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VII Centenario del Infante Don Juan Manuel, 1282-1982

LOPEZ SOBRINO, Jesús

Publicado en el año 1982 en la Revista de Folklore número 24 - sumario >



El día 6 de mayo de 1282 nacía en Escalona Don Juan Manuel, hijo del Infante Don Manuel y nieto de San Fernando. En 1982 debería haberse celebrado el VII Centenario con los correspondientes actos conmemorativos, que tan al uso están en nuestros días. Sin embargo, que yo sepa, este aniversario ha pasado en el más absurdo ostracismo.

Queremos dejar constancia de este centenario en la Revista "Folklore" porque los escritos del mal llamado "Infante" (aunque por todos aceptada esta denominación) son una fuente inagotable de folklore. Los libros del Magnate Castellano y sobre todo El Conde Lucanor contienen innumerables pinceladas costumbristas de la sociedad de su tiempo e incluso de anteriores generaciones con las que Juan Manuel conecta. Por otra parte el mundo de Don Juan Manuel no se ciñe sólo al ámbito cristiano, sino que sus escritos son muy permeables a las otras dos etnias que coexisten en el medioevo hispánico: la judía y la musulmana.

No creemos en fatalismos, pero da la impresión que a Juan Manuel le persigue un maleficio oscurecedor de su fama y de su nombre, como contrapartida a su desmedida obsesión perpetuista. El hizo lo indecible por abrillantar su estirpe y por legar su nombre a las generaciones posteriores. En este contexto se comprende el afán que manifiesta el orgulloso prócer castellano de envolver su estirpe regia en un halo de sobrenaturalidad capaz incluso de sobresalir por encima de la rama colateral puesta en el trono a través de los sucesores de Alfonso el Sabio. El nombre "Manuel" para el Señor de Peñafiel en el Libro de las Armas no es meramente casual sino providencial: pertenece a los nombres de Dios y significa "Dios connusco".

Juan Manuel, celoso como pocos de su honra, ha tenido serios problemas de pervivencia en su andadura como escritor, además de ver frustrado constantemente durante su vida su ilusorio mesianismo político.

Juan Manuel tuvo mala suerte en la transmisión de sus obras, mutiladas y llenas de corruptelas debidas a los copistas, a pesar de su empeño por salvaguardarlas de errores en su convento de Peñafiel. En el Prólogo General a su obra nos manifiesta su preocupación narcisista de velar por ella; es más, ilustra su intención con la historia del caballero trovador y el zapatero. El zapatero destroza la cantiga del trovador de Perpignan con su mala entonación y éste, en justa recompensa, le rompe los zapatos. Para no sufrir los avatares de cualquier copista "zapatero", Juan Manuel deposita en Peñafiel sus escritos, que, paradójicamente, han padecido más interpolaciones de lo normal.

Por si fuera poco, en el siglo pasado, Juan Manuel sufrió duros ataques a la originalidad de sus escritos sobre todo por parte de Francisco de Paula Canalejas, que le considera un simple traductor, un compilador o expositor de libros ajenos; en suma, un plagiario y un mal imitador de Ramón Lull. La tesis de Canalejas no ha encontrado mucho eco entre los críticos, y hoy nadie discute la fuerte personalidad del escritor castellano, que emerge fresca en medio de substratos arábigos y otras fuentes citadas por él en sus obras, provenientes prioritariamente de su estrecha vinculación con los Padres Dominicos.

Juan Manuel está lejos del plagio. Si su obra fuera un zurcido de piezas preexistentes, él no hubiera tenido tanto interés en legarlas a la posteridad. Por otra parte A. Giménez Soler, su principal biógrafo, que juzga con excesiva acritud sus hechos y actitudes vitales destacando notas negativas de marcada tendencia antimanuelina, afirma rotundamente la originalidad del Señor de Peñafiel:

"Don Juan Manuel no traduce jamás, no compila obra alguna: un libro, un dicho, un suceso le sugiere una idea e inmediatamente la comenta en un libro, en un capítulo de otro, en un exemplo, dando a lo suyo carácter personalísimo e imprimiéndole su carácter" (1).

Hasta tal punto es importante la obra de Don Juan Manuel que Menéndez Pelayo refiriéndose al Conde Lucanor llega a decir que junto al Decamerone de Bocaccio "comparte la gloria de haber creado la prosa novelesca en Europa..." (2).

