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Revista de Folklore número

208



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ROMERIAS DE LA COMARCA DEL ANDEVALO (HUELVA)

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1998 en la Revista de Folklore número 208 - sumario >



Una romería es un viaje a un lugar sagrado para dar, agradecer, pedir, identificarse con la Divinidad; sagrado y común a un pueblo, etnia, religión. En el ámbito cristiano era romero el que iba a Roma a honrar a Pedro; palmero el que volvía de los Santos Lugares con palmas; peregrino el que llegaba a Santiago a postrarse ante la tumba del Apóstol, términos aplicados hoy por igual al que va a la romería. Esta tiene su corpus ritual cuya estructura se repite cada año. Si su fin es contactar con lo sagrado, lo primero es purificarse con un sacrificio, lo que en el cristianismo se traduce por una Misa. La Divinidad quiere al romero con el espíritu limpio. Y hay que decir que si el ánima busca el amor Divino, el cuerpo no desdeña el humano, que es momento propicio bajo la mirada testificante de la Divinidad que preside, como una peregrinación paralela con elementos similares:

Tu casa es una ermita
y tú la diosa,
yo paso y echo un ojo,
tú no te asomas.
Sería prudente
que hicieras un milagro
al penitente.

Ir en procesión es ya penitencia que se hace ante el otro que no va, para sufrir las dificultades del camino como parte del ritual. Hay quien entra en el templo esa vez y ya no lo hace el resto del año, tal es la fuerza de la cita cíclica con el Ser en el que cree. Vaya a pie, con gran ascetismo, o muestre su poder terreno con abundancia de medios, ninguna actitud merma la sensación de cercanía con la Divinidad; además, esta diferenciación social suele romper lindes y el que más tiene se mezcla con el que menos para hermanarse frente a ese Poder que no conocen, pero que saben que está sobre ambos. La peregrinación era ayer larga, tediosa, extrema, cosa que estimulaba al romero más que acobardarlo. Quizás queden flecos de ello en quien va descalzo o de rodillas, convencido de que la pena física es fundamental en la andadura hacia lo Superior. La canción y el baile expresan la alegría interna que sale y se contagia; higiene mental colectiva a la que ayuda esa otra comunión pagana del pan y el vino. La vara señala al Hermano mayor como al guía del grupo, mediador en el plano social; el sacerdote lo es en el espiritual; cargos que ayer estaban unidos en uno solo; hoy separados. Ambos son figuras imprescindibles como maestros de ceremonia. La carne que el Hermano mayor reparte gratis recuerda los antiguos sacrificios de animales que se le hacían a la Divinidad, cazados por el más hábil, diestro, valiente, por quien fuera un día ese guía mayor capaz de proteger y abandonar, premiar y castigar, lo que hoy se canaliza a través de pujas de andas, flores, dinero. Pero el fondo sigue ahí. Esto no es exclusivo del cristianismo; en el judaísmo, el islamismo, en toda cultura se constata el fenómeno humano de la peregrinación; ni fruto de nuestro tiempo. Sería bueno preguntarse en la soledad del Andévalo si, desde las ruinas del monte cercano a Cabeza Rubias, un dios viejo y plural llamado Endovélicus, se sentirá triste al ver que en ninguna romería de la comarca se le recuerda; porque podría suceder que cuando se celebre cualquier etapa del ritual festero, se estuviera repitiendo, sin saberlo, lo que un día lejano, perdido en la historia, se hacía en su honor.

EL MARCO

El Andévalo ocupa una franja entre la Sierra, al norte, y la Tierra Llana, al sur de la provincia. Al oeste toca Portugal y al este Sevilla. Es la cola de Sierra Morena que llega al Guadiana, río que se torna fronterizo cerca del Puerto de la Laja. Región natural, con carácter de suelo, clima y recursos minerales propios, es la más extensa de Huelva y la más árida. Un análisis del s. XVIII dice que «el arenisco sólo deja en las cañadas o valles la tierra buena de miga». Madoz describe un terreno «de pizarra y piedra, de mal y costoso cultivo, de escasa producción». Vecinos de Paymogo iban a sembrar a Portugal. Núñez Roldan señala que Andévalo llegó a ser genérico de tierra mala y cita un cuento en el que Dios, al hacer el mundo, se paró en San Bartolomé y dijo al demonio que siguiera un trecho. Así «Satanás dejó su huella sobre la tierra del Andévalo», fría, pedregosa. El cura de este pueblo dividía su dehesa en «mitad tierra, mitad andévalo», y otro párroco añade que «produce poca cebada e higos con indecible trabajo para su gente». Se cree que El Andévalo debe su nombre a un dios antiguo. Dice Caro Baroja que «según Apiano, los íberos del Sur y del Este de la Península, en la época más remota de que hay noticia, estaban gobernados por reyezuelos que alcanzaron gran prestigio; frecuentes son las referencias a Indivil y Mandonio; a Andobales, como llama Polibio al primero». De Endovélico, o Endovéllico, se habla como del «más célebre de los dioses adorados por los íberos, cuyo templo principal está en Evora, Alemtejo, Portugal, único dios indígena al que estaba consagrado un gran santuario; su culto tuvo que ser importante, gozando de elevada aceptación entre los habitantes de estas regiones. La Lusitania meridional ha dado los nombres de tres dioses indígenas: Ataecina, Endovélicus y Runesus Cesius. Los dos primeros, como únicas deidades del panteón indígena hispano». Andévalo y Alemtejo son hermanos de paisaje, una continuidad geográfica. Al llegar los romanos se encuentran con un dios y una diosa, «Endovélico y Ataecina, el primero, de carácter ctónico, representado por el jabalí. El pequeño jabalí encontrado en las minas de Río Tinto podría ser un exvoto. Se le vincula a Huelva por la existencia del Monte Andévalo, entre Cabezas Rubias y el Cerro, en cuyos alrededores pudo existir otro templo para su culto. Se sacrificaban puercos en su honor». García y Bellido ve posible relacionar el nombre el Endovelos con la época de Argantonio, «primer español de nombre conocido que supo admirar a Grecia (±670 ±550 a. c.)». Para Costa simbolizaba el fuego. Endovélico era dios infernal, del interior, de los muertos, de la mina. Blázquez lo perfila como un dios de la medicina asimilable a Esculapio, y añade que «su nombre recuerda al de Indibilis, transcripción romana de Andoveles, que podría significar muy bondadoso». Tovar explica el primer elemento en el nombre de Endovelicús «como -nde, prefijo de superlativo que aparece en palabras célticas; velicús sería un adjetivo formado sobre vellos, aunque podría relacionarse con Indivil; Endovelos sería una deformación eufemística de Endovelicús, adjetivo formado sobre endo veles, indivilis, muy negro, lo que encaja con el carácter infernal de este dios», quizás a imagen y semejanza de los mineros con piel oscurecida del polvo de mineral que poblaban El Andévalo.

