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(Trabajo realizado con la subvención del Comité Conjunto Hispano-Norteamericano para asuntos educativos y culturales).
En los países de tradición hispana el gallo es uno de esos animales que, como el toro, ha suscitado costumbres milagrosamente conservadas y, también, expresiones, refranes y dichos. Prototipo del "machismo" e, incluso, de la "chulería", simboliza valores tan dudosos como representativos de nuestra cultura.
Son, por supuesto, famosísimas en Latino-América las peleas de gallos, sangriento y revelador exponente de la rivalidad entre "machos", pero otros juegos y fiestas también se hallan relacionadas con este arrogante animal. En América y en España se han practicado -y aún se practican en determinados lugares las llamadas "Fiestas de gallos" en las que se "corre" o persigue al ave. A veces el gallo es enterrado quedando sólo al descubierto su cabeza, a la que se degüella con una hoz o una espada.
Con el ejercicio de "correr los gallos" (antiquísimo juego que ya divertía a nuestros mozuelos del Siglo de Oro) están conectadas, probablemente, exhibiciones galantes como "correr las cintas" y actividades popularísimas como la de romper las "Piñatas".
En el presente trabajo, y con la intención de averiguar los orígenes y significación de tales fiestas y ritos, se contrastan manifestaciones tradicionales de uno y otro lado del Océano, de América y España.
Rituales en torno al gallo
Varias son las maneras en que el "juego de gallos" se ha venido realizando dentro del mundo hispánico. Ya el Diccionario de Autoridades ofrecía dos acepciones de la expresión "correr gallos":
"1.-Divertimento de "Carnestolendas" que se ejecuta ordinariamente enterrando un gallo, dejando solamente fuera la cabeza y pescuezo, y vendándole a uno los ojos, parte desde alguna distancia a buscarle con la espada en la mano, y el lance consiste en herirle, o cortarle la cabeza con ella. Otros le corren continuamente hasta que le alcanzan o le cansan, hiriéndole del mismo modo"(1).
Como actividad carnavalesca, promovida principalmente por "los quintos del año", pervivió durante siglos esta costumbre en distintos lugares de España.
"2.-Correr gallos a caballo. Juego de destreza, al modo del que se hace corriendo gansos, y se diferencia en que al gallo, colgado de la cuerda, se le ha de cortar la cabeza con la espada, corriendo el caballo"(2).
Con distintas variantes este ejercicio de habilidad se practica también en la América hispana. Frances Toor lo relata así al describir el folklore de los rancheros mejicanos: "The ranchero charros play other games wich are not so beatiful nor romantic as the carrera de cintas but are very exciting. A popular one is "correr el gallo", "run the cock". One of the riders takes a cock in his hand extending his arme, rushes off at full speed; the others chase after him to try to take it away" (3).
Como luego veremos, tanto la modalidad de correr y matar al gallo sobre caballerías como la otra de cortarle la cabeza enterrándole en tierra no se practicaban únicamente en época de Carnaval.
Las abundantes referencias literarias al "juego de gallos" (Quevedo, Góngora, Mateo Alemán, el autor del falso Quijote) suelen presentárnoslo, no obstante, ligado al tiempo de "carnes tolendas"; dice Sancho en el "Quijote de Avellaneda": "...y yo quedé tras todo eso sin ser rey ni roque: si ya estas carnestoliendas no me hacen los muchachos rey de los gallos". Por todo ello, y después de comentar diversos textos de nuestros escritores del siglo de oro, afirma Julio Caro Baroja que "el juego más característico de chicos y mozos por Carnaval es el del gallo" (4).
Pero también tal fiesta se hacía revistiendo los caracteres de una representación o parodia de ejecución y juicio, de manera que varias personas se disfrazaban de soldados y ensayaban unos parlamentos generalmente compuestos por poetas locales. En los versos era costumbre satirizar los hechos ridículos o censurables acaecidos en el pueblo durante ese año. Como luego explicaré, este tipo de ritual se practicó en algunos pueblos castellanos hasta fecha no muy lejana, siendo, por el contenido a veces revelador de los poemas, una de las manifestaciones más interesantes del juego.
Casas Gaspar recoge la forma en que se celebraba en Toro (Zamora): "El domingo de Carnaval cuelgan en la plaza una maroma a suficiente altura para que puedan pasar por debajo hombres a caballo. A la mitad de la cuerda se cuelga de las patas un gallo.
