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Revista de Folklore número

241



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Cuentos populares andaluces

AGUNDEZ GARCIA, José Luis

Publicado en el año 2001 en la Revista de Folklore número 241 - sumario >



PERSONAJES POPULARES

Es muy frecuente que personajes graciosos del pueblo, muchas veces escarnecidos, salten al cuento popular tradicional sustituyendo a los personales propios del mismo; en ocasiones aparecen, incluso, en los cuentos más largos, en los maravillosos, sustituyendo a los héroes, pero lo más frecuente es que lo hagan en el chascarrillo, chiste o cuentecillo más anecdótico y simple.

Aunque a veces se cuentan sucesos reales o acaecimientos conocidos que se terminan por atribuir al personaje más popular, lo más probable es que las historietas sobre personajes locales pertenezcan a la tradición de toda una cultura. Este hecho que puede darse en áreas concretas, ha sido frecuente, incluso, en la literatura escrita. ¡Cuántos personajes que pasearon por la literatura oral y cuántos de ellos llegaron a la escrita! ¡Qué conocido fue, por ejemplo, Pedro de Urdemalas en el Siglo de Oro!: hasta nuestros días llega su eco en la tradición oral. En uno de nuestros cuentos recopilados será Periquillo Malas; Perurimá (o El Perú) en la zona del habla guaraní (Chertudi, Juan Soldao..., nota p. 146). Correas nos dice de este Pedro: «Así llaman a un tretero; de Pedro de Urdimalas andan cuentos por el vulgo de que hizo muchas tretas y burlas a sus amos y a otros». Poco más abajo refiere otro refrán: Pedro de Urdimalas, o todo el monte nonada (Vocabulario..., p. 388a), y más adelante agrega: «Es tenido por un mozo que sirviendo hizo muchas burlas a los que sirvió» (p. 628b).

Salas Barbadillo (El Subtil Cordovés Pedro de Urdemalas y Gallardo Escarraman) trazó las hazañas de Pedro de Urdemalas, que ya tenía vida literaria desde Cervantes (Marcel Charles Andrade dedica el capítulo II del estudio de la obra de Salas Barbadillo a la «tradición de Pedro de Urdemalas y reminiscencias de Pedro de Urdemalas, de Cervantes, en la obra de Salas Barbadillo»).

Este Pedro debió ser muy popular en el Siglo de Oro, aunque su peso específico fue cediendo en nuestro folklore con el paso del tiempo. Sin embargo, fue implantado con gran éxito en el folklore brasileño, como nos dice Isabel Rodríguez García («Pedro Malasartes en Brasil», RDTP, XL, pp. 239-257), que asegura que «Pedro Malasartes acumula hoy en Brasil tal cantidad de relatos, que constituye por sí solo un ciclo particular».

La misma Isabel Rodríguez («Folklore y literatura de cordel», RDTP, XLI, pp. 63-75) nos vuelve a llamar la atención sobre la enorme importancia que este pícaro posee aún en la tradición brasileña, a la que une la suerte de otros personajes también importantes. Pedro Quengo sigue las aventuras de Pedro Malasartes, e Isabel Rodríguez asegura que el nombre de este personaje no es, sino una derivación del peninsular Malasartes. Joao Grilo (el famoso personaje adivino en un cuento tradicional bien conocido) también se implanta en el folklore brasileño y, según la autora a la que seguimos, se erige en protagonista de varias anécdotas conservando siempre aquellas cualidades de adivino. Camoes, asegura Isabel Rodríguez, también es tan frecuente en el folklore moderno que «condensa en los pliegos de papel tal cantidad de episodios que forman por sí solos un ciclo particular» (ibid., p. 69). En la presentación de este personaje, afirma que «el folklore brasileño le atribuye —lo mismo que el español a Quevedo, Samaniego, Vallfogona o Fernández de Amezqueta— toda clase de dichos y chistes, a veces obscenos, que nada tienen que ver con su verdadera personalidad de creador de Os Lusíadas» (ibid)., p. 69). Y nos explica (a pie de página) que el «proceso de personificación es frecuente en el folklore peninsular, ya que muchos mitos, leyendas, refranes, dichos y cuentos, etc., se han atribuido a personas de carne y hueso, variando según la época y el medio social en el que han sobrevivido». También nos habla de Bocage, del que aclara: «Otro ilustre poeta portugués, Manuel Barbosa du Bocage, sufre en el folklore lusitano y también en el brasileño el mismo proceso de personificación que su predecesor Luis de Camoes. Es figura cómica a la que se le atribuyen toda clase de chistes y relatos cristalizados alrededor de su nombre» (ibid)., p. 70).

Las anteriores palabras de Isabel Rodríguez nos sirven para que nos fijemos en otro personaje que ha saltado a nuestros cuentos: Quevedo.

La Carta de las setenta y dos necedades (siglo XVl) (en Paz y Meliá, Sales...., II, pp. 75-76), recoge una frase que solía aparecer con frecuencia: «Como dijo el otro, o como dijo la vieja»; Quevedo llegó a identificarse con el mencionado «otro». El propio Arguijo ya recogía algunos cuentos referentes a nuestro eminente escritor (el n.° 169, pp. 86-87, nos presenta un Quevedo que fue «estudiante muy pobre en su mocedad»).

En Cuentos árabes populares (p. 104), leemos: Igual que se atribuyen multitud de chistes, chascarrillos, anécdotas y cuentos al eximio literato don Francisco de Quevedo del siglo XVI, o al político granadino don José Carreño del siglo XIX, en Marruecos y Argelia se atribuyen multitud de cuentos y anécdotas a un personaje llamado lehá o Chehá.

Se supone que Chehá nació en el siglo XIII y era originario de Turquía. Muchos de los cuentos atribuidos a Chehá han sido recogidos y publicados por los señores Alarcón (en 1913) y García Figueras (en 1934).