LAS FIESTAS ROMERAS

Conmueve ver cómo un día señalado los pueblos se ponen en marcha y peregrinan al lugar sagrado. Puebla de Guzmán lo hace en abril, cada peñero con su verdad hecha rezo, copla o palabra, reflejo del sentir común. Cuenta la leyenda que el pastor Alonso Gómez descubre el 8 de diciembre de 1460 en el Prado de Osma dos imágenes de vírgenes. Una le pide que la lleve al Cerro del Águila, la Peña, Puebla de Guzmán, y la otra a Piedras Albas, eje espiritual de El Almendro y Villanueva de los Castillejos. Tiempo después se levantan ermitas, y en la Puebla, por salvarlos de la peste, se hace voto solemne de celebrar cada año un acto de acción de gracias el martes de Pascua, día mágico en el que se suceden «escenas que sólo pueden describir los ojos del espíritu». Núñez Roldan cree probable que la ermita se construyera en el s. XVI, aunque en el s. XVII se modificara; se levantaron la Casa de Fondos o de la Cocina, las de los mayordomos y la del ermitaño. A la imagen, restaurada por los años 40, que preside el altar barroco del ábside, le canta Pemán:

Al soñarte mi canción
como un lucero te sueña.
Lucero sobre una peña,
¡La Peña, mi corazón!

El imaginero Cano Correa recuerda cómo «restañó deterioros que el tiempo había inferido en su talla celestial», de artista anónimo, «tal vez labrada por los ángeles y llevada a la Peña una noche cualquiera». García Gómez cree que la romería se asienta en dos pilares: la Virgen y el pueblo que toma fuerza en sus creencias.

Virgen de La Peña, Madre soberana,
¿Qué será de Puebla si la desamparas?

La Hermandad organiza los cultos, cuya estructura cambia durante la guerra civil. Benito los relata de un tirón como un cronista antiguo: «...después del Pregón se hace el traslado nocturno del Simpecado desde la Parroquia a la Casa de la Hermandad, y el sorteo del caballo. A la tarde siguiente se unen los mayordomos a la Hermandad, se recorren las calles y se sube al Santuario. Acaba el día con Misa y cena de romeros. Por la mañana, función religiosa que termina con el Besamanos y la comida de los pobres. Día más: Misa y procesión. De tarde, bajada de la caballería con los mayordomos, que son recogidos por la Hermandad para subir los pendones a la ermita. A la llegada. Sermón de Súplicas, entrega de pendones a la Virgen y toma de los mismos por los nuevos mayordomos. Regreso de la caballería a las calles del pueblo. Antes sólo había un mayordomo que costeaba los actos; hoy son varios y sus mayordomas. Han de ser pudientes, si no, la Hermandad corre con los gastos; ésta se mantiene con los cepillos, la venta de recuerdos, la rifa del caballo, la lotería de Navidad, las cuotas y el Besamanos». Según López Mora en su Pregón de 1984, «el señor de la romería es el mayordomo, con el pendón en sus manos, símbolo de mando, autoridad y distinción, que dirige la caballería detrás del Simpecado, y que, en vez de recibir honores, ofrece, da y sirve con sus manos el más suculento manjar de la cocina campera: caldereta de cordero y ternera con pan serrano». El viernes se matan las vacas, chivos y ovejas con las que se prepara la comida de los pobres, y se hacen los panes. Se forma una comitiva que abren los lanzaores, tamborilero, mayordomía a pie con el Simpecado y el cura. Los demás van a caballo, como las mayordomas, vestidas de gabachas, o sea, terciopelo verde, azul o negro, blusa blanca bordada, chaleco con adornos a la espalda y sombrero, y sentadas a mujeriegas sobre jamugas, que es la silla de tijera y correas, con respaldo y brazos; término que data Corominas hacia 1599, del latín sambuca, y que aparece en los autores clásicos. Jamuguera es la mujer que va en la jamuga. Como han de vestirse de mayordoma y suelen gastar tiempo en ello, el pueblo acuñó el refrán: "Tardas más que una jamuguera". Un peñero pina el camino: los caballistas, con zahones y botas armadas con fuertes espuelas, las jinetas con sus trajes de volantes, de oscuros lunares, los vestidos de gabacha y sus negros sombreros con plumas en lo alto». Reunidos los fieles en la ermita reciben a las caballerías al grito de ¡Vivan los mayordomos!. García Vázquez dice que «caballeamos el comerciante, el oficinista, el sastre, el barbero», y trae esta copla:

A mi caballo le eché
hojitas de limón verde
no me las quiso comer
me las dejó en el pesebre.