Llega la comparsa: el rey, en calzoncillos, con corona de cartón, se pone debajo de la víctima y despacha su relación, y tras él todos los de la comparsa, siguiendo el orden jerárquico. Terminada la relación del soldado, éste saca la espada y trata de dar un par de mandobles al gallo, siguiéndole los demás compañeros; pero es tanto su furor, o la dificultad de manejar a la vez el arma y la caballería, que las más de las veces dan en el aire, produciendo la hilaridad del público, y se hace necesario, para descuartizar el ave, que pasen y repasen por debajo y repitan los tajos" (5).
En algunos lugares, el juego de gallos -enterrados o colgados de una cuerda- incluía solamente breves cantares o palabras rituales. Tenemos noticia de cómo se llevaba a cabo tal costumbre en la provincia de Burgos por referencias de Aurelio Espinosa (6) y Domingo Hergueta; este último autor cuenta que la fiesta variaba según las regiones. En ciertos pueblos las mozas cuando iban a dar el golpe al gallo le decían lo siguiente: "Allá va gallo, si te pillo te mato. Los mozos que sostenían la cuerda la imprimían continuas oscilaciones para que no le acertaran" (7) hasta que al fin moría. Entonando también, al dirigirse cada muchacha hacia el animal, cantos como éstos:
"Con la licencia de Dios
y la del señor Alcalde
hemos de matar el gallo
en sin meternos con nadie.
Ya se te ha acabado, ¡oh gallo!
el dormir con las gallinas
y el cantar por la mañana
saludando al nuevo día.
En otras partes -prosigue Hergueta- enterraban el gallo dejándole la cabeza fuera, y los mozos, vendados los ojos, y después de darles varias vueltas sobre sí mismos para que perdiesen la pista, eran los encargados de descabezarle" (8).
Pero quizá -aun sin constar de palabra alguna- el ritual más significativo y dramático de los efectuados en Burgos es el que ejecutaban las mujeres del valle de Valdivieso. Todas las mozas iban tocando suavemente al gallo en el cuello menos la última, que era la encargada de asestarle el golpe fatal.
Pervivencia del "juego de gallos" en Valladolid y Soria
En el siglo XIX la costumbre de la "fiesta de gallos" debía gozar aún de bastante difusión, siendo referida por Basilio Sebastián de Castellanos al hablar de las fiestas populares de Madrid. Hasta hace pocos años se ha venido practicando en pueblos de Zamora (Villalba de Lampreana), Soria (Calatañazor), La Alcarria, el País Vasco, Galicia...
En algunos lugares, el sangriento "juego de gallos" pasó a desarrollarse como inocente "juego de cintas" a causa ,de determinadas presiones; explica Standley H. Brandes: "Traditionally, the event was quite different in that chickens, rather than ribbons, were used. The object was to run past the chickens, strung up by their feet, and try to rip their heads off their bodies. This would sometimes get gruesome, as a poor beast might have half a neck attached to íts body before someone would, after a number of attempts, finally disengage it. The Franco regime outlawed this type of carnaval observance after the Civil War, the ribbons were the villagers, subsistitute" (9).
En la provincia de Valladolid, que es una de las tierras castellano-leonesas que mejor conozco por haber recopilado durante muchos años la tradición oral de sus gentes, sé de tres pueblos en que se mantuvo la costumbre: J. D. Val, Joaquín Díaz y yo, hemos referido ya, en anteriores trabajos, el "juego de gallos" que se celebró en el porche de una de las ermitas de Tordesillas, a orillas del Duero. En el atrio de San Vicente varios gallos fueron atados sucesivamente a una cuerda; los extremos de ésta se hallaban sujetos, de un lado, a una viga de la ermita, y, de otro, a un palo largo a manera de pértiga, manejado por un hombre que se encargaba de mover el artilugio de forma que no resultase fácil acertar al animal. Las encargadas de matar el gallo son mujeres pertenecientes a una cofradía que, armadas de una espada, compiten en destreza ante la mirada de los muchos curiosos (10).
Hace no más de diez años, según nos contaron, se practicaba todavía el juego en Pozal de Gallinas -pueblo muy apropiado por su nombre para semejante fiesta-, si bien allí los gallos eran enterrados en tierra y no colgados de una cuerda como en Tordesillas. Y en Mucientes se llevó a cabo en 1931 por última vez otra de las variedades del rito que ya he comentado: la representación de una especie de juicio a los gallos*. Tuvo lugar en el sitio llamado "La Ronda" y participaron los -por aquel entonces- "quintos": Pedro Herrero (en el papel de Capitán); Moisés Olmedo (que hizo de defensor); y los soldados Vicente Barrigón, Miguel Zalama, Arturo Sanz (que fue, al mismo tiempo, pregonero del festejo) y Jacinto Mintegui.
