Si desea contactar con la Revista de Foklore puede hacerlo desde la sección de contacto de la Fundación Joaquín Díaz >
Resumen:
El traje de rabo del antiguo Concejo de El Barraco (Ávila) es uno de los más arcaicos de los indumentos tradicionales hispanos que desgraciadamente ha pasado desapercibido en casi todas las publicaciones de indumentaria tradicional. Eclipsado por las ropas decimonónicas de las serranas de manteo de tiranas picadas y gorras de paja de centeno, este vestir antiguo ha conservado piezas de singular valor como son las mantillas de ceñir, los dengues, los sayuelos, los mandiles de velas, las camisas bordadas, su rica joyería o las monteras. El trabajo repasa el uso y vigencia de la indumentaria a través de todas las fuentes documentales disponibles (protocolos notariales, documentación gráfica, piezas testigo, referencias orales…) poniendo en valor y dando visibilidad a este singular hato serrano abulense.
Palabras clave: indumentaria tradicional, Ávila.
Introducción
El Valle del Alberche es uno de los valles vertebrado por el Sistema Central en sus comarcas abulenses. Encajado entre las Sierras de la Paramera y la propia Sierra de Gredos, en lo que se conoce como Macizo Oriental, remansa sus aguas en el embalse de El Burguillo, en tierras barraqueñas. Y precisamente El Barraco ha sido de siempre una de las puertas hacia Ávila desde Madrid o Toledo, nexo de unión entre las tierras a los dos lados de la sierra.
San Juan de la Nava y El Barraco compartieron Concejo hasta la segunda mitad del siglo xviii[1] durante el cual los sanjuaniegos forman villa propia bajo el mandato de Carlos III. Ambas villas, compartieron algo más que territorio, entre otras tuvieron a bien vestirse con piezas similares en el arreo serrano en lo que hemos venido a conocer como traje de rabo, uno de los más originales y arcaicos indumentos de la Península Ibérica.
Ya por el año 1925, cuando se organiza en Madrid la magna muestra de indumentarias tradicionales se tuvo a bien convocar entre otros[2], a San Juan de la Nava y El Barraco para que aportaran sus más preciados atavíos. Hasta Madrid viajaron[3] mantillas, monteras, camisas de corchados, blusones, sayuelos de mujer y de hombre, coletos, bragas y pañuelos del rancio vestir serrano, representando a la provincia de Ávila.
Pese a la importante exhibición de los trajes serranos, fueron escasos los trabajos de estudio[4] y catalogación de la ropa del Valle del Alberche y los trajes de rabo siguieron en el más absoluto abandono y totalmente descontextualizados, sin sentido en el uso respecto al mundo rural que les vio nacer y donde se integraron como un elemento fundamental de su patrimonio cultural.
El vestir de una comarca forma parte de la vida cotidiana de la misma, siendo un compendio artístico de notable importancia, ya no sólo en cuanto a la mano artesana que corta y cose se refiere, sino en cuanto que cada prenda posee un diseño, una técnica especializada de ejecución y un artístico saber conjugar elementos, materias y colores. La indumentaria tradicional de cada territorio, incluso de cada pueblo, se constituyó en el elemento símbolo de la diferencia, de la variedad, de lo individual frente a lo común.
Desgraciadamente, hoy en día, las ropas que en su día fueron elaboradas por manos primorosas para servir de gala a la novia, o para lucirse en el baile del rondón, en la fiesta, están dormidas, olvidadas, desterradas de su buen uso en las arcas de los pocos mediocasas que quedan todavía en pie. Muchos de los trajes fueron dispersados en herencias, reutilizados después de la guerra, expoliados por anticuarios y vendidos de cualquier manera, cuando no acabaron quemados, después de más de cien años en desuso.
Incluso aún cuando el interés por los trajes ha llevado a rehacer nuevas piezas, éstas, quizás por desconocimiento, no guardan los cánones que la tradición marcó durante siglos, convirtiendo los mismos en meros disfraces para la fiesta, fuera de lugar.
El traje femenino aquí analizado, como muchos de los trajes hispanos, es resultado de un desarrollo cultural e histórico donde se superponen elementos de muy distinta procedencia fruto de un proceso de fusión y adaptación a los gustos locales hasta convertirse en lo que se conoce como traje de rabo, que aunque se tiene como propio de El Barraco, se usó ampliamente en todo el antiguo Concejo incluyendo como no, San Juan de la Nava[5].
En esencia, el traje tal y como nos ha llegado hasta nosotros, aparece ya muy definido a mediados del siglo xviii, en los primeros grabados del indumento serrano. Pero ¿por qué los serranos del Concejo de El Barraco se aferraron a tan arcaica moda en su indumento? Francamente esta cuestión es difícil de contestar. El Barraco no está especialmente aislado[6], es un pueblo bien comunicado desde antiguo, vía de comunicación de arriería, camino madrileño hacia Santiago y paso natural entre ambas sierras, apenas a 90 kilómetros de la capital del reino. Sin embargo, las barraqueñas tardaron en abandonar sus mantillas, monteras y dengues en favor de las sayas cerradas primorosamente adornadas con tirana picada, tan en boga en el resto de los pueblos de la comarca.
Tal vez el trabajo aquí presentado, sirva de base para la apreciación de este rico patrimonio de la cultura material, tan poco valorado. Seamos pues optimistas y recuperemos lo que todavía estamos a tiempo de salvaguardar, bajo el buen saber y el conocimiento de las piezas que otrora sirvieron no sólo para adornar a los serranos avileses[7], sino para ser las señas de identidad de todo un pueblo.
Las fuentes documentales
Varias han sido las fuentes documentales empleadas para sacar a la luz los entresijos de la indumentaria serrana. Por un lado, el inexcusable buceo en el Archivo Histórico Provincial, donde se han consultado los protocolos notariales pertenecientes a San Juan de la Nava y El Barraco, desde finales del siglo xviii a finales del siglo xix, cien años que marcarían el uso de la indumentaria tradicional barraqueña y el abandono progresivo de las piezas que componían el arcaico arreo local. Los escribanos anotaron en los protocolos con profusión de detalles, piezas, adornos, materiales, calidades y usos que nos fueron de inestimable valor a la hora de recomponer el conjunto que suponía este traje singular.
Este trabajo se completó con el aporte de la imagen, que nos dejaron grabadores, litógrafos, pintores y fotógrafos (estos últimos ya en la primera mitad del siglo xx, principalmente). En este apartado tuvimos la suerte de contar con los interesantes grabados de Cano y Olmedilla que reflejaron por primera vez con detalle el indumento.
Los libros de viajes (de los siglos xviii y xix) nos dejan también las curiosas descripciones de los viajeros que atravesaron las sierras por el puerto de La Paramera, anotando el peculiar vestir de las serranas del antiguo Concejo de El Barraco.
Y por último, el análisis de piezas testigo en las arcas de los cuerpodecasa[8] serranos sacaría a la luz, después de muchos años, mantillas, monteras, dengues, mandiles de velas y collarejos con las inestimables y valoradas apreciaciones de sus dueños que, con todo lujo de detalles nos contaron todo lo aprendido de pequeños, sobre esas piezas, en sus familias. Para nosotros un tesoro rescatado del profundo olvido.
¿Qué sabemos del traje de rabo?
Desde finales del siglo xviii, los paisanos abulenses y su vestir tradicional captaron el interés de viajeros y grabadores románticos, que quedó plasmado en una docena de estampas y en algunas citas al curioso vestir de los serranos. En la Colección de trages de España de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla[9], allá por 1777, aparecen dos figuras grabadas con los siguientes títulos: «Castellana vieja del partido de Ávila» y «Serrano artesonero del partido de Ávila». El hombre luciendo sayuelo y montera y ella con un curioso indumento arcaico. Pero ¿los podemos identificar como pobladores del antiguo Concejo de El Barraco? Una de las pistas nos la da el serrano artesonero[10]. Desde antiguo, los montes del Concejo, especialmente sus pinares, se usaron para la elaboración de gamellas y artesas. En la documentación medieval, destaca por curiosa una referencia de 1489 donde los procuradores de Burgohondo comunican al corregidor de Ávila que han sido prendidos cuatro vecinos de El Barraco con tres cargas de tea y dos gamellas recogidas en el término del Concejo de Burgohondo: «Avían entrado en el dicho término del Burgo, desde la Garganta Cabrera arriba fazia Navaluenga, a cortar e avían cortado un pyno y fecho tea e gamellas» (LUIS LÓPEZ, 1990). Y en el siglo xix, MADOZ (1845-1850) indica para El Barraco que «este municipio tiene industria de fabricación de artesas y otros útiles de madera». Barraqueños y sanjuaniegos recorrieron media España vendiendo su fabricación vestidos al uso del país.
Este grabado, primera referencia gráfica al vestir tradicional abulense que existe, dará lugar a múltiples copias hasta mediados del siglo xx recreando esas imágenes primeras[11]. Entre las piezas que luce la serrana, se aprecian el jubón o sayuelo, de corte antiguo, y una sobremanga que no es más que el dengue colocado al estilo del país cubierto con lo que pudiera ser un pañuelo de talle, la toca debajo de la montera, y sobre todo el conocido mandil de velas y las mantillas vueltas conformando el característico rabo del traje. Se complementa con ceñidor, sartales, en los que cuelga la cruz de Caravaca, zapato de borla y larga trenza. Piezas, todas ellas, que conformaron el vestir del mundo rural de gran parte del territorio español durante el siglo xviii y que quedaron fosilizadas en algunos de los trajes que hoy conocemos como tradicionales de áreas especialmente relevantes (Maragatería, Aliste, Sierras de Salamanca, o Segovia por citar algunas de Castilla y León).
Unos años antes, en el verano de 1774 pasó por tierras de Ávila, proveniente de Gibraltar, el viajero inglés William Dalrymple que se sorprendió al ver a las campesinas con montera y lo anotó en su diario, publicado más tarde en Londres (DALRYMPLE, 1777): Aquí observé un cambio en el atuendo de las mujeres: usan un pañuelo en la cabeza, una capa corta escarlata para cubrir los hombros y la montera. W. Dalrymple era un militar inglés de la guarnición de Gibraltar que venía a visitar la Academia Militar de Ávila (CASADO Y DIAZ 1988) y que muy probablemente pasara el puerto de La Paramera, parando antes en El Barraco y observando las recias vestimentas serranas.
También a finales del siglo xviii, describe El Barraco y a las barraqueñas Antonio Ponz, en su libro «Viajes por España», (PONZ, 1772-1794): El Barraco es pueblo grande, dicen que de 500 vecinos, y cabeza de aquella serranía, rodeado por todas partes de altos cerros, mucho monte de pino y grandes encinas. El traje de las mujeres es muy particular, por una especie de dalmática que llevan, ceñida muy alta, con orlas en los lados. Las casadas llevan una toca de gasa revuelta por cabeza y cuello y unas y otras van regularmente descalzas, pero los días festivos se engalanan bien a su modo.
Antoine-Laurent-Apollinaire Fée, farmacéutico militar francés, al relatar los recuerdos de su participación en la Guerra de la Independencia en España (FÉE, 1856) cuenta que en enero de 1813, con Ávila ocupada por el ejército de su país, acompañó a un destacamento de artillería que se dirigía a Toledo pasando por La Paramera y El Barraco donde le resultó curioso el vistoso indumento de las serranas ataviadas para asistir al cristiano entierro de un anciano, cuya tumba tuvo que hacer el alcalde de la localidad, ante la falta de sepulturero oficial. Nos describe el acontecimiento el farmacéutico de la siguiente manera: «El vestido consiste en una especie de dalmática ceñida muy arriba por un cinturón adornado por cintas de vistosos colores. Las casadas llevaban sobre las cabezas una toca de gasa con una especie de cresta encima. Su aspecto es verdaderamente extraño. Solamente usan zapatos los domingos».
El viajero Richard Ford que vino a España pasando por El Barraco en 1830, se sorprendió por el vestido de las mujeres barraqueñas «siguiendo el Alberche, un excelente arroyo truchero, lo cruzamos para llegar a Berraco, entre colinas cubiertas de pinos. Obsérvese el vestido de las mujeres» (FORD, 1921).
Desgraciadamente, en el siglo xix, el pintor Valeriano Bécquer[12] no se fijó en las serranas del Alberche, centrando su interesante trabajo en el Valle Amblés, en las cercanías de Ávila capital, retratando a las «Labradoras del Valle Amblés: Castellanas de Salobral», enfundadas en manteos con tiranas picadas y con graciosos sombreros adornados con plumas, cintas, alfileres y flores[13].
Para el resto de pintores costumbristas que plasmaron tipos abulenses, los barraqueños pasaron desapercibidos, pintando a las mujeres con las conocidas gorras de paja de centeno trenzada, prototipo de lo que se ha venido a conocer como traje regional de la provincia. Interesantes retratos nos dejaron en sus obras Joaquín Sorrolla, José María López Mezquita, Eduardo Martínez Vázquez, Güido Caprotti da Monza, Lizcano Monedero, Francisco Soria Aedo y Eduardo Chicharro Agüero (todos ellos del primer tercio del siglo xx)[14].
Con la aparición de la fotografía a finales del siglo xix no habrá mejor suerte y los historiados trajes de rabo pasarán, con alguna excepción, inadvertidos. Las fotografías retratarán al detalle el Valle del Tiétar (Ortiz Echagüe, Mas Castañeda) y sobre todo la ciudad de Ávila y el Valle Amblés (destacando los tipos fotografiados por José Mayoral Fernández y su hijo Antonio Mayoral y Ángel Redondo de Zúñiga). Los trajes de rabo salen a la luz, por primera vez, en las fotografías del artículo[15] firmado por Luis García de Linares para la revista Estampa en 1934, donde dos barraqueñas lucen los «muy antiguos[16]» trajes populares durante la fiesta de la Virgen de la Piedad en Las Candelas de El Barraco (FRAILE, 1986). En estas fotos apreciamos claramente las últimas piezas testigo que han llegado hasta nuestros días y de las que daremos detalle más adelante.
También aparecerán los trajes barraqueños en la representación de la zarzuela «El Día de Ávila» en el Teatro Español de Madrid, obra escrita y dirigida por el fotógrafo José Mayoral Fernández y recogida en la crónica de 1935 de la revista Blanco y Negro. Mayoral nos describe la escena principal de esta obra, donde aparecen tipos de toda la provincia: En ella había una escena del mercado, concurrencia de recuerdos que fue hasta cinco veces repetida a petición del público. Tal fue la impresión que causó la música de Ávila. Los vendedores típicos iban entrando con su respectiva canción popular cada uno y formaban un semicírculo en el escenario, cantando, como final, todos ellos una bellísima tonada de Serranillos (BERNALDO DE QUIRÓS, 2003).
Escasos retratos familiares[17], muchos de ellos vistiendo el traje durante las fiestas de Carnaval, completarán la documentación gráfica de tan antiguo atavío durante la primera mitad del siglo xx.
Con todo, el traje de rabo, uno de los de más empaque dentro de los indumentos hispanos[18], ha sido omitido por la gran mayoría de estudiosos de la indumentaria tradicional, cayendo en el olvido durante la segunda mitad del siglo xx, incluso en las localidades de origen (El Barraco y sobre todo San Juan de la Nava), donde los procesos de refolklorización olvidaron el indumento más característico a favor de ropas más cómodas para el espectáculo[19]. Más modernamente, durante los últimos 25 años, se vuelve a copiar el traje de rabo olvidando en muchos casos los patronajes y piezas singulares del mismo[20].
Inventario de piezas y referencias
El tocado
Monteras:
Carnero fuera y duro en la montera
Navalmoral
El uso de las monteras[21] en el Valle del Alberche, incluso en toda la provincia de Ávila[22], ha estado circunscrito en los últimos tiempos a las localidades de El Barraco y San Juan de la Nava acompañando al traje conocido como de rabo. Las monteras en la mujer están documentadas en muchos de los trajes más arcaicos de la península. Así, lucieron montera, las segovianas en la boda de Alfonso XIII, en los estupendos retratos de Laurent. Monteras adornadas con los doce apóstoles y rematadas las veletas, ricamente labradas, en dos borlas de exquisito colorido, una por dentro y otra por fuera. Otras referencias las encontramos en Zamora (donde la marbana gusta de enmonterarse, como su galán, en un antiguo retrato[23]) y en el entorno de Tiedra en la cercana Valladolid. También aparece con el mismo tocado la panadera de Grijota en Palencia, que de esa guisa se iba con su carga hasta la misma capital del Carrión. Gustaron también de monteras las mujeres de la Montaña leonesa y asturiana, las de la comarca de La Valdería, en León (CASADO, 1993) y las madrileñas de Fuencarral o Zarzalejo (FRAILE, 2004), las montañesas de Cantabria (COTERA, 2008) y todavía hoy la lucen de terciopelo muy similar a la de El Barraco en Villar del Pedroso en Cáceres, recatada de flores y galones[24].
