Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
En los principios de la civilización humana, la tradición oral de los pueblos fue determinante para su desarrollo social e histórico. Aquellos que mejor supieron conservarla y transmitirla se erigieron, con el tiempo, en naciones desarrolladas capaces de crear imperios, dominar a otros pueblos y dejarnos un legado que llega incluso a nuestros días. La filosofía, que fue el comienzo de nuestra ciencia, surgió en la Grecia Antigua gracias a la historias que los navegantes relataban en la plaza pública sobre las tierras que visitaban. En la Edad Media los maestros constructores, asociados en gremios, transmitían su saber de forma oral, prohibiendo tanto el difundirlo como el consignarlo por escrito. Debido a eso, todavía desconocemos muchos de los secretos de las catedrales.
Pero la tradición oral no es un elemento del pasado que deba contemplarse como a una ruina o una cosa muerta. En muchas regiones españolas pervive todavía, y para conocerla no hay más que visitar los pueblos pequeños, esos que han quedado fuera de las rutas turísticas o de la influencia de las grandes ciudades. Y si hay una zona donde no sólo existe todavía, sino que sigue enriqueciéndose y transmitiéndose, esa es la Serranía del Ducado, al norte de Guadalajara. Sus habitantes han dispuesto durante siglos de un saber no escrito, transmitido de padres a hijos, que estaba presente en todas y cada una de las facetas de su vida. El conocimiento de esta tradición determinaba su éxito o su fracaso en cualquiera de las actividades que emprendiera. En caso de ser labrador, su correcta interpretación del cielo le permitía prevenirse contra los fenómenos atmosféricos. Saber distinguir las tierras óptimas para las cosechas determinaba su recolección. El resto de oficios también se transmitía oralmente, del maestro al aprendiz. Pero la tradición oral no afectaba únicamente a los saberes de aplicación más práctica. Durante siglos, el hecho de saber bailar, por ejemplo, suponía para los mozos mayores posibilidades de conseguir una novia, y a la larga, de casarse con ella.
En la tradición oral de esta Serranía del Ducado existían, además, multitud de leyendas y tradiciones destinadas a cumplir una doble función. Por un lado, de esparcimiento, y por otro de cohesión en el medio social. Era normal que al final del día la familia se recogiera frente al fuego y los padres relatasen las historias de siempre, actuando como hoy en día actúa la televisión. A partir de ahí, el conocimiento de las historias, costumbres y tradiciones de cada pueblo motivaba a sus habitantes para sentirse orgullosos de pertenecer a un lugar, permaneciendo en él durante generaciones.
De hecho, la pérdida de la tradición oral o de las costumbres de un pueblo termina suponiendo a la larga la desaparición física del pueblo. Algo a lo que llevan enfrentándose la mayoría de los pueblos de la Serranía del Ducado desde la emigración masiva en la década de los 60 del siglo XX. Por entonces los jóvenes, educados y crecidos en sus pueblos natales, marcharon a las grandes ciudades en busca de otra vida. Afortunadamente, llevaron en su memoria las tradiciones orales heredadas de sus padres. Hoy día podemos comprobar que quienes mejor las conocen son aquellos jóvenes que empiezan hoy a entrar en la Tercera Edad. Y de manera especial los que se marcharon del pueblo a una edad más avanzada: quienes se fueron a los 20 años recuerdan menos de la tradición que aquellos que emigraron entrados ya en los 30.
La situación en que se encuentra la tradición oral a principios del siglo XXI en la Serranía del Ducado no puede ser mejor. Los citados emigrantes llevan volviendo a sus pueblos de origen desde los 80, y muchos han heredado casas de sus padres o construido otras nuevas. De esta forma se ha generado un contacto nuevo y constante, que se hace patente los veranos y fines de semana, momento en que la tradición vuelve a estar viva. Tanto es así, que se ha generado un fuerte sentimiento de pertenencia entre los hijos de estos emigrados, que sin haber nacido en el pueblo de sus padres, dicen ser de allí. Hoy empiezan a construir sus casas allí, y comienzan a transmitir a sus propios hijos las historias tradicionales del pueblo, manteniendo viva la tradición oral.
Frente al entorno independiente de las grandes ciudades, los pueblos de la Serranía fomentan la capacidad de sentirse protagonista en una comunidad reducida, favoreciendo el sentimiento de pertenencia al que aludimos. Un magnífico tesoro que se une a la tradición oral conservada todavía en toda la Sierra.
Buena muestra de ello son los pueblos de Renales, El Sotillo, La Fuensaviñán, Sacecorbo. Sólo en estos cuatro existen numerosas leyendas y
tradiciones que aluden a hechos históricos pasados, algunos de los cuales encuentran eco en documentos históricos.