Los lanzaores hacen su danza de espadas al son de la flauta y el tamboril. Rey ve cómo los alumnos del colegio quitan tiempo a sus juegos para practicarla, y apunta la conveniencia de buscar sus orígenes y el momento de su vinculación a la Romería. El domingo llegan a la Cebadilla las hermandades filiales: Alosno, El Cerro, Tharsis. Cabezas Rubias, Las Cruces, Huelva. Y vienen de Lepe, Isla Cristina, Ayamonte, Rociana, Niebla... a ver a la Señora:

Por donde pasa un puebleño
se conoce por las huellas
porque va dejando el rastro
de la Virgen de la Peña.

En la Consagración toca el gaitero, ayer lo hacía el Pollo, la Marcha Real, y la Virgen sale en procesión hasta la Pisada del Potro. Los lanzantes forman el puente para que pase del clero y la mayordomía y surgen los tres gritos que corea el pueblo: «¡Viva la Virgen de la Peña! ¡Viva su Santísimo Hijo! ¡Viva Puebla de Guzmán!». La danza de espadas que hacen en su honor es similar a otras andevaleñas. Un rabadán o rabeón guía a los lanzaores, palabra que unos atribuyen a que portaban lanzas y otros a una deformación de lanzaores por danzadores, lanzantes por danzantes, que forman figuras como círculos, filas, cruces y túnel. Hay quien va a la comida de pobres por promesa: antes acudían con latas y comían sobre un lienzo en el suelo. Caro Baroja vio hace años unas imágenes de la romería de la Peña y al hilo de ello dice que «se adivina, más que se ve, lo que fuera antaño. Hoy autobuses, coches y multitud de peregrinos ocupan la explanada delantera de la blanca iglesia, los lanzaores, jóvenes y niños, apenas pueden moverse, la Virgen camina sobre una masa humana. Antes era distinto, no sé si mejor o peor, pero tenía un carácter de peregrinación que hoy ha perdido. Había que subir a ella a pie o en caballería, por caminos y vericuetos y hoy se sube en automóvil cómodamente. El último sábado del mes de abril, sobre las tres de la tarde, se organizaba en el pueblo una típica comitiva de caballistas. Los cascos de los caballos sonaban en el empedrado. Los mozos y mozas se aferraban a las monturas. Se comenzaba la marcha, se seguía un orden, en primer lugar figuraba la Hermandad y los mayordomos y mayordomas del año, después un nutrido séquito que llevaba siempre el mismo itinerario. Se salía de la calle principal de Puebla, en dirección hacia el Este. Se cruzaba un arroyo en el que chapoteaban los caballos, luego se caminaba entre tierras cultivadas y cuando más nos acercábamos al Santuario el panorama se hacía más silvestre, dominando las jaras y otras plantas aromáticas. El último domingo de abril se celebraba la función principal con Misa solemne y una procesión, con la imagen de Ntra. Señora de la Peña seguida de los lanzaores, por los alrededores del Santuario. Después de los besamanos venía la comida de pobres, y según iba cayendo la tarde la ermita se iba quedando solitaria. Los caballistas se alejaban y el campo quedaba prendido de aromas silvestres. A lo lejos sonaba la gaita y el tamboril que acompañaban la marcha de las caballerías para abajo. Hoy suenan los motores de los coches, se encienden sus faros, la carretera se marca en luces que se van perdiendo hasta que queda el silencio y la papelería por el suelo...». Pío Caro va con su hermano y escribe que «el camino estrecho y tortuoso estaba ahora abierto y subían por él los coches y los autocares; el tamborilero y los danzantes, dando vueltas alrededor de la ermita, la gran cabalgata de mozos subiendo por una empinada cuesta entre un mar de eucaliptos y el cabalgar de noche por las calles del pueblo al galope de los mozos era espectacular, y la Virgen llevada sobre parihuelas, con su capa espléndida al aire». He ido veces a Puebla de Guzmán, con o sin fiesta, porque don Julio nos había dado norte de la riqueza etnográfica que contenía. El había visto muchas ermitas, santuarios y fiestas campestres y patronales, pero esta de la Virgen de la Peña le hizo recordar lecturas de textos clásicos. La veía más vinculada con el ambiente piadoso de los siglos XVI y XVII que con las romerías de otras partes de España. Esta romería mantiene un espíritu lejano al de estos tiempos. «En esta Andalucía, con fama de arabizada, sorprende el culto a la Virgen de la Peña, porque en forma y espíritu es lo más cristiano viejo que cabe imaginar». La otra imagen de la leyenda, la Virgen de Piedras Albas, da pie a la romería conjunta que hacen El Almendro y Villanueva de los Castillejos en el Prado de Osma el Domingo de Resurrección, donde se danza el Sirocho, como en la fiesta de San Matías, en la que se levantan hogueras, queman corchos y la gente se tizna con ellos, costumbre atribuida a influencia portuguesa.

Castillejos tente firme
que ya El Almendro cayó,
la Puebla quedó temblando
del susto que se llevó.

La romería de Berrocal puede ser su Fiesta de la Cruz, en la que preside el símbolo. Se canta:

Qué bonito está el pueblo
cuando entra mayo,
y la gente engalana
la Cruz, de abajo.
Vente a cantar,
vente tú a la Cruz de abajo,
orgullo de Berrocal.