Estas monteras barraqueñas son de forma troncocónica con la punta redondeada[25], elaboradas en paño[26] (pardo, negro, encarnado o morado), eran forradas en color de contraste (generalmente terciopelo o paño), con dos partes semicirculares apuntadas unidas por una costura central, dejando una pequeña abertura en los extremos. Los frentes de la montera en ocasiones lucen con ondas ribeteadas con pasamanería dorada metálica. Las dos puntas de las vueltas, algo más amplias para volverlas y dar gracia a la montera (aunque en origen éstas sirvieran para abrigo de las orejas). El resto de adornos se limitan a tiras de galones dorados y un pequeño ramo de flores de tela[27] o una escarapela de cintas de seda a modo de borlón. La forma de usar la montera en los últimos tiempos difiere a como se usaba en épocas antiguas, yendo las vueltas que de forma usual antes iban en la frente, actualmente encima de las orejas[28].
Algunas piezas testigo aparecidas nos hablan de modelos alejados del patrón antiguo de estas piezas singulares. Apenas dos semicírculos de terciopelo forrados con poco cuerpo sirven para la confección de minúsculas monteritas que entendemos fueron elaboradas ya modernamente en reconstrucciones alejadas del vestir antiguo, en épocas relativamente cercanas, cuando el traje estaba ya en desuso[29].
Tanto la mujer como el hombre usaron montera y así aparecen en las primeras documentaciones. Mientras el hombre abandonó pronto el rancio sayo, el coleto y la montera, la mujer fue más reacia a renunciar al antiguo ropaje y conservó las piezas más arcaicas, entre ellas la montera, hasta finales del siglo xix. Los protocolos notariales rara vez especifican la pertenencia a hombre o mujer[30] y hasta los más pequeños, una vez que se retiraban de las mantillas de envolver iban enmonterados[31] (PORRO, 2010).
En cuanto a materiales y colores, las más comunes de paño o de paño y terciopelo y aunque abundando las negras aparecen también las de pardo o color de pasa, las encarnadas y moradas[32]. Posiblemente el color indicara el estado civil aunque no tenemos datos al respecto. A veces, como en otras piezas de los protocolos, especifican la procedencia de los paños[33] . Rara vez se hace referencia a los adornos de las monteras aunque las piezas testigo que han llegado hasta nuestros días delatan adornos en ellas, cabe pensar que más abundantes en las de mujer[34].
Por debajo de la montera se gastaba la toca de encaje o gasa[35] como aparece en los grabados que documentan el traje. Esta pieza era común a las áreas de uso de la montera y estaba ligada al estado civil de casada[36]. Son numerosos los ejemplos de trajes tradicionales donde el uso de las tocas va rematado con sombreros y monteras[37], aunque también en algunos reductos de traje antiguo fueron reacios al uso de tocas con monteras[38] (COTERA, 1999). Desgraciadamente, la toca no ha llegado hasta nosotros[39], usándose la montera sola en los últimos años y perdiéndose las piezas en los documentos protocolarios. En estos se hace referencia al adorno con encajes o con listas de seda de colores, posiblemente repitiendo el adorno de cintas en zigzag o carquises tan propio de este traje[40] y que aparecen en otros arreos antiguos como los trajes maragatos, el traje alistano o el Traje de Vistas de la Alberca (Salamanca). En algunos casos llama la atención el número de tocas aparecidas en un solo protocolo, hasta siete[41] .
Peinado:
A la media fortuna, traigo el sombrero,
Como tú, resalada, la cinta al pelo
Serranillos
El traje de rabo era acompañado con el peinado de trenzas largas de varios cabos, en ocasiones hasta las caderas, rematadas con cintas de seda que caían sobre el rabo similar a las que lucían las de Segovia y otras provincias acompañando el uso de la montera. Una vez abandonadas estas modas más arcaicas, las trenzas se sustituyeron por el moño de picayo[42] o picaporte y más modernamente por los rodetes, proceso similar en el peinado de media España. Las enmonteradas de Villar del Pedroso lucen la montera con dos rodetes laterales sujetados con alfileres de filigrana, abandonando el uso de las largas trenzas más propias de indumentos viejos.
Prendas de busto:
Jubones y Sayuelos:
En los protocolos notariales más antiguos consultados se distingue entre jubones o jugones y sayuelos aunque a partir del siglo xix aparecen prácticamente nombrados con la palabra jubón todas las piezas con mangas que cubrían el torso, cerrados en su parte inferior por haldetas de distinto material. Los colores más comunes fueron los oscuros (pardo y negro[43]) aunque aparecen también los rojos[44]. En cuanto a las materias primas utilizadas, abundan los de paño que conviven con los de otros materiales[45]. Respecto al interior de las piezas, solían forrarse[46] con estopas y lienzos que daban a las piezas cuerpo y consistencia. Fueron ropas muy adornadas[47] en las sangraderas, puños, ojales[48] y pecheras con bordados sencillos con hilo de torzal, con motivos florales o geométricos, a cadeneta o pespunte de vivos colores (amarillo, rojo, azul) o galones metálicos y cintas escondiendo las costuras y entroncando con jubones similares segovianos[49], zamoranos o leoneses, siendo estas piezas especialmente arcaicas (siglo xvii). Las sangraderas atadas con cintas[50] y puños dejaban entrever las camisas primorosamente bordadas. Este sayuelo se enlazaba en la parte delantera mediante un cordón de colores[51] y acompañaban las bocamangas botonaduras metálicas[52] en los más antiguos. Piezas que siguen los cánones tradicionales, muy ajustadas al talle (a veces sin llegar a cerrar) y ceñidas a la cintura, escotadas dejando entrever la labor de la camisa serrana, mangas sangradas para facilitar el movimiento del codo y de escasa largura para lucir el puño bordado y no entorpecer el uso diario de las manos.
Tanto el sayuelo[53] como el jubón fueron piezas usadas indistintamente por hombres y por mujeres[54]. Es de suponer que los más primorosamente adornados fueran de ellas. Así lo recogen las citas de los protocolos notariales que ocasionalmente añaden a la descripción de la pieza el sexo al que pertenece[55].
A medida que avanza el siglo xix, sayuelos y jubones se confunden en términos llegando tan sólo a la memoria de nuestros días el jubón, aunque en muchos casos conservando las hechuras de sayuelos (como son los bordados o las sangraderas en las mangas).
Justillos:
Pieza arcaica que aparece también en los arreos hispanos más antiguos (COTERA, 1999)[56] y que se cita abundantemente en los protocolos[57]. Era prenda interior y se situaba entre la camisa y el jubón o sayuelo, elaborada en lienzo o estopa, sin mangas y atada con cordones. Esta pieza, que entendemos que en la indumentaria serrana abulense debería de ir escondida, en las comarcas valencianas se enriqueció en telas (sedas brocadas, labradas espolinadas, rasos y tafetanes) para llevarla lucida al exterior (LICERAS FERRERES, (1999); RAUSELL ADRIÁN (2014)). En tierras zamoranas está documentada su aparición bajo el dengue o pañuelo y solía aparecer con él la mujer en su vida interior, en la casa. Más adornados fueron los justillos segovianos recamados al estilo que se adornaron los sayuelos en aquellas y en estas tierras, que sin embargo no aparecen citados en nuestras localidades.
Mangas y manguitos:
Aunque son escasas en las referencias, aparecen también citadas mangas que es posible que se llevaran solas[58], siendo común también usarlas a la hora de remudar al infante[59].
Interesantes son las referencias a manguitos para niños aparecidas en la comarca de Sayago (CALLES Y RAMOS, 2010), las mangas aparecidas en La Churrería (PORRO, 1997) en indumentaria infantil o las mangas con las que aparecen los trajes más arcaicos de las comarcas leonesas del Órbigo.
Camisas:
En el barrio de arriba
hay dos hermanas
que con una camisa
se visten dambas.
Una se pone el cuello
otra la manga
los faldones los dejan
pa otra semana.
Serranillos
La camisa de El Barraco[60] conserva similitudes con otras piezas análogas toledanas, segovianas, zamoranas, leonesas o salmantinas en cuanto a la hechura. Es ancha en el cuerpo por descender el vuelo de los frunces que se recogen con ambas pecheras. Desde la cintura se une la falda o haldar que se ha conseguido por dos piezas trapezoidales obtenidas por el corte en diagonal de un rectángulo de lino, quedando el largo de las mismas en el sentido de la trama, tratando de buscar el aprovechamiento del tejido al máximo.
Las mangas son dos rectángulos con pliegues en la parte del escote y puños; para mejor tiro se disponen sendos cuadradillos, o nesgas, en la parte de la axila. La escotadura de la camisa llega hasta el esternón para facilitar el amamantar las crías. Las mangas y el cuerpo son de lienzo, lino de mejor calidad[61]. La falda se hace de lino procedente de la estopa, de inferior calidad a la del cuerpo[62].
Los puños[63] y el escote, cabezón o terilla son tiras muy ornamentadas[64] que recogen los frunces, con bordado en tejidillo[65] o a reserva[66], que aparecen también en otras camisas bordadas hispanas. En la pechera, labor de colchado o tejidillo de Navalcán (labores similares en la cercana Segovia) generalmente sobre frunces muy finos[67] y en color rojo. Como indica GONZÁLEZ DE MENA (1974), refiriéndose a este bordado «su decoración es siempre geométrica, trazada algunas veces sobre la tela lisa y otras sobre frunces prolongados y siempre con una minuciosidad y perfección insuperable». La hebra de la bordadura, de lana o seda, es de tonos rojo, azul, verde, pardo (amarcigado) y algún golpe de amarillo o dorado (son precisamente los colores, presentes sobre todo en tirillas, puños y remates, los que la distinguen del resto de camisas bordadas donde en general, predomina el color negro en los bordados de estas piezas femeninas siendo en éstas poco frecuente)[68]. En ocasiones, las camisas de El Barraco se bordean con un pequeño y corto fleco de deshilado en el remate de los puños[69]. En cuanto a los motivos bordados se suelen repetir la encomienda, las cruces[70] góticas y los motivos geométricos (rombos, equis y eses) para el bordado corchado o tejidillo[71] mientras que en tirillas de cuello y puños aparecen ocasionalmente motivos zoomorfos y florales al ir bordados a reserva y permitirlo esta técnica. A reserva hemos podido localizar preciosos paños de sepultura donde aparecen realzados por puntos de pespunte águilas enfrentadas en torno a la fuente de gracia[72] acompañados de perros y ciervos. Los adornos de las camisas generalmente asociados a la de la mujer no faltaban tampoco en las de hombre. Aunque las referencias en los protocolos notariales son francamente escasas[73], se distingue el cabezón labrado en la camisa que luce el artesonero en el grabado de Juan Cano y Olmedilla citado en numerosas ocasiones.
En general los protocolos dejan entrever una abundancia inusual de camisas, tiras y faldas[74] posiblemente ligada a la imposibilidad de lavar a menudo las piezas, pues los rigores del tiempo restringían la colada a los meses de verano[75] lo que obligaba a tener suficientes camisas para el remudo.
El largo de la camisa tradicional permitía evitar el roce de las sayas y refajos, papel que más tarde desempeñó la enagua. Esta apareció cuando las camisas, hechas ya por lo regular de tejido industrial (principalmente algodón) sólo cubrían hasta un poco más de la cintura. La camisa tradicional era la única prenda interior que se usaba[76]. Ésta dejaba ver sus bordados al sobresalir los puños y la pechera del sayuelo o jubón de mangas con sangraderas. En los últimos tiempos algunas tirillas de cuello de camisa se añaden a sayuelos así como se quitan pecheras para aparecer solas debajo de los jubones en una simplificación de piezas en el vestir antiguo.
No hemos encontrado relaciones entre la camisa de la mujer y la brujería en El Barraco y San Juan de Nava pero sí en el cercano Navalmoral donde nos comentaron la forma y manera de descubrir quién había echado mal de ojo al infante: se disponía de una camisilla[77] del niño afectado y se ponía a cocer con un poco de agua, en un puchero a la lumbre de la cocina. Aquella mujer que entrara y destapara el puchero era sobre la que caían todas las sospechas. En otros casos y a través de una especialista o médium se recurría al interrogatorio de algún enser del hogar. A modo de «ouija» se preguntaba a una criba, cedazo o canastillo clavado y suspendido en unas tijeras con la siguiente fórmula:
Por San Pedro y por San Juan,
por la madre celestial,
te pregunto, canastillo,
que me digas la verdad
¿es bruja fulana de tal?
Si no era bruja el mecanismo permanecía quieto, así se hacía un recorrido inquisitorio por el vecindario más allegado a la casa. Esta forma de interrogatorio aparece también en la cercana Segovia (BLANCO CASTRO, 1998). En muchos casos se disponía al infante entre sus mantillas un pequeño rosario de cuenta de saúco aprovechando la médula hueca de su madera como «detente» a todo tipo de males. Este interesante vínculo entre la camisa y la brujería está documentado por AMADES (1939) en las áreas rurales catalanas, donde «la creencia catalana establece una estrecha relación entre camisa y brujería».
Dengues:
A pesar de la vieja popularidad de esta prenda, ha sido desterrada del uso actual en los estudios de indumentaria de las áreas centrales, sur y este de nuestra comunidad, manteniéndose solamente, en algunas comarcas de León, Zamora y Salamanca redundando en una errónea idea de identidad textil que busca la diferencia continua entre las facies castellanas y leonesas. MARTÍNEZ JIMÉNEZ (1920) definía la prenda de esta manera:
Otra pieza que ha sido substituida por el mantón o pañuelo de talle ha sido el dengue, que es una especie de manteleta o esclavina de paño que llega hasta la cintura y cuyas puntas más o menos largas y redondeadas se cruzan delante del pecho y se abrochan o atan por la espalda. Esta prenda es en el mismo Valle Amblés y por el Valle del Tiétar no se usa ya. Ha sido reemplazada como digo por pañuelos grandes de seda o de lanilla y los llamados de crespón.
La autora indica más adelante que los colores del dengue eran fuertes y brillantes, encarnado, verde y amarillo.
Al igual que la camisa bordada, esta pieza de uso común en la provincia en otros tiempos, ha quedado ligada exclusivamente al traje de rabo de El Barraco y San Juan de la Nava o al charro de Becedas[78], ya en el límite provincial con Salamanca. Los ejemplares que han llegado hasta nuestros días suelen presentar dos tipologías, que probablemente se correspondan con dos piezas distintas:
Dengues lisos: amplios dengues generalmente de color rojo, adornados con un ribete de puntilla metálica de concha (en oro o plata, con el conocido punto de España) o con un encintado alrededor y en los extremos las típicas velas, rosetones o escarapelas de El Barraco: cintas de colores, de seda dobladas en forma de zigzag, denominadas carquises rematadas al final con una pequeña escarapela o vela que acompaña a diferentes piezas del traje de rabo (mantillas, dengues, mandiles…). Piezas similares aparecen en trajes del Alfoz de Toro[79] y en Peleagonzalo, Villalube y otras localidades zamoranas[80]. Así mismo, este tipo de piezas guarda cierta similitud con ropas conservadas en la indumentaria de la isla italiana de Cerdeña en tiempos bajo la corona española y en Segovia es pieza prácticamente olvidada[81]. Aunque recibe siempre el nombre de dengue se corresponde por la tipología a las mantillas de talle[82].
Dengues bordados: dengues en color rojo bordados con motivos florales (claveles, tulipanes, etc.) o zoomorfos (pájaros, canes…) similares a los del área salmantina o zamorana[83], rematados en ondas ribeteadas[84], con perfil lobulado. Usándose en general las lanas de colores, sedas y lentejuelas metálicas. Estos dengues suelen ser algo más cortos[85], sin dejar las puntas sueltas sino que simplemente se cruzan en el pecho y se atan a la espalda sin más.
Los protocolos notariales recogen abundantemente las piezas primeras[86], apareciendo gran número de dengues encarnados[87] y en menor medida de otros colores[88], a veces con los adornos descritos[89] de carquises, cintas, puntillas y velas. Pintores del siglo xviii como Tiépolo y Ramón Bayeu en sus escenas costumbristas en torno a la Corte, nos regalan la imagen de serranas madrileñas enmonteradas y con dengues rojos usados con las puntas sueltas. Marcos León, buen conocedor de la indumentaria tradicional madrileña apunta de forma acertada ... no sería extraño que el tipo —simplificado— alcanzase las cumbres escurialenses, diluyéndose allí en otra variante propia del sector norte de la Sierra, más elemental y general (aunque igualmente enmonterada, por lo menos hasta alborear el siglo xix).
Los dengues lisos tienen en El Barraco una forma peculiar de ponerse, así llevados encima de los hombros sin llegar a cruzarse en el pecho[90], pasan las puntas por detrás por donde caen sin atarse a modo de cola o rabo[91], que junto con la mantilla cimera y las cintas dan al conjunto ese aspecto característico del que recibe la conocida denominación de traje de rabo.
Esta forma característica del dengue hace que las mangas del sayuelo parezca que tengan una sobremanga. ¿No será acaso esto la «dalmática muy ceñida con cintas de vistosos colores» que tanto llamó la atención de los viajeros del sigo xix?. Tal vez sea también el dengue echado hacia atrás, al modo del país, lo que parece que lleve la serrana de los primeros grabados encima de los hombros.