Pero estas líneas no pretenden redescubrir la personalidad literaria de Don Juan Manuel. Nuestra modesta aportación al centenario de su nacimiento, a través de dos artículos en esta revista, gira en torno a su andadura existencial (menos conocida y objeto de contradicciones), intenta reseñar la faceta vulgarizadora del Infante, procura resaltar el riquísimo acervo folklórico de sus escritos y, por último, pretende adentrarse en una constante primordial y no estudiada de Don Juan Manuel: su senequismo.

Es a primera vista difícil aglutinar la figura guerrera, levantisca, maquiavélica y cruel del Señor de Peñafiel con el devoto escritor del Tratado de la Asunción de Nuestra Señora. Varios autores han señalado esa gran paradoja, ese dualismo tan marcado entre la vida y escritos: Menéndez Pelayo, Giménez Soler, A. Valbuena, G. Díaz Plaja, Huerta Tejadas, Juan Antonio Tamayo, A. Benito y Durán... Todos aluden a los hechos delictivos, que nos muestran a un señor feudal metido en la vorágine de las intrigas políticas y sin respeto para las vidas y haciendas ajenas. Juzgada su figura con mayor o menor severidad, los hechos históricos están ahí, aunque se rebocen con el oportunismo político, que también usaron sus contemporáneos y que gráficamente queda reflejado en el Libro de Patronio: dos caballos mal avenidos se hacen amigos en la común empresa de defenderse de un león. El león (para el Infante) es el rey que intenta afianzarse en su omnímodo poder, y los caballos son los nobles que hacen y deshacen alianzas para protegerse de la prepotencia real.

Se puede intentar la comprensión de la paradoja manuelina por el camino del contexto ambiental en el agitado siglo XIV, donde la duplicidad de óptimas leyes y su bárbaro incumplimiento estaban a la orden del día. Pero esto nos resulta insuficiente para explicar esa disparidad desconcertante de Don Juan Manuel, que él mismo reconoce en la vida de los hombres: "Muchos nombran a Dios et fablan en él, et pocos andan en sus carreras" (3).

Aunque su vida sea fiel reflejo del atormentado siglo XIV, es preciso profundizar en una etapa de la misma, que nos puede dar la clave para interpretar parte al menos de esta figura tan contradictoria. Nos referimos al período comprendido entre los años 1325 y 1330.

El parentesco de Don Juan Manuel con los reyes (nieto de Fernando III, sobrino de Alfonso X, primo de Sancho IV, yerno de Jaime II de Aragón y, después de su muerte, suegro de Enrique II y abuelo de Juan I) le obliga a inmiscuirse en todos los asuntos de Estado, complicándose en guerras, crímenes y hechos de dudosa reputación. El prestigio de su casa le empuja a continuas luchas durante la minoría de Alfonso XI, que se cierra en 1325 con la subida al trono del joven rey; éste margina a Juan Manuel y le hiere en lo más vivo al repudiar a su hija Constanza con la que había celebrado ya esponsales y había recibido bendiciones.

Juan Manuel, en este período amargo, siente vivamente en su carne el desgarrón profundo de una vida insatisfecha y llena de frustraciones. Se desnaturaliza del rey y se refugia en sus castillos, dedicando largas horas a la contemplación filosófica, al estudio, a la lectura, a la composición de sus libros y a la reflexión cristiana.

En los años 1326 y 1327 comienza su fecunda actividad literaria, frecuentando la amistad y correspondencia epistolar con su docto y piadoso cuñado Don Juan, Arzobispo de Toledo e hijo de Jaime II de Aragón, que va cicatrizando heridas en el injuriado magnate.

"Se arrepiente D. Juan Manuel de las violencias de antaño y encuentra en la literatura y en la comunicación intelectual un alivio a sus dolores de alma... La vejez se acerca y la vida de D. Juan Manuel se purifica" (4).

Las anteriores líneas de Antonio Ballesteros están en consonancia con la opinión de su biógrafo, Giménez Soler, que enjuicia así estos años del magnate:

"De la guerra salió mucho afincado de mengua de dineros, con deseo de vida solitaria, de placeres de las letras y de la caza" (5).

En estos años de crisis surgen los escritos de Don Juan Manuel, que va recuperando paulatinamente la paz de su atormentado espíritu. Podemos hablar incluso de un proceso de "reconversión" cristiana en la vida del ilustre escritor. Decimos "reconversión" porque Juan Manuel siempre fue hombre de creencias religiosas, aunque éstas estuvieran ancladas en el hábito costumbrista de la época.