Del medioevo, por ejemplo, nos llega la leyenda de San Juan. Un verdadero tesoro de nuestra literatura oral que nadie había recogido aún por escrito. Con el nombre de este santo designan en Renales a un pueblo desaparecido en su término municipal. Según la tradición, todos sus habitantes murieron en el convite de una boda, debido a que una salamanquesa cayó en la olla de la sopa, o del chocolate, dependiendo de las versiones. Sólo se salvó una vieja que andaba cuidando de los cerdos en ese momento, y que al volver al pueblo encontró el dantesco espectáculo. En torno a la casa donde se celebraba la boda, todos los invitados muertos o moribundos. A todo correr la vieja subió a un cerro cercano -llamado hoy, a raíz de este hecho, Morrete de la Vieja-. Los vecinos de Laranueva y los de Renales oyeron la llamada, pero los primeros creyeron que andaba borracha, y sólo los segundos acudieron a San Juan, no pudiendo hacer ya nada. La leyenda dice que la vieja, en agradecimiento, les donó las campanas, pero que antes de que pudieran llevárselas acudieron a robarlas los de Laranueva. Sin embargo la ballesta del carro en que las transportaban se partió, al decir de los vecinos, como venganza divina. Hoy el campanillo menor del campanario de Renales, que sirvió durante años como campana del reloj, dicen que es de San Juan, y durante años se creyó que tocándolo se desviaban las nubes de pedrisco hacia Laranueva.
Otra tradición medieval que nos llega en forma de leyenda es la Procesión de la Virgen de Aranz, en el Sotillo. Durante la misma se lleva en procesión desde el pueblo y hasta un lugar cercano al río Tajuña a la virgen románica que custodian en el pueblo. Pues bien, esta virgen perteneció al pueblo Las Cuevas de Aranz, que aparece citado en un documento de 1301, en que el Cabildo de Sigüenza recopila las posesiones pertenecientes al obispado. En cambio en un documento de 1353 no hace referencia a él, sino a El Sotillo, en sus cercanías, que sin embargo a principios de siglo no nombraba. Las Cuevas de Aranz desapareció o fue trasladado a El Sotillo, y sus vecinos llevan en procesión a la Virgen de Aranz al sitio donde estuvo ubicada, es decir, al punto donde estuvo el pueblo de Las Cuevas.
Interesante historia, también de Renales, es la que hace referencia al honor, un concepto que era fundamental en toda España desde el siglo XVI y hasta bien entrado el XIX. Tanto es así que una de las casas de Renales conserva el lema de su primer poseedor: “Muera la vida y la honra viva”, fechado en 1602. Nos narra Maxi Ortiz que una noche, mientras estaban los hombres en la taberna del pueblo, uno de ellos tomó la llave de otro, pues era el tiempo de aquellas antiguas y enormes llaves de hierro, que se dejaban colgadas a la puerta. Y mientras el marido jugaba a los naipes en la taberna, éste hombre fue a su casa y se acostó con su mujer, entrando en silencio y sin encender la luz. Él no dijo ni una palabra por no delatarse, y ella sólo afirmó: ¡qué frío estás! Después el hombre volvió a la taberna y colocó la llave en su sitio. Cuando el marido volvió a casa y despertó a su mujer para hacer el amor, le dijo ésta que qué le pasaba esta noche para querer hacerlo tantas veces, descubriendo el malentendido. Los dos callaron, no pudiendo descubrir al culpable. Pero éste se delató a sí mismo cuando una mañana que la mujer iba a la iglesia le dijo: ¡qué frío estás! Y el marido lo mató.
Una de mis historias favoritas tiene su origen en Sacecorbo, y hace referencia al tradicional tema de las brujas. Va referida a una mujer oriunda de aquel pueblo, llamada la tía Barbera. Vivió entre finales del XIX y principios del XX, y el relato nos llega a través de los descendientes de Mariano Ortiz. Este hombre venía con la mula por el lugar llamado el Otero y vió a lo lejos a la tía Barbera. Pensó en alcanzarla, pero desde lejos observó que corría mucho. Cuando ella pasó el Otero la perdió de vista, y al alcanzar la cumbre se dió cuenta de que ella ya no estaba allí. Mariano se quedó muy extrañado, pues no parecía posible que la tía Barbera hubiera recorrido tantos kilómetros y tan deprisa sin dejar rastro de sí. Más tarde, cuando la encontró en el pueblo, le preguntó cómo había corrido tanto, que ni a lomos de mula había podido alcanzarla. Ella respondió que dos demonios, vestidos de aragoneses, la habían llevado por los aires hasta una paridera, y allí, arrancándole las enaguas, la quisieron ahorcar con ellas (sic). De acuerdo a su versión, se libró encomendándose a la Virgen del Pilar. Otra tradición oral conservada en Sacecorbo en relación a la tía Barbera afirma que le era imposible entrar a la iglesia, pues al acercarse al portalillo era arrastrada hacia atrás por los demonios. Seguramente la siquiatría moderna tendrá una explicación científica para estos casos, pero sin duda la creencias en brujas y demonios resulta mucho más romántica.