La pieza aunque relegada en el Valle del Alberche, a El Barraco y San Juan de la Nava es reconocida en otras localidades, como Navalmoral, donde por antonomasia a las telas que envuelven las tripas de los cerdos se las conocen con el nombre de el dengue (velos en forma de ondas al igual que los remates de esta pieza) de donde se extraen los chicharrones de flores. Asimismo, el dengue fue de uso común entre las serranas del Valle Amblés y así las retrató Van Halen (hacia 1847). También la imagen de Santa María de la Cabeza[92], vestida al estilo del país, luce dengue encarnado y mantellina a la cabeza, recordando el avío común a las labradoras del Valle Amblés. Difusas referencias al uso del dengue en el Valle del Tiétar (PECES AYUSO, 1996) completan las citas de este indumento, escaso en tierras castellanas[93].
Prendas de cintura para abajo:
Mantillas:
La del manteo verde,
verde, verdea
lleva el azul debajo
que colorea.
La del manteo verde
verde, verdoso
lleva el azul debajo
maravilloso.
Serranillos
Son sin duda las faldas las piezas más características de todas las que componen el indumento serrano. Tanto es así que en ocasiones se distinguía a las mujeres por sus manteos, y así se reconocía a las serranas de Navalmoral por sus manteos blancos enchorrados[94] de tirana picada, o a las de Navalacruz por sus mantillas de ruaja listadas, o a las barraqueñas por sus mantillas de rabo. La tipología, aunque variada, se repite en cuanto a los gustos por el adorno en las distintas localidades formando parte de lo que cada pueblo considera como su «traje regional».
El uso de mantillas en el Valle del Alberche es exclusivo del antiguo Concejo de El Barraco, asociadas al traje de rabo, aunque en ocasiones este término de mantilla se ha usado para denominar ciertos tipos de manteos cerrados[95] (Navalacruz, El Arenal). Las mantillas de El Barraco[96] se incluyen dentro de los rodaos de uso tan común en la franja leonesa y más raro en las zonas castellanas (en Segovia y Burgos está más extendido el uso de manteo cerrado que del rodao y son escasas las referencias a este tipo de piezas[97]).
Estas piezas enlazan con las mantillas de zeñir que asoman en el antiguo traje maragato y que aparecen citadas esporádicamente en Aliste y en otras regiones españolas, siendo piezas arcaicas que escasamente han pervivido[98], usadas tradicionalmente a pares (una para la delantera y otra para la trasera). Así mismo, este tipo de prendas emparentan con las chialdetas o faldas abiertas de las novias sefarditas del norte de Marruecos, con un claro origen ibérico[99].
Mantillas conocidas en la zona de influencia leonesa como rodaos, rodos o manteos de vuelta. Son manteos abiertos cortados en forma de semicírculo, cuya abertura se dejaba en la parte trasera. El traje de rabo ha mantenido el uso del par de mantillas superpuestas una encima de la otra. La cimera se ata con la abertura en la parte de delante para llevar posteriormente las puntas a la parte trasera donde se prende con un alfiler formando el rabo que da nombre al traje[100].
Este modelo de mantillas arremangadas entronca con distintos recogidos arcaicos de piezas de cintura que han pervivido especialmente en el Valle del Alberche. Así, los manteos arropanderos[101] generalmente en tonos oscuros, se recogían en la parte trasera en lo que se conoce como reculillo o arremanguillo. Digno de mención es también el mantillo (un sencillo y singular semicírculo de sayal) que, arrebujado alrededor de la cintura[102] envolvía al niño y permitía a la madre seguir con las faenas agrícolas en Navalacruz donde recibe el nombre de cujiao.
El uso de estas piezas de cintura recogidas está documentado en muchas obras pictóricas (recordemos los dibujos de Valeriano Bécquer en Soria y Ávila por poner uno de los muchos ejemplos que existen). De todas las existentes nos llama la atención el especial parecido que tienen las madrileñas que aparecen junto a la pasiega en la conocida obra de Antonio Carnicero Mancio «Ascensión de un globo montgolfier en Aranjuez[103]» pintada hacia 1784, repitiendo el modelo de recogido de las mantillas abulenses.
Este tipo de mantillas cimeras arremangadas se reconocen en general por el tipo de aderezo que llevaban, centrándose generalmente en las partes visibles de las dos caras en un afán de economizar materiales de por sí caros. La ornamentación de estas mantillas es rica y variada (y así lo recogen los protocolos notariales prolijos en detalles del adorno) basándose generalmente en encintados, pasamanería, abalorios y lentejuelas, ondas, galones dorados y plateados, terciopelos, puntillas metálicas, carquises (al igual que en los dengues), y en menor medida bordados y bordados de aplicación[104]. Las piezas iban bordeadas con una cinta de color denominada orillo. El número de cintas o ribetes echados al adorno oscila desde sencillas cintas[105] hasta un número elevado de ellos[106]. Muy características son las mantillas adornadas con cintas de seda azul[107] acompañadas con galones dorados y encintados de terciopelo y acompañando la esquina visible con un esquemático árbol de la vida tan común en este tipo de piezas en comarcas del área leonesa. Esta pieza barraqueña se nos antoja especialmente similar a la lucida en el traje de vistas albercano donde la guarnición de seda azul se trastoca por una guarnición en seda rosa conservando los encintados de terciopelo y las pasamanerías metálicas[108] y el esquemático árbol ornamentando la esquina. En cuanto a los colores abundan las mantillas rojas, negras y azules aunque aparecen de otros colores como pardo, verde, amarillo incluso blanco[109]. El bajo de las mantillas, que recibe el nombre de ruedo o roero[110], se suele rematar de paño de color que contraste o tela estampada de vivos colores. En ocasiones el número de mantillas supera la docena en un único inventario[111]. En los protocolos notariales se especifican las mantillas de niño que repiten adornos similares a las mantillas de mujer[112]. En el afán de inventariar las piezas de indumentaria se recogen hasta las piezas más deterioradas[113].
Mandiles:
Que no me pises las cintas
las cintas de mi mandil,
que no me pises las cintas
que las quiero más que a ti,
que las quiero más que a ti,
y más que a mi corazón,
y si no fuera pecado,
más que a la madre de Dios.
Serranillos
Mención especial merece el mandil que ha llegado hasta nuestros días acompañando al traje de rabo de El Barraco conocido como mandil de velas. Mandiles amplios de color negro en seda listada o telas lustrosas. Adornado en el bajo con cinta de seda de colores con motivos florales (de las llamadas colonias) o galones, en ocasiones metálicos, en escuadra. En el medio del mandil dispuestas longitudinalmente, cintas de seda (de colores que contrastan —rosa y blanco o amarillo y azul— entrelazadas en zigzag formando los llamados carquises), que parten el mandil en dos cuerpos. En las esquinas de las escuadras se repiten los adornos de carquises rematados con unas pequeña escarapelas que constituyen las velas características. En la cintura se suele recoger el amplio vuelo[114], en pequeños pliegues rematados con pespuntes en forma de aspas de hilo de colores, o con los carquises en mandiles tableados. Algunas veces la cinturilla del mandil se adorna con una colonia de seda que atada a la parte posterior sujetaría el mandil a la cintura y adornaría el rabo con el ceñidor y demás colgajos.
Las referencias protocolarias nos hablan no tanto de mandiles livianos[115] sino más de mandiles de paño, sargueta o estameña (alguna vez de percal), generalmente negros[116], eso sí adornados con listas y cintas características que definen la pervivencia del modelo en el tiempo[117]. En ocasiones llama la atención el número de mandiles que aparecen en un único inventario[118]. Se recogen puntualmente mandiles de trozos (sin duda, de diario), o ejemplares sin confeccionar, en el afán de inventariar las escasas piezas de indumentaria[119].
Ceñidores:
Tienes una cinturita
que anoche te la medí
con vara y media de cinta
más de cien vueltas la dí.
Navalmoral
Muchos de los avíos más arcaicos de la Península gustaron de ceñir la cintura y adornarla con cintas de seda y lazos muy al gusto velazqueño. Así conservaron los ceñidores no sólo el traje de vistas albercano, sino también las enmonteradas segovianas, o los más antiguos trajes maragatos, a los que hay que añadir las mujeres del Andévalo onubense, las ibicencas, las ansotanas y algunas más. Las cintas permitían sujetar y tapar los ataderos de otras piezas y ceñir la cintura creando una silueta característica. En el traje de rabo, el ceñidor permitía además sujetar el dengue en su colocación característica.
Generalmente se usaron cintas de seda o colonias (a veces rematadas con puntilla metálica), dejando caer las puntas y lazos encima del característico rabo trasero. Convertíase así la espalda de la barraqueña en un catálogo de cintas y colgajos a los que daba donaire al andar[120]. Los protocolos notariales recogen la existencia de largas cintas[121], que aunque sin especificar su uso, bien pudieran corresponderse con los antiguos ceñidores[122].
El uso de la seda era especialmente importante en el traje de rabo, quizás facilitada su adquisición por la cercanía de Talavera donde durante el siglo xviii, por encargo real, se dispone de una fábrica de hilado de seda y manufactura a la que se suministraba con el cultivo del gusano en todo el Valle del Tiétar y La Vera, donde las plantaciones de morales para su alimentación llegaron a tener cierta importancia local.
Medias:
En el pueblo El Barraco,
las barraqueñas
del color de la carne
llevan las medias.
El Barraco
Las medias más generalizadas eran las de color rojo o rosado[123]. Y así lo recoge una de las seguidillas más populares de El Barraco. Hermosísimas son también las medias listadas y ajedrezadas (generalmente en blanco y negro o en colores que destaquen: morado y amarillo, azules, verdes y blancos), que en otras comarcas se tuvieron por labores de pastores[124] e incluso de presos y que se llegaron a lucir indistintamente por mujeres y por hombres[125].
Ligas:
En el baile bailando
la bailadora
se la vieron las ligas
y eran de soga
En el baile bailando
la molinera
se la vieron las ligas
y eran de seda
En el baile bailando
la sacristana
se le vieron las ligas
y eran de lana.
Navalmoral
Las ligas, senojiles o cenojiles se usaban para sujetar las medias y eran una simple cinta de seda, lana o algodón atada siempre por debajo de la rodilla o ligas más elaboradas como las aparecidas en El Barraco: ligas realizadas a ganchillo con la siguiente leyenda: TODOLOBENZE. ELAMOR-NOMEOLVIDESENTUVIDA, en color rojo, con los ataderos acabados en dos pequeñas borlas[126].
Los protocolos notariales nombran muy de vez en cuando este tipo de piezas[127].
Zapatos:
Las patas para botines,
que las que tiene son malas
el rabo para correas
para atarse las albarcas
De La loba parda.
El Barraco
A los viajeros románticos[128] les llamó la atención ver a las barraqueñas, de común, descalzas, destacando el uso de zapatos sólo para los días de fiesta[129].
Común fue el uso de albarcas[130] para el diario, de piel como las que se usaron en media España y que fueron sustituidas en las primeras décadas del siglo xx por las realizadas en rueda de neumático.
Aunque no tenemos constancia, es de suponer que el traje de rabo de El Barraco fuera acompañado por zapatos bajos (tipo chinelas) de hebilla de plata similares a los usados en otras provincias (Segovia, Valladolid, Salamanca, Madrid)[131] al menos hasta mediados del siglo xix. A partir de entonces se alternarán con zapatos más de moda urbana del que nos han aparecido varias piezas testigo, ya con tacón de carrete.
Joyería
El día de San Roque
no ví los toros
por estarme poniendo
la cruz de oro
El día de San Roque
no ví las vacas
por estarme poniendo
la cruz de plata.
Hoyocasero
La joyería que aparece en los protocolos notariales de San Juan y El Barraco, entronca con los trabajos de orfebre más conocidos y estudiados del occidente de Castilla y León, desde las Riberas del Órbigo, Valdería y Maragatería en León, hasta la Sierra de la Peña de Francia en Salamanca, sin olvidar el amplio uso de la orfebrería zamorana en muchas de sus comarcas. Asimismo, enlaza con el importante uso que tuvo en la indumentaria segoviana[132], y aún otras provincias castellanas como Burgos, donde todavía a finales del siglo xix era común que amplias collaradas cubrieran la fachada de la mujer. El uso de las alhajas acumuladas en el vestir tradicional es habitual a todos los indumentos hispanos más vetustos, baste citar como ejemplo las ibicencas, las ansotanas o las onubenses del Andévalo.
Desgraciadamente, siempre se han considerado las provincias castellanas (Ávila, Segovia, Burgos, Soria, incluso Valladolid y Palencia) pobres en joyería, ligando la existencia de la riqueza del área leonesa a la Vía de la Plata[133] y justificando la aparición de la misma fuera de esas zonas como meras «islas». Creemos que en el estudio de la orfebrería tradicional de amplias zonas castellanas está todavía en mantillas y que el aporte de nuevos datos puede confirmar una extensión superior por el gusto del acúmulo de collares, medallas, relicarios y cruces en todas las provincias de la vieja Castilla.
A partir del siglo xx, con el abandono del traje de rabo y con el uso cada vez mayor de manteos y sayas, la joyería tradicional barraqueña se simplifica y se arrinconan sartales y collaradas, limitándose a lucir alguna medalla o joyel al cuello con cinta de seda o escarapelas que han llegado hasta nuestros días.
Cabe reseñar el uso de la plata y el coral conviviendo al menos en las referencias más lejanas en el tiempo, apareciendo tímidamente la filigrana sobredorada y el oro a medida que entra el siglo xix. Este aspecto es tenido como propio de indumentarias primitivas[134].
Al margen de las relaciones y parentescos formales con la joyería mediterránea antigua, las piezas presentes acompañando a la indumentaria abulense participan asimismo de técnicas medievales, influencias árabes y gustos renacentistas y barrocos.
Siguiendo la clasificación de PIÑEL (1998), dentro de las joyas femeninas encontramos las utilizadas para la sujeción del cabello (horquillas, peinetas y agujas), que en El Barraco no aparecen entre los protocolos pues era costumbre peinarse con largas trenzas para acompañar la montera, aunque bien pudieran usarse para sujetar la toca.
Los pendientes que penden del lóbulo de la oreja, por parejas idénticas con una importante variedad de formas.
Al cuello se sitúan los distintos collares, formados en su mayoría por diversos tipos de cuentas intercalados por un número variable de colgantes (dentro de este grupo se incluirían las distintas cruces, medallas, relicarios, amuletos etc.). En ocasiones hay piezas generalmente de gran tamaño, que se lucen solas, conociéndose con el nombre de joyeles (generalmente relicarios, medallas, cruces o piezas singulares).
Fuera de estos grupos se situarían los brazaletes o conjunto de joyas-herramienta a caballo entre los amuletos y los dijeros de ceñir. Normalmente están formados por varias cadenillas de las que penden diversos objetos con una función eminentemente protectora.
Los anillos y sortijas aparecen adorando las manos y el conjunto de joyas se complementa con rosarios[135], hebillas de zapato, broches y botones de plata[136] ligados generalmente a la indumentaria.
Los collares o «sartales»[137]:
Abundan las referencias a vueltas de coral (una o dos vueltas, atadas con cintas detrás del cuello) intercaladas con pequeñas piezas de plata que reciben distintos nombres (avellanas, agallones o perillas[138], si son redondeadas o arconciles o gusanillos si son tubulares). En ocasiones aparecen otros materiales también preciados como el ámbar, la pasta vítrea o incluso el azabache en medallas e higas. Por las piezas insertadas podemos adivinar las distintas larguras de las vueltas que en cascada cubrirían el pecho de las serranas en clara joyería acumulativa[139]. En estos collares sencillos penden otros elementos como cruces, medallas, relicarios o «santos» o amuletos. Desgraciadamente dentro de las piezas testigo encontradas no han aparecido las cuentas de coral que tintinearon en el cuello con el ir y venir de las serranas barraqueñas siendo sustituidas éstas por cintas de seda.
El joyel[140]:
Se denominan joyeles ciertos colgantes de grandes dimensiones que suelen ocupar la parte central de los sartales o bien suspendidos de cintas. Piezas que por su singularidad se lucen solos. Dentro de esta denominación se incluyen distintas tipologías. Algunas con forma acorazonada[141], son conocidos como corazón de la novia, aludiendo probablemente a su origen como regalos de bodas[142], de los que hemos llegado a ver varios ejemplares de filigrana en plata sobredorada. También reciben el nombre de joyel los relicarios de gran tamaño. En ocasiones eran huecos e iban rematados con una cinta de seda[143], apareciendo algunos ejemplares de estas tipologías entre las piezas testigo. Aparecen también en la riquísima joyería barraqueña las veneras[144] de oro o plata sobredorada (cruz griega de tres cuerpos suspendida de un botón, con algunos pinjantes o goteras en los brazos del que cuelga un colgante móvil almendrado) y los galápagos (colgante que aparece también en Salamanca y Cáceres en el que es sustituida la cruz central por una pieza de forma convexa que recuerda el caparazón de las tortugas), ambos elaborados en filigrana. Abandonado el uso de collares de coral y plata, todavía bien entrado el siglo xx perviven los joyeles solos acompañados con una cinta de seda[145], ligados a la costumbre nupcial de echar los collarejos la víspera del casorio.
