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Revista de Folklore número

249



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AFILADOR EN TIERRAS DE CASTILLA

CERRATO ALVAREZ, Ángel

Publicado en el año 2001 en la Revista de Folklore número 249 - sumario >



A los alumnos de C.O.U "B" de Maceda del curso 2.000 –2.001. Y ellos saben por qué.


Es de sobra conocido que la patria de los afiladores es Orense. Unas tierras enclavadas en el Sur -Este de la provincia: los municipios de Nogueira de Ramuín, Castro Caldelas, Xunqueira de Espadañedo, Xunqueira de Ambía y Allariz. El núcleo central es Nogueira de Ramuín.

Zona de media montaña o de pura montaña, dura de trabajar, con suelos superficiales, bosque denso o monte bajo, de mucha lluvia en invierno y escasa en verano. Con temperaturas relativamente suaves y húmedas. Con una tupida red de regatos y arroyos, y ríos cortos y bulliciosos. Con centeno, maíz, patacas y liño, como cultivos primarios; huertas abundantes, castaños, carballos, bidus, alisos; vacas, porcos, algunas ovejas, pitas e coellos, y abundantes arboles frutales.

Con sabios y ancestrales sistemas de trabajos comunitarios, distribución de tierras, reparto de aguas, trazado de caminos, y adaptación al medio del instrumental de trabajo. El trabajo del campo se completaba con oficios también ancestrales: ferreiros, muineiros, canteiros, coireiros, cesteiros, albardeiros, tecedeiras, costureiras, carpinteiros-carreteiros, oleiros, carboeiros...

Las ferias de la tierra completaban un mundo de intercambios y comunicaciones vitales. El gran centro de atracción eran las ferias de Xinzo de Limia.

Con humildes casas campesinas nacidas de las entrañas de la tierra, mas viejas construcciones de conventos, pazos, iglesias o castillo.

A lo largo de los siglos XVIII y XIX y primera mitad del siglo XX, abundaron las familias numerosas, la tierra se dividía, los impuestos eran asfixiantes, el caciquismo profundo, los hombres tenían que cumplir con la obligación del “servicio al rey” - guerras de Hispanoamérica, Marruecos, Cuba, Filipinas; una denigrante sangría; y para remate, la Guerra Civil-; y las gentes buscaron soluciones: siegas en Castilla, emigración, y lanzarse por esos mundos de dios tras la rueda de afilar.

La vida de estas tierras ha cambiado vertiginosamente, irreversiblemente, y lo ha hecho para bien y para mal. Ha destruido el sabio entramado de vivencias vitales, y ha aportado un bienestar biológico nunca conocido. Pero los viejos fruncen el ceño. Se les prolonga la vida, tienen hospitales y medicinas, pero se les ha destruido la comunión con la tierra, con las gentes, se les ha matado la Naturaleza. Sus nietos son otro mundo, por la casa de los abuelos suele estarse de paso, no cantan, bailan lejos de las carballeiras y ermitas, y mueren por carreteras y pistas. Muchos de los ancianos acaban en hermosos asilos, bien cuidados, pero fuera del calor de la tierra y del agarimo del aire, del bosque, del agua y de los animales, de los sones, leyendas y tradiciones que les vieron nacer, crecer, amar o emigrar. Contemplan impotentes que, por no tener, no tienen ni quien les escuche, y que se irán a la tumba con centenares de años de vida estrangulada y ahorcada irreversiblemente.

Aún es una gran suerte encontrar personas de otros tiempos, ejemplos que desaparecen irreversiblemente, que personifican todo un mundo pasado, hundido, o destrozado a conciencia. Hombres o mujeres fuera de lo común.

Espero no defraudar. Porque la vida de Félix González, afilador por necesidad, es una muestra irrefutable de aquella casta de hombres que personifican la lucha por la vida en condiciones que nos parecen de ensueño.

Y como afilador presenta una novedad añadida, que fue la que me llevó a entregarla a la prestigiosa Revista de Folklore: centró su trabajo en Castilla, por tierras de Valladolid y de Segovia. No era frecuente. El campo de trabajo de estas personas nacidas donde nacieron se diversificaba por tierras gallegas, portuguesas, asturianas, e hispanoamericanas -que tentó Félix González-; también deambularon por toda la mitad Norte de España, por la mitad Sur, por el corazón de Europa, y hasta por India y Pakistán.

