglo XVIII o finales del XVII, a tenor de lo que se observa en los archivos y por las fechas que aparecen en los dinteles de sus entradas.

Con plena seguridad que el método empleado, al menos en gran parte de la provincia cacereña, para moler la aceituna en tiempos anteriores al siglo XVII, debía de guardar gran paralelismo con el que se ha practicado en Las Jurdes hasta hace poco. Para ello se introducían las aceitunas en sacos de lana, y éstos eran colocados en un "batán" (aplícase el nombre de "batán" aun tronco ahuecado, generalmente de castaño). En el "batán" se echaba agua cociendo. Una o varias personas se agarraban fuertemente de una soga colgada del techo y, con los pies descalzos, pisaban durante horas las aceitunas del saco. La consecuencia de esta faena es lógica: pies escaldados y llenos de ampollas. Una vez bien pisada, se recogía todo el mejunje y se vaciaba en una caldera. El agua quedaba abajo y el aceite subía a la superficie, siendo recogido éste con un puchero. Este método, tosco y rudimentario, daba escasos rendimientos, pues el aceite recogido, como suelen decir por estos pagos, era "pi minus erri" (poco y con mucha acidez).

Formaban parte, del lagar dos tipos de personas jurídicas. Por un lado, los llamados "amus", que son el conjunto de vecinos que tienen "parti" en él; es decir, aquellos que mandan y disponen sobre todos los asuntos relacionados con el buen funcionamiento de la prensa y que reciben los beneficios que genera ésta. El status de "amu" se adquiere, normalmente, por herencia. Un padre, al testar, puede dejar dividida su "parti" entre sus hijos. Así, su "parti", que es equivalente a un cántaro de aceite, puede ser reducida a medio cántaro, a una cuartilla, a media cuartilla, a un cuartillo, o a medio cuartillo.

Antes de proseguir, vamos a hacer un paréntesis para que quede clarificado este sistema de medidas que hemos expuesto:

-1 cántaro equivale a 4 cuartillas (16 litros aproximadamente).
-1/2 cántaro equivale a 2 cuartillas.
-1 cuartilla equivale a 4 cuartillos.
-1/2 cuartilla equivale a 2 cuartillos.
-1 cuartillo equivale a 1/2 litro aproximadamente.
-1/2 cuartillo equivale a 1/4 litro aproximadamente.

Por lo tanto, los "amus" estaban clasificados por "partis", recibiendo el beneficio correspondiente de acuerdo con tales "partis". Todos los "amus", sin excepción alguna, poseen su "chiqueru" o "cortiju", que es fijo y propio y que tiene, además, nombre y apellidos grabados.

Por otro lado, se encuentran los "vecerus", que son los más numerosos. Estos se han de conformar con los "chiquerus" más inferiores, que, de hecho, no les pertenecen, pues son de propiedad del lagar; además, estos "chiquerus" no son fijos ni están nominados, por lo que cada "veceru" descarga sus aceitunas en el primero que encuentra vacío. El "veceru" es aquél que deshace la aceituna en la prensa, pagando, por ello, una cantidad estipulada, casi siempre en aceite.

LA MOLIENDA

Normalmente, nada más pasar San Blas (3 de febrero), comienza el molino aceitero a deshacer el fruto. Por esta época ya suelen estar los arroyos saturados de agua, y ésta genera suficiente fuerza para mover la gran rueda -"rueona"- de cangilones. Pero hubo años en que San Blas pasaba y las lluvias aún no habían asomado. En tal caso, y después de aguardar un tiempo, había que echar mano de otro sistema molendero. Para ello, en cada lagar existe un apartado donde, en caso de sequía, las caballerías son las encargadas de moler la aceituna. Burros o caballos son enganchados a una especie de timón que hace girar a tres o cuatro piedras de molino, las cuales machacarán el fruto.

Los responsables de la molienda son los lagareros. Suelen ser tres: el maestro, cuya tarea estriba en llevar las cuentas del lagar, y dos cogedores, los cuales deben apechar con las faenas más duras. Por encima de los lagareros estaba el encargado, que es uno de los "amus" del lagar, al que le corresponda por turno anual.

Las aceitunas son sacadas por los cogedores de los "chiquerus". Emplean para tal menester un caldero de hierro. Es frecuente que los dueños del "chiqueru" también se introduzcan en él, con el fin de "descuscuñal" (sacar con los dedos o con un palo las aceitunas que han quedado introducidas entre los intersticios de las paredes). Del caldero de hierro pasan a una cesta de mimbre que posee una capacidad estipulada. Colocada la cesta sobre unas parihuelas, el fruto es llevado al "molejón", que viene a ser una colosal piedra granítica en forma de cono truncado y que será la encargada de moler la aceituna. Esta pieza se mueve a través de un rústico sistema que la engarza con la "rueona", que es en sí la que, gracias a la fuerza del agua que cae sobre los cangilones que lleva adosados, origina todo el movimiento de este elemental sistema de molienda.

Para que el agua caiga con suficiente fuerza sobre la "rueona", existen unas "pesqueras" (diques) en los arroyos, donde se almacena agua suficiente, que es canalizada por la llamada "regaera del lagal". Al abrirse una compuerta, el agua se precipita desde lo alto sobre los cangilones y, así, la maquinaria comienza a andar .