Las cruces[146], medallas[147], relicarios[148] y otras piezas.
En cuanto a las piezas que acompañaron a los collares y se lucieron en los joyeles destacan las cruces, generalmente elaboradas en plata (en ocasiones en labor de filigrana), que en El Barraco aparecen abundantes[149], destacando entre ellas la de Caravaca[150], las encomiendas o cruces de Malta, y las cruces rematadas con gajos o palomitas[151] tal y como encontramos en el resto de joyerías de Castilla y León.
Entre las advocaciones de santos y vírgenes que se lucieron entre el labrado de las camisas aparecen las vírgenes más cercanas (Nuestra Señora del Cubillo de Aldeavieja en Ávila) mezcladas con las locales más milagreras y extendidas (Nuestras Señoras del Sagrario de Toledo, del Pilar de Zaragoza, la extremeña de Guadalupe, y las segovianas de Nieva y el Henar) y las menos específicas como Nuestra Señora de la Soledad o de la Concepción, todas ellas generalmente elaboradas en plata, de labor calada, tratadas en posición hierática, entronizadas y vestideras. Entre los muchos santos que no se nombran, se mezclan un San Martín con siete piedras, un San Miguel, y un curioso Santiago Matamoros de azabache acorazonado mientras que de las piezas testigo reconocemos a San Antonio y a Santa Teresa de fuerte devoción local. Completan los colgantes diversos relicarios elaborados en plata y rara vez en acero y un águila bicéfala de plata[152].
Muy característico de este traje es la presencia de joyeles, relicarios o medallas prendidos en la pechera con lazos de colores o escarapelas, regalo de bodas que lucía la novia[153].
En ocasiones se citan las patenas[154] que en los trajes donde se lucen suelen rematar la collarada más grande cerrando la parte inferior. Estas piezas, son medallas de plata planas, rematadas y orladas apareciendo labrados a buril santos, cristos o vírgenes diversas[155].
Pendientes[156]:
Entre las arracadas, pendientes y otros perendengues citados en los protocolos aparecen los de calabaza (o calabacillas en las piezas testigo), denominados en otros lugares pendientes de maza, seguramente elaborados en plata o plata sobredorada. Aunque algunos autores (PIÑEL, 1998) sitúan su origen en Galicia lo cierto es que fueron de uso frecuente en amplias comarcas castellanas[157]. También se citan de filigrana muy al gusto charro y arracadas y pendientes con gajos, campanillas o higas colgando, con sus tintineos, de los que han aparecido algunas piezas testigo. Igualmente fue común el uso de pendientes de tembladera, abanico o herradura, con una pieza colgando en forma de media luna en el centro, muchos de ellos de grandes dimensiones entroncando con la joyería que al otro lado de la sierra gastaron candeledanas, navalqueñas, verdejas y garteranas. Este tipo de pendientes todavía se llega a ver entre las serranas del Tiétar y en su versión más simplificada (una simple herradura, las conocidas africanas) en todos los pueblos del Alto Alberche (Navalosa, Hoyocasero, Serranillos…).
Amuletos, brazaletes y joyas-herramienta[158]:
Dentro de este variopinto grupo se encuentra el cajón de sastre donde conviven amuletos con pequeñas herramientas generalmente de aseo o uso personal[159], incluso figuras zoomorfas[160], ascendidas a categoría de joya. Gustó la barraqueña, como toda mujer del pueblo allá por el xviii, protegerse con toda suerte de adminículos donde igual se ensartaba una mellada de virgen milagrera como entrechocaban las higas de cristal o azabache[161] entre el coral y la castaña de indias arañada por la garra de la gran bestia[162] o sonaba la esquililla para el ahuyento de las brujas[163]. No sabemos si tantos amuletos con cadenilla, ensartados en plata formarían parte como en el traje de vistas de las brazaleras colgadas de la axila del traje o si bien se unirían en un ceñidor de mujer[164] o lucirían solas perdidas entre el joyerío de la pechera serrana. Una misteriosa avellana[165] única con su argolla, completa el registro de estos curiosos bártulos.
Aunque no es propiamente una joya, sí que se ha conservado hasta hace poco tiempo la costumbre de lucir las sanjuaniegas grandes escapularios para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario de octubre.
Anillos y sortijas[166]:
Aparecen citados en los protocolos abundantes anillos y sortijas y en alguno llama la atención el número especialmente abundante (hasta doce sortijas juntas en una misma cita). ¿Acaso gustó la serrana de ensartarse los dedos al modo de las ibicencas? escasos son los detalles aportados por los protocolos en estas piezas.
El papel de la joyería en las bodas: la costumbre de los collarejos (El Barraco) y los ceazos (San Juan de la Nava)
Desde antiguo, los esponsales fueron uno de los actos más notables en las sociedades rurales. Las bodas eran un crisol de ritos donde lo religioso, lo social y lo económico se entremezclaba en el ciclo vital humano. Junto a estos actos, la música, el baile[167] y la indumentaria jugaban un papel importante resaltando el ritual propiamente dicho del casorio. Y dentro de la ceremonia, la ornamentación de la novia era sin duda, uno de los aspectos que más ojos concentraba. Así en El Barraco y en San Juan de la Nava han prevalecido en la memoria viva ligadas al rito de la boda, las costumbres de echar los collarejos o de los cedazos, donde la entrega de joyas iba ligada a la música y el baile de los días entorno a las nupcias.
De esta manera, la víspera de la boda, la familia del novio «echaba» al cuello de la novia los collarejos, joyeles o medallas, con la reata de seda o cintas de colores, acompañando el acto con coplillas alusivas (en muchos casos a la familia de la novia). Así de forma acumulativa, con el cuello cargado de joyería y acompañado de la música, generalmente de gaitilla y tambor, la novia recorría el pueblo luciendo la collarada.
Esta copla te he de echar
que la estudié en los Charquillos,
yo te pongo esta medalla,
con mucho amor y cariño[168].
Algo similar ocurría en el cercano San Juan de la Nava. Durante el día del vino, antes de la boda propiamente dicha, había una declaración pública donde la familia de la novia reconocía a la familia del novio. El novio y algún familiar cercano, regalaba en ese acto algún pañuelo y algún aderezo de plata o joyel, acompañándolo de coplas alusivas:
Desde Añover he venido
a ponerte este collar,
Dios me lo deje poner
y después de haberlo puesto
te lo deje disfrutar[169].
Durante estos actos tenían lugar los bailes propios de la boda, entre ellos los chavos[170] (seguidillas en las que las mozas ponían dentro de un corro a la novia[171] rodeándola en el baile) y los ceazos a modo de galas en especie acompañadas de coplas improvisadas alusivas a la boda. Durante las vísperas de la boda era común que el ajuar y la ropa que se luciría en la boda, se enseñase en la casa de la novia.
La transición a la moda internacional
El traje de rabo siempre se ha tenido como vestido de boda aunque luego se usase como tantos otros como traje de ceremonia para los domingos y fiestas. El olvido y las modas arrumbaron el arcaico arreo al fondo del arca de donde ya en los últimos tiempos sólo salía para las fiestas de Carnaval.
Durante el abandono de las mantillas en el primer tercio del siglo xx, se usaron con pañuelos bordados y mandiles de velas, ya sin el empaque característico del traje de rabo. Y es durante ese iniciado siglo xx cuando definitivamente el manteo cerrado[172] (en muchos casos manteos de los denominados de carro, estampados o quemados con pólvora, tan comunes en media España[173] y manteos de tres cintas) desplaza a las mantillas que tanto lustre y carácter dieron a las serranas abulenses.
El uso del traje de rabo debió de abandonarse tempranamente durante las primeras décadas del siglo xx pues a la Exposición del Traje Regional de Madrid de 1925 viajaron además de un único traje de rabo, otros dos modelos femeninos ya vestidos de serranas de manteo de tres cintas o mantilla pero rechazando el uso de las piezas más arcaicas del indumento como fueron las monteras, dengues y sayuelos. Pañuelos de cien colores y merinos, jubones y bombos de anchas mangas al talle y cabezas tocadas de mantellinas y pañuelos acompañan a las mantillas y a los manteos en un olvidado modelo del vestir antiguo que supuso el traje de rabo, uno de los más singulares del indumento arcaico hispano, empañado tempranamente por el prototipo de vestir decimonónico de serrana abulense[174] con manteo cerrado y pañuelos al talle tocándose la cabeza con la conocidísima gorra de paja de centeno, más propia de acompañar las labores agrícolas, y los días de romería y mercado que de lucirla en jornadas festivas y de solemnidad.
Agradecimientos
Este trabajo está dedicado a todos aquellos que guardaron en la memoria viva el recuerdo de la indumentaria tradicional del Valle del Alberche. Muchas han sido las personas y colectivos que han aportado datos, fotos, piezas testigo e información valiosa (desde hace más de 20 años) para componer el documento que tienes en tus manos. En estos momentos nos acordamos de: Rosario Jiménez, Antonio Jiménez y Cecilia Rodríguez, la Tía Paca, María Somoza, Lucía, Petra González y José Antonio Somoza (El Barraco); el Tío Crece, el gaitero (San Juan de la Nava); Manuela, Julia, María y Pilar Taranco, Emilio del Peso, Marcelina Aparicio, Rosalía Sánchez, Antolina San Román, Lorenza San Román, Clara Hernández, Marisa Chirivete (Navalmoral); La Tía Julia Sánchez (Navalosa); Mercedes Martín y su madre, Luismi Martín, Euquerio Martín y Consuelo (Hoyocasero); Puri Hernández (Serranillos); Asociación Cultural Canto Bolero (Navalacruz); Museo del Traje, Museo Pedagógico Textil y a todos los informantes que sin recordar sus nombres contribuyeron con su inestimable saber. Como no podía ser de otra manera son muchos más los que han estado a la sombra; agradecer a Carlos Porro, Arco del Peso, Javier Prieto, el Colectivo Corrobla de Bailes, Amaya Medina, Gustavo Cotera, Alfonso Díez Ausín, José Manuel Fraile, Esther Maganto, Grupo Folklórico Urdimbre, José María Méndez, Carmen Ramos, María Lena Mateu y especialmente a Marcos León, culpable último de que este trabajo viera por fin la luz. A todos ellos mil gracias.
El presente trabajo fue en parte financiado con las becas a proyectos etnográficos de la Junta de Castilla y León (1992-1993).
BIBLIOGRAFÍA
ALARCÓN ROMÁN, C. (1987). «Catálogo de amuletos del Museo del Pueblo Español». Madrid. Ministerio de Cultura.
AMADES, J. (1939). «Indumentaria tradicional». Barcelona. 103 pp.
ARBETETA, L. (coord) (1998). Catálogo de la exposición «La joyería española, de Felipe II a Alfonso XIII en los museos estatales». Ministerio de educación y Cultura, Dirección de Bellas Artes y Bienes Culturales. 222 pp.
BÉCQUER, G. A. (1870). «Labradoras del Valle Amblés. Tipos de Ávila». Revista La Ilustración. Madrid: año 1, número 3, 12 febrero de 1870.
BERNALDO DE QUIRÓS, J. A. (2003). «Ávila y el teatro». Diputación de Ávila.
BLANCO CASTRO, E. (1998). «Diccionario de Etnobotánica segoviana. Pervivencia del conocimiento sobre las plantas». Colección Hombre y naturaleza. Ayuntamiento de Segovia, 199 pp.
CALLES PÉREZ, A. Y RAMOS GARCÍA, C (2010). «Indumentaria tradicional en Sayago». Instituto de Estudios Zamoranos Florián Ocampo.
CASADO LOBATO, C. (1993). «La indumentaria tradicional en las comarcas leonesas». Prólogo de Julio Caro Baroja. Diputación de León. 526 pp.
CASADO LOBATO, C.; DÍAZ GONZÁLEZ, J. (1988). «Estampas castellano-leonesas del siglo xix. Trajes y costumbres». Prólogo de Julio Caro Baroja. Ediciones Leonesas. Santiago García, Editor. León. 220 pp.
COTERA, G. (1999). «La indumentaria tradicional en Aliste». Zamora: CSIC.
COTERA, G. (1999). «El traje en Cantabria». Edición del autor.
CRUZ CANO Y OLMEDILLA, M. Y J. (1777). «Colección de trages de España tanto antiguos como modernos que comprehende todos los de sus dominios». Madrid, Casa de M. Copín.
DALRYMPLE, W (1777), «Travels through Spain and Portugal, in 1774». London, J. Almon, 1777, p.57. Traducción española por J. García Mercadal, Viajes de extranjeros por España y Portugal. Madrid. Aguilar, 1952, vol V, pp. 645-718.
DIAZ, J.; PORRO. C. (2006). «La indumentaria». Colección Ser y Estar en Castilla y León. Fundación Joaquín Díaz. Urueña (Valladolid). 120 pp.
DÍAZ-MAS, P. (2006). «Las prendas de la novia: canciones de boda en la tradición judía sefardí». Actas del Curso «Folklore, literatura e indumentaria».
FÉE, A. L. A. (1856). Souvenirs de la guerre d´Espagne, dite de l´Indépendance, 1809-1813, Paris-Stasburgo, Edit. Veuve Berger-Levrault et Fils.
FORD, R. (1921). «Manual para viajeros por Castilla y lectores en casa. Parte II». Castilla la Vieja. Ed Turner.
FRAILE GIL, J. M. (2004). «La montera de pelo en la indumentaria tradicional madrileña (xix)». Revista de Folklore. Número 284.
FRAILE GIL, J. M. (2001). «Conjuros y plegarias de tradición oral. Compañía literaria». Fundación Centro Etnográfico Joaquín Díaz. Madrid. 381 pp.
FRAILE GIL, J. M. (2006). «Las albarcas de coracha en la tierra madrileña». Revista de Folklore nº 307.
FRAILE GIL. J. M. (2002). «Disquisiciones galanas. Reflexiones sobre el porte tradicional». Centro de Cultura Tradicional. Diputación de Salamanca. Perspectivas/7. 221 pp.
FRAILE GIL, J. M. (1986). «Estampa de Castilla y León. Selección de los artículos etnográficos y costumbristas publicados entre 1928 y 1936». Edición de José Manuel Fraile. Ediciones de la Diputación de Salamanca. Centro de Cultura Tradicional. Salamanca. «Ni en Cuba ni en Monte Arruit ha muerto ningún soldado de El Barraco» artículo firmado por Luis García de Linares. Fechado por la quinta del 34.
GÓMEZ DE LA TORRE, A. (1802). «Corografía de la provincia de Toro. Trages comunes à hombres y mujeres de Bezdemarvan: Anónimo». Madrid, Imprenta de Sancha, 1802.
GONZÁLEZ DE MENA, M. (1974). «Catálogo de bordados». Instituto Valencia de Don Juan, Madrid, 1974.
GONZÁLEZ-MARRÓN, J. M. (1989). «Indumentaria burgalesa popular y festiva». Publicaciones de la Excma. Diputación de Burgos.
GUTIÉRREZ MARTÍN, C. (1935). «Evolución de las prendas de busto en el hombre». Anales del Museo del Pueblo Español, tomo I 1935, pg 104.
HERRÁEZ LOZANO, F. (2000). «Orden y modo modo de vestir el traje de Lagartera». Diputación Provincial de Toledo.
LEON FERNÁNDEZ, M. (1996). «El baile a la novia en la provincia de Madrid». Revista de Folklore Fundación Joaquín Díaz. Tomo: 16b - Revista número: 190. Páginas en la revista: 123-134.
LEÓN FERNÁNDEZ, M. (1996). «Notas sobre joyería tradicional en la provincia de Madrid». REVISTA DE DIALECTOLOGÍA Y TRADICIONES POPULARES, vol. LI, nº 2.
LEÓN FERNÁNDEZ, M. (2015). «El abrigo de las pastoras en la Tierra de Buitrago (Madrid)». Revista de Folklore, Fundación Joaquín Díaz. Nº 401. Páginas en la revista: 23-59.
LICERAS FERRERES, M. V. (1991). «Indumentaria valenciana. Siglos xviii-xix. De dentro afuera, de arriba abajo». 143 pp.
LÓPEZ GARCÍA-BERMEJO, A., MAGANTO HURTADO, E., MERINO ARROYO, C. (2000). «La indumentaria tradicional segoviana». Caja Segovia. Obra Social y Cultural. 161 pp.
LUIS LÓPEZ, C. (1990). «Documentación medieval del Asocio de la Extinguida Universiad y Tierra de Ávila». Institución Gran Duque de Alba de la Excma. Diputación de Ávila. Ediciones de la Obra Cultural de la caja de Ahorros de Ávila.
MADOZ, P. (1845-1850). «Diccionario geográfico, histórico de España y sus posesiones de Ultramar», 16 tomos. Madrid.
MAGANTO, E. (2015). «Los danzantes de enagüillas en la provincia de Segovia. Mapa geográfico festivo a comienzos del siglo xxi». Colección Becas de Investigación. Instituto de la Cultura Tradicional Segoviana Manuel González Herrero. Diputación de Segovia.
MARTÍNEZ JIMÉNEZ, P. (1920). «Estudio del Traje Típico de la provincia de Ávila». Memoria de licenciatura de la Escuela Superior de Magisterio. Inédita. Museo del Traje.