Con raras y típicas expresiones de gallego, y tras cincuenta años de estancia en Valladolid, Félix González ha asimilado la tierra, la lengua, el aire, la sangre de Castilla. Pero no ha perdido la raigambre de astucia, precaución, humildad, tesón, trabajo, generosidad que caracterizan o sangue galego, que hacen fructificar al gallego fino y que, en lengua propia de los afiladores, habría que honrarle con las altas cualidades de un verdadero naceiro, ¡un varil!

Como introducción necesaria al trabajo de afilador -afiador- se precisa describir los dos instrumentos de trabajo: la rueda, -a roda o atarazana, y el chiflo, -o asubiato-.


EL CHIFLO:

El “chiflo”, era el reclamo. El mejor era el de madera de boj. El número de agujeros era variado y se precisaba suavizarlos con aceite de oliva con una pluma. El afilador emitía “sones”, “tonadas” -no gustan de llamar canciones, si bien los más virtuosos interpretaban muiñeiras de la tierra gallega, pasodobles, canciones de siega, etc. - Eran melodías muy parecidas a las de los capadores, pero las gentes de los pueblos las distinguían perfectamente. O asubìo del afilador eran melodías breves, incisivas, brillantes, potentes, sonoras, rematadas en un relampagueante arpegio de notas graves a agudas, y formaba parte integrante del sentir de pueblos y aldeas. -“por lo bien que tocas, te vengo a afilar”, le decían al Sr. Félix González. Y Julio González, O Rodelas, recorría los caminos de Portugal seguido de un tropel de gentes encantadas con sus sones; se presentó a un concurso de canto popular en Lisboa y quedó el segundo, el instrumento con que se acompañó fue el chiflo. Se arrancaba a cantar por los caminos, y en tiempos más recientes arrastraba la rueda atestada de grabadoras y magnetófonos.

LA RUEDA

Inteligente y sencillo instrumento de trabajo. La estructura que se ofrece es la más general. Lógicamente sufrió cambios variados a lo largo del tiempo. Permitía ser utilizada en el trabajo y en los desplazamientos. En los desplazamientos era muy útil para transportar el material, el resto de los utensilios, y hasta la ropa. En el trabajo ofrecía sujeción y estabilidad, mayores que cuando se montó posteriormente sobre bicicleta o sobre moto. Como dice Félix González, antiguamente se llevaba a hombros sobre un palo.

A los 18 años fuí llevado al frente y estuve cuatro años. Me licenciaron. Busqué trabajo en Galicia, casi no había. Me lancé con un pariente a buscar fortuna con la rueda por tierras de Segovia. Pasados tres meses me volvieron a llamar a la mili. Estuve dos años más, uno en Ribadavia, Orense, y otro en Santa Eufemia de Ribeira, en la costa. En el año de Ribadavia me concedieron un permiso y volví a Valladolid con la rueda. Tuve suerte porque nunca pegué un tiro. Estuve lleno de piojos, pasé mucha hambre, ganaba dos reales al día y estropeé mi juventud. Un hermano mío llegó a capitán en la zona roja. Me envió una carta al frente de Medellín y me aconsejaba que aprendiese a escribir al dictado, que me instruyera, que era la forma entonces de salir adelante Cuando vio que aquello acababa invirtió los ahorros en trajes y ropa. Se cambió de bando, se alistó en la división azul y desapareció en los campos nazis de batalla. Tentó la suerte y la fortuna le dio la espalda. Hacía treinta años que no le había visto.