En Calañas tenemos la romería de la Virgen de la Coronada, que se celebra en la ermita de Sotiel, bello paraje a cuyos pies pasa el río con su huella de siglos. En Campofrío no había ermita hasta que por los años 50 se hizo. Antes acudían los aldeanos al lugar sin otra intención que asistir a Misa. Con el tiempo surgió la romería en mayo, con sus caballistas, que, en este caso recordaban el transporte usado por los aldeanos que venían desde lejos. Se hace la romería de la Santísima Trinidad en Ventas de Arriba. Cabezas Rubias celebra la del patrón San Sebastián en el Cabezo Buitrón en mayo. Pueblo que comparte copla con otro andevaleño:

Cabezas Rubias y el Cerro
tienen los pastos comunes...

Otros pueblos, incluso Huelva capital, tienen por patrón a San Sebastián, como Santa Bárbara, que hace la romería en su honor en el Chaparral en mayo:

Camino del Chaparral
dijiste que me querías,
luego me has olvidao,
ya pasó la romería.

Tenga o no romería, el santo tiene ermita en Alosno, donde lo consideran patrón antes de San Juan. En otros lugares lo sacan en procesión y estrena ropa la gente, como en El Almendro, las Cruces...

De los santos frioleros,
San Sebastián, el primero.

San Sebastián, que tiene adscrita la palmera, cuyo palmito se arranca del suelo para comer las abuelas: láminas con gránulos amarillentos de sabor dulce-amargo, pudo ser un dios venido de la paganía que murió sacrificado y que al pasar al santoral cristiano quedó en un santo más. Se tomaba como patrón porque curaba la peste que las cruzadas, las guerras o cualquier movimiento humano extendían, infectando, reduciendo la población a cifras extremas. Hay pueblos en los que se cree que San Sebastián no quitaba la peste, sino San Roque. Según un cuento, «un abogado llamado Juan no tenía éxito en las causas que defendía y la gente preguntaba: ¿En qué se parece Juan a San Roque? Respondían: En que San Roque es el abogado de la peste y Juan la peste de los abogados». Dicen en Nerva que «quien ve romero y no lo coge, del mal que le venga no se enoje». Hasta hace poco se batía el barro en este pueblo, que dedica su romería a San Antonio en la ermita de El Ventoso en junio. San Silvestre hace lo propio en honor de Ntra. Señora del Rosario en el Alto de las Grullas en abril. Mediado mayo Tharsis se la dedica a Santa Bárbara en la ermita de su nombre. Se canta:

Pobre del viejo casino,
que ya la corta te come,
fuiste final de un camino,
fuiste causa de ilusiones,
que van a enterrar contigo.

Villanueva de las Cruces se la dedica a Santa María de la Cruz en mayo en la finca de este nombre:

En las Cruces no hay justicia,
ni campana, ni reloj,
ni cura que diga Misa,
a las Cruces no voy yo.