MATEU PRATS, Mª L. (2009) «Joyas de plata en la tradición ibicenca. El clauer y la emprendada de plata y coral». En Estudios de Platería. San Eloy 2009, pp. 507-528. Universidad de Murcia.
PECES AYUSO, D. (1996). «El traje tradicional en la comarca de Arenas de San Pedro: generalidades». Revista Narria, estudio de artes y costumbres populares. 75-76. Ávila: Valle del Tiétar. Museo de Artes y Tradiciones Populares. Universidad Autónoma de Madrid.
PIÑEL SÁNCHEZ, C. (1998). «La belleza que protege». Joyería popular en el occidente de Castilla y León. Obra cultura Caja España-Zamora. 70 pp.
PONZ, A (1772-1794). Viage de España, o Cartas en que se da noticia de las cosas mas apreciables y dignas de saberse, que hay en ella, Ibarra impresor, Madrid, 1772-1794, 18 volúmenes.
PORRO, C. (1997). «Sobre indumentaria tradicional infantil en Castilla y León». Actas del Simposio: Folklore para niños. VI Muestra de Música Tradicional Joaquín Díaz. Viana de Cega 28, 29 y 30 de agosto de 1997.
PORRO, C. (2015). «Etnografía de la imagen en Segovia. La colección del padre Benito de Frutos». Colección Becas de Investigación. Instituto de la Cultura Tradicional Segoviana Manuel González Herrero. Diputación de Segovia.
PORRO, C.A. (2010). «Sobre la indumentaria segoviana». Revista Lazos. Revista del Centro de Interpretación del Folklore y la cultura popular número 29. Otoño 2010. pp-18.
RAUSELL ADRIÁN, F.J. (2014). «Indumentària tradicional valenciana I». Edición del autor.
RODRIGUEZ FERNÁNDEZ, F. (2011) «O traxe muradán». Autor editor.
SAN JUAN RAMOS, J. (1997). «Indumentaria de Toro y su Alfoz en Tejido artístico en Castilla y León». Junta de Castilla y León.
SÁNCHEZ SÁNCHEZ, J. L. (2013). «Iconología simbólica en los bordados populares toledanos». Tesis doctoral inédita. Facultad de Filología. Instituto de Ciencias de las Religiones. Universidad Complutense de Madrid.
SANCHIDRIÁN GALLEGO, J.M. (2009). «Avileses. Tipos de Ávila». Estampas y fotografías. Estampas de la Tierra de Ávila 6. Piedra Caballera Asociación Cultural.
SOMOZA ARRIBAS, J. A. (2009). «El Barraco: usos y costumbres». Obra Social Caja de Ávila y Ayuntamiento de El Barraco. 338 pp.
SOMOZA ARRIBAS, J. A. (2009). «Retratos y estampas barraqueñas». Institución Gran Duque de Alba y Ayuntamiento de El Barraco. 366 pp.
TALLÉS CRISTÓBAL (1985). «La indumentaria tradicional en El Arte Popular en Ávila». GONZÁLEZ-HONTORIA Y ALLENDESALAZAR, G.; GONZÁLEZ RUBIO, C.; LOBATO CEPEDA, B.E.; PADILLA MONTOYA, C.; TIMÓN TIEMBLO, M.P.; TALLÉS CRISTÓBAL, A.B. (1985). Institución Gran Duque de Alba. Diputación Provincial de Ávila, pp 297-333.
NOTAS
[1] Por orden emitida el 1 de 1773 se declara Villa con jurisdicción propia segregándose de El Barraco. La cercanía es tanta que conocidísima es la copla de seguidilla que dice En San Juan de la Nava matan un gato y se oyen las voces hasta El Barraco.
[2] Ávila estuvo representada, en la Exposición del Traje Regional del Palacio de Bibliotecas y Museos de Madrid, por Candeleda, La Serrada, Becedas, San Juan de la Nava y El Barraco.
[3] El viaje fue, entendemos, de ida y vuelta pues muchas de las piezas que allí se expusieron conformaron los fondos del actual Museo de Traje donde para la provincia de Ávila no existe a día de hoy, ninguna pieza barraqueña.
[4] Unos pocos años antes en 1920, Patrocinio Martínez Jiménez realiza su «Estudio del Traje Típico de la provincia de Ávila» como memoria de licenciatura de Magisterio (inédita y conservada en el Museo del Traje), en ella a la hora de compartimentar la indumentaria del traje abulense insiste en lo siguiente: Es preciso dividir en zonas la provincia de Ávila para el estudio del traje típico: Tres son las que pueden considerarse. Una al norte en la que no existe el traje ni ha existido; otra es al sur que comprende la comarca central y valle del Tiétar en las cuales existen y es donde ha tenido su origen el auténtico traje abulense. Otra zona, es donde ha existido traje y existe pero con algunas ligeras influencias de las provincias limítrofes (pg. 25).
[5] Si en El Barraco se conservaron relativamente pocas piezas del indumento, la situación fue especialmente sangrante en la villa sanjuaniega. A principios de los años 90 cuando empezamos a trabajar al respecto, en San Juan de la Nava el desconocimiento del mismo era absoluto. Apenas si pudimos ver un dengue encarnado, un par de camisas bordadas y un sayuelo, piezas expuestas en una de las muchas muestras de «antigüedades» que proliferaron en esa década con el fin de dar a conocer el patrimonio de un mundo rural que, tocado de muerte, se nos iba. Por aquel entonces dimos por supuesto que las piezas provenían del cercano Barraco.
[6] Sobre todo si lo comparamos con pueblos del Alto Alberche como Navalacruz o Navaquesera u otras comarcas de Palencia, León o Asturias. La pervivencia de indumentos antiguos no necesariamente va vinculada a un fuerte aislamiento geográfico, como ejemplo de ello se puede citar el arcaizante traje zamarriego a las puertas de Segovia capital o el apego que mostraron los panaderos grijotanos a su vestir siendo el último reducto de la indumentaria tradicional palentina a escasos km de la ciudad del Carrión.
[7] Con respecto al gentilicio para la provincia de Ávila se ha querido usar el antiguo término avilés («Es avilés en esta tierra / el que más hábil es para la guerra») aunque el más usado actualmente es el de abulense dejando avileño exclusivamente, para denominar al ganado vacuno del país.
[8] Cuerpodecasa o mediocasa es el nombre que recibe la primera estancia de la casa popular serrana que sirve de entrada y aloja, entre los pocos muebles que aparecen, las arcas de pino.
[9]Colección de trages de España tanto antiguos como modernos que comprehende todos los de sus dominios. Dividida en dos volúmenes con ocho cuadernos de a doze estampas cada uno. Dispuesta y grabada por Don Juan de la Cruz Cano y Olmedilla. Madrid, Casa de M. Copin, 1777.
[10] El hombre, con una artesa al pie, aparece, en el grabado de Antonio Rodriguez de 1801 con la siguiente leyenda: «¿que se avrirá el artesón? Antes se avrirá Us.».
[11] De este primer grabado original beben el resto de copias durante las décadas siguientes hasta el siglo xx. Ampliamente estudiados y recogidos en la obra de CASADO Y DIAZ (1988).
[12] Valeriano Bécquer fue pensionado por el Gobierno de Isabel II durante los años 1865-1868, con el fin de retratar el mundo rural de todas las provincias españolas, desgraciadamente su obra se vio interrumpida prematuramente por falta de fondos. Con todo, la provincia de Ávila puede contar con interesantes e impagables obras como son «La fuente de la ermita», «La romería de Sonsoles», «Tamborilero abulense», «Los quintos de Ávila», «La bendición de la mesa», «El escuadro», «La huevera» «Mendigos en el pórtico de la basílica de San Vicente», «A la feria de Ávila» y el dibujo de las «Labradoras del Valle Amblés» entre otros.
[13] De este dibujo J.L. Pellicer realizó una litografía para ilustrar la provincia de Ávila: «La mujer de Ávila» de Manuel Valcárcel, en «Las mujeres españolas, portuguesas y americanas, tales como son en el hogar doméstico, en los campos, en las ciudades, en el templo, en los espectáculos, en el taller y en los salones». M, 3 vols. Madrid: Imprenta de Miguel Guijarro, 1872-74. Su estampa ha sido el prototipo de traje típico abulense.
[14] Una más que interesante recopilación de tipos y trajes abulenses de estos autores la podemos encontrar en SANCHIDRIÁN (2009).
[15] El artículo titulado «Ni en Cuba ni en el Monte Arruit ha muerto ningún soldado de El Barraco», aparece en el número 318 de la revista Estampa, del 10 de febrero de 1934 (acertadamente reeditada una selección de ellos por FRAILE (1986)). El reportaje se desarrolla en torno a las fiestas de los quintos del año en Las Candelas o Nuestra Señora de la Piedad. Durante las fiestas era costumbre vestirse todavía al modo del país durante las primeras décadas del siglo xx, ya en pleno periodo de modas globalizadas. Fue esta la primera pista que nos acercó al indumento serrano que en 1777 reflejara Cano y Olmedilla en su conocido grabado y que ya conocíamos.
[16] En cuanto a la antigüedad de los mismos, en dicho artículo un pie de foto señala «un quinto y su novia, lo dos vestidos con los trajes historiados que de padres a hijos se transmiten desde hace más de cien años».
[17] La mayoría de ellos recogidos en la obra de SOMOZA (2009).
[18] Entendemos que este traje singular está a la altura de los trajes más arcaizantes de la península (Lagartera, Maragatería y Órbigo, Aliste y Sayago, La Sierra de Francia, Zamarramala y los trajes de La Churreria, los valles pirenaicos de Ansó y Hecho, El Andévalo, la indumentaria ibicenca…) y que sistemáticamente ha sido obviado en la gran mayoría de trabajos de indumentaria tradicional.
[19] Durante la década de los años 60 del siglo xx, el grupo regional de El Barraco optó por sayas cortas serigrafiadas y pañuelos de ramo para acompañar las actuaciones que ejecutaban en vez de lucir el espectacular traje de rabo.
[20] Son muchos los nuevos trajes de rabo confeccionados en El Barraco que, desgraciadamente se han olvidado en muchos casos de los patronajes antiguos: monteritas minúsculas, camisas bordadas inexistentes, dengues de carquises olvidados y juyeles que no aparecen dan como resultando un traje que pierde el hieratismo propio del mismo. Más desoladora es la situación en San Juan de la Nava donde ni siquiera se reconoce el traje como propio.
[21] Montera fue la denominación usada secularmente para este singular tocado por mucho que algunos se empeñen dentro y fuera de la provincia en denominarla «mitra».
[22] La montera históricamente siempre estuvo relacionada con Ávila (TALLÉS, 1985) y así lo recoge ya Fray Luis Ariz Monge Benito en su «Historia de las grandezas de la ciudad de Ávila» de 1607 donde en el capítulo dedicado a la «Noble hazaña de Ximena Blázquez, por quien quedó el linaje de los sombreros» nos relata de la siguiente manera los hechos: Estando las tropas ausentes de la ciudad, caen los musulmanes sobre ella con intención de tomarla, y fue una mujer, Jimena Blázquez, la que (...) inicia la defensa valiéndose del ardid de ponerse las monteras de los hombres, o bien asomar éstas sobre unos palos por las almenas de las murallas para hacer creer a los musulmanes que la ciudad estaba bien defendida, obligándoles así a abandonar el sitio.
[23] Grabado recogido en GÓMEZ DE LA TORRE, A. (1802). CASADO Y DÍAZ (1988) indican para el mismo grabado lo siguiente: En el dibujo llama nuestra atención la montera femenina y el amplio dengue que sujeta esta mujer con la mano, dejando caer sus puntas sin atar.
[24] Muy cerquita de la toledana Lagartera pero ya en tierras cacereñas, se encuentra Villar del Pedroso. Una localidad que ha conservado un interesante Carnaval de Ánimas. La Soldadesca, el Baile del Serengue, el Ramo, o el Baile de la Bandera son elementos que configuran este muy antiguo carnaval cacereño. Ellas conservan en su indumentaria, la montera femenina de la que tan pocos ejemplos se han conservado en el vestir extremeño.
[25] El patrón recuerda al de las monteras masculinas de Aliste, aunque en este caso las de mujer que nos han llegado aparecen profusamente adornadas.
[26] El paño grueso, en distintas capas, daría cuerpo suficiente a la montera para mantenerse erguida.
[27] Al parecer, era común que la novia barraqueña añadiera un ramillete de flores a la montera. El adorno de flores de tela, cintas y alfileres aparece también en los hermosos sombreros de ala ancha del Valle Amblés y así los describe BÉCQUER (1870): El sombrero de paño y anchas alas, adornado de flores contrahechas, ramilletes de siempreviva, galón de seda y vueltas de alfileres con cabezas de colores. Adornadas con flores lucen las monteras de Villar del Pedroso de Cáceres.
[28] Las monteras reviradas o giradas aparecen bien entrado el siglo xx. Todas las referencias antiguas apuntan a que las orejas de las monteras gustaron de llevarse en la frente, al igual que la lucen las cacereñas de Villar del Pedroso. Así aparecen en la primera representación gráfica del traje, el grabado de 1777, y aún en el traje de rabo que se lució en la Exposición del Traje Regional de 1925, la barraqueña o sanjuaniega lució la montera con las vistas de las orejillas o veletas al frente.
[29] Este prototipo de tocado ha sido, desafortunadamente, multiplicado en las nuevas reproduciones al ser de más sencilla elaboración restando encanto a tan singular traje.
[30] «Una montera de paño negro buena» «otra de paño de color para hombre» (EL BARRACO, 1808); «Una monttera de paño nueba forrada de terciopelo para muger» SAN JUAN DE LA NAVA, 1778)
[31] «Una monterita encarnada bieja para niños» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). En Segovia tenemos ejemplos de lo mismo para los más pequeños.
[32] «Una montera negra de dos caras con travilla de terciopelo», «Otra de dos caras de paño morado», (EL BARRACO, 1808); «Una montera de paño pardo fino» (EL BARRACO, 1816), «Una montera de paño», «Una montera de paño negro», «Una montera de paño castaño bieja», «Una montera de paño fino color de grana», «Dos monteras de paño la una encarnada y la otra negra» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774), «una montera de paño forrada en estameña morado», «Una montera de paño fino de color de passa nueba» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777), «Una montera de paño negra con forro de terziopelo», «Una montera de paño con forro de estameña», «Una montera de paño nueva forro de baieta morado» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[33] «Una montera de paño de Madrid» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774)
[34] «Una montera de paño nueba con dos ribettes morados y orillo azul», «Una montera de paño nueba forrada de terciopelo labrado» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777)
[35] Muy común en El Barraco eran las labores de «cuajadura» o punto de red que bien pudieran haberse aplicado a las tocas al modo y manera de las tocas alistanas (COTERA, 1999).
[36] Haciendo referencia al uso de tocas y velos en las bodas ha aparecido la siguiente referencia entendemos que ligada al uso de la montera: «Un belo de gasa para novia con puntas a los rramales y liston encarnado» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[37] En la misma provincia de Ávila son conocidos los sombreros del Valle Amblés a los que habría que añadir, los tocados de las magas canarias, las ibicencas, las serranas del Andévalo huelvano, o las charras salmantinas tan bien plasmadas en grabados del siglo xviii y todavía hoy las de Lumbrales.
[38] Sería el caso de las alistanas que, a diferencia de los hombres de la misma comarca, no hay constancia de que usaran montera y sí las tocas. Lo mismo podemos decir del rancio traje albercano de vistas, con tocas listadas con diferentes colores como las barraqueñas.
[39] Seguramente acabaron siendo sustituidas tempranamente como en Segovia, por pañuelos de cabeza (PORRO, 2015).
[40] «Quatro tocas de distinta clase» (EL BARRACO 1808), «una toca de Reina», «una toca con listas de seda» (EL BARRACO 1816), «dos tocas para mujer», «tres tocas para muger con listas», «dos tocas para muger con listas de seda» (SAN JUAN DE LA NAVA 1774), «una toca con punttas» (SAN JUAN DE LA NAVA 1778).
[41] «Siette tocas con listas de seda de diferentes colores» (SAN JUAN DE LA NAVA 1774).
[42] Referencia común en algunos pueblos del Alberche como Serranillos, donde alternaban su uso con el moño de rosca o «moña» y más modernamente con el moño de rodete o «cucante». Los peinados y tocados de los serranos abulenses necesitan de un estudio exhaustivo que ponga orden a la complejidad que tuvo en su día: peinados de picaporte y rosca en ellas (con todas sus variantes, de picayo, escarolados, con rizos, con trenzas, con cocas y rodetes laterales, con horquillones y peinetas, con cintas y pañuelos a modo de diademas….) y guedejas y mechas en ellos, y monteras y sombreros para ambos (de ala ancha, embridados, de pico limón, de Pedro Bernardo, de rocador, encintados, adornados con escarapelas, con galones, con flores, con alfileres, con puros bordados….) sin olvidarnos de la gorra de paja de centeno, sus centros de producción y la singularidad de adornos, picados de paño, corazones, cordones, picos, encarrujados y lechugados.