El propio Arguijo recoge un buen ramillete de personajes que debieron ser bien conocidos entonces; quizás el más popular debió ser el agustino sevillano Farfán. Beatriz Chenot y Máxime Chevalier, dicen en el prólogo (p. 12), respecto a este religioso, que sus «chistes llegaron a recogerse en un cartapacio, hoy perdido, que anduvo en manos del beneficiado Juan de Robles». Véase nuestra bibliografía, donde aparece un libro que es colección de sus dichos y anécdotas.

Pero lo mismo podemos decir de otras colecciones. Francisco Asensio (Floresta), por ejemplo, recoge más de medio centenar de anécdotas que atribuye a Rufo.

Para finalizar, y volviendo a la cita de Isabel Rodríguez, que nombra a Samaniego, recordemos otra de Trueba (Cuentos del hogar, p. 336):

El insigne fabulista alavés don Félix María de Samaniego casó en Bilbao, donde vivió mucho tiempo y dejó muchos recuerdos de su donoso ingenio, Samaniego es en Bilbao algo parecido á lo que es Quevedo en Madrid, ó mejor dicho en España: no hay agudeza de ingenio que no se le atribuya con más ó menos verosimilitud. Sin embargo, se cuentan allí muchas que indudablemente son suyas, y á este número pertenece la anécdota que voy á contar. Es posible que esta anécdota no sea original del mismo Samaniego, y sí sólo una de aquellas imitaciones de que tan discreto ejemplo nos dio en muchas de sus fábulas, cuyo pensamiento pertenecía á los fabulistas que le precedieron, desde Esopo á Lafontaine; pero no por eso tiene menos gracia, á pesar de lo picaramente que la voy á contar...

En nuestra recopilación han aparecido algunos de los personajes mencionados; pero en esta ocasión exponemos los referentes a personas locales y de simple desarrollo. Podrá comprobarse, en algunos casos, que aunque las anécdotas son atribuidas a personas locales, también se han recogido en otras partes, y en otros casos, si no figuran en otras colecciones es, posiblemente, porque los recolectores no los han reflejado por su escasa entidad, pero es necesario contar con ellos para las futuras catalogaciones.

El Bizco Pardal

El propio doctor Fradejas Lebrero nos asegura la tradición popular que avala a este personaje sevillano y a su oponente El Cuco, de quienes nos dice que oyó referir, siendo niño, algunas anécdotas.

A El Bizco se le relacionaba, generalmente, con José Gómez Ortega (Gelves [Sevilla], 1895-Talavera de la Reina, 1920), conocido como Joselito El Gallo, perteneciente a la tercera generación de toreros que llevó dicho apodo.

Recientemente se ha publicado un libro sobre el mencionado torero; véase León Carlos Alvarez Santaló, Un mito para el recuerdo. Homenaje a Joselito El Gallo.

El resto de personajes que se mencionan han sido locales y reales, pero, como puede suponerse de lo que llevamos dicho y de la difusión de algunas anécdotas, éstas son únicamente atribuidas a ellos, pero no necesariamente por ellos ejecutadas.

Coche de caballos para El Bizco Pardal

Resulta que El Bizco Pardal era, no, no trabajaba nunca. Y era muy amigo de Joselillo El Gallo. Y decía muchas cosas y se reían los toreros con él, y le dice:

—Joselillo.

— ¿Qué pasa?

— De aquí para adelante voy a trabajar ya.

—¿Que tú vas a trabajar. Bizco? ¡Vaya, hombre!

—Sí, sí, mira, de aquí para adelante voy a echar a acarrear personas, desde la estación a Marchena. Pues, ¡mira!: hay allí, que tiene un caballillo allí y un cochillillo allí y todos los días acarrea un golpe de gente, y gana mucho dinero. Yo voy a comprar un caballo y un coche.

—Bueno, pues...

— ¡Pero no tengo dinero!

—¡Ea! Toma dos mil pesetas. Mil pesetas para el coche y mil pesetas para el caballo

—mil pesetas entonces era una cantidá de dinero muy grande.

Bueno, se vino. Cuando llegó al pueblo, se lió a emborracharse y a convidar a todos los amigos.

— ¡Hombre, Bizco! ¿Dónde buscas el dinero que gastas?

— ¡Joselillo me lo ha dado! Joselillo me está dando a mí siempre dinero y lo gasto todo. Y no me queda cuando más dos durillos. Me dio dos mil pesetas... Con dos duros, ¿qué voy a buscar yo? Dije que iba a sacar un caballo muy bueno, muy bueno, un coche bueno...

Se fue a la chatarra y había allí un coche todo lleno de tachayetas amarradas; atachayetas por un lado, atagayetas por otro... ¡con más agujeros que un colador! el coche. Total, que lo compró. Dice:

—Bueno, pues ahora voy a comprar un caballo — ¡claro! —. Un duro me voy a gastar en el caballo.

Se fue a «La Carne» y había allí un caballo...airado, un penco, ¡muy seco! Total, engancha el caballo en el coche y se va a la estación. Y el otro coche que estaba allí muy bonito, agarró y lo quitó y puso el suyo.

Los viajeros al entrar:

— Este coche, eso es tagayeta —y toda la gente iba al otro coche.

Pero dio la casualidad de que aquel día venía Joselillo El Gallo a la estación, aquí a Marchena. Y cuantito que vio el coche, dice:

—¡Joselillo! —digo— ¡Bizco!, ¿qué ha pasado con el coche ese y el caballo? Dice:

—¡Ay, Joselillo, por Dios! ¡Ay! Usted no sabe la irritación que tengo.

—Pero, ¿qué pasa?

Dice: —Mire usted, al coche le ha entrado ¡la viruela!

— Bueno, pues la viruela le ha entrado al coche; pero ¿y al caballo?

Dice: — ¡Una pulmonía!

Los sepultureros le han permiso

Que era muy chistoso. Y siempre se juntaba él con los toreros: con Joselito El Gallo, con Antonio Fuentes... Total:

— ¡ Hombre, hazme ahí cincuenta duros, que se ha muerto mi madre! No tengo para el entierro, no tengo para el entierro.

Le daba...

—Hoy no..., hoy te voy a socorrer yo. ¡Van!, los veinte duros.

El otro:

— ¡Y cuarenta duros!