En el texto -que ofrece alguna alusión local y un vocabulario entre lo popular y lo culto- encontramos un simulacro de disputa: quienes exigen la muerte del gallo aducen como razones para ello ciertos ejemplos de inoportunidad por parte del ave:
PREGON:
Si quieren saber, señores,
dónde va a ser la batalla:
camino de las bodegas,
la Cuesta de la Tía Cana.
CAPITÁN:
Licencia vengo a pedir
al ilustre Ayuntamiento
y a todos los que hay aquí.
La licencia que yo pido
es "pa" matar estos reos,
que les ha salido sentencia
de morir en este pueblo.
Animo, soldados míos,
la licencia ya está dada,
preparad bien los caballos,
desenvainad las espadas
para salir al momento
a la sangrienta batalla.
DEFENSOR:
¿Quién eres tú que así hablas
con tan vil atrevimiento
y no acatas estas órdenes
de este ilustre Ayuntamiento?
Soy defensor, vive el cielo,
valeroso y diligente.
¡Vive Dios, que si me enfado
para mí nada es la gente!
Soldados, cabos de escuadra,
coroneles y tenientes:
todos para mí sois pocos
para hacerme doblar la frente.
Tengo la espada en la mano,
si hay algún majo valiente,
salgan conmigo a campaña;
capitanes y tenientes,
les mostraré mi entereza
a esa maldita gente.
CAPITÁN:
¡Detenéos atrevidos,
si no consta por escrito
ni habéis de matar los gallos
ni me voy de aqueste sitio!
SARGENTO:
Soy sargento de a caballo
y vengo de gente noble:
te partiré el corazón
como esta espada no doble.
(y arreaba su mandoble correspondiente al pasar a caballo bajo la colgadura de los gallos.)
SOLDADO:
Dime, gallo fanfarrón:
¿Por qué dabas tantas voces
cuando yo estaba charlando
con mi novia la otra noche?
Todo el mundo se enteró
y yo tuve que escapar
atravesando las tapias
que había por el corral.
(Todos los soldados pasaban por debajo de la colgada, entonando su canto y arreando un mandoble.)
OTRO SOLDADO:
Ese gallo cantador
que canta tras de la puerta,
a mí no me deja dormir,
y a mi novia la despierta.
Y por ese mismo motivo
le voy a cortar la cresta.
(Luego el capitán entonaba los siguientes versos):
CAPITÁN:
Terminada la batalla
con tan fieros enemigos,
con emoción y entusiasmo
os felicito, mis valientes guerreros,
mis valientes soldados.
Os felicito también
por el fruto obtenido
de ser buenos matadores
de aquestos flamantes gallos.
Y para premio de vuestra proeza,
mando a mis vasallos
que os agasajen con ,hurras y vivas,
y que os regalen un ramo
de ilesas y bonitas plumas,
para que con él, prendido en el pecho,
vayáis diciendo por las calles:
¡Hurra, vivan los mozos de este pueblo! (11).
DEFENSOR:
Ea, pues, noble auditorio,
ya se han matado los reos.
Es obra de caridad
les hagamos el entierro;
y en medio de un bodegón
hemos de tener el duelo
y echaremos un "requiescat" (12)
cuando el jarro esté bien lleno.
Y a los presentes les digo
que recen un Padrenuestro
y pidan a Dios por ellos.
¡Que nos haga buen provecho!
La composición fue urdida, probablemente, por un poeta aficionado con ciertas pretensiones estilísticas. En torno a un esquema básico -que a juzgar por los testimonios de Hergueta servía para las representaciones burgalesas también- el vate local acumulaba discursos huecos y alusiones humorísticas. En el poema, que tiende -con imperfecciones- al metro y características del "romance" (13), encontramos algunos "arcaísmos" al gusto de la literatura decimonónica.
Quizá las partes más interesantes del texto sean aquellas en que se hace referencia a la costumbre de lucir las plumas de gallo "como trofeo" conquistado por los mozos y la mención a la posterior "pitanza" en la bodega. La "comilona" se nos describe parodiando los términos y usos del ritual católico practicado en los sepelios: La expresión latina "requiescat in pace" ha de ser acompañada por el alegre correr del vino...