En los escritos de estos años se refleja la inquietud de sus pasados yerros que le embargan el ánimo y le proyectan a la meditación de su futuro eterno. En el prólogo al Libro del Caballero et del Escudero, escrito en 1326, alude a los cuidados que no le dejan dormir. El Infante consume las vigilias en la lectura y en el pensamiento de ordenar su azarosa y "pecadora" existencia:

"Hermano Señor: el cuidado es una de las cosas que más face al home perder el dormir, et esto acaesce a mí tantas veces que me embarga mucho a la salud del cuerpo. Et por ende cada que só en algunt cuidado, fago que me lean algunos libros o algunas hestorias, por sacar aquel cuidado del corazón. Et acaesciome ogaño, leyendo en Sevilla, que muchas veces non podía dormir pensando en algunas cosas en que yo cuidaba que serviría a Dios muy granadamente; mas por mis pecados non quiso él tomar de mí tan grant servicio..." {6).

Es muy posible que Don Juan Manuel tuviera intención de terminar sus días como religioso dominico, orden a la que estuvo vinculado desde niño por tradición familiar, por devoción personal y por sus propias fundaciones; no nos consta con certeza, por más que aparezca insinuado en sus escritos su deseo de hacer un gran servicio a Dios.

En el resto de su vida Juan Manuel no se aparta de la política, ya que le vemos todavía intervenir en acontecimientos importantes junto al rey, con quien logró reconciliarse. Pero su vida cambia. Sus hechos a partir de su andadura reflexiva y literaria no ofrecen ya esa estridencia de contrastes con sus escritos. La paradoja entre la vida y la obra del Infante encuentra por aquí una posible explicación. Hay una profunda diferencia entre el señor feudal de los primeros tiempos y el escritor. El escritor ha abandonado ya muchas de sus malas artes, ayudado sin duda por los Padres Dominicos.

La influencia de los dominicos en Don Juan Manuel ha sido ampliamente tratada por Angel Benito y Durán en un opúsculo y en una tesis doctoral sobre la filosofía del Infante (7). Los frailes probablemente encauzaron la desbordante actividad de Don Juan Manuel por las letras, proporcionándole además diverso material de lectura. Por este camino es fácil que le llegara al escritor castellano el mundo oriental de los apólogos árabes. No olvidemos que los dominicos, durante los siglos XIV y XV, confeccionaron diversas colecciones de cuentos y exemplos para sus tareas pastorales. Por eso Diego Marín y González Palencia, siguiendo la trayectoria marcada por Américo Castro, consideran a Juan Manuel como un representante destacado de esa literatura "mudéjar" que florece en el siglo XIV y que forma el punto de convergencia o simbiosis de las culturas oriental y occidental tan típica y singular en España (8).

Los libros de Don Juan Manuel no son mera literatura. Late en todos ellos un afán apologético. Juan Manuel es llamado por Benito y Durán "pedagogo del espíritu" y "guía espiritual de almas". Esta didáctica religiosa se enmarca en un contexto de filosofía y teología tomista. Pero Juan Manuel no es un teólogo frío, que transmite su especulación a un número reducido de lectores, sino un hombre que ha recorrido una trayectoria dificultosa en fe y que enseña a los demás el logro de su adquisición transcendente. Por ello consideramos a Juan Manuel como un auténtico maestro divulgador del pensamiento cristiano. Comunica su sapiencia religiosa a nobles y a plebeyos. Disentimos de Giménez Soler que considera la obra del insigne prosista como algo vedado al pueblo y solamente abierto a las personas de su alcurnia. Seguimos a Menéndez Pidal (9) en su tesis sobre la inserción de la aristocracia española en el pueblo, refiriéndolo, claro está, al campo de las letras. Juan Manuel toma su lenguaje del pueblo llano, aprende de él sus neologismos desvinculantes del latín y revierte en el vulgo su esmerada y personal elaboración.

Su tarea divulgadora queda patente en la introducción a la segunda parte del Libro de Patronio cuando Juan Manuel disiente de su amigo Jaime de Xérica, que le anima a que sus libros no sean tan populares y "tan declarados". En este prólogo el Infante manifiesta su deseo de negar a los no letrados por medio de "enxemplos" y "razones asaz llanas y declaradas".