[43] «Un jubón de gorgozán negro para muger forrado en lienzo guarnecido con felpilla y esterilla de platta falso» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[44] «Un saiuelo de grana con sus mangas forrado en azul guarnizión dorada» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[45] Entre los materiales de estas piezas están el terciopelo, la estameña, la calamandria, la varvutina, el manflor y algunos otros: «Un jugón de varvutina» (EL BARRACO, 1848), «un jubón de calamandria» (EL BARRACO, 1803).
[46] «Un jubón de paño pardo sin mangas aforrado de entramado de estopa» (EL BARRACO, 1803)
[47] «Un jubón de manflor con cerpillas labrado en seda» (EL BARRACO, 1803), «otro jubón de Duroy bordado de seda» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778), «un jugón de sempiterna nuevo bordado» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). Nótese el término labrar para lo que hoy sería bordar (así suele aparecer al referirse a las camisas serranas). Las piezas se «bordaban» añadiéndoles un remate o borde a modo de vivo en colores.
[48] «Un jubón de barbutina con ojaladura de colores» (EL BARRACO, 1816). Entre ocho y doce ojales de colores, algunas veces falsos, contamos en las ricas bocamangas de sayuelos barraqueños.
[49] Entendemos que el término «sayuelo» emparenta con las armillas segovianas, sayines alistanos y sayuelos del Órbigo leonés
[50] «Un sayuelo de paño nuevo con cintas» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774)
[51] «Un jubón de sempiterna con cordones encarnados y bordado en seda» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[52] «Un jubón de terciopelo forrado en lienzo con doze botones afeligranados de plata» (EL BARRACO, 1803).
[53] El hombre serrano abandonó antes que la mujer las piezas más arcaicas de su indumento: sayuelo, montera, bragas, coletos… todas ellas comunes al labriego de media España allá por el siglo xviii, quedando, tan sólo, fosilizadas en los arreos más arcaicos como Maragatería y Aliste.
[54] LICERAS FERRERES (1991) indica para la indumentaria valenciana este uso indistinto para ambos sexos, aunque posteriormente se relegue en esa comunidad, a la exclusividad femenina. Así mismo, GUTIÉRREZ MARTÍN (1935), profesora de geografía de la Escuela Normal de Teruel y auxiliar técnico de la Exposición del Traje Regional de 1925, sitúa las tierras de El Barraco dentro de la zona de uso de los «sayos» (dentro de una curiosa clasificación que no especifica, siguiendo la tablas establecidas por Luis de Hoyos Sainz para dicha exposición: «de sayos, dolmanes, chaquetones, marselleses, americanas, chaquetas y elásticos, realizadas por su disposición de cuellos, solapas o materiales») . El sayo, que ella indica que en El Barraco se denomina sayuelo, lo define ... como la prenda más arcaica de busto en su forma, heredando algunas características todavía a mediados del xix de prendas de épocas anteriores de las que deriva. El sayo se ajusta al cuerpo; va escotado en redondo a la altura de la garganta, con manga larga muy ajustada y en el vuelo de abajo lleva unas aberturas o haldetas, lo más característico, por permitir en una prenda de hombre caracteres de la de la mujer. Diferenciase el sayo del coleto en que el segundo está hecho de piel y carecer de mangas. El citado sayo de Ávila conserva aún los rudimentos de aquellas hombreras a modo de charreteras, llamadas mogotes o brahoes, de las que Fray Hernando de Talavera habla en un trabajo sobre Tratado de los excesos y novedades de influencia italiana en las vestiduras del año 1475.
[55] «Un sayuelo de paño nuevo y para mujer», «un sayuelo de mujer», «un jugón de estameña para mujer» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Un jubón de entramados para hombre», «Un sayuelo de paño para mujer», (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[56] Hace referencia a los justillos normalmente blancos de lienzo y estopa del vestir de la mujer alistana. Aunque no hemos alcanzado a ver piezas testigo, suponemos que serían similares a las expuestas en esta interesante obra. Su uso pervivió hasta bien entrado en siglo xx como pieza interior que sirvió para ajustar el talle y el pecho en todo el Valle del Alberche, como hemos podido documentar en la memoria viva de Serranillos donde se gastaron, además de en lienzo blanco, en colores suaves debajo del jubón.
[57] «Dos justillos» (EL BARRACO, 1848). «Tres justillos de lienzo», «Un justillo de lienzo blanco» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774) «Un justillo de estopa para mujer» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Un justillo blanco» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[58] «Un par de mangas de raso liso negro con blonda negra» (EL BARRACO, 1816). «Unas mangas de sayuelo de paño» (SAN JUAN DE LA NAVA 1774).
[59] «Un par de manguitos de lana hechos para niño» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774).
[60] Desconocemos a día de hoy la pervivencia de estas camisas historiadas abulenses en la indumentaria tradicional serrana más allá del traje de rabo y del Concejo de El Barraco. Las camisas bordadas forman parte de los fondos documentales de varios museos textiles. Además de las incluidas en este documento pertenecientes a los fondos del Museo Pedagógico Textil de Madrid, aparece una camisa localizada en Ávila (sin concretar lugar) en el Museo de Artes Decorativas de Madrid (nº de inventario: CE12375). El bordado aparece sólo en el cuello a reserva y es de hilo de seda de color fucsia. El tema decorativo es el Agnus Dei llevando la cruz y a su lado un tema vegetal estilizado. Todo el cuello va rematado por un fino galón de seda verde que llega hasta la cuarta parte de la abertura delantera. Un fino cordoncillo de seda en color rojo, verde y blanco, sirve para atar las dos partes del cuello. Las camisas serranas han llegado a estos fondos museísticos fruto de la compra en anticuarios hace décadas, por lo que es probable que muchas de ellas provengan de El Barraco, incluso la localizada en Navarredonda de Gredos del Museo Textil Pedagógico de Madrid sorprendentemente, diríase salida de las mismas manos artesanas que algunos ejemplares de nuestra localidad de estudio.
[61] El lino y la estopa, normalmente era de cosecha e hilado en casa, se mandaba tejer a los telares que abundaban en la comarca (los últimos que han pervivido en Navalosa y Navarrevisca) o fuera de ella a Muñogalindo en el Valle Amblés.
[62] «Dos camisas de lienzo y estopa para muger con sus tirillas y puños de lana» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[63] A diferencia de las camisas alistanas ampliamente estudiadas por COTERA (1999) no aparecen bordados los traspuños ni las mangas y hombreras en las piezas testigo localizadas.
[64] Abundan en Ávila, camisas con cuellos labrados con motivos zoomorfos y vegetales (pájaras enfrentadas, racimos de uvas, árboles de la vida…). Así lo atestiguan las piezas testigo de El Barraco y Navarredonda de Gredos.
[65] Como indica PORRO (2015): El tejidillo «es una técnica de bordado antigua presente en muchas culturas europeas y asiáticas. Desde el bordado nyzynka de Ucrania al culchao alistano o el tejidillo real de Navalcán, pasando por el tijirillo de Lagartera, las camisas de carrancas leonesas, las de las salmantinas o los bordados de Huelva, la técnica era frecuente en Segovia, donde siempre se cita la camisa con el apellido de acorches o acolchados».
[66] El bordado a reserva es una técnica distinta al tejidillo que consiste en: «dejar sin bordar precisamente lo que se quiere resaltar. Para ello se perfilan los motivos con un pespunte con el que se labra asimismo algún detalle interior». (PORRO, 2015).
[67] PORRO (2015) distingue entre el colchado realizado en los frunces de la pechera que adquiere un aspecto tupido y acorchado, de donde vendría el nombre (bordado que él asimila a la técnica de zurcido) del colchado realizado, en el mismo punto, en la tela lisa sin plisar más propia de tirillas y puños. El tejidillo barraqueño de las pecheras no adquiere la compactación que tienen los corchados segovianos, siendo fácil distinguir en ellos el plisado de la tela por dejado del bordado (normalmente de color rojo).
[68] «Otras dos camisas la una sin faldas y labrada de azul y la otra de encarnado». «Dos camisas de muger nuevas labradas de azul y encarnado». «Otra camisa para muger con la terilla azul y encarnada» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). «Otras dos camisas la una sin faldas y labrada de azul y la otra de encarnado». «Dos camisas de muger nuebas labradas de azul y encarnado». «Otra camisa para muger con la terilla azul y encarnada». «Otra con la terilla verde y encarnada» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Una camisa para muger con tres faldas de estopa y con la terilla dorada». «Una camisa azul para muger con tira azul y encarnada». «Otra camisa husada para mujer con la terilla de hilo azul y amarcigado» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Otra camisa tambien de muger y con tirilla negra y puños azules». «Otra camisa de muger con tirilla azul y dorada» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[69] «Una camisa de muger con flecos y terilla» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). El remate de las camisas alistanas recibe el nombre de «humillo». Desgraciadamente se ha perdido la nomenclatura propia de este tipo de bordados que a día de hoy está prácticamente desaparecido sin bordadoras que lo ejecuten por desconocimiento de las técnicas.
[70] Como apunta SÁNCHEZ (2013) en su tesis doctoral sobre iconología simbólica en los bordados populares toledanos: «estos elementos cruciformes se desarrollaron en todas las civilizaciones de la antigüedad y no tienen por qué tener un simbolismo cristiano, sino que siguen una continua evolución estilística, encontrándonos en ellos, desde elementos de tradición clásica, a los de influencia bizantina y a las decoraciones de origen sasánida y oriental».
[71] Los protocolos notariales recogen muchas y distintas labores en una nomenclatura que no hemos llegado a documentar en la memoria viva: «Un cuerpo de camisa para muger con tira de seda azul y encarnado, labor el Vallo». «Otro cuerpo de camisa más usado de seda azul, labor en nudillo» (EL BARRACO, 1803). «Una tira y puños para camisas labrada de lana encarnada y seda azul labor la cruz chica». «Una camisa con tira y lana encarnada y pajiza, labor la tirana». «Otra con tira de lana encarnada labor la peñosa» (EL BARRACO, 1808). «Un cuerpo de camisa de lienzo con tira de lana encarnado, labor las puntas en rueda». «Una camisa de lienzo con tira dorada y negra, labor el real deroche». «Una camisa de lienzo dorada con tira de lana encarnada, lavor la Encomienda» (EL BARRACO, 1816). «Una camisa con tira y lana encarnada y pajiza, labor la tirana». «Otra con tira de lana encarnada labor la peñosa» ( EL BARRACO, 1808).
[72] Un estudio minucioso del bordado abulense está todavía por realizar. Añales similares aparecen en paños de sepultura de Segovia (PORRO, 2015) y Toledo (SÁNCHEZ, 2013).
[73] «Una camisa de hombre con punttas y cabezón bordado» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). Curiosamente en el grabado de Cano y Olmedilla, el artesonero descubre los labrados de su pechera.
[74] «Cuatro terillas de lana de diferentes colores» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). «Doce camisas de muger de lienzo y estopa, labradas de diferentes colores» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774)
[75] El lavado de estas piezas requería una exposición al sol con cierto remojo, para que blanquearan: «la camisa de la guarra, que cuando se seca blanquea» (Navalmoral).
[76] La mujer usualmente iba sin nada, salvo la camisa como única prenda interior. A lo sumo en días de mestruación recogía el haldar de la misma y la sujetaba con un alfiler grande en lo que se conocía como hacer «las calzillas» (Serranillos).
[77] La camisa considerada siempre como una segunda piel era objeto de creencias y supersticiones en el Valle del Alberche. Así se rezaba (entre otros pueblos serranos en Navalmoral, Hoyocasero, Serranillos…) para el remudo de la camisa del infante «El Bendito», costumbre esta también documentada en Lagartera (HERRÁEZ, 2000) y en otras localidades madrileñas y toledanas (FRAILE, 2001): «Bendito y alabado sea el Santísimo Sacramento del altar y la pura y limpia concepción de la bienaventurada Virgen María, concebida sin mancha de pecado original desde el primer instante de su ser natural, amén».
[78] El estudio de la indumentaria tradicional abulense de las comarcas limítrofes con Salamanca, con clara influencia charra, está todavía por hacer. Un exhaustivo trabajo de campo en esta zona aclararía el uso del dengue en la zona más oeste de la provincia.
[79] Algunas referencias a esta pieza hablan de «capidengues» cuando deberían de hablar de mantillas (SAN JUAN RAMOS, 1997).
[80] Lucen piezas similares a los dengues barraqueños las águedas de Peleagonzalo. También es similar la tipología de las piezas de hombros que luce la marbana del grabado de la figura 16.
[81] PORRO (2015) nos habla de la mantilla de hombros lucida por una zamarriega al modo y manera de las barraqueñas, entroncando las formas y modas con la singular colocación de mantones de seda en tierras segovianas (y aún en la Churrería vallisoletana).
[82] El dengue y la mantilla de talle son piezas con tipologías similares que ya aparecen confundidas en ocasiones en las provincias de Zamora y León (CASADO (1993) y COTERA (1999)). Aunque en El Barraco se usa exclusivamente la palabra dengue para definir a la pieza colocada encima de los hombros (el término mantilla se utiliza para el faldamento de ceñir a la cintura), los dengues lisos se corresponderían con una tipología más parecida a la mantilla de talle, más larga y usada sin cruzarse al pecho mientras que los dengues bordados presentan formas de herradura y normalmente sin puntas que cuelguen por detrás. Las mantillas de talle se clasificaría como pieza de indumentaria tradicional en los sobretodos aunque fueron prendas muy versátiles y complejas de rastrear en los protocolos notariales pues el término mantilla se aplicó a muy diversas piezas con muy distinto uso. LEÓN FERNÁNDEZ (2015) publica un más que interesante artículo sobre mantillos y mantillas en las tierras madrileñas donde la mantilla de El Atazar se nos antoja similar a los dengues barraqueños al menos en las formas alargadas.
[83] Este modelo de dengues (en motivos, colores y formas) se corresponde con otros similares abundantes en las comarcas zamoranas de Sayago y La Guareña (CALLES Y RAMOS, 2010), con paralelismos en las corbatas charras de La Armuña y en los cruzados cacereños.
[84] Este tipo de ondas ribeteadas reciben el nombre de castañuelas y se aplicaban como remate a numerosas piezas de la indumentaria tradicional. Así gustaron de rematarse mantillas de acristianar, dengues, manteos y aún cobertores y alforjas. La elaboración de las mismas se ejecutaba con la simple ayuda de un duro antiguo de plata o un vaso para marcar los círculos.
[85] En modernas reproducciones, ya en el siglo xx, se han elaborado dengues largos bordados, lejos de la tipología tenida por más antigua del dengue liso adornado al borde con puntillas metálicas o cintas.
[86] Curiosamente la tipología de dengues bordados con apliques de sedas de colores en un desparrame de flores y animales no aparece en los protocolos notariales de El Barraco y San Juan de la Nava. Este tipo de piezas sin duda alguna ya existían en El Barraco en las primeras décadas del siglo xx (cuando se fotografía con ellas a las serranas de la revista Estampa (1935). A nuestro criterio, es probable que fuera una pieza «introducida» tardíamente (sólo hemos llegado a ver estos dos ejemplares) cuando ya el traje de rabo estaba totalmente en desuso. Junto con esta pieza de influencia claramente charra, aparecen en El Barraco varias mandilas con farfalar o picotes y algún manteo abierto adornados con los mismos motivos y técnicas. Insistimos en la necesidad de documentar estas piezas que no se corresponden con la documentación más antigua y que bien pudieran haberse traído, fruto de alguna herencia o viaje, de alguna otra comarca del sur de Zamora o del norte de Salamanca. Esta arquetipo de dengue es curiosamente el que más se ha reproducido (muchas veces sin los materiales ni motivos correctos) en las nuevas manufacturas del traje de rabo.
[87] «Un dengue encarnado» (EL BARRACO, 1848). «Un dengue encarnado. Un dengue de baieta encarnado de zien hilos guarnezido mutton verdegay» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774) «Un dengue de bayeta encarnado de cien ilos con listón azul» (EL BARRACO, 1808).
[88] «Un dengue de bayeta blanco rodeado de punta dorada. Otro de lo mismo con zinta azul. Otro de bayeta negro bueno» (EL BARRACO, 1808).
[89] «Un dengue de bayeta encarnada con cinta blanca tableada» (EL BARRACO, 1816).
[90] La sujeción de la pieza la realiza el ceñidor de colonia que remata y tapa todos los hiladillos y cintajos de atar tanto de mantillas como de mandiles y faltiqueras. Las puntas de las cintas de seda se suman al característico rabo.
[91] Esta forma de atarse las puntas del dengue es similar a los dengues de Laciana y Los Argüellos leoneses (CASADO, 1993).
[92] La imagen de Santa María de la Cabeza acompaña a la de San Isidro en la procesión que sale de la iglesia de San Nicolás en Ávila capital.
[93] El dengue, aunque ampliamente usado en la franja occidental desde Asturias hasta Cáceres, se hace raro a medida que avanzamos hacia el oriente de la Península. Escasos ejemplos del uso del dengue que nos han llegado hasta nuestros días son los de Segovia, Campaspero (Valladolid), La Ribera burgalesa y los cruzados de las tierras sorianas.