En la provincia de Soria se celebraba el "juego de gallos" en varios pueblos. De la fiesta de Calatañazor -aún viva- me ocuparé en un próximo trabajo. En Almaluez, según los datos que me proporcionó un informante allí nacido "se hacía en Santa Agueda y era una cosa exclusivamente de mujeres (los hombres presenciaban el rito pero no participaban en él). Enterraban el gallo y le dejaban la cabeza fuera. Una de las mujeres con los ojos vendados y una espada de militar en sus manos iba dando mandobles hasta que acertaba con la cabeza del pobre gallo. Luego se lo comían todas las comadres reunidas" (14). El rito dejó de realizarse hace más de cincuenta años (15). En Almaluez también se mataba un toro en la plaza pública, siendo su carne cocinada y comida en el mismo lugar (16).
La emigración y la irremediable decadencia de las tradiciones terminaron con esta última costumbre que en la década de los cuarenta todavía llevaban a cabo los mozos del pueblo. Un miembro del sindicato de toreros de la provincia cubría las apariencias legales -lidiando y matando al toro-- para que el rito pudiera seguirse practicando.
Interpretaciones del rito
En el inestimable "Tesoro de la Lengua Castellana" de Cobarruvias, el autor intenta dar una explicación de esta fiesta: "La razón porque se ha introducido el correr los gallos por Carnestolendas, según algunos, es porque se han comido aquellas fiestas las gallinas, y porque no quede solo y viudo. Otros dicen significar en esto la mortificación del apetito carnal, por cuanto esta ave es lujuriosa, y con tanta furia que el hijo mata al padre sobre cual de los dos subirá la gallina, aunque sea la que engendró su huevo, de donde vino que entre otros animales que echan en el odre, o cuba, del parricida, uno de ellos es el gallo"(17).
Más atractiva resulta la segunda interpretación, en la que se le confiere al gallo un simbolismo sexual, que la otra, según la cual, el animal sería consolado de su viudedad por medio de una cruel ejecución. ¡Extraña forma de confortar al viudo!
Frazer cita varios países donde se practicaban ritos semejantes: "En zonas de Alemania, Hungría, Polonia y Picardía, los segadores ponen un gallo vivo en la última mies que va a ser cortada y le persiguen por el campo o le entierran hasta el cuello en el suelo; después le decapitan con una hoz o guadaña" (18). Frazer recurre a otros ejemplos de esta tradición y concluye su relación aplicando "claves" de tipo agrario para desentrañar el misterio de tales ceremonias: "Cerca de Udvarhely, en Transilvania, atan un gallo vivo a la última gavilla y lo ensartan con un asador; después le desuellan, tiran la carne, pero guardan el pellejo y las plumas hasta el año siguiente y en la primavera mezclan el grano de la última gavilla con las plumas, esparciéndolo todo por el campo que se va a labrar. No puede exponerse más claramente la identificación del gallo con el espíritu del grano... También la equivalencia del gallo y el grano se expresa casi tan claramente en la costumbre de enterrar viva el ave, y, con la guadaña, cortarle la cabeza, que quedó al exterior en perfecta semejanza con la mies" (19).
La sugerente interpretación de Frazer solo sería válida en parte para los casos españoles que he descrito. La conexión con la actividad agraria resulta en ellos muy débil o inexistente y, por lo general, la carne del ave no se desecha, sino que se come, constituyendo esta comida una fase más del ritual. Tal comportamiento, como la exhibición de las plumas del gallo ejecutado podría responder, de otro lado, a vestigios totémicos; así analiza Carvalho Neto prácticas parecidas, a las que considera manifestaciones rituales de la lucha contra la autoridad patriarcal (20).
En los ejemplos castellanos hemos visto que son mujeres u hombres jóvenes -"quintos"- quienes descabezan el gallo. En los textos que he comentado abundan las referencias al animal como "aguafiestas" que impide las relaciones entre novios con su inoportuna presencia. La muerte del ave, por fin, es saludada con júbilo por mujeres y jóvenes -éstos harán ostentación de las plumas arrancadas al gallo- como si con ellas se liberaran de alguna forma de opresión y alcanzaran una "dimensión social" que, normalmente, les está vedada. El comer la carne del gallo, desde tal perspectiva, podría significar el deseo, por parte de los matadores, de adquirir las cualidades del animal muerto, o, más exactamente, de lo que simboliza.