Así comienza el relato de su vida. Félix González nació en Piñeiroá, aldea de Castro Caldelas. Su padre emigró a Cuba. Anduvo de ambulante y cuando se pasó a trabajar a las canteras un barreno acabó con su vida y la de ocho obreros más. Félix tenía tres años. Tenía dos hermanos más. A los ocho años su madre le puso a servir y le encargaron cuidar las vacas. En los días de lluvia le mandaban a la “escuela”, pero llovía demasiado. Cuando tenía once años, su madre volvió a casar. Compró una rueda de afilar de segunda mano que le costó 40 duros. Un pariente le enseñó lo más rudimentario: colocar los cuchillos y las tijeras en el afiladero de la rueda. (1)

Pasados los primeros cuatro años de mili -del 38 al 41 - y licenciado de la primera remesa, buscó un trabajo en Galicia. Era difícil colocarse. Pagaban tres pesetas y mantenido o cinco pesetas a secas; pero algo encontró: la roza de tojos -toxos-, la tala de árboles y la raja de los troncos. (2)

- La roza de los tojos es muy dura. Para rozar cinco carros de monte empleé cinco días y cobré cinco duros. Una miseria. Y había que tener valor para abrazarse a ellos y subirlos al carro.

Decidió venirse a Valladolid y aterrizó en Teresa Gil con Manuel, pariente afilador consagrado ya. Y se lanzó con la rueda por los caminos de Dios.

Su bautismo profesional lo tuvo en Zamarramala, Segovia, le salió tan mal que no le pagaron. Pasaron a Cantimpalo y luego a Escarabajosa. En Escarabajosa cambió su suerte. Cayó bien a las mozas y afiló una buena tacada de trastos. Subió el precio, de media peseta -dos reales- a una peseta por pieza.

- Me dije, qué joder, he caído bien y voy a ganar. Manuel, el pariente, se espantó y no lo subió más.

Pasaron a Carbonero el Mayor, Bernardos, Santa María de Nieva “-un pueblo de mucho postín-”, Navas de la Asunción, Coca, Navas de Oro, Samboal, Narros, Carracillo, Cuéllar, Sarracín, Chatún, Campo de Cuéllar. En Carracillo se encontró con un viejo amigo del frente. Le recibió, le tuvo de huésped, no le cobró nada. El viejo amigo era la familia más rica del pueblo, tenían hacienda, carnicería, panadería, cantina y hasta el baile del pueblo.

- Cuando ganaba cinco duros era un día grande. Cuando sacaba 7-8 duros, estaba fuera de mí. Pero se ahorraba poco. Había que pagar la comida y la cena. Escabeche de barril, cebolla, pan y vino, y medio kilo de filetes, -el kilo estaba a 16 pts- para comer. Para cenar, escabeche, 2 ptas; más dormir en tu saca, 1 pta. No quedaba mucho. Ahorré sin embargo 500 ptas en un mes. Una hermana mía me informó que en Barcelona un obrero cobraba sobre 20 ptas diarias y se les iban en patrona. ¿De qué vestían, de qué ahorraban? Así que me agarré a la rueda. (3)

El camino se hacía andando y empujando la rueda. Cuando descansaba la apoyaba sobre las cuatro patas y la rueda quedaba en el aire. El número de kilómetros estaba en función de la distancia de los pueblos y del trabajo. Con la rueda llevaba el afiladero, más un esmeril para pulir, el cajón de los trastos, la saca, la manta, la escasa muda y un capote de soldado, 60 kilos.

- Y nunca llevé la rueda al hombro en un palo como hacían los antiguos. Con la rueda andando había que calibrarla bien, empujarla con pulso; si no, te volcaba. Con la rueda seguí cinco años más. La llevé a Venezuela y allí la vendí y la sustituí por una bicicleta.

Como ejemplo de caminata cuenta orgulloso la que se dio cuando le agarró el deseo de irse a las fiestas del Corpus de Orense. Eso fue en el permiso de la segunda llamada a filas que pasaba en Ribadavia.

- Tenía dos novias, una en el mismo Ribadavia y otra en Orense. Estaba en Cuéllar. Era el mes de junio. Me puse en camino a las cuatro de la mañana. Llegué a Santiago del Arroyo, me dieron de almorzar en la bodega y afilé gratis. Seguí a Arrabal de Portillo y volví a afilar; llegué a Aldea Mayor y afilé de nuevo. Entre los tres pueblos había afilado más de 120 piezas. Gané 60 ptas de las del año 42. A las cuatro de la tarde estaba en Valladolid, habría hecho 50 kilmts. Tenía los pies machacados y los brazos hechos polvo. Dejé la rueda en la posada y volé a Orense. Me hice un traje a la medida que me costó 40 duros, dormí en casa de unos amigos, y comí en el cuartel de S. Francisco disfrazado de soldado. Y conquisté a la de Orense con quien después me casé.