[94] Se denominan chorros a las tablas marcadas en los manteos serranos. La misma denominación aparece en la Sierra de Madrid (FRAILE, 2002) y en algunas localidades segovianas (MAGANTO, 2015).
[95] En la cercana Navalcruz los manteos listados en blanco y crudo adornados en ruedo por paño rojo, verde o negro reciben el nombre de mantillas de ruaja mientras que estas mismas piezas en Navalmoral se denominan manteos de beatas. En El Arenal en el vecino Valle del Tiétar, los manteos reciben también la denominación de mantilla (PECES AYUSO, 1996) e igualmente nombran mantillas los curiosos guardapiés de Montehermoso (Cáceres) (FRAILE, 2002). Para distinguirlas de las mantillas de cabeza, estas se denominan en la comarca mantellinas mientras que las de envolver chiquillos vienen especificadas como mantillas de niño en los protocolos notariales y las mantillas de talle se denominan dengues.
[96] Insiste MARTÍNEZ JIMÉNEZ (1920) en las denominaciones locales, de esta prenda de uso generalizado en Castilla ... más extendidas en otras regiones como Segovia, Valladolid, Salamanca como el rodao, manteo de vuelta, denominada mantilla en algunas otras áreas geográficas muy definidas etnográficamente como Aliste, Segovia o ésta de El Barraco. En otro párrafo de su obra nos dice: También en esta región el manteo es llamado de vuelta (...) estos manteos de vuelta son típicos de la provincia de Salamanca pero como la mayoría de los pueblos de Barco de Ávila y la parte de los de Piedrahita han pertenecido a la política de dicha provincia es natural que hayan tomado la forma típica de alguna d sus prendas, sobre todo las vistosas como es entre ellas el manteo de vuelta. Manteo de vuelta es también la denominación común en la Tierra de Campos palentina.
[97] GONZÁLEZ-MARRÓN (1989) recoge el uso de manteos abiertos en Pedrosa del Príncipe (Burgos). En Segovia aparecen manteos abiertos, con la misma denominación de mantilla en algunos pueblos del piedemonte de Guadarrama donde se lucían con la abertura por delante, aunque también existen referencias a las mismas en Pinarnegrillo y es probable que su uso estuviera más extendido por la provincia antiguamente. En LOPEZ GARCÍA-BERMEJO et al. (2000) podemos admirar un par de estas mantillas segovianas aunque con escasísima explicación por parte de los autores. Algo más explícita es MAGANTO (2015) con las mantillas segovianas documentándolas en distintas localidades del trazado de la Cañada de la Sierra (Valverde del Majano, Bercial, Madrona, La Losa, Otero de Herreros, Ortigosa del Monte, Vegas de Matute y Valdeprados entre otros), donde indica que han sido utilizadas como prendas bajeras y festivas decorada a base de picados, emparentándolas con el vestir de los danzantes de enagüillas de Castroserna de Abajo (faldilla abierta en la parte delantera). Esta autora segoviana utiliza el término faldellín para denominar a lo que la tradición llamó siempre mantilla, recuperándolo del Diccionario de Covarrubias, intentando explicar histórica y socialmente la pieza. Entendemos que debió ser a finales del siglo xix cuando estas primorosas y antiguas piezas segovianas desaparecen debajo de los manteos de tiranas. En el resto de la provincia de Ávila, aparecen en la franja cercana a Salamanca; especialmente interesantes son los manteos o mantillas de Becedas. Enrique Borobio, hasta la fecha no ha localizado ninguna pieza testigo con esta tipología de mantilla en la provincia de Soria, después de un intenso trabajo de campo. Alfonso Diez Ausín documenta en Palazuelos de la Sierra (Burgos) estas mantillas de ceñir, las mantillas pardas lucidas siempre a pares, una delantera y otra trasera y así aparecen en el conocido grabado de «La feria de las criadas de Villalbura (Burgos)».
[98] Quizás sea el traje de rabo el que mejor ha conservado el uso de estas mantillas que enlazan con las modas femeninas del siglo xvii hasta finales del xix.
[99] DÍAZ-MAS, P. (2006). Las prendas de la novia: canciones de boda en la tradición judía sefardí. Actas del Curso Folklore, literatura e indumentaria. Museo del Traje (Madrid).
[100] En la localidad palentina de Antigüedad los manteos reciben el nombre de manteos raberos (ORTEGA, 1988). Los manteos de vuelta abundaron especialmente en la Tierra de Campos, en ocasiones adornados con franjas picadas imitando encaje como en Grijota (Palencia).
[101] Este tipo de piezas, sayas cerradas documentadas en Serranillos y Navalosa, tienen ciertos paralelismos con las basquiñas que aparecen también en el Valle Amblés (referencias a las mismas nos han aparecido en Sotalvo) y en otras localidades castellanoleonesas. Una pieza generalmente oscura escasamente adornada o sin ornamento que tenía una función de abrigo (echándola por encima del hombro o la cabeza) o de protección del resto de piezas y que servía, arremangada para apoyar la carga en las faenas agrícolas. También reciben el nombre de basquiñas en estas tierras, las faldas de raso o brocado negro generalmente gala de boda, que recogidas en finos plisados se gastaron en El Barraco y otros pueblos del área madrileña en las primeras décadas del siglo xx y que sustituyeron por completo la indumentaria tradicional.
[102] Este tipo de envueltos infantiles aparecen también en la comarca de La Cabrera leonesa (CASADO, 1993) y son especialmente interesantes.
[103] Algunos autores relacionan el suceso con la ascensión de otro globo de estas características, por el marqués d’Arle y Pilastre de Rozier, el 23 de noviembre de 1783 en El Escorial, lo que reforzaría la presencia de serranas enmonteradas y con mantillas vueltas al modo de las barraqueñas, en un modelo de vestir más extendido por las sierras madrileñas aunque, bien pudiera el pintor haber incluido en su obra una galería de tipos de las provincias siguiendo una moda pictórico-antropológica de la época por lo que no sería descabellado que fueran segovianas o abulenses más que castellanas nuevas.
[104] Son especialmente ricos en las descripciones de los detalles de las mantillas los protocolos notariales. Como ejemplo se recogen los siguiente asientos: «Una mantilla de paño fino con cinta» (EL BARRACO 1848). «Una mantilla para niño de paño encarnado con ribete azul». «Una mantilla de paño negro, grameado algo vieja con orillo azul y dos ribetes». «Otra mantilla usada más con dos ribetes» (EL BARRACO, 1803). «Una mantilla de paño de Santa María con orillo verde guarnezida con una zinta encarnada y un galón dorado». «Otra con muestra pajiza y un galón encarnado». «Otra con un orillo azul y blanco y dos ribetes». «Otra con orillo pajizo y una zinta encarnada». «Otra con orillo azul algo más usada». «Otra con orillo negro» (EL BARRACO, 1808). «Dos mantillas de paño nuebas la una con ruedo verde y la otra con orillo azul». «Otra mantilla con orillo negro». «Una mantilla nueba con ruedo azul y tres ribetes negros». «Una mantilla de paño con orillo berde y dos ribetes azules». «Una mantilla de entramados blancos para niña con un orillo verde». «Una mantilla encarnada con dos pasamanos y dos ribetes azules para niña». «Una mantilla nueba con orillo azul y blanco y dos ribetes negros». «Una mantilla nueba con ruedo azul y ribetes azules». «Otra tambien nueba con orillo verde y tres ribetes negros». «Otra mantillatrepa con ruedo azul y quattro rribetes azules». «Una mantilla encarnada para niña con dos pasamanos». «Una mantilla de paño con ruedo pajizo». «Otra con ruedo azul y unas tiras pajizas». «Una mantilla con cinco ribetes y ruedo azul». «Otra con pasamanos y ruedo verde». «Una mantilla con ruedo azul y tres ribetes negros». «Una mantilla con ruedo azul y ribetes azules». «Una mantilla con orillo verde». «Una mantilla de paño con dos ribetes de Contrai» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Otra mantilla de paño halgo husada con dos ribettes morados y orillo azul». «Una mantilla de paño blanco con un orillo azul». «Otra mantilla nueba con seis ribettes azules y ruedo azul». «Otra mantilla de paño con quattro ribetes azules y ruedo pajizo» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Una mantilla con orillo de paño y sin ribetes». «Otra mantilla de paño con orillo y tres ribetes negros». «Otra mantilla de ruedo verde y dos ribetes». «Otra mantilla de orillo pajizo». «Otra mantilla con un pedazo de paño blanco a la zinttura». Una mantilla de paño con ruedo pajizo y cinto y ribetes azules». «Una mantilla de entramado con orillo azul con algunos galones». «Una mantilla de entramado con orillo azul para niño». «Una mantilla de paño verde con su galón de plata falso». «Una mantilla de paño negro con ruedo azul». «Otra mantilla de paño con quattro ribettes azules y berdes». «Otra manttilla con ruedo verde y tres ribettes morados». «Otra manttilla con muestra verde con tres ribettes azules y marbettes azules». «Otra mantilla con ruedo pajizo y ribettes morados». «Una mantilla encarnada con tres cintas de diversos colores». «Una mantilla de byetta pajiza con listton de seda azul». «Una mantilla para muger con pasamanos azul». «Una mantilla de paño blanca» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[105] «Una mantilla de paño fino con cinta» (EL BARRACO, 1848).
[106] «Otra mantilla nueba con seis ribettes azules y ruedo azul». «Otra mantilla trepa con ruedo azul y quattro rribetes azules» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774).
[107] «Una mantilla de bayetta pajiza con listton de seda azul». «Una mantilla para muger con pasamanos azul» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[108] Veáse los conjuntos del traje de vistas de La Alberca (Salamanca) conservados en el Museo del Traje (Número de inventario: CE002452) y en el Museo Sorolla de Madrid (Número de inventario: 60035).
[109] «Una mantilla parda de paño». «Otra negra» (EL BARRACO, 1848).
[110] El ruedo tiene distintas denominaciones en la comarca usándose el término rebezo en localidades del Alto Alberche como Serranillos o Navalosa. Los ruedos afianzan la zona baja del manteo y tienen además una función ornamental pues suelen ser con colores contrastado con la pieza que aderezan. Por este papel decorativo recibe en ocasiones la denominación de tirana si va vista al exterior (Navalmoral).
[111] Hasta 17 mantillas contamos en un inventario de SAN JUAN DE LA NAVA, (1774).
[112] El estudio de las mantillas de envolver y sus peculiaridades comarcales en Castilla y León está todavía sin hacer (PORRO, 1997). En El Barraco las mantillas de niño repiten los adornos de las mantillas femeninas: «Una mantilla para niño de paño encarnado con ribete azul» (EL BARRACO, 1803) «Una mantilla de paño blanco con orillo encarnado para niño» (EL BARRACO, 1816). «Una mantilla de paño blanco con un listton terciado para niño» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Una mantilla de entramado con orillo azul para niño» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). «Una mantilla de paño encarnado con encaje de hilo plateado y dorado para niño» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). Escasos han sido los ejemplares que hemos llegado a ver en el Valle del Alberche.
[113] «Una mantilla de paño con cinco ribetes y trepa azul parida de polilla» (EL BARRACO, 1771).
[114] Generosos son estos mandiles de velas como recogen algunas referencias notariales: «Un mandil de estameña de dos varas» (EL BARRACO, 1803). Acaso las dos varas remataban las costuras con los carquises tal y como han quedado en las piezas testigo.
[115] «Un mandil de sargueta». (EL BARRACO, 1848). «Un mandil de percal» (EL BARRACO, 1848), «Un mandil con listas en lana usado y roto». «Otro nuevo algo usado con orillo negro» (EL BARRACO, 1803). «Un mandil de estameña». «Otro con cadeneta abajo sin cintas». «Otro de paño con listas de colores bueno». «Otro de sargeta con una zinta encarnada ancha abajo». «Otro de lo mismo con una zinta negra arriba». (EL BARRACO 1803). «Un mandil de estameña». «Otro con cadeneta abajo sin cintas». «Otro de paño con listas de colores bueno». «Otro de sargeta con una zinta encarnada ancha abajo». «Otro de lo mismo con una zinta negra arriba». «Otro usado con una zinta azul avajo». (EL BARRACO, 1808).
[116] Rara vez aparecen citados mandiles de color, por lo que suponemos que el color predominante es el negro. «Un mandil de color» (EL BARRACO, 1848).
[117] «Un mandil de sargueta». (EL BARRACO, 1848). «Un mandil de percal» (EL BARRACO, 1848), «Un mandil de estameña». «Otro de paño con listas de colores bueno». «Otro de sargeta con una zinta encarnada ancha abajo». «Otro de lo mismo con una zinta negra arriba». (EL BARRACO 1803). «Un mandil de estameña». «Otro con cadeneta abajo sin cintas». «Otro de paño con listas de colores bueno». (EL BARRACO, 1808). «Un mandil de paño con listas». «Un mandil de paño nuevo con zintas de lana encarnadas». (SAN JUAN DE LA NAVA 1774). «Un mandil de paño con sus zinttas encarnadas». «Otro mandil de paño nuevo con listtas». «Otro mandil con cinttas negras». «Otro mandil de lamparilla negro con cinttas de seda». (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). «Un mandil rayado con zinta de seda ancha avajo y otra arriva encarnadas» (EL BARRACO, 1808).
[118] Como ocurría con las mantillas o con las camisas, algunos inventarios recogen un importante número de ejemplares de una misma pieza: «Nueve mandiles de paño nuebos con listas» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774).
[119] «Un mandil de pedazos» (SAN JUAN DE LA NAVA 1778). «Cinco mandiles nuevos». «Otros dos nuevos sin cortar» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774).
[120] Tomaré de FRAILE (2002) su acertada pluma al hablar de las cintas en el atavío tradicional: El barroquismo que caracteriza a la tradición de las campesinas semejase a un vistoso muestrario de cintas. Desde el moño, ceñido por las que llamaban siguemepollo en muchos lares, hasta la cintura donde se recogía un manojo de ellas formado por los ataderos del mandil, de la faltriquera y aun por otras postizas que gustaban de ponerse llamadas caídas y que la picardía de los mozos bautizó con el remoquete de eschuchapedos, pasando por la que al cuello anudaban las sartas y gargantillas multicolores. Una cascada de colorines era la espalda de cada moza, cascada que oscilaba si, como en el caso de las cántabras, vascas o ibicencas, el remate de las trenzas era otro gallardete de colonias.
[121] Hasta «nuebe varas de cinta» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). En otras referencias: «Tres varas de colonia de seda de diferentes colores» (SAN JUAN DE LA NAVA 1777). «Tres varas de zintta manchega fina» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Quatro baras de colonia de seda» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[122] «Una zinta manchega». «Una zinta de seda aguarteronada de berde, blanco, encarnado, tramado de plata» (EL BARRACO, 1808) «Dos varas de cinta encarnada de seda». «Vara y media de cinta encarnada con orillo blanca». (EL BARRACO, 1816). «Una cinta de dos varas de seda encarnada, azul y blanco» (EL BARRACO, 1816).
[123] El color de las medias delataba en muchos casos el estado civil de la mujer. En León, en la Montaña de Riaño, las mozas gustaban de la media roja, mientras que las casadas optaban por el azul para cubrir las piernas (CASADO, 1993). En Segovia, LOPEZ GARCÍA-BERMEJO (2000), nos indica que el rojo era propio de las casadas, mientras que las mozas gustaron del blanco y las más mayores del azul o el negro en caso de lutos. En Valencia, LICERAS FERRERES (1991) nos indica que los colores más habituales en el medio rural eran el rojo y el azul, seguidos del blanco, mientras que en las ciudades era el blanco el que predominaba. PORRO (1997) indica el uso de medias negras para las terracampinas de Palencia desde recién casadas hasta su fallecimiento.
[124] CASADO (1993), nos habla de las medias de colores elaboradas por pastores trashumantes definiéndolas como «un primor». Una de las versiones segovianas del canto de ronda «El vestido de la dama», recogida en La Higuera, recoge esa afición de pastores a tejer, entre otras piezas, las medias: Las medias que tu te pones, son de una lana muy fina, que te las hizo el pastor, que guardaba las merinas (DIAZ Y PORRO, 2006)
[125] José Manuel Fraile Gil gustaba de lucir medias de colores, similares a las barraqueñas, con un traje de boda «de calzona» de Montejo de la Sierra (Madrid) en las actuaciones del «Colectivo para el estudio de la cultura tradicional madrileña», elaboradas por un preso con la leyenda Viva la libertad. Medias similares las hemos visto en los trajes de la zona sur de Madrid, en Valencia, o en Fombellida en El Cerrato vallisoletano.
[126] Se tuvieron, como las faltriqueras, los bolsillos, las medias o incluso las elásticas (especie de chaqueta de punto) como trabajos de presos y pastores. Famosas fueron las ligas elaboradas en El Provencio y Las Pedroñeras (Cuenca) vendidas por media España. Los leoneses de La Somoza gustaron de poner: Es la maragata gente… honrada, buena y valiente. En las ligas de la familia de nuestra buena amiga segoviana Eugenia Santos podemos leer: Quien estas ligas recibe… dentro de mi pecho vive.