El gallo representa, como la gallina, la fecundidad, pero es también ancestralmente identificado con el sol y con la virilidad y vigor masculinos. Resulta casi innecesario recordar cómo en ciertos países de herencia hispana "gallo" equivale a "macho", a persona considerada -o que se auto-considera- muy viril. Como el toro, constituye un animal "totémico" dentro de nuestra cultura tradicional: ambos fuertes, no inofensivos, y prototipos de potencia sexual. En algunos pueblos castellanos, como antes he recordado, se mataba ritualmente al toro -hoy aún se practica en ciertos lugares- comiéndose luego su carne. En algún caso, los testículos del animal, que los mozos se encargaban de cortar, eran exhibidos en la punta de una pértiga a la vista de todos (21).
Si consideramos al gallo, pues, como símbolo del "macho" y, más allá incluso, del "padre opresor", del jefe tribal al que, finalmente, se vence y sacrifica, el dato de que en Almaluez -tal como ya dije- el rito se efectuara el día de Santa Agueda es bastante esclarecedor. Porque el Carnaval representa una época de subversión total del orden establecido, una liberación de las fuerzas irracionales, pero en la fecha de "Las Aguedas" -como es sabido- las mujeres se rebelan contra los hombres y los dominan, convirtiéndose en efímeras "alcaldesas" (22).
Resulta indicativo que la "fiesta de gallos" se realizara por Carnaval y en Santa Agueda, siendo ambos períodos propicios a "la inversión de poderes". Como en ritos semejantes de agresividad femenina -por ejemplo en la "Pinochada" de Vinuesa- las mujeres se organizan en "cofradías" para celebrar el sacrificio. Hemos visto que en Burgos la fiesta adquiría revestimientos eróticos de paradójica significación cuando unas mozas acariciaban el gallo y otra, la última, lo inmolaba hiriéndolo allí en donde las demás anteriormente lo habían tocado con suavidad.
Semejante representación, muda pero elocuente, contiene elementos que parecen recordarnos los tiempos de un remoto matriarcado. Se agasaja al macho, todas las hembras demuestran una aparente atracción hacia él, pero, después, se le da muerte. Como puede observarse, es factible manejar varias hipótesis de interpretación del rito. La variedad de formas en que éste se manifiesta -a veces ha derivado hacia ejercicios de mera destreza- hace más difícil un análisis global.
Quizá las costumbres actuales que conocemos en torno al gallo hayan tenido orígenes diversos. Pero, a riesgo de generalizar en exceso, podemos suponer que, en una trayectoria muy esquematizada, algunas de las prácticas de hoy son fruto de la sucesiva sustitución del "totem" primigenio por otros objetos. "Piñatas", "Cintas y argollas" en ocasiones han venido a representar el papel del "gallo". Este, probablemente, ocupó el lugar de otro "ente", se convirtió en su símbolo. En mi opinión, el ave -en las modalidades hispánicas que he tratado- no encarna el "espíritu del grano", como suponen las teorías de Frazer, sino que es sucesor en el sacrificio totémico, del macho mismo, del ser humano.
Cinco son las "transformaciones" que el "juego" o "fiesta" puede ofrecer y ellas van a constituir la materia de nuestro estudio. Incluyo prácticas que, por datos documentales o por su propia estructura, yo considero conectadas con el ritual originario y no tengo en cuenta otras manifestaciones de apariencia similar que responderían, según mi interpretación, a un esquema distinto.
Analicemos cinco tipos de "juego" fundamentales y qué clase de elementos los componen (véanse ilustraciones):
1.-"Fiesta de gallos" llevada a cabo por mujeres.
Elementos: Gallos colgados de una cuerda / mujeres con los ojos vendados y una espada en la mano para realizar el sacrificio / el hombre adulto, si interviene, mueve una de las pértigas a las que la cuerda está atada intentando evitar que la mujer acierte al gallo con sus mandobles.
2.-"Piñata".
Elementos: "Piñatas" que contienen golosinas o regalos -a veces sorpresas decepcionantes- y representan animales u objetos muy variados; jamás a un "cristiano", a un "hombre". Las "Piñatas" se cuelgan de una cuerda / niños con ojos vendados y un palo en la mano con el que pretenden atinar al bulto de las "Piñatas" / el hombre adulto mueve la cuerda burlando así las acometidas del niño.
3.-"Juego de gallos" sobre cabalgaduras.
Elementos: Gallos colgados de una cuerda / mozos -generalmente "quintos"- montados en caballos o mulos y con una espada en su mano.
4.-"Juego de Cintas".
Elementos: Cintas colgadas de una cuerda o de argollas que penden de ella / hombres jóvenes que con machetes, palos, o directamente, intentan hacerse con la argolla en la que está la cinta.