Se casó en Pontevedra, dejó a la mujer en casa de los padres de ella y volvió de ambulante con la rueda un año y medio más.

Se estableció en Valladolid, trajo a la mujer, y alquiló un piso en El Barrio España por 20 duros mensuales. Estuvo 9 años y nunca se lo subieron.

- Seguía queriendo ganar más. Así que levanté el vuelo y decidí marchar a Venezuela. Eran el final de los años 50 y tenía ya familia, una hija de 9 años y otra de 5. Mi mujer marchó con las hijas a su tierra de Pontevedra, y llevamos allí los trastos de la casa. Yo anduve tres meses por tierras de Valladolid, gané 10.000 ptas. y me embarqué. Me costó 625 ptas el barco, 6.000 el pasaje, y estuvimos 10 días de travesía. Conmigo iban la rueda y los cajones. Dejé asegurada a mi mujer con 8.000 ptas que me prestó un amigo cubano. Me las prestó sin intereses y a fondo perdido. Los papeles nos los hizo un maestro republicano de vida tormentosa que había montado mítines contra Franco. Yo llevaba 80.000 ptas.

En Venezuela le esperaba un primo segundo, joven, de 19 años. Corrió con todos los gastos de los comienzos y Félix González le regaló unos zapatos nuevos y una gabardina que traía de su madre. El oficio de afilador lo desarrolló en Caracas por calles, quintas, pisos de altos edificios y plazas. Caracas era una populosa ciudad de unos 4.000.000 de habs. Se encontró con otros afiladores gallegos y algunos italianos. Podían hacer el día a medias. Nunca tuvieron competencia desleal. En algunas moradas se encontraban con criadas gallegas. Vivían en “hoteles” y Félix G. prefería dormir con dos o tres más porque salía más barato. Comía carne y gran cantidad de plátanos. El agua era fría. Hacía mucho calor. El mejor amigo afilador era de Castrocaldelas, un águila en el oficio. Este amigo hizo dinero, volvió a Orense, compró tierras y montó un hotel. Con él corrió la única farra que se permitió: una soberbia comida con cerveza tan abundante que volvió al “hotel” de tal manera que asustó a los dueños, que hicieron lo posible para volverle a la realidad. Ganaba 5 -7 bolívares por día como poco. En dos años ahorró 8.000. Al cambio le supusieron 100.000 ptas. Eran 100.000 ptas de finales de los 50.

- Tuve ocasión de ganar allí en un día lo que un obrero ganaba aquí en un mes.

Su madre y su hermana llamaron a su mujer a Pereiroá. Podían estar juntas y trabajar la tierra. En Pereiroá la entró pena moral y Félix G. dejó Venezuela y regresó a su pueblo. Eran los tiempos en que subían por año las ptas por bolívar.

Regresaron a Valladolid. La rueda con el armazón de madera había pasado a la historia; ahora contaba con una bicicleta. Eran los comienzos de los sesenta.

Compró una casa y un terreno al pie del diminuto y popular torreón de la Rubia. La casa le costó 47.000 ptas y el terreno 14.000. Hace unos años los vendió por 8.000.000. Vivió en la Rubia hasta 1.968

Con la bicicleta recorría Santibáñez, Fuensaldaña, Cigales, Mucientes, Villanubla, Cabezón, La Cistérniga, Herrera de Duero.... Y las calles, barrios, plazas, y mercados de Valladolid. Cobraba por pieza 15 ptas. Sacaba entre las 2.000 y 3.000 ptas diarias. Cabalgó con ella cinco años, y la cambió por una moto, una mobilette: le costó 41.000 ptas. El siguiente paso fue sacar el carné y compró una citroen de segunda mano. Le valió 14.000 ptas, era un VA del número 17.000, la hizo 90.000 kmts. y aún la revendió por 9.000 ptas. Con este sistema amplió considerablemente el radio de acción.

