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Uno de los propósitos fundamentales de Calendarios y Almanaques desde que comienzan a imprimirse – recordemos el célebre Calendarium de Juan Regiomontano impreso en Nuremberg en 1473 y considerado como el primero que salió de una prensa – era pronosticar, es decir tratar de adivinar el futuro por medio de alguna señal. Los estudiosos de la historia nos dicen que cada época tiene su signo y exhibe características diferenciales; los especialistas en arte o literatura se atreven a denominar determinados períodos de tiempo con una palabra que defina las principales obsesiones y anhelos que entretuvieron a sus individuos. ¿Hay, entre las innumerables ocupaciones que llenan nuestras vidas, alguna peculiaridad común que las aglutine o que las sintetice? A sabiendas del riesgo que se corre al reducir o al sintetizar, diríamos que la obsesión por el poder, especialmente aquel que dimana de las cosas materiales: dinero, potentes motores en carrocerías lujosas, altavoces de volúmenes insoportables...tener u ostentar más, en suma. También el poder en la cantidad, en la estadística. Los Almanaques más optimistas de los primeros años del siglo XX ni siquiera imaginaron lo que la sociedad sería capaz de soportar en esa carrera despiadada de vencedores y vencidos. La soberbia, el orgullo, acaso la inercia, nos impide a estas alturas de la competición detenernos a pensar si merecía la pena el esfuerzo o el premio. Tal vez la vida tradicional haya perdido de antemano esa carrera, a la que además no estaba invitada, pero al menos está en condiciones de asegurar que “no era por ahí”