Para terminar, dos relatos que se produjeron durante la época de la Posguerra, y que datan de apenas cuarenta años, lo que demuestra que la tradición oral ha seguido bien viva hasta hace relativamente poco.
El primero nos viene de El Sotillo, por cortesía de Santas. Ella ha tenido a bien contarme una historia en que se mezclan los amores ilícitos y la justicia divina de forma muy singular. Pero oigamósla por boca de la propia Santas: “bajaba yo a regar unos huertos que no era más que abrir una puertezuela que había allí y ya el agua seguía su pie, ¿sabes? Pero el contenido de lo que iba a contarte es que estando mi hermana y yo en las eras teníamos allí unas varas de judías que claro habíamos de poner a secar al sol. Y estábamos con mi hermano que él iba cargando las varas -si hasta treinta fanegas de judías cogíamos- así que íbamos viendo una humera grande en el pueblo, y en viéndola decíamos pues qué pasará. Así que dijo mi hermano pues yo no me estoy más aquí y se bajó al pueblo con la carga de varas. Y na más llegó ni pudo entrar del alboroto que había. Sucedió que se estaba quemando el horno, y fue que el hornero era malo y robaba. Fíjate que decían que se estaba siempre cagando en la Virgen del Pilar y ese mismo día fue cuando murió quemado. Pues como iba diciéndote el hornero quitaba a las mujeres los tendíos que eran las mantas con que se envolvía el pan. Olga, ¿sabes tú lo que son los tendíos? No, qué he de saber. Pues es que al pan lo envolvían antes de cocerlo en un paño de lino grueso y después se cubría con una tela de lana gruesa también, para que subiera. Y a ese paño de lana lo llamábamos los tendíos.
Pues el hornero los robaba, y quitaba también otras cosas del pueblo. Tenía allí alforjas, y otras cosas, en un segundo piso que se había hecho en el horno. Y fue allí se conoce que a recogerlas y fue entonces que se quemó. Y qué miedo pasamos aquellas noche que mis padres se fueron a pedir a la Virgen del Pilar, así que todos los hermanos nos fuimos a dormir juntos en una cama, y qué miedo pasamos. Mis dos hermanos mayores hubieron de ir a velarlo, el cadáver, porque hasta el día siguiente que no viniera el juez no podíamos levantarlo y allí estuvieron los dos junticos en el horno quemado, que no se querían ni menear. Pues la tia Josefa fue querida del hornero, y a ésa fue una vez que estaba en el campo y vio una colmena que estaba caída, una que era de su querido, ¿sabes? Y se conoce que por eso fue a levantarla. Pues al ponerla de pié se le subieron todas las abejas por las sayas, quí sí ó, si en aquél tiempo no llevaría ni bragas porque no se llevaban y en el análisis que la hicieron salió que la habían picado 2.800 abejas.” -¿Y sobrevivió?-pregunto yo.
“Duró dos años después que la picaran, pero ay lo que sufrió la pobrecica. Que de vez en cuando se le hinchaban sobre todo sus partes y las piernas, y cómo le relucía la piel. En aquellos tiempos pues quí sí ó que la darían, el caso que de vez en cuando se ponía muy mala. Y esta era querida del hornero, y murió poco tiempo antes de que a él le pasara lo de quemarse. Sufrían los hijos y la mujer del hornero, que la tenía medio abandonada por la querida, y la mujer murió antes de que a la querida la picasen las abejas y de que él muriera, sufrió mucho y la despreciaba, pasó mucho sufrimiento. EL hijo de la querida decía yo no llevo mal que el tio Gregorio venga a casa pero lo que sí llevo mal es que se acueste con mi madre.”
Para terminar con las leyendas y tradiciones, un caso de mucha risa que tiene que ver con Renales y Laranueva, pueblos con que comenzaba esta serie de relatos. Era día de boda en Renales, y alguien, por embromar a los invitados, puso “leche interna” en el café. La leche interna es una planta que produce grandísimas diarreas. Así que los adultos y el cura -los únicos que habían tomado café- pasaron la noche en vela, visitando las cuadras a la carrerilla. La dosis fue excesiva, porque uno de los curas, cuando volvía por el camino de Laranueva, tenía que correr a bajarse del coche y tirarse al borde del camino, para aliviar “las humanas miserias”. Y es que en los pueblos de la Sierra no falta de nada. Especialmente el buen humor de sus gentes.
Pero hay que decir que la tradición oral de la Serranía del Ducado no termina en sus leyendas. Aunque en sí mismas constituyen un auténtico tesoro, el saber de la sierra va más allá. Entre los serranos se transmite todavía un complejo saber sobre las plantas y sus usos, la construcción civil de parideras (apriscos) y muros, la elaboración de licores y embutidos caseros, y un largo etcétera que supera, con mucho, los límites de este artículo