Pero la idea de Venezuela le roía el alma. Había sido una cantera de dinero, estaba dispuesto a tentar la suerte y llevarse a la familia completa, mujer y tres hijas. Y eligió un extraño camino: pasar antes por Suiza, ganar a espuertas, o eso le decían. Y se fue a Suiza, solo, y sin contrato ninguno aconsejado por un amigo de la calle Platerías que tenía un “negocio”. No era el único que se marchaba.

En las cercanías de Ginebra les apearon del tren; durmieron cuatro días en la estación; los amigos gallegos ya establecidos les traían jamón, chorizo y pan. El propio Félix G. entró en tratos con un gitano de Córdoba. El gitano era especialista en pasarles a sitio seguro por caminos extraños y no controlados, aunque arriesgados, 500 ptas por cabeza. Probaron fortuna. Sólo había un obstáculo: el salto de un tajo de cuatro mts. de profundidad y varios de ancho. Los demás eran jóvenes y salvaron el corte. Félix G. tenía 48 años y pies ya de plomo. El gitano le juraba y perjuraba que lo saltarían cargado a las espaldas. Félix G. hizo de tripas corazón, se encomendó a lo más sagrado y saltó por su propio pie. El gitano gastó las ganancias en invitar a todos. Le contrataron en la limpieza de la nieve en los túneles. Subido a una escalera cayó hacia atrás, le salvaron la vida y tuvo que permanecer tres meses en un hospital; sólo recuerda el hambre que pasó mientras convalecía. Las secuelas del accidente se las trató posteriormente el Dr. Quemada de Valladolid. Le dieron permiso, regresó a Valladolid y volvió a Suiza con trabajo ya. Quiso pasar de Suiza a Venezuela, pero no pudo ser. En Suiza estuvo un año. Y era 1.962 -63

- En Suiza ganaba dinero, pero aquí ganaba más.

Pero el dorado seguía siendo Venezuela. Y preparó la ida para todos. Fotografias, carnés, certificados médicos, viaje de los cinco a Orense y a Vigo. Y en Vigo última revisión. Se le habían ido 7.000 ptas. Detectaron un ligero defecto en la vista de la hija mayor y los médicos la cerraron el paso. Vuelta a Valladolid. Volvió a intentar Venezuela por el extraño camino anterior, esta vez Alemania. Y se fue a Alemania, con contrato y los papeles en regla. Era el año 1.966. Estuvo año y medio y regresó definitivamente a Valladolid.

- No pude pasar tampoco a Venezuela y me sujeté totalmente a la rueda. Años después se devaluó el bolívar y los ahorros de los españoles se hundieron. Hubo grandes tragedias.

Compró una segunda mobilette por 68.000 ptas y la acopló un segundo motor para aumentar la potencia. En la vieja citroen iban la moto, los cajones y todos cuantos achiperres vendía.

Estrujada ya la citroen compró un 4-L por 183.000 que le salió valioso y duro. Luego otra citroen de segunda mano a un amigo fontanero de S. Pedro Regalado, le pagó 11.000 ptas, la estrujó varios años y la revendió en 20.000.

Volvió a recorrer calles, plazas, barrios, mercados, bares, carnicerías, pescaderías... de la ciudad. Barrio por barrio, calle por calle, piso por piso. Recuerda con placer Las Mercedes, la Plaza de España, Cantarranillas, los bares de la Plaza Mayor, sobre todo El Caballo de Troya, fue amigo del dueño, que murió joven, y Félix G. dejó todo y le fue al entierro; y la Plaza del Val con el mercado; aquí se instalaba los sábados de 6 a 10 de la mañana; no fallaba. Era un personaje más del maremagnun y del trajín de la Plaza, un personaje un tanto extraño, pero necesario, apreciado y respetado. Se afilaba 80 piezas en una mañana.

Por la ciudad afilaba cuchillos, tijeras y navajas. Sacaba 5.000 ptas diarias como mínimo.

