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Se podría apoyar categóricamente la tesis de que la danza y el baile constituyeron a lo largo de la historia una seña inequívoca para identificar o ser identificado. Las razones por las que esto fue así podrían ser abundantes pero vamos a quedarnos con las esenciales:
1. La danza es, desde su origen, un medio de expresión, luego, a través suyo, se puede decir, señalar o transmitir algo.
2. La danza y el baile, sobre todo a partir del último siglo de la Edad Media, son un arte ordenado y como tal sujeto a reglas y normas cuyos esquemas pueden repetirse, abundando o reiterando en distintas circunstancias el mensaje que se pretende comunicar.
3. Como medio de comunicación poseen un lenguaje propio que permite expresar con precisión los distintos elementos que componen su esencia: Concepto ético o idea, concepto estético o plasticidad, concepto utilitario o función y concepto aparente u ornamento.
Por supuesto que, como podría suceder con cualquier otro medio eficaz de comunicación, la danza y el baile pueden ser utilizados, manipulados o tergiversados según el interés de quien las practica o las encarga practicar, que no necesariamente es artístico o religioso sino que puede tener otras connotaciones, sociales o políticas, acerca de cuya conveniencia se podría hablar mucho. En cualquier caso no se puede ignorar que el deseo de convencer ha existido siempre y que lo importante es que no medien tentaciones de convertirlo en imposición. Si el origen de la danza se localiza en el plano personal, en la medida que lo llevemos a otros niveles, colectivos o institucionales, corremos el peligro de que su esencia degenere, es decir, de que se aleje de su fuente fundamental.