Una vez que el fruto está suficientemente molido, se recoge con "calderillas" (cubos de cinc) y se coloca sobre las "capacetas" (capazos), procediéndose al prensado. El método empleado es bastante rústico, pues se reduce a un simple torno de madera, en el que juega un papel primordial el "jusu", que es un recio madero que lleva unas muescas en espiral a lo largo de todo él.

Sobre las "capacetas" se arroja agua hirviendo, a fin de escaldar el aceite. Este agua ha sido calentada previamente en una gran caldera de cobre en el llamado "infiernu" (especie de horno de piedra y barro).

El líquido que procede del prensado va cayendo sobre una tapadera de corcho que se encuentra en el interior de una tinaja. El aceite va quedando en la superficie, y el alpechín en el fondo. Esta tinaja se comunica con otra por medio de una "piquera" (especie de espita). La función de la segunda tinaja es recoger el alpechín, al objeto de que en la primera sólo vaya quedando el aceite.

Casi siempre se acostumbra a recoger alguna botella de aceite virgen, que será empleada en multitud de ritos y como remedio para ciertas enfermedades. Este aceite se obtiene del fruto prensado pero sin escaldar .

Los residuos de la aceituna constituyen los "carozus" (orujo), que son recogidos para alimentar a los cerdos. El alpechín se desprecia y se deja que escurra hacia el arroyo.

LA VIDA EN EL LAGAR

El oficio de lagarero, pese a su fatigoso trabajo, era muy solicitado otras veces. La razón de ello viene motivada porque constituía un jornal fijo y diario a lo largo de varios meses, ya que, de haber mucha cosecha, las faenas de molienda se alargaban hasta mayo. Aparte de esto, este oficio estaba sujeto a mil y una picarescas, pues pocos eran los lagareros que no hacían un buen acopio de aceite para el año. Cuentan sobre este particular un caso que refleja bien a las claras la ilusión por acceder al puesto de lagarero. Ocurrió en uno de los pueblos del norte cacereño. Resulta que a un cierto campesino, llamado Valerio "El Chorro", le habían asignado un puesto de lagarero, por el que había luchado lo indecible. Pero aquel año las lluvias no quisieron venir, y harto ya de esperar, salía todas las mañanas a la puerta de su casa, miraba el cielo azul y prorrumpía en llantos, gritando a su mujer: "-iOtru día güenu, Ginia...! ¡Ay San Blas Benditu, hogañu que pudíamus habel untau el bezu...!". O sea, que el hombre declaraba a gritos que era una lástima que no lloviera, ya que, de lo contrario, se habría llevado un buen pellizco del lagar.

Durante todo el tiempo que durase la molienda, los lagareros debían permanecer, día y noche, en el lagar. Normalmente solían moler unas tres "pisas" diarias (21 cántaros aproximadamente). La comida corría por cuenta de aquél que le tocara deshacer las aceitunas.

Las viandas que se acostumbraba a llevar a los lagareros consistían en lo siguiente: desayuno: higos pasos y aguardiente; almuerzo (llamado comúnmente "las onci"): caldo de patatas, chorizo y tocino fritos; merienda: "la olla", que estaba compuesta por sopas de pan con "hortelana" (hierbabuena), garbanzos y "migajas" (chorizo, tocino y patas de cerdo, cocidos en el puchero de los garbanzos); cena: patatas con bacalao y tajadas de cecina. Los más pudientes ofrecían café por la mañana, y sopas de fideos al mediodía. Últimamente la comida ha sido por cuenta de los lagareros, Llevándoseles únicamente vino.

La pinta de los lagareros, como es de suponer, infundía respeto, sobre todo a la chiquillería, que huía despavorida ante la presencia de ellos. La gente hacía creer a los muchachos que los lagareros eran demonios, y el asunto no era para menos, pues al verlos tan sucios y tan desastrosos, causaban auténtico espanto. Por las tardes, al terminar la escuela, los niños se acercaban con desconfianza a "mojal la tostá".

Traían de sus casas una gran rebanada de pan que la tostaban en el "infiernu" y la untaban con e.l aceite de "las cabezas" (aceite residua.l mezclada con alpechín). Los lagareros, para hacerles rabiar, a veces cogían a alguno y lo llevaban hasta la "rueona", por lo que el susto era tremendo y se quitaban las ganas de volver a "mojal la tostá".

Al terminar de deshacer las aceitunas, se celebraba "el día del ajusti", que era el momento de rendir cuentas. Los "amus" organizaban un gran convite en el lagar, al que asistían ellos, sus mujeres y sus hijos no casados, así como los lagareros. Se preparaba una suculenta "caldereta" o "cuchifriti" de cabrito, consistente en comer primeramente un guiso de los "menudillos" (asaduras) y, luego, una fritanga de carne con bastante picante, laurel y otras hierbas aromáticas. y todo ello regado con más de un cántaro de vino.

El aceite obtenido por las tasas impuestas a los "vecerus", se vendía a los arrieros, destinándose también una cantidad para entregarla a los lagareros, a los que se les abonaba, asimismo, determinada cantidad monetaria. Si sobraba algo de dinero, se destinaba a las necesidades y reparaciones propias de la fábrica del lagar.




El RITO DE LA ACEITUNA

BARROSO GUTIERREZ, Félix

Publicado en el año 1983 en la Revista de Folklore número 28.

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