También vendía. Vendía cuchillos, tijeras, navajas, pendientes, collares, anillos, cubiertos,.. y piedras de mechero con riesgo de ser cogido. Las piedras de mechero las llevaba por kilos y eran objeto de oscuro contrabando. (4). Una sola vez fue a Portugal, a Miranda de Douro, para pasar docenas de tijeras que no se las detectaron en la frontera. Un buen negocio.

Y como hijo de su tierra arregló paraguas, ollas de barro y cazuelas de porcelana, pero abandonó por el poco negocio que le dejaban y el tiempo que le robaban.

El coche le permitía salir por un círculo de pueblos más amplio que el de los tiempos de la bicicleta. Amaba las tierras de Villavaquerín, Villabáñez, Olmos de Esgueva, Tudela, Traspinedo, Quintanilla de Onésimo, Peñafiel, Cogeces del Monte. Arrabal de Portillo -no gustaba mucho de subir la cuesta de Portillo, recuerda sin embargo que en una ocasión y en solo un día, hizo 13.000 ptas. al final de los 70-. Cuéllar. Laguna de Duero, Boecillo, Viana de Cega, Puente Duero. Valdestillas, Matapozuelos...

- Por los pueblos se ganaba más que en la ciudad. Con rueda, bicicleta o coche, en los pueblos afilé de todo: hoces, guadañas, cuchillas de segadoras, y discos de trillo por Fuensaldaña. Hasta los herreros me llevaban las hoces para que las rematase. Recuerdo de modo especial al de Villanubla, Nicolás, que me dio siempre trabajo.

Con los ahorros hechos compró dos pisos más. Uno de ellos lo revendió y se quedó con el actual de la Plaza Circular.

Y habla de las cualidades de un afilador y de la técnica de la profesión.

- Las cualidades de un afilador son: buen semblante, no tener ansia, tacto con las mujeres: muchos cuentos, muchas historias, por ejemplo: -¿cuánto me vas a cobrar?... -menos que lo vale un piso, señora; franco y leal con todos, amigo de los amigos, limpieza personal, control de lo que ganas, sujeción al oficio...

- Las cualidades técnicas son: pulso, precisión, fuerza y firmeza.

Cada pieza necesita un tacto.

“Lo que más cuesta son las tijeras, es la más complicada, porque si la afilas por dentro y la comes mucho, no cortará; hay que desbastarla por dentro que nosotros llamamos acanalarla, con buen pulso; igualarla en la piedra, meterla a tope para que queden las puntas iguales; tratar las puntas y que queden unidas y se consigue afinando una más que otra, la otra tiene que quedar más basta; si no puntea, es decir, si no cierra bien, se separan del eje y se desgasta hasta que cierren bien, esta operación hay que realizarla con tiento extremo.

Los cuchillos no cuestan nada, no tienen problema; a veces se les desbastaba para que quedasen brillantes. Otras veces tenía que limpiarlos de antemano porque me los entregaban muy guarros; entonces les trataba con arena que llevaba en un saco.

Cuando afilé hoces y guadañas tampoco necesitaba una técnica especial. Lo más cansado eran las cuchillas de las máquinas segadoras. Las 20 cuchillas agotaban los brazos, cuando llegaba a la 19 ya no los sentía”. Los discos de los trillos de Fuensaldaña tampoco me creaban problemas.”
Enviudó el año 1.975. Se jubiló a los 65 años y dejó para siempre la calle. Desde entonces hace pequeños trabajos de encargo.

Aún quedan afiladores de sangre, pocos. Los gitanos buscaron una salida por ahí; los hubo en la Cistérniga y uno en la popular Fuente el Sol -de Valladolid- del que Félix G. guarda un extraordinario recuerdo.