En Villablanca estuvo a punto de desaparecer su danza de Palos por la emigración masiva. La datan en el s. XVI, cuando la fundación del pueblo, y la hacen para Ntra. Señora de la Blanca, patrona, en cuyo honor celebran en mayo la romería en la ermita de su nombre. A los danzaores o danzantes los guía el manigero y durante la danza gritan «¡Vivas!» a la Virgen, danza pastoril que al restituirla décadas atrás tuvieron que sacar la vestimenta de las viejas memorias. También se hace por el patrón San Roque en agosto. En Zalamea la Real celebran la romería de la Divina Pastora en El Romerito mediando mayo. Manuel Jesús Florencio ofrece datos sobre Zalamea a la que distingue con sus «propios cánones festivos, que ha de conservar ante el riesgo de acabar en un Romerito según el Rocío o una feria según Sevilla». El domingo siguiente al 22 de enero se celebra fiesta en honor de San Vicente, nombrado patrón por aclamación popular en 1425. A la vista de la epidemia de peste que sufría la villa, los vecinos pidieron la protección Divina y metieron en un cántaro tantas cédulas como santos conocían. Una mano inocente sacó varias veces el nombre de San Vicente, y tomando ésto por una señal, los vecinos prometieron hacerle al santo su ermita y su Hermandad, nombrando priostes a gentes de Zalamea, El Buitrón, La Juliana y El Buitroncillo, aunque por causas largas de contar no se aprobaron las reglas en Sevilla hasta 1638. Otra romería es la de San Blas el 3 de Febrero, que gira en torno a la ermita en un hermoso paraje, y que data del s. XV bajo otra titularidad, aunque ya en el s. XIX se menciona como de San Blas «con huerta y tierras numeradas que costean una función religiosa y una lámpara de aceite que arde ante todo el año». San Blas, mártir en el 316, cuenta entre sus milagros el haber librado de ahogarse a un mozo atragantado con una espina, por lo que hoy es abogado contra males de garganta. Desde el pueblo a la ermita se iba a pie llevando el costo en la cesta de San Blas. De mañana se hacía Misa y los fieles se acercaban al altar a untarse la garganta con el aceite de la lámpara como profilaxis. Luego las familias ocupaban el lugar con manteles para comer, tradicionalmente, la primera salchicha del mondongo y la sarta de bellotas que, junto con racimos de madroños colgaban en los doblados desde noviembre junto a las granadas, que se consumían en Reyes como símbolo de abundancia. El Día de las Flores Cordiales, o la Ascensión, era antes una romería primaveral sin santo; se hacía en Tejarejo, la Zapatera, Fuente Limosa y la del Domillo, con comidas familiares sobre la hierba y búsqueda de plantas medicinales, quizás de ahí el nombre, donde no faltaban los columpios pendiendo de algún alcornoque. Al lubrican los vecinos volvían al pueblo cargados de flores. Era una comunión con la Naturaleza hasta que en 1978 el pueblo «secundó la iniciativa de introducir romeros, caballos, procesión, ermita y aldea, como en El Rocío», lamenta Florencio. El Romerito o Fiesta de la Cruz es en mayo en honor de la Divina Pastora. Según recoge Florencio de Ruiz Mantero, en 1580, vecinos de Zalamea fundan la Hermandad de la Vera Cruz, que con el tiempo se extingue pero deja como recuerdo la procesión del Crucificado del Viernes Santo y la fiesta de la Cruz. Manuel Cornejo la resucita en 1978 con una cruz de piedra y ladrillo de cuatro metros en la Casa Blanca y, previa recogida de romero en la víspera, el 20 de mayo se organiza en la ermita de la Divina Pastora la Misa, a la que sigue una caravana de caballistas hacia la Cruz y allí se bendice y se le ofrece el romero. Cuando la Casa Blanca se quedó chica se compró el encinar que dio origen a la aldea del Romerito. Añade que es una fiesta en la que se luce la indumentaria propia de Zalamea así como el fandango zalameño cantado y bailado. La Fiesta de las Cruces en El Buitrón son en mayo, y parece que han cambiado poco desde su instauración en el s. XVI. En la Cruz hay una doble pareja protagonista: la mayordomía del Romero, ambos solteros, y la de la Cruz, casados, no matrimonio. El día de la Cruz los primeros salen a caballo a buscar el romero silvestre que los vecinos han escondido sabe Dios, y lo traen a la casa de la aldea donde, en una sala engalanada con cortinas, colchas y plantas, en la que se halla la Cruz, lo esparcen. Manda la tradición que los mayordomos de la Cruz inviten a todos los caballistas a comer una rosa enmelá. Por la tarde es la procesión en la que los fieles cantan hasta que llega la puja por meter en la iglesia la bandera, puja en especie. Quien gana entra con ella en la iglesia y es el nuevo mayordomo del Romero. También se celebra la Cruz en El Villar, donde dos cruces dividían a sus habitantes. Hoy hay una Hermandad. La romería se celebra el último domingo de mayo. En agosto se hace en honor de su patrona. Santa Marina de Aguas Santas; antes lo fue Ntra. Señora de la Asunción. Por la noche se reza un rosario por las calles y al llegar la imagen a la iglesia los cazadores disparan salvas en su honor. La Hermandad de El Romerito acordó en julio de 1990, en atención a los emigrantes que volvían en verano, repetir en agosto, conocido como Romerito Chico; fiesta nocturna en la ermita engalanada con flores, donde se exponen el Simpecado de la Pastora y el de la Hermandad titular, para acabar con un rosario al aire libre. El día de San Pedro, patrón, celebra Marigenta su romería con toda la alharaca de elementos citados en otras. En Las Delgadas hacen sus fiestas en julio, como en Membrillo Alto. En Alosno se hace romería en honor de San Antonio en una dehesa privada. Por si aún fuera poco su equipaje etnográfico, en 1997 rescata y suma a sus expresiones la danza de espadas, rota por la guerra, puesta en pie más tarde, dada por perdida por los años 40. Quizá queden una docena de hombres que la danzaron de mozos, en cuyas memorias se mantiene apenas. Lo que es firme en Alosno es el deseo de airearla en honor de San Antonio de Padua. Esta danza de espadas en su día formaba parte de los llamados alardes o recuentos que se hacían de los hombres útiles para la defensa. Danzaría ante este o aquel santo tenía el sentido de encomendarse al mismo, de pedirle protección, fortaleza. En los alardes los hombres demostraban su destreza, su preparación, a la vez que se honraba a la Divinidad. Así nacen las Danzas con armas. En otros sitios se sustituían las espadas por palos, que eran los mangos de las azadas. Esto se convino por evitar heridas en lo que podían llamarse ensayos de luchas, y porque el poder de entonces temía que las armas en juego pudieran volverse en su contra. Más de una tarde hablé con Don Julio Caro Baroja sobre la posibilidad de que los vascos venidos en un tiempo a defender la frontera con Portugal, trajeran al Andévalo estas danzas e incorporaran la espada. Si observamos la dedicada a San Juan Bautista en Alosno, llamada de Cascabeles, y la Mutildantza que hacen el domingo a mediodía en pueblos del Baztán, podemos comprobar la similitud de ambas. Danza que viene a ser como las de la Puebla, El Cerro, San Bartolomé, pasos más o menos, sin olvidar Villablanca, El Almendro, Sanlúcar... Aunque no lleven armas, son Andévalo puro. Serán nones los danzantes porque van por parejas más el rabeador, rabadán, rabeón, guión. La música es probablemente perdida la que pudo ser genuina, debió de unificarla el Pollo para todos los pueblos del Andévalo. Es posible que las flautas de Alosno tengan que intentar la búsqueda de su primera melodía en un tamborilero que ahora vive en Tharsis. La de las Ramas es una romería de otoño que se celebra en Alosno como preludio de la Navidad, a la que se une por un rosario de días llamados Jornaditas, que terminan el 24 de diciembre por la noche. Dice Fr. Fernando de Valverde que «grandes tropas de gentes, sabiendo que Jesús venía a Jerusalén, le salieron al encuentro, y cortando ramos de palmera y de olivas le recibieron con ellas». Si rama es cada parte que nace del tronco principal, quien la porta lleva consigo una porción de ese árbol, que puede ser sagrado.

