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Los animales tienen una importante participación en las representaciones iconográficas del nacimiento. En jumento llegan José y María a Belén y en jumento sale la Sagrada Familia camino de Egipto. Más aún: Cuenta una leyenda que cuando el mesonero niega alojamiento a los esposos cansados obligándoles a buscar albergue por todo Belén, las mismas bestias de su establo le muelen las costillas a coces condenándole así por su mala acción. Otra tradición cristiana que ya representan los pintores desde los primeros siglos es la de que, en el portal donde da a luz finalmente María, dos animales les acompañaban: Un buey y un asno. Se dice que ambos habían hecho el viaje con ellos: la pollina -blanca por más señas- para que la Virgen realizase el trayecto más descansadamente, y el buey porque San José quería venderlo en el mercado para así obtener dinero y pagar el censo y los demás gastos de desplazamiento. Cuando nace el niño, ambos animales, dándose cuenta milagrosamente de la calidad del recién nacido se arrodillaron y le adoraron. Alguna leyenda hay, sin embargo, que convierte al buey en una vaca y al asno en una mula, y añade que ésta última se comía el heno del pesebre mientras que la vaca trataba de envolver al niño entre las pajas para que no tiritara. Por comportarse de forma tan distinta, el niño condena a la mula a que sea estéril para siempre y bendice a la vaca, añadiendo que todo producto que salga de ella será bueno y aprovechable.