Total, sacaba él para los gastillos. Pero un domingo, dice:

—¡Momá! —iba por la calle—. ¡Momá!

Dice:

— ¡Fíjate, El Bizco, dónde está su mae! ¿No dice que se había muerto?

Dice:

— ¡Bizco, ven para acá!

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres?

Dice:

— ¿Tú no dices que tu momá se ha muerto?

Dice:

—Sí, pero como es buena, los domingos le dan permiso para salir, los sepultureros.

Versiones árabes

La anécdota parece tener un fondo realista; sin embargo aparecen, en Yehá, tres anécdotas basadas en la ingeniosa salida del pícaro, lo que nos hace pensar que ha circulado popularmente en el mundo árabe:

— Vacaciones Se ultratumba. Ante la llegada de un tropel de jinetes. Yehá se oculta en una tumba desnudo de la cintura para arriba. Al ver aquel cadáver así, los jinetes se detienen y le preguntan sobre su desnudez; contesta: «Soy de los que estaban enterrados en estas sepulturas, pero me aburría del largo tiempo que llevaba en la mía y pedí al Señor que me concediera unas cortas vacaciones. El, en su gran benevolencia, ha accedido a mi petición» (Cuentos de Yehá, n.°451,p.256).

— Condición necesaria para gozar de la vida futura. Yehá cae en una tumba; al ir a incorporarse, unos mulos cargados de vidrio se espantan y rompen la carga. Los dueños, al ver el raro aspecto de Yehá, quieren saber qué hace allí. Responde: «Pertenezco a la otra vida y he venido a este mundo a distraerme» (idem, n.°452, pp. 256-257).

— Nada tengo que ver con la gente de este mundo.

Al levantarse viento, Yehá queda despojado de sus prendas. Dos Jinetes le preguntan la causa de que se encuentre desnudo. Contesta: «Pertenezco a las sepulturas, hijos míos; he dejado el asunto decididamente y he salido de mi tumba para terminar mis abluciones, pero en seguida volveré a ella, ya que nada tengo que ver con la gente de por aquí» (idem, n.° 453, p. 257).

Una ballena

Una vez mandó el maestro zapatero al Bizco Pardales a un mandado. Y, siempre, le gustaba mucho jugar. Y se entretuvo jugando a la pelota, le gustaba mucho jugar a la pelota.

Cerca del río, había allí una explanada, y allí se ponían a jugar los muchachos. Y cuando pasaba por allí cerca, pues, como le gustaba tanto, salió corriendo y ya estaba... Le pasaba como le pasa a éste [hay un niño presente y lo señala], jugando a la pelota. Y cuando volvió, empezó el maestro a reñirlo:

— ¡Ay que ver este niño, que no lo puedo mandar a ningún lado! ¡El tiempo que tarda!

Dice:

— ¿Pues usted no sabe por lo que he tardado, maestro? Porque en el río había mucha gente viendo pasar una ballena que había allí en el río.

— ¿Una ballena? — dijo el maestro—. ¿¡Una ballena!?

— Una ballena, una ballena, una ballena más grande que... La he visto yo. ¡Vamos, que la he visto yo! Y era mentira, no había visto ballena ni nada. El había estado jugando a la pelota.

Y salió el maestro corriendo, el maestro zapatero salió corriendo a ver la ballena.

Y cuando El Bizco vio que el maestro había ido a ver la ballena, dice:

—¡Me cagüen la leche que mamó! ¡Quizá será verdá lo de la ballena! Yo voy a ir...

Y es que, también en otra ocasión, ocurrió una cosa similar. Que, que a uno se le cayeron dos botellas, y (y puede ser por eso por lo que se dijo lo de la ballena también) se le cayeron dos botellas y empezó a, empezó a gritar:

—Una va llena una va llena una va llena...

Y, y empezó la gente a mirar...

— ¿Dónde estará la ballena, dónde estará la ballena?

Dice: —No, hombre, es que me se han caído dos botellas ¡y una va llena! Ç

Catalogación Recuerda a Aarne-Thompson, n.° 1315, The Tree Taken for a Snake.

Chevalier, P5 (Cuentecillos).

Thompson: X900, J1772, J1800, P251, P453.

La anécdota y el episodio de la ballena del Manzanares

Una versión igual a la nuestra, en la que el avispado chico quiere llamar la atención de la gente y después se sorprende por la atención que ha causado su alarma por la presencia de la «ballena», aparece en Domínguez (Documentos...Venezuela, p. 50), 1.1.3.2.4: Un hombre Gozón.

Nuestra anécdota bien puede ser realista, pero nos recuerda la de la Ballena del Manzanares, por un lado, y las dudas creadas por el ocurrente cuando los oyentes dan oídos a su caso asombroso o incierto.

Lo último es lo que le sucede a Shertat (suponemos que el Yehá Saharáui) en un chascarrillo incluido en Cuentos saharáuis, recogido por Aris-Cladellas. El chusco ve jugando a unos niños y se le ocurre decirles que, si miran detrás de cierta palmera, hallarán unos dátiles. Los niños van corriendo hacia el árbol y Shertat queda pensativo, porque piensa que tal vez existan, realmente, los dátiles tras la palmera.

Sobre la ballena del Manzanares, hay una amplia bibliografía. Chevalier (Folklore..., p. 68) recuerda la anécdota a propósito de las pullas: «En efecto, sin dificultades se recoge en los refraneros del Siglo de Oro —desechando unos casos sobradamente conocidos como la ballena del Manzanares o la relojera de Ocaña— rica cosecha de cuentecillos-pullas». Recoge (en Cuentecillos, pp. 368-377) diversas versiones o menciones: «Lope de Vega, El galán escarmentado, I, Acad. N., I, p. 123a. [...] Lope de Vega, La noche de San Juan, II, Acad. N,, Viii, p. 150b. [...] Lope de Vega, Rimas de Tomás de Burguillos, p. 1429. [...] Tirso de Molina, Desde Toledo a Madrid, III, BAE, V, p. 496a. [...] Quevedo, Poesía, n.° 737, pp. 932-933. [...] Vicente Espinel, Vida de Marcos de Obregón, II, XXV, II, pp. 306-307 [p. 585 en nuestra bibliografía]. [...] Castillo Solórzano, Jornadas alegres, VI, pp. 324-331».