Veintiuno de diciembre,
día de Santo Tomás,
van las gentes por las ramas,
pa engalanar el portal.

Cantan que van por ellas el día 21, pero lo hacen entre el once y el catorce de diciembre, con lo que Alosno inicia el ciclo navideño. Durante la estancia en el campo se asan sobre brasas de encina papadas, pestorejos, castañuelas y lomos de cerdo, en buena medida, alimentado con bellotas, añadamos salsa verde, gazpacho de culantro y un regreso al Alosno con los haces de ramas envueltos en coplas; había quien cargaba el haz más pesado sobre su cabeza cumpliendo promesa, y era costumbre depositar las cargas cerca de la iglesia para hacer el portal común, aunque cada cual se llevara parte a su calle o a su casa. Y las crónicas jocosas ponían la pimienta:

Por las Ramas se iba en burro,
ahora se va en camioneta,
quién no le da gusto al cuerpo
sólo por treinta pesetas.

Solía ir por ellas al Cobujón, a Matuloso, y traían ramajos, madroños como nueces, mirto, tomillo, romero, jara, murta y mortuño, al que se describe:

Blanco fue mi nacimiento,
colorado mi vivir,
negro me fui poniendo
a la hora de morir.

UNA PARADA EN LA DE SAN BENITO EN EL CERRO

De San Benito he venío,
no he hecho más que llegar,
echarle un pienso al caballo
y venirte a visitar.