Las diversas cuestiones religiosas son abordadas por medio del ejemplo o de la anécdota. Incluso acude al medio pedagógico cuando se acerca a la trinidad de las personas divinas. Como muestra de su afán vulgarizador en consonancia con el pueblo aducimos esta comparación:

"...vos sabedes que el sol ha en sí tres cosas; la una, que es sol; la otra, que sallen dél rayos; la otra, que el sol siempre escalienta. Et como quier que los rayos salen del sol siempre son sol, et siempre están en el sol et nunca se parten dél; et la calentura que nasce del sol siempre nasce et viene del sol et nunca se parte del sol; et el sol es sol, pero non son tres soles, que todo es un sol. Pues si esto es en el sol, que es criatura, mucho más complidamente se debe entender en Dios; et así llanamente podredes entender que Dios es poder complido, et Dios es saber complido, et Dios es querer complido, et todas estas tres cosas son un Dios" (10).

El campo de Don Juan Manuel, aunque impregnado de lo trascendente y ético, no se ciñe a ello con exclusividad; es un testigo excepcional de su época y nos ha legado los usos y costumbres de su tiempo: tradiciones, conocimientos astronómicos, arte de la caza, medicina popular, estructuralismos sociales y políticos, sentencias clásicas y orientales, fábulas y consejas, máximas filosóficas, proverbios latinos y árabes, relatos de milagros populares... Don Juan Manuel, en suma, es una enciclopedia del saber de su tiempo con un marcado sello de lo popular.

Son deliciosos sus personajes como Don Illán, perito en nigromancia; el diablo "Don Martín"; Doña Truhana (versión de la Lechera); la "mujer brava"; la falsa beguina, gemela de la Trotaconventos o Celestina... Es más: la presentación de personajes históricos como Saladín, Abenavet de Sevilla, Alhaquén II, Alvar Fáñez o Ferrant González están dibujados en una óptica ingenua, popular.

Nuestro artículo se haría demasiado prolijo si ahora fuéramos pormenorizando el abundante material folklórico constatado en la producción del Señor de Peñafiel. En sus escritos podemos ir anotando, v. gr., denominaciones populares de las fiestas litúrgicas: Fiesta de la Asunción en Castiella = Sancta María de Agosto mediado; utensilios culinarios: terrazuelas = recipientes que usaban los moros para beber agua; albogón = flauta de pico que hacía el bajo. ..

Don Juan Manuel nos ha legado con auténtica maestría de escritor un importante arsenal de cultura popular, transmitido principalmente por unos métodos eminentemente populares como son el apólogo o el enxemplo. A veces el bagaje constituye un material preexistente, pero en medio de él campea siempre la personalidad del Infante. Así lo reconoce un profundo estudioso de la obra manuelina, Menéndez Pelayo:

"Pero Don Juan Manuel, con todos los grandes cuentistas imprime un sello tan personal a sus narraciones, ahonda tanto en sus asuntos, tiene tan felices invenciones de detalle, tan viva y pintoresca manera de decir, que convierte en propia la materia común, interpretándola con su peculiar psicología, con su ética práctica, con su humorismo entre grave y zumbón" (11).

(1) A. GIMENEZ SOLER, Don Juan Manuel. Biografía y estudio crítico. (Zaragoza, 1932), pág. 145.

(2) M. MENENDEZ PELAYO, Orígenes de la novela I (Madrid, 1962), 144.

(3) DON JUAN MANUEL. Libro de Patronio, en Biblioteca de Autores Españoles. Escritores en prosa, anteriores al siglo XVI (Madrid, 1860), 428.

(4) A. BALLESTEROS BERETTA. El agitado año 1325 y un escrito desconocido de D. Juan Manuel, en Boletín de la Real Academia de la Historia CXXIV, 54.

(5) A. GIMENEZ SOLER, O. C., 95.

(6) DON JUAN MANUEL. Libro del Caballero et del Escudero, en B.A.E., 234.

(7) A. BENITO y DURAN. El Infante Don Juan Manuel y la Orden de Predicadores (Ciudad Real, 1950). Filosofía del Infante Don Juan Manuel (Alicante, 1972).

(8) Confert DIEGO MARIN. El elemento oriental en Don Juan Manuel. Síntesis y revaluación, en Comparative literature, Vol. VII, 1955, pág. 2. Confert A. GONZALEZ PALENCIA. Literatura arábigo española (Barcelona, 1955) 299-300 y 339.

(9) R. MENENDEZ PIDAL. Los españoles en la literatura, 188.

(10) DON JUAN MANUEL. Libro de Los Estados, en B.A.E., 349.

(11) M. MENENDEZ PELAYO. Orígenes de la novela I (Madrid, 1962), 146-147.




VII Centenario del Infante Don Juan Manuel, 1282-1982

LOPEZ SOBRINO, Jesús

Publicado en el año 1982 en la Revista de Folklore número 24.

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