Iribarren (El porqué..., pp. 436-437) se ocupa bastante extensamente de la hablilla. Explica que marcó tanto la fama de los vecinos de la capital española, que «antiguamente, los madrileños tenían el apodo de ballenatos». (Efectivamente, así los menciona, por ejemplo. Céspedes y Meneses [Varia fortuna..., II, p. 62]: «Ya no ay villanos en Castilla la Vieja, la freqüentación de cortesanos, digamos Caçeroleros y Ballenatos, corrompió sus costumbres...». Es inevitable acudir al doctor Fradejas Lebrero [Geografía literaria de la provincia de Madrid, pp. 85-88] para ampliar este concepto). Seguidamente, Iribarren refiere el sucedido tal como lo hace Gili Gaya comentando el episodio de la Vida de Marcos de Obregón: «Ballenas: albardas. Alude a una anécdota que también recogieron Cervantes, Lope y Tirso. En cierta ocasión...». Nos dice a pie de página que «la burla de la ballena y de su albarda aparece en tierras extremeñas». Para ello se basa en la autoridad de Rodríguez Moñino, que recoge el chiste del Manzanares trasvasado a Berlanga y Valverde, localidades extremeñas. [En efecto, Correas la refiere bajo el refrán En Valverde, moquillo verde; en Berlanga, lanza y albarda, p. 203a.] También recuerda la versión de Castillo Solórzano (en Jornadas Alegres).

Cotarelo (Colección..., p. CCXC) da noticia de una obra de don Francisco Antonio Monteser, que utilizó el cuento de la ballena para su Mojiganga de la ballena. «Esta obra debió de estrenarse en el invierno de 1667», asegura.

No podemos pasar por alto la versión de Trueba (Cuentos populares, pp. 92-101) que titula precisamente: La ballena del Manzanares. La nada le lleva dos toneles a un vinatero que le inspira la conocida expresión que oye un tal Alvar, compendio de ser chismoso. Oír y repetir es tarea predilecta del chismoso, por eso «aquella sorprendente noticia había corrido con la celeridad del relámpago desde la puerta de Toledo a la de Santa Bárbara, desde la puerta de Alcalá a la de Segovia, y desde el Salitre a las Maravillas». Alvar va en cabeza a ver el prodigio, el pueblo le sigue. El chismoso se informa mejor por llegar primero al vinatero, que explica lo acontecido, y se enoja sobremanera: «Yo te enseñaré a no pronunciar la V como la B». Al llegar los primeros curiosos sólo oyen las palabras de Alvar y preguntan que quién da. Se extiende otra confusión: «Alvar da, Alvar da, contestaron los que lo veían». El pueblo que oye esto piensa que el objeto arrastrado por el agua es una albarda. Esta es una versión arreglada por Trueba.

En Narraciones populares (pp. 167-182, en el cuento El ruiseñor y el burro), vuelve Trueba a mencionar el episodio.

Por la reelaboración de Baselga, su El barbo de Utebo (Cuentos..., pp. 267-285) puede tomarse como una variante.

En suma, creemos que es una de las anécdotas más conocidas por toda España, pero creemos, también, que debemos afiliarla a la tradición literaria aunque aparezca en la oral:

Espinosa (CPCL, II, pp. 144-145), n.º 289: La ballena es una albarda.

Sánchez Pérez (Cien C.), n.° 62: La ballena del Manzanares y El barbo de Utebo (dos versiones).

Amades (Folklore de Catalunya..., p. 1174a), n.° 616: A Vallbona de les Monges, tous.

El Bizco Pardal entre mocitas

Resulta que El Bizco quería ir a Sevilla, y no tenía nunca una gorda. Pues va corriendo, y iban en un vagón unas pocas de mocitas. Y llega y fue corriendo a vestirse a su casa de mujer. Llega, dice:

— ¡Ay! ¿Dónde vais, a Sevilla?

Dicen:

—Sí.

—Bueno, pues voy a sentar con ustedes.

Total, resulta que se mete con las muchachas allí. ¡Niño! Y como las mocitas sacan la conversación de, de cuando sale...

— ¡Oy!, a mi madre le ha salido — ¿cómo se llama eso que van a tener, cuando van a tener...?— ¡un antojo!, un antojo.

Salió la conversación de las muchachas, decían:

—Entre nosotras, enseña una una cosa y otra... Entre nosotras ¡no pasa nada!

¡Y El Bizco iba que ardía!

—Bueno —dice El Bizco—, bueno, María.

A tu madre se le ha antojado una teta vaca. ¡Uh! Estará muy bonita. ¡A ver, enséñala! —decía El Bizco.

— ¡Mírala!

— ¡Uh! Bien. Una teta vaca a la vera de la otra... ¡Qué bien!

— Bueno, ¿y la tuya?

— ¿La mía? Es un merenguete.

— ¡Uh! Un merengue... ¡Enséñala! De todas las maneras...

—Bueno...

Total, todas las dijeron, y dice una:

—Bueno, señorita, nosotras, nosotras todas hemos enseñado nuestras cosas, y todos los antojos, ¿y usted?

— ¡Ah! Yo, no me atrevo, hija mía. Mi madre es tan bruta, tan bruta, que se le antojó comerse un pavo. ¡Uf! Pero yo no siento el pavo, yo lo que siento que el moco me lo dejó a mí.

— ¡Uy, pues estará eso muy bonito!

Pues, que, un moco que tenía el pavo, cuando le pone el moco tieso, muy colorado...

— Bueno, pues tú lo tiene que enseñar también.

— ¡Uy! Me da vergüenza, enseñar...

— ¡Nada! No pasa nada.

¡Mira! Cuando salió El Bizco con el moco el pavo...

— ¡Ay, qué sinvergüenza! ¿Y tú eres una mocita...?