La romería de San Benito Abad que se celebra en el Santuario de su nombre el primer domingo de mayo, día al que se llega tras un largo ritual, arrancan el tercer fin de semana de marzo con la Vigilia, aunque durante el año siga, sin protocolo alguno, el fervor sambenitero. Por las fechas citadas el tamboril y la gaita inundan las calles de sones, ponen a latir la devoción. La Vigilia consiste en que el prioste, mayordomo y hermanos van a la ermita muy de mañana, por camino de tres leguas de herradura, para tomar parte en la Eucaristía. «Yo tengo por costumbre hacer este viaje en ayunas», son palabras del santo. Allí recibe el mayordomo el «dao», dinero para gastos de mayordomía, comen lo que cada uno lleve en su alforja, o el tradicional y común potaje de bacalao, si es Cuaresma, y vuelven al pueblo, con lo que se cierra la Vigilia. Posteriormente se ha añadido el rezo del Rosario, con cuyo eco llegamos al Día de Albricias en abril. Para Covarrubias albricias vale como anunciación, lo que trae noticia nueva. Albricias de albicias, de alba, «porque cualquiera que traía buenas de alegría entraba con una vestidura blanca». Autoridades insiste en «dones que se hacen por algún feliz suceso a la persona que lleva la primera noticia». Y es al alba, aún los restos del Judas esparcidos por la calle, cuando las campanas sueltan su lengua de bronce para unirse al gozo. En la Misa flanquean el altar miembros de la Hermandad Sacramental con un cirio prendido, a cuyo término se inicia una procesión con la Virgen de Albricias en andas al encuentro de su Hijo Resucitado. A media mañana siete mozos danzantes abren un cortejo de autoridades, mayordomía y pueblo con sus mejores galas, y en el rincón más inesperado se baila el «poleo», que abarca, además de la danza, la folía y el fandango; folía con cierto aire portugués aunque se le aprecian influencias más lejanas. No en balde el folklore, reflejo de las costumbres que se amasan con los tiempos, no deja de ser un fleco más del sincretismo que, en el fondo, subyace en toda fiesta. Según Caro Baroja «un pueblo andaluz es un museo vivo en el que hay desde rasgos del Neolítico hasta otros de origen recientísimo. En la época antigua es Andalucía una cierta unidad etnológica claramente diferenciada del resto de la Península. Las diversas culturas de los pueblos distintos que la ocuparon después han ido dejando un sedimento con vida actual interesantísimo por su raro aspecto». En una ojeada a la historia de la Andalucía medieval apreciamos que las condiciones de vida siempre fueron más parecidas a las de la antigüedad clásica que en otras partes de España. Volviendo a las danzas, reunidas las tres bajo el nombre de "Poleo" los hombres y las mujeres las repiten por el pueblo al son de tamborileros como los hermanos Bravo. De la información que obtengo parece ser que lo que portan los lanzaores de la danza son lanzas o espadas lisas, sin cazoleta, por lo que el término lanzaor tendría su lógica no exenta de alguna confusión. Aunque viví el Día de Albricias en El Cerro el 2 de abril de 1994, hace más de dos décadas que a través de visitas al pueblo, de lecturas o de charlas con Don Julio no he perdido de vista las danzas cerreñas, y siempre emparenté la de espadas o de lanzas a las que he visto en Sariñena, Huesca, Almudévar, Obejo y otros lugares. La de El Cerro es recia, más marcial. Los danzantes o lanzaores son nones y van unidos por las armas; uno lleva el pico de la suya y el del siguiente, menos el rabeón, último del grupo, que dirige los pasos blandiendo al aire su arma o arañando el suelo con ella cuando hacen el túnel. La empiezan en formación de desfile y llevan el compás con los pies sin moverse del sitio hasta que el tambor y la flauta hacen una breve introducción; luego dan una carrera como de siete pasos para caer a dos pies y empezar lo que ya podría llamarse danza. Este principio es de gran expresividad y sugiere que un día pudieron ser los mozos escogidos para las milicias los que danzaban en un alarde. Los pasos dados con botas altas confieren una extraordinaria fuerza al marcarlos. En otros pueblos se hacen más suaves porque van con alpargatas; llevan pantalón negro hasta abajo, lo que en otros sitios es hasta tres cuartos de pierna o a la rodilla con medias. Tras los siete pasos del correcalle el rabeón se cuela entre las filas y todos siguen sus movimientos: hileras, caracol, túnel, rueda, en la que los lanzaores cierran el círculo y sin cambiar el paso introducen esta variante que tanto enriquece la visión. Llevan una banda roja cruzada al pecho desde el hombro izquierdo, o bien oscura desde el derecho, todas bordadas en dorado. Viene después una danza de mujeres solas, la folía. El conjunto del traje femenino es reciente, digamos del siglo pasado, aunque contenga elementos sueltos de tiempos anteriores, con partes de vestido y del aderezo que vienen de distintas procedencias para unirse en ese día. La camisa de las mujeres es de paño grueso, bordada a bastidor en mangas y pechera, parecida a los dibujos de Lagartera o a los de Camariñas, aunque sean obra de mujeres cerreñas. La falda es de tela que asemeja vejez, de tonos desvaídos, a lo que se suman un corpiño y un paño blanco a la cabeza. Como joyas lucen pulseras y collar con baño de oro. La única que lo lleva de oro/oro dicen que es la mayordoma. Son joyas propias, prestadas o de herencia, lo que indica que puede vestirse toda mujer que pueda. Los zapatos con borla y las medias multicolor recuerdan, como las joyas al pecho, el mundo charro. A la folía se suma después el hombre, que salta subiendo y bajando los brazos por delante, lo que parece indicar que un día pudo llevar cayado o vara que lo distinguiera como pastor o guía. Los pasos de ellas son leves, como si pretendieran mostrarse ante el hombre de manera estudiada de frente, de espaldas y por ambos lados. Se acompañan haciendo picos con los dedos y chocando las manos a la altura de la cara, como si un día lo hubieran hecho con crótalos y les haya quedado el eco del movimiento. Recuerdan los pasos del Corri-Corri asturiano, del Zángano malagueño, de la Danza del sombrero gomera. También hacen el fandango, danza que denota cierta contaminación. Mientras las otras conservan una coreografía elemental maravillosa, el fandango trae el sello de los coros y danzas. Este baile festivo, como la jota o la seguidilla, se bailaba al son que cada uno entendía y no a la manera de los citados coros, o sea, en cuadrículas, como sombra de la danza misma. Lo salva el carácter enérgico que imponen las parejas, la ingenuidad impresa en sus gestos, que podría ser la misma que cuando el mundo rural propiciaba estos encuentros de mujeres y de hombres los días de fiesta. Siguiendo el curso de la jornada, llega la comida de Hermandad. Y visto que las danzas propias son puras reliquias, arqueología del alma diaria, una vez vistas, las gentes se pasan de inmediato a otros bailes colectivos como rumbas y coros rocieros en los que cuatro tópicos manidos alimentan a tanto autor, al tiempo que inundan de ripios el ambiente. En otras palabras: las señas de identidad las saca El Cerro del cajón del olvido, guardadas que estaban en alcanfor, las enseña y a renglón seguido entra a saco la homologación facilona de los cantantes de turno que hacen su agosto con banalidades. Pero siguiendo el protocolo romero llegamos a lo que se conoce como «entrega del bollo». Semanas antes de la romería el mayordomo da a cada familia cerreña un bollo de San Benito, que reparten muchachas con canastos de pan de medio kilo con la iniciales «SB». Esto puede venir de un antiguo sentido de limosna que ayudara a los más necesitados. Hoy es testimonial. Y nace el Jueves de Lucimiento previo a la Romería, en el que la mayordoma y su cortejo de galanas recorren el pueblo en un muestreo de vestimenta, joyas, relicarios y cuanto los tiempos dejaron, como la miniatura con motivos religiosos que lleva el frontal del sombrero de las galanas. A grandes rasgos, el vestido de mayordoma se hace con chilena de terciopelo, medias de cuchillas, enagua de perfilado, guardabajos de seda, monillo, corpiño, lazo, toca bordada, cordón en oro, plumas, joyas como sortija de esmeralda, pulsera de coral, cruces de chorro, «sapos salmantinos», diría don Julio, cruz latina, y un colgante con Agnus, media luna de oro, pasajes de las reglas de San Benito, escapulario y corazón de plata. Además, la mayordoma lleva un Santiago, «el clásico Santiago matamoros dorado con filigrana de plata», que hay quien interpreta como fleco de cuando los campos del santo nacido en Nursia pertenecían a la orden de Santiago, época de la que pudiera partir la devoción de este pueblo, más otro colgante con cadenas de oro, rosario, Agnus, galápago y una moneda en el guardabajos. De la orfebrería de El Cerro anota Caro Baroja en 1949 que el abuelo del alcalde "último platero y orfebre hacía trabajos de filigrana de oro. En el pueblo se conservan muchas joyas de aquella época, varias deben ser fabricadas en Portugal, otras en Extremadura y otras partes de Andalucía. Corresponden a la orfebrería que podíamos llamar hispano-occidental. Una joya que se halla aquí también es la Cruz de Calatrava con el águila de dos cabezas y una corona imperial encima. Otras joyas clásicas son el bicho, que representa a una víbora». Tras el lucimiento. Misa y triduo presidido por la reliquia del santo, donada en 1990 por el Abad del Monasterio de Santo Domingo de Silos, que se da a besar el viernes previo a la romería. Después viene el pregón. El sábado es ya romería entera: las calles se pueblan del latir romero y la gaita llama a reunión. Tras el almuerzo se va de la casa del prioste a la iglesia para recoger el Estandarte y de allí a la de los mayordomos, que esperan, él a caballo y ella sentada a jamuga sobre un mulo tordo, para luego recoger a cada galana en su jamuga, cuyo mulo no tiene que ser tordo. Así dan una vuelta a las calles de El Cerro, rezan en la Cruz, paran en el Mesto, visitan los Montes de San Benito y al cabo de las horas llegan al Santuario, al que aún le dan tres vueltas antes de agradecer cada cual al Santo los favores recibidos. Por la noche se reza un rosario, cuatro misterios en la ermita y uno fuera, en procesión, con los lanzadores y el tamboril, y comienzan los cantos que se responden con «Santo Dios, fuerte, inmortal, líbranos de todo mal». A partir de ahí, la noche se llena de otros cantos y de otras comuniones bajo la mirada atenta del santo que, por cierto, fue sepultado en la iglesia de San Juan Bautista que él había hecho construir en el mismo emplazamiento que tuvo un templo dedicado a Apolo. El domingo la mayordomía acoge a los romeros en el Real con dulce de membrillo y vino de pasas. Antes de la Eucaristía sacan al santo en procesión personas que van de promesa, para lo que han marcado el varal de las andas con un pañuelo, y los lanzaores acompañan al santo sin darle la espalda. Por la noche, tras el rosario, se hace la imposición de bandas. El mayordomo cae de rodillas ante el altar y el prioste le quita las que lleva y se las pone al santo. Después hay un acto que llaman «beso al Cristo», que no parece del agrado de todos. El lunes es día de elección del nuevo mayordomo, cuya identidad se mantiene secreta. Es el cura el que al final lo llama por su nombre para que se acerque al altar, cosa que hace entre vivas y aplausos; entonces el prioste le quita al santo las bandas y se las pone al mayordomo nuevo, al tiempo que los fieles le tiran puñados de avellanas en un clima emotivo en extremo. Con las bandas puestas el mayordomo sale al Real de la ermita, cuya tierra de alrededor es propiedad del santo, para seguir recibiendo felicitaciones de los romeros. A media tarde, después de dar gracias a San Benito por concederles esta vivencia un año más, se regresa al pueblo, y sucede que dos lanzaores a caballo se adelantan y al llegar a la Cruz emprenden una carrera hasta el Callejón de las Galanas. El vencedor recoge de manos de la mayordoma nueva un ramo de flores, lo pasea por las calles y lo entrega al mayordomo. Toda la comitiva hace un recorrido por el pueblo celebrando la elección del mayordomo, que devuelve el ramo a la mayordoma para luego ir a la casa del mayordomo viejo, las de las galanas y a la del prioste. El martes se reparte la carne, que antes era guisada para los pobres, cosa que hoy hacen las Hermanas de la Cruz. El miércoles es el día del dulce. El mayordomo viejo reparte dulce de membrillo y vino de pasas.