5.-"Fiesta de gallos" realizada por mujeres.
Elementos: Gallos enterrados en el campo de modo que solo sobresalgan sus cabezas / mujeres que armadas de espadas o de hoces les dan muerte (los hombres únicamente pueden presenciar la ceremonia, sin desempeñar ningún papel en ella).
De las cinco posibilidades descritas, resulta evidente la semejanza -en cuanto al esquema básico- de la 1 y 2, por un lado, y de la 3 y 4 por otro. La variedad 5, a pesar de ciertas coincidencias contextuales con la 1, es la que se nos ofrece como más alejada del esquema general. Probablemente obedezca a motivaciones diferentes de las que luego expondré. Recordemos que esta clase de fiesta era la que se hacía en Santa Agueda mientras que, por lo común, los otros "juegos" se realizan en Carnaval o, en el caso de algunas "Piñatas", en Navidad. En las modalidades 3 y 4 los participantes no llevan los ojos vendados porque el ir sobre cabalgaduras es un aspecto que proporciona ya suficiente dificultad a la prueba, al tiempo que convierte a tales prácticas en verdaderas exhibiciones de destreza.
En ese sentido, el juego 4 constituye, sobre todo, un ejercicio "galante" en el que los jóvenes alardean ante las muchachas. En las modalidades 1, 3 y 5 se interpretan, en ocasiones, cantares o textos alusivos al rito y a su protagonista: el gallo. Este, como ya apunté anteriormente, representa en el mundo hispano los valores de la masculinidad y del macho que domina a los demás. Términos como "gallear" vienen a significar esa actitud de ostentación o alarde de la propia preponderancia, al igual que "ponerse gallito -expresión muy popular- que quiere decir que alguien se muestra altivo o arrogante (23). Pero el gallo y aves semejantes también encarnan lo sexual (al órgano masculino se le da el nombre de "polla") y cuando unos novios están cortejándose se suele comentar, tradicionalmente, que "pelan la pava". En ciertos romances he encontrado la frase "gobernar o cocinar un pollito" designando las relaciones sexuales (24). Todo español sabe que "pollos-as" y "pollitos-as" se les llama coloquialmente a los chicos y chicas en el momento en que empiezan a interesarse por el sexo opuesto y a reclamarlo por distintos medios.
En lo esencial, las diversas modalidades del rito que ya he expuesto, podrían resumirse así:
Actantes (25) (quienes llevan a cabo la acción) - MUJERES O JOVENES
Acción: DECAPITACIÓN.
Paciente: (elemento que recibe la acción) - EL GALLO
El hecho de que sean las mujeres o los mozos a veces niños en la "Piñata"- quienes decapitan al gallo me parece especialmente significativo. El hombre adulto, cuando participa, lo hace colaborando con el gallo, impidiendo con los movimientos de la cuerda, que el animal sea alcanzado. Es como si pretendiera controlar la actividad asesina -y quizá subversiva- de hembras y jóvenes, pero sin asumir un papel determinado "dentro" del trágico juego. Marginalmente se halla en la línea del gallo, pues intenta ayudarlo a escapar "desde afuera".
Pensemos en la práctica -en apariencia tan inocente- de la "piñata" que tanto se asemeja en su esquema al ritual que comentamos: en ella, como acertadamente ha señalado Stanley H. Brandes, el hombre maduro ejerce su autoridad -es más fuerte, es más alto- frente al niño que lucha por acertar con sus golpes al objeto suspendido en la cuerda. Yo diría que la "piñata" simboliza los poderes y bienes que el adulto detenta y que el infante aspira a conseguir (26). Desde tal perspectiva, resulta esclarecedor el "tabú" de no representar nunca seres humanos, "cristianos", "hombres", en las "Piñatas". Hacerlo sería casi una herejía. Y ¿por qué? Porque en mi opinión son precisamente los valores del hombre, su "status", su "autoridad" lo que las "Piñatas" representan. Ese conjunto de privilegios, bajo la vigilancia y control del hombre pasan al niño que se esfuerza por poseerlos.
En el "juego de gallos" el hombre sólo actúa como colaborador en segundo plano del ave porque está, justamente, representado en el gallo: el animal, al igual que el hombre, encarna la preponderancia sexual, la fuerza, el prestigio entre los de su especie. El gallo, dentro de su esfera vital, ostenta los privilegios que el hombre dentro de la sociedad patriarcal.