Catalogación

K1321.1. Hombre disfrazado de mujer admitido en sitio de mujeres. Sobre este motivo, véase Thompson (El cuento folklórico, p. 228), K1836, K1321, K1810.1.

El luto de El Bizco

Pues también, dice que se le murió la madre, y le habían regalado un traje blanco. Pero resulta de que el traje blanco tenía un, un agujerito en el culo. Claro, como se había muerto la madre, pues le dijeron:

—Pues mira, en vez de ponerlo el remiendo blanco, se lo vamos a poner negro en el culo.

Entonces fue a los toros y le dice uno:

— ¡Bizco!, pero ¿tú? A ti te se ha muerto tu madre. ¿Y tú adonde llevas el luto? Y dice:

—Mira, el luto cada uno lo lleva donde quiere; lo mismo lo lleva en el brazo que lo puede llevar en el culo.

Versión semejante

La anécdota se atribuye al famoso personaje sevillano y no recordamos otra igual; sin embargo, cierto fondo popular debe existir.

La brevedad de la cita nos permite transcribir un fragmento de Trueba (Narraciones populares, p. 40);

Séneca, que era el mismo demonio para observar y satirizar, observó cuatro domingos seguidos al ir a misa que á Angelote se le reían los calzones por la parte más seria, y observando el quinto domingo que á pesar de ser negros habían sido cosidos con hilo blanco, teniendo además puntada de mortaja de suegra, se puso á cantar con una sonrisa que frió la sangre a Angelote:


Tengo que tengo
la camisa cosida
con hilo negro.

Clase alta o clase baja

Es de señoritos. Y iba El Bizco también. Dicen los señoritos:

—Aquel cortijo, de mi tío, el capitán.

Ya va El Bizco Pardal, mirando.

—Mi tío..., aquel cortijo, de mi tío el general; el otro, mi tío, el marqués.

¡Mira! Todos los gordos los estaban diciendo. Y El Bizco Pardal, callado. Y cuando ya se quedan callados, dice El Bizco Pardal:

— ¡Ya está todos los cortijos! ¿No?

Dice:

—Sí.

— ¡Ah! —dice—. Ahora voy a empezar yo —dijo El Bizco Pardal, dice—. Aquel cortijo que está allí, mi tío el basurero; aquél, mi tío el enterrador; aquél, mi tío el otro...

Dice uno, dice:

— ¡Amigo!, ¡qué, qué familia más baja tiene usted!

Dice:

— ¡Hijo la gran puta, la que a mí me habéis dejado! ¡Si vosotros os habéis llevado toda la buena!

Versiones

RodeRic (100….ferroviarios, s.p.): Un caballero andaluz. Un baturro y un andaluz son los personajes que se encuentran, en esta versión, en un tren:

[...]

— ¡Josú...! ¡Qué familia más ruin!

—Pues ¡ridiez! La que usted m'ha dejao: porque s'ha llevao lo mejorcico.

En un cuentecillo del conde de las Navas, Los tres emperadores y el campesino (López-Valdemoro, 0.1., pp. 253-254), hallamos ciertas semejanzas. El emperador de Austria, el zar de Rusia y el emperador de Alemania suben, tras una cacería, al carromato del campesino. Este quiere conocer la identidad de sus acompañantes; cuando le revelan la verdad, él, incrédulo, dice de sí mismo: «¿Yo? ¡¡el Papa!!».

Posee ciertas semejanzas también con un cuento frecuente; el enojo de quien se siente rebajado es evidente; aparece en Timoneda (El sobremesa, I, p. 62). Hablando sobre los grandes de España, «uno querría ser duque del Infantazgo...», finalmente otra exclama: «Yo querría ser melón». Y explica que para «que oliésedes en el rabo».

Pabanó (Historia y costumbres de los gitanos, pp. 164-165) refiere un sucedido que le pasó a un tío de Joselito El Gallo en 1911. Joselito y su hermano Rafael, también torero, invitaron al tío a una juerga y, para gastarle una broma, le cedieron un burro «viejo, flaco y lleno de mataduras» mientras ellos montaron dos «soberbios potros» para acudir a la cita. Así como los matadores de toros se lanzaron al galope, José El Aguda, el tío, cabalgó lenta y pacientemente en su rucio, sin inmutarse. Cuando llegó a la fiesta le esperaban con gran jolgorio y broma: «Pero, José, ¿qué has Jecho, home; qué t'ha pasáo pa tarda tanto? T'estamo asperando tres hora...» La paciente resignación del viejo es la que recuerda el obligado conformismo de El Bizco de nuestro cuento: «Pero Rafaé, si ostés habéi venío en tren expré y yo en un cantaó de perra gorda...».

Tirando gato al rio

Esto venía a ser un señor que vivía en Sevilla. Y le llamaban «El Bizco Pardales». Estaba trabajando en un banquillo de zapatero, de ayudante. Y llegaron una mañana a la zapatería, el maestro llegó antes y él llegó después, y le dice:

— ¡Bizco!

—¿Qué pasa, maestro? Dice:

—Ha ocurrido una desgracia.

Dice:

— ¿Qué ha pasado?

Dice:

— El gato se ha muerto, hijo.

— ¡Qué dolor del gato, ammalito! ¡Con lo que yo quería al gato, que hacía siempre...! Yo me sentaba, venía y me se echaba en las piernas y pasaba, ronronear... ¡Qué dolor de mi gato! —hasta lloró El Bizco y todo—. ¿Y qué vamos a hacer, maestro?

— ¡Qué vamos a hacer! Es menester que lo cojas, lo metas en un saquillo, en el saquillo ese que está ahí, en el rincón, y lo llevas al río y lo tiras en el río. El saco te lo traes, ¡eh! Te tiras el gato y te traes el saco.

—Bueno, maestro. Está bien.