Yo soy barbero y afeito
a San Benito el cogote
con un calabozo viejo
que me dieron en los Montes.

Don Julio hace referencia en Los Baroja a su estancia en 1949 en El Cerro del Andévalo y dice que «el viejo Alcalde don Domingo Márquez... bailaba los viejos bailes, las folías, con elegancia. Y en la trastienda de los hermanos se organizó una tarde un pequeño festival de cante, inolvidable... canciones de mina, canciones de trilla, sevillanas burlonas, fandangos nostálgicos de los quintos. ¡Qué diferencia con lo de Cádiz! Pero los efectos de la radio se notaban y el cante viejo iba desapareciendo ante lo que estaba ya de moda, más barroco y expresivo a la par. La provincia de Huelva hace veinte años era un tesoro desconocido, y El Cerro, uno de los pueblos más curiosos, no sólo de la provincia, sino de toda Andalucía. Las casas, el mobiliario, los trajes y las joyas conservados. Quisiera volver otra vez al Cerro, para adentrarme más en lo que quede, si es que queda algo, de lo que entreví. Algo castellano-leonés de un lado, de influjo portugués de otro, muy específicamente andaluz, en fin: lo andaluz que pasó a América en época colonial. La romería cerreña tenía un aire severo, como correspondía al santo. La subida de yeguas y caballos a la ermita, los aires de tamboril, las danzas de espadas, los trajes, todo tenía un regusto arcaico y lírico, como comedia campestre de Lope o Tirso». Según Madoz en El Cerro de Andévalo «hay dos ermitas, una situada en un monte poco elevado, llamada de San Benito, a unas tres leguas de distancia, a cuyo santo se le tiene gran devoción por ser el tutelar de la misma. La otra dista media legua de la población y es llamada de la Virgen de Andébalos. En la cadena montañosa que atraviesa el término, destaca el Cerro de Andébalos, a tres horas de la villa en dirección oeste, monte aislado que da nombre a la Sierra que se adentra en Portugal».

Yo soy del Cerro, cerreño,
San Benito es mi patrón,
viva la gente del Cerro,
porque del Cerro soy yo.

Mueve el alma ver este tesoro de danzas en la romería de San Benito Abad. No en balde El Cerro es parte del arca que guarda las señas de identidad que andan dispersas por el Andévalo, desde cuya altura, repito, el viejo dios Endovélico quizás esboce una mueca triste al ver cómo nadie le dedica un recuerdo en una fiesta que un día lejano, perdido, igual se hacía en su honor.

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BIBLIOGRAFÍA

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ROMERIAS DE LA COMARCA DEL ANDEVALO (HUELVA)

GARRIDO PALACIOS, Manuel

Publicado en el año 1998 en la Revista de Folklore número 208.

Revista de Folklore

Fundación Joaquín Díaz