En el rito analizado, mujeres y jóvenes "cortan la cabeza" del gallo y comen su cuerpo en la esperanza de adquirir sus cualidades. No se trata de una simple merienda, de un divertimento culinario, si así fuera sobrarían las representaciones y cantares preliminares y el sacrificio ritual del "totem". La "cabeza", por otra parte, tiene en castellano una significación sexual, de alusión al órgano masculino (27), mas también simboliza la autoridad y el poder. En el caso que estudiamos, uno y otro sentido se identifican, pues el individuo adulto (gallo u hombre) está en posesión de una sexualidad plena y es al tiempo "cabeza de familia", el jefe que predomina sobre los demás miembros del "clan".
Si nos encontramos ante un sacrificio totémico cuyo significado profundo subvierte de alguna manera los valores de la sociedad patriarcal, cabría preguntarse: ¿Por qué ésta lo permite y eleva tal actividad a rito institucionalizado? ¿Solamente por ignorancia de su verdadero sentido? En realidad, ya hemos visto que se hallan prohibidas aquellas manifestaciones que hacen demasiado transparente el fondo del juego (no representación de "cristianos" en las "Piñatas", por ejemplo) pero es que, además, los ritos sirven para conjurar los peligros y éste es un conocimiento que pertenece a la magia más elemental, más intuitiva.
Así como el Carnaval (en que los principios de la sociedad presente son ritualmente removidos) preserva, por su carácter de desahogo temporal, el que tales valores se respeten el resto del año, una práctica como la aquí comentada, que el hombre adulto controla, reafirma su autoridad pues el odio que sus privilegios pudieran provocar es proyectado hacia otro objeto, un símbolo conjurador: el gallo.
Y el espíritu de rebelión, el instinto asesino hacia la "cabeza dominante" (recordemos aquellos versos de "le voy a cortar la cresta") se aplacan con la decapitación y muerte del gallardo animal.
RESUMEN
El gallo es un animal de gran significación y simbolismo dentro del mundo hispano. Además de constituir, para el lenguaje y mentalidad populares, un claro prototipo del macho, el gallo figura como centro de ciertas fiestas y costumbres. El Méjico, ha sido un juego tradicional que se practicaba en las "charreadas", "correr el gallo", es decir, perseguir a caballo un gallo que otro jinete llevaba en su brazo extendido. Otras tradiciones de Latino-América como la de "correr las cintas" -romántica costumbre de galanteo- o la conocidísima de las "Piñatas" se hallan en realidad relacionadas, según se intenta demostrar en este trabajo, con el antiguo "juego de gallos" que aún se celebra -igual que hace cientos de años- en algunos pueblos de Castilla.
Tal rito se manifiesta de diversas maneras, según los lugares, pero mantiene las siguientes "constantes":
-Un gallo -o varios- colgados de una cuerda, y (en determinados casos)- enterrados hasta el cuello en tierra, son decapitados con una espada.
-Quienes matan el gallo son mujeres u hombres jóvenes -la "Fiesta de gallos" se ha mantenido como actividad propia de "quintos" en ciertas aldeas- y el hombre maduro, al igual que en la "Piñata", ejerce una labor de control: mueve, por ejemplo, una de las pértigas en que se sostiene la cuerda donde está colgado el gallo. Cuando las que practican el "juego" son mujeres, éstas se organizan en cofradías de las que los hombres están excluidos. Si son muchachos también forman su pequeño grupo -o comité del festejo- y, a veces, arremeten al gallo montados en cabalgaduras.
-En los pueblos de Castilla que he investigado, los gallos sacrificados se comen después del rito y, en algún caso, sus plumas son exhibidas a manera de trofeo por los mozos.
-En general, dos son las épocas en que se lleva acabo este ritual: Principalmente en Carnaval, fecha propicia a la subversión de valores y papeles dentro de la sociedad, y en Santa Agueda, fiesta en la cual las mujeres gobiernan a los hombres "oficial y temporalmente", año tras año, en pueblos españoles.
Para interpretar el rito deberemos tener en cuenta por qué otros objetos ha sido sustituido el gallo (cintas, "piñatas") y a qué elemento sustituye o representa él mismo. Su papel, en definitiva, parece ser el de "rey" o "macho dominante" el de "cabeza o padre" a quien se intenta derrocar.
En las costumbres aquí estudiadas se produce la decapitación del ave, lo que podría interpretarse como una victoria -pasajera y controlada por el hombre adulto- sobre la autoridad patriarcal. En realidad, y de parecida manera a como ocurre en los Carnavales, durante los cuales los valores sociales son ritualmente subvertidos, el "juego de gallos" institucionaliza un simulacro de atentado contra el "padre", contra el "macho", de forma que el riesgo real de que ello ocurra queda conjurado.
El hombre adulto, pues, vigila y supervisa el rito. En el sacrificio, además, el odio hacia sus privilegios es proyectado sobre el gallo, de modo que el hombre se libera de las animadversiones dirigidas contra él.
(1) y (2) Diccionario de Autoridades, Vol. II (Gallos).
(3) Francés Toor, A treasury of Mexican Polkways, Crown Publishers, New York, 1964, p. 290.
(4) J. Caro Baroja, El Carnaval, p. 69 y ss.
(5) E. Casas Gaspar, Ritos agrarios, Madrid, 1950, p. 214.
(6) Standard Dictionary of Folklore, Funk and Wagnalls, 1949, p. 1062.
(7) y (8) Domingo Hergueta, Folklore Burgalés, pp. 164-165.
(9) Stanley H. Brandes, Migration, kinship and community, Academic Press, New York, 1975, p. 139.
(10) J. Delfín Val en "Fiesta de los gallos en Mucientes", Revista de Folklore, n. 2, 1981, pp. 31-33 comenta el "juego" celebrado en Tordesillas (1977) y otros que se practicaban en Valladolid; transcribe, también, el texto de la representación de Mucientes. En el Volumen V del Catálogo Folklórico de la Provincia de Valladolid (J. Díaz, J. D. Val, L. Díaz Viana) describimos algunas de estas prácticas.
(11) La relación que transcribo nos fue comunicada por escrito por lo que respeto la redacción de la misma y la distribución de los versos aunque en algunos casos no parezca la más adecuada.
(12) Hoy, esta expresión del ritual latino no resulta tan conocida como antaño. Por otro lado, la ironía del "responso" es evidente.
(13) En cuanto a la métrica octosilábica ya las series de versos con rima asonantada en los partes; pero la asonancia cambia tan a menudo que, en ocasiones, el texto parece compuesto en cuartetas asonantadas.
(14) (15) y (16) Transcribo directamente la conversación mantenida con D. Benedicto León, nacido en Almaluez y residente en Soria; No recordaba con exactitud cuándo el rito dejo de celebrarse pero puesto que el informante tiene cincuenta años cumplidos y él no llegó a verlo en persona (lo oyó contar) podemos deducir que desde hace más de cincuenta años la "fiesta" no se practica. Respecto a la costumbre de matar y comer el toro me comunicó que él si lo había presenciado y que, a finales de los cuarenta, todavía se hacia.
(17) Sebastián de Cobarruvias, Tesoro de la lengua castellana o española, Edición de Martín de Riquer, Barcelona, 1943, p. 624.
(18) y (19) J. Frazer, La rama dorada, México, 1944, p. 514.
(20) Paulo Carvalho Neto, Folklore y psicoanálisis, México, 1956, pp. 160 y ss. Hace referencia a ritos semejantes considerando tales manifestaciones como un reflejo de la lucha contra la autoridad patriarcal.
(21) En el Volumen V del Catálogo Folklórico de la provincia" de Valladolid, recientemente editado, tratarnos costumbres parecidas, como, por ejemplo la del "Toro de Vega".
(22) Es lo que ocurre en el pueblo de Zamarramala, en donde esta "subversión ritual" se ha conservado con mayor fuerza que en otras partes, ofreciendo atractivo e interés para estudiosos y profanos.
(23) "Gallo" no es sólo sinónimo de "macho", de "hombre valiente" -especialmente en algunos países hispanos como Méjico- sino también una metáfora sobre la ostentación de esa virilidad: exhibir o demostrar el valor viril.
(24) Así en "El entremés del tahonero y el cura" que he recopilado en la provincia de Soria, se dice "cocinar un pollito con mucho azúcar y sal".
(25) Utilizo la terminología empleada por A. J. Gremas, Semántica estructural, Gredos, Madrid, 1971.
(26) Stanley H. Brandes, "The Posadas in Tzintizuntzan: structure and sentiment in a mexican Christmas Festival".
(27) Véase la obra de Stanley H. Brandes, Metaphors of Masculinity: Sex and Status in Andalusian Folklore, Philadelfia University, 1980.
N. de la R. * El texto fue publicado ya por José Delfín Val en esta misma Revista pero por su oportunidad preferimos reproducirle nuevamente antes que remitir al lector al número en que apareció.