Cogió, metió el gato en el saco, se lo echó a cuestas, al hombro, y se dio a andar por las calles de Sevilla, que estaba bastante retirado del río, vamos, echaba, había cerca por lo menos en un kilómetro o más. Pero llegó al río y tiró el gato. Cuando tiró el gato, había allí unos muchachos jugando a la pelota y se puso a jugar a la pelota. Estuvo allí hasta que acabó de jugar el partido ¡Pechada de correr se pegó! Llegó casi a la hora del almuerzo. Cuando llegó, empezó el maestro a reñirle:

— ¿Dónde has estado, que hace más de dos horas que te fuiste? Dice:

— ¿Que dónde he estado? ¡Usted no sabe ni la gente que había allí tirando gatos en el río.

Catalogación Thompson: P360, P453.
Tirar gatos al Guadalquivir.
Podemos leer lo siguiente en Marcos de Obregón (II, VI, p. 405):

Vino en este tiempo una grandísima peste en Sevilla, y mandóse por materia de Estado que matasen todos los perros y gatos porque no llevasen el daño de una casa a otra. Yo, procurando asentar mi vida, fuime a Sanlúcar, a casa del duque de Medinasidonia, y navegando por el río fue tanta la abundancia de gatos y perros que había ahogados en todas aquellas quince leguas, que algunas veces fue necesario detener el barco o echarlo por otra parte.

Callos o menudo

El Bizco Pardal fue una vez con unos señores a Jerez, a Jerez de la Frontera. Y entonces, para reírse con él —en Jerez al menudo le dicen callos—, y entonces llegóy le... — ¡bueno!, a los callos esos les dicen..., bueno, a los callos les dicen menudo; pero es que son callos; no quieren que les digan menudo, sino callos—, y entonces lo mandaron allí a una gatunera que había ¡muy gorda!, y para reírse con él; como sabían que iba a pedir menudo, la gatunera se iba a cabrear, le dijeron:

—Corre Bizco. Ve a aquella señora que está allí, que mata becerros y eso, y le dices que te venda dos kilos de, ¡de menudo!

Y cuando llegó le dice:

—Señora, ¿me vende usted dos kilos de menudo? —porque era tartajoso.

Dice:

—¿Menudo?, sinvergüenza. A usted ¿quién le ha dicho eso? ¿Porque yo soy gorda menudo le voy a vender a usted? A usted le voy a vender el cuchillo, que le voy a dar en la cabeza con él.

Dice:

— Ceeeñora, no ce ponga uzté ací, queee yoo ya me voy. —y se fue a donde estaban ellos.

Y ellos estaban meados de risa. Dice:

— Bueno, pues ahora vas a ir otra vez y le vas decir que te venda callos.

—Hombre, noo hacerme ir ayí má; que yo no voy ayí má. Que eza mujé me va' tira el cuchiyo.

Cuando se fue, le dijo:

—Ce, ce ñora, ¿tiene uzté cayo?

Y le dijo:

Sí, señor, que tengo callos.

Dice:

—Pue compra una alpargata aací de grande, ¡zoo hija la gran puta!

Catalogación

Thompson: J1442.

El Bizco con prismáticos

Voy a contar otro de El Bizco, que fue a los toros. Fue a los toros..., y él nunca ha visto los toros con los prismáticos esos; nunca había visto los toros. Y entonces, por reírse con él, pues se los dieron. Cuando el toro venía cerca de él, estaba así mirando, y venía el toro; ya lo veía viniendo muy cerca, muy cerca... ¡que lo vio encima!, y cuando lo vio encima, al de adelante le hizo: «¡Ah, toro!» Y tiró, lo tiró a la plaza al que estaba delante.

(Como el toro ya lo vio tan cerca, dice: « ¡Ea, ya, ya está aquí».)

Catalogación

Cf.Robe, 1331 º E.

OTROS PERSONAJES LOCALES

La venta Del becerro viejo

Y en Paradas hay otro también que es muy chistoso. Y resulta de que crió un becerro; un becerro para, lo engordó para venderlo. Y se lo vendió a uno. Y el becerro resulta de que el becerro estaba ciego.

Y cuando, el que lo compró era un matarife, como iba a matar, cuando lo notó que estaba ciego, dice: «En busca de Manué voy ahora mismo. A ver por qué me ha vendido a mí un becerro ciego».

Y fue muy chistoso ese hombre, muy gracioso. Le dice:

—Vamos a ver, Manué. Tú, ¿por qué me has vendido a mí el becerro ciego?

Dice:

— Hombre, yo creía que lo querías para matarlo. Si yo fuera sabido que lo querías para enseñarlo a leer, pues entonces yo no te lo fuera vendido.

Aparece, en algunas ocasiones, una anécdota que puede recordar la presente. Vende el borrico asegurando que no tiene defecto alguno, y, cuando le reclaman, se defiende diciendo que el tal no es un defecto, sino una desgracia. Puede leerse, por ejemplo, en Castelar (Nueva Floresta, p. 26), El Borrico Tuerto.

De comer, guitarra

Y en Paradas había uno —eso era en Paradas, ¡eh! —. En Paradas había uno que le decían Covano, y era aquellos años de la hambre también. Y los niños, pues claro: comían poco.

Y...

Pero un día fue la mujer a la plaza y compró una clase de pescado —no sabía ella lo que era; era como un cazón, una cosa así—. Y entonces le dijo el pescadero que era guitarra.

Y les dio de comer aquel día. Claro, les guisó aquel guiso; los pobrecillos se hartaron de comer.

Y allí entonces no había ni servicio, ni vater, ni nada. Y se fueron al corral. Y tenía siete u ocho chiquillos y todos estaban allí por el corral, todos con la barriga mala.

Y entonces entró el padre, le dice:

— ¡Niña!, ¿tú qué les has dado de comer a los niños hoy?

Dice:

— ¿Yo a los niños de comer? Hoy les he dado a los niños de comer ¡guitarra!

Dice:

—Pues anda, ve allí, al corral, que los tienes a todos de jarana.

Versiones: Pabanó recoge una anécdota sin variación (Historia...de los gitanos, p. 175): La guitarra. Personificado en Manoliyo er Zocato, de Triana, al que le regala el pescado guitarra «er Bardomero».