Por los caminos del mundo, Félix G. fue tratado siempre bien. Se encontró con otros afiladores, con aceituneros, con pellejeros de Urueña y algunos de Villarramiel y recuerda la ayuda que le dio un pellejero de Urueña, Victoriano; Victoriano, se bajó de la mula, montó al afilador y le empujó la rueda muchos kilómetros por esos caminos de dios; con arrieros, con canteros de Pontevedra que trabajaron en Traspinedo y en Simancas; los de Traspinedo se habían especializado en levantar gallineros, era un “jefe” con una cuadrilla de jóvenes; los hijos del mandamás se hicieron contratistas y hoy viven millonarios; el de Simancas se casó con una viuda y tuvo 8 hijos. También se cruzó con capadores, y con segadores gallegos por los valles del Esgueva y por tierras de Segovia. Lo que más encontró fue aceituneros y capadores, el capador más cotizado era de Valladolid. Se cruzó con la Guardia Civil, nunca le crearon problemas, nunca les dió por rebuscarle las famosas y diminutas piedras de mechero, objeto de codiciado contrabando; con ellos tenía siempre el detalle de afilarles las navajas, y gratis. También se cruzó con vendimiadores que le soltaban unos racimos desde los cestos del carro. Si salían dos afiladores se repartían el trabajo y las ganancias. Si coincidían en la posada, lo celebraban y comían juntos. Con los afiladores hablaba en clave si las cosas se ponían mal; si querían expresar sus propias vivencias, sus opiniones sobre los compañeros de posada, comida, mujeres, caminos, pueblos, precios... tenían su propio idioma, el idioma de ellos, el célebre barallete. (5). El barallete era también el idioma de cesteros y de canteros gallegos

De un pueblo a otro no llevaba comida. Bebía en las fuentes de los caminos, si las había. Había que aguantar el sol fuerte, plomizo, penetrante y vertical de los campos de Castilla por los meses de Julio y de Agosto; los fríos, las heladas y las nieves, o las tormentas y nublados; recuerda la tormenta que le cogió a la entrada de Segovia cuando aún empujaba la rueda, de nada le sirvieron ni manta ni capote. Cuando entró en la posada chorreaba por los cuatro costados, le dieron una cama, le secaron la ropa, y le reconfortaron con leche con pan migado.

En Fuensaldaña estuvo 15 días afilando hoces, guadañas, discos de trillos y sobre todo cuchillas de máquinas de segar; se ponía a la faena a las cuatro de la mañana; las gentes le traían el garrafón y le sentaban a su mesa.

Calzaba zapatos, mudaba los domingos un mono lavado cada semana, cambiaba de ropa interior que mandaba lavar o lavaba él junto a los ríos en el buen tiempo. Al comienzo dormía en su propia saca y luego con sábanas; las sábanas se las había tejido y marcado su madre cuando fue a Venezuela, vino con ellas y las veneró muchos años. Se dio el caso de dormir dos juntos en la misma cama, y recuerda el hueco que le hizo el célebre capador de Valladolid, Sr. Ventura, en Olmos de Esgueva cuando la posada estaba ya saturada.

Tenía excelentes relaciones con los guardias municipales, con los vigilantes del mercado del Val, con los pescateros, con los carniceros, con las señoras de los puestos de verduras... -déjate estar, me decían; tú no molestas a nadie, tú no estorbas-.

- He sido amigo del amigo; he preferido perder para hacer una amistad. Donde me daban de comer, afilaba gratis. El afilado valía muchas comidas, pero quedaban amigos. Tuve hasta relaciones con mandos del ejército. Un coronel del Hospital Militar me invitaba a comer. Un día me dijo que me prometía un puesto de trabajo en cualquier fábrica. Nunca acepté. Le dije: -mire, estoy mejor por mi cuenta que trabajando para nadie. Estoy mejor en la calle, paso frío, de acuerdo, pero estoy al aire libre.

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ANOTACIONES:
(1) Los futuros afiladores solían hacer los primeros tanteos en compañía de un pariente, de un amigo o de un experimentado hombre adulto. Le acompañaban por los caminos del mundo hasta que podían independizarse. En el período de aprendizaje recibían el nombre de mutilos.

(2) Los tojos son ramas de espinas. Eran excelentes para las cuadras que los transformaban en un estiércol de primera categoría. Antes de meterlo a las cuadras se rozaban y se llevaban a las puertas de las casas. La posesión de un tojal era una herencia muy cotizada en las familias gallegas. Las raíces y los troncos eran muy buenos para la lumbre de las lareiras, el equivalente castellano del fogón. Y la Lareira fue el centro de la vida familiar y el centro de las grandes transmisiones de la cultura popular no escrita.