[127] «Un par de cenojiles de seda» (EL BARRACO, 1848).
[128] PONZ (1772-1794) y FÉE (1809-1813)
[129] Fue práctica común en toda España el ir descalzos hasta empezar a mocear y guardar los zapatos para la fiesta (FRAILE, 2002). Aún, en el cercano Navalmoral, nos recordaban como se cambiaban las albarcas de rueda por los zapatos al llegar a la función de los pueblos vecinos, entre ellos El Barraco.
[130] Las albarcas del serrano duran un año: tres meses con pelo, tres sin pelo, tres rotas y tres esperando otras. (Navalmoral). De este interesante calzado está disponible la aportación de FRAILE (2006).
[131] A mediados del siglo xix son pocas las comarcas donde su uso no es práctica común para los días de fiesta (FRAILE, 2002), aunque desgraciadamente no han aparecido citadas las hebillas de plata en los listados de joyería de los protocolos notariales: «Un par de zapatos» (EL BARRACO, 1848). «Un par de votillas de paño pardo usadas» (EL BARRACO, 1803). «Dos pares de chinelas» (EL BARRACO, 1808). «Un par de chinelas». «Un par de chinelas de cordobán y cabritilla» (EL BARRACO, 1816). «Un par de zapatos de mujer» «Dos pares de zapatos nuebos para muger». «Un par de zapatos de alcordobán blancos para muger nuebos» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Un par de zapatos y otro de chinelas» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Un par de zapatos de baqueta viejos» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[132] Como indica PORRO (2015) al respecto al hablar del adorno de las segovianas «el cómo y de qué manera fue el adorno, el aderezo y la joya, está por hacer», para esa provincia y para todas las del oriente castellano. Algo de luz aporta, sin duda, su obra a la penumbra en la que mora la joyería popular en estas tierras, recuperando el sentido que tuvieron gargantillas, collares y sartales cuajados de medallas y cristos.
[133] Así lo afirma PIÑEL (1998), quien restringe al área occidental, Léon, Zamora y Salamanca la pervivencia de joyas antiguas ligadas al atavío tradicional, considerando Segovia como un islote e ignorando la existencia de una importante joyería, similar en piezas a las del occidente castellano-leonés, en otros casos como es el traje de rabo abulense o las referencias a joyería del resto de provincias.
[134] De este modo lo describe COTERA (1999), para la comarca de Aliste, donde hace hincapié de cómo esta comarca zamorana, como el traje de vista albercano o el de gonella negra ibicenca, gustaron de quedarse en la plata y el coral, teniéndolas como más antiguas y siendo impermeables a la filigrana y al oro (en el caso de El Barraco, el oro empieza a aparecer de forma más continuada, mediando el xix).
[135] «Un rosario con tres medallas de plata» ( SAN JUAN DE LA NAVA, 1777).
[136] Los botones metálicos, generalmente de plata aparecen en las ricas bocamangas de los sayuelos, al estilo de los segovianos: «Un jubón de terciopelo forrado en lienzo con doze botones afeligranados de plata» (EL BARRACO, 1803).
[137] «Un sartal con ocho perillas de plata y un arconcín y once corales». «Otro con seis perillas de plata y ocho corales». «Otro con diez corales, ocho perillas y un extremo». (EL BARRACO, 1803). «Un sartal de corales con cuatros santos». «Dos sartales de platta y corales». «Cuatro sartales de coral y platta y dos hilos sólo de coral y dos abellanas de platta y un relicario y tres medallas de plata». «Un sartal con dos perillas de plata labradas», «dos alcorzines labrados», «otros dos lisos de platta, diez y siete corales y ocho ámbares». «Una tercera parte de los dos sartales de plata y corales» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Un sartal con quattro quentas de platta gordas y zinco corales pequeños». «Un sartal de corales con siette perillas y una violeta de platta». (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Un hilo de corales rredondos gruesecitos con sus higuitas de lo propio, su peso una onza tres quarttas y media». «Dos sartales con siete perillas de plata, dos alcorzines de plata con veinte y seis coralitos y christalinas» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771). «Dos sartales de corales con treze cuentas y gusanillos de plata que pesó todo onza y media». «Tres onzas de platta y corales en quatro sartales». «Un pretal de seda con dos agallones».(SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[138] Problablemente las «aceitunillas» que tanto adornaron los cuellos de las serranas de estas latitudes.
[139] Hasta cuarenta cuentas de coral y plata en dos sartales sanjuaniegos de finales del xviii, «Dos sartales con cuarenta cuentas de coral y plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[140] «Un joyel de plata hueco, vitela, dos santos, con cinta de seda de tapiz» (EL BARRACO, 1816). «Un joyelito de plata hueco pequeño, sobredorado con tres ruecas y reata. Otro joyelito acorazonado. Un joyel de plata sobredorado, vitela por un lado una Nuestra Señora con el Niño y por el otro lado la Divina Pastora». (EL BARRACO, 1816). «Un joyel pequeño con dos cruces de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Un joyel de plata grande» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Un joyel grande de dos caras» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[141] PIÑEL (1998). Aparecen, entre otras, en las soberbias joyerías de las albercanas y segovianas. En Maragatería, en Quintanilla de Somoza, David Álvarez y Encarnación López Ramdeviú recogieron, acompañando el baile corrido, la siguiente copla: Cómo quieres que tenga/ dos corazones/ uno de filigrana/ y otro de amores, en clara alusión al corazón de la novia de la joyería tradicional que aparece también en el traje de rabo abulense.
[142] «Un corazón y una llabe de plata pequeñito en una pieza» ( SAN JUAN DE LA NAVA, 1771). «Un joielito pequeño acorazonado» (EL BARRACO, 1803). «Otro joyelito acorazonado» (EL BARRACO, 1816). El corazón con la llave tiene una importante carga simbólica. En los pueblos serranos donde pervivió el traje de rabo, la joyería ha sido objeto de regalo de bodas y los ritos se han conservado vivos hasta bien entrado el siglo xx. Interesante resulta cuando menos, el análisis del corazón y la llave en la joyería tradicional ibicenca realizado por MATEU (2009). Los ejemplares de filigrana localizados en El Barraco son raros entre la joyería de Salamanca apareciendo algún ejemplar en las brazaleras de La Alberca según nos indica José María Méndez, orive de este pueblo de la Sierra de Francia. También se recogen entre el avío sayagués por CALLES Y RAMOS (2010) donde les asignan un posible origen portugués y/o gallego (donde aparecen en el traje de Muros, La Coruña (RODRIGUEZ FERNANDEZ, 2011)).
[143] «Un joyel de plata hueco, vitela, dos santos, con cinta de seda de tapiz» (EL BARRACO, 1816).
[144] Estas piezas cuando se lucían a juego con los pendientes constituían lo que se denomina «aderezo». La venera aparece en un lugar destacado de la collarada de las churras segovianas (PORRO, 2015) y relumbra en muchas pecheras hispanas desde las pirenaicas de Ansó y el Roncal a las charras salamanquinas, burgalesas y cacereñas. Un aderezo compuesto por pendientes y venera luce Ntra. Sra. la Reina de los Ángeles de Castromocho (Palencia), regalo de un devoto y muestra de la desconocida joyería terracampina. «Un joyel de plata feligranada sobredorado con quatro bottoncitos y tres rruecas alrrededor y en medio siete botones de feligrana». (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771). Piezas muy similares a las piezas testigo barraqueñas aparecen en PIÑEL (1998), venera (pp 48) y galápago (pp 52). PECES AYUSO (1996) incluye varios galápagos entre el aderezo de la serrana del Valle del Tiétar, donde junto con la venera fue francamente común. También se recogen acompañando al traje muradano (RODRIGUEZ FERNÁNDEZ, 2011).
[145] En los pueblos serranos madrileños pervivió esa costumbre entre otros en Robledondo (LEÓN FERNÁNDEZ, 1996) donde las serranas lucieron los juyeles al pecho con una cinta de seda o colonia. También las de Cantalejo (Segovia) echaban encima de toda la collarada una cruz con una cinta de seda sin anudar a modo de condecoración (PORRO, 2015).
[146] «Una cruz de plata de filigrana» (EL BARRACO, 1848). «Una encomienda de plata con una cruz». «Un Santísimo Christo de plata grandecito». «Un Santísimo Christo de plata con tres gajos». «Una crucecita con taladros» (EL BARRACO, 1816). «Un Santísimo Christo de plata». «Un Cristto de plata con dos gajos y una medallita mui pequeña de plata y un corazón guarnecido de alambre dorado». «Una encomienda de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Dos crucifijos de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Tres Christos, una medalla, una encomienda y dos palomillas de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[147] «Un San Miguel con otras piezas» (EL BARRACO, 1848). «Una efigie de San Martín con siete piedras» (EL BARRACO, 1803). «Una imagen de Nuestra Señora del Pilar». «Otra de Nuestra Señora del Sagrario» (EL BARRACO, 1803). «Un águila de plata con dos cabezas y coronación» (EL BARRACO, 1816). «Una Nuestra Señora de Guadalupe» (EL BARRACO, 1816). «Una medalla de plata de Nuestra Señora del Cubillo». «Una medalla de Nuestra Señora de Nieba» (EL BARRACO, 1816). «Una medalla de Nuestra Señora de la Concepción» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Una medalla de Nuestra Señora del Sagrario acorazonada». «Un Santiago de azabache, acorazonado». «Una medalla de Nuestra Señora de Lenar de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771). «Once medallas de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[148] «Un relicario con seis ruecas, vitela, redondo» (EL BARRACO, 1803). «Unos relicarios de plata» (EL BARRACO, 1816). «Un relicario de azero y metal, vitela de Nuestra Señora y un espejo». «Un relicario de azero de Nuestra Señora de la Soledad».
[149] No en vano el Santísmo Cristo de Gracia es el patrón de El Barraco con una fuerte devoción popular.
[150] «Una cruz de plata de Caravaca con su ara» (EL BARRACO, 1803). «Una cruz de plata de Caravaca con efigie de un Santísimo Christo y Nuestra Señora de la Concepción» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). También con una cruz de Caravaca al pecho, aparece la serrana del partido judicial de Ávila en el grabado de Cano y Olmedilla de 1777. La cruz de Caravaca se tiene como amuleto contra el rayo, el fuego, la rabia, y para el momento del parto (ALARCÓN ROMÁN, 1987).
[151] Estos remates ya aparecen en cruces con características aún góticas, elaboradas durante los siglos xvi y xvii. (PIÑEL, 1998).
[152] El águila bicéfala, símbolo de la Casa de los Habsburgo, se integra en la joyería española como elemento de prestigio, presente en la joyería popular en los trajes más antiguos, como los de Lagartera (Toledo), La Alberca (Salamanca) o estos abulenses. En ocasiones, el águila bicéfala acompaña a un Santiago Matamoros (ARBETETA, 1998).
[153] La presencia de este tipo de adornos muy del gusto barroco, se disemina por los trajes hispanos más arcaizantes: las novias lagarteranas y navalqueñas (Toledo), la escarapela de la ansotana (Huesca), los medallos de Robledondo (Madrid), los santiños gallegos, la novia de Villacastín (Segovia), las carambas valencianas, los manojos de las mayordomas del Andévalo (Huelva) y un largo sinfín de ejemplos.
[154] Aparecen citadas como tablillas en los inventarios leoneses pero estuvieron ampliamente difundidos por todas las provincias castellanas y leonesas y ya se citan en los documentos de los Reyes Católicos (PIÑEL, 1998).
[155] «Una pattena de platta con cinco ruecas y en ellas misma Nuestra Señora de los Dolores y San Pedro» (EL BARRACO, 1803). «Una patena de plata» «Una patena de plata sobredorada con una cruz» (EL BARRACO, 1816).
[156] «Un par de pendientes de plata de calavacilla nuevos» (EL BARRACO,1803). «Un par de pendientes con gajos» (EL BARRACO, 1803). «Un par de pendientes de christal». «Un par de pendientes afeligranados de plata». (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777). «Dos arracadas de platta con cinco higuitas cada una» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[157] Un par de pendientes que alcanzamos a ver en Campaspero (Valladolid) eran precisamente de maza, también fueron de uso común en Segovia (pendientes de colgante o perillas, (PORRO, 2015)), en todo el Alfoz de Burgos donde se tienen como propios y muy característicos y en las comarcas del oeste zamorano (Aliste, Sayago y Sanabria) con distintos nombres de botija, pingones, en toda la Charrería, y como no, en El Barraco. El término calabazas se aplica indistintamente a varias tipologías de pendientes según comarcas.
[158] «Una higa de christal con encartonadura de plata con su asa». «Otra iga más pequeña también con su guarnición de plata» (EL BARRACO, 1803). «Una regla de San Benito forrada de barbutina» (EL BARRACO, 1816). «Una mano de azabache y una vuelta de coral» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Dos higas de vidrio con casquillo de plata». «Una castaña de indias engastada en plata con su cadena de plata», «dos zapatitos y un joyelito de plata sobredorado». «Una abellana de plata lisa con su argollita». «Otra de plata con un coralito de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771). «Un dige guarnecido de plata y figura de corazón». «Dos Christos, una encomienda, una paloma y un par de pendientes» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778).
[159] «Un monda dienttes de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). «Un alfiletero de hueso con un bujerito» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[160] Común es el uso de la trucha para facilitar el habla de los niños de la Sierra de Francia, entre los protocolos notariales aparecen: «Una paloma de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778), y «Una figura de perro de metal dorado con una cadenita de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[161] El azabache es una variedad dura y compacta del lignito, negro y brillante, susceptible de ser pulido (COTERA, 1999).
[162] Las manos de tejón engarzadas en plata ahuyentaron el mal de ojo en España desde los infantes de los Austrias (FRAILE, 2001): «Un mano de tejo con casquito de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[163] «Una esquilita de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771).
[164] En LÓPEZ GARCÍA-BERMEJO et al. (2000), aparece una foto, en blanco y negro, de una segoviana luciendo un ceñidor cargado de dijes, aunque diríase más propio de usarse para acompañar las mantillas de envolver de los críos, no sabemos el uso que este tipo de piezas ensartadas y cosidas a cintajos tuvieron en la mujer y si en el traje de rabo se llegaron a usar en las cintas que ceñían la cintura de las serranas: «Dos joyeles guarnecidos de platta, una cruz grande y tres Christos de platta y una medalla grande de Nuestra Señora todo unido a un ceñidor de seda». (SAN JUAN DE LA NAVA, 1778). La costumbre de coser medallas a los fajeros que acompañaron las envueltas de los niños ha pervivido hasta hace pocos días en el Valle del Alberche donde todavía hemos alcanzado a ver alguno con pequeñas medallas de bronce en Hoyocasero.
[165] La cita protocolaria es la siguiente: «Una abellana de plata lisa con su argollita». «Otra de plata con un coralito de plata» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1771). ¿Estamos acaso ante la avellana contra la temida erisipela, enfermedad de la sangre, joya común en Aliste en tiempos no lejanos y en la España del xvii? Avellanas traídas en número impar, con una argollita cerrando el interior azogado se refieren para el indumento alistano (COTERA, 1999).
[166] «Un anillo de plata con piedra encarnada». «Dos sortijas de plata de cruz» (EL BARRACO, 1816). «Dos pares de acuerdos y tres sortijas de plata». «Doce sortijas y dos pares de acuerdos» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1774). «Una sortija de plata de encomienda» (SAN JUAN DE LA NAVA, 1777).
[167] Interesantísimo y prolijo en detalles es el trabajo de LEÓN FERNÁNDEZ (1996) que recoge las costumbres de baile de la cercana provincia de Madrid con la que tanto en común tiene la serranía abulense.
[168] Incluida en SOMOZA ARRIBAS, J.A. (2009).
[169] Incluida en http://www.sanjuandelanava.es/bodas.html
[170] Los «chavos» se tienen como propios de El Barraco mientras que «los ceazos» han pervivido en San Juan de la Nava.
[171] La novia barraqueña iba acompañada por «las retiteras» encargadas de recoger las galas de la boda. Esta figura aparece también en Hoyocasero en las llamadas «manzaneras» o las «jamayeras» en el cercano Lagartera. Los bailes de boda del Alto Alberche se han conservado en multitud de formas y rituales, desde los «espigos» de Navaluenga al baile de «la manzana» en Hoyocasero pasando por las galas de Navalacruz, donde se prendían los regalos en la ropa de los novios, o «los cuartos» de Serranillos donde la novia acababa cuajada de billetes y monedas.
[172] Escasísimos son las piezas testigo que hemos llegado a ver de manteos cerrados con tirana picada en el antiguo Concejo de El Barraco, tan usados en el cercano Navalmoral, con preciosos ejemplos, incluso en Navalosa y Hoyocasero, ya en el Alto Alberche.
[173] Este tipo de manteos tuvieron en muchos casos un uso interior como manteo bajero cubierto por las sayas de fiesta más adornadas.
[174] Mucho debió ayudar a ello la litografía de Valeriano Bécquer «Castellanas de Salobral» y las fotografías de Ortiz Echagüe entre otros, para fijar esa imagen estereotipada de la indumentaria del país.