Otras semejantes son viejas en la literatura. Santa Cruz (Floresta, I, V, III, III, pp. 195-196), cuenta la tacañería del hombre que da de comer sólo livianos. Un mozo se queda rezagado en una marcha; el señor vuelve la cabeza y le ve con una gran piedra. Explica a su señor: «Hallóme tan liviano de comer siempre livianos, que de miedo que no me lleve el ayre, cargué de este peso».

Nuestro cuento, como el anterior de Santa Cruz, está basado en la polisemia de una palabra y los equívocos que ello conlleva. Livianos, aparece frecuentemente en la literatura del Siglo de Oro tanto con la acepción de pulmón como de ligero.

Una anécdota de Asensio (Floresta, III, I, IV, II) es más semejante a la nuestra respecto a la comida y los supuestos efectos, pero más cercana a Santa Cruz respecto a los móviles que provocan la acción: llamar la atención sobre la tacañería del señor.

Cruzar la alambraba

El Covano, el Covano ese fue con Trescarteras, con Trescarteras, los años malos de las hambres, y le dice Trescarteras a Covano:

—Covano, vamos a coger bellotas.

Y dice Covano:

—Yo no voy al monte por bellotas, que está la guardia ahí. Está la guardia, y como nos coja mos va a pegar palos hasta en el carné de identidad.

Dice:

— ¡Anda ahí! Vámonos allí... la guardia... nosotros... cuando pase un rato, nosotros salimos corriendo y en el Calvario nos juntamos los dos.

Dice:

—Chiquiyo, que nos pilla antes de tiempo, que nos pilla.

Bueno, se fueron al monte a coger, a coger bellotas. Cuando están cogiendo las bellotas, le dice Covano:

—¡Que viene! —dice el otro— ¡que viene! ¡Que viene la guardia, Covano!

Y salió corriendo el otro volado, y dice:

— ¡Me caguen la madre que parió al guardia civil!

Salió corriendo el Covano. Cuando Covano llegó al Calvario, cuando Trescarteras llegó al Calvario, Covano llevaba una media hora ya, y le dice Trescarteras:

— ¿Viste como me salté la alambrada? Dice:

— ¿Pero ahí había alambrada?

Ni con un cántaro

Cuando estaba en la mili, cuando fue a la mili, estaba diciendo el capitán:

—Porque el Señor quitó las espinas a Jesús, o sea, una golondrina le quitó las espinas a Jesús, porque estaba crucificado —dando muy mal la conferencia—. Porque, una golondrina venía volando y lo salvó.

Y le dijo el capitán a Covano:

—Usted cree Covano que la golondrina ¿puede secar el mar con el pico?

Dice:

—Ni con un cántaro a cuestas.

Covano en el tranvía

Pues éste también fue a Sevilla, ese Covano. Y se subió en el tranvía. Y cuando... —usted sabe que el tranvía, para arrancar, hace...: se pega—, y entonces el cobrador le dijo:

— ¡Agárrese usted aquí, hombre! —se agarró a la barra del tranvía.

¡Y venga a andar por Sevilla, y venga a andar y venga a andar! Y aquel hombre no se bajaba. Y cuando ya le pareció, le dijo al cobrador: —Oiga [imitando], caballero. Yo me tengo que soltar eso que tengo que dir a mi pueblo.

Dice:

— Pero, hombre, ¡yo le he puesto a usted ahí no se vaya a caer!

(Y estuvo todo el día en Sevilla dando vueltas por Sevilla.)

[Para imitar a Covano oculta el labio inferior ba)o los incisivos superiores.]

Catalogación

Thompson: J1730, J1820.

Covano recluta

Y cuando le marcaron tenía unas uñas así de largas. Y entonces, cuando lo estaban marcando, se acercaron así, a verlo. dijo:

—Usted, ¿cuándo se corta las uñas?

Dice:

— ¡Yo cuando tropiezo! [imitando].

Covano soldado

Cuando, cuando, ya era soldado que entró en filas... No, hombre, cuando lo puso en, cuando ya los pusieron formados a todos, entonces pilló y le dijo —hablaba muy malamente; formado muy mal; de un lado—, y se acerca el comandante y le dice:

—Pero, todos los mozos de su pueblo, ¿son como usted?

—No, yo soy el mejorcito [imitando].

Covano y las botas

El Covano ese, que está de asistente con un capitán, y entonces le dijo:

—Mira, Covano. Vas a ir y te vas a traer, que yo tengo unas botas..., bueno, tengo dos pares de botas, tengo unas coloradas y otras blancas; y te vas a traer uno de los dos, el que tú quieras.

Y entonces tenía..., ése tenía los dientes así de largos. Y lo mandó y fue entonces dice: «Yo me voy a llevar una de éstas cualquiera». Y entonces cogió, y cogió una colorada y otra negra.

Y se las llevó al capitán. Cuando llegó, le dijo:

— ¡So calamidad! ¿Estas botas me traes?

Y dijo:

—Mi capitán las que han quedado allí son lo mismo [ocultando el labio inferior].

Versión española

Roderic (100.. .ferroviarios, s.p.): Tenia razón. Un criado y su señor son los personajes en este caso:

[...]

—Me habían dicho que no eras muy listo, pero por lo que veo eres tonto del todo. ¿Crees que puedo ponerme un zapato de cada color?

— Pues los que han quedado allí también son iguales.

Colmado o raído

Esto que os voy a contar, me contaron en el tinajón de Perpiñán. Perpiñán es una finca que está en la vega de Carmona y allí, el tinajón era comunal, o sea que todos los colonos, como ya no había vacas —aquello estaba hecho para las vacas—, como ya no había vacas —vacas o bueyes—, pues servía para los yunteros que iban allí a sembrar el maíz, pues se quedaban allí de noche, se iban siempre por tres días. Llevaban paja, y tenían que llevar la comida para las bestias y no podían llevar mucha, porque llevaban tres o cuatro sacos de paja y se quedaban, el día que iban, aquella noche; y al tercero, al tercer día se iban al pueblo.