(3) Las pesetas se dividieron en céntimos: los de 5 y 10 tenían su propia acuñación: los de 5 se hacía con una perra pequeña: la perra chica, una moneda pequeña, y los de 10 era una perra grande, la perra gorda, una moneda más grande. 25 céntimos se tallaban en un real, y 50 céntimos, en dos reales. 50 céntimos -dos reales- eran media peseta; 4 reales, una peseta; 5 pesetas, un duro y 20 duros, 100 ptas. En gallego, a la perra chica y a la perra gorda se les llamaba un can. Y permaneció la expresión non ter nin can, non ter nin cadela, con el sentido de estar a dos velas, con los bolsillos vacíos; a un duro se le llama aún hoy, un peso, y es con lo que se entienden en las ferias. Para hacerse idea de lo que podría valer una peseta, baste recordar lo que dice Félix G.: un obrero ganaba en Barcelona sobre 20 ptas por los años 1945 al 50, y le llegaba justo para comer y pagar la patrona. Un kilo de came valía 16 ptas. El mismo Félix G. cobró por rozar un carro de toxos y cargarlos, 5 ptas sin mantener, y estuvo todo un día. Un peón de campo ganaba en Castilla por las mismas fechas entre 3 -4 -5 ptas y mantenido.

(4) Redactando este artículo me han llegado noticias de un afilador de Esgos, anciano ya hoy día, que vendía además: jabones “milagrosos,” rosarios “bendecidos” por el Papa que compraba a cinco duros y los vendía a 100; bulas; las consabidas, perseguidas y diminutas piedras de mechero con las que montó toda una trama mafiosa, las primeras penicilinas. Está ya el hombre tan sordo que tiene aterrorizados a los vecinos con el volumen de la televisión

(5) El barallete es un fenómeno muy estudiado. Es la fala de los afiladores -dos afiadores- sobre todo. También lo fue de canteros y cesteros. En Galicia es un proceso del viejo gallego, del viejo castellano y de ancestrales expresiones y palabras. Algunos casos: hombre, beleno; hombre fuera de lo común, naceiro o varil, y hombre prodigioso, extraordinario, con cualidades casi divinas: queicoa, apelativo reservado a muy pocos. Dios, por ejemplo, era el queicoa número uno; mujer, belena; y mujer hermosa: belena rula (rula, o roía, es “paloma”), belena garabela; mireus, ojos; piernas, androleas; Galicia, Galleira; Asturias, Berria; Portugal, Biqueque; América, Arrica; Cuba, Cuca; Castilla, Ancha... El Sr. Félix G. recordaba poco, explicado por la inmersión en castellano y por el contacto menos frecuente con afiadores. Julio González, O Rodelas, de Pardeconde -Esgos // Xunqueira de Espadañedo- de gran fama por los cuatro costados de Portugal, no se arrancó -no quiso- hablamos en barallete, y lo que conseguimos fue a través de un nieto.


FUENTES DE INFORMACIÓN:

- Larga entrevista a Félix Gonzalez, Junio del 2.001 – 81 años.

- Conversaciones informales a lo largo del curso 2.000 -2.001 con Julio González, O Rodelas, de Pardeconde. Pardeconde es un curioso caso administrativo: el pueblo está dividido por el arroyo: una parte pertenece al Ayuntamiento de Esgos y otra al de Xunqueira de Espadañedo.

- Florencio de Arboiro, coleccionista de ruedas de afilar, Orense. F. de Arboiro realizó una muy completa exposición de su colección en el Museo Municipal de Orense, año 1.997. Junto al instrumental posee una información detallada de los caminos de los afiladores que ha recorrido pacientemente.


BIBLIOGRAFIA.

O AFIADOR: Xosé Antón Fidalgo Santamariña. Ir Indo. 1.992



AFILADOR EN TIERRAS DE CASTILLA

CERRATO ALVAREZ, Ángel

Publicado en el año 2001 en la Revista de Folklore número 249.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz