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Me contaba mi padre que había una vez una niña que la llamaban Caperucita Roja porque gastaba una capa con capucha de dicho color. Era una niña muy buena, de corazón generoso y alegre. Al volver de la escuela siempre traía florecillas del campo para su madre. Un día se fue al bosque a llevar una tarta de frutas, perrunillas y un bote de miel que había hecho su madre para la abuelita, que estaba malita en la cama. “Trian, larán, larito", andandito, andandito, cogió el caminito. En una revuelta la esperaba el lobo detrás de un árbol.
-Aug..., y mi padre nos daba el primer susto.
¿A dónde vas, Caperucita, con esa cestita?
-Voy al bosque, señor lobo, a llevar esta tarta de frutas, estas perrunillas y este bote de miel a mi abuelita, que está en la cama malita. (Naturalmente, mi padre hacía cierto remedo de esta forma de hablar, para, de pronto, auggg..., auggg..., atemorizarnos lanzándonos las manos encampanadas como enseñando las garras. Y seguía la narración): "El lobo se dio la vuelta y corrió por un atajo para llegar a la casa de la abuelita antes que Caperucita".
-¡Tan, tan!, llamó a la puerta.
-¡Ton, ton!, contestó la abuelita, ¿quién viene? –
Soy Caperucita, y ponía una voz aflautada, como de niña repipi.
-Vengo a traerte esta cestita con una tartita de frutas, unas perrunillas y un bote de miel para que te pongas buenita. Grrr..., digo ay. Y mi padre se levantaba, contoneándose con un brazo al cuadril y el otro en suspensión con los dedos reunidos como asiendo el asa de la cesta con amaneramiento cursi, caminando de puntillas. Nosotros nos levantábamos y hacíamos lo mismo detrás de él. Luego, proseguía poniendo voz de abuelita.
-Pasa, Caperucita, pasa. La puerta está abierta.
Entró el lobo, auggg..., auggg..., se abalanzó sobre la cama y de un bocado se tragó a la abuelita. Augrrr..., augrrr..., se abalanzaba mi padre contra nosotros. Grrr..., una mano por aquí; grrr..., la otra por allá. “Anda, deja ya a los niños, nos cobijaba mi madre, que los vas a asustar”. Mi padre se reía y volvía al hilo del relato: El lobo se comió a la abuelita y corriendo, corriendo, se disfrazó con sus vestidos y se metió en la cama a esperar, "trian, larán, larito", a que llegara Caperucita por el caminito.
-Abuelita, abuelita, ¿dónde estás?, entró.
-Metidita en la cama, tiritando de frío, dijo el lobo poniendo voz de abuelita y tapándose hasta la cabeza.
Pasó Caperucita a la alcoba y dejó la cestita en una mesa camilla llena de frascos y hierbas medicinales.
-Anda, Caperucita, acércate más y siéntate conmigo.
-Qué voz más ronca tienes, abuelita.
-Grrr..., grrr..., y mi padre nos arrimaba la silla. Es por el frío. Caperucita, acércate más.
-Abuelita, abuelita, qué orejas más grandes tienes, y nos tiraba de ellas, lo que nos ponía los pelos de punta.
-Es para oírte mejor, y se arrimaba, se arrimaba.
-Abuelita, abuelita, qué ojos más grandes tienes, nos los acercaba.
-Es para verte mejor, grrr... y nos daba un envite ¡de pronto! ¡Qué sobresalto! Y daba igual las veces que lo contara, que siempre nos pasaba lo mismo.
-Abuelita, abuelita, qué dientes más grandes tienes, grrr... se los manoseaba.
-Es para morderte mejor, y nos cogía las manos y nos las apretujaba entre las suyas, lo que nos aterrorizaba. "Anda, Cirilo, le recriminaba mi madre, déjalos ya" y nos rescataba de las manos de nuestro padre. Calmado el tumulto, él proseguía.
-Abuelita, abuelita, qué boca más grande tienes, y levantaba los brazos amenazadoramente.
-¡Para tragarte mejor!, y mi padre volvía a abalanzarse sobre nosotros, sin interrumpir el relato, que proseguía "y de un golpe, el lobo se tragó a Caperucita", mientras nos perseguía por la cocina, que tenía la lumbre del hogar en medio.
-Anda, termínalo ya, intervenía nuevamente mi madre, poniendo sosiego a aquel alboroto.
-A los gritos de Caperucita, proseguía mi padre, todos otra vez sentados, acudieron unos cazadores y persiguieron al lobo, le rajaron las tripas y Caperucita y la abuelita salieron vivas. Al lobo le llenaron la barriga con rollos de la garganta y se la cosieron, le tiraron al agua y, como no podía nadar por el peso, se ahogó.
“Trian, larán, laritow, andandito, andandito, Caperucita con su cestita tomó el caminito y se volvió al pueblo, recogiendo flores para su madre. La abuelita se quedó comiéndose las perrunillas con miel y la tarta de frutas que Caperucita le llevó en su cestita cuando en el bosque se encontró con el lobo. Y lobo, lobito, este cuento ya está listo.
Y ¡zas! nos lanzó un zarpazo desprevenidamente.
-Anda allá, so lobero, remataba mi madre. Tú sí que está hecho buen caperucito. Más te valiera que les contaras el de la Reina de las Nieves, y nos dejaras de estos sobresaltos.
-Sí, sí, abuelo.
-Ese os lo contaré otro día.
-¡Ahora, abuelo, ahora! No hice caso y me fui a acostar.
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NOTAS
Perrunilla: Especie de bizcocho o pequeña torta hecha con manteca, harina, azúcar y otros ingredientes.
Rollo: Canto rodado del lecho de los ríos de montaña.