Y alguna de las veces, cuando iban y se quedaban allí, pues, unas veces llovía. De noche, pues cada uno decía su cosa; contaban chistes y... cada uno decía lo que le parecía. Y me contaron una cosa que me, que me hizo mucha gracia —los paradeños son muy exagerados; les gusta mucho exagerar la cosa—, y me contó uno que dice que un vecino suyo había hecho una obra; había destejado una casa. Tenía el cielo raso, y en el sobrado había, tenía aquel año avena. Cuando se dio cuenta, se habían llevado la mitad de la avena: había muchos ratones: los ratones se llevaban la mitad de la avena.

Y le dice:

— Lo que vamos a hacer va a ser... Vamos a desbaratar el techo raso a ver si liquidamos los ratones que haya.

Se liaron con escobas y palos y todo lo que pillaron allí... ¡que yo no he visto en toda mi vida más ratones!

Dice:

—Cojo media fanega de ratones ¡media fanega! Y había uno allí que estaba escuchando lo que estaba contando el otro de tantos ratones, dice;

— Oye, te voy a hacer una pregunta: ¿los ratone son, colmado o raído?

Juan Ramírez Alvarez, Arahal, 1993.

Evidentemente, la anécdota es real, pero en nada difiere de las historietas populares. Refleja los motivos X900, X1020 y X1226 referentes a exageraciones.

El arroz es demasiado caro

Una vez a Centeno le invitaron a comer. Centeno era también uno de ésos, que era muy chistoso. Lo invitaron a comer en una reunión. Y entonces todos los que estaban allí —era un guiso de arroz con carne, arroz con carne de pollo, de carne. Y dice que, con el arroz —allí todos reunidos, tenían el guiso, el arroz puesto—, empezaron a comer, y dijo uno:

— Un grano de arroz de éstos vale cinco duros.

¡Ya ves en aquellos tiempos, cinco duros un grano de arroz, de bueno que estaba, de bueno que estaba! Y entonces le dijo —y Centeno, cuando oyó, se puso a la vera del plato de la carne, se puso a comer carne—, y el otro dijo:

—Un grano de arroz de estos vale diez duros.

¡Y Centeno, a comer carne!

Y otro le dijo:

—Un grano de arroz de estos vale veinte duros.

¡Y más carne comía Centeno! Y el otro dijo, dice:

—Esto vale mil pesetas, un grano de arroz de estos.

Y hace así... ¡Mira! Dice:

—Oye, Centeno, ¿tú no comes arroz?

Dice:

—Sí hombre. ¡Al precio que tú has puesto el arroz es para que yo lo pueda comer!

Catalogación

Cf. Hansen, **1568B.

El maestro justo

Al maestro Justo lo pillaron una vez meando ahí en la Corredera, y lo vio un municipal y le dice:

— ¿Ahí se está usted meando?

Porque ¡como bebía tanto!, se emborrachaba, le entraban muchas ganas de mear; por donde quiera se ponía a mear. Y lo pillaron los municipales:

— ¡Venga! Usted tiene que pagar una multa de diez reales.

Le llevaron al ayuntamiento, dice:

— ¿Diez reales voy a pagar yo? ¡Con diez reales me compro yo una escupidera y mea toda mi familia!

Catalogación

Thompson: J1250.

Hay varias versiones sobre el tema. En Nogués (C...de Aragón, p. 120), el infractor es multado con diez reales, y entrega un duro. Como no pueden darle vuelta del dinero sobrante, el hombre sancionado le dice a un acompañante: «Bueno; haz tú lo mismo, y que se quede con el duro».

Trabajar con «El Nabo»

En Paradas hay una familia que le dicen «Los Nabos». Y entonces se fue —en los años cincuenta y tantos había muy poco trabajo en Paradas—, y se fue a Barcelona, y se colocó en una obra, porque era de campo.

Dice:

—Mire usted, yo me voy a colocar aquí de lo que sea.

Dice:

—Mire usted, esta obra está empezando. Usted lo que puede, arreglar el camino y replantar esto hace que se empiece.

Dice:

— Bueno, pero yo me llamo Manuel Parrilla Buzón —dice—, pero en mi pueblo nada más me dicen «El Nabo».

Y ya nada más le decían «El Nabo» para acá, y «Nabo» para allá, y «Nabo» para acá. Y bueno.

Pues a los dos o tres días, llega una mariquita pidiendo trabajo y dice:

—Yo soy decorador.

Y dice:

—Mire usted, aquí decorador no hay ahora mismo.

Dice:

—Bueno, pues yo me quedo por aquí hasta que llegue el tiempo de la decoración.

Y entonces un día:

—Pues va usted a pintar esto, vaya usted a fregar a la oficina.

Y un día no tenía qué mandarle, dice:

—Pues hoy, se va usted a, se va usted allí y parte piedras con «El Nabo».

Dice:

—Con el nabo no parto yo ni bizcochos.

No hay Casa Consistorial

Que dice que aquí llegó una vez un hombre preguntando por la Casa Consistorial, y había un municipal que le decían aquí «Ganancia», y llegó, dice:

—Mire usted, la Casa Consistorial, ¿dónde está? Dice: —

¡ Ojú! Esa casa la han quitado de aquí. Eso en Marchena sí hay, pero aquí no hay casas de ésas. Eso lo quitó Franco y aquí no hay casas de ésas.

Y era el Ayuntamiento, y se creyó que eran casas de mujeres.

Motivos que se citan

J1250 Réplicas verbales inteligentes.
J1442 Un cínico replica.
J1730 Ignorancia absurda.
J1772 Un objeto tornado por otro.
J1800 Una cosa tornada por otra (varios).
J1820 Acciones inapropiadas por malentendido.
K1321 Seducción por hombre vestido de mujer.
K1810.1 Disfrazarse poniéndose ropas (llevando adornos) de cierta persona.
K1836 Hombre disfrazado con vestido de mujer.
P251 Hermanos.
P360 Amo y sirviente.
P453 Zapatero.
X900 Humorismo en mentiras y exageraciones.
X1020 Mentira: notables posesiones u hombres.
X1226 Mentiras sobre ratones.

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Cuentos populares andaluces

AGUNDEZ GARCIA, José Luis

Publicado en el año 2001 en la Revista de Folklore número 241.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz