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INTRODUCCION
Villarroya es un municipio de La Rioja Baja situado en una depresión entre Peña Isasa, Peña Gatún y la Sierra de Yerga, al que se accede con facilidad por la carretera que va de Arnedo a Cervera del Río Alhama. Su sistema de vida se basaba en los cultivos de secano en terrazas trabajosamente construidas en las laderas de las montañas, y en el pastoreo de ovejas y cabras. La explotación de unas minas de lignito hizo que a mediados de este siglo alcanzase su máximo de población, que sobrepasó los 500 habitantes, y que el nivel de vida fuera algo mejor, de manera que en la postguerra no lo pasaron tan mal como en otros lugares; como dicen los que lo vivieron: "No te fuiste ningún día a la cama sin cenar", a lo que siempre alguien contesta: "Sin cenar, no, pero mal cenados, muchos". El declive y cierre de las minas en los años sesenta provocó la marcha de casi todos sus habitantes a Logroño; actualmente sólo quedan once en el pueblo.
Al mismo tiempo, toda la agricultura de la comarca sufrió un cambio radical; desaparecieron el segar a hoz o a guadaña, el acarreo de la mies en caballerías, los montones de grano y de paja en las eras. El horno comunal deja de encenderse y el pan lo suben ya cocido de Arnedo. Todo el pueblo fue deteriorándose; las casas se arruinaron y los hombres perdieron su propia historia, parte de su vida. En los últimos diez años, sin embargo, muchos de los que habían marchado han arreglado sus casas y vuelven a pasar allí los fines de semana y las vacaciones. Ante la situación de abandono, deciden crear la asociación Amigos de Villarroya para recuperar aquellos elementos significativos que todavía sean salvables, como la iglesia parroquial, la caseta de la trilla, el lavadero, la prensa del vino, el horno, etc.
El primer proyecto se centra en el horno comunal; todos los vecinos cocían en él y el ayuntamiento se encargaba de su mantenimiento, hasta que, hace unos treinta años se dejó de usar y ha permanecido en total abandono. Está situado en el número 9 de la Calle de la Iglesia, en la zona central del Barrio Somero (Fig. 1), que era el que tenía mayor vecindario. Al este limita con un pequeño edificio de una altura que era el lagar comunal, donde había una antigua prensa de uva. Al oeste, con una vivienda particular de tres alturas y patio delante; al norte, con la Calle Capellanía, enfrente de la antigua posada, y al sur, donde se abre la puerta de entrada, había un patio de unos sesenta metros cuadrados, cercado por tapias de piedra que formaban la fachada a la Calle de la Iglesia. Este patio se empleaba para depósito de leña.
EL HORNO ANTES DE SU RESTAURACION
Hace unos cuantos años se derrumbaron las tapias del patio y éste se convirtió en una plazoleta, donde se colocó, adosada a la pared del horno, una fuente de ladrillo que contrasta con los muros de piedra. Al pavimentar la calle de la Iglesia, se desmontó la rampa que permitía el acceso al horno; la puerta quedó bastante más alta que el suelo de la plazuela.
Los muros del edificio, como los de todas las casas del pueblo, son de piedra caliza de baja calidad, de mampostería de tamaño muy pequeño y forma redondeada. Los mampuestos están trabajados con una argamasa de tierra, cal y algo de paja muy molida. Las dos fachadas exentas, formadas por los muros norte y sur, se encontraban en buen estado de conservación, si bien se había caído la mayor parte del enlucido de cal y arena que tenía y había algunas grietas de poca importancia. En la fachada del norte, el muro continúa medio metro por encima de las canales del tejado para protegerlas del fuerte viento, y está rematado por unas losas que, en buena parte, habían desaparecido (foto 1). En la del sur, la entrada había quedado muy elevada sobre el nivel de la plazuela, por lo que era necesario levantar unas escaleras; la madera de la puerta estaba muy afectada por el sol y la lluvia, pero se podía recuperar. También precisaba un buen arreglo el ventanuco que haya su derecha, que carecía de cierre (foto 2).
La planta del edificio del horno es trapezoidal, con cubierta a dos aguas, que vierten a las dos calles antes mencionadas. La puerta, bastante ancha, da paso a un espacio interior amplio y despejado. Un pilar, que soporta el peso de las vigas cumbreras del tejado, lo divide en dos; a su derecha, está la zona del horno propiamente dicho y, a su izquierda, se almacenaba la leña seca que se iba metiendo del patio (Figs. 2, 3, 4, 5 y 6). La cúpula del horno se alza sobre una plataforma de setenta centímetros de altura en el ángulo superior derecho del edificio. Sobre el material de relleno, hay una base de losetas de barro cuadradas que forma el suelo del horno, donde apoya la cúpula de tres metros de diámetro y uno y medio de altura máxima. Esta era de adobes colocados por aproximación de hiladas, revocados por dentro y por fuera con una buena capa de barro. Su estado era de ruina casi total (foto 3). Alrededor, hay un muro de piedra, que no llega al techo, que lo protege; la esquina es achaflanada y allí se abre la boca del horno que tiene una repisa de piedra delante. A ambos lados, hay dos bancadas de piedra utilizadas para depositar sobre ellas los recipientes donde se llevaba la masa y los panes; a la derecha, en el murete que protege el horno, se abre un hueco conocido como de la maquila, donde se dejaba una poya o panecillo para la hornera. En el suelo, cerca del pilar central, hay un hueco formado con varias piedras donde había siempre agua para mojar el barredero con el que se limpiaba el suelo del horno antes de cocer. El espacio que queda a la izquierda del pilar estaba dividido con troncos en tres espacios iguales donde guardaba su leña seca cada una de las tres horneras.
En cuanto al solado del interior, la zona inmediata al horno y las bancadas está allanada y empedrada con cantos rodados sujetos con tierra, sin que formen dibujo de ningún tipo. En el resto, se conserva como suelo la roca viva sobre la que se asienta todo el pueblo.
La cubierta, como hemos dicho, es a dos aguas con el caballete paralelo a la fachada principal. Dos grandes vigas de carrasca, que descansan en el pilar central, soportan todo el peso del tejado. Las vigas secundarias, que van de las anteriores a las fachadas, eran de álamo y se encontraban en mal estado, lo que había provocado varios hundimientos en el tejado. El espacio entre estas vigas se rellena con bovedillas de yeso, al estilo de toda la construcción popular de la zona. Sobre ellas hay ramas de encina, paja, losas y una capa de barro donde apoyan directamente las tejas, colocadas en forma de doble cubierta.
LA RECUPERACION DEL HORNO
Al ser este edificio uno de los más representativos del pueblo y debido al estado de abandono y ruina en que se hallaba, la asociación Amigos de Villarroya decidió elaborar un proyecto de recuperación y acometerlo con la colaboración desinteresada de todos sus miembros, tras haberse comprometido el Ayuntamiento a autorizar el uso permanente del edificio para los fines culturales y festivos que se dirán.
El proyecto se basaba en una serie de principios que se han respetado siempre que ha sido posible:
-Restauración con materiales tradicionales en la arquitectura del pueblo, los mismos que había en la construcción original o similares (foto 4).
-Mantenimiento de la misma distribución del espacio interior, conservando todos los elementos constructivos que tenía y su aspecto original. Que cada uno de ellos pueda utilizarse para lo mismo que siempre se había usado, excepto la zona interior de almacenamiento de leña, donde se montará una exposición de útiles relacionados con el pan.
-Uso de las mismas técnicas de elaboración del pan, de calentamiento del horno, de cocción, etc., que se emplearon hasta los años sesenta.
Los trabajos comenzaron con la limpieza y desescombro del interior; se examinaron las maderas de la cubierta y, debido a que casi todas estaban podridas, hubo que levantar el tejado, quitando las tejas con cuidado para reutilizarlas después. Se arreglaron las grietas y desconchones de los muros y se rehizo totalmente el tejado con vigas de construcciones antiguas, de forma que presenta un aspecto similar al antiguo.
La cúpula del horno hubo que levantarla desde su base y se hizo con ladrillos macizos planos a medio cocer, que se colocaron en aproximación de hiladas y se revocó por dentro y por fuera con barro mezclado con un poco de paja. La campana que recoge el humo de la boca del horno estaba también bastante deteriorada y se ha rehecho con marco de madera y tabique de ladrillo y yeso, tal como estaba (foto 5).
El suelo era algo irregular, sobre todo en la mitad de la izquierda, donde se conservaba la roca natural. Se ha igualado y alisado con piedra del mismo tipo que la de los muros.
El horno carecía de instalación eléctrica que ahora se ha llevado a cabo; la iluminación resalta tanto los elementos estructurales del edificio como los útiles que componen la exposición.
USO DEL HORNO: ECOMUSEO INTERACTIVO
La utilización del horno una vez recuperado tiene una doble vertiente. Por un lado, la asociación Amigos de Villarroya y el Ayuntamiento lo usarán con fines celebracionales y festivos; por otra parte, se pretende que tenga función didáctica.
La asociación Amigos de Villarroya se compromete a elaborar pan con métodos y útiles tradicionales en fechas y celebraciones destacadas, así como otros productos que solían cocerse en el horno, como tortas de chichorras, etc. y otros que ahora se implantarán, como asados de cordero y cabrito para las comidas comunales que habitualmente se realizan.
En el espacio donde se guardaba la leña se ha instalado un pequeño ecomuseo interactivo. En él se muestran de manera permanente los utensilios empleados en la elaboración del pan: cedazo, artesa, sobadera, palas, barredero, etc. En los muros de ese espacio se presentan paneles en los que, por medio de dibujos, fotografías y textos, se explica el uso de los útiles y el proceso tradicional de fabricación del pan (foto 6). Este espacio pretende ser no sólo un muestrario de objetos, paneles y fotografías, sino también, y es lo más importante, de sensaciones que muchos no conocemos: la caricia que humedece las manos que hacen la masa en la artesa, el calor que enrojece las mejillas al atravesar la puerta, el picor del humo, fuerte y penetrante, la fragancia del romero que se quema y la del pan recién cocido.
Por eso, la asociación Amigos de Villarroya se compromete a revivir tres veces al año todo el proceso tradicional de elaboración del pan, desde el cedazado de la harina hasta el cocido, invitando a los colegios de la comarca para que los niños participen en él. Asimismo, estaremos abiertos a solicitudes que provengan de cualquier parte de La Rioja para realizarlo siempre que sea posible y se haga con la antelación suficiente.
ELABORACION TRADICIONAL DEL PAN EN VILLARROYA
Al mismo tiempo que se recuperaba el horno, y para poder usarlo después, varios miembros de la asociación han ido indagando, mediante conversaciones con las personas mayores, los datos oportunos.
La pequeña producción de trigo del pueblo se molía en los lugares más cercanos, ya que en Villarroya no hubo nunca molino. En los años posteriores a la guerra civil, los labradores llevaban el cupo que el gobierno les otorgaba a las fábricas de harina de Arnedo y de Puente de Don García, cerca de Cervera del Río Alhama, pero guardaban una cantidad de trigo que escondían a los ojos de las autoridades. Este trigo se llevaba por las noches a los molinos de Cornago o de Villarijo, ésta ya en Soria. Le ponían al macho o al burro la albarda o los lomillos y sobre ellos se cargaban una o dos talegas. Con todo el sigilo posible, por sendas y caminos difíciles, en un país montañoso y áspero como éste, esquivaban a la Guardia Civil, sin que faltasen los encuentros desagradables. La harina se guardaba en arcas y escriños hasta que se usaba.
En Villarroya no había hornos familiares, el único horno era el comunal, pero el amasado lo hacían las mujeres de cada familia en su casa, por lo general en los altos o someros, es decir, en los desvanes. Del horno se ocupaban alternativamentre tres horneras, tres mujeres que eran las encargadas de cocer. Cuando la hornera pensaba cocer, el día anterior por la noche mandaba a los chicos a dar la voz por todo el pueblo, gritando: "Mañana se cuece". Esa noche, las mujeres que pensaban cocer pan avisaban a la hornera y cernían la harina, aunque ya había sido cernida en la cernedora del molino, con el cedazo, para que se auneciese, es decir, se esponjara y cundiera más. Sobre la artesa, recipiente rectangular de madera, de base más pequeña y con patas o sin ellas, se colocaban las varillas, bastidor más estrecho y más largo que la artesa, por las que corría el cedazo en un movimiento de vaivén. Cada vez solían cocer dos o tres familias el pan para una semana, que era lo que cabía en el horno.
A la mañana siguiente, la hornera comunicaba a las interesadas que iba a encender el horno, para que empezaran a amasar. A la harina cernida se agregaba agua caliente, pero sin que hubiera llegado a la ebullición y en verano sólo templada, con la sal diluida en ella. Se hacía un hueco en la harina y se iba echando poco a poco, mezclándola con las manos y añadiendo al mismo tiempo la levadura o masa madre. Esta era un poco de la masa de la vez anterior que se guardaba, envuelta en un paño de algodón, en un rincón de la artesa. Amasaban, sobaban y dejaban la masa tapada en la artesa de dos a tres horas para que fermentase, y hacían las hogazas, señalándolas con algún corte especial para distinguir las de las diferentes familias; no se usaban sellos, si bien en otros pueblos cercanos sí los hubo. Ese tiempo era el que tardaba la hornera en calentar el horno con leña de romero y rosajo, es decir, jara, que tenía almacenada dentro y en el patio. El pueblo se llenaba de un olor característico; todo el pueblo se enteraba de que ese día se cocía. Con el hurgunero se atizaba, se aplicaba la leña para que se quemara totalmente, se extendían las brasas por todo el suelo y se tapaba la boca (foto 7).
Cuando el interior de la bóveda se ponía blanco, la hornera salía y daba la voz de "a cocer". Las mujeres que habían preparado pan, metían las hogazas en panderos, aros de castaño con una piel de cabra de medio metro de diámetro, paneras, cestos de mimbre redondos y bajos, o escriños cilíndricos de medio metro de diámetro y 20 centímetros de altura y las tapaban con la bancaleja, paño grueso de cáñamo o algodón muy largo con el que también separan los panes para que no se pegaran (foto 8). El pandero, cesto o escriño se colocaba en la cabeza y lo subían hasta el horno.
Para cuando las mujeres llegaban con el pan, la hornera había apartado las brasas a los lados del horno y con el barredero o bragas húmedas limpiaba el suelo e iba colocando con la pala los panes. Se cerraba con la tapa y barro, o con ramas de romero; cuando el romero se había quemado, el pan estaba cocido.
El tipo de pan más frecuente era la hogaza, pan redondo de unos 17 centímetros de diámetro y 10 de altura, que llevaba varios cortes alrededor y en el centro la marca de la familia que se hacía con un cuchillo. El pan de picos se hacía con una base redonda de 25 centímetros de diámetro y sólo 2 de espesor, que se doblaba entre sí misma espolvoreándola con harina para que no se pegara; en los bordes se hacían tres cortes y se levantaban los picos hacia arriba. Las tortas de aceita o testarañas eran similares al anterior, pero sin doblar; la superficie se untaba de aceite de oliva y se espolvoreaba con azúcar, haciéndoles con el dedo pequeños huecos. Las tortas de chinchorras eran como las anteriores, pero a la masa se añadía un puñado de chinchorras; se hacían en época de matanza. Con el calor que quedaba en el horno, en tiempos de fiesta, se cocían madalenas y mantecados.
El trabajo de la hornera se pagaba dejando, cada mujer que cocía, un pequeño pan, la poya, en el hueco de la maquila (foto 9).
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BIBLIOGRAFIA
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CAPEL, J. C.: El pan, Barcelona, M. Mateu Taller Editorial 1991
ELIAS PASTOR, L. V. y MONCOSI DE BORBON, R.: Arquitectura popular de La Rioja, Madrid, MOPU, 1978.
ESCALERA REYES, J. Y VILLEGAS SANTAELLA, A.: Molinos y panaderías tradicionales, Madrid, Editora Nacional, 1983.
SANCHEZ TRUJILLANO, M. T. y GOMEZ MARTINEZ,J. R.:Trigo harina y pan, Logroño, Museo de